Anne Rice
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-No cabe la menor duda -dijo la doctora Salter,
depositando el sobre en el borde de la mesa-. Pero no sucedió hace seis
semanas.
-¿Cómo lo sabes? -preguntó Mona. Detestaba aquel pequeño consultorio
porque carecía de ventanas. Le producía claustrofobia.
-Porque
estás casi de tres meses -respondió la doctora, aproximándose a la mesa donde
yacía Mona-. ¿Quieres palparlo? Dame la mano.
Mona
dejó que la doctora le cogiera la mano y se la colocara sobre el vientre.
-Aprieta.
¿Lo notas? Es el bebé. ¿Por qué crees que te has puesto esas prendas holgadas?
Porque no soportas que nada te oprima la cintura.
-Me
las compró mi tía. Las encontré colgadas en mi armario. -¿Qué clase de tejido
era? Ah, sí, hilo negro, ropa de luto para asistir a funerales o para lucirla
en combinación con unas bonitas sandalias negras y blancas de tacón alto-. No
puedo estar de tres meses --dijo Mona-. Es imposible.
-Ve a
casa y comprueba las fechas en el ordenador, Mona. No existe la menor duda.
Mona
se incorporó y saltó de la mesa, alisándose la falda y calzándose las elegantes
sandalias. No hacía falta atar o desatar las tiras, aunque si tía Gifford la
hubiera ra visto calzarse así unas sandalias tan caras se habría puesto
furiosa.
-Debo
marcharme -dijo Mona-. He de asistir a un funeral.
-¿El
de ese pobre hombre que se casó con tu prima, el que murió atropellado por un
coche?
-Sí.
Oye, Annelle, ¿podrías hacerme una de esas
pruebas en las que se ve el feto?
-Claro,
y confirmará exactamente lo que te he dicho, que estás embarazada de doce
semanas. No olvides tomarte las vitaminas que te he recetado. El cuerpo de una
chica de trece años no está preparado para dar a luz. -De acuerdo. Quiero que
me hagan esa prueba en la que se ve el feto -dijo Mona, dirigiéndose hacia la
puerta. Cuando se disponía a abrirla para salir, se detuvo y añadió-: Bien
pensado, prefiero no hacérmela.
-¿Qué sucede?
-No
lo sé. Pero de momento dejaré al bebé tranquilo ahí dentro. Ese tipo de
pruebas me asustan.
-¡Dios mío, te has puesto pálida!
-No
te preocupes, tan sólo voy a desmayarme, como suelen hacer las mujeres en las
películas.
Mona
cruzó el pequeño despacho enmoquetado sin hacer caso de las protestas de la
doctora, y salió de allí. Luego atravesó apresuradamente el vestíbulo acristalado.
El
coche la esperaba en la esquina. Ryan estaba de pie junto al vehículo, con los
brazos cruzados. Vestía un traje azul marino para el funeral y ofrecía prácticamente
el mismo aspecto de siempre, excepto que ahora tenía los ojos húmedos y parecía
muy cansado. Cuando Mona se acercó, le abrió la portezuela.
-¿Qué
te ha dicho la doctora Salter? -preguntó, volviéndose para observar a Mona
detenidamente.
Mona
estaba cansada de que todos la miraran de esa forma.
-Que
estoy embarazada -contestó- Todo va bien. Vámonos de aquí.
-De
acuerdo. ¿Estás triste? Supongo que es una reacción lógica.
-No
estoy triste. ¿Por qué iba a estarlo? Pensaba en Aaron. ¿Han llamado Michael o
Rowan?
-No.
Seguramente estarán todavía acostados. ¿Qué pasa, Mona?
-Cállate,
Ryan, ¿vale? Estoy harta de que me preguntéis qué me pasa. No me pasa nada. Es
que todo ha sucedido tan... de repente.
-Tienes
una expresión muy rara -dijo Ryan-. Pareces asustada.
-No,
me preguntaba qué se siente al tener un hijo; mi propio hijo. Espero que les
hayas dicho a todos que no estoy de humor para sermones ni discursos.
-No
es necesario -respondió Ryan-. Eres la heredera. Nadie va a reprocharte nada.
El único que se atrevería a hacerlo sería yo, pero no tengo ganas de soltarte
un sermón ni de hacerte las advertencias de rigor. -Me alegro -contestó Mona.
-Hemos
perdido a muchos seres queridos y tú llevas una nueva vida dentro de ti. Yo la
veo como una llama, a la que deseo rodear con mis manos para protegerla.
-Estás
chiflado, Ryan. Estás agotado, necesitas descansar unos días.
-¿Quieres
decírmelo ahora? -¿Decirte qué?
-La
identidad del padre. Supongo que pensabas decírnoslo. ¿Se trata de tu primo
David?
-No,
no es él. Olvídate de David. -¿Yuri?
-¿Qué
es esto? ¿Un interrogatorio? Sé quién es el padre, si eso es lo que te
preocupa, pero no deseo hablar de ello ahora. La identidad del padre podrá ser
confirmada en cuanto nazca el niño.
-E
incluso antes.
-No
quiero que le claven unas agujas al bebé. No quiero hacer nada que pueda
dañarlo. Ya te he dicho que sé quién es el padre. Te lo diré cuando... cuando
lo crea oportuno.
-Es
Michael Curry, ¿verdad?
Mona
se volvió y lo miró irritada. Era demasiado tarde para rehuir la pregunta. Ryan
lo había notado en su expresión; parecía tan abatido como si se hallase bajo
los efectos de un potente fármaco, un poco atontado y más elocuente que de
costumbre. Por fortuna iban en la limusina y no conducía él, pues seguramente
se habrían estrellado contra una valla.
-Me
lo dijo Gifford -dijo Ryan articulando con dificultad las palabras, como si
estuviera drogado. Miró a través de la ventanilla. El coche circulaba a escasa
velocidad por la avenida de St. Charles, una de las zonas más bonitas de la
ciudad, donde se alzaban modernas mansiones y árboles antiquísimos.
-¿Cómo?
-preguntó Mona-. ¿Que te lo dijo Gifford? ¿Estás bien, Ryan? -¿Qué sería de la
familia si Ryan se volvía majareta?, pensó Mona. Ya tenía suficientes
problemas, sin necesidad de pensar en esoContéstame.
-Anoche
tuve un sueño -respondió Ryan, volviéndose hacia ella-. Gifford me dijo que el
padre era Michael Curry.
-¿Estaba
Gifford triste o contenta?
-Triste
o contenta... -repitió Ryan con aire pensativo-. En realidad, no me acuerdo.
-Genial
-dijo Mona-. Incluso ahora que está muerta, nadie le hace caso. Se te aparece
en sueños y no te fijas si está triste o contenta.
Las
palabras de Mona desconcertaron algo a Ryan.
No
parecía ofendido. Mona observó que mantenía la mirada perdida y serena.
-Era
un sueño agradable, bonito. Estábamos juntos. -¿Qué aspecto tenía Gifford?
«Sin
duda, Ryan está pirado -pensó Mona-. Estoy sola. Han asesinado a Aaron. Bea
necesita nuestro cariño y apoyo; Rowan y Michael no han llamado todavía,
estamos todos aterrados y, por si fuera poco, Ryan está perdiendo el juicio.
Aunque quién sabe, quizá sea mejor así.»
-¿Qué
aspecto tenía Gifford? -insistió Mona. -Estaba muy guapa, como siempre. A mí
siempre me pareció que mantenía el mismo aspecto, a los veinticinco años o a
los treinta y cinco, o incluso a los quince. Era mi Gifford.
-¿Qué
hacía?
-¿Por
qué lo preguntas?
-Porque
creo firmemente en los sueños, Ryan. Contéstame, por favor. Trata de
recordarlo. ¿Qué hacía Gifford?
Ryan
se encogió de hombros y esbozó una pequeña sonrisa.
-Estaba
cavando un agujero, creo que debajo de un árbol. Sí, era la encina Deirdre.
Estaba rodeada de un montón de tierra.
Durante
unos instantes Mona no contestó. Estaba tan asustada que no pudo articular
palabra.
Ryan
volvió a ensimismarse, y se quedó mirando por la ventanilla como si se hubiera
olvidado de la conversación.
Mona
sintió un intenso dolor en ambas sienes. Quizá se estaba mareando debido al
movimiento del coche. Solía ocurrirles a las embarazadas, aunque el bebé estuviera
perfectamente.
-Tío
Ryan, no puedo asistir al funeral de Aaron -dijo de pronto-. Estoy mareada.
Quisiera ir, pero no puedo. Deseo irme a casa. Sé que puede parecer estúpido y
egoísta, pero no puedo. Deseo irme a casa. Sé que puede parecer estúpido y
egoísta pero...
-Te
llevaré a casa enseguida -contestó Ryan solícito. Acto seguido pulsó el botón
del intercomunicador y ordenó-: Clem, lleva a Mona a la calle Primera. -Luego
se volvió hacia Mona y añadió-: Te referías a la calle Primera, ¿no?
-Sí,
exacto -respondió Mona. Les prometió a Rowan y a Michael que se mudaría de
inmediato, y había cumplido su palabra. Además, allí se sentía más a gusto,
que en la casa de la calle Amelia, pues desde que su madre murió su padre
estaba siempre borracho y sólo se levantaba de noche para coger una botella o
un paquete de tabaco, o para buscar a su difunta esposa.
-Llamaré
a Shelby para que te haga compañía -dijo Ryan-. Si Beatrice no me necesitara,
yo mismo me quedaría contigo.
Parecía
sinceramente preocupado por Mona, lo cual era una novedad. Mona no se había
sentido tan mimada desde que era una niña y Gifford la vestía con encajes y
lazos. En el fondo, era lógico que Ryan reaccionara de aquel modo. Siempre le
habían gustado los bebés. Los niños le encantaban, como a toda la familia. «Ya
no me consideran una niña», pensó Mona.
-No
necesito a Shelby -dijo-. Prefiero estar sola. Me quedaré sola, con Eugenia.
Estaré perfectamente. Dormiré un rato. Hay una habitación preciosa para hacer
la siesta. No me he acostado nunca en ella. Necesito reflexionar. Además, el
jardín está vigilado por una patrulla tan importante como la Legión francesa extranjera.
Nadie puede entrar en la casa.
-¿No
te importa quedarte allí sola?
Era
evidente que Ryan no pensaba en intrusos, sino en las viejas historias que de
niña le habían parecido a Mona tan emocionantes, y que ahora se le antojaban
viejas fábulas románticas.
-No,
¿por qué habría de importarme? -preguntó irritada.
-Eres
una joven muy decidida-contestó Ryan, sonriendo con una espontaneidad que
pocas veces Mona había visto en él. Quizás el cansancio y el dolor habían anulado
su reserva habitual-. No temes al bebé ni a la casa.
-Nunca
he tenido miedo de la casa, Ryan. Jamás. En cuanto al bebé, lo único que puede
conseguir es que vomite.
-Pero
tienes miedo de algo -insistió Ryan con tono sincero.
Mona
estaba cansada de aquel interrogatorio. Tenía que tranquilizar a Ryan. Se giró
y apoyó su mano derecha en la rodilla de él.
-Tengo
trece años, tío Ryan. Debo reflexionar, eso es todo. No me sucede nada, y no sé
lo que significa la palabra miedo, excepto por lo que he leído en el diccionario.
¿Vale? Preocúpate por Bea. Preocúpate por quién mató a Aaron. Ese sí que es un
tema que merece tu preocupación.
-De
acuerdo, Mona -respondió Ryan con una sonrisa.
-Se
nota que echas de menos a Gifford.
-¿Acaso
creíste que no lo haría? -Ryan miró por la ventanilla, sin esperar respuesta-.
Ahora, Aaron está con Gifford, ¿verdad?
Mona
movió la cabeza con tristeza. El pobre Ryan estaba muy mal. Confiaba en que
Pierce y Shelby se hubieran dado cuenta de que su padre les necesitaba.
El
coche dobló la esquina de la calle Primera. -Avísame en cuanto sepas algo de
Rowan y Michael -dijo Mona, cogiendo el bolso-. Y dale un beso a Bea de mi
parte... y a Aaron.
-Lo
haré -contestó Ryan-. ¿Estás segura de que no te importa quedarte sola? ¿Y si
Eugenia no estuviera en casa?
-Así
estaría más tranquila -respondió Mona, descendiendo del coche.
Uno
de los dos jóvenes guardias uniformados que se hallaban ante la verja le
franqueó la entrada. Mona lo saludó con una inclinación de cabeza y entró.
Cuando
alcanzó la puerta principal, introdujo la llave en la cerradura y entró
apresuradamente. La puerta se cerró, como de costumbre, con un sonido seco y
apagado. Mona se apoyó en ella y cerró los ojos.
Doce semanas. ¡Era imposible! Ese niño fue
concebido la segunda vez que Mona se acostó con Michael. Estaba tan segura de
ello como de que se llamaba Mona. Además entre navidad y carnaval no habia
hecho el amor con nadie más, era imposible que estuviese embarazada de doce semanas.
«Estoy hecha un lío. Debo reflexionar las cosas
con calma.»
Mona
se dirigió a la biblioteca. La noche anterior le habían llevado el ordenador y
ella lo instaló en el acto, creando una pequeña estación informática a la
derecha de la amplia mesa de caoba. Se sentó en la silla y puso en marcha el
ordenador.
Abrió
el archivo /WS/MONA/SECRETO/Pediátrico, y tecleó:
«Preguntas
que deben formularse: ¿A qué ritmo se desarrolló el embarazo de Rowan? ¿Hubo síntomas
de un desarrollo acelerado? ¿Solía sentir náuseas? Nadie conoce las respuestas
porque nadie sabía en aquellos momentos que Rowan estuviera en estado. Sin duda
Rowan conoce la cronología de los hechos. Ella podría aclarármelo todo y hacer
que se disipen estos estúpidos temores que siento. Hubo un segundo embarazo,
que sólo Rowan, Michael y yo conocemos. ¿Te atreverías a interrogar a Rowan
sobre ese segundo...?»
Unos
temores estúpidos. Mona se detuvo. Se reclinó
en la silla y se llevó la mano al vientre. No lo hizo con la intención de
sentir el pequeño bulto que la doctora Salter le había hecho palpar; tan sólo
apoyó los dedos ligeramente sobre la barriga, que nunca había notado tan
abultada como entonces.
-Mi
bebé -murmuró, cerrando los ojos-. Ayúdame, Julien, por favor.
Pero
no percibió ninguna respuesta. Aquello pertenecía al pasado.
Deseaba
hablar con la anciana Evelyn, pero ésta aún no se había recuperado del ataque
cerebral. Estaba en su habitación de la calle Amelia, rodeada de enfermeras y todo
tipo de aparatos. Probablemente ni siquiera se daba cuenta de que la habían
trasladado del hospital a casa. Era inútil
tratar de desahogarse con la tía
Evelyn cuando esta no podía
entender ni una palabra
de lo que se le decía.
«No
puedo recurrir a nadie, absolutamente a nadie. ¡Gifford!»
Mona
se acercó a la ventana, la misma que alguien, tal vez Lasher, había abierto
misteriosamente un día. Miró a través de las persianas verdes y vio unos guardias
en la esquina; en la acera de enfrente había otro.
Mona
salió de la biblioteca con un andar pausado y rítmico, observando cuanto la
rodeaba. Al salir al jardín, éste le pareció extraordinariamente verde y vivo;
las azaleas y los lirios estaban a punto de florecer, y las lisimaquias estaban
cuajadas de pequeñas hojas que las hacían parecer densas y enormes.
Todos
los espacios que se mostraban desnudos en invierno, ahora se hallaban
cubiertos. El calor hacía que se abrieran todas las flores, y hasta el aire
parecía emitir suspiros de satisfacción.
-Gifford
-murmuró Mona-. Tía Gifford.
Pero
sabía que no quería oír la respuesta de un fantasma.
En el
fondo, Mona temía experimentar una revelación, una visión, un horrible dilema. Apoyó la
mano de nuevo sobre el vientre y lo oprimió suavemente unos instantes, sintiendo
su calor.
-Los fantasmas se han
esfumado -dijo, como si hablara con el bebé-. Eso se ha terminado. No vamos a
necesitarlos nunca jamás. Michael y Rowan han ido a matar al dragón, y cuando
éste haya muerto el futuro será nuestro -tuyo y mío-, y nunca sabrás lo que sucedió
con anterioridad a tu nacimiento, al menos hasta que seas mayor y puedas
comprenderlo. Ojalá supiera tu sexo. Me gustaría conocer el color de tu pelo,
suponiendo que tengas pelo. Debería ponerte un nombre; sí, te pondré un
nombre.
Mona interrumpió su
pequeño monólogo.
Tuvo la sensación de que
alguien le hablaba -alguien que se hallara muy cerca y murmurase unas palabras,
una breve frase-, pero había desaparecido y ya no podía atraparlo. Mona se
giró, asustada, pero allí no había nadie. Los guardias se encontraban en la
periferia de la propiedad. Tenían órdenes de patrullar alrededor de la casa, a
menos que oyeran sonar una alarma en el interior.
Mona se apoyó en el poste
de hierro de la verja. Escrutó la hierba que crecía a sus pies, así como las
gruesas ramas negras de la encina. Las nuevas hojas exhibían un reluciente
color verde menta mientras que las viejas estaban polvorientas y resecas, a
punto de desprenderse. Por fortuna, las encinas de Nueva Orleans nunca perdían
todo su follaje, y en primavera renacían.
Mona se volvió y miró
hacia la derecha, en dirección a la fachada de la propiedad. Durante una
fracción de segundo avistó una camisa azul más allá de la verja. Todo estaba
silencioso, más de lo que ella habría imaginado. Es posible que Eugenia
hubiera ido al funeral de Aaron. Mejor así.
«Ni hay fantasmas ni
espíritus -se dijo Mona- Ni murmullos de la tía Gifford.»
¿Acaso deseaba ver
fantasmas y oír extraños murmullos? De pronto, por primera vez en su vida no
estaba segura. La perspectiva de ver algún fantasma o espectro la confundía.
«Seguramente se debe a mi
estado, uno de esos misteriosos cambios de ánimo que te sobrevienen cuando
esperas un niño y te conducen hacia una existencia plácida y sedentaria.» Los
espíritus ya no la fascinaban. Lo único que le importaba era el bebé. La noche
anterior había leído algunos artículos sobre los cambios físicos y psicológicos
que experimentan las mujeres embarazadas, y aún le quedaban bastantes por
leer.
La brisa soplaba a través
de los arbustos, arrancándoles algunas hojas y pétalos para depositarlos sobre
las losas moradas. El suelo despedía un agradable calor.
Mona echó a caminar hacia
la casa, entró y se dirigió a la biblioteca.
Se sentó ante el
ordenador y empezó a escribir. «No serías humana si no te asaltaran esas dudas
y sospechas. ¿Cómo no vas a temer, dadas las circunstancias, que tu hijo no
sea un niño normal? Sin duda, este temor tiene un origen hormonal, se trata de
un mecanismo de defensa. Pero no eres una incubadora mecánica. Tu cerebro,
aunque inundado de nuevas sustancias químicas y combinaciones químicas, sigue
estando bajo tu control. Repasemos los hechos.
«Lasher fue quien provocó
el desastre. De no haber sido por la intervención de Lasher, Rowan habría tenido
un hijo perfectamente normal y...
Mona se detuvo. ¿Qué
significaba eso de la intervencíón de Lasher?
El teléfono sonó de
repente, lo cual la sobresaltó e incluso le produjo un leve dolor. Ella se
apresuró a cogerlo para impedir que siguiera sonando.
-Soy Mona, ya puedes
empezar a hablar -dijo. Su interlocutor soltó una sonora carcajada y dijo:
-Qué
manera de contestar al teléfono.
-¡Michael!
¡Gracias a Dios! Estoy embarazada. Las doctora Salter afirma que no
cabe la menor duda.
Mona
lo oyó suspirar.
-Te
queremos mucho, tesoro. -dijo Michael.
-¿Dónde
estáis?
-En
un hotel carísimo, en una suite de estilo francés repleta de delicadas sillas
de maderas nobles. Yuri está bien, y en estos momentos Rowan está limpiándole
la herida de bala. Se le ha infectado. Prefiero que no hables todavía con él.
Se encuentra muy excitado y no cesa de hablar, pero por lo demás está perfectamente.
-De
acuerdo, más vale que no sepa todavía lo del niño.
-Sí,
es mejor.
-Dame
el número de vuestro hotel -Michael se lo dio.
-¿Te
encuentras bien, pequeña?
«Vaya,
hasta Michael ha notado que estás preocupada. Y sabe el motivo de tu
preocupación. Pero no digas nada. Ni una sola palabra.» De Pronto Mona
había decidido no decirle nada a
Michael, la persona con la que había estado deseando hablar, la única persona,
aparte de Rowan, en quien confiaba.
Tenía
que actuar con preocupación
-Sí,
estoy perfectamente, Michael ¿Tienen vuestro número en el despacho de
Ryan?
- No
vamos a desaparecer, tesoro.
Mona
se descubrió a sí misma mirando el monitor, las preguntas que había enumerado
de forma tan inteligente y lógica
«¿A
qué ritmo se desarrolló el embarazo de Rowan? ¿Hubo síntomas de un desarrollo
acelerado?» Michael debía conocer las respuestas, pero era mejor no decirle
nada.
-Tengo
que dejarte, tesoro. Te llamaré más tarde. Te queremos.
-Adiós,
Michael.
Mona
colgó el auricular.
Durante
un rato permaneció inmóvil, luego empezó a escribir rápidamente en el
ordenador:
«No
es el momento de hacerles unas estúpidas preguntas sobre este bebé, no es el
momento de alimentar unos temores que pueden afectar tu salud y tu equilibrio
mental, no es el momento de hacer que Rowan y Michael, ahora con cosas más
importantes en qué pensar, empiecen a preocuparse por ti...»
Mona
se detuvo.
Estaba
segura de haber oído un murmullo, como si hubiera alguien junto a ella. Tras
echar una ojeada a su alrededor, se levantó y atravesó la estancia, observando
con atención todos los objetos que había en ella. Pero allí no había nadie, ni
espíritus ni espectros, ni siquiera sombras, pues la lámpara fluorescente que
se hallaba junto a su ordenador no proyectaba sombras.
¿No
podía tratarse de uno de los guardias que estaban fuera, en la esquina con
Chestnut? Tal vez. Pero ¿cómo podía oírle murmurar Mona a través de un tabique
de cuarenta y cinco centímetros de grosor?
Los
minutos transcurrían lentamente.
¿Acaso
temía moverse? Resultaba absurdo. «Domínate, Mona Mayfair. ¿Quién diablos
crees que es? ¿Gifford? ¿Tu madre? ¿El
tío Julien que vuelve a aparecerse ante ti? ¿No crees que se merece al fin un
descanso? Puede que esta casa haya estado siempre llena de espíritus, como el
fantasma de la camarera que falleció en 1859 o el del cochero que se cayó del
tejado y se mató en 1872.» Era posible. La familia no dejaba constancia por
escrito de todo cuanto sucedía en esta casa. Mona se echó a reír.
¿Unos
fantasmas proletarios de la calle primera? ¿Unos fantasmas que no eran
parientes de los Mayfair? ¡Que escandalo¡. No, allí no había ningún fantasma.
Mona
observó el marco dorado del espejo, la oscura repisa de mármol de la chimenea,
las estanterías repletas de viejos tomos. Al cabo de unos instantes notó que se
calmaba, que la invadia una sensación de paz y confort. Le encantaba esa
habitación, era su preferida, y no habia ningún fantasma tocando el gramófono
ni rostros extraños en el espejo. Aquella era su casa, y allí estaba a salvo.
-Tu y
yo, pequeño -musitó dirigiéndose de
nuevo al bebé- Viviremos aquí, en nuestra casa, con Michael y Rowan. Prometo
ponerte un nombre interesante.
Mona
volvió a la mesa y comenzó a escribir apresuradamente.
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11
-¿Estás
seguro de que se trataba de un Taltos? -preguntó Rowan.
Había
recogido las vendas y el desinfectante y se había lavado las manos. Se detuvo
en la puerta del baño y miró a Yuri mientras éste se paseaba de un lado a otro
de la habitación. Era un joven de ademanes torpes y aire tenebroso,
imprevisible, que parecía fuera de lugar entre las tapicerías de seda y los
numerosos objetos de cobre pulido de la habitación.
-¿No
me crees? Estoy seguro de que era un Taltos.
-Puede
que fuera un ser humano interesado en engañarte -señaló Rowan-. La estatura no
significa necesariamente...
-No,
no, no -replicó Yuri con el mismo tono exaltado con el que les recibió en el
aeropuerto-. No era un ser humano. Era... al mismo tiempo hermoso y grotesco.
Teñía unos nudillos enormes y unos dedos desmesuradamente largos. Su rostro,
alargado, parecía el de un ser humano, desde luego. Era un hombre muy guapo,
sí. Pero era Ashlar, Rowan, el mismísimo Ashlar. Cuéntale la historia,
Michael, la de san Ashlar de la iglesia más antigua de Donnelaith. Cuéntasela.
Ojalá conservara las notas de Aaron. Sé que tomó numerosas notas. Escribió toda
la historia. Aunque la Orden nos había excomulgado, estoy seguro de que Aaron
tomó buena nota de todo.
-Así
es, hijo, y esas notas se hallan en nuestro poder -dijo Michael-. Le he
contado a Rowan todo cuanto sé.
Según
recordaba Rowan, Michael ya se lo había explicado a Yuri dos veces. Las
incesantes repeticiones y circunloquios la habían agotado. Se encontraba exhausta
tras el largo viaje. Ahora fue consciente del paso del tiempo y de su pérdida
de facultades físicas. Menos mal que en el avión pudo dormir un poco.
Michael
se había acomodado en el elegante sofá francés, con la espalda apoyada en el
brazo de éste y los pies sobre los cojines dorados. Se había quitado la chaqueta
y los zapatos, y su inmenso pecho, enfundado en un jersey de cuello alto,
parecía albergar un corazón con capacidad suficiente para seguir latiendo
durante cincuenta años más. De vez en cuando miraba a Rowan con expresión de
lástima.
«Gracias
a Dios que estás aquí -pensó Rowan-. Gracias a Dios.» La voz sosegada y el
talante sereno de Michael la tranquilizaban. No podía imaginarse allí sin él.
Otro
Taltos. ¡Dios! ¿Qué secretos oculta este mundo, qué monstruos se esconden
entre sus bosques, sus grandes ciudades, sus regiones desérticas, sus mares? Su
memoria la engañaba. No conseguía evocar a Lasher con nitidez. Su figura
aparecía totalmente desproporcionada. Parecía dotado de una fuerza
sobrenatural. Pero eso no era correcto. Esos seres no eran todopoderosos.
Rowan trató de borrar aquellos dolorosos recuerdos de su mente, las. imágenes
de Lasher clavándole los dedos en los brazos, golpeándola con el dorso de la
mano hasta hacerle perder el conocimiento. Pudo sentir el momento en que se
produjo la desconexión, el momento en que se despertó y, ofuscada, trató de
ocultarse debajo de la cama. Tenía que alejar esos pensamientos de su mente,
concentrarse en el momento presente y obligar a Yuri a que hiciera lo mismo.
-Yuri
-dijo Rowan empleando un tono discretamente autoritario-, trata de describir
de nuevo esos diminutos seres. ¿Estás seguro de que...?
-Pertenecen
a una raza maldita -respondió Yuri. Las palabras brotaban de sus labios a
borbotones y , gesticulaba como si sostuviera una bola mágica de cristal en la
que viese las imágenes que iba describiendo-. Están condenados, según me dijo
Samuel. Ya no tienen mujeres. No tienen futuro. Se extinguirán, a menos que
surja un Taltos hembra, a menos que aparezca una hembra de su especie en algún
remoto lugar de Europa o de las islas Británicas. Y eso sucederá, os lo
aseguro. Me lo ha dicho Samuel. Quizá se trate de una bruja. Las mujeres de esa
región no se atreven a acercarse al valle. Los turistas y los arqueólogos
siempre acuden a visitarlo de día, y en grupos.
Lo
habían repasado montones de veces, pero Rowan se dio cuenta de que cada vez
que Yuri relataba la historia aportaba algún detalle nuevo y, posiblemente,
importante.
-Samuel
me lo contó todo cuando creyó que yo iba a morir en aquella cueva. Cuando me
bajó la fiebre, él se asombró tanto como yo mismo. En cuanto a Ash, es
completamente sincero. No podéis imaginar el candor y la sencillez de ese ser.
Quiero decir, de ese hombre. ¿Por qué no iba a referirme a él como un hombre,
siempre y cuando recuerde que es un Taltos? Ningún ser humano se mostraría tan
franco y abierto como él, a menos que fuera un idiota. Y Ash no es ningún
idiota.
-Entonces
no te mintió al decir que quería ayudarte -dijo Rowan, observando a Yuri
fijamente.
-No, no me mintió. Desea
proteger a la orden de Talamasca, aunque no comprendo la razón. Creo que tiene
algo que ver con el pasado, con los archivos, los secretos, aunque nadie sabe
lo que contienen esos archivos. Ojalá pudiera creer que los Mayores no tuvieron
nada que ver en este asunto. Pero una bruja, una bruja con el poder de Mona es
muy valiosa para Ash y para Samuel. No debí hablarles de ella. Fui un imbécil
al hablarles de la familia. Pero debéis tener presente que Samuel me salvó la
vida.
-¿Te
dijo el Taltos acaso que no tenía una compañera? -preguntó Michael-.
Suponiendo que la palabra «compañera» sea la adecuada...
-Es
evidente. Vino aquí porque Samuel le comunicó que un Taltos, Lasher, al que tú
conociste, Rowan había aparecido en
Donnelaith. Ash abandonó de inmediato el lugar donde vive. Es muy rico. Según
me ha dicho Samuel, tiene guardaespaldas, sirvientes, secretarias, que se
desplazan con él a todas partes en varios automóviles, a modo de un pequeño
séquito. Samuel es muy indiscreto, lo cuenta todo.
-¿Pero
no te habló de un Taltos hembra?
-No.
Tuve la impresión de que ninguno de ellos conocía la existencia de un Taltos
hembra. ¿No lo comprendes, Rowan? Los seres diminutos se están muriendo, y
los Taltos prácticamente se han extinguido. Ahora que ha desaparecido Lasher,
Ash debe de ser el único superviviente de su especie. ¿No comprendes lo que
significa Mona para ellos?
-¿Queréis
saber mí opinión? -preguntó Michael, cogiendo la cafetera que había en una
bandeja junto a él y llenando su taza-. Hemos hecho cuanto hemos podido
respecto a Ashlar y a Samuel -dijo, dirigiéndose a Rowan-. Existe una
posibilidad entre diez de que consigamos localizarlos en el Claridge's...
-No, no
debéis acercaron a ellos -dijo Yuri-. Ni siquiera deben saber que estáis aquí.
Especialmente tú, Michael.
-Lo comprendo
-contestó Michael-, asintiendo con un movimiento de cabeza, pero...
-No,
no lo comprendes -dijo Yuri-, o quizás es que no me crees. Esos seres son
capaces de reconocer a una bruja o a un brujo en cuanto lo ven. No necesitan
someterte a modernas pruebas médicas para saber que posees los preciados
cromosomas. Lo saben; quizá lo detecten a través de tu olor, o por tu aspecto.
Michael
se encogió de hombros, reservándose su opinión; no deseaba discutir con Yuri.
-De
acuerdo, no me presentaré en estos momentos en el Claridge's. Pero me cuesta
mucho no hacerlo, Yuri. Pensar que Ash y Samuel están sólo a cinco minutos de
este hotel...
-Espero
que ya se hayan marchado. Y espero que no hayan ido a Nueva Orleans. ¿Por qué
se me ocurriría decírselo? Cometí una imprudencia, me dejé arrastrar por mi
gratitud y mi temor.
-No
te culpes por ello -dijo Rowan.
-Hemos
cuadruplicado el número de guardias en Nueva Orleans -dijo Michael-. Su actitud
relajada no se había modificado-. Dejemos el tema de Ashlar y Samuel, y
hablemos de nuevo sobre Talamasca. Nosotros ya habíamos empezado a
confeccionar una lista de los miembros más antiguos de Londres, los que merecen
más confianza y que posiblemente se habían olido algo raro.
Yuri
suspiró. Se hallaba junto a un taburete que había al lado de la ventana que
estaba tapizado con el mim0 satén reluciente
de las cortinas, de modo que apenas resultaba
visible.
Yuri
se sentó en el borde del taburete, se tapó la boca con las manos y suspiró de
nuevo. Estaba muy despeinado
-De
acuerdo -convino-. Talamasca, mi refugio, mi
vida. ¡Ah, Talamasca! -Empezó a contar con los dedos de la mano derecha-.
Tenemos a Milling, que está tan delicado que no se levanta de la cama. Es imposible
llegar a él. No quiero llamarlo y ponerlo nervioso. Luego está...
-Joan
Cross -dijo Michael, cogiendo una libreta de notas amarilla que había sobre la
mesita del café-. Si, Joan Cross. Tiene
setenta y cinco años, está inválida, condenada a permanecer en una silla de
ruedas. Declinó el cargo de Superior General debido a su avanzada artritis.
-Ni
el mismo diablo sería capaz de corromper a Joan Cross -dijo Yuri, hablando de
forma atropellada-. Pero Joan está demasiado inmersa en su trabajo. Se pasa
todo el día en los archivos. Si los miembros de la Orden se pasearan desnudos
por la casa, ni siquiera se daría cuenta.
-El
siguiente es Timothy Hollingshed -dijo Michael, repasando la lista.
-Sí,
pero no lo conozco bien. Creo que deberíamos elegir a Stuart Gordon. ¿He dicho
Stuart Gordon? Ya lo he nombrado antes, ¿verdad?
-No,
pero no importa-contestó Rowan .- ¿Por qué Stuart Gordon?
-Tiene
ochenta y siete años y todavía ejerce de profesor, al menos dentro de la Orden.
Su mejor amigo era Aaron. Estoy convencido de que Stuart Gordon lo sabe todo
acerca de las brujas Mayfair. Recuerdo que en cierta ocasión, creo que el año
pasado, comentó, como sin darle demasiada importancia, que Aaron había
permanecido demasiado tiempo junto a la familia. Os aseguro que nada ni nadie
sería capaz de corromper a Stuart Gordon. Podemos confiar totalmente en él.
-Espero
que logremos sonsacarle alguna información -contestó Rowan.
-Hay
todavía otro nombre en la lista -dijo Michael-. Antoinette Campbell.
-Es
joven, mucho más joven que los otros. No obstante, también estoy seguro de su
honestidad. Pero sigo creyendo que Stuart es nuestro hombre. Si existe alguien
en esa lista que sea uno de los Mayores -a los cuales no conocemos- seguro que
es Stuart Gordon.
-De
momento dejaremos a un lado el resto de los nombres. Es mejor no ponernos en
contacto con más de uno a la vez.
-¿Por
qué no llamas a Gordon ahora mismo? -preguntó Michael.
-Se
enterarán de que Yuri está vivo -terció Rowan-. Pero quizá resulte inevitable.
Rowan
observó a Yuri. Dado el estado en que éste se encontraba, no le creía capaz de
abordar una conversación telefónica tan delicada. Tenía la frente perlada de
sudor. Estaba temblando. Rowan le había dado ropa limpia, pero ya estaba
empapada en sudor.
-Sí,
es inevitable -dijo Yuri-, pero si no saben dónde estoy, no hay peligro. En
cinco minutos conseguiré sonsacarle más información a Stuart que a ningún otro
miembro, incluyendo a mi amigo Barón de Ámsterdam. Dejadme hacer esa llamada.
-Pero
no debemos olvidar -apuntó ahora Rowan- que puede estar implicado en la
conspiración. Quizá se halle implicada toda la Orden; o todos los Mayores.
-Stuart
se dejaría matar antes que perjudicar a Talamasca. Tiene un par de brillantes
novicios que pueden ayudarnos. Uno se llama Tommy Monohan y es una especie de
genio de los ordenadores; podría sernos muy útil en nuestra investigación. El
otro, un joven rubio y guapito, tiene un nombre muy extraño, algo así como
Marklin, sí, Marklin George. Pero debe ser Stuart quien juzgue la situación.
-Y no
debemos confiar en Stuart hasta estar seguros de poder hacerlo.
-¿Pero
como lo sabremos? -le preguntó Yuri, dirigiéndose a Rowan.
-Existen
diversos medios -respondió ella-. En primer lugar, no debes llamar desde aquí.
Y cuando lo hagas, dile solo ciertas cosas. No puedes revelárselo todo por más
que confíes en él.
-Le
diré lo que tú me ordenes. Pero ten en cuenta le es posible que Stuart se
niegue a hablar conmigo. Quizá ninguno de ellos quiera hablar
conmigo. A fin de cuentas, estoy excomulgado. A menos, claro está, que invoque
mi amistad con Aaron. Eso lo ablandará. Stuart quería mucho a Aaron.
-De acuerdo la llamada es un paso crucial
-dijo, Michael-, en eso coincidimos. En cuanto a la casa matriz,
¿podrías dibujar un plano o describirla para que yo lo haga? ¿Que te
parece?
-Una
excelente idea -observó Rowan-. Dibuja un plano. Muéstranos la
ubicación de los archivos, las cajas fuertes, las salidas, todo.
Yuri
se levantó de repente, como si alguien le hubiera propinado un empujón.
-¿Dónde
hay papel? -preguntó, mirando a su al rededor-. ¿Dónde hay un lápiz?
Michael
cogió el teléfono y habló con el conserje.
-Te
proporcionaremos lo que necesites -le dijo Rowan a Yuri, cogiéndole las manos,
que estaban húmedas y temblorosas. Yuri
rehuyó la mirada de Rowan y clavó sus negros ojos en un objeto que había
detrás de ella-. Relájate -le aconsejó Rowan, apretándole las manos para
tranquilizarlo mientras se acercaba más a él para obligarlo a que la mirase a
los ojos.
-Trato
de comportarme de forma racional, Rowan -respondió Yuri-. Créeme Pero temo
por... Mona. Cometí un grave error, lo reconozco. Pero era la primera vez que
me encontraba ante unos seres semejantes.
Jamás vi a Lasher, no estuve presente cuando le contó su historia a Michael y a
Aaron. No llegué a verlo. Pero he visto a esos dos, y no precisamente envueltos
en un halo de vapor. Eran tan reales como tú. Estaban en la misma habitación
que yo, a mi lado.
-Lo
sé -dijo Rowan-. Pero no tienes la culpa de lo que ha sucedido. No te reproches
el haberles hablado de la familia. Piensa en la Orden. ¿Qué puedes decirnos
sobre ella? ¿Qué sabes sobre el Superior General?
-Hay
algo que no me gusta. No me fío de él. Es nuevo. Si hubieras visto a ese ser,
Ash, no habrías dado crédito a tus ojos.
-¿Por
qué, Yuri? -preguntó Rowan.
-Olvidaba
que habías visto al otro, que lo conocías.
-Sí, en todos los aspectos. ¿Por qué crees que
éste es más viejo y que no está tratando de confundirte con sus formas amables?
-Por
su cabello. Tiene canas. Eso significa que es mayor. Resulta evidente. .
-Así
que tiene canas -repitió Rowan.
Eso
era una novedad. ¿Qué otros detalles les revelaría Yuri si seguían
interrogándolo? Rowan se llevó las manos a la cabeza con objeto de que Yuri le
indicase dónde estaban situadas las canas.
-En
las sienes, como la mayoría de los seres humanos. Samuel se alarmó en cuanto
vio sus canas. ¿Su rostro? Tiene el rostro de un hombre de treinta años. Nadie
conoce las expectativas de vida de esos seres, Rowan. Samuel describió a Lasher
como un recién nacido.
-Eso
es lo que era -contestó Rowan.
De
pronto se dio cuenta de que Michael la observaba. Se había levantado y se
hallaba junto a la puerta, con los brazos cruzados.
Rowan
se volvió hacia él, borrando todo recuerdo de Lasher de su pensamiento.
-Nadie
puede ayudarnos en esto, ¿verdad? -preguntó Michael, dirigiéndose a Rowan.
-Nadie
-respondió ella-. ¿Acaso no lo sabías?
Michael
no respondió, pero ella sabía lo que estaba pensando. Era como si deseara que
lo supiese. Michael pensaba que Yuri se estaba viniendo abajo. Era preciso
protegerlo. Contaba con Yuri para todo, para ayudarlos y guiarlos.
En
aquel momento sonó el timbre de la puerta. Michael sacó unos billetes del
bolsillo y se dispuso a abrir.
Resultaba
fantástico, pensó Rowan, que Michael recordara incluso esos pequeños detalles.
Pero ella tenía que dominarse. Debía dejar de pensar en los dedos de Lasher
clavándose en sus brazos. De pronto se estremeció y de forma involuntaria se
acarició el lugar donde él la había lastimado en repetidas ocasiones. «Sigue
el consejo que das a tus pacientes, doctora. Procura calmarte. »
-Bien,
Yuri, siéntate y dibuja el plano -dijo Michael, entregándole un trozo de papel
y algunos lápices.
-¿Y
si Stuart no sabe que Aaron ha muerto? -preguntó Yuri-. No quiero ser yo quien
le comunique su muerte. Pero supongo que lo saben. ¿Tú crees que lo saben,
Rowan?
-Presta
más atención -replicó Rowan con suavidad-. Ya te lo he explicado antes. La
oficina de Ryan no se puso en contacto con Talamasca. Insistí en que no les
dieran todavía la noticia. Necesitaba tiempo. Ahora podemos aprovechar su
ignorancia en nuestro propio beneficio. Debemos planear bien esta llamada telefónica.
-En
la otra habitación hay una mesa más grande que esta mesita Luis XV, la cual
seguramente se vendrá abajo si tratamos de utilizarla-dijo Michael.
Rowan
sonrió. Michael decía que le encantaban los muebles franceses, pero los objetos
que contenía aquella habitación mostraban un aspecto tan frágil como el de las
bailarinas. Los destellos de las molduras doradas se reflejaban sobre las
paredes como luces de neón. Rowan había visto muchas habitaciones de hotel. En
cuanto llegaba, lo primero que hacía era preguntar dónde estaban las puertas,
los teléfonos, si el baño disponía de una ventana por la que saltar en caso de
incendio.
De
pronto percibió de nuevo las garras de Lasher lastimándola en el brazo, e hizo
una mueca de dolor. Michael seguía observándola fijamente.
Yuri
estaba distraído. No la había visto cerrar los ojos, en un esfuerzo por
recobrar el aliento.
-Estoy
seguro de que lo saben -dijo Yuri-. Sus agentes habrán leído la noticia en los
periódicos de Nueva Orleans. Les habrá llamado la atención el apellido
Mayfair. Habrán recibido los recortes de prensa. No se les escapa nada. Lo
saben absolutamente todo. Toda mi vida está contenida en sus archivos.
-Razón
de más para ponernos de inmediato manos a la obra-indicó Michael.
Rowan
permaneció inmóvil. «Ha desaparecido -se dijo-, está muerto. Ya no puede
lastimarte. Viste sus restos, los viste cubiertos de tierra cuando colocaste a
Emaleth en la fosa junto a él. » Rowan cruzó los brazos y se frotó los codos.
Michael le estaba hablando, pero ella no le oyó.
Al
cabo de unos instantes miró a Michael y dijo: -Debo ver a ese Taltos. Si
existe, quiero verlo con mis propios ojos.
-Es
demasiado peligroso -objetó Yuri.
-No.
Tengo un pequeño plan. Quizá no sea muy eficaz, pero no deja de
ser un plan. ¿Dices que Stuart Gordon era amigo de Aaron?
-Así
es. Trabajaron juntos durante varios años. ¿Quieres que se lo contemos todo a
Stuart? ¿Crees queAsh ha dicho la verdad?
-Dijiste
que Aaron no conocía la palabra «Taltos» hasta que la oyó de boca de Lasher,
¿no es cierto?
-Sí
-respondió Michael.
-No
se te ocurra ponerte en contacto con esos dos. ¡Es una locura! -exclamó Yuri.
-El
dibujo puede esperar, Michael -dijo Rowan-. Debo llamar al Claridge's.
-¡No
lo hagas! -protestó Yuri.
-No
soy estúpida -contestó Rowan sonriendo-. ¿Con qué nombre están inscritos esos
extraños personajes?
-No
lo sé.
-Descríbelos
-dijo Michael-. Da el nombre de Samuel. Yuri dijo que todos lo conocían, que lo
trataban como si fuera Papá Noel. Cuanto antes hagas esa llamada, mejor. Quizá
se hayan marchado ya.
-Aaron
no sabía lo que era un Taltos, no había leído nada sobre...
-Así
es -respondió Yuri-. ¿En qué piensas, Rowan?
-Primero
haré mi llamada -contestó Rowan-, y luego llamarás tú. Vámonos.
-¿No
quieres decirme lo que te propones? -preguntó Michael.
-Confío
en poder localizar a esos dos. Si nuestro plan fracasa y no conseguimos dar con
ellos, habremos regresado al punto de partida. Anda, vámonos.
-¿No
queréis que dibuje el plano del que habíamos hablado? -preguntó Yuri.
-No,
coge la chaqueta y vámonos -contestó Michael.
Pero
Yuri no se movió. Mostraba un aire desvalido y confundido. Michael cogió la
chaqueta que colgaba de una silla y se la echó a Yuri sobre los hombros. Luego
miró a Rowan.
Rowan
sintió que el corazón le latía con fuerza. ¡Taltos! Tenía que hacer esa
llamada.
12
Marklin jamás había visto
tan alterados a los miembros de la Orden. Aquello ponía a prueba su talento
para fingir que no estaba enterado de nada. La sala de reuniones aparecía
atestada de personas que no cesaban de vociferar. Nadie se fijó en él cuando
pasó por el pasillo. El ruido era ensordecedor y retumbaba bajo los techos
abovedados. Con todo, Marklin se alegraba de aquel tumulto. De ese modo, nadie
se preocuparía por la actitud de un novicio, lo que hacía o a dónde iba.
No le
habían despertado para informarle de lo que pasaba. Se había enterado al abrir
la puerta de su habitación y ver a varios miembros «patrullando» por el
pasillo. Tommy y él apenas habían tenido ocasión de intercambiar unas breves
palabras.
Tommy
había llegado a Regent's Park y había conseguido desconectar la interceptación
del fax. Toda prueba física de las falsas comunicaciones sería destruida.
Y a
todo esto, ¿dónde estaba Stuart? No se encontraba en la biblioteca ni en el
salón ni en la capilla rezando por el alma de su querido Aaron, ni tampoco en
la sala de reuniones.
Stuart no sucumbirá bajo esta presión, pensó
Marklin. Y si había desaparecido, si se había marchado para estar con Tessa...
Pero no, era imposible que hubiera huido. Stuart volvía a estar de su lado. Era
su líder, eran tres contra el resto del mundo.
El
enorme reloj del vestíbulo dio las once. La faz de la luna de bronce sonreía
sobre los números barrocos. Resultaba imposible oír las campanadas en medio de
aquella barahúnda. ¿Cuándo comenzarían las deliberaciones formales?
Marklin
dudó sobre la conveniencia de subir a la habitación de Stuart. Sin embargo, era
algo completamente natural. Al fin y al cabo, Stuart era su tutor dentro de
la Orden. ¿Qué tenía de particular que él fuera a su habitación? ¿Y si Stuart
se dejaba vencer de nuevo por el temor y empezaba a cuestionar todas sus decisiones?
¿Y si se volvía de nuevo contra Marklin, como había hecho en Wearyall Hill, y
éste no contaba con la ayuda de Tommy para resolver el problema?
Acababa
de suceder algo importante. Marklin lo comprendió por el tono alterado de las
voces que sonaban en la sala de reuniones. Avanzó unos pasos, hasta
encontrarse ante la puerta del ala norte. Los miembros ocupaban sus asientos
alrededor de la gigantesca mesa de roble. Marklin se topó con Stuart de frente;
éste lo miró fijamente, como un ave de pico afilado, con sus ojillos azules y
redondos, vestido con su habitual ropaje sombrío, casi clerical.
Stuart
se hallaba junto al sillón vacante del Superior General, y apoyaba su mano en
el respaldo. Todos lo observaban. De modo que lo habían designado para
sustituir a Marcus.
Marklin
se tapó la boca con la mano y tosió ligeramente para disimular una imprudente
pero inevitable sonrisa de triunfo. Demasiado perfecto, pensó, era como si los
poderes estuvieran de su parte. Al fin y al cabo, podrían haber nombrado a
Elvera, a Joan Cross o al viejo Whitfield. Pero habían elegido a Stuart.
¡Brillante! El mejor amigo de Aaron.
-Entrad
y tomad asiento -dijo Stuart. Marklin observó que estaba muy nervioso-. Debéis
disculparme -agregó, esbozando una sonrisa forzada.
«Dios
mío, va meter la pata», pensó Marklin.
-Aún
no me he recobrado de la impresión -continuó Stuart-. Como sabéis, he sido
designado para sustituir al anterior Superior General. En estos momentos
esperamos recibir una comunicación de los Mayores.
-¿Es
que aún no han contestado? -preguntó Elvera. Rodeada de sus compinches, había
sido la estrella durante toda la mañana: testigo del asesinato de Anton Marcus
y la única persona que había hablado con el misterioso individuo que había
penetrado en el edificio para, después de hacer unas curiosas preguntas a la
gente con la que se había topado, estrangular a Marcus de forma fría y
metódica.
-No,
todavía no han contestado, Elvera -respondió Stuart con paciencia-. Sentaos
para que podamos comenzar la reunión.
Al
fin los asistentes guardaron silencio. Los rostros que rodeaban la gigantesca
mesa expresaban curiosidad. Dora Fairchild había estado llorando, al igual que
Manfield Cotter y otros miembros a los que Marklin ni siquiera conocía. Todos
ellos eran amigos de Aaron Lightner o, para ser más precisos, lo veneraban.
Nadie
había conocido realmente a Marcus. Su muerte les había causado una profunda
impresión, desde luego, pero todos ellos estaban acostumbrados al dolor.
-¿Ha
contestado la familia Mayfair? -preguntó alguien a Stuart-. ¿Tenemos más datos
sobre la muerte de Aaron?
-Un
poco de paciencia, por favor. Os informaré de las últimas noticias en cuanto
las reciba. Lo único que sabemos con certeza es que ha sucedido algo terrible
en esta casa. Han irrumpido unos intrusos. Probablemente se han producido
otros fallos en el sistema de seguridad. No sabemos si todos esos hechos están
relacionados.
-¡Ese
hombre me preguntó si sabía que Aaron había muerto! -dijo Elvera, alzando la
voz de forma desconcertada-. Entró en mi habitación y empezó a hablar sobre
Aaron.
-Por
supuesto que están relacionados -intervino Joan Cross. Joan llevaba un año
sentada en una silla de ruedas; tenía un aspecto muy frágil, su cabello blanco
empezaba a escasear, pero su voz mantenía el tono impaciente y dominante de
siempre-. Stuart, la cuestión prioritaria ahora es averiguar la identidad del
asesino. Las autoridades nos han dicho que no han podido descubrir sus
huellas. Pero nosotros sabemos que ese hombre puede estar relacionado con la
familia Mayfair. Las autoridades, en cambio, no lo saben.
-Sí...
todo parece indicar que esos hechos están relacionados -balbuceó Stuart-. Pero
no sabemos nada más. Eso es a lo que me refería.
De
golpe clavó su profunda mirada en Marklin, que se hallaba sentado a un extremo
de la mesa, y lo observó con calma.
-A
decir verdad, caballeros -dijo Stuart, apartando los ojos de Marklin y mirando
a los otros miembros-, no soy la persona adecuada para sustituir a Anton.
Creo... creo que debo pasar el cetro a Joan, si la asamblea lo aprueba. ¡Yo no
puedo continuar!
¡Cómo
había sido capaz de hacerles aquello!, se dijo Marklin, tratando de ocultar su
disgusto del mismo modo en que pocos minutos antes había intentado disimular
su sonrisa triunfal. Gozaba de una posición privilegiada, pensó con amargura,
pero tenía miedo. Se había acobardado justamente cuando se le necesitaba para
bloquear la comunicación que podía acelerar los acontecimientos. Era un
imbécil.
-No
tengo más remedio que renunciar al cargo -dijo Stuart, alzando la voz como si
se dirigiera exclusivamente a su novicio-. Caballeros, me siento... demasiado
disgustado por la muerte de Aaron para seros de utilidad.
Una
afirmación muy sabia e interesante, pensó Marklin. Stuart les había dicho que
si tenían algún secreto debían protegerse de las personas con poderes extrasensoriales
pensando en algo que se aproximara a la verdad.
Stuart
se levantó y cedió el sillón a Joan Cross. La mayoría de los presentes
expresaron su aprobación. Incluso Elvera asintió complacida. El joven
Crawford, uno de los alumnos de Joan, condujo la silla de ruedas de ésta hasta
la cabeza de la mesa. Stuart retrocedió hacia la pared, como si se dispusiera
a abandonar la sala con disimulo.
«No
escaparás sin mí», pensó Marklin. Pero ¿cómo podía marcharse sin llamar la
atención? De todos modos, estaba decidido a impedir que Stuart huyera al lugar
secreto donde mantenía oculta a Tessa.
De
nuevo se alzaron unas voces de protesta. Uno de los miembros más ancianos se
quejó de que, dadas las circunstancias, los Mayores debían identificarse. Otro
le ordenó que guardara silencio, que no volviera a mencionar ese tema.
¡Stuart
había desaparecido! Marklin se levantó rápidamente y salió por la puerta del
ala norte. Al salir vio cómo Stuart, que se hallaba a varios metros de distancia,
se dirigía hacia el despacho del Superior General. Marklin no se atrevió a
llamarlo, pues lo acompañaban dos jóvenes miembros de la Orden, Ansling y
Perry, ayudantes administrativos. Ambos habían representado un peligro para la
operación desde el principio, aunque ninguno era tan
avispado como para darse cuenta de lo que sucedía.
De
pronto el trío desapareció a través de la puerta de doble hoja, y ésta se cerró
tras ellos. Marklin se quedó solo en el vestíbulo desierto.
Al
cabo de unos minutos oyó el sonido del martillo del presidente de la asamblea
al golpear la mesa. Marklin dirigió la vista hacia la puerta del despacho.
Pero ¿con qué pretexto podía entrar? ¿Para ofrecer su ayuda, sus condolencias?
Todos sabían que adoraba a Stuart. En otras circunstancias habría estado
dispuesto a... No debía pensar en ello, no en aquel lugar, entre esos muros.
Marklin
miró su reloj. ¿Qué estaban haciendo? Si Stuart había renunciado al cargo, ¿qué
hacía en ese despacho? Quizás en esos momentos acababa de llegar un fax de los
Mayores. Tommy había tenido tiempo de detener la interceptación. O quizá fuera
el mismo Tommy quien había escrito el mensaje que acababan de recibir.
Marklin
no podía contener su impaciencia. Sin pensárselo dos veces llamó a la puerta y
entró sin esperar a que lo invitasen a hacerlo.
Los
dos jóvenes se hallaban solos en el despacho. Perry, sentado ante la mesa de
Marcus, hablaba por teléfono, y Ansling, de pie junto a él, trataba de seguir
la conversación telefónica. El fax estaba inactivo. La puerta que comunicaba
con el dormitorio de Marcus permanecía cerrada.
-¿Dónde
está Stuart? -preguntó Marklin en voz alta y enérgica, aunque ambos hombres le
indicaron que guardara silencio.
-¿Dónde te encuentras en estos momentos, Yuri?
-preguntó Perry, que era quien hablaba por teléfono.
¡Yuri!
-No
deberías estar aquí -dijo Ansling-. Todo el mundo debería estar en la sala de
reuniones.
-Sí,
sí, de acuerdo... -respondió Perry en tono conciliador, como si tratara de
calmar a su interlocutor.
-¿Dónde
se encuentra Stuart? -repitió Marklin.
-No puedo decírtelo.
-¡Te
obligaré a hacerlo! -insistió Marklin.
-Perry
está hablando con Yuri Stefano -dijo Ansling, tratando de responder con
evasivas mirando con ansiedad a Perry y a Marklin-. Stuart ha ido a encontrarse
con él. Yuri le dijo que fuera solo.
-¿Adónde?
¿Por dónde salió?
-Supongo
que por la escalera privada del Superior General -respondió Ansling-. ¿Cómo
quieres que lo sepa?
-¡Callad
de una vez! -dijo Perry-. ¡Ha colgado! -exclamó, soltando bruscamente el
auricular-. Sal de aquí, Marklin.
-No
me hables en ese tono, imbécil -protestó Marklin, furioso-. Stuart es mi tutor.
¿Dónde está esa escalera privada?
Acto
seguido entró en el dormitorio de Marcus, haciendo caso omiso de las protestas
de ambos jóvenes, y al descubrir una puerta disimulada entre los paneles de
la pared, la empujó y ésta cedió de inmediato. Era la puerta que daba acceso a
la escalera privada. ¡Maldita sea!
-¿Adónde
se ha dirigido Stuart para encontrarse con Yuri? -le preguntó Marklin a
Ansling, quien acababa de entrar en el dormitorio.
-Aléjate
de esa puerta -dijo Perry-. Sal de esta habitación ahora mismo. No tienes
ningún derecho a estar en el dormitorio del Superior General.
-¿Qué
te pasa, Marklin? -le preguntó Ansling-. Sólo falta que uno de nosotros se
subleve. Regresa a la sala de reuniones.
-Te
he hecho una pregunta. Quiero saber adónde ha ido mi tutor.
-No
nos lo comunicó, y si no hubieras metido las narices donde no debías,
seguramente me lo habría dicho Yuri Stefano.
Marklin
observó a los dos jóvenes, que sin duda estaban asustados y enojados. «Idiotas
-pensó-. Espero que os echen la culpa de todo. Ojalá os expulsen.» Luego dio
media vuelta y empezó a descender la misteriosa escalera.
Tras
recorrer un pasadizo largo y estrecho, Marklin dobló una esquina y llegó a una
pequeña puerta que daba acceso al jardín, tal como él había supuesto. No se
había fijado nunca en esa puerta. Un pequeño camino enlosado atravesaba el
césped en dirección al garaje.
Marklin
echó a correr, aunque sabía que era inútil. Cuando llegó al garaje, el empleado
se levantó apresuradamente y dijo:
-No
puede salir nadie hasta que finalice la reunión, señor.
-¿Has
visto a Stuart Gordon? ¿Cogió un coche de la casa?
-No,
señor, cogió el suyo propio. Pero me ordenó que no dejara salir a nadie sin
autorización expresa.
-¡Me
da lo mismo! -le espetó Marklin furioso. De esta forma, se dirigió a su Rolls y
cerró la portezuela ante las narices del empleado del garaje, el cual le había
seguido protestando. Antes de llegar a la verja, el automóvil ya había
alcanzado los cincuenta kilómetros por hora.
Al
llegar a la autopista Marklin aceleró hasta que el cuentakilómetros marcó los
ciento treinta kilómetros por hora. Pero Stuart se había esfumado, y Marklin no
sabía si éste había cogido la autopista o si había ido a reunirse con Tessa o
con Yuri. Y, puesto que no tenía idea de dónde se hallaban Tessa o Yuri,
comprendió de repente cuán absurda resultaba aquella búsqueda.
-Tommy,
te necesito -dijo Marklin en voz alta.
Luego
descolgó el teléfono y marcó con el pulgar el número del lugar secreto en
Regent's Park.
Nadie
contestó.
Quizá
Tommy hubiera desconectado el equipo. Marklin colgó bruscamente. Debía prestar
atención a la carretera. Pisó el acelerador a fondo y rebasó a un camión que
circulaba delante de él, obligando al Rolls a alcanzar su velocidad máxima.
13
Se
instalaron en un apartamento de Belgravia, no lejos del palacio de Buckingham,
que se encontraba equipado con todo lo necesario. Estaba decorado con muebles
georgianos, mármoles blancos y suaves colores de tonalidades melocotón, limón y
marfil. Una legión de expertos secretarios y secretarias habían sido
contratados para cumplir sus órdenes; hombres y mujeres de aspecto eficiente
que de inmediato se dispusieron a preparar el fax, el ordenador y los
teléfonos.
Tras
ocuparse de que acostaran en el dormitorio más grande a Samuel, que estaba casi
incosciente, tomó posesión del despacho, sentándose ante la mesa para leer los
periódicos y asimilar la mayor cantidad posible de información sobre la
historia del asesinato cometido en las afueras de Londres. La víctima era un
hombre que había sido estrangulado por un misterioso intruso de manos
gigantesca.
Los
artículos no mencionaban su estatura. ¡Qué curioso! ¿Acaso habían decidido los
de Talamasca ocultar ese dato? ¿Con qué motivo?
"Yuri
ya habrá leído la noticia -pensó-, suponiendo que se haya recuperado."
Pero
¿cómo podía saber en qué estado se encontraba Yuri?
Al
cabo de unos minutos empezaron a llegar mensajes de Nueva York.
Si,
tenía que atender esos asuntos. No podía pretneder que la compañía siguiera
suncionando, ni siquiera un día más, sin él.
La
joven Leslie, que parecía no tener necesidad de dormir nunca, presentaba un
aspecto radiante mientrras se ocupaba de ordenar los mensajes de fax que le iba
entregando un joven secretario.
-Las
líneas ya están conectadas, señor. -dijo Leslie-. ¿Desea algo más?
-Querida
-respondió Ash-, dile al cocinero que prepare un buen asado para Samuel. CUando
se despierte estará hambriento y con un humor de perros.
Mientras
hablaba con Leslie, Ahs utilizó la línea directa para llamar a Remmick, a Nueva
York.
-Encárgate
de que mi coche y el chófer estén siempre dispuestos cuando yo los necesite.
Llena el frigorífico con leche fresca y los mejores quesos cremosos que
encuentres, como brie y camembert. Envía a alguien a por ello. A ti te necesito
aquí. Avísame de inmediato si llaman de Claridge's con un recado para mí, y si
no dicen nada, llámalos tú cada hora para averiguar si han recibido algún
mensaje, ¿de acuerdo?
-Si,
señor Ash -respondió Leslie, tomando nota de cuanto éste le decía en un bloc
que sostenía a pocos centímetros de sus ojos.
Acto
seguido, la joven desapareció.
Sin
embargo, cada vez que Ash levantaba la vista la veía yendo de acá para allá con
una energía envidiable.
Eran
las tres de la tarde cuando Leslie se acercó a la mesa de Ash, sonriente y con
el entusiasmo propio de una colegiala.
-Tiene
una llamada del Claridge's, señor. Línea dos.
-Discúlpame
-contestó Ash, complacido de ver que la joven se retiraba con discreción y
rapidez.
Ash
descolgó el teléfono y dijo:
-Ashlar
al habla, ¿es el Claridge's?
-No,
soy Rowan Mayfair. El hotel me facilitó su número hace cinco minutos. Me
dijeron que se había marchada esta misma mañana. Yuri está conmigo. Teme su
reacción, pero deseo hablar con usted. Tengo que vele. ¿Sabe quién soy?
- Por
supuesto, Rowan Mayfair -respondió él con suavidad-. ¿Dónde podemos
encontrarnos? ¿Le ha ocurrido algo a Yuri?
-Primero
dígame por qué está dispuesto a encontrarse conmigo. ¿Qué es lo que quiere?
-Talamasca
está llena de traidores -contestó Ash-. Anoche asesiné a su Superior General.
-Rowan guardó silencio-. Ese hombre formaba parte de una conspiración que está
relacionada con la familia Mayfair. Deseo restaurar el orden en Talamasca para
que ésta sig siendo la organización que siempre ha sido, y porque una vez me
comprometí a protegerla por siempre. ¿Sabe usted que Turi corre un grave
peligro? ¿Que esa conspiración a la que me he referido supone una amenaza
contra su vida?
Silencio
en el otro extremo de la línea.
-¿Sigue
usted ahí? -preguntó Ash.
-Si.
Estaba pensando en el sonido de su voz.
-El
Taltos que usted engendró murió cuando todavía era un recién nacido. Su alma no
había alcanzado la paz antes de nacer. No puede pensar en mí en eos términos,
Rowan, aunque mi voz le recuerde a él.
-¿Cómo
asesinó al Superior General?
-Lo
estrangulé. Procuré que no sufriera. Lo maté por un motivo muy concreto. Deseo
poner al descubierto la conspiración de la Orden a fin de que todos, culpables
e inocentes, conozcan lo sucedido. Sin embargo, no creo que toda la
Orden se encuentre implicada en ello, sino sólo unos pocos miembros. -Silencio- . Permítame reunirme con usted.
Si lo desea, acudiré solo. Podemos encontrarnos en un lugar concurrido. Quizá
sepa que este número de teléfono pertenece a Belgravia. Dígame dónde se
encuentra.
-Yuri
ha quedado en reunirse con un miembro de Talamasca. No puedo abandonarlo en
estos momentos.
-Tengo
que saber dónde va a celebrarse esa reunión -dijo Ash, levantándose
apresuradamente y haciéndole una señal al joven secretario, que estaba junto a
la puerta. Necesito a mi chófer de inmediato -murmuró Ash para sí mismo. Luego
dijo a través del auricular-: Rowan, esta reunión podría ser muy peligrosa
para Yuri. Temo que cometa un grave error.
-El
otro hombre acudirá solo -le contestó Rowan-. Nosotros lo veremos antes que él
a nosotros. Se llama Stuart Gordon. ¿Le suena ese nombre?
-Lo
he oído. Sólo sé que se trata de un anciano.
Se
produjo un silencio, y al cabo de unos instantes, Rowan preguntó:
-¿Sabe
acaso si está enterado de que usted existe?
-No
-contestó Ash-. Stuart Gordon y los otros miembros de Talamasca visitan de vez
en cuando el valle de Donnelaith. Pero no me han visto nunca; ni allí ni en
ninguna parte. Jamás me han visto.
-¿Donnelaith?
¿Está seguro de que se trataba de Gordon?
-Completamente
seguro. Gordon aparecía por allí con frecuencia. Me lo dijeron los seres
diminutos. Por las noches, se dedicaban a robar las mochilas y otros objetos de
los miembros de Talamasca. Conozco el nombre de Stuart Gordon. Los seres
diminutos no se dedican a matar a los miembros de la Orden; eso les causaría
demasiados problemas. Tampoco asesinan a las gentes del campo. Sólo matan a los
que aparecen armados con prismáticos y rifles. Me mantienen informado sobre
las personas que acuden al valle.
De
nuevo se produjo el silencio.
-Le
ruego que confíe en mí -dijo Ash-. El hombre que maté, Anton Marcus, era
corrupto y perverso. No suelo hacer esas cosas de forma impulsiva. Le doy mi
palabra de que no represento ningún peligro para usted, Rowan Mayfair. Tengo
que hablar con usted. Si no me permite...
-¿Conoce
la esquina de la calle Brook con Spelling?
-Sí
-contestó Ash-. ¿Está usted usted allí?
-Más
o menos. Diríjase a la librería que hay en la esquina. Me reuniré con usted allí.
Apresúrese. Stuart Gordon no tardará en llegar.
Tras
esas palabras, Rowan colgó.
Ash
bajó corriendo los dos tramos de escalera seguido por Leslie, que le formulaba
las preguntas de rigor: ¿Deseaba que le siguieran los guardaespaldas? ¿Quería
que ella le acompañara?
-No,
querida, tú quédate aquí -contestó Ash-. Llévame hasta la calle Brook, a la
altura de Spelling, cerca del Claridge's -le indicó al chófer-. No me sigas,
Leslie -añadió, acomodándose en la parte trasera del coche.
Ash
dudó en especificarle al chófer que lo dejara en la misma esquina. Temía que
Rowan Mayfair viera el coche y memorizara la matrícula, suponiendo que ese
trámite fuera necesario en el caso de una limusina Rolls Royce. Pero ¿por qué
había de preocuparse? ¿Qué podía temer de Rowan Mayfair? ¿Qué ganaría ella
lastimándolo?
Ash
tuvo la impresión de que se le había pasado por alto un detalle muy importante,
una probabilidad que sólo al cabo de un cierto tiempo, y tras darle muchas
vueltas, conseguiría descifrar.
Esos pensamientos le producían
dolor de cabeza. Estaba impaciente por reunirse con su bruja. Tan impaciente
como un niño.
La
limusina avanzó veloz a través del denso tráfico de Londres, y alcanzó su
destino, la confluencia de dos concurridas calles comerciales, en menos de doce
minutos.
-No
te alejes demasiado -le indicó Ash al chófer-. Estate atento y acude en cuanto
te llame. ¿Has comprendido?
-Sí,
señor Ash.
La
esquina de Brook con Spelling estaba presidida por un sinfín de elegantes
tiendas. Ash se apeó del coche, estiró las piernas un momento y echó a andar
lentamente hacia el extremo de la esquina, observando a los transeúntes e
ignorando a quienes lo miraban con curiosidad y hacían en voz alta comentarios
graciosos sobre su estatura.
Al
cabo de unos minutos Ash vio frente a él la librería que le había indicado
Rowan. La fachada, muy elegante, exhibía una vitrina enmarcada en madera y
unos adornos de bronce. La puerta estaba abierta, pero no había nadie junto a
ella.
Ash
atravesó la calle, caminando en sentido contrario al del tráfico y
enfureciendo por ello a un par de conductores, y consiguió alcanzar la esquina
ileso.
Dentro
de la librería había un pequeño grupo de gente. Nadie tenía aspecto de bruja.
Pero Rowan le había asegurado que se reuniría con él allí.
Ash
se volvió. Su chófer permanecía impertérrito en el lugar donde habían quedado,
pese al endiablado tráfico que circulaba por aquella zona, mostrando la
arrogancia propia de un chófer que conduce una impresionante limusina.
Perfecto.
Ash
echó un rápido vistazo a las tiendas de la calle Brook, a su izquierda, y
luego, frente a él, a los comercios y los viandantes que circulaban por la
calle Spelling.
Entonces
avistó a un hombre y a una mujer que se hallaban frente al escaparate de una
boutique. Estaba convencido de que se trataba de Michael Curry y Rowan
Mayfair.
Su
corazón empezó a latir aceleradamente. ¡Ambos eran brujos!
Lo
estaban observando con ojos de brujos, mientras sus cuerpos emanaban aquel
leve resplandor que, según Ash, poseían todos los de su especie.
Ash
se preguntó en qué consistía ese resplandor. Si los tocaba, ¿tendrían un tacto
más cálido que el de otros seres humanos? ¿Y si aplicaba el oído a sus cabezas,
percibiría acaso un tenue sonido orgánico que no podía detectar en otros mamíferos
o seres que no eran brujos? De vez en cuando, en raras ocasiones, había
percibido ese leve y suave murmullo a través del cuerpo de un perro vivo.
Hacía
mucho tiempo que Ash no veía a unos brujos tan poderosos, y jamás había
conocido a ningún brujo o bruja que poseyera más poder que ellos. Permaneció
inmóvil, tratando de rehuir su penetrante mirada. No resultaba fácil. Ash se
preguntó si ellos podrían advertir sus esfuerzos, pese a que conservaba la
compostura.
El
hombre, Michael Curry, presentaba unos rasgos típicamente célticos. Parecía más
irlandés que norteamericano, con su cabello negro y rizado y sus intensos ojos
azules, su chaqueta deportiva de lana y los pantalones de franela. Era un
hombre corpulento, fuerte.
El
padre del Taltos y su asesino, frente a frente. Ash se estremeció. El padre...
y el asesino.
¿Y la
mujer?
Era
muy delgada y extraordinariamente hermosa, aunque poseía una belleza moderna.
Su pelo, brillante y peinado con sencillez, enmarcaba un semblante enjuto. Su
ropa deliberadamente ceñida, era también muy seductora y le confería un aire en
extremo sensual. Sus ojos eran infinitamente más peligrosos que los del hombre.
Poseía
la mirada de un hombre. Era como si una parte de su rostro le hubiera sido
arrebatado a un macho humano para colocarla sobre su suave, carnosa y femenina
boca. Ash había observado con frecuencia esa seriedad, esa agresividad, en las
mujeres modernas. Sólo que ésta era una bruja.
Ambos
lo miraban fijamente.
No se
dirigieron la palabra, ni se movieron. Pero estaban juntos, uno de ellos
ocultando parcialmente al otro. Ash no percibió su olor, pues el viento soplaba
en dirección opuesta, lo cual significaba que ellos sí debían percibir el olor
de él. .
Por
fin la mujer rompió el silencio, volviéndose hacia su compañero y murmurándole
unas palabras al oído, casi sin mover los labios. El hombre no contestó, sino
que siguió observando a Ash.
Ash
sintió que sus músculos se relajaban. Dejó caer los brazos a ambos lados del
cuerpo, un gesto que no solía hacer con frecuencia debido a la exagerada
longitud de sus brazos. Quería que vieran que no ocultaba nada. Luego dio media vuelta y retrocedió
por la calle Brook, despacio, dándoles la oportunidad de echar a correr si lo
deseaban, aunque confiaba en que no fuera así.
Al
llegar a la calle Spelling, se dirigió lentamente hacia ellos. Ambos
permanecieron inmóviles. De pronto un transeúnte chocó contra Ash y dejó caer
una bolsa llena de pequeños objetos, que se desparramaron por la acera.
«¡Qué
inoportuno!», pensó Ash, pero sonrió y apoyó una rodilla en el suelo para
ayudar a la pobre mujer a recoger las cosas que se le habían caído.
-Lo
siento mucho -dijo Ash. La anciana se rió y le respondió que era demasiado alto
para agacharse de aquella forma.
-Ha
sido culpa mía -insistió Ash.
Se
hallaba relativamente cerca de los brujos, quizá tanto como para que ellos lo
oyeran, pero no debía demostrar su temor.
La
anciana llevaba una gran bolsa de lona colgada del brazo. Después de recoger
todos los objetos que se encontraban diseminados por el suelo, Ash los depositó
en la bolsa. La anciana se alejó tras despedirse amablemente, mientras él
agitaba la mano de forma respetuosa y cordial.
Los
brujos no se habían movido. Ash estaba seguro de ello. Notaba que lo estaban
mirando. Sentía su poder en aquel leve resplandor que él percibía, producto
tal vez de una extraña energía. Lo separaban de ellos unos dos metros.
Ash
se volvió y los miró. Estaba de espaldas al tráfico, y pudo verlos claramente
frente al escaparate de la boutique. Ambos presentaban un aspecto feroz. La luz
que despedía Rowan se había convertido en un sutil resplandor. Ash percibió de
pronto su aroma, un aroma exangüe; una bruja que no podía parir. El olor del
hombre era más potente, y su rostro, más temible que el de su compañera,
expresaba recelo y rencor.
La
fría e implacable mirada de ambos le hizo estremecer. En fin, no podía caerle
simpático a todo el mundo, se dijo esbozando una pequeña sonrisa. Ni siquiera
a los brujos. Eso sería pedir demasiado. Lo importante era que no habían huido.
Ash
echó a andar de nuevo hacia ellos. Súbitamente Rowan hizo un gesto que le
sorprendió. Sosteniendo la mano junto a su pecho, señaló disimuladamente con el
índice hacia el otro lado de la calle.
Puede
que se tratara de un truco. «Quieren matarme», pensó Ash. En cierto modo, la
idea le divertía, aunque sólo en parte. Ash se volvió hacia donde señalaba
Rowan y vio una cafetería. En aquel momento salía de
ella el gitano acompañado por un hombre de edad avanzada. Yuri presentaba muy
mal aspecto, como si estuviera enfermo. Pese al aire fresco que soplaba, iba
vestido únicamente con unos viejos vaqueros y una camisa.
En
cuanto salió, Yuri se fijó en Ash. Al verlo plantado al otro lado de la calle,
lo miró enojado. «Pobre chico -pensó Ash-, está completamente loco.» Su
acompañante siguió hablando con Yuri, sin darse cuenta de que éste miraba a
Ash.
Ash
supuso que el hombre de edad avanzada era Stuart Gordon. Vestía con un traje
oscuro al estilo de Talamasca, chaleco a juego con la americana de solapas
estrechas y unos zapatos puntiagudos. Sí, debía tratarse de Stuart Gordon, o
bien de otro miembro de Talamasca. Tenía un aire inconfundible.
Gordon
estaba muy alterado y parecía intentar convencer a Yuri de algo. Ambos se
hallaban tan cerca uno del otro, que ese hombre hubiera podido matarlo de mil
formas distintas sin ninguna dificultad.
Ash
atravesó la calle, sorteando los coches y obligándolos a detenerse
bruscamente.
De
pronto Stuart Gordon se dio cuenta de que Yuri estaba distraído, y se enojó. En
el preciso momento en que se volvió para ver qué era lo que atraía la atención
de su pupilo, Ash se abalanzó sobre él y le agarró el brazo.
Era
evidente que Gordon lo había reconocido. «Sabe quién soy», pensó Ash,
sintiendo cierta lástima por él. Ese hombre, amigo de Aaron Lightner, era
culpable. Sí, no cabía la menor duda, el hombre lo había reconocido y lo miró
con una mezcla de horror y perplejidad. -Veo que me conoces -dijo Ash.
-Tú
mataste a nuestro Superior General -contestó el hombre, desesperado. La
perplejidad y el temor que sentía no se debían únicamente a lo que sucedió la
noche anterior. Aterrado, el hombre trató de librarse del brazo de Ash-. No
dejes que me lastime, Yuri -imploró a su pupilo.
-Embustero
-le espetó Ash-. Mírame. Sabes perfectamente quién soy. Me has reconocido. No
mientas, desgraciado.
Unos
transeúntes se detuvieron para presenciar el espectáculo, mientras que otros
curiosos ya habían formado un corro a su alrededor.
-¡Quítame
las manos de encima! -exclamó Stuart, rojo de ira.
-Eres
igual que el otro -replicó Ash-. ¿Fuiste tú quien mató a tu amigo Aaron
Lightner? ¿Qué piensas hacer con Yuri? Tú enviaste al hombre que disparó contra
él en el valle.
-Sólo
sé lo que me comunicaron esta mañana-protestó Stuart Gordon-. Suéltame.
-Voy
a matarte -respondió Ash.
Los
brujos se dirigieron hacia el grupo. Al volver la cabeza, Ash vio a Rowan
Mayfair. Michael Curry estaba junto a ella, mirándolo con los ojos llenos de
odio.
La
presencia de los brujos aumentó la angustia de Gordon.
Sin
soltar a Gordon, Ash se volvió e hizo un gesto con la mano para alertar a su
chófer, que se hallaba de pie en la esquina y había contemplado la escena. Al
advertir la señal de Ash, se subió apresuradamente en el coche y se dirigió
hacia ellos.
-¡Yuri,
no puedes dejar que me mate! -gritó Gordon, desesperado, fingiendo
indignación. «Una actuación brillante», pensó Ash.
-¿Mataste
tú a Aaron? -preguntó Yuri, fuera de sí, precipitándose sobre Gordon.
Rowan
trató de contenerlo, mientras Gordon se revolvía furioso, arañando la mano de
Ash para obligarle a soltarlo.
El
imponente Rolls Royce se detuvo junto a Ash. El chófer se apeó con rapidez y
preguntó: -¿Necesita ayuda, señor Ash?
-¿Señor
Ash? -repitió Gordon, el cual había desistido de su esfuerzo por escapar-.
¿Qué clase de nombre es ése?
-Ahí
viene un policía, señor -dijo el chófer-. ¿Quiere que lo avise?
-Por
favor, vayámonos de aquí-dijo Rowan Mayfair.
-Sí,
marchemos -contestó Ash, dirigiéndose hacia el coche y arrastrando a Gordon con
él.
Tan
pronto como el chófer abrió la puerta trasera del automóvil, Ash arrojó a
Gordon sobre el asiento. Luego se acomodó junto a él, empujándolo hacia el rincón.
Michael Curry ocupó el asiento delantero, junto al conductor, y Rowan se sentó
en el que había frente a Ash, provocando que éste se estremeciera al rozarle
las rodillas y sentir el tacto de su piel. Por último, Yuri se instaló junto a
Rowan y el coche partió veloz.
-¿Adónde
desea que lo lleve, señor? -preguntó el chófer.
El
panel de vidrio que separaba el asiento trasero del delantero descendió
suavemente, y Michael Curry se giró para mirar a Ash a los ojos.
«Qué
ojos tan terribles tienen esos brujos», pensó Ash, desesperado.
-Salgamos
de aquí -le dijo Ash al chófer. Gordon trató de alcanzar la manecilla de la
puerta. -Cierra las puertas -le ordenó Ash a su chófer. Pero en lugar de
esperar a oír el sonido del cierre electrónico, agarró el brazo derecho de
Gordon con su mano derecha.
-¡Suéltame,
cabrón! -gritó Gordon con tono autoritario.
-¿Vas
a decirme la verdad? -preguntó Ash-. Te mataré como maté a Marcus, tu secuaz.
¿Qué puedes alegar en tu defensa para impedir que lo haga?
-¿Cómo te atreves...? -empezó a decir Gordon
Stuart.
-Deja
ya de mentir -le espetó Rowan Mayfair-. Eres culpable, y no tramaste tú solo
este plan. Mírame. -¡No! -protestó Gordon-. Las brujas Mayfair -dijo con
amargura, escupiendo las palabras-. Y esa cosa... ese ser surgido de los
pantanos, ese Lasher, ¿acaso es vuestro vengador, vuestro Golem?
Gordon
sufría lo indecible. Su rostro estaba blanco como la cera. Pero no estaba
derrotado.
-De
acuerdo -dijo Ash suavemente-. Voy a matarte, y ninguna bruja logrará
detenerme.
-¡No
lo harás! -gritó Gordon, volviéndose hacia Ash y Rowan, con la cabeza apoyada
en el respaldo del asiento.
-¿Por
qué crees que no lo haré? -inquirió Ash.
-Porque
yo tengo a la hembra -murmuró Gordon. Se produjo un silencio.
Sólo
se percibían los sonidos del tráfico mientras el lujoso automóvil avanzaba
veloz y desafiante por la carretera.
Ash
miró a Rowan Mayfair y a Michael Curry, quien lo observaba desde el asiento
delantero. Luego miró a Yuri, sentado frente a él, el cual parecía incapaz
siquiera
de pensar o de decir algo. Por último, se volvió de nuevo hacia Gordon.
-La
hembra ha estado siempre en mi poder-dijo Gordon con voz débil, pero cargada de
ironía-. Lo hice por Tessa. Lo hice para llevarle un macho a Tessa. Ése era mi
propósito. Ahora suéltame, de lo contrario ninguno de vosotros verá jamás a
Tessa. En especial tú, Lasher o señor Ash, o como quiera que te llames. O quizá
me equivoque y poseas tu propio harén...
Ash
extendió las manos, separando los dedos para impresionar a Gordon, y luego las
apoyó sobre las rodillas.
Gordon
tenía los ojos enrojecidos y llorosos. Indignado, sacó un pañuelo enorme y
arrugado y se sonó su afilada nariz.
-No
-respondió Ash suavemente-. Creo que te mataré aquí mismo.
-¡No!
-soltó Gordon-. ¡jamás verás a Tessa! Ash se inclinó hacia él y dijo:
-Condúceme
hasta ella, rápido, o te estrangularé aquí mismo.
Gordon
guardó silencio durante unos instantes.
-Dile
a tu chófer que gire hacia el sur -dijo-. Que salga de Londres y se dirija a
Brighton. No vamos a Brighton, pero no te daré más detalles por el momento.
Tardaremos una hora y media en llegar.
-Entonces,
nos sobra tiempo para charlar -intervino Rowan, la bruja. Tenía una voz
profunda, casi ronca, y Ash percibió su resplandor en la penumbra del coche.
Bajo las solapas de seda negra de su escotada chaqueta, se insinuaban unos
pechos menudos pero perfectamente dibujados
-.
¿Cómo pudiste hacerlo? -preguntó, dirigiéndose a Gordon-. Me refiero, matar a
Aaron. Eres un hombre como Aaron, ¿no?
-Yo
no lo maté -contestó Gordon con amargura-. No quería que eso sucediera. Fue un
crimen estúpido y brutal. No pude impedirlo. Al igual que tampoco pude
impedir que intentasen matar a Yuri. No tuve nada que ver en ello, Yuri. Hace
un rato, en la cafetería, cuando te dije que temía por tu vida lo dije en
serio. Hay cosas que no puedo controlar.
-Cuéntanos
todo lo que sabes -ordenó Michael Curry, sin dejar de mirar a Ash-. Te advierto
que somos incapaces de contener a nuestro amigo cuando se enfurece. Y aunque
pudiéramos, no lo haríamos.
-No
os diré nada más -respondió Gordon.
-Eso
es una estupidez -dijo Rowan.
-Te
equivocas -replicó Gordon-. Es mi única baza. Si os cuento lo que sé antes de
que lleguemos al lugar donde está Tessa, os apoderaréis de ella y acabaréis
conmigo.
-Voy
a matarte de todos modos -dijo Ash-. Si hablas, comprarías unas horas más de
vida.
-No
te precipites. Puedo revelaros muchas cosas. Más de las que imagináis.
Necesitaréis más de unas horas para enteraros de todas ellas.
Ash
no contestó.
Gordon
se relajó y soltó un suspiro de alivio, observando detenidamente a sus
raptores, hasta detenerse en Ash. Éste se había desplazado hacia el rincón
opuesto. No deseaba estar cerca de ese ser humano perverso y corrupto al que
tenía que matar.
Ash
miró a sus dos brujos. Rowan Mayfair tenía las manos apoyadas en las rodillas,
al igual que Ash, e hizo un gesto con los dedos para indicarle que tuviera paciencia.
El
sonido de un encendedor sobresaltó a Ash.
-¿Le
importa que fume en su elegante automóvil, señor Ash? -preguntó Michael Curry,
inclinando la cabeza sobre el cigarrillo y la pequeña llama del encendedor.
-En
absoluto -respondió Ash, con una sonrisa amable.
Ante
su perplejidad, Michael Curry le devolvió la sonrisa.
-Hay
una botella de whisky en el coche -dijo Ash-. Y agua y hielo. ¿Les apetece una
copa?
-Sí
-contestó Michael Curry, exhalando una bocanada de humo-. Pero en aras de la
virtud, esperaré hasta las seis.
«Este
brujo puede ser el padre del Taltos -pensó Ash, estudiando el perfil de Michael
Curry-. Tiene unos rasgos ligeramente toscos pero bien
proporcionados. Su voz denota una curiosidad y una pasión que probablemente
aplique a todo cuanto hace. No hay más que ver con qué atención observa los
edificios que se alzan junto a la carretera. No pierde detalle. »
Rowan
Mayfair no apartaba su vista de Ash. Acababan de dejar atrás el núcleo urbano.
-Siga
por este camino hasta que le indique dónde debe doblar -le dijo Gordon al
chófer.
El
anciano volvió la cabeza como para verificar que habían tomado la dirección
adecuada, pero de repente apoyó la frente en la ventanilla y estalló en
sollozos.
Nadie
dijo una palabra. Ash miró a los brujos. Luego recordó la fotografía de la
joven pelirroja y miró a Yuri, que estaba sentado frente a él, junto a Rowan, y
comprobó que tenía los ojos cerrados. Yuri se. había acurrucado contra la pared
del coche, con la cabeza vuelta hacia la ventanilla, y lloraba en silencio.
Ash
se inclinó hacia delante y apoyó una mano en la rodilla de Yuri para
tranquilizarlo.
14
Era aproximadamente la
una de la tarde cuando Mona se despertó en el dormitorio del piso superior, el
que daba a la fachada. Al abrir los ojos contempló la encina que crecía junto a
la ventana. Sus ramas estaban repletas de pequeñas hojas que tras la lluvia
lucían un espléndido verdor.
-Te llaman por teléfono -dijo Eugenia.
Mona casi soltó: «¡Dios, me alegro de que
haya alguien aquí!» Pero no le gustaba reconocer ante nadie que la casa vacía
le había inspirado temor y que había tenido unos sueños muy inquietantes.
Eugenia observó de reojo la holgada camisa
blanca de algodón que Mona llevaba. «¿Qué tiene de particular?», pensó ésta.
Era una prenda para estar por casa. En el catálogo la describían como «la
camisa del poeta. »
-No deberías acostarte
con esa camisa tan bonita -le reprochó Eugenia-. ¡Fíjate cómo han quedado las
mangas y el encaje! Está completamente arrugada.
Mona sintió deseos de
enviar a Eugenia a hacer puñetas.
-No importa que se
arrugue -contestó secamente. Eugenia sostenía en una mano un apetecible vaso de
leche fría y en la otra un platito blanco con una manzana. -¿Quién ha tenido
ese detalle? -preguntó Mona-. ¿La madrastra perversa?.
Como es lógico, Eugenia no supo de qué estaba
hablando, pero daba lo mismo. Eugenia señaló de nuevo el teléfono.Cuando Mona
se disponía a descolgarlo, por un instante intentó evocar el sueño que había
tenido, pero comprobó que ya se había esfumado; era como si alguien le hubiera
arrancado un velo de la mente, y ahora sólo quedase una leve insinuación de su
textura y color, junto con la curiosa certeza de que debía imponerle a su hija
el nombre de Morrigan, un nombre que no había oído en su vida.
-Pero
¿y si es un niño? -se preguntó en voz alta. Luego descolgó el teléfono.
Era
Ryan. El funeral había concluido y los Mayfair acababan de llegar a casa de
Bea. Lily iba a quedarse con ella unos días, al igual que Shelby y tía Vivian.
Cecilia había ido al centro, a visitar a la anciana Evelyn, que ya se
encontraba muy recuperada.
-¿Serías
tan amable de ofrecerle tu hospitalidad a Mary Jane Mayfair por unas horas?
-preguntó Ryan-. No podré acompañarla a Fontevrault hasta mañana. Además,
convendría que os conocierais mejor. Naturalmente, está enamorada de la casa
de la calle Primera y desea hacerte mil preguntas.
-Puedes
traerla cuando quieras -respondió Mona. La leche estaba riquísima, muy fría,
lo cual la hacía menos empalagosa, que era lo que menos le gustaba de la
leche-. Estaré encantada de tener compañía. Tenías razón, esta casa es un poco
siniestra.
Mona
se arrepintió al instante de haber reconocido que a ella, Mona Mayfair, la
asustaba permanecer sola en aquella casa.
Ryan
hablaba de nuevo sobre el tema del deber y la organización, y le explicó que la
abuela Mayfair, que vivía en Fontevrault, era atendida por aquel chico de
Napoleonville, y que aquélla era una buena ocasión para convencer a Mary Jane
de que abandonara esa casa destartalada y se mudara a la ciudad.
-Esa
chica necesita una familia. Pero no necesita el dolor y la tristeza que nos
aflige en estos momentos. Su primera visita resultó, por razones obvias, un
desastre. Todavía está traumatizada por el accidente. Como sabes, presenció el
accidente que sufrió Aaron. Quiero sacarla de aquí...
-Lo
comprendo, pero eso hará que se sienta más unida a todos -respondió Mona,
encogiéndose de hombros. A continuación pegó un buen mordisco a la manzana.
Estaba hambrienta-. Ryan, ¿has oído alguna vez el nombre de Morrigan?
-No.
-¿No
ha existido nunca una Morrigan Mayfair?
-Que
yo recuerde, no. Creo que es un antiguo nombre inglés.
-Hummm.
¿Te gusta?
-Pero ¿y si es un varón?
-Es
una niña, lo sé -replicó Mona. Pero ¿cómo podía estar tan segura de que era una
niña? Probablemente se lo había revelado el sueño, y además era lo que ella
deseaba: tener una niña y educarla para que se convirtiera en una mujer fuerte
e independiente.
Ryan
le prometió que llegaría dentro de diez minutos.
Mona
se reclinó sobre las almohadas y contempló las hojas verdes de las encinas y
los fragmentos de cielo azul que asomaban entre ellas. Después de marcharse
Eugenia, la casa había quedado sumida en un profundo silencio. Mona cruzó las
piernas. La camisa, ribeteada con un delicado encaje, le cubría sus desnudas rodillas.
Era verdad que las mangas estaban arrugadas, pero qué importaba. Eran unas
mangas dignas de un pirata. Cómo no iban a arrugarse unas mangas de ese
tamaño. Beatrice le había comprado un montón de camisas similares, seguramente
porque las consideraba «juveniles» y muy adecuadas para Mona. En cualquier
caso, era una camisa muy bonita; hasta tenía unos botones de perlas. Mona se
sentía como... una madrecita.
Mona
sonrió. La manzana estaba muy rica.
Mary
Jane Mayfair. Por una parte, era la única persona de la
familia que a Mona le apetecía ver y, por otra, temía que Mary Jane empezara a
soltar una sarta de disparates sobre brujas y fantasmas. No se sentía capaz de
resistirlo.
Mona
le hincó otro mordisco a la manzana. Eso la ayudaría a combatir una posible
carencia vitamínica, pero también debía tomarse las cápsulas que le había
recetado Annelle Salter. Luego apuró de un trago el resto de la leche.
-¿Y
el nombre de Ofelia? -preguntó en voz alta. ¿Era lícito imponerle a una niña el
nombre de la loca y desdichada Ofelia, quien al sentirse rechazada por Hamlet
se suicidó y murió ahogada? Probablemente no-. Ofelia es mi nombre secreto, y a
ti te llamaré Morrigan.
De
pronto se apoderó de ella una profunda sensación de calma y bienestar.
Morrigan. Cerró los ojos y percibió el olor del mar y el sonido de las olas al
romper contra las rocas.
Un sonido
hizo que Mona se despertara bruscamente. No recordaba cuánto tiempo había
permanecido dormida. Ryan se hallaba de pie junto a la cama, acompañado por
Mary Jane.
-Lo siento -se excusó Mona, incorporándose para
saludarlos.
-Supongo que ya sabes -respondió Ryan, retirándose
discretamente hacia la puerta- que Michael y Rowan están en Londres. Michael
dijo que te llamaría. Tras estas palabras, abandonó la habitación.
Mona observó a Mary Jane.
¡Qué
cambio desde la tarde en que se había presentado allí y había emitido una
serie de diagnósticos sobre Rowan! Sin embargo, debía reconocer que estuvo
acertada.
Mary
Jane lucía su cabello rubio suelto en una espléndida melena que le llegaba a
los hombros y sus voluminosos pechos embutidos en un ceñido vestido de encaje
blanco. Los zapatos color crema de tacón alto mostraban unas manchas de barro,
probablemente del cementerio. Mona admiró en ella la diminuta y mítica cintura
de avispa de las muchachas sureñas.
-Espero
que no te importe que haya venido -dijo Mary Jane, estrechando con fuerza la
mano de Mona mientras la miraba con sus resplandecientes ojos azules desde una
altura, con tacones, de un metro setenta-. Si no quieres que me quede, me
largaré enseguida. No sería la primera vez que hago auto-stop. Puedo regresar
sola a Fontevrault. Qué casualidad, las dos llevamos un vestido de encaje
blanco. Me encanta tu vestido, es adorable. Pareces una típica belleza
pelirroja del sur. ¿Puedo salir a la terraza?
-Claro,
me alegro de que hayas venido -contestó Mona. Tenía la mano pegajosa por la
manzana, pero Mary Jane no lo había notado.
Mary
Jane se dirigió hacia la terraza.
-Tienes
que subir el ventanal y agacharte -dijo Mona-. En realidad esto no es un
vestido, sino una especie de camisa. -Le gustaba sentir cómo ondeaba en torno
de ella, y le encantaba la forma en que el vestido de Mary Jane se ceñía a su
diminuta cintura y caía formando unos pliegues.
Pero
no era el momento de pensar en cinturas. Mona salió también a la terraza.
Corría un agradable aire fresco; la brisa del río.
-Más
tarde te enseñaré mi ordenador y la lista de acciones en Bolsa que considero
más rentables. Hace seis meses monté una sociedad inversora inmobiliaria que
ahora está ganando millones. Es una lástima que no pueda comprar esas acciones.
-Te
comprendo, querida -contestó Mary Jane, apoyando las manos en la barandilla de
la terraza y contemplando la calle-. ¡Menuda mansión!
-El
tío Ryan dice que no es una mansión, sino un chalé urbano.
-Pues,
menudo chalecito.
Mary
Jane soltó una sonora carcajada, echándose hacia atrás. Luego se volvió para
mirar a Mona, que se hallaba junto a ella.
Tras
darle un repaso de arriba abajo la miró a los ojos con perplejidad.
-¿Qué
pasa? -preguntó Mona.
-Estás
embarazada -respondió Mary Jane.
-¿Lo dices porque llevo esta camisa?
-No, estás embarazada.
-Bueno,
pues sí -contestó Mona-. Lo estoy, ¿y qué? -El estilo de aquella patana
campesina era contagioso. Mona carraspeó y dijo-: Todo el mundo lo sabe. ¿No
te lo habían dicho? Voy a tener una niña.
-¿Estás segura? -preguntó Mary Jane.
Parecía
preocupada, lo cual extrañó a Mona. Lo lógico es que se hubiera puesto a hacer
predicciones sobre el futuro del bebé, como suelen hacen las brujas.
-¿Te
han enviado ya los resultados de tus pruebas? -preguntó Mona-. ¿Posees la
hélice gigante?
Era
maravilloso estar allí arriba, en la terraza, aspirando el aroma de los
árboles. De pronto sintió deseos de bajar al jardín.
Mary
Jane la miró con inquietud. Luego, su expresión se relajó. Mona admiró su
cutis bronceado, sin un granito ni una mancha, y su cabello rubio largo y espeso,
perfectamente peinado.
-Sí,
poseo esos dichosos genes -respondió Mary Jane-. Tú también, ¿verdad?
Mona
asintió con un leve movimiento de cabeza. -¿Qué más te han dicho? -preguntó.
-Que
seguramente no tiene importancia, que tendré unos hijos sanos. Todos los
miembros de la familia han tenido siempre hijos sanos, salvo un caso, del que
nadie quiere hablar.
-Todavía
tengo hambre -dijo Mona-. Bajemos a comer algo.
-De
acuerdo. Estoy tan hambrienta que podría comerme un árbol.
Cuando
llegaron a la cocina la expresión de preocupación se había borrado de su
rostro y Mary Jane volvía a ser la de siempre, parloteando sin cesar y
haciendo comentarios sobre todos los cuadros y objetos que descubría. Se diría
que era la primera vez que ponía los pies en la casa.
-Perdónanos
por no haberte invitado, fue un descuido imperdonable -dijo Mona-. De veras.
Pero aquella tarde estábamos todos muy preocupados por Rowan.
-No
esperaba que me invitara nadie -dijo Mary Jane-. Pero esta casa es preciosa.
¡Qué cuadros! Mona no pudo por menos de sentirse orgullosa del modo en que
Michael había remozado la casa. De pronto se le ocurrió, como ya le había
sucedido unas cincuenta veces durante la última semana, que algún día esa casa
sería suya. Casi podría decirse que ya lo era. Pero no debía contar demasiado
con ello, ahora que Rowan se había recuperado.
Mona
se preguntó si Rowan llegaría a restablecerse por completo. En aquel momento la
recordó vestida con el traje de seda negro, mirándola fijamente con aquellos
grandes y fríos ojos grises enmarcados por unas cejas oscuras y rectas.
De
pronto recordó que Michael era el padre del bebé, que ella estaba embarazada y
que ese hecho la vinculaba tanto a Michael como a Rowan.
Mary
Jane levantó una de las cortinas del comedor y murmuró: .
-Qué
encaje tan fino. Todo lo que contiene esta casa es de primerísima calidad.
-Sí,
es verdad -contestó Mona.
-Tú
también -dijo Mary Jane- pareces una princesa vestida con un traje de encaje.
Las dos llevamos encajes. Me encanta.
-Gracias
-respondió Mona, turbada-. Pero no comprendo cómo una chica tan atractiva como
tú iba a fijarse en alguien como yo.
-No
digas tonterías -dijo Mary Jane, encaminándose hacia la cocina con un balanceo
de caderas y un marcado taconeo-. Eres guapísima. Yo soy resaltona, nada más.
Siempre he admirado a las chicas guapas.
Ambas
se sentaron ante la mesa de cristal. Mary Jane examinó minuciosamente, a
contraluz, los platos que Eugenia dispuso ante ellas.
-Es
porcelana auténtica -observó-. Todavía quedan algunos objetos de porcelana en
Fontevrault.
-¿De
veras?
-No
puedes imaginar lo que hay en la buhardilla. Está repleta de objetos de plata y
porcelana, cortinas viejas y cajas llenas de fotografías. Me gustaría que lo
vieras. La buhardilla es el lugar más seco y cálido de la casa. Bárbara Ann
vivía en ella. ¿Sabes quién es?
-Sí,
la madre de la anciana Evelyn, y mi tatarabuela.
-Y
también la mía-declaró Mary Jane con orgullo-. Es genial, ¿verdad?
-Desde
luego. Forma parte de la historia de los Mayfair. Tendrías que ver los árboles
genealógicos cuando las ramas se entrecruzan, como por ejemplo si
yo me
casara con Pierce, con el que comparto no sólo esa tatarabuela, sino un
bisabuelo que también aparece... es complicadísimo. Llega un momento en la
vida de un Mayfair en que te puedes pasar un año dibujando árboles genealógicos
para averiguar el parentesco que te une a la persona que se sienta junto a ti
en el picnic familiar, ¿comprendes?
Mary
Jane asintió, sonriendo y observando a Mona con curiosidad. Llevaba los labios
pintados en un tono violeta muy sofisticado. «Ya soy una mujer pensó Mona-;
puedo ponerme todas esas cosas si me apetece. »
-Si
quieres, te prestaré mis cosas -dijo Mary Jane-. Tengo un neceser lleno de
cosméticos que me compró la tía Bea en Saks Fifth Avenue y Bergdorf Goodman, en
Nueva York.
-Te
lo agradezco mucho -contestó Mona, pensando: «Ojo, ésta también sabe leer el
pensamiento.» Eugenia sacó del frigorífico unos escalopines de ternera, ya
preparados y conservados en una bolsa de plástico que Michael tenía reservados
para Rowan, y se puso a freírlos tal como le había enseñado éste, con
champiñones y cebollas.
-Caray,
qué bien huele eso -dijo Mary Jane-. No pretendía leerte el pensamiento, lo he
adivinado sin querer.
-No
te preocupes, no tiene importancia. Las dos sabemos que no siempre se acierta,
que es fácil confundirse, ¿verdad?
-Por
supuesto -contestó Mary Jane.
Luego
miró de nuevo a Mona de la misma forma en que la había mirado cuando se
encontraba en el dormitorio del piso superior. Estaban sentadas frente a frente,
en la misma posición en que habían estado sentadas Mona y Rowan, sólo que ahora
Mona ocupaba la silla de Rowan y Mary Jane la de aquélla. Mary Jane miraba
distraídamente su tenedor de plata, cuando de pronto levantó la vista y
contempló a Mona fijamente.
-¿Qué
pasa? -preguntó Mona-. Me miras como si fuera un bicho raro.
-Todo
el mundo observa con curiosidad a una mujer al enterarse de que está esperando
un niño. -Ya lo sé -respondió Mona-. Pero tú lo haces de una forma distinta.
Algunos me miran con curiosidad, otros con cariño o aquiescencia, pero tú...
-¿Qué
significa aquiescencia?
-Aprobación.
-Tengo
que adquirir cultura -dijo Mary Jane, sacudiendo la cabeza. Luego dejó el
tenedor sobre la mesa y preguntó-: ¿Qué representa este dibujo en plata?
-Es
san Cristóbal -contestó Mona.
-¿Crees
que es demasiado tarde para conseguir convertirse en una persona culta?
-No
-contestó Mona-. Eres inteligente y estoy segura de que lo lograrás. Además, a
tu estilo, eres una persona culta y educada. Por ejemplo, yo no conozco tantos
sitios como tú, ni tampoco he tenido las responsabilidades que has tenido tú en
la vida.
-Yo
no quería esas responsabilidades. ¿Sabías que he matado a un hombre? Lo arrojé
por una escalera de incendios en San Francisco; cayó cuatro pisos y se partió
la cabeza contra el suelo.
-¿Por
qué lo mataste?
-Porque
quería hacerme daño. Me inyectó heroína y me dijo que íbamos a ser amantes.
Era un chulo. Así que lo arrojé por la escalera.
-¿No
te persiguió la policía?
-No
-contestó Mary Jane, sacudiendo la cabeza-. Eres la única persona de la
familia a la que he contado esta historia.
-Descuida,
no se lo diré a nadie -le aseguró Mona-. De todos modos, no es infrecuente que
una Mayfair tenga tanta fuerza como para cargarse a un hombre. ¿Cuántas chicas
calculas que hacían la calle para ese tipo? Se dice así, ¿no?
Eugenia
les sirvió la carne sin hacer caso de lo que decían. Los escalopines tenían un
aspecto estupendo, doradito y jugoso, acompañados de una salsa de vino. Mary
Jane asintió con un movimiento de cabeza.
-Un
montón de idiotas -contestó.
Eugenia
situó sobre la mesa una ensaladilla de patatas y guisantes, otra receta
especial de Michael Curry, aliñada con aceite y ajo, y le sirvió a Mary Jane
una generosa ración.
-¿Queda
leche? -preguntó Mona-. ¿Qué te apetece beber, Mary Jane?
-Una
Coca-Cola, por favor. No hace falta que te molestes, Eugenia, puedo cogerla yo
misma.
Eugenia
la miró como si se sintiera ofendida por el comentario de aquella prima
desconocida y casi analfabeta. Al cabo de unos momentos apareció con una lata
de Coca-Cola y un vaso.
-¡Haz
el favor de comer! -exclamó Eugenia, sirviéndole un vaso de leche a Mona-.
Anda, cómetelo. La carne le sabía a rayos, aunque Mona no se explicaba el
motivo. Sólo de verla sentía náuseas. Probablemente se debiera a su estado,
pensó, lo cual demostraba que su embarazo avanzaba con normalidad. Annelle le
había dicho que empezaría a sentir mareos y náuseas al cabo de unas seis
semanas, pero eso fue antes de comunicarle que el bebé era ya un monstruo de
tres meses.
Mona
agachó la cabeza. De golpe acudieron a su mente unos fragmentos del último
sueño que había tenido, tenaces y llenos de asociaciones, que se disiparon en
cuanto trató de atraparlos para descifrar la clave del sueño. Mona se reclinó
en la silla y se bebió el vaso de leche despacio
-Deja
la leche en la mesa -le dijo a Eugenia, quien permanecía de pie junto a ella,
arrugada y solemne, mirando enojada el plato de Mona, casi intacto.
-No
te preocupes, Mona comerá lo que le apetezca y necesite comer -dijo Mary Jane
para tranquilizarla. En el fondo, era una chica muy simpática y con buen
apetito, a tenor de la forma en que devoraba la carne con champiñones y
cebolla.
-¿Quieres
comerte mi carne? -preguntó Mona, acercándole su plato-. No la he tocado.
-¿Estás
segura de que no la quieres? -preguntó Mary Jane.
-Me
produce náuseas -contestó Mona, sirviéndose otro vaso de leche-. Nunca he sido
muy aficionada a la leche, seguramente porque el frigorífico de mi casa era un
trasto y nunca la enfriaba como a mí me gusta. Pero ahora me encanta. Todo está
cambiando, hasta mis gustos.
-¿Qué
quieres decir? -preguntó Mary Jane intrigada, apurando su Coca-Cola de un
trago-. ¿Puedo coger otra?
-Claro
-respondió Mona.
Mary
Jane se levantó de un salto y se dirigió al frigorífico. El vuelo de su
vestido le daba un aspecto ligeramente infantil. Mona observó que los tacones
altos realzaban sus piernas bien torneadas, aunque éstas también presentaban un
aspecto sensacional aquel otro día en que llevaba zapatos planos.
Mary
Jane volvió a sentarse y empezó a devorar la carne que Mona había dejado en el
plato.
En
aquel momento salió Eugenia del office y reprendió a Mona:
-¡Pero
si no has probado bocado! Sólo comes patatas fritas y porquerías.
-¡Vete
de aquí! -replicó Mona con firmeza. Eugenia se esfumó.
-¿Por
qué le has gritado de ese modo? -preguntó Mary Jane-. Sólo intentaba mostrarse
maternal.
-No quiero que nadie se muestre maternal conmigo.
Además, no es tan amable como piensas. Es una pelmaza. Cree... cree que soy
mala. Es una historia muy larga. No hace más que reñirme.
-Bueno,
cuando el padre de la criatura tiene la edad de Michael Curry, es normal que la
gente os culpe a uno de los dos.
-¿Cómo
lo sabías?
Mary
Jane dejó de comer y miró a Mona.
-¿Acaso
no es él el padre del niño? La primera vez que vine aquí, me di cuenta de que
estabas enamorada de él. No quería molestarte. Creí que eras feliz. Tuve la
impresión de que te alegrabas de que él fuera el padre.
-No estoy segura.
-Es
él, seguro -afirmó Mary Jane, ensartando con el tenedor el último trozo de
carne que quedaba en el plato y devorándolo con avidez. Pese a la furia con que
masticaba, sus lozanas mejillas bronceadas no mostraban la menor arruga ni
distorsión. Realmente, era una chica guapísima -. Estoy convencida de ello
-añadió en cuanto se hubo tragado el bocado tan grande que Mona temió que se
le atravesara en la tráquea y se asfixiara.
-Mira
-dijo Mona-, eso es algo que no se lo he dicho todavía a nadie y....
-Todo
el mundo lo sabe -la interrumpió Mary Jane-. Bea también. Me lo dijo ella
misma. ¿Sabes lo que salvará a Bea? Esa mujer superará su dolor ante la muerte
de Aaron por una sencilla razón: nunca deja de preocuparse por los demás. Está
muy preocupada por ti y por Michael Curry, porque él posee los genes, como
todo el mundo sabe, y es el marido de Rowan. Pero Bea
dice que ese gitano del que te enamoraste no te conviene; necesita otro tipo de
mujer, más aventurera, sin familia y sin hogar, como él.
-¿Eso
dijo?
Mary
Jane asintió. De pronto descubrió el plato de pan que Eugenia había colocado
sobre la mesa, y que contenía unas simples rebanadas de pan blanco.
A
Mona sólo le gustaban las barritas de pan francés, los panecillos o cosas
similares. ¡A quién se le ocurría servir unas vulgares rebanadas de pan blanco!
Mary
Jane tomó una, la partió en pedacitos y empezó a mojarlos en la salsa de la
carne.
-Eso
fue exactamente lo que dijo -respondió Mary Jane-. Se lo dijo a tía Viv, a
Polly y a Anne Marie. No sabía que yo estaba escuchando la conversación. Eso es
lo que la salvará: su constante preocupación por los miembros de la familia,
como cuando fue a Fontevrault para obligarme a que me fuera de allí.
-¿Cómo
sabían todo eso sobre Michael y yo?
Mary Jane se encogió de hombros y contestó:
-¿Cómo
crees tú? Esto es una familia de brujas, lo sabes mejor que yo. Pueden haberse
enterado de mil maneras. Pero, si no recuerdo mal, la anciana Evelyn le dijo a
Viv algo referente a que tú y Michael os habíais quedado solos en esta casa.
-De
modo que ya lo saben-dijo Mona-. Mejor, así no tendré que decírselo.
Pero
si se ponían antipáticos con Michael, si empezaban a tratarlo mal...
-No
creo que debas preocuparte. Como te he dicho, cuando se trata de una historia
entre un hombre de la edad de Michael y una chica como tú, siempre se le echa
la culpa a uno de los dos, y en este caso creo que te ha tocado a ti. No es que
te critiquen abiertamente, sino que de vez en cuando sueltan frases como «Mona
siempre consigue lo que quiere», «Pobre Michael» o «Si al menos sirvió para
que Michael se recuperara, significa que Mona posee dotes curativas». Ya sabes,
cosas así...
-Genial
-respondió Mona-. En realidad, estoy de acuerdo con ello.
-Me
gusta tu forma de ser, sabes encajar las cosas -observó Mary Jane.
La
salsa de la carne había desaparecido. Tras comerse otra rebanada de pan, Mary
Jane cerró los ojos y sonrió satisfecha. Tenía unas pestañas espesas y de un
color violeta muy parecido al del lápiz de labios, aunque más sutil, lo cual
le daba un aire muy atractivo y seductor. Poseía un rostro casi perfecto.
-Ya
sé a quién me recuerdas -dijo de pronto Mona-. Te pareces a la anciana Evelyn
cuando era joven. -Es bastante lógico -contestó Mary Jane-, teniendo en cuenta
que ambas somos descendientes de Barbara Ann.
Mona
se sirvió el resto de la leche. Todavía se mantenía muy fría. Tal vez el bebé
y ella pudieran subsistir únicamente con leche, pensó.
-¿A
qué te refieres cuando dices que sé encajar las cosas? -le preguntó Mona a Mary
Jane.
-A
que no te ofendes por cualquier tontería. Muchas veces, cuando estoy charlando
con alguien y me expreso de forma abierta y sin remilgos la otra persona se
ofende.
-No
me extraña -contestó Mona-, pero yo no me siento ofendida.
Mary
Jane contempló con avidez la última rebanada de pan que quedaba en el plato.
-Cómetela
-dijo Mona. -¿No te importa?
-No.
Mary
Jane la cogió, le quitó la corteza y formó una bola con la miga. -
Me
encanta comerme el pan así -dijo-. Sabes, cuando era pequeña cogía una barra de
pan, la desmenuzaba y formaba unas pelotitas.
-¿Y
qué hacías con la corteza?
-Pelotitas,
igual que con la miga -respondió Mary Jane con nostalgia-. Del pan me gusta
todo, tanto la miga como la corteza.
-Caramba
-dijo Mona secamente-. Eres fascinante. Jamás había conocido a una persona tan
mundana y a la vez tan misteriosa.
-¿Me
tomas el pelo? -replicó Mary Jane-. Pero sé que no lo dices para fastidiarme.
Sabes, si la palabra «mundana» empezara por b sabría
lo que significa.
-¿Ah, sí? ¿Por qué?
-Porque
he llegado hasta la b en mis estudios de
ampliación de vocabulario -respondió Mary Jane-. Utilizo un método bastante curioso
para estudiar. A ver qué te parece. Por ejemplo, cojo un diccionario con unas
letras muy grandes, ¿sabes?, como esos que utilizan las viejecitas que apenas
ven, y recorto las palabras que empiezan por b, junto
con su definición, para familiarizarme con ellas. Luego tiro las pelotitas de
papel... ¡Más pelotitas! -dijo Mary Jane, echándose a reír.
-Parece
que las chicas estamos obsesionadas con las pelotas -comentó Mona.
Mary
Jane soltó otra estrepitosa carcajada.
-Esto
es mejor de lo que esperaba -dijo Mona-. Mis compañeras de colegio aprecian mi
sentido del humor, pero nadie de la familia ríe mis chistes.
-Tus
chistes son muy graciosos -contestó Mary Jane-. Eres genial. Hay dos clases de
personas, las que tienen sentido del humor y las que no.
-Después
de formar unas pelotitas con las palabras que recortas, ¿qué haces con ellas?
-Las
meto en un sombrero, como si fueran los números de una rifa.
-¿Y...?
-Luego
las saco una a una. Si es una palabra que no utiliza nadie, como «batracio», la
tiro a la papelera. Pero si es una palabra interesante, como «beatitud»
-estado de suprema felicidad-, la memorizo de inmediato.
-Hummm,
parece un buen método. Supongo que recuerdas con más facilidad las palabras que
te gustan. -Sí, aunque, como soy muy lista, puedo recordarlo casi todo
-contestó Mary Jane, introduciéndose la pelotita de pan en la boca y
pulverizando la corteza.
-¿Incluso
el significado de «batracio»? -preguntó Mona.
-Anfibio
desprovisto de cola que salta -respondió Mary Jane, mordisqueando la bolita de
pan.
-Oye, Mary Jane-dijo Mona-, tenemos mucho pan
en esta casa. Puedes comer todo el que quieras. Hay una barra en la encimera.
Te la traeré.
-¡Siéntate!
Estás embarazada. Yo iré a por ella -declaró Mary Jane. Se levantó de un
salto, agarró la barra por el envoltorio de plástico y la depositó sobre la
mesa. -¿Quieres un poco de mantequilla?
-No, me he acostumbrado a no tener
mantequilla por ahorrar dinero y prefiero no volver a probarla porque luego la
echaría de menos y el pan me parecería insípido. -Mary Jane arrancó un pedazo
del envoltorio de plástico y continuó-: El caso es que si no utilizo la palabra
«batracio» me olvidaré de ella, pero no me olvidaré de «beatitud», pues pienso
utilizarla a menudo.
-Ya
te entiendo. ¿Por qué me mirabas de esa manera tan rara?
Mary
Jane no respondió. Se pasó la lengua por los
labios, atrapando unas migas que se le habían quedado pegadas a las comisuras,
y se las comió.
-No
has dejado de pensar en ello durante todo el rato, ¿verdad?
-Cierto.
-¿Qué
piensas sobre el bebé? -preguntó. Mary Jane mostraba un aspecto preocupado, o
al menos receptivo a los sentimientos de Mona.
-Temo
que no sea normal -contestó Mona. -Eso es lo que supuse -asintió Mary Jane.
-No
me refiero a que vaya a ser un gigante o un monstruo -se apresuró a decir Mona,
esforzándose por pronunciar esas palabras-. Pero puede que algo no funcione,
que la combinación de los genes... haga que no sea normal.
Mona
suspiró. Era la peor tortura psicológica a la que se había visto sometida en su
vida. Siempre se había preocupado por todos -su madre, su padre, la anciana
Evelyn-, por las personas a las que quería. Y había conocido el sufrimiento,
sobre todo en los últimos meses. Pero la preocupación que sentía por el bebé
era del todo diferente, le producía una angustia insoportable. Casi sin darse
cuenta, apoyó de nuevo la mano sobre su vientre y murmuró: Morrigan.
Percibió
un movimiento dentro de su vientre, y bajó los ojos alarmada.
-¿Qué
pasa? -preguntó Mary Jane.
-Me
preocupo demasiado. ¿Es normal temer que tu hijo pueda nacer con algún defecto?
-Sí,
es normal -respondió Mary Jane-. Pero en esta familia existen muchas personas
que poseen la hélice gigante y no han tenido hijos deformes. ¿Sabes cuántos
niños anormales han nacido en la familia a causa de la hélice gigante?
Mona
no contestó. Qué importaba eso, pensó. Si el bebé no era normal, si era... Se
puso a contemplar el jardín distraídamente. Aún faltaba mucho rato para que
atardeciese. Pensó en Aaron, ocupando en la cripta del mausoleo un estante por
encima del que alojaba a Gifford. Eran como muñecos de cera rellenos de
líquido.
No
parecían Aaron y Gifford. ¿Por qué se le había aparecido Gifford en sueños
cavando una fosa?
De
pronto se le ocurrió una idea disparatada, peligrosa y sacrílega, aunque en el
fondo no era tan sorprendente. Michael se había marchado. Rowan, también. Esa
noche saldría sola al jardín, cuando todos estuvieran dormidos, y desenterraría
los restos de las dos personas que yacían bajo la encina, para comprobar lo
que había allí.
El
problema era su miedo. Había visto muchas películas de terror en las que una
persona se dirigía a medianoche al cementerio para desenterrar los restos de
un vampiro o descubrir quién yacía en una tumba. Mona no se creía esas
escenas, sobre todo si la persona en cuestión iba sola. Era tremendo hacer eso,
desenterrar un cadáver, había que tener mucho más valor del que tenía Mona.
Observó
a Mary Jane. Ésta había acabado de atiborrarse de pan y
permanecía sentada, con los brazos cruzados, contemplando a Mona de una forma
un tanto extraña, con mirada ausente, como si estuviera pensando en otra cosa.
-¿Mary
Jane?
Mona
esperaba que su prima se sobresaltara, despertara de su ensoñación, por así
decirlo, y le contara lo que estaba pensando. Pero eso no sucedió. Mary Jane
siguió mirándola de aquel modo tan extraño, y le contestó sin apenas mover un
músculo del rostro:
-¿Qué?
Mona
se levantó y se acercó a ella, pero Mary Jane mantenía los ojos muy abiertos,
en una expresión entre asustada y de asombro.
-Toca al bebé, anda, no temas. Dime lo que
notas.
Mary
Jane miró el vientre de Mona y extendió la mano lentamente, como si se
dispusiera a hacer lo que Mona le había pedido, pero de golpe retiró la mano bruscamente.
Luego se levantó y retrocedió unos pasos. Parecía muy preocupada.
-Creo
que no deberíamos hacerlo -dijo-. No debemos utilizar nuestras artes hechiceras
con este bebé. Tú y yo somos brujas. Lo sabes tan bien como yo. Podríamos
hacerle daño.
Mona
suspiró. No quería hablar de ese tema. Se sentía atenazada por el temor y la
angustia.
La
única persona en el mundo capaz de responder a sus preguntas era Rowan. Más
pronto o más tarde tendría que hablar con ella, porque resultaba imposible que
sintiera moverse al bebé, aunque sólo fuesen unos movimientos casi
imperceptibles, tratándose de una criatura de seis, diez o doce semanas.
-Si
no te importa, quiero estar sola, Mary Jane -dijo Mona-. No pretendo ser
grosera contigo. Pero estoy muy preocupada, ésa es la verdad.
-Te
agradezco la sinceridad -contestó Mary Jane-. Subiré un rato a mi habitación.
Ryan dejó mis maletas en la habitación de tía Viv.
-Si
quieres, puedes utilizar mi ordenador -dijo Mona, volviendo la vista hacia el
jardín-. Está en la biblioteca, contiene varios programas. Se abre con
WordStar, pero puedes pasar a Windows o Lotus 1-2-3 sin ningún problema.
-De
acuerdo. No te preocupes, sé manejar un ordenador. Si me necesitas, llámame.
-Descuida,
lo haré. -Mona se volvió hacia Mary Jane y añadió-. Me alegro de que estés
aquí. No tengo ni idea de cuándo regresarán Michael y Rowan.
¿Y si
no regresaban? Su temor aumentó ante la idea de todo tipo de espantosas
perspectivas. Claro que regresarían. Aunque habían ido en busca de unas personas
que podían hacerles daño...
-No
te preocupes, cariño -la tranquilizó Mary Jane.
-Lo
intentaré -contestó Mona, abriendo la puerta. Mona se dirigió por el camino
enlosado hacia la parte trasera del jardín. Era temprano y el sol doraba aún el
césped que se extendía bajo la encina. Era el momento más agradable del día
para sentarse en aquella zona del jardín.
Mona
se encaminó a través de la hierba hacia la encina. «Aquí es donde deben de
estar enterrados», pensó. Michael había añadido tierra, y a través de ella asomaban
unas pequeñas briznas de hierba.
Mona
se arrodilló y se tumbó en el suelo, sin importarle mancharse su bonita camisa
blanca. Tenía un montón de camisas parecidas a ésa. Era una de las ventajas de
ser rica: poseer muchas cosas y no tener que ponerse unos zapatos rotos.
Aplastó su mejilla contra la fresca tierra cubierta de hierba y observó la
gigantesca manga de su camisa, cual paracaídas blanco que hubiera aterrizado
junto a ella. Luego cerró los ojos.
Morrigan,
Morrigan, Morrigan... Vio unos barcos navegando por el mar, unas antorchas
encendidas. Pero las rocas eran muy peligrosas. Morrigan, Morrigan, Morrigan...
¡Era el sueño que había tenido antes! La huida de la isla hacia la costa
septentrional. Lo más peligroso eran las rocas, y los monstruos que habitaban
en los lagos.
Mona
oyó un sonido, como si alguien estuviera cavando. Se despertó bruscamente y
miró hacia el otro lado del jardín, donde crecían los lirios y las azaleas.
No
había nadie allí. Eran imaginaciones suyas. «Lo que sucede es que tienes ganas
de desenterrar los restos de esos cadáveres, bruja», se dijo Mona. Tenía que
reconocer que era divertido jugar a las brujas con Mary Jane Mayfair. Sí, se
alegraba de tenerla allí. Podía comerse todo el pan que quisiera.
Mona
volvió a cerrar los ojos. De pronto sucedió algo maravilloso. Sintió el
sol en sus párpados, como si se hubiera retirado la rama o la
nube que lo tapaba, y la oscuridad dejó paso a una intensa luz de color
naranja. Mona sintió el calor del sol acariciándole todo el cuerpo. Dentro de
ella, en su vientre, sobre el que todavía podía tumbarse, notó que el bebé se
movía. Su bebé.
Oyó
una voz que cantaba una nana. Debía de ser la nana más antigua del mundo. ¿Era
en inglés antiguo o latín?
«Presta
atención -dijo Mona-. Quiero enseñarte a utilizar un ordenador antes de que
cumplas los cuatro años, y quiero que sepas que nada ni nadie podrán impedir
que te conviertas en lo que tú desees. ¿Me escuchas?»
La
criatura se echó a reír. Hizo unas piruetas y extendió sus bracitos y manos,
sin cesar de reír. Parecía un diminuto «anfibio desprovisto de cola, que
salta». Mona también se echó a reír. «Eso es lo que eres, un anfibio», le dijo
al bebé.
De
pronto Mona -ahora consciente de que se trataba de un sueño, puesto que Mary
Jane iba vestida como la anciana Evelyn, igual que una vieja, con un vestido
de gabardina y zapatos con hebilla- oyó la voz de Mary Jane: «Eso no es todo,
cariño. Más vale que te decidas de una vez.»
15
-Olvida
que te largaste sin comunicárselo a nadie -dijo Tommy. Conducían de regreso a
la casa matriz, a instancias de Tommy-. Tenemos que comportarnos como si no
fuéramos culpables de nada. Han desaparecido todas las pruebas, la ruta ha
sido destruida. No pueden descubrir ningún teléfono. Debemos fingir que no
sabemos nada, y mostrarnos compungidos por la muerte de Marcus.
-Les
diré que estaba preocupado por Stuart -contestó Marklin.
-Sí,
eso es exactamente lo que debes decirles. Que estabas preocupado por Stuart,
que lo veías muy nervioso.
-Quizá
los miembros más ancianos no se hayan dado cuenta de mi marcha.
-Diles
que no pudiste encontrar a Stuart ,y decidiste regresar a casa. ¿Lo has
entendido? Has regresado a casa.
-¿Y luego qué?
-Eso
depende de ellos -contestó Tommy-. Al margen de lo que pueda suceder, tenemos
que quedarnos aquí para no levantar sospechas. Nosotros nos limitaremos a
poner cara de inocencia y preguntar: «¿Qué ha pasado? ¿Podría explicármelo
alguien?»
Marklin
asintió con un movimiento de cabeza.
-Pero
¿dónde está Stuart? -preguntó, mirando a Tommy.
Tommy
se mostraba tan sereno como en Glastonbury, donde Marklin había estado a punto
de arrodillarse ante Stuart para rogarle que regresara.
-Ha
ido a ver a Yuri, eso es todo. No sospechan de Stuart. De quien seguramente
sospechan es de ti, por haberte largado sin decir nada. Pero domínate, hombre,
tenemos que jugar bien nuestras cartas.
-¿Durante
cuánto tiempo?
-¿Cómo
quieres que lo sepa? -preguntó Tommy, sin perder la calma-. Al menos hasta que
tengamos un buen pretexto para volver a marcharnos. Entonces iremos a mi apartamento
de Regent's Park para decidir lo que hacemos, si el juego ha terminado y si nos
conviene abandonar la Orden o permanecer en ella.
-Pero
¿quién mató a Anton?
Tommy
sacudió la cabeza. Tenía los ojos fijos en la carretera, como si Marklin
necesitara un piloto. Marklin estaba muy nervioso. De no haber conocido el
trayecto de memoria, no habría podido coger el volante.
-No
estoy seguro de que debamos regresar-dijo Marklin.
-Qué
estupidez. No saben nada.
-¿Cómo
puedes estar tan seguro? -preguntó Marklin-. Quizá se lo haya contado Yuri.
Utiliza la cabeza, Tommy. Me preocupa que permanezcas tan tranquilo en estas
circunstancias. Stuart ha ido a ver a Yuri, y es posible que el mismo Yuri se
encuentre en estos momentos en la casa matriz.
-¿No
crees que Stuart habrá tenido la precaución de advertirle a Yuri que no se
acerque por la casa matriz? ¿Que no le habrá explicado que existe una conspiración
y que ni él mismo conoce su magnitud?
-Tú
lo habrías hecho, y probablemente yo también, pero no estoy seguro de Stuart.
-¿Qué
importa si nos encontramos a Yuri allí? Saben lo de la conspiración, pero no
saben nada sobre nosotros. Stuart es incapaz de revelarle a Yuri nuestra
participación en el asunto. Eres tú quien debe utilizar la cabeza. ¿Qué puede
contarles Yuri? Les explicará lo que pasó en Nueva Orleans, y si toma nota de
ello... Sabes, empiezo a arrepentirme de haber destruido el sistema de
interceptación.
-¡Yo
no! -replicó Marklin, irritado ante la sangre fría de Tommy, ante su absurdo
optimismo.
-¿Temes
no poder dominar tus nervios? -preguntó Tommy-. ¿Temes derrumbarte como
Stuart? Pero, Marklin, ten en cuenta que Stuart ha pertenecido toda su vida a
Talamasca. ¿Qué nos importa la Orden a ti o a mí? -preguntó Tommy soltando una
breve carcajada-. Con nosotros se han equivocado por completo.
-No,
no es así -respondió Marklin-. Stuart sabía muy bien lo que hacía, sabía que
nosotros teníamos el valor para ejecutar unas operaciones que él se sentía
incapaz de realizar. Stuart no se equivocó. La equivocación fue que alguien
matara a Anton Marcus.
-Y
ninguno de nosotros tuvo ocasión de averiguar la identidad de esa persona, el
motivo del crimen, ese fortuito incidente. Porque, supongo que comprendes que
se trata de un acto fortuito.
-Por
supuesto. Nos hemos librado de Marcus. Eso está claro. Pero ¿qué sucedió en el
momento del crimen? Elvera habló con el asesino. El asesino dijo ciertas cosas
sobre Aaron.
-¿No
sería fantástico que el intruso fuera un miembro de la familia Mayfair? ¿Acaso
una poderosa bruja? Quiero leer ese informe sobre las brujas Mayfair de cabo a
rabo. Deseo conocerlo todo sobre esa familia. Debe de existir el medio de
reclamar los papeles de Aaron. Ya sabes cómo era él; lo anotaba todo. Supongo
que dejó un montón de cajas llenas de papeles. Deben de hallarse en Nueva
Orleans.
-No
te precipites, Tommy. Es posible que Yuri esté allí. Es posible que Stuart se
haya ido de la lengua. Es posible que estén enterados de todo.
-Lo
dudo mucho -respondió Tommy con el aire de alguien que tiene cosas más
importantes en que pensar-. ¡Gira, Marklin!
Marklin
casi se había pasado el desvío. Al girar, por poco se echa encima de otro
coche, obligándolo a hacer una rápida maniobra para evitar el choque. Marklin
dejó atrás la autopista y enfiló una carretera rural. Estaba tan tenso que le
dolían los músculos de la mandíbula. Al cabo de unos momentos se relajó,
consciente de que se habían salvado por los pelos.
Tommy
se volvió hacia él.
-¡Deja
de meterte conmigo! -le espetó Marklin, notando la furia que expresaban sus
fríos ojos aunque ni el mismo Tommy fuese consciente de ello-. Yo no soy el
problema, Tommy. El problema son ellos. Deja de darme órdenes. Nos
comportaremos con toda naturalidad. Ambos sabemos lo que debemos hacer.
Tommy
volvió lentamente la cabeza en el preciso instante en que atravesaban la verja
del jardín.
-Todos
los miembros de la Orden deben de hallarse presentes. Jamás había visto tantos
coches aquí -comentó Marklin.
-Tendremos
suerte si no han requisado nuestras habitaciones para cedérselas a un
octogenario ciego y mudo recién llegado de Roma o Amsterdam.
-Ojalá
lo hayan hecho. Sería una excusa perfecta para dejarlo todo en manos de la
vieja guardia y largarnos.
Marklin
detuvo el coche a pocos metros del empleado que se ocupaba de adjudicar los
espacio libres para aparcar. Marklin nunca había visto tantos coches aparcados
en batería al otro lado del seto.
Después
de apearse, le arrojó las llaves al empleado y le indicó:
-Haz
el favor de aparcar el coche, Harry.
Luego
le dio una propina lo suficientemente generosa como para impedir que éste
adujera que no podía aceptarla, y se dirigió hacia la puerta principal de la
casa.
-¿Por
qué demonios has hecho eso? -le preguntó Tommy, siguiéndolo-. Trata de atenerte
a las reglas. Sé más discreto. No digas nada. Procura no llamar la atención,
¿de acuerdo?
-Cálmate,
estás muy nervioso -contestó Marklin con brusquedad.
La
puerta principal se hallaba abierta. El vestíbulo estaba atestado de hombres y
mujeres, de humo de cigarros y de voces que retumbaban entre los muros del
edificio. El ambiente era el de un concurrido funeral o un entreacto teatral.
Marklin
se detuvo. Su intuición le indicaba que no debía entrar. Siempre había creído
firmemente en su intuición, al igual que en su inteligencia.
-Vamos,
hombre -masculló Tommy, empujándolo.
-Hola
-les saludó un jovial anciano-. ¿Quiénes son ustedes?
-Unos
novicios -respondió Marklin-. Tommy Monohan y Marklin
George. ¿Pueden entrar los novicios? -Por supuesto
-respondió el anciano, apartándose para dejarles paso.
Junto
a la puerta había un nutrido grupo de personas, que observaron durante unos
instantes a los recién llegados y luego apartaron la vista con indiferencia.
Una mujer hablaba en voz baja con un hombre situado al otro lado de la puerta.
Cuando su mirada se topó con la de Marklin, la mujer emitió una leve
exclamación de sorpresa y disgusto.
-Esto
es un error -murmuró Marklin.
-Por
supuesto que debéis estar presentes los jóvenes -dijo el jovial anciano-.
Cuando ocurre algo semejante, todos debemos hacer acto de presencia.
-No
sé por qué -replicó Tommy-. Nadie sentía simpatía por Anton.
-Cállate
-le reprendió Marklin-. Es admirable la forma en que la gente, por ejemplo
usted, reacciona ante una tragedia.
-No,
por desgracia no tiene nada de admirable.
Marklin y Tommy se abrieron paso entre la
multitud. Estaban rodeados de rostros extraños. Todos sostenían un vaso de
vino o cerveza. Marklin oyó unas voces que hablaban en francés, italiano e
incluso holandés.
De
pronto divisó a Joan Cross en uno de los salones, rodeada de gente a la que
Marklin no conocía y conversando con aire serio y solemne.
Stuart
no se hallaba presente.
-¿Te
das cuenta? -preguntó Tommy, murmurando al oído de Marklin-. Aunque han matado
a Anton, todos actúan con normalidad, bebiendo y charlando como si estuvieran
en una fiesta. Eso es lo que tenemos que hacer nosotros. Comportarnos de forma
normal. ¿Comprendes?
Marklin
asintió, pero aquello no le gustaba nada. Al cabo de unos minutos se giró,
tratando de localizar la puerta, pero la multitud le impidió ver si ésta se
encontraba cerrada o abierta. Le extrañaba ver tantos rostros desconocidos.
Quería comentárselo a Tommy, pero éste se había alejado.
Tommy
departía con Elvera, asintiendo mientras ella le explicaba algo. Elvera
presentaba un aspecto tan poco atractivo como de costumbre, con su cabello oscuro
recogido en un moño en la nuca y las gafas sin montura apoyadas sobre la punta
de la nariz. «Tiene que ser horrible pasar toda la vida aquí, entre estas
cuatro paredes», pensó Marklin. No seatrevía a preguntar a nadie por Stuart, y
menos aún por Yuri,
aunque
Ansling y Perry le habían informado sobre la llamada de éste. No sabía qué
hacer. ¿Dónde demonios se habían metido Ansling y Perry?
Galton
Penn, otro novicio, se acercó a Marklin.
-Hola, Mark. ¿Qué te parece todo esto?
-No
me he enterado de lo que dicen -respondió Marklin-. Claro que tampoco me
interesa.
-Aprovechemos
para hablar del tema antes de que nos prohíban mencionarlo. Ya sabes cómo
funciona la Orden. No tienen ni la más remota idea de quién mató a Marcus.
¿Sabes lo que pensamos todos? Que nos ocultan algo.
-¿El
qué?
-Pues
que el crimen lo cometió un ser sobrenatural. Elvera vio algo que la
horrorizó. Hay algo siniestro en este asunto. Lamento que Marcus haya muerto
asesinado, pero en el fondo es lo más emocionante que ha sucedido desde que
entré en la Orden.
-Te
comprendo -contestó Mark-. A propósito, ¿has visto a Stuart?
-No,
no lo he visto desde esta mañana, cuando declinó ocupar el cargo de
Superior General. ¿No estabas aquí cuando sucedió eso?
-No,
quiero decir sí -respondió Mark-. ¿Sabes si Stuart ha tenido que salir?
Galton
meneó la cabeza.
-¿Tienes
hambre? -preguntó-. Yo estoy famélico. Vayamos a comer algo.
Marklin
pensó que aquello iba a ser duro, muy duro. Pero si los únicos que le iban a
dirigir la palabra eran unos imbéciles como Galton, se defendería sin
ningún problema.
16
Llevaban una
hora conduciendo y ya casi había oscurecido. El cielo estaba cubierto de nubes
plateadas, y las ondulantes colinas y los verdes pastos conformaban un cuadro
similar al un inmenso edredón de patchwork.
Hicieron una breve parada en un pueblecito de una sola calle, en el
que había unas casas negras y blancas con muros de entramado de madera, así como
un pequeño cementerio abandonado y cubierto de matojos. La taberna presentaba
un ambiente más acogedor. Había un par de hombres jugando a los dardos, y el
aroma de la cerveza era delicioso.
Pero
aquél no era el momento para detenerse y tomar un trago, pensó Michael.
Salió,
encendió un cigarrillo y observó con curiosidad la suave firmeza con que Ash
conducía a su prisionero hacia la taberna e, inevitablemente, hacia el
servicio.
Yuri
se hallaba en una cabina telefónica que había al otro lado de la calle,
hablando rápidamente, tras haber llamado, con toda probabilidad, a la casa
matriz. Rowan estaba junto a él, con los brazos cruzados, observando el cielo o
algo que pasaba por él. Yuri parecía muy alterado; no cesaba de gesticular con
la mano derecha, mientras que su izquierda sostenía el auricular, y de asentir
con repetidos movimientos de cabeza. Era evidente que Rowan escuchaba lo que
él decía.
Michael
se apoyó contra el muro de yeso y dio una calada a su cigarrillo. Siempre le
asombraba comprobar lo cansado que resultaba viajar en coche.
Aquel
viaje, debido a la insoportable tensión que reinaba entre los ocupantes del
coche, estaba resultando aún más agotador que otros, y ahora que había caído
la noche sobre ese hermoso paisaje Michael se sintió invadido por el sueño.
Cuando
Ash y su prisionero salieron de la
taberna, Michael observó que Gordon parecía furioso y desesperado. Sin
embargo, resultaba evidente que había sido incapaz de pedir ayuda, o que no se
había atrevido a hacerlo.
Yuri
colgó el teléfono y entró precipitadamente en la taberna. Seguía mostrando un
aspecto muy alterado, casi enloquecido. Rowan lo había estado observando
atentamente durante el trayecto, cuando conseguía apartar los ojos de Ash.
Michael
contempló a Ash mientras éste obligaba a Gordon a tomar de nuevo asiento, en la
parte posterior del coche. No intentó disimular su curiosidad; le parecía
absurdo e innecesario hacerlo. Lo que más le intrigaba del gigantesco extraño
era que no mostraba un aspecto grotesco, tal como había afirmado Yuri, sino que
poseía una belleza un tanto espectacular. Al menos, eso creía Michael. Sólo
alcanzaba a ver en él su esbelta silueta y sus ágiles y elegantes movimientos,
que denotaban dinamismo y fuerza. Estaba dotado de unos reflejos increíbles;
lo había demostrado media hora antes, cuando, al detenerse el coche en un
cruce, Stuart Gordon intentó una vez más abrir la puerta del coche.
Su
espeso cabello negro, fino y sedoso, le recordaba a Lasher. Las canas añadían
un toque de distinción. Pese a sus rasgos delicados, la marcada estructura
ósea de su rostro le confería un aire decididamente varonil, y el exagerado
tamaño de su nariz quedaba disimulado por unos ojos grandes y separados. Tenía
la piel de un hombre adulto, no de un bebé. Pero su mayor atractivo residía en
su voz y en sus ojos; si su voz era capaz de convencer sin reservas, su mirada
no resultaba menos persuasiva.
Tanto
una como la otra transmitían cierto candor infantil, aunque en el fondo nada
tuvieran de ingenuas. En conjunto, el extraño producía el efecto de un ser
angelical, infinitamente sabio y paciente pero decidido a matar a Stuart Gordon
tal como prometió que haría. Michael no se atrevía a hacer conjeturas respecto
a la edad de aquel ser. Era difícil no verlo como un ser humano, aunque
diferente, extraño. Por supuesto, Michael sabía que no era un humano. Lo había
percibido a través de multitud de pequeños detalles: el tamaño de sus nudillos,
la curiosa forma, en que a veces abría los ojos, como atónito, y sobre todo la
absoluta perfección de su boca y su dentadura. Su boca parecía tan suave como
la de un bebé, algo imposible en un hombre con una piel curtida como la suya, y
sus dientes eran tan blancos como los de un anuncio, descaradamente retocado,
de una pasta dentífrica.»
Michael
no creía que ese ser fuera un anciano ni que se tratara del célebre san Ashlar
de las leyendas de Donnelaith, el antiguo rey que se había convertido al
cristianismo en los últimos días de dominio del Imperio romano en Inglaterra y
que había permitido que su esposa pagana, Janet, muriera en la hoguera.
Pero
sí había creído la siniestra historia que le relató Julien. Ese ser era, sin
duda, uno de los numerosos Ashlar -uno de los poderosos Taltos del valle-,
miembro de la misma especie que el ser al que Michael había dado muerte.
Estaba
convencido de ello. Michael había vivido demasiadas experiencias extrañas como
para ponerlo en duda, y sin embargo no podía creer que ese personaje alto y
bello fuera el viejo san Ashlar. Quizá no deseaba creerlo, por motivos que
encajaban con las hipótesis que él había terminado por aceptar.
«Sí,
estás viviendo una serie de experiencias totalmente nuevas, -se dijo Michael.
Quizás eso explicara el hecho de que se lo tomara con una calma sorprendente-.
Has visto a un fantasma; has oído su voz; sabes que estaba allí. Te reveló
cosas que tú no podrías inventar. Viste a Lasher y lo oíste relatar su
desgraciada historia, que también era algo inimaginable, una historia llena de
nueva información y extraños detalles que todavía recuerdas con perplejidad,
pese a que la tristeza que experimentaste cuando Lasher te la relató ya ha desaparecido
y el propio Lasher se halla enterrado bajo un árbol.
»Y no
olvides el momento en que enterraste el cadáver y arrojaste la cabeza junto a
éste, y hallaste la esmeralda y la sostuviste en la mano, en la oscuridad,
mientras el cuerpo decapitado de Lasher yacía en la húmeda fosa, esperando a
ser cubierto con tierra.»
Quizás
uno acabase por acostumbrarse a todo, pensó Michael. Quizás eso era lo que le
había sucedido a Stuart Gordon. No le cabía la menor duda de que Gordon era
culpable, absolutamente culpable de todo. Yuri estaba convencido de ello. Pero
¿qué era lo que le había llevado a traicionar sus principios?
Michael
reconocía que siempre había sido muy receptivo a esas oscuras y misteriosas
cualidades celtas. Quizá su entusiasmo por la Navidad derivara de una
inexplicable nostalgia de los rituales que se practicaban en aquellas islas; y
quizá todos los pequeños adornos navideños que con tanto amor había acumulado
durante años simbolizaran en cierto modo antiguos dioses celtas, revelasen un
culto cargado de secretos paganos.
Su
afición por las casas que había restaurado le permitió en ocasiones
aproximarse, en la medida en que eso era posible en América, a aquella
atmósfera de antiguos e impenetrables secretos, de misteriosos designios y
conocimientos.
En
cierto modo, Michael comprendía a Stuart Gordon. Y confiaba en que dentro de
poco Tessa les explicaría, con toda claridad, los sacrificios y los graves
errores de Gordon.
Sea
como fuere, Michael había pasado por unas experiencias tan dramáticas que la
serenidad que sentía ahora resultaba inevitable.
«Sí,
has sufrido mucho, la vida te ha golpeado duramente y ahora estás aquí, junto
a una taberna en esta pequeña y pintoresca aldea con su empinada calle de
adoquines, pensando en todo ello sin la menor emoción. El ser que se encuentra
a tu lado no es humano, aunque sea tan inteligente como cualquiera de ellos, y
pronto se reunirá con una hembra de su misma especie, un hecho de tal
trascendencia que nadie desea mencionarlo, quizá por respeto hacia el hombre
que va a morir.»
Es
difícil viajar durante una hora en un coche junto a un hombre que va a morir.
Michael
apagó el cigarrillo. Yuri salió de la taberna. Estaban listos para reemprender
el camino.
-¿Has
podido hablar con la casa matriz? -le preguntó Michael a Yuri.
-Sí,
he hablado con varias personas. He hecho cuatro llamadas y he hablado con
cuatro personas. Si esas cuatro personas, mis mejores y más viejos amigos, se
hallan implicados en la conspiración, no tengo escapatoria.
Michael
le propinó a Yuri una palmada en el hombro para tranquilizarlo y lo siguió
hasta el coche.
De
pronto, Michael decidió no obsesionarse más con la actitud de Rowan hacia el
Taltos. Durante todo el trayecto se había sentido celoso y había estado a punto
de pedirle al chófer que se detuviera para que Yuri ocupara el asiento
delantero y él pudiera sentarse junto a su esposa.
No,
no iba a dejarse abatir por los celos. No podía saber lo que Rowan pensaba o
sentía cuando miraba a ese extraño ser. Puede que también él fuera un brujo,
debido a su perfil genético y a un extraño patrimonio que él ignoraba, pero no
era capaz de adivinar el pensamiento de nadie. Desde el momento en que se
habían encontrado con Ashlar, Michael comprendió que Rowan no sufriría daño
alguno si hacía el amor con ese ser, puesto que, como ya no podía tener hijos,
no padecería una hemorragia como las que habían acabado con la vida de las
víctimas de Lasher.
En
cuanto a Ash, si su deseo era acostarse con Rowan lo ocultaba con gran
caballerosidad. Claro que sabía que iba a encontrarse con una hembra de su
especie, quizá la última hembra Taltos que existía sobre la faz de la Tierra.
«Hay
otro problema urgente -pensó Michael al sentarse en el asiento junto al
conductor y cerrar la puerta del coche-. ¿Vas a cruzarte de brazos y dejar que
ese gigante asesine a Stuart Gordon? Sabes perfectamente que no puedes
hacerlo. No puedes asistir impasible al asesinato de una persona. Es
imposible. La única vez que lo hiciste, sucedió de forma tan rápida, sólo el
instante de apretar el gatillo, que apenas tuviste tiempo de reaccionar.
»Tú
mismo has matado a tres personas. Y este estúpido cabrón, este loco que
declara tener encerrada a una diosa, ha matado a Aaron.»
A los
pocos minutos habían dejado atrás la pequeña aldea, que se desvaneció entre las
sombras. ¡Qué paisaje tan entrañable y apacible! En otro momento, Michael
hubiera pedido que se detuvieran para dar un paseo por la carretera.
Cuando
se volvió, le sorprendió comprobar que Rowan lo estaba observando. Se había
vuelto también hacia un lado, con su pierna apoyada contra el asiento que había
detrás de él, para poder mirarlo. Sus piernas medio desnudas resultaban muy
provocativas, pero ¿qué importaba? Rowan se estiró la falda para taparse los
muslos, envueltos en unas transparentes medias de nylon.
Michael
apoyó el brazo en el respaldo de cuero viejo del asiento, dejando reposar la
mano sobre el hombro de Rowan. Ella no se apartó, sino que lo miró con sus
inmensos y misteriosos ojos grises, ofreciéndole algo mucho más íntimo que una
sonrisa.
Él la
había evitado durante el rato que permanecieron en la aldea, aunque no sabía
exactamente por qué. En un impulso, decidió hacer algo vulgar y descortés.
Se
inclinó hacia Rowan, le agarró la cabeza y la besó rápidamente. Luego se
acomodó de nuevo en el asiento. Rowan pudo haberlo evitado, pero no lo hizo. Y
cuando sus labios rozaron los suyos, Michael sintió en su corazón una leve punzada
que poco a poco empezó a adquirir mayor intensidad. «¡Te quiero! ¡Démonos otra
oportunidad! »
Tan
pronto como hubo expresado ese ruego, se dio cuenta de que no estaba hablando
con ella, sino consigo mismo acerca de ella.
Michael
se reclinó en el asiento y miró por la ventanilla, observando cómo el cielo se
oscurecía y perdía su último y sutil resplandor. Luego, volvió la cabeza y cerró
los ojos.
Nada
impedía que Rowan se enamorara locamente de ese ser que no podría dejarla
preñada con un monstruo, nada excepto la lealtad a su marido y su propia
voluntad.
Michael
comprendió que no poseía la certeza de que esas dos razones bastaran para
frenarla. Quizá nunca se volviera a sentir seguro respecto a su mujer.
Al
cabo de veinte minutos anocheció por completo y el chófer encendió los faros.
Podían estar circulando por cualquier autopista, en cualquier parte del mundo.
Al
fin Gordon rompió el silencio, ordenando al chófer que girara a la derecha y
tomara el siguiente camino a la izquierda.
El
vehículo giró por un camino que conducía a una zona boscosa en la que crecían
hayas y robles, junto a unos pocos árboles frutales que Michael no consiguió
identificar. Los faros del coche iluminaban de vez en cuando unas flores de
color rosa.
El
segundo camino vecinal estaba sin asfaltar. El bosque se tornaba cada vez más
denso. Quizá se tratara de los vestigios de un viejo bosque infestado de druidas,
como los que antiguamente se extendían por todo el territorio de Inglaterra y
Escocia, posiblemente por toda Europa, ese tipo de bosques que Julio César
había arrasado sin piedad, a fin de obligar a los dioses de sus enemigos a huir
para no morir aniquilados.
La
luna brillaba en el cielo. Michael divisó un pequeño puente antes de que
giraran de nuevo y enfilaran un camino que discurría junto a un pequeño y
apacible lago. En el lado opuesto se alzaba una torre, tal vez una fortaleza
normanda. Era un paraje tan romántico que Michael supuso que los poetas del
siglo pasado le habrían dedicado un sinfín de versos. Quizás incluso lo
hubiesen construido ellos mismos, y se tratase de una de esas hermosas
falsificaciones que habían florecido por doquier a medida que la reciente
afición por las estructuras góticas revolucionaba la arquitectura en el mundo
entero.
Pero
al doblar un recodo y aproximarse a la torre, Michael la observó con mayor
nitidez y pudo comprobar que se trataba de una torre típicamente normanda, de
grandes proporciones, con una altura de unos tres pisos hasta las almenas. En
las ventanas había luz. La parte inferior del edificio estaba rodeada de
árboles.
Sí,
era una torre normanda. Michael había visto algunas en su época de estudiante,
cuando se dedicaba a recorrer los itinerarios turísticos de Inglaterra. Incluso
resultaba posible que un sábado de estío de tantos años atrás que ya ni lo
recordaba, hubiera contemplado esa misma torre que ahora se elevaba frente a
ellos.
En
cualquier caso, no se acordaba. El lago, el gigantesco árbol que tenía a su
izquierda, todo el conjunto resultaba demasiado perfecto. Michael avistó los
fundamentos de una estructura mayor que se hallaban diseminados a lo largo de
una extensa zona, erosionados por la lluvia y el viento y medio ocultos por los
matojos.
Después
de atravesar un bosquecillo de jóvenes robles que ocultaban la torre, llegaron
casi hasta sus puertas. Michael vio un par de coches aparcados frente a ella,
así como dos diminutas luces que iluminaban un amplio portal.
El
edificio presentaba un aspecto muy cuidado, habitable. La torre se hallaba
perfectamente conservada, sin ningún añadido moderno que resultase visible. Una
parra se aferraba a los muros de piedra, por encima del sencillo arco de la
puerta.
Nadie
pronunció palabra.
El
chófer detuvo el coche en un pequeño claro cubierto de grava.
Michael
se apeó apresuradamente y echó un vistazo a su alrededor. Pudo observar un
frondoso jardín inglés que se extendía en dirección al lago y al bosque,
repleto de plantas y flores primaverales cuyas siluetas apenas distinguía en la
oscuridad. ¿Quién sabe qué tesoros se ocultaban allí, es que no se revelarían a
sus ojos hasta el día siguiente, cuando amaneciera?
Aunque,
bien pensado, nadie podía saber si se encontrarían aún allí cuando amaneciera.
Entre
ellos y la torre se alzaba un inmenso alerce, sin duda el árbol más antiguo que
Michael había contemplado en su vida.
Michael
se dirigió hacia el venerable árbol, dejando atrás a su esposa. Pero no pudo
reprimir el impulso. Cuando se detuvo bajo sus gigantescas ramas alzó los ojos
hacia la fachada de la torre y divisó una solitaria figura en la tercera
ventana; tan sólo unos hombros y una cabeza diminuta. Se trataba de una mujer,
con el cabello suelto y tal vez cubierto por un velo.
Michael
oyó los pasos de los demás sobre la grava, pero no se movió. Deseaba permanecer
en aquel lugar y admirar el sereno lago, en cuyas aguas se reflejaban delicados
árboles frutales que ostentaban unas pálidas flores. Probablemente se tratara
de ciruelos japoneses, unos árboles que crecían en primavera en Berkeley, California,
y que conseguían que la luz de las callejuelas adquiriera un matiz rosado.
Michael
deseaba guardar en su memoria todo esto. No quería olvidarlo jamás. Quizás aún
no se había recuperado del largo viaje en avión, o puede que se estuviera
volviendo loco como Yuri. Era una imagen que simbolizaba a la perfección la
aventura que habían emprendido, sus horrores y revelaciones: la esbelta torre
y la perspectiva de hallar en su interior una princesa.
El
chófer apagó los faros del coche. Los otros pasaron junto a Michael. Rowan
permaneció a su lado mientras él contemplaba el lago por última vez. Después
vio la gigantesca silueta de Ash, que agarraba a Stuart Gordon por la muñeca.
Éste avanzaba arrastrando los pies, como si estuviera a punto de desplomarse.
Durante unos instantes, Michael sintió lástima de aquel anciano de cabellos
grises. Cuando se aproximaron a la puerta, la luz iluminó los vulnerables
tendones de su delgado cuello.
Sí,
aquél era el momento supremo, pensó Michael, impresionado ante la idea de que
en aquella torre vivía un Taltos hembra, como Rapunzel, y que Ash iba a matar
al anciano al que conducía hacia la puerta de la torre.
Es
posible que el recuerdo de ese momento -de esas imágenes, de la suave y fresca
noche- fuera lo único que él consiguiera salvar de esa experiencia. Era muy
probable.
Con
gesto pausado pero firme, Ash le arrebató la llave a Stuart Gordon y la
introdujo en la enorme cerradura de hierro. La puerta se abrió con moderna eficacia
y ellos penetraron en el vestíbulo; aquel espacio estaba dotado de calefacción
eléctrica y había sido decorado con unos amplios y confortables sillones de estilo
neorrenacentista que exhibían unas amplias patas maravillosamente talladas y
rematadas por unas garras, así como una tapicería algo raída, aunque valiosa y
muy bella.
De
los muros colgaban unos cuadros medievales, muchos de los cuales mostraban la
imperecedera pátina de la pintura al temple con yema de huevo. En una esquina
había una armadura cubierta de polvo. Otros tesoros aparecían diseminados aquí
y allá, en deliberado desorden. Parecía el hogar de un hombre poético, un
hombre enamorado del pasado de Inglaterra, quizá fatalmente desarraigado del
presente.
A la
izquierda, había una escalinata que seguía la curva de la pared a medida que
descendía. La luz de una habitación del piso superior iluminaba el hueco de la
escalera; Michael pensó que tal vez también proviniera de otras habitaciones.
Ash
soltó a Stuart Gordon, se dirigió hacia la escalera, apoyó la mano en el poste
y empezó a subir.
Rowan
lo siguió en el acto.
Stuart
Gordon parecía no haberse dado cuenta de que Ash lo había soltado.
-No
la lastimes -dijo de pronto, como si eso fuera la única cosa que le
preocupara-. No la toques sin su permiso -le rogó a Ash. La voz que brotaba de
su esquelético y viejo rostro parecía constituir el último vestigio de su
masculinidad-. ¡No le hagas daño a mi tesoro!
Ash
se detuvo, miró a Gordon fijamente y luego subió la escalera.
Todos
le siguieron, incluido Gordon, quien pasó apresuradamente junto a Michael y
casi derribó a Yuri. Al llegar a la cima de la escalera alcanzó a Ash y ambos
desaparecieron.
Cuando
los otros llegaron arriba, se encontraron con una gran estancia decorada con la
misma sencillez que el vestíbulo; sus muros eran los de la torre, salvo para
dos pequeñas habitaciones con paredes y techo revestidos de madera antigua,
que quizá servían de baños o vestidores. La espaciosa estancia contenía varios
sofás y sillones cómodos y viejos, así como unas lámparas de pie con pantallas
de pergamino que iluminaban algunos rincones de la habitación, aunque el
centro estaba desnudo. Del techo pendía un candelabro de hierro cuyas velas
proyectaban un amplio círculo de luz sobre el reluciente suelo.
Al
cabo de unos instantes Michael advirtió que en la habitación había otra
persona, medio oculta en las sombras. Yuri se volvió para mirarla.
Al
otro lado del círculo de luz, frente a ellos, había una mujer muy alta sentada
en un taburete, ante un telar. Un pequeño flexo iluminaba sus manos, pero no
su rostro. Michael distinguió un fragmento de la labor que estaba realizando,
un primoroso bordado de alegres pero sutiles colores.
Ash
se detuvo y miró a la mujer. Ésta, a su vez, se volvió hacia él. Se trataba de
la mujer de largos cabellos que Michael había visto en la ventana.
Todos
permanecieron inmóviles, mientras Gordon corría hacia ella.
-¡Tessa!
-exclamó, haciendo caso omiso de los otros, como si hubiera olvidado que
estaban allí-. ¡Ya estoy aquí, cariño!
La
mujer se levantó. Era mucho más alta que Gordon. Éste la abrazó y ella emitió
un leve suspiro, apoyando delicadamente las manos sobre sus hombros. Pese a su
estatura, era tan delgada que daba la impresión de ser más débil que él.
Gordon la tomó por la cintura y la condujo hacia el círculo de luz.
Rowan
la miró con expresión preocupada. Yuri parecía entusiasmado. El rostro de Ash
era impenetrable; se limitó a observarla mientras se dirigía hacia ellos.
Entonces se detuvo bajo el candelabro, y la luz le iluminó la coronilla y la
frente.
Parecía
monstruosamente alta, tal vez por tratarse de una mujer.
Su
rostro era perfecto, como el de Ash, pero menos alargado y pronunciado. Tenía
una boca diminuta y bien dibujada, los ojos grandes y azules, de mirada bondadosa,
y unas pestañas largas y espesas como las de Ash. Su abundante cabellera blanca
le caía por la espalda, inmóvil y sedosa, más parecida a una nube que a una
mata de pelo, tan fina que casi resultaba translúcida.
Llevaba
un vestido violeta con un exquisito bordado debajo del pecho. Las mangas,
largas y abombadas, ya pasadas de moda, se ceñían delicadamente a sus muñecas.
Michael
pensó de pronto en Rapónchigo -o, mejor dicho, en todos los cuentos infantiles
que había leído a lo largo de su vida-, en hadas, reinas y princesas de
inequívoco poder. Cuando la mujer se acercó a Ash, Michael
observó que su tez poseía una blancura casi nívea. Era como un cisne que se
hubiera transformado en una princesa de mejillas firmes y lozanas, labios levemente
brillantes y unas largas pestañas que enmarcaban sus maravillosos ojos azules.
La
mujer arrugó el ceño, igual que una criatura a punto de romper a llorar.
-Taltos
-murmuró, aunque sin manifestar el menor temor. Su expresión era triste.
Yuri
lanzó una exclamación de asombro.
Gordon
parecía perplejo, como si no hubiera estado preparado para que el encuentro se
produjera en esas circunstancias. Durante unos instantes, mientras contemplaba
con arrobo a su amor, pareció rejuvenecer.
-¿Es
ésta la hembra? -preguntó Ash, sonriendo levemente, sin apartar los ojos de la
mujer pero tampoco sin hacer el menor gesto por estrechar la mano que ella le
tendía. Luego continuó con voz pausada-: ¿Esta es la mujer por la que
asesinaste a Aaron Lightner, por la cual trataste de matar a Yuri, la hembra a
la que querías proporcionar un Taltos macho a cualquier precio?
-¡No
sabes lo que dices! -respondió Gordon con voz trémula-. Si tratas de hacerle
daño, de palabra o acto, te mataré.
-No
lo creo -replicó Ash-. Querida -añadió, dirigiéndose a la mujer-, ¿comprendes
lo que digo?
-Sí
-contestó ella suavemente, con una voz casi infantil-, Taltos -dijo, alzando
las manos como una santa en éxtasis. Luego sacudió la cabeza y volvió a fruncir
el ceño como si algo le preocupara.
¿Era
la desgraciada Emaleth tan bonita y femenina como ella?
De
pronto Michael vio cómo el rostro de Emaleth se desintegraba bajo el impacto de
las balas y su cuerpo caía al suelo. ¿Era ésa la razón por la que lloraba
Rowan, o era porque estaba cansada y le lloraban los ojos mientras presenciaba
la escena entre Ash y la mujer? ¿Qué sentía ella aquellos momentos?
-Eres
muy guapa, Tessa -dijo Ash, alzando levemente las cejas.
-¿Qué
ocurre? -preguntó Gordon-. Hay algo que no funciona entre vosotros. ¿De qué se
trata? -Gordon avanzó un paso pero se detuvo, no deseaba interponerse entre
ellos. Su potente voz expresaba una profunda tristeza. Tenía la habilidad de un
orador, de alguien que sabe cómo convencer a sus interlocutores-. No imaginé
que vuestro encuentro se produjera en estas circunstancias, rodeados de
personas incapaces de comprender el verdadero significado de esto.
Gordon
se encontraba demasiado emocionado para fingir. Sus gestos ya no eran
histéricos, sino trágicos. Ash permaneció inmóvil, sonriendo y observando a
Tessa complacido mientras ella también esbozaba con su diminuta boca una alegre
sonrisa.
-Sí,
eres muy guapa -murmuró Ash. Luego se besó las yemas de los dedos y aplicó
suavemente el beso a la mejilla de la mujer.
Tessa
suspiró, estirando su largo cuello y dejando que el cabello se le desparramara
por la espalda. Luego extendió las manos, y Ash la estrechó entre sus brazos y
la besó. Sin embargo, Michael advirtió que la besaba sin pasión.
Gordon
se interpuso entre ellos, le rodeó la cintura a Tessa con el brazo izquierdo y
la obligó suavemente a retroceder.
-Aquí
no, por favor. ¡Esto no es un vulgar burdel!
Luego
se apartó de Tessa y se dirigió hacia Ash, con las manos unidas como si
estuviera rezando, mirándolo sin temor, preocupado por algo más crucial para él
que el hecho de salvar su propia vida
-¿Qué
lugar es el más idóneo para la boda de los Taltos? -solicitó con
tono respetuoso, casi implorante- . ¿Cuál es el lugar más sagrado en
Inglaterra, donde el perfil de St
Michael se extiende por la cima de la colina, y la derruida torre de la
antigua iglesia de St. Michael se alza
como un centinela?
Ash
lo miró casi con tristeza, sereno, escuchándolo atentamente, mientras Gordon
proseguía con su apasionado discurso.
-Déjame
que os conduzca hasta allí, permíteme asistir a la boda de los Taltos de
Glastonbury Tor -dijo, bajando el tono de voz y pronunciando las palabras de
forma pausada-. Si consigo presenciar ese acontecimiento, ese milagro del
nacimiento en la sagrada montaña, en el mismo lugar donde Jesús apareció en
Inglaterra -allí donde han caído viejos dioses y han surgido otros nuevos,
donde se ha derramado sangre en defensa de lo sagrado-, si consigo presenciar
el alumbramiento del hijo de los Taltos plenamente conformado y unido en un
abrazo a sus padres, el símbolo de la vida, ya no me importará seguir vivo o
morir.
Gordon
alzó la mano como si sostuviera en ella la Sagrada Forma. Se expresaba con voz
sosegada, sin crispación, y sus ojos eran suaves y luminosos.
Yuri
lo observó con manifiesto recelo.
Ash
parecía la viva imagen de la paciencia, pero por primera vez Michael presintió
una emoción más profunda y temible detrás de la mirada y la sonrisa de Ash.
-Entonces
-continuó Gordon-, habré contemplado lo que siempre deseé. Habré asistido al
milagro que cantan los poetas y sueñan los ancianos. Un milagro más grande que
todos los que he presenciado desde que mis ojos pueden leer y mis oídos
escuchar las historias que se me han relatado; o desde que mi lengua es capaz
de articular palabras que expresen mis sentimientos más profundos. Concédeme
estos últimos y preciosos momentos, la oportunidad de trasladarme a ese lugar.
No queda lejos. Se encuentra sólo a un cuarto de hora de aquí, no tardaremos
en llegar. Una vez en Glastonbury Tor, te entregaré la hembra, como un padre
entregaría a su hija, mi tesoro, mi amada Tessa, y entonces podréis hacer lo
que os plazca.
Gordon
se detuvo y miró a Ash, sin moverse, con una expresión de profunda tristeza,
como si sus palabras encerraran la tácita aceptación de su propia muerte.
No
advirtió el silencioso pero evidente desprecio que reflejaba la mirada de Yuri.
Michael
estaba perplejo ante la transformación que había experimentado el anciano, la
fuerza y convicción de sus palabras.
-Glastonbury
-murmuró Stuart-. Te lo ruego. Aquí no -dijo, sacudiendo la
cabeza-. Aquí no -repitió. Luego guardó silencio.
Ash
permaneció impasible. Después, suavemente, como si revelara un terrible secreto
y con ello rompiera el corazón de un hombre sensible por el que sintiera una
gran compasión, dijo:
-La
unión no puede consumarse, no se producirá ningún nacimiento. -Ash pronunció
estas palabras de forma pausada-. Tu hermoso tesoro es demasiado viejo. Es
estéril. Su fuente se ha secado.
-¿Viejo?
-replicó Stuart desconcertado, incrédulo-. ¡Viejo! -murmuró-. ¡Estás loco!
¿Cómo puedes decir eso? -inquirió, volviéndose hacia Tessa, la cual lo
observaba imperturbable, sin mostrar el menor signo de dolor ni disgusto. Estas
loco -repitió Stuart, alzando la voz-. ¡Mírala! -exclamó-. Mira su rostro, su
cuerpo. Es magnífica. Te he traído una esposa de tal belleza que deberías caer
de rodillas ante mí y darme las gracias -dijo Stuart desesperado, como si
presintiera su derrota.
-Es
posible que su rostro conserve su lozanía hasta el día que muera -respondió
Ash con su habitual tono sosegado-. Todos los Taltos poseen un rostro juvenil,
pero su cabello es completamente cano, está muerto. De su cuerpo no emana
ningún aroma. Pregúntaselo a ella, si no me crees. Los humanos han pronunciado
su nombre repetidamente. O quizás ha vivido aún más tiempo que yo. Su útero
está muerto. Su fuente se ha secado.
Gordon
ni siquiera trató de protestar. Se cubrió la boca con las manos, como si
quisiera ocultar su dolor. La mujer parecía un tanto perpleja, y sólo un poco
disgustada. Se adelantó, rodeó con su largo y esbelto brazo los hombros de
Gordon y dijo, dirigiéndose a Ash:
-Me
juzgas por lo que los hombres han hecho, conmigo a lo largo de los años,
utilizándome en todas las aldeas y poblaciones a las que he acudido, causándome
repetidas hemorragias, hasta que mi sangre se ha secado.
-No,
no te juzgo -respondió Ash con vehemencia-. No te juzgo, Tessa. Te lo aseguro.
-¡Ah!
-exclamó ella, sonriendo de modo alegre, como si aquella respuesta la hiciera
sentirse profundamente feliz.
De
pronto se volvió hacia Michael y hacia Rowan, que permanecía oculta entre las
sombras, y los miró con afecto.
-Aquí
no he sufrido esos horrores -dijo la mujer-. Stuart me ama de forma casta.
Éste es mi refugio -añadió, extendiendo las manos hacia Ash-. ¿No quieres
quedarte aquí conmigo? -preguntó, conduciendo a Ash hacia el centro de la
habitación-. Podríamos charlar, bailar. Cuando te miro a los ojos oigo una
música.
La
mujer atrajo a Ash hacia ella y dijo con tono emocionado y sincero:
-Me
alegro mucho de que hayas venido.
Luego
miró a Gordon, el cual retrocedió mientras observaba la escena con el ceño
arrugado, las manos sobre los labios, hasta chocar con una vieja silla de
madera. Se dejó caer en ella, apoyó la cabeza en el respaldo y volvió el
rostro. Era como si las fuerzas lo hubieran abandonado, como si se hubiera
quedado sin aliento.
-Bailad
conmigo -dijo Tessa-. Todos vosotros. ¿No queréis bailar conmigo?
La
mujer extendió los brazos e inclinó la cabeza hacia atrás y agitó su
cabellera, que parecía no tener vida, como el cabello blanco de los ancianos.
Luego empezó
a dar
vueltas y más vueltas haciendo que la amplia falda de su vestido violeta se
ahuecara y formase una especie de campana, mientras ella danzaba sobre las puntas
de sus pies calzados con unas zapatillas de raso.
Michael
no podía apartar los ojos de ella, fascinado por los sutiles movimientos con
los que iba describiendo un amplio círculo, avanzando el pie derecho y luego
el izquierdo, como si se tratara de una danza ritual.
En
cuanto a Gordon, estaba tan abatido que inspiraba lástima. La negativa de Ash
a unirse con la mujer había supuesto para él un golpe terrible, peor que la
muerte.
Ash
miraba también fijamente a Tessa, ligeramente conmovido, preocupado, incluso
triste.
-Mientes
-murmuró Stuart, hundido, desesperado-. Lo que dices es una mentira
abominable.
Ash
no se dignó contestar, sino que sonrió a Tessa y asintió con un movimiento de
cabeza en señal de aprobación.
-Pon
la música que me gusta, Stuart. Quiero que la oiga Ash -dijo la mujer,
sonriendo y dedicándole una reverencia a Ash. El se inclinó ante ella y la tomó
de las manos.
La
patética figura sentada en la silla parecía incapaz de moverse. De nuevo
murmuró:
-No
es cierto. -Sus palabras carecían de convicción. Tessa empezó a tararear una
canción mientras seguía girando.
-Interpreta
mi música, Stuart, por favor. -Yo lo haré -terció Michael en voz baja.
Acto
seguido se volvió sin saber muy bien lo que buscaba, confiando en que no se
tratara de un arpa o un violín, algo que requería la destreza de un músico experimentado,
porque en tal caso haría el ridículo más espantoso.
Michael
también se sentía deprimido, muy triste, incapaz de gozar de la sensación de
alivio que hubiera debido sentir en aquellos momentos.
Durante
unos instantes miró a Rowan, la cual parecía también tocada con un velo de
tristeza, sus manos juntas y su figura erguida contra la barandilla de la escalera,
siguiendo con la mirada todos los movimientos de Tessa, que había empezado a
tararear una melodía que entusiasmaba a Michael.
Al
fin Michael descubrió el equipo estereofónico, de diseño casi místicamente
técnico y dotado de multitud de pequeñas pantallas digitales, botones y cables
conectados a varios altavoces que se hallaban colgados en la pared a distancias
aleatorias.
Michael
se agachó, para intentar leer el nombre de la cinta que había dentro del
reproductor de casetes. -Es la música que le gusta a ella -dijo Stuart, mirando
fijamente a la mujer-. No tienes más que apretar el botón. Es su música. No se
cansa jamás de escucharla.
-Baila
con nosotros -dijo Tessa-. ¿No te apetece bailar con nosotros? -insistió,
acercándose a Ash. Esta vez Ash no pudo resistirse a la invitación de la mujer.
La tomó de las manos y luego la ciñó por la
cintura como si se dispusieran a iniciar un vals, íntimamente abrazados.
Michael
oprimió el botón del aparato.
A
través de los numerosos altavoces empezaron a sonar los suaves y lentos acordes
en un bajo sostenido de los instrumentos de cuerda, luego las trompetas,
nítidas y resplandecientes, se impusieron sobre los vibrantes tonos del
clavicordio y adoptaron en la misma escala melódica para acabar asumiendo el
protagonismo, seguidas por las cuerdas.
Ash
guiaba airosamente a su pareja, trazando ambos con pasos ágiles y precisos unos
armoniosos círculos. Se trataba del Canon de Pachelbel. Michael reconoció de
inmediato la obra, ejecutada de forma tan magistral como jamás la había oído
interpretar, y en la que los instrumentos de viento alcanzaban la riqueza acústica
que había pretendido el compositor.
Jamás
nadie compuso obra musical más melancólica, más entregada al romanticismo.
La
música fue adquiriendo intensidad y trascendiendo los límites del barroco; las
trompetas, las cuerdas y el clavicordio ejecutaban diversas melodías que se
entrelazaban entre sí con una riqueza desgarradora, lo cual confería a la pieza
un carácter a la vez conmovedor e intemporal.
La
pareja continuó bailando, sus cabezas levemente inclinadas, trazando de forma pausada
unos gráciles pasos al ritmo de la melodía. Ash miró a Tessa complacido. A
medida que la música iba adquiriendo intensidad, cuando las trompetas emitieron
unos delicados y vibrantes trinos, perfectamente controlados, y todas las
voces instrumentales se unieron en el momento más jubiloso de la obra, Ash y
Tessa empezaron a girar con mayor rapidez, describiendo unos círculos cada vez
más amplios.
La
falda de Tessa parecía flotar en torno a ella mientras sus diminutos pies se
movían con elegancia, los tacones resonando levemente sobre el suelo de madera,
su sonrisa más espléndida que nunca.
De
pronto Michael percibió otro sonido que se unió a la danza pues el Canon,
cuando era interpretado de ese modo, parecía una danza- y comprendió que era
la voz de Ash, el cual estaba cantando. Tan sólo tarareaba la música, sin
pronunciar palabra. Tessa se apresuró a imitarlo, y ambas voces se elevaron
sobre el profundo y brillante sonido de las trompetas, al ritmo de los crescendo
de la melodía, mientras giraban a gran velocidad con
las espaldas erguidas, y riendo radiantes de felicidad.
A
Rowan se le llenaron los ojos de lágrimas mientras contemplaba al hombre, alto
y de porte majestuoso, y a la airosa y grácil reina de las hadas. El anciano
sentado en la silla, agarrado al brazo de ésta como si se hallase al límite de
sus fuerzas, también estaba profundamente conmovido.
Yuri
parecía estar a punto de derrumbarse, de perder el control. Pero permanecía
inmóvil, apoyado en la pared, contemplando la escena.
Ash
miraba a su pareja embelesado, con adoración, girando la cabeza de un lado al
otro y moviéndose cada vez más deprisa.
Siguieron
bailando y girando en medio del círculo de luz, desplazándose hacia las sombras
y apareciendo de nuevo en el centro de la habitación, cantando como si se
brindaran mutuamente una serenata; el rostro de Tessa expresaba la alegría de
una niña a la que acabaran de conceder su deseo más ferviente.
Michael
pensó que debían retirarse -Rowan, Yuri y él- para permitir que Ash y Tessa
disfrutaran de su tierno y conmovedor encuentro.
Quizás
éste fuese el único abrazo del que gozarían. Ambos parecían haberse olvidado de
la compañía, así como de la suerte que les tenía reservado el destino.
Pero
ni él ni ninguno de los presentes pudo retirar El baile continuó hasta que el
ritmo se tornó máslento, hasta que los instrumentos empezaron a sonar con más
suavidad, anunciando el fin de la pieza, y las distintas líneas melódicas del
Canon confluyeron en una única y potente voz, que al cabo de unos segundos
empezó a disiparse mientras la trompeta emitía una última nota antes de que se
hiciera definitivamente el silencio.
La
pareja se detuvo en el centro de la habitación, la luz del candelabro
iluminando sus rostros y su cabello. Michael se apoyó en el muro de piedra,
incapaz de moverse, mirándolos fijamente.
Esa
clase de música podía herirte profundamente. Provocaba el recuerdo de las
frustraciones y la soledad. Era como si dijera: «Así es la vida. Tenlo
presente.» Silencio.
Ash
tomó las manos de la reina de las hadas, examinándolas detenidamente, y las
besó. Tessa permaneció inmóvil, mirándolo como si estuviera enamorada, quizá no
de él, sino de la música, el baile y la luz, de todo. Ash la condujo de nuevo
hacia el telar, obligándola suavemente a tomar asiento en el taburete.
Al
volverse y contemplar el tapete que estaba bordando, Tessa pareció olvidarse
de todos los presentes, incluso de Ash, y sus ágiles dedos reanudaron de inmediato
la labor.
Ash
retrocedió, procurando no hacer ruido, y luego se volvió y miró a Stuart
Gordon.
El
anciano no protestó ni suplicó. Permaneció sentado de lado en la silla
mientras su mirada se dirigía de Ash a Tessa, y de nuevo a Ash.
Había
llegado el trágico momento, pensó Michael. Pero quizás una historia, una
extensa explicación, un argumento desesperado consiguiera demorarlo.
Sin
duda, Gordon trataría de hacerlo. Alguien debía intentarlo. Era preciso hacer
algo para salvar la vida de aquel desgraciado ser humano; justamente porque era eso,
un ser humano, alguien debía impedir su inmediata ejecución.
-Quiero
los nombres de los otros -dijo Ash con su habitual tono calmado-. Quiero saber
quiénes fueron tus compinches, tanto dentro como fuera de la Orden.
Stuart
tardó unos minutos en responder. No se movió, ni rehuyó la mirada de Ash.
-No
-contestó al fin-. Jamás te daré esos nombres.
Era
una respuesta definitiva. Michael comprendió que ninguno de ellos conseguiría
convencer al anciano, el cual permanecía encerrado en su dolor.
Ash
se dirigió lentamente hacia Gordon.
-Espere
-dijo Michael-. Se lo ruego, Ash, espere.
Ash
se detuvo y miró solícito a Michael.
-¿Qué
pasa, Michael? -preguntó, fingiendo no saber a qué se debía ese ruego.
-Deje
que Gordon nos revele lo que sabe. - contestó Michael-. deje que nos cuente su
historia.
17
Todo había cambiado. Todo resultaba más fácil.
Ella yacía en los brazos de Morrigan y Morrigan yacía en los de ella...
No se despertó hasta el
atardecer.
Había tenido un sueño fantástico. Era como si
Gifford, Alicia y la anciana Evelyn hubieran estado con ella, sin muertes ni
sufrimiento, sino bailando, sí, bailando en un círculo.
Mona
se encontraba en la gloria. Aunque más tarde no recordara el sueño, nadie le
podía robar la sensación de bienestar que estaba sintiendo en esos momentos. El
cielo tenía un color violáceo, como le gustaba a Michael.
Mary
Jane se hallaba de pie junto a ella, con el rostro enmarcado por su espléndida
cabellera rubia, tan atractiva como siempre.
-Eres
como Alicia en el País de las Maravillas -dijo Mona-. A partir de ahora te
llamaré Alicia.
«Todo
irá perfectamente, te lo prometo.»
-He
preparado la cena -dijo Mary Jane-. Le dije a Eugenia que podía
librar esta noche. Espero que no le importe; cuando vi la despensa me volví
loca.
-Por
supuesto que no me importa -respondió Mona-. Ayúdame a
levantarme; eres una prima estupenda.
Mona
se levantó de un salto, completamente despejada. Se sentía ágil y libre, como
el bebé que llevaba en el vientre, un bebé con una larga cabellera pelirroja
flotando en el líquido amniótico, igual que una muñequita de goma dotada de
diminutos brazos y piernas.
-He
preparado unos ñames, arroz, ostras gratinadas y pollo asado con mantequilla y
estragón. -¿Dónde aprendiste a cocinar? -preguntó Mona. Luego se detuvo y
abrazó a Mary Jane-. No existe nadie como nosotros, ¿verdad? Me refiero a
nuestra familia.
-Desde
luego -contestó Mary Jane, sonriendo-. Es genial. Te quiero, Mona Mayfair.
-Me
alegra saberlo -contestó Mona.
Al
llegar a la puerta de la cocina, Mona asomó la cabeza y exclamó:
-¡Caray!
¡Menuda cena has preparado!
-Para
que veas -respondió Mary Jane, sonriendo con orgullo y mostrando una dentadura
perfecta-. Cocino desde los seis años. En aquel entonces mi madre vivía con un
cocinero, ¿sabes? Más tarde trabajé en un elegante restaurante de Jackson,
Mississippi. Jackson es la capital, ¿sabes? Los senadores acudían a comer al
restaurante donde yo trabajaba. Un día les dije a los dueños: «Si queréis que
trabaje aquí, dejad que mire lo que hace el cocinero y así aprenderé a cocinar.
» ¿Qué quieres beber?
-Leche,
me muero de ganas de beber leche -respondió Mona-. Pero no entres todavía.
Mira, es la hora mágica del crepúsculo; el momento preferido de Michael.
Desgraciadamente,
no recordaba quién había junto a ella en el sueño. Tan sólo persistía la
sensación de cariño, de profundo bienestar.
Durante
unos momentos pensó en Michael y Rowan. ¿Lograrían descubrir al asesino de
Aaron? Mona confiaba en que juntos consiguieran superar todos las dificultades,
es decir, si cooperaban el uno con el otro. En cuanto a Yuri, su destino lo
llevaría seguramente por rumbos distintos al de ellos.
Cuando
llegase el momento, todo el mundo lo comprendería.
Las
flores resplandecían. Era como si todas las plantas cantaran. Mona se apoyó
contra la puerta y unió su canturreo al de las flores, como si un remoto rincón
de su memoria, allí donde se almacenaban todas las cosas delicadas y bonitas,
le dictara las palabras de la canción. En el aire flotaba un agradable aroma...
¡Era la dulce fragancia de los olivos!
-Anda,
vamos a cenar -dijo Mary Jane.
-De
acuerdo, de acuerdo -contestó Mona, alzando los brazos en un gesto de
resignación y despidiéndose de la noche.
Luego
entró en la cocina, como sumida en exquisito trance, y se sentó ante la
magnífica mesa que Mary Jane había dispuesto. Había sacado la vajilla Royal
Antoinette, que ostentaba un delicado dibujo y cuyos platos tenían el borde
dorado. Qué chica tan fantástica y tan lista, pensó Mona. Sólo ella era capaz
de dar con la mejor porcelana dejándose guiar sólo por su instinto. Su prima
parecía ofrecer un amplio abanico de posibilidades, pero ¿era realmente tan
aventurera como parecía? Qué ingenuo había sido Ryan al llevarla allí y
dejarlas a solas a las dos.
-Nunca
había visto una vajilla como ésta -dijo Mary Jane con entusiasmo-. Es como si
estuviera fabricada con un tejido almidonado. ¿Cómo lo hacen? -preguntó,
depositando sobre la mesa una botella de leche y una caja que contenía
chocolate en polvo. -No eches ese veneno en la leche, por favor -dijo Mona,
cogiendo el envase para abrirlo apresuradamente y llenar el vaso. .
-¿Cómo
pueden fabricar unas piezas de porcelana que no sean lisas? No lo entiendo, a
menos que la porcelana sea tan maleable como la masa de pan antes de cocerla,
y aun así...
-No
tengo la menor idea -respondió Mona-, pero siempre he adorado esta vajilla. En
el comedor no produce tanto impacto, puesto que su belleza queda ensombrecida
por los murales. Pero en la mesa de la cocina queda perfecta. Has tenido un
gran acierto al colocar los tapetes individuales de encaje Battenberg. Aunque
haya pasado poco rato desde que acabamos de comer, me siento hambrienta. Es
increíble, pero tengo un apetito voraz.
-No
ha pasado poco rato, y tú apenas probaste bocado -dijo Mary Jane-. Tenía miedo
de que te enfadaras conmigo por haber sacado estas cosas, pero luego pensé:
«Si Mona se molesta por ello, volveré a recogerlas y punto.»
-Cariño,
por un tiempo la casa es nuestra -contestó Mona con aire triunfal.
¡Qué
rica estaba la leche! Mona se la bebió con tal ansia que derramó unas gotas
sobre la mesa.
«Bebe
más.»
-Ya
lo hago -dijo Mona.
-Ya
lo veo -respondió Mary Jane, sentándose junto a ella. Todas las fuentes
contenían cosas deliciosas. Mona se sirvió una generosa porción de arroz, sin salsa.
Era fantástico. Empezó a comer sin esperar a que se sirviera Mary Jane, que
insistía en añadir varias cucharadas de chocolate en polvo a su vaso de leche.
-Espero
que no te importe. El chocolate me encanta. No puedo vivir sin él. Antes me
comía todos los días un bocadillo de chocolate. ¿Sabes cómo se prepara?
Colocas un par de barras de chocolate entre dos rebanadas de pan blanco y
luego añades unas rodajas de plátano y azúcar. Está delicioso.
-Te
comprendo, yo pensaría lo mismo que tú si no estuviera embarazada. Una vez me
zampé una caja entera de chocolates rellenos de cerezas -dijo Mona, engullendo
una cucharada tras otra de arroz. Ningún chocolate podía compararse a aquello.
Los chocolates rellenos de cerezas se le antojaron ahora una insignificancia.
Lo más curioso es que le apetecía comer pan blanco-. Supongo que necesito tomar
hidratos de carbono -dijo-. Es lo que me dicta mi bebé.
«¿Se
reía, o cantaba?»
Daba
lo mismo; todo era muy sencillo, muy natural; Mona se sentía en paz con el
mundo entero, y no le costaría ningún esfuerzo hacer que Michael y Rowan
participaran de esa armonía. Satisfecha, se repantigó en la silla. De pronto
tuvo una visión, una visión del cielo tachonado de estrellas. La bóveda celeste
aparecía negra, pura y fría, había unas personas cantando y las estrellas
tenían un aspecto magnífico, sencillamente magnífico.
-¿Cómo
se llama la canción que tarareas?
-Calla, ¿no has oído un ruido?
Ryan
acababa de llegar. Mona oyó su voz en el comedor. Estaba hablando con Eugenia.
Era magnífico ver a Ryan, pero no dejaría que se llevara a Mary Jane.
En
cuanto Ryan entró en la cocina y Mona vio su cara de cansancio, sintió lástima
de él. Todavía llevaba el traje oscuro que se había puesto para el funeral.
Debió haber elegido un traje de mil rayas, como solían hacer los hombres en
verano. A Mona le encantaba ver a los ancianos tocados con un sombrero de paja.
-Siéntate
con nosotras, Ryan -dijo Mona, engullendo otra gigantesca cucharada de arroz-.
Mary Jane ha preparado un auténtico festín.
-Siéntate
aquí -terció Mary Jane, levantándose de un salto-. Te traeré un plato, primo
Ryan.
-No
puedo quedarme, querida -respondió Ryan, esmerándose en mostrarse cortés con
Mary Jane, la «prima del campo- Tengo prisa. Pero te agradezco tu invitación.
-Ryan
siempre tiene prisa -dijo Mona-. Antes de irte, date un paseo por el jardín.
Está precioso. Mira el cielo, escucha a los pájaros. Y si no lo has hecho nunca,
aspira el aroma de los olivos.
-¿Crees
que es bueno comer tanto arroz, teniendo en cuenta tu estado?
Mona
reprimió la risa. .
-Anda,
siéntate y toma un vaso de vino, Ryan -dijo-. ¿Dónde está Eugenia?
¡Eugenia! ¡Trae un poco de vino!
-No
me apetece beber vino, Mona, gracias -contestó Ryan. Cuando al cabo de unos
instantes apareció Eugenia, enojada y con cara de pocos amigos, Ryan le indicó
con un gesto que podía retirarse. Eugenia obedeció.
Pese
a su cansancio e irritación, Ryan estaba muy guapo y presentaba un aspecto tan
pulido que parecía que le hubieran sacado brillo con una gamuza. Mona sintió de
nuevo deseos de soltar una carcajada. Decidió beberse otro trago de leche, o
mejor, todo el vaso. Arroz y leche. No era de extrañar que los tejanos fueran
tan aficionados al arroz con leche.
-Déjame,
que te llene el plato, primo Ryan. No tardo nada -insistió Mary Jane.
-No,
Mary Jane, gracias. Quiero decirte algo, Mona.
-¿Ahora
mismo? ¿No puedes esperar a que acabemos de cenar? Está bien, suéltalo. ¿Tan
grave es? -Mona se sirvió otro vaso de leche, derramando unas gotas
sobre la mesa-. Después de todo lo que ha pasado... Sabes, lo malo de esta
familia es su conservadurismo puro y duro. ¿Lo he dicho bien?
-Estoy
hablando con usted, señorita Cerdita -contestó Ryan.
Mona
y Mary Jane se echaron a reír.
-Acabarán
contratándome de cocinera -dijo Mary Jane-, aunque lo único que hice fue echar
un poco de mantequilla y ajo.
-¡Así
que es la mantequilla! -exclamó Mona, señalando a Mary Jane-. ¿Dónde está la
mantequilla? Ése es el secreto, echar grandes cantidades de mantequilla. -Mona
cogió una rebanada de pan blanco y una generosa ración de mantequilla tibia, la
cual había empezado a derretirse sobre el platito.
Ryan
consultó su reloj, una señal infalible de que no permanecería allí más de
cuatro minutos. Pero no había dicho una sola palabra acerca de llevarse a Mary
Jane.
-¿Qué
me querías decir? -preguntó Mona-. No te cortes. Podré soportarlo.
-No
estoy seguro de ello -contestó Ryan, muy serio.
Su
respuesta provocó otro ataque de hilaridad en Mona y Mary Jane. O puede que
fuera la expresión de Ryan. Mary Jane, que estaba de pie junto a Ryan, se tapó
la boca con la mano, en un vano intento de disimular su risa.
-Me
marcho, Mona -dijo-. He dejado unas cajas llenas de papeles en el dormitorio
principal. Son unos documentos que me pidió Rowan, unos apuntes que redactó en
su habitación de Houston. -Ryan señaló con una mirada a Mary Jane, insinuando
que ésta no debía enterarse de nada.
-Ah,
sí, las notas -contestó Mona-. Anoche te escuché hablar sobre ellas. Una vez oí
una historia muy curiosa sobre Daphne Du Maurier. ¿Sabes quién es, Ryan?
-Por
supuesto.
-Pues
bien, resulta que su libro, Rebeca, lo concibió
como un experimento para comprobar cuánto tiempo podía estar sin nombrar la
narradora, que es a su vez la protagonista de la obra. Me lo contó Michael. Es
una anécdota auténtica. Al llegar al final del libro, el experimento ya no
tenía importancia. Sin embargo, el lector nunca llega a averiguar el nombre de
la segunda esposa de Maxim de Winter en la novela, ni tampoco en la película.
¿La has visto?
-¿Y
eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando?
-Tú
haces lo mismo, Ryan, creo que morirás sin haber pronunciado el nombre de
Lasher -respondió Mona, estallando en una carcajada.
Mary
Jane también se echó a reír, como si estuviera informada del asunto.
No
hay nada más divertido que ver a alguien riéndose de un chiste, excepto ver a
alguien que te mira indignado, sin esbozar siquiera una sonrisa.
-No
toques esas cajas -dijo Ryan con aire solemne-. Pertenecen a Rowan. Hay algo
que debo decirte sobre Michael, algo que hallé en un árbol genealógico que
figura en uno de esos papeles. Haz el favor de sentarte, Mary Jane, y termina
de cenar.
-¿Un
árbol genealógico? -repitió Mona-. ¡Caray! Puede que Lasher supiera cosas que
nosotros ignoramos. La genealogía no es tan sólo una afición en esta familia,
Mary Jane, sino una verdadera obsesión. Ya han pasado cuatro minutos, Ryan.
-¿A
qué te refieres?
Mona
le explicó entre carcajadas que se le había acabado el tiempo, que tenía que
marcharse. Creyó que le iba a dar un ataque de tanto reír.
-Ya
sé lo que vas a decir -terció Mary Jane, levantándose de un salto, como si
resultara obligado ponerse en pie para sostener una conversación tan seria v
trascendente como aquella-. Vas a decir que Michael Curry es un Mayfair. ¡Ya te
lo dije!
Ryan
empalideció.
Mona
apuró el cuarto vaso de leche. Tras haberse terminado su arroz, cogió el bol y
lo inclinó sobre su plato, dejando que cayera sobre él otra montaña de humeantes
granos de arroz.
-No
me mires de esa forma, Ryan -dijo Mona-. ¿Qué ibas a decirme sobre Michael?
¿Acaso tiene razón Mary Jane? Ella dijo que la primera vez que vio a, Michael
se dio cuenta de que era un Mayfair.
-Lo
es -declaró Mary Jane-. Enseguida advertí su parecido con la familia. ¿Sabes a
quién se parece? A ese cantante de ópera.
-¿A
quién te refieres? -preguntó Ryan. -¿Un cantante de ópera? -preguntó Mona.
-Tyrone MacNamara. Beatrice tiene unas fotos de él colgadas en la pared. El
padre de Julien. Debe de ser tu bisabuelo, Ryan. En el laboratorio genealógico
vi a un montón de gente que se parecía a él, con unos rasgos típicamente
irlandeses. ¿No os habíais fijado? Es lógico, porque todos tenéis sangre
irlandesa, sangre francesa...
-Y
sangre holandesa -apostilló Ryan con voz tensa. Miró a Mona y luego a Mary
Jane-. Tengo que irme.
-Espera
un segundo -dijo Mona, engullendo apresuradamente una cucharada de arroz y
bebiendo después un trago de leche-. ¿Era eso lo que ibas a contarme? ¿Que
Michael es un Mayfair?
-Hay
una mención en esos papeles -respondió Ryan- que al parecer hace referencia
explícita a Michael.
-¡Es
increíble! -exclamó Mona.
-Esto
es como la realeza-soltó Mary Jane-. Todos los
primos se casan entre sí. ¡Y he aquí a la zarina en persona!
-Me
temo que tienes razón -dijo Ryan-. ¿Has tomado algún medicamento, Mona?
-Por
supuesto que no. ¿Me crees capaz de hacerle eso a mi hija?
-Bien,
tengo que irme -dijo Ryan-. Portaos bien. Recordad que la casa está rodeada de
guardias. No os mováis de aquí, y no incordiéis a Eugenia.
-No
te vayas, Ryan -le rogó Mona-. Nos divertimos mucho contigo. ¿Qué quieres
decir con eso de que no incordiemos a Eugenia?
-Cuando
hayas recobrado el juicio -dijo Ryan-, te agradecería que me llamaras. ¿Y si el
niño es un varón? Supongo que no irás a arriesgar tu vida haciéndote una de
esas pruebas para determinar el sexo de la criatura...
-No
es un varón, estoy segura -contestó Mona-. Es una niña, y le he impuesto el
nombre de Morrigan. Ya te llamaré, ¿de acuerdo?
Después
de esto, Ryan salió de la forma en que sólo él sabía hacerlo, es decir, con
pasos rápidos pero sin denotar urgencia en su marcha, como suelen hacer las
monjas o los médicos, sin apenas ruido ni aspavientos.
-No
toquéis esos papeles -dijo desde el office.
Mona
se reclinó en la silla y respiró hondo. Dedujo que Ryan sería la última persona
adulta que aparecería por allí para controlar lo que hacían.
¿Sería
cierto lo que había dicho sobre Michael?
-¿Tú
crees que es verdad? -pregunto a Mary Jane-. Subamos a echar un vistazo a esos
papeles.
-Pero
Ryan dijo que esos papeles pertenecen a Rowan -protestó Mary Jane-. Nos dijo
que no debíamos tocarlos. Anda, sírvete un poco de pollo con bechamel. ¿No te
apetece? Me ha salido buenísimo.
-¡Bechamel! No dijiste nada de la bechamel. Morrigan
no quiere comer carne. No le gusta. Mira, tengo derecho a ver esos papeles. Si
él escribió unas notas...
-¿Quién
es él?
-Lasher.
Lo sabes perfectamente. No me digas que tu abuela no te dijo nada.
-Claro
que me lo dijo. ¿Crees en él?
-¿Que
si creo en él? Casi me mata. Por poco paso a formar parte de una estadística,
como mi madre, tía Gifford y las demás mujeres de la familia a las que asesinó.
Cómo no voy a creer en él, si está... -Mona se detuvo y señaló el jardín,
concretamente la encina. No, era preferible no contárselo a Mary Jane, había
jurado a Michael que jamás le diría a nadie que estaba enterrado allí, junto
con la otra víctima inocente, Emaleth, que tuvo que morir aun sin haber hecho
daño a nadie.
«No
te preocupes, Morrigan, cariño mío, no dejaré que te ocurra nada malo.»
-En
fin, es una historia muy larga que ahora no tengo tiempo de contarte -dijo
Mona.
-Sé
quién es Lasher -respondió Mary Jane-. Sé lo que pasó. Me lo contó la abuela.
Los otros no dijeron claramente que había asesinado a unas mujeres. Sólo
dijeron que la abuela y yo teníamos que venir a Nueva Orleans y alojarnos en
casa de alguno de vosotros. Pero no lo hicimos y no nos ha pasado nada malo.
Mary
Jane se encogió de hombros e inclinó la cabeza hacia un lado.
-Os
podía haber costado muy caro -respondió Mona. La bechamel estaba riquísima con
el arroz. ¿A qué viene esta comida blanca, Morrigan?
«Los
árboles estaban repletos de manzanas, y su carne era blanca, y los tubérculos y
las raíces que arrancamos de la tierra eran blancos, y estábamos en el paraíso.»
¡Cómo brillan las estrellas! ¿Era el mundo en
aquellos días realmente tan puro y maravilloso? ¿O existían como hoy unas
amenazas tan graves que todo estaba corrompido? Si vives atemorizado, ¿qué
importa...?
-¿Qué
pasa, Mona? -preguntó Mary Jane-. ¿Te dormido?
-No
pasa nada -contestó Mona-. He recordado un
fragmento del sueño que tuve cuando estaba tumbada en el jardín. Estaba
conversando con alguien. Sabes, Mary Jane, es preciso que la gente aprenda a
comprender a los demás. Ahora mismo, tú y yo estábamos aprendiendo a
entendernos. ¿Sabes lo que quiero decir?
-Claro.
Así no tendrás más que llamar a Fontevrault y decirme: «Mary Jane, te
necesito», y yo cogeré la furgoneta y acudiré corriendo.
-Sí,
eso es exactamente a lo que me refiero. De este modo tú lo sabrás todo sobre
mí y yo sobre ti. Ha sido el sueño más feliz que he tenido en la vida. Era
tan... alegre. Todos bailábamos alrededor de una hoguera. Normalmente el fuego
me da miedo, pero en el sueño me sentía libre, totalmente libre. Nada me preocupaba.
Necesitamos otra manzana. No fueron los invasores quienes inventaron la
muerte. Ésa es una idea absurda, aunque comprendo que todos pensaran que
ellos... Todo depende de cómo lo mires, y si no tienes un concepto claro del
tiempo, si no comprendes la importancia del tiempo... Es evidente que los
pueblos primitivos que se alimentaban de lo que cazaban sí lo tenían, igual que
los pueblos agricultores, pero quienes habitan en paraísos tropicales quizá no
desarrollen este tipo de relaciones porque para ellos los ciclos no existen.
La aguja está fija en el cielo. ¿Comprendes lo que quiero decir?
-No.
-Pues
presta atención y lo comprenderás. En el sueño que tuve, era como si los
invasores hubieran inventado la muerte. Pero ahora comprendo que lo que en
realidad habían inventado era matar, no la muerte. Es muy distinto.
-Allí
hay un frutero lleno de manzanas. ¿Te traigo una?
-Más
tarde. Quiero subir a la habitación de Rowan -contestó Mona.
-Deja
que termine de comer -le rogó Mary Jane-. No subas sin mí. Aunque no sé si
tenemos derecho a entrar en su habitación.
-A
Rowan no le importaría. Puede que a Michael sí. Pero, sabes -dijo Mona,
imitando la forma de hablar de Mary Jane-, me importa un pito.
A
Mary Jane le dio tal ataque de risa que casi se cae de la silla.
-¡Qué
mala eres! -dijo-. Vamos. De todos modos, el pollo es más bueno cuando está
frío.
«Y la
carne del mar era blanca, la carne de los langostinos y los peces, de las
ostras y las almejas. Blanca y pura. Los huevos de las gaviotas eran
preciosos, con una cáscara completamente blanca, y cuando los rompías aparecía
un enorme ojo dorado, flotando en un líquido transparente, que parecía
observarte fijamente.» -¿Mona?
Mona
se detuvo en la puerta que comunicaba con el office y
cerró los ojos. Sintió que Mary Jane le cogía la mano.
-No
-dijo, suspirando-. Ha vuelto a desaparecer. Mona se llevó la mano al vientre,
separando los dedos para palparlo y notar los pequeños movimientos del bebé.
Qué bonita es Morrigan. Es pelirroja como yo. ¿De veras tienes el
cabello rojo, mamá?
-¿Acaso
no puedes verme?
«Te
veo en los ojos de Mary Jane.»
-¿Quieres
que te traiga una silla para que te sientes, Mona? -preguntó Mary Jane.
-No,
estoy perfectamente -contestó Mona, abriendo los ojos. De pronto sintió una
maravillosa inyección de energía. Extendió los brazos y echó a correr a través
del office, el comedor y el pasillo y subió
apresuradamente la escalera.
-¡Vamos,
sígueme! -le gritó a Mary Jane.
Era
fantástico correr de aquel modo. Era una de las cosas que añoraba de su
infancia, el no haber corrido nunca por la avenida de St. Charles con los
brazos extendidos. Subir los escalones de dos en dos. Dar la vuelta a la
manzana corriendo para ver si era capaz de hacerlo sin detenerse, sin
desmayarse, sin ponerse a vomitar.
Mary
Jane subió corriendo la escalera tras ella.
La
puerta del dormitorio estaba cerrada. Probablemente la hubiera cerrado el
bueno de Ryan.
Pero
no. Al abrirla, Mona comprobó que la habitación estaba en penumbra. Pulsó el
interruptor y la araña de cristal que colgaba del techo se encendió, iluminándose
así el amplio lecho, el tocador, las cajas.
-¿Qué
es ese olor? -preguntó Mary Jane. -Lo has notado, ¿verdad?
-Claro.
-Es
el olor de Lasher -murmuró Mona.
-¿Lo
dices en serio?
-Sí
-contestó Mona, mirando el montón de cajas de cartón-. ¿Qué te parece ese olor?
-Hummm,
es agradable. Me recuerda al olor del caramelo, el chocolate o la canela, o
algo parecido. ¡Uf! ¿De dónde sale? ¿Sabes una cosa?
-¿Qué?
-preguntó Mona, acercándose a las cajas.
-Unas personas han muerto en esta habitación.
-¡No
me digas! Eso lo sabe todo el mundo, Mary Jane.
-¿Te
refieres a Mary Beth Mayfair, a Deirdre y a ese asunto? Ya lo sé. Me enteré
cuando Rowan permanecía enferma en esta habitación, y Beatrice nos llamó a la
abuela y a mí para que viniéramos a Nueva Orleans. Me lo dijo la abuela. Pero
en esta habitación ha muerto otra persona, alguien que olía como él. ¿No notas
tres olores distintos? Uno es el olor de él, el otro es el de la otra persona y
el tercero es el olor de la muerte.
Mona
permaneció inmóvil, tratando de percibir esos tres olores, pero no lo
consiguió. De pronto sintió una aguda punzada de dolor al recordar lo que
Michael le había descrito, la joven delgada que en realidad no era humana
Emaleth. Oyó el estallido de la bala. Mona se tapó las orejas.
-¿Qué
diantres te pasa, Mona Mayfair?
-¿Dónde
sucedió? -preguntó Mona, cubriéndose las orejas con las manos y cerrando los
ojos con fuerza. Al cabo de unos segundos los abrió y miró a Mary Jane, que se
hallaba de pie frente a la lámpara, medio en sombras, observando a Mona con sus
enormes y relucientes ojos azules.
Mary
Jane echó un vistazo a su alrededor sin apenas mover el cuerpo, tan sólo
girando un poco la cabeza. Luego dio un rodeo a la cama. Su cabeza parecía más
redonda y pequeña de lo habitual debajo de su suave cabello liso. Se detuvo al
otro lado de la cama y dijo con voz profunda y solemne
-Aquí.
Alguien murió aquí mismo. Alguien que olía como él, pero que no era él.
Mona
oyó un grito, tan potente y violento que resultaba diez veces más espantoso
que la detonación de la bala. Aterrada, se tocó el vientre. «Basta, Morrigan,
basta. Te prometo...»
-Tienes
mal aspecto, Mona. ¿Vas a vomitar?
-¡Claro que no! -replicó Mona,
estremeciéndose. Luego empezó a tararear una canción, sin preguntarse siquiera
dónde la había oído, una canción muy bonita que probablemente acababa de
inventarse.
Se
volvió y contempló el atrayente montón de cajas.
-Las
cajas también huelen a él -dijo Mona-. Es un olor muy fuerte. Sabes, jamás he
conseguido que otro miembro de la familia reconociera haber percibido ese olor.
-Se
encuentra en todas partes -respondió Mary Jane, situándose junto a Mona. Esta
se sintió algo acomplejada ante la elevada estatura
de su prima y sus prominentes pechos-. Tienes razón, las cajas también están
impregnadas de su olor. Fíjate, están selladas con cinta adhesiva.
-Sí,
y marcadas por Ryan con un rotulador negro. En ésta dice: NOTAS, ANÓNIMOS.
-Mona se sonrió-. Pobre Ryan. NOTAS, ANÓNIMOS. Suena a un grupo de asistencia
psicológica para libros en busca de su autor. Mary Jane soltó una carcajada.
Mona
también rompió a reír. Se acercó a las cajas y se arrodilló junto a ellas,
procurando no sobresaltar al bebé. Éste seguía llorando y no cesaba de moverse.
«Debe de impresionarle el olor -pensó Mona-, aparte de las tonterías que digo
e imagino.» Empezó a tararear una melodía y luego cantó suavemente:
-«Traed
las flores más hermosas, traed las flores más raras del jardín, del bosque, de
los prados y el valle.» -Era la canción más alegre y dulce que
conocía. Se la había enseñado Gifford, un canto a la primavera-. «Nuestros
corazones rebosan alegría, nuestras voces narran la historia de la rosa más
bella del valle.»
-¡Caramba,
Mona Mayfair! No sabía que tuvieras una voz tan bonita.
-Todos
los Mayfair poseemos una bonita voz, Mary Jane. Pero yo no tengo una voz como
la que tenía mi madre, o Gifford. ¡Si las hubieras oído cantar! Tenían voz de
soprano. Mi tono es más profundo.
Mona
siguió tarareando la música sin la letra, imaginando bosques, verdes prados y
flores.
-«Oh,
María, te coronamos con una diadema de flores, Reina de los ángeles, Reina de
mayo. Oh, María, te coronamos con una diadema de flores...»
Permanecía
de rodillas, balanceándose de un lado a otro, con su mano apoyada sobre el
vientre, mientras el bebé se movía al ritmo de la música, su espléndido cabello
rojo flotando en el líquido amniótico, cual tinta anaranjada, desparramado a su
alrededor, ingrávido, translúcido, hermosísimo...
No
veo mis ojos, mamá, sólo veo lo que tú ves.
-Eh, despiértate, que te
vas a caer.
-Tienes
razón. Me alegro de que me hayas arrancado de mis ensoñaciones, Mary Jane,
pero pido a la Santísima Virgen María que mi bebé tenga los ojos verdes como
yo. ¿Tú qué crees?
-¡No
podrían ser de un color más hermoso! Mona colocó las manos sobre la caja de
cartón que tenía delante. Sí, era ésa. Olía a él. ¿Había escrito Lasher las
notas con su propia sangre? Y pensar que su cadáver estaba enterrado en el
jardín... Debería desenterrarlo. Al fin y al cabo, las circunstancias habían
cambiado. Rowan y Michael no tendrían más remedio que aceptarlo, o bien no se
lo diría; pero aquello era un asunto que le concernía.
-¿Qué
cadáveres vamos a desenterrar? -inquirió Mary Jane, frunciendo el ceño.
-¡Deja
de adivinar mi pensamiento! No te comportes como una arpía Mayfair, sino como
una bruja Mayfair. Ayúdame a abrir esta caja.
Mona
arrancó la cinta adhesiva con las uñas y retiró la tapa de cartón.
-No
sé si debemos hacerlo, Mona, esto pertenece a otra persona.
-Ya
lo sé -respondió Mona-. Pero esa otra persona forma parte de mi patrimonio,
tiene su propia rama en este árbol, y por el árbol, desde sus mismas raíces,
fluye un potente fluido, nuestra sangre, y él también formaba parte de él,
vivió en él, por decirlo así, desde el principio, eternamente, como los
árboles. ¿Sabías que los árboles son lo más antiguo que existe sobre la Tierra?
-Sí,
ya lo sé -contestó Mary Jane-. Cerca de Fontevrault hay unos gigantescos. Hay
unos cipreses cuyas raíces se asoman a través del agua.
-¡Chitón!
-exclamó Mona, acabando de retirar el papel marrón que envolvía la caja. Estaba
embalada como si contuviera la vajilla de María Antonieta y debiera ser
transportada a Islandia. Al fin, Mona vio la primera hoja de un montón de
folios cubiertos con un plástico y sujetos con una goma gruesa. La letra era
muy puntiaguda, con unas l, t e y muy alargadas y unas vocales
diminutas que a veces quedaban reducidas a tan sólo unos puntitos; pero
resultaba legible.
Mona
arrancó apresuradamente el plástico que cubría las hojas.
-¡Mona
Mayfair!
-¡Hay
que echarle valor, chica! -replicó Mona- no lo hago por capricho, sino porque
me interesa. ¿Quieres ayudarme y ser mi confidente, o vas a abandonarme? En
esta casa tenemos una televisión por cable que capta todos los canales. Si lo
prefieres, puedes irte a tu cuarto a ver la televisión, suponiendo que no
quieras hacer esto, ni bañarte en la piscina ni coger flores, ni desenterrar
unos cadáveres que hay debajo del árbol...
-Prometo
ser tu aliada y confidente.
-Entonces pon la mano aquí. ¿Notas algo?
-¡Oooooh!
-Lo
escribió él. Tienes ante ti la caligrafía de un ser no humano. ¡Mira!
Mary
Jane se arrodilló junto a Mona, y recorrió el papel con las yemas de sus dedos.
Tenía la espalda encorvada, el cabello le caía a ambos lados de la cara,
abundante y vistoso como el de una peluca. Sus blancas cejas contrastaban con
la bronceada frente, destacándose cada uno de los pelos. ¿Qué era lo que
pensaba, sentía, veía? ¿Qué significaba la expresión de sus ojos? Esa chica no
tenía nada de tonta. Lo malo era que...
-Qué
sueño tengo -dijo Mona de pronto, comprendiendo en cuanto lo dijo que era
cierto. Se pasó la mano por la frente y añadió-: Me pregunto si Ofelia se
quedó dormida antes de ahogarse.
-¿Ofelia?
¿Te refieres a la Ofelia de Hamlet?
-Ya
sabes a quién me refiero -respondió Mona-. Es genial. Sabes, Mary Jane, te
quiero.
Mona
miró a Mary Jane. Sí, era la prima más fantástica con que uno
podía contar, una prima que podía convertirse en su mejor amiga, una prima que
sabría todo cuanto sabía Mona. Y nadie, absolutamente nadie, sabía todo lo que
sabía Mona.
-Tengo
mucho sueño -dijo, estirándose con delicadeza en el suelo cuan larga era, boca
arriba, y contemplando la bonita araña de cristal que pendía del techo-. ¿Te
importa examinar los papeles que hay en esa caja, Mary Jane? Conociendo como
conozco al primo Ryan, imagino que habrá hecho unas marcas en la genealogía.
-Sí
-contestó Mary Jane.
Menos
mal que había dejado de discutir.
-No
pienso discutir contigo. Puesto que hemos llegado hasta aquí, y ya que se trata
de las notas de un ser no humano... No, descuida, cuando termine recogeré los
papeles y lo dejaré todo en orden.
-Perfecto
-respondió Mona, apoyando la mejilla sobre el frío suelo. Hasta las baldosas
olían a él-. Y puesto que -dijo imitando a Mary Jane, pero sin la menor
malicia- la información que contienen esos papeles es muy valiosa, tenemos que
conseguirla a toda costa.
Entonces
ocurrió algo increíble. Mona cerró los ojos y oyó la canción, el canto a la
primavera. No tenía más que escuchar. No tenía que pronunciar las palabras ni
tararear la melodía. La canción se iba desarrollando como si Mona estuviera
sometida a uno de esos experimentos cerebrales en los que te aplican unos
electrodos en el cerebro, y entonces ves visiones y percibes el aroma
del arroyo que había junto a la colina detrás de la casa de cuando eras niña.
-Eso
es lo que ambas debemos tener presente, que la brujería es una ciencia con un
alcance inmenso -murmuró Mona medio dormida, mientras escuchaba la bonita
canción que sonaba en su mente-. Es una combinación de alquimia, química y
ciencia del cerebro, y que ello constituye magia pura. No hemos perdido nuestra
magia en la era de la ciencia, sino que hemos descubierto unos secretos
totalmente nuevos. Estoy convencida de que venceremos.
-¿Vencer?
«Oh,
María, te coronamos con una diadema de flores, Reina de los ángeles, Reina de
mayo. Oh, María, te coronamos con una diadema de flores...»
-¿Estás
leyendo los papeles, Mary Jane?
-Mira,
aquí hay una carpeta que contiene unas fotocopias: «Inventario: Páginas
Relevantes, genealogía incompleta.»
Mona se dio la vuelta. Durante unos instantes no supo dónde
se hallaba. La habitación de Rowan. En las lágrimas que pendían de la araña de
cristal advirtió unos pequeños prismas. Era la lámpara que había instalado
Mary Beth, la que habían comprado en Francia, ¿o acaso había sido Julien?
¿Dónde estás, Julien? ¿Por qué has permitido que me sucediera esto?
Pero
los fantasmas no responden, a menos que deseen hacerlo, a menos que tengan
algún motivo para hacerlo.
-Estoy
revisando la genealogía incompleta.
-¿La has encontrado?
-Sí,
el original y una copia. Todo está por duplicado. Originales y copias están
agrupados en unos paquetitos. Ryan ha trazado un círculo alrededor del nombre
de Michael Curry; también ha marcado el asunto de Julien con una joven
irlandesa, así como que la chica entregó el bebé al orfanato de Margaret y se
convirtió en una hermana de la caridad, la hermana Bridget Marie, y que la
niña, la del orfanato, se casó con un bombero llamado Curry, con el que tuvo un
hijo, y luego a él, no sé qué, Michael. Lo pone aquí.
Mona
se echó a reír y contestó:
-El
tío Julien era un león. ¿Sabes lo que hacen los leones cuando llegan a un
territorio nuevo? Matan a todas las crías para que las hembras se pongan
nuevamente en celo, y luego copulan con ellas para que les den tantos hijos
como puedan. Es la supervivencia de los genes. El tío Julien lo sabía muy bien.
Quería mejorar la especie.
»Por
lo que he oído decir, tenía unas ideas muy curiosas sobre quién debía
sobrevivir. Mi abuela me contó que mató de un tiro al padre de nuestro
tatarabuelo.
»Aunque
no estoy segura de que fuera el padre de nuestro tatarabuelo. ¿Qué más dicen
esos papeles? -A decir verdad, si el tío Ryan no lo hubiera marcado no se
entendería ni jota. Hay tantos datos que resulta mareante. ¿Sabes a lo que se
parece? A lo que escriben las personas cuando están drogadas, y creyéndose muy
brillantes, y al día siguiente lo miran y ven unas líneas que semejan un
electrocardiograma.
-No
me digas que has trabajado de enfermera.
-Sí,
durante un tiempo, en una estrambótica comuna donde teníamos que aplicarnos un
enema todos los días para liberarnos de las impurezas de nuestro organismo.
Mona
estalló en una risueña carcajada.
-No
creo que ni la comunidad de los doce Apóstoles hubiera conseguido obligarme a
hacer eso.
Aquella
araña de cristal era en verdad espectacular, pensó Mona. Resultaba imperdonable
que no la hubieran bajado nunca al suelo para poder contemplarla con mayor
detalle. La canción seguía sonando en su mente, sólo
que ahora era interpretada por un instrumento parecido a un arpa, y cada nota
se fundía con la siguiente. Mona sintió que casi flotaba sobre el suelo al
concentrarse en la música y en las luces de la lámpara.
-¿Estuviste
mucho tiempo en esa comuna? -preguntó, sintiéndose casi vencida por el sopor-.
Debía de ser un sitio horrible.
-No.
Obligué a mi madre a sacarme de allí. Le dije: «Mira, o nos marchamos de aquí
las dos o me largo sola.» Y como en aquel entonces yo tenía doce años, mi madre
se asustó. Aquí aparece otra vez el nombre de Michael Curry. Hay otro círculo
alrededor de su nombre.
-¿Quién?
¿Lasher o Ryan?
-No
sé, es una fotocopia. No, espera, han dibujado el círculo sobre la fotocopia.
Debe de haber sido Ryan. Dice algo de «waerloga». Supongo que significa
warlock, brujo.
-Exacto
-respondió Mona-. Es inglés antiguo. He consultado la etimología de todas las
palabras que se refieren al mundo de los brujos y la brujería.
-Yo
también. Sí, es warlock. También significa alguien que conoce siempre la
verdad, ¿no?
-Y
pensar que fue el tío Julien quien me pidió que hiciera esto... No lo entiendo,
aunque supongo que los fantasmas saben lo que se hacen y el tío Julien no lo sabía.
Los muertos lo saben todo. Las personas malas también, tanto si están vivas
como muertas, o al menos saben lo suficiente para atraparnos en una tela de
araña de la que no podemos escapar. Pero Julien no sabía que Michael era
descendiente suyo. Estoy segura. De lo contrario, no me habría pedido que
viniera.
-¿A
dónde, Mona?
-A
esta casa, la noche del Carnaval, para que me acostara con Michael y concibiera
ese bebé que sólo Michael y yo podíamos crear; quizá tú también habrías podido
engendrarlo con Michael, porque eres capaz de percibir el olor que despiden
esas cajas, el olor de él.
-Sí, quizá sí. Nunca se sabe.
-Es
verdad, nunca se sabe. Pero yo lo atrapé primero. Conquisté a Michael una
noche en que la puerta estaba abierta, antes de que Rowan regresara a casa. Me
colé por las rendijas y ¡zas! Me quedé embarazada y ahora voy a tener un
maravilloso bebé.
Mona
se colocó boca abajo, se incorporó sobre los codos y apoyó su barbilla entre
las manos.
-Debes
saberlo todo, Mary Jane.
-Sí
-respondió Mary Jane-. Quiero saberlo todo. Estoy un poco preocupada por ti.
-¿Por
mí? No hay motivo. Me encuentro muy bien. Aparte de tener ganas de beberme otro
vaso de leche, estoy perfectamente. -Mona se sentó-. Esta postura resulta
bastante incómoda, supongo que no podré dormir boca abajo durante algunos
meses.
Mary
Jane frunció levemente el ceño y miró a su prima con expresión seria. Estaba
muy graciosa. No era extraño que los hombres adoptaran en ocasiones una actitud
paternalista hacia las mujeres. Mona se preguntó si ella también resultaría
tan graciosa con esa expresión de preocupación.
-¡Unas
brujitas! -murmuró Mona, alzando las manos a la altura de las orejas y agitando
los dedos. Mary Jane se echó a reír.
,-Sí,
unas brujitas -dijo-. Así que fue el fantasma del tío Julien quien te dijo que
vinieras aquí y te acostaras con Michael mientras Rowan estaba ausente.
-Así
es. El tío Julien fue el instigador de todo el asunto. Me temo que se ha ido al
cielo y ha dejado que nos las arreglemos como podamos, pero no me importa. No
querría tener que explicarle esto.
-¿Por
qué?
-Porque
es una nueva fase, Mary Jane. Podríamos decir que se trata de un
asunto de brujería que corresponde a
nuestra generación. No tiene nada que ver con ni con Michael ni con
Rowan, ni tampoco con la forma en que ellos lo habrían resuelto. Es algo
totalmente distinto.
-Ya
comprendo.
-¿De
veras?
-Sí.
Estás muerta de sueño. Te traeré un vaso de leche
-Te
lo agradezco.
-Acuéstate y duerme, cariño. Se te están
cerrando los ojos. ¿Puedes verme?
-Claro,
pero tienes razón. Me acostaré aquí mismo. Aprovecha la ocasión, Mary Jane.
-Eres
demasiado joven, Mona.
-No
me refiero a eso -contestó Mona, soltando una carcajada-. Además, si no soy
demasiado joven para los hombres, tampoco lo soy para las mujeres. En el fondo
siento curiosidad por saber qué se siente al hacerlo con una chica, o una
mujer, una mujer guapa como Rowan. Pero no me refería a eso, sino a las cajas.
Están abiertas. Aprovecha y lee todos los papeles que puedas.
-Sí,
quizá lo haga. No entiendo la letra de él, pero sí la, de ella. Aquí hay varias
notas de Rowan.
-Pues
léelas. Si quieres ayudarme, tienes que hacerlo. En la biblioteca encontrarás
el documento sobre las brujas Mayfair. Dijiste que lo habías leído, pero ¿es
verdad?
-¿Sabes,
Mona? No estoy segura.
Mona
se colocó de costado y cerró los ojos.
«En
cuanto a ti, Morrigan, retrocedamos a épocas lejanas, olvidémonos de esas
tonterías sobre invasores y soldados romanos, retrocedamos a la época de la planicie,
cuéntame cómo comenzó todo. ¿Quién es el hombre moreno al que todos quieren?»
-Buenas
noches, Mary Jane.
-Oye,
antes de que te duermas, puedes decirme quién es la persona o las personas de
la familia en quienes más confías.
-Tú,
Mary Jane.
-¿No
son Rowan y Michael?
-No.
De ahora en adelante los considero el enemigo. Hay varias cosas que quiero
preguntarle a Rowan, que debo saber de sus labios, pero no tiene por qué estar
al corriente de lo que pasa. Tengo que inventarme un motivo para mis preguntas.
En cuanto a Gifford y Alicia, están muertas, la anciana Evelyn se encuentra
demasiado enferma y Ryan es demasiado estúpido; por otra parte, Jenn y Shelby
son demasiado inocentes y Pierce y Clancy son un cero a la izquierda, y no
quiero complicarles la vida. ¿Has deseado alguna vez llevar una vida normal?
-Jamás.
-En
tal caso tendré que depender de ti, Mary Jane. Adiós.
-Entonces
¿no quieres que llame a Rowan ni a Michael a Londres para pedirles consejo?
-Ni
mucho menos. -Se habían formado seis círculos, y el baile estaba a punto de
comenzar. Mona no quería perdérselo-. No se te ocurra hacerlo, Mary Jane. Ni
en broma. Prométemelo. Además, en Londres es de noche y no sabemos lo que
estarán haciendo. Que Dios los bendiga. Que Dios bendiga a Yuri.
Mona
empezó a sumirse en un sueño profundo. Vio a Ofelia, con unas flores en el
pelo, deslizarse por el río. Las ramas de los árboles rozaban su rostro y la
superficie del agua. No, estaba bailando dentro del círculo, y el hombre moreno
se encontraba en el centro del mismo, tratando de prevenirles, pero todos se
reían de él. Todos lo querían mucho, pero sabían que solía preocuparse por
nimiedades.
-Estoy
preocupada por ti, Mona, debo decirte que...
La
voz de Mary Jane sonaba muy lejana. «Flores, unos ramos de flores. Eso lo
explica todo, el motivo de que me haya pasado la vida soñando con jardines, y
dibujándolos con lápices de colores. "¿Por qué dibujas siempre jardines
Mona?", me preguntó la hermana Louise. Los jardines me encantan. El jardín
de la calle Primera presentaba un aspecto lamentable hasta que lo arreglaron, y
ahora, tan cuidado y hermoso, oculta el secreto más siniestro.»
No,
madre, no...
«No,
las flores, los círculos, ¡me estás hablando! Creí que este sueño sería tan
agradable como el anterior.»
-¿Mona?
-Suéltame,
Mary Jane.
Mona
apenas la oía; por otra parte, no le importaba en absoluto lo que dijera.
Esa
actitud era una ventaja, porque esto fue lo que salió de labios de Mary Jane,
tan lejana... antes de que Mona y Morrigan empezaran a cantar:
-...
sabes, lamento decírtelo, Mona Mayfair, pero el bebé ha crecido desde que te
quedaste dormida debajo del árbol.
18
-Creo
que deberíamos marcharnos -dijo Mark Estaba tumbado sobre la cama de Tommy,
con la cabeza apoyada entre las manos, examinando una y otra vez los nudos que
presentaba la madera en el dosel artesonado del lecho.
Tommy
se hallaba sentado ante el escritorio, con los pies cruzados sobre un sofá de
cuero negro. La habitación era más grande que la de Marklin y estaba orientada
al sur, pero a Marklin eso nunca le había importado. Se sentía satisfecho con
su habitación, que ahora se disponía a abandonar. Había metido todas las cosas
importantes en una maleta y la había ocultado debajo de la cama.
-Llámalo
una premonición, pero no deseo quedarme aquí -dijo Marklin-. No hay ningún
motivo para demorar la partida.
-Es
una actitud un tanto fatalista y absurda-respondió Tommy.
-Ya
has limpiado los ordenadores. La habitación de Stuart es infranqueable, a menos
que queramos arriesgarnos a derribar la puerta, y no me gusta vivir bajo el
toque de queda.
-Te
recuerdo que el toque de queda es para todos y, si nos marchamos ahora, no
creas que nos dejarán alcanzar la puerta sin hacernos una buena serie de preguntas.
Además, me parece una falta de respeto largarnos antes del funeral por Antón
-No
soporto la idea de asistir al amanecer a una ceremonia fúnebre salpicada de
ridículos discursos sobre Anton y Aaron. Quiero irme ahora mismo. Costumbres,
ritos... Esta gente está loca, Tommy. A estas alturas se impone la sinceridad.
Podemos colarnos por la escalera trasera o por la puerta lateral. Yo me largo
inmediatamente. Tengo muchas cosas en que pensar. Tengo trabajo.
-Yo
prefiero hacer lo que nos ordenaron -respondió Tommy-, y eso es lo que voy a
hacer: observar el toque de queda, bajar cuando suene la campana. Así que, si
no tienes nada más inteligente o positivo que decir, más vale que te calles.
-¿Por
qué tengo que callarme? ¿A qué viene este empeño en quedarte aquí?
-Ya
que insistes, te diré que es posible que durante el funeral logremos averiguar
dónde oculta Stuart a Tessa.
-¿Cómo
vamos a averiguarlo?
-Stuart
no es un hombre rico. Debe de tener un hogar en alguna parte, un lugar que no
conocemos, una casa heredada de su familia o algo así. Si jugamos bien nuestras
cartas, podemos hacerle algunas preguntas al respecto, fingiendo preocupación
por él. ¿Acaso se te ocurre una idea mejor?
-No
creo que Stuart oculte a Tessa en su propia casa. Puede que sea un cobarde, un
lunático, pero no un estúpido. No vamos a poder dar con él. Ni con Tessa.
-Entonces
¿qué sugieres que hagamos? -preguntó Tommy-. ¿Abandonarlo todo, con
lo que sabemos?
-No.
Marcharnos de aquí. Regresar a Regent's Park, y reflexionar sobre algo mucho
más importante para nosotros que todo lo que pueda ofrecernos Talamasca.
-¿A
qué te refieres?
-A
las brujas Mayfair, Tommy. Revisaremos el último fax que Aaron envió a los
Mayores, y estudiaremos el documento Mayfair detenidamente en busca de alguna
pista que nos indique qué miembro del clan resulta más útil para nuestros
propósitos.
-No
te precipites -replicó Tommy-. ¿Qué te propones? ¿Secuestrar a un par de
ciudadanos americanos?
-No
podemos discutirlo aquí. No podemos planear nada en este lugar. De acuerdo,
esperaré hasta que comience la dichosa ceremonia, pero luego me largaré a la
primera oportunidad que se me presente. Tú puedes seguirme más tarde.
-No
seas idiota -respondió Tommy-. No tengo coche. No tengo más remedio que ir
contigo. ¿Y si asiste Stuart a la ceremonia? ¿Has pensado en esa posibilidad?
-Stuart
no regresará aquí. Sabe que se juega el pellejo. Escucha, Tommy, lo tengo
decidido. Esperaré hasta que empiece la ceremonia, presentaré mis respetos,
charlaré con algunos miembros y luego me largaré. Tengo una cita con las brujas
Mayfair. ¡Al diablo con Stuart y Tessa!
-De
acuerdo, iré contigo.
-Eso
está mejor. Es lo más inteligente y lo más práctico.
-Trata
de dormir un rato. No sabemos cuándo nos llamarán,
y no quiero que te quedes dormido al volante.
19
Se hallaban
en la habitación más alta de la torre. Yuri estaba sentado ante una mesa
redonda, con los ojos fijos en una humeante taza de té chino.
El té lo había preparado el condenado a muerte.
Yuri ni siquiera lo había probado.
Durante
los años que había vivido en la orden de Talamasca, Yuri mantuvo siempre un
estrecho contacto con Stuart Gordon. Había comido en numerosas ocasiones con
Gordon y Aaron. Habían paseado juntos por el jardín y juntos habían acudido a
los retiros espirituales en Roma. Aaron se había sincerado con Gordon. Las
brujas Mayfair, las brujas Mayfair y las brujas Mayfair. Y ahora le tocaba el
turno a Gordon.
Había
traicionado a su amigo.
¿Por
qué no acababa Ash con Gordon de una vez? ¿Qué podía ofrecer ese hombre que no
estuviera contaminado, pervertido por su locura? Era casi seguro que sus ayudantes
eran Marklin George y Tommy Monohan. Sin duda, la Orden acabaría descubriendo
la verdad. Yuri se había puesto en contacto con la casa matriz desde la cabina
telefónica del pueblo, y al oír la voz de Elvera se le habían empañado los
ojos. Elvera era leal. Elvera era buena. Yuri sabía que la sima que se
había abierto entre la Orden y él
había empezado a cerrarse. Si Ash estaba en lo cierto, si se trataba de una
conspiración de pequeña envergadura y en la que no estaban implicados los
Mayores tal como parecía, lo único que podía hacer Yuri era mantener la
paciencia. Debía prestar atención a lo que dijera Stuart Gordon, pues tenía
que regresar a Talamasca con toda la información que pudiera recabar esa noche.
Paciencia. Eso es lo que le
habría pedido Aaron. Aaron habría querido que el asunto saliera a la luz, que
todos lo supieran. En cuanto a Michael y Rowan, ¿acaso no tenían derecho a
conocer los pormenores? Luego estaba Ash, el misterioso Ash. Fue él quien había
descubierto la traición de Gordon. De no haber aparecido Ash por la calle
Spelling, Yuri habría creído la fingida inocencia de Gordon, así como las
absurdas mentiras que éste le había contado en el café.
¿Qué estaría pasando por la
mente de Ash? Era un personaje que irradiaba una fuerza increíble, tal como
había dicho Yuri. Ahora habían podido comprobarlo personalmente; habían
contemplado su extraordinario rostro, su mirada serena y amable. Pero no debían
olvidar que representaba una amenaza para Mona, para cualquier miembro de la
familia Mayfair.
Yuri borró esos
pensamientos de su mente. Lo cierto es que necesitaban a Ash. Éste se había
convertido en el jefe de la operación. ¿Qué ocurriría si Ash se retiraba y los
dejaba con Gordon? No podían matar a Gordon. Ni siquiera lograrían
intimidarlo, al menos eso creía Yuri. Era imposible calcular el odio que
sentían Michael y Rowan hacia Gordon. Eran brujos y, por tanto, nadie podía
adivinar su pensamiento.
Ash se hallaba sentado al
otro lado del círculo, sus monstruosas manos sujetas al borde de la tosca mesa
de madera, observando a Gordon, que se sentaba a su derecha. Era evidente que
odiaba a Gordon. Yuri lo advirtió por la ausencia de compasión y misericordia
en el rostro de Ash; la ausencia de ternura que manifestaba hacia todos los
demás, sin excepción.
Por fortuna, Rowan Mayfair
y Michael Curry flanqueaban a Yuri, pues éste no habría soportado la proximidad
de Gordon. Michael se mostraba más enojado y receloso que Rowan. Ésta aparecía
claramente subyugada por Ash, tal como había supuesto Yuri. Michael, sin
embargo, no estaba impresionado por nadie.
Yuri era incapaz de tocar
la taza de té. Le producía tanto asco como si contuviera orines.
-Apareció en las selvas de
la India -dijo Stuart, bebiendo un trago de té al que había añadido unos dedos
de whisky-. No sé el lugar exacto. No conozco la India. Sólo sé que los nativos
dijeron que la habían visto siempre por allí, vagando de una aldea a otra, que
había aparecido antes de la guerra, que hablaba inglés, que nunca envejecía y
que las mujeres de la aldea le tenían miedo.
La botella de whisky se
encontraba en el centro de la mesa. Era evidente que a Michael Curry le
apetecía tomarse un trago, pero también se resistía a aceptar las bebidas que
les había ofrecido Gordon. Rowan Mayfair estaba sentada con los brazos
cruzados. Michael Curry apoyaba sus codos sobre la mesa. Estaba sentado cerca
de Stuart, observándolo y tratando de descifrar sus pensamientos.
-Según creo, lo que la
perdió fue una fotografía. 4lguien había tomado una fotografía de todos los
habitantes de la aldea; un intrépido aventurero armado con un trípode y una
vieja cámara. Y ella aparecía en la foto. Un joven la descubrió entre las
pertenencias de su abuela, cuando ésta falleció. Era un joven culto y educado,
al que yo había impartido clases en Oxford.
-Y que, sin duda, conocía
la existencia de Talamasca.
-Sí. No solía revelar a mis
alumnos demasiados detalles sobre la Orden, salvo a los que...
-Como esos chicos -dijo
Yuri.
Stuart se sobresaltó. Yuri
observó un frío destello en sus ojos.
-Pues sí.
-¿Qué chicos? -preguntó
Rowan.
-Marklin George y Tommy
Monohan -respondió Yuri.
El rostro de Stuart estaba
tenso. Levantó la taza de té con ambas manos y bebió un trago.
El whisky tenía un olor
medicinal que a Yuri le producía náuseas.
-¿Fueron ellos quienes te
ayudaron en este asunto? -preguntó Yuri-. ¿El genio de los ordenadores y el
experto en latín?
-Yo soy el responsable
absoluto -respondió Stuart, sin mirar a Yuri ni a ninguno de los presentes-.
¿Queréis oír la historia o no?
-Ellos te ayudaron
-insistió Yuri.
-No haré ningún comentario
sobre mis cómplices -replicó Gordon, mirando fríamente a Yuri. Luego fijó de
nuevo la vista en las sombras que se proyectaban sobre los muros.
-Fueron esos dos jóvenes
-dijo Yuri, pese a que Michael le indicó que guardara silencio-. ¿Y qué nos
dices de Joan Cross, Elvera Fleming o Timothy Hollingshed?
Al oír aquellos nombres
Stuart hizo un gesto de impaciencia e irritación, sin darse cuenta de que los
otros podían relacionarlo con los chicos.
-Joan Cross no posee un
espíritu romántico -contestó Stuart-, y a Timothy Hollingshed siempre se le ha
sobrevalorado debido a sus aristocráticos orígenes. Elvera Fleming es una
vieja estúpida. No me hagáis ese tipo de preguntas. Me niego a hablar acerca
de mis cómplices. No me obligaréis a traicionarlos. Me llevaré el secreto a la
tumba, podéis estar seguros.
-De modo que ese amigo
-dijo Ash, mirando a Gordon con expresión paciente pero gélida-, ese joven que
estaba en la India, te escribió.
-Me llamó y me dijo que
tenía un misterio para mí. Me dijo que podía trasladarla a Inglaterra, siempre
y cuando aceptara hacerme cargo de ella. Dijo que necesitaba ayuda, que no
podía desenvolverse por sí misma. A veces parecía estar loca, y otras no.
Nadie era capaz de analizarla. Hablaba sobre épocas que nadie conocía. Cuando
el joven realizó algunas indagaciones, con el fin de enviarla a su casa,
comprobó que constituía una leyenda en aquella región de la India. Conservo
toda la correspondencia que mantuvimos. Todas las cartas están aquí. En la casa
matriz hay unas copias, pero los originales están aquí:Todo cuanto valoro está
en esta torre.
-¿Intuiste lo que era
cuando la viste por primera vez?
-No. Fue algo
extraordinario. Quedé cautivado por ella. Un instinto egoísta presidía todos
mis actos. La traje aquí. No quería llevarla a la casa matriz. Fue muy curioso.
No sabía con exactitud lo que hacía ni por qué, salvo el hecho evidente de que
me sentía hechizado por ella. Hacía poco tiempo que el hermano de mi madre, un
arqueólogo que había sido mi tutor, me había legado esta torre. Me pareció el
lugar ideal para ella.
»Durante la primera semana
apenas salí de aquí. Jamás había gozado de la compañía de una persona como
Tessa. Su carácter transmitía una alegría y sencillez que me hacía muy feliz.
-Estoy seguro de ello
-respondió Ash suavemente, con una pequeña sonrisa-. Por favor, continúa.
-Me enamoré de ella.
-Stuart se detuvo de repente, como asombrado ante sus propias palabras. Era como
si acabara de tener una revelación-. Me enamoré loca y perdidamente de ella.
-¿Y la retuviste aquí?
-preguntó Yuri.
-Sí. Ha vivido siempre
aquí. Jamás abandona la torre. Tiene miedo de la gente. Sólo habla cuando ya
llevo un rato con ella, y entonces me relata unas historias extraordinarias.
»Rara vez se expresa de
forma coherente o, mejor dicho, de forma cronológica. Sus pequeñas historias
siempre tienen sentido. Guardo centenares de grabaciones de sus relatos,
listas de palabras en inglés antiguo y latín que ella suele utilizar.
»Lo que comprendí casi de
inmediato era que ella se refería a dos vidas distintas: una muy larga, que
estaba viviendo en el presente, y otra que había vivido con anterioridad.
-¿Dos vidas? ¿Te refieres a
que se ha reencarnado?
-Al cabo de un tiempo me lo
explicó -contestó Gordon. Se hallaba tan inmerso en su apasionante historia,
que parecía haber olvidado el peligro que corría-. Me dijo que todos los de su
especie tenían dos vidas, o más. Que nacían sabiendo todo cuanto necesitaban
para sobrevivir, y luego regresaba paulatinamente a ellos una vida anterior,
junto con fragmentos de otras vidas.
-Deduzco que a esas alturas
ya habías intuido que no era humana -observó Rowan-. Yo no me habría dado
cuenta.
-No. Yo creía que era
humana. Por supuesto, poseía unos rasgos bastante desconcertantes, como su
piel translúcida, su exagerada estatura y sus extrañas manos. Pero no se me
ocurrió pensar que no fuera un ser humano.
»Fue ella misma quien me
reveló que no era humana. Me lo dijo en repetidas ocasiones. Dijo que su especie
había habitado la Tierra antes que la de los seres humanos. Vivieron
pacíficamente durante miles de años en unas islas situadas en los mares
septentrionales. Dichas islas habían sido caldeadas por unos manantiales
volcánicos que brotaban de las profundidades, unos géyseres de vapor y unos
plácidos lagos.
»Todo eso lo sabía no
porque ella hubiera vivido esa época sino porque otros seres que ella había
conocido durante su primera existencia recordaban haber gozado ese paraíso.
Así era como los de su especie llegaban a conocer su historia, a través del
inevitable y singular recuerdo de otras vidas.
»¿No lo comprendéis? Es
increíble, todos aparecían en este mundo con una memoria histórica de inmenso
valor. Ello significa que los de su raza poseían unos conocimientos sobre ellos
mismos infinitamente superiores a los de los humanos. Conocían sus orígenes a
través de una experiencia de primera mano, por así decirlo.
-Y si consiguieras que
Tessa se uniera con alguien de su especie -dijo Rowan-, el resultado sería una
criatura que recordaría una vida anterior, y quizás otra y otra más.
-¡Exactamente! Se
establecería una cadena de memoria que nadie sabe hasta dónde llegaría; cada
uno de sus hijos, al recordar una existencia anterior, recordaría las historias
de los seres que había conocido y amado en su época, los cuales, a su vez,
tenían recuerdos de otras existencias anteriores.
Ash escuchó las palabras de
Stuart sin mover un músculo ni hacer el menor comentario. Nada de lo que decía
éste parecía causarle asombro o indignación. Yuri casi sonrió ante esa
sencillez que ya había observado en Ash en el hotel Claridge's, cuando se
conocieron.
-Puede que otro en mi lugar
no hubiera creído a Tessa -dijo Gordon-, pero yo reconocí las palabras en
gaélico, en inglés antiguo y en latín que solía emplear, y cuando leí una vez
unas palabras que había escrito según la grafía rúnica, comprendí que decía la
verdad.
-Supongo que no se lo
dirías a nadie -dijo Rowan con frialdad, como si quisiera sofocar la desbordante
emoción que embargaba a Stuart y obligarlo así a centrarse en el tema que les
ocupaba.
-Naturalmente. Aunque me
sentí tentado de contárselo a Aaron. A medida que Tessa iba perdiendo su
timidez, me hablaba sobre las tierras altas de Escocia, los primitivos ritos y
costumbres célticos, sus santos e incluso de su iglesia.
»Supongo que sabréis que en
aquellos tiempos nuestra iglesia en Inglaterra era céltica, britana o como queráis
llamarla, y que había sido fundada por los propios Apóstoles, los cuales se
habían desplazado de Jerusalén a Glastonbury. No manteníamos ninguna relación
con Roma. Fueron el papa Gregorio y su compinche, san Agustín, quienes
implantaron la Iglesia Romana en Inglaterra.
-Entonces ¿no se lo dijiste
a Aaron Lightner? -preguntó Ash, alzando ligeramente la voz-. Estabas diciendo...
-Aaron había viajado a
América para averiguar más datos sobre las brujas Mayfair y abrir otras vías en
la investigación de los fenómenos psíquicos. No era el momento de interrogarlo
acerca de sus primeras indagaciones. Por otra parte, yo había cometido un
grave error, al acoger en mi casa, en calidad de miembro de la Orden, a una
mujer que habían dejado a mi cargo y tenerla casi prisionera. Por supuesto,
jamás le impedí a Tessa que se marchara; lo único que se lo impedía era su
temor a la gente. Pero eso no justifica el que yo la mantuviera encerrada
aquí, sin informar a la Orden.
-¿Cómo llegaste a
relacionar a Tessa con las brujas Mayfair? -preguntó Ash.
-No fue difícil. Como he
dicho, las historias de Tessa estaban repletas de referencias a arcaicas costumbres
escocesas. Me habló en repetidas ocasiones sobre los círculos de piedras que
había construido su gente y que posteriormente fueron utilizados por los
cristianos para sus extraños y frecuentes rituales, celebrados por sus
sacerdotes.
»Imagino que conocéis
nuestra mitología. Los antiguos mitos ingleses están repletos de míticos
gigantes. Nuestras leyendas afirman que fueron unos gigantes quienes
construyeron esos círculos, y Tessa lo confirmó. Nuestros gigantes pervivieron
largo tiempo en tenebrosos y remotos lugares, en unas cuevas junto al mar, en
las cuevas de Escocia. Pues bien, los gigantes de Tessa, perseguidos por los
humanos, prácticamente extinguidos, también consiguieron subsistir en lugares
ocultos. Y cuando se atrevían a hacer aparición entre los seres humanos,
inspiraban a un tiempo veneración y temor. Lo mismo sucedió con los seres
diminutos, según dijo Tessa, cuyos orígenes nadie recordaba. Por una parte
eran reverenciados y, por otra, temidos. Los primitivos cristianos de Escocia
solían danzar y cantar en el interior del círculo de piedras, conocedores de
que los gigantes habían hecho con anterioridad lo mismo -es más, construyeron
los círculos con ese próposito-, y a través de su música atraían a los
gigantes, quienes abandonaban sus escondrijos para unirse a ellos para bailar y
cantar. Entonces los cristianos, con objeto de complacer a sus sacerdotes, los
asesinaban, no sin antes haberlos utilizado para satisfacer a sus antiguos
dioses.
-¿Qué significa que los
«utilizaban»? -preguntó Rowan.
Los ojos de Gordon se
iluminaron levemente y su voz adoptó un tono más profundo, casi agradable, como
si ese tema no pudiera por menos que evocar en él un inmenso respeto y
admiración.
-Estamos hablando de
brujería, de las primitivas y sangrientas prácticas hechiceras en las que la
superstición, bajo el yugo del cristianismo, se aferraba al pasado pagano a
fin de cumplir sus rituales mágicos, sus maleficios, para adquirir poder o,
simplemente, para asistir a un siniestro rito secreto que les subyugaba en la
misma medida que los actos criminales han cautivado siempre a la humanidad. Yo
estaba impaciente por corroborar las historias de Tessa.
»Sin revelar a nadie mi
secreto, bajé a los sótanos de la casa matriz, el lugar donde se conserva un
material muy antiguo e inexplorado del folklore británico. Se trataba de unos
manuscritos que eran calificados de "fantasiosos" e
"irrelevantes" por los miembros de la Orden, como Aaron, el cual se
había pasado años traduciendo viejos documentos. Ese material no aparecía
consignado en el inventario actualizado ni tampoco en los modernos bancos de datos.
Tenías que pasar las viejas y frágiles páginas con tu propia mano.
»Lo que hallé, resultaba
increíble. Unos tomos y libros en cuarto de pergamino maravillosamente ilustrados,
obra de los monjes irlandeses, benedictinos y cistercienses, y en los que
éstos se lamentaban de la insensata superstición del populacho. Relataban historias
de gigantes y seres diminutos, y de cómo la plebe persistía en creer en ellos,
obligándolos a abandonar sus escondrijos y utilizándolos de diversas formas.
»Y entre esos textos
reprobatorios, había unas historias de santos gigantes. ¡Caballeros y reyes
gigantes!
»Aquí, en Glastonbury, a
escasa distancia de donde nos hallamos sentados, habían desenterrado antiguamente
a un gigante que medía más de dos metros y, según decían, era el rey Arturo.
¿Era éste uno de los gigantes de Tessa? Esos seres han sido hallados en toda
Inglaterra.
»Mil veces me sentí tentado
de llamar a Aaron. A él le habrían entusiasmado esas historias, especialmente
las que provienen directamente de Escocia y de sus misteriosos lagos y valles.
»Pero sólo existía una
persona en el mundo en quien yo podía confiar: Tessa.
»Cuando le expliqué las
viejas historias que había logrado desempolvar, ella reconoció al instante los
ritos, los esquemas, los nombres de los santos y los reyes. Como es lógico,
no empleaba palabras sofisticadas, sino que se expresaba de forma más bien
tosca, pero me contó que los suyos se habían convertido en codiciadas presas
sagradas y que sólo podían salvarse de la tortura y la muerte adquiriendo poder
y ejerciendo su influencia sobre los cristianos, o bien ocultándose en las
impenetrables selvas que cubrían las montañas por aquella época, en cuevas o en
los valles secretos a fin de vivir en paz.
-Y jamás le revelaste eso a
Aaron -dijo Yuri.
Gordon no le hizo caso, y
prosiguió:
-Luego, con voz apenada,
Tessa me confesó que había sufrido indecibles tormentos a manos de los campesinos
cristianos, que la apresaron y la obligaron a copular con multitud de hombres
de las aldeas circundantes. Confiaban en que daría a luz otro gigante como
ella, un gigante que nacería sabiendo hablar y razonar, que alcanzaría la
madurez al cabo de pocas horas, un ser que los aldeanos habrían matado ante los
ojos de la propia Tessa.
»Para ellos, aquello se
había convertido en una religión: atrapar al Taltos, obligarlo a reproducirse,
sacrificar al niño. Y la Navidad, la época de viejos ritos paganos, se había
convertido en la época del año favorita para practicar su juego sagrado. Tessa
logró escapar de ese cruel cautiverio, sin haber parido una criatura destinada
al sacrificio, sufriendo sólo una hemorragia cada vez que un hombre la
fecundaba.
Gordon se detuvo y frunció
el ceño. Después miró con tristeza a Ash.
-¿Es eso lo que lastimó a
mi Tessa? ¿Es eso lo que secó su fuente? -No era tanto una pregunta como una
constatación de lo que había sido revelado con anterioridad. Pero Ash, quien
no parecía sentir la necesidad de confirmarlo, se abstuvo de responder.
Gordon se estremeció.
-Tessa me contó cosas
terribles -dijo-. Me habló sobre los machos a los que atraían hacia los círculos,
así como de las jóvenes aldeanas que les eran ofrecidas. Si esas jóvenes no
parían un gigante, eran asesinadas. Después de que hubieran muerto un sinfín
de muchachas y la gente empezara a dudar del poder del gigante macho, éste era
quemado en la hoguera. Moría siempre en la hoguera, tanto si engendraba un hijo
destinado al sacrificio como si no, pues la gente temía a los machos.
-Pero no temían a las
mujeres, porque éstas no provocaban la muerte de los hombres humanos con los
que yacían -añadió Rowan.
-Exactamente -respondió
Gordon-. Sin embargo -prosiguió, alzando el índice y sonriendo-, en algunas
ocasiones el gigante o la giganta conseguían engendrar un hijo mágico de su
misma raza, y entonces todos contemplaban con admiración al gigante recién
nacido.
»La época más propicia para
esa unión era la Navidad, el veinticinco de diciembre, la festividad del antiguo
dios solar. Cuando nacía un gigante, se decía que el cielo había copulado de
nuevo con la tierra y que de esa unión había nacido algo mágico, como ocurrió
en tiempos de la Primera Creación. Después de grandes celebraciones y
algarabías y de cantar las canciones navideñas, se llevaba a cabo el sacrificio
en nombre de Jesús. En ocasiones, un gigante o una giganta engendraba muchos
hijos, y los Taltos contraían matrimonio entre sí, y el fuego del sacrificio
invadía los valles y el humo se alzaba hasta el cielo, propiciando la llegada
de una temprana primavera y cálidos vientos y lluvias que beneficiaban a las
cosechas.
Gordon se detuvo y se
volvió emocionado hacia Ash.
-Tú debes saber todo esto.
Podrías proporcionarnos los eslabones que faltan en la cadena de la memoria.
Tú también debes haber vivido una existencia anterior. Podrías revelarnos cosas
que los humanos aún no hemos logrado descubrir. Podrías explicarlas con toda
claridad, pues eres fuerte y potente, y no una vieja decrépita como mi pobre
Tessa. Nos harías un inmenso favor.
Ash guardó silencio. Su
rostro mostraba una expresión fría y cruel, aunque Gordon no pareció
percatarse de ello.
«Es un necio -pensó Yuri-.
Puede que los grandes proyectos violentos requieran siempre la participación
de un necio.»
Gordon se volvió hacia los
demás, incluyendo a Yuri, al cual se dirigió en tono implorante:
-¿Es que no lo comprendes?
¿No comprendes lo que esas posibilidades significan para mí?
-Lo único que sé -contestó
Yuri-, es que no informaste a Aaron. Ni tampoco a los Mayores, ¿no es así? Los
Mayores no estaban enterados de ello. Tus hermanos y hermanas no sabían nada.
-Ya os lo he dicho, no
podía confiar a nadie lo que había descubierto y, con franqueza, tampoco quise
hacerlo. Eso sólo me pertenecía a mí. Además, ¿qué hubieran dicho nuestros
estimados Mayores, si es que podemos emplear el verbo «decir» para describir
sus silenciosas comunicaciones? Me habrían enviado un fax, ordenándome que
condujera de inmediato a Tessa a la casa matriz... No, este hallazgo me
pertenece por derecho propio. Fui yo quien halló a Tessa.
-No, te mientes a ti mismo
y a los demás -terció Yuri-. Todo cuanto eres se lo debes a Talamasca.
-¡Qué absurdo! ¿Acaso no he
aportado yo nada a la Orden? Jamás tuve la intención de lastimar a nuestros
compañeros. Reconozco que accedí a que liquidaran a los médicos implicados en
el asunto, pero no fui yo quien lo propuso.
-¿Mataste al doctor Samuel
Larkin? -preguntó Rowan con tono frío e inexpresivo, tratando de llegar al
fondo de la verdad pero sin alarmarlo.
-Larkin... Larkin... No lo
sé. Estoy confundido. Mis colaboradores sostenían unos criterios muy distintos
a los míos respecto de lo que debíamos hacer para mantener el asunto en
secreto. Digamos que acepté los aspectos más audaces del plan. Lo cierto es que
no concibo matar a un ser humano.
Gordon miró a Ash con
expresión acusadora.
-¿Cómo se llaman tus
colaboradores? -preguntó Michael con un tono semejante al de Rowan, frío y pragmático-.
¿Invitaste a los hombres que enviasteis a Nueva Orleans, Norgan y Stolov, a
compartir esos secretos?
-No, por supuesto que no
-contestó Gordon- En realidad no eran miembros de la Orden, como tampoco lo
es Yuri. Actuaban para nosotros en calidad de investigadores, de
intermediarios. No sé lo que sucedió. Creo que el asunto... se me escapó de
las manos. Sólo sé que mis amigos, mis confidentes, creyeron poder controlar a
esos hombres por medio de secretos y dinero. Los secretos y el dinero lo
corrompen todo. Pero no merece la pena remover todo eso. Lo importante es el
hallazgo, una cosa pura, que lo justifica todo.
-¡No justifica nada!
-exclamó Yuri-. Ocultaste lo que sabías. Te comportaste como un vulgar traidor,
saqueando los archivos en provecho propio.
-No es cierto -protestó
Gordon.
-Deja que prosiga, Yuri
-terció Michael suavemente.
Tras unos minutos Gordon
consiguió calmarse, mostrando un admirable dominio de sí mismo. Acto seguido
apeló de nuevo a Yuri de una forma que enfureció a éste.
-¿Cómo puedes creer que
perseguía otros fines que no fueran espirituales? -le increpó-. Yo, que he
vivido siempre a la sombra de Glastonbury Tor, que he consagrado toda mi vida a
los conocimientos esotéricos con el único propósito de enriquecer e iluminar
nuestro espíritu.
-Quizá fuera en beneficio
del espíritu -respondió Yuri-, pero no deja de ser un beneficio personal. Ése
fue tu delito.
-Estás agotando mi
paciencia -le advirtió Gordon-. Quizá convendría que abandonaras la habitación.
Quizá sería preferible que yo no dijera nada más...
-Acaba de una vez -le instó
Ash-. Estoy impaciente por conocer el final de tu historia.
Gordon se detuvo, clavó la
vista en la mesa y arqueó una ceja, como para dar a entender que no tenía por
qué aceptar ese ultimátum.
Luego miró con frialdad a
Ash.
-¿Cómo llegaste a
relacionar todo esto con las brujas Mayfair? -preguntó Rowan.
-Me di cuenta enseguida de
que ambas cosas estaban relacionadas. Tenía que ver con el círculo de piedras.
Yo conocía la historia de Suzanne, la primera bruja Mayfair, la bruja de las
tierras altas de Escocia que había invocado a un diablo en el círculo de
piedras.También había leído la descripción de Peter van Abel sobre el fantasma
y la insistencia con que éste la perseguía y atormentaba, demostrando una
tenacidad muy superior a la de cualquier fantasma humano.
»El relato de Peter van
Abel fue el primer documento sobre las brujas Mayfair que tradujo Aaron y,
como es natural, éste acudía a mí para consultarme ciertos vocablos en latín
antiguo. En aquella época Aaron recurría a mí con frecuencia para que lo
ayudara en sus trabajos.
-Eso fue lo que le perdió
-observó secamente Yuri.
-Como es lógico, se me
ocurrió que tal vez ese Lasher fuera el alma de un ser de otra especie, que trataba
de reencarnarse. Encajaba perfectamente con el misterio. Aaron me había escrito
hacía mucho desde América para decirme que la familia Mayfair se enfrentaba a
un grave peligro, pues el fantasma amenazaba con reencarnarse.
»¿Acaso se trataba del alma
de un gigante que pretendía vivir una segunda existencia? Mis hallazgos habían
adquirido una dimensión que escapaba a mi control. No tenía más remedio que
compartirlo con alguien. Tenía que revelárselo a alguien de mi más absoluta
confianza.
-Pero no a Stolov ni a
Norgan.
-¡No! Mis amigos... mis
amigos eran muy distintos. Estás tratando de confundirme. En aquel entonces
ellos aún no estaban implicado en el asunto. Déjame continuar.
-Pero tus amigos
pertenecían a Talamasca -dijo Rowan.
-No diré una sola palabra
sobre ellos excepto que... eran unos jóvenes en los que confiaba ciegamente.
-¿Los trajiste aquí, a la
torre?
-Por supuesto que no
-respondió Stuart-. No soy estúpido. Les mostré a Tessa, pero en un sitio que
yo elegí para tal fin, en las ruinas de la abadía de Glastonbury, en el mismo
lugar donde había sido desenterrado el esqueleto de un gigante de más dos metros
y que, posteriormente, se volvió a enterrar.
»La conduje hasta allí por
motivos sentimentales, para verla de pie sobre la tumba de un ser de su propia
especie. Una vez allí, dejé que quienes me ayudaban en mi trabajo le rindieran
pleitesía. No podían sospechar que el lugar donde residía Tessa se hallara a
menos de dos kilómetros de distancia. Jamás lo supieron.
»Sin embargo, eran unos
jóvenes decididos y totalmente entregados a su labor. Fueron ellos quienes propusieron
que le hiciéramos unas pruebas científicas a Tessa. Me ayudaron a obtener con
una jeringuilla una muestra de su sangre, que fue enviada a varios laboratorios,
de forma anónima, para ser analizada. Aquello confirmó nuestras sospechas de
que Tessa no era humana. Yo no entendía nada sobre enzimas ni cromosomas,
pero ellos me lo explicaron.
-¿Eran médicos? -preguntó
Rowan.
-No. Simplemente unos
jóvenes extraordinariamente brillantes -respondió Gordon con tristeza, mirando
a Yuri con rencor.
«Sí, eran tus acólitos»,
pensó Yuri. Pero no dijo nada. Si volvía a interrumpir a Gordon, sería para
matarlo.
-En aquellos días todo era
muy distinto. No se dedicaban a urdir planes para matar a la gente. Pero luego
las cosas cambiaron.
-Continúa -dijo Michael.
-Mi siguiente paso era
obvio: regresar a los sótanos, desenterrar los viejos documentos abandonados
de nuestro folklore e investigar tan sólo a los santos de estatura exagerada.
Cuál no sería mi sorpresa al descubrir un montón de manuscritos hagiográficos,
que se habían salvado de la destrucción en los tiempos en que Enrique VIII
ordenó la supresión de los monasterios y habían ido a parar a nuestros archivos
junto con otros muchos centenares de textos antiguos.
»Y.. entre esos tesoros
había una caja de cartón en cuya tapa un antiguo secretario, ya difunto, había
escrito: Vidas de los santos escoceses, apresurándose a añadir el siguiente
subtítulo: "Gigantes".
»A continuación hallé un
ejemplar de una obra anterior a aquélla escrita por un monje de Lindisfarne,
del siglo VIII, quien narraba la historia de san Ashlar, un santo de tal
carisma y poder que había aparecido entre los escoceses en dos regiones,
habiéndolo hecho regresar Dios a la Tierra como profeta Isaías, y el cual
estaba destinado, según la leyenda, a regresar una y otra vez a este mundo.
Yuri miró a Ash, pero éste
no dijo nada. Yuri no recordaba si Gordon había comprendido el nombre de Ash.
Gordon también observaba fijamente a Ash.
-¿Acaso es éste el
personaje en cuyo honor ostentas su nombre? -preguntó Gordon, con mirada febril-.
¿Es posible que conozcas a ese santo a través de tus recuerdos o los recuerdos
de otros, suponiendo que hayas tenido contacto con otros miembros de tu
especie?
Ash no contestó. En la
habitación reinaba un silencio sepulcral. Ash cambió de nuevo de expresión.
¿Era odio lo que sentía hacia Gordon?
Gordon reanudó al cabo de
unos minutos su relato. Tenía la espalda encorvada y no cesaba de gesticular.
-Sentí una intensa emoción
al averiguar que san Ashlar había sido un ser gigantesco, de más de dos metros,
que provenía de una raza pagana a cuyo exterminio él mismo había contribuido.
-Prosigue -solicitó Ash con
suavidad-. ¿Cómo llegaste a relacionar eso con las brujas Mayfair? ¿Por qué
murieron unos hombres a consecuencia de la investigación?
-De acuerdo, contestaré a
tus preguntas -respondió Gordon-, pero supongo que concederás a este hombre
que está a punto de morir un último deseo.
-Ya veremos -replicó Ash-.
¿Qué deseo es ése?
-Que me digas si conoces
estas historias, si tú mismo recuerdas esos tiempos remotos.
Ash hizo un gesto para
indicarle a Gordon que continuara.
-Eres cruel, amigo mío
-dijo Gordon.
Ash estaba visiblemente
enojado. Su espeso cabello negro y su juvenil y casi inocente boca hacían que
su expresión resultara aún más temible. Parecía un ángel enfurecido. No
respondió a las palabras de Gordon.
-¿Revelaste esas historias
a Tessa? -preguntó Rowan.
-Sí -contestó Gordon,
apartando los ojos de Ash para mirarla. De pronto esbozó una pequeña sonrisa,
con la que parecía decir: «Respondamos antes de nada a la hermosa dama sentada
en primera fila»-. Durante la cena le conté a Tessa lo que había descubierto.
Ella me dijo que conocía la historia del santo. Conocía a Ashlar, uno de los
suyos, un gran líder, un rey entre los de su especie, el cual traicionó a los
suyos al convertirse al cristianismo. Yo me sentía eufórico. Ya tenía un nombre
en el que apoyarme para proseguir mis investigaciones.
»A la mañana siguiente
regresé a los archivos y me puse manos a la obra de inmediato. Al cabo de un
rato descubrí algo de enorme importancia, algo por lo que los eruditos de
Talamasca hubieran pagado cualquier precio.
Gordon se detuvo y observó
los rostros de los presentes, incluyendo a Yuri, mientras sonreía con orgullo.
-Se trataba de un libro, un
códice en pergamino, muy distinto a cualquier otro de los que yo había visto en
toda mi larga vida profesional. Jamás hubiera soñado con ver el nombre de san
Ashlar grabado en la tapa de la caja de madera que lo protegía. ¡San Ashlar!
Era como si el nombre del santo hubiera saltado de entrelas sombras y el polvo
mientras yo recorría las estanterías con mi linterna.
Otra pausa.
-Debajo de ese nombre
-prosiguió Gordon, mirando a los otros fijamente con objeto de dar mayor
énfasis a su relato- aparecía, con carácteres rúnicos, las siguientes frases:
«Historia de los Taltos de Inglaterra», y en latín: «Gigantes sobre la
Tierra.» Tal como me confirmaría Tessa aquella noche con un simple gesto de
cabeza, había dado con la palabra crucial. «Taltos. Eso es lo que somos», -dijo
Tessa.
»Abandoné de inmediato la
torre. Regresé a la casa matriz y bajé al sótano. Siempre había examinado los
otros archivos dentro del edificio, en las bibliotecas o en cualquier otro
lugar, una costumbre que nunca extrañé a nadie. Pero en esta ocasión tenía que
hacerme con el documento.
Gordon se levantó, apoyando
los nudillos sobre la mesa. Miró a Ash temeroso de que éste intentara detenerlo.
Ash lo observaba muy serio, con frialdad implacable.
Gordon retrocedió y se
dirigió a un enorme armario de madera tallada que había contra la pared, y
sacó una caja con forma rectangular.
Ash lo observó con calma,
sin sospechar que Gordon tratara de escapar o, en todo caso, seguro de poder
impedírselo.
Ash contempló la caja
fijamente cuando Gordon la depositó en la mesa, frente a ellos. Daba la
impresión de que en su interior se agitara una violenta emoción que podía
estallar en el momento más inesperado.
«Dios mío -pensó Yuri-, el
documento es auténtico.»
-Aquí lo tenéis -dijo
Gordon, apoyando levemente los dedos en la pulida superficie de madera como
si se tratara de un objeto sagrado-. San Ashlar.
Luego siguió traduciendo el
resto del texto.
-¿Qué creéis que contiene
esta caja? ¿No lo adivináis?
-Continúa, por favor -dijo
Michael con impaciencia, sin apartar los ojos de Ash.
-Muy bien -contestó Gordon,
bajando la voz.
Abrió la caja, extrajo de
ella un enorme tomo encuadernado en piel, lo depositó ante él y apartó la caja
a un lado. A continuación abrió el libro y mostró la página de la portada en pergamino,
maravillosamente ilustrada en rojo, oro y. azul pavo real. Unas diminutas
miniaturas salpicaban el texto en latín. Gordon pasó la página con cuidado y
Yuri vio unas preciosas letras adornadas con otras diminutas ilustraciones,
cuya belleza sólo podía ser apreciada con ayuda de una lupa.
-Fijaos bien, pues vuestro
ojos jamás han contemplado un documento como éste. Fue escrito por el propio
santo.
»Este tomo recoge la
historia de los Taltos, desde sus orígenes; la historia de una raza extinguida;
así co-mo la confesión de que él -sacerdote, hacedor de milagros y santo- no
es humano, sino uno de los míticos gigantes a los que me he referido. Es un
alegato destinado a convencer a san Columba, el gran misionero de los pictos,
abad y fundador del monasterio céltico de lona, de que los Taltos no son
monstruos, sino unos seres con alma inmortal, unas criaturas creadas por Dios y
capaces de alcanzar la gracia de Jesús. Es una obra magnífica.
De pronto, Ash se levantó y
le arrebató el libro a Gordon de las manos. Gordon permaneció inmóvil,
intimidado por el gesto de Ash, el cual se hallaba junto. a él.
Los otros se levantaron
lentamente. «Cuando un hombre está tan furioso como lo está Ash, hay que respetar
su furia, o al menos reconocerla», pensó Yuri. Todos lo observaban en
silencio, mientras que Ash seguía mirando a Gordon como si deseara matarlo en
aquellos precisos momentos.
Contemplar el amable rostro
de Ash desfigurado por la rabia, era un espectáculo sobrecogedor. «Este es el
aspecto que deben de tener los ángeles -pensó Yuri- cuando aparecen blandiendo
sus espadas flameantes.»
Gordon había pasado
lentamente de la indignación al terror.
Cuando por fin Ash habló,
lo hizo casi en un murmullo. Su voz sonaba tan suave como antes, pero suficientemente
clara y enérgica para que todos oyeran lo que decía:
-¿Cómo te atreves a
apoderarte de esto? -le increpó a Gordon-. Además de asesino, eres un ladrón.
¡Canalla!
-¿Serás capaz de
arrebatármelo? -replicó Gordon, mirándolo con tanto rencor como el que Ash
mostraba hacia a él-. ¿Serás capaz de arrebatármelo y después matarme? ¿Quién
eres tú para adueñarte de él? ¿Acaso sabes lo que yo sé sobre tu especie?
-¡Yo escribí este libro!
-declaró Ashlar, con el rostro congestionado-. ¡Me pertenece! -masculló, casi
como si no se atreviera a decirlo en voz alta-. Escribí cada una de las
palabras que contiene, pinté cada una de sus ilustraciones. Lo escribí para
Columba. ¡Es mío! -repitió. Ash retrocedió, estrechando el libro contra su
pecho, temblando de ira. Al cabo de un momento añadió en tono más suave-: Y
tú... tú sólo eres capaz de hablar de investigaciones, de vidas recordadas, de
cadenas de memoria...
Su ira traspasó el silencio
que reinaba en la habitación.
-Eres un impostor -dijo
Gordon, sacudiendo la cabeza.
Todos guardaron silencio.
Gordon permaneció
impasible, mirando a Ash con una expresión insolente que resultaba casi cómica.
-Un Taltos, sí -dijo-. San
Ashlar, ¡jamás! Eres tan viejo que resulta imposible calcular tu edad.
Nadie pronunció palabra.
Nadie se movió. Rowan observaba fijamente a Ash. Michael los miraba a todos, al
igual que Yuri.
Ash lanzó un profundo
suspiro e inclinó ligeramente la cabeza, sosteniendo todavía el libro contra
su pecho. Sus dedos, que lo sujetaban por los bordes, se relajaron un poco.
-¿Y qué edad crees que
tiene esa patética criatura que está sentada ante su telar? -preguntó con
tristeza.
-Pero ella se refería a la
vida que recordaba, y a otras vidas recordadas de las cuales le habían hablado
otros...
-¡Calla, viejo necio!
-exclamó Ash. Respiraba con dificultad, como si de pronto lo hubieran abandonado
las fuerzas-. Así que esto fue lo que le ocultaste a Aaron Lightner -prosiguió
al cabo de unos instantes-. A él y a los más brillantes eruditos de la Orden,
a fin de que tú y tus jóvenes amigos pudierais tramar un asqueroso plan para
apoderaros del Taltos. Sois peores que los ignorantes y salvajes campesinos
escoceses que atraían al Taltos hacia el círculo para matarlo. Es como si se
hubiera vuelto a reproducir la caza sagrada.
-¡No, jamás pretendimos
matarlo! -protestó Gordon-. ¡Jamás! Sólo pretendíamos unirlo con una hembra,
hacer que Lasher y Tessa se unieran en Glastonbury Tor. -Gordon rompió a
llorar, casi asfixiado, incapaz de proseguir. Al cabo de unos minutos continuó-:
Queríamos contemplar la ascensión de vuestra raza sobre la montaña sagrada en
la que apareció Jesús para propagar la religión que cambió la faz del mundo.
¡Jamás pretendimos matarlo, sino devolverle la vida! Han sido las brujas
Mayfair quienes lo han asesinado, quienes han destruido al Taltos como si de un
vulgar fenómeno de la naturaleza se tratara. Lo destruyeron de forma fría y
cruel, sin importarles quién era ni en qué podía convertirse. ¡Ellas son las
culpables, no yo!
Ash meneó la cabeza,
asiendo el libro con fuerza.
-No, lo hiciste tú -dijo-.
Si le hubieras contado la historia a Aaron, si le hubieras hecho partícipe de
tu hallazgo...
-Él se hubiera negado a
colaborar -replicó Gordon-. Jamás habría participado en nuestro plan. Ambos
éramos demasiado viejos. Pero mis jóvenes amigos, que poseían valor y visión de
futuro, trataron de unir al macho y a la hembra Taltos sin causarles ningún
daño.
Ash suspiró y guardó
silencio, como si dosificara su aliento. Luego miró de nuevo a Gordon y
preguntó:
-¿Cómo supiste de las
brujas Mayfair? ¿Qué fue lo que te condujo hasta ellas? Quiero saberlo. Responde
inmediatamente o te arrancaré la cabeza y la arrojaré sobre el regazo de tu
amada Tessa. Su horrorizado semblante será lo último que veas antes de que tu cerebro
se extinga.
-Aaron. Fue el propio
Aaron. -Gordon temblaba de modo violento, como a punto de desmayarse.
Retrocedió unos pasos, mirando a derecha e izquierda. Luego dirigió la vista
hacia el armario de madera del que había sacado el libro-. Sus informes desde
América -añadió, acercándose al armario-. El Consejo fue convocado. La
información era de suma importancia. Rowan, la bruja Mayfair, había parido un
ser monstruoso el día de Nochebuena; un niño que al cabo de unas horas había
alcanzado el tamaño de un hombre. Se envió una descripción de ese ser a todos
los miembros de la Orden repartidos por el mundo. Enseguida comprendí que se
trataba de un Taltos. ¡Sólo yo lo sabía!
-Eres perverso -murmuró
Michael-. Mezquino y perverso.
-¡Y tú te atreves a llamarme
perverso! Tú, que mataste a Lasher con tus propias manos y aniquilaste el
misterio como si se tratara de un vulgar delincuente al que hubieses liquidado
durante una reyerta callejera.
-Tú y los otros -intervino
Rowan- lo hicisteis por iniciativa propia.
-Ya he confesado mi culpa
-respondió Gordon, avanzando otro paso hacia el armario-. Pero no os diré
quiénes eran los otros.
-Así pues, los Mayores no
participaron en ello -dijo Rowan.
-Las excomuniones eran
falsas -contestó Gordon-. Creamos un sistema de interceptación. Yo no lo hice.
Ni siquiera sé cómo se hace. Pero lo creamos, permitiendo que pasaran
únicamente las cartas remitidas por los Mayores y las destinadas a ellos que no
guardasen relación alguna con el caso. Sustituimos tanto las comunicaciones
entre Aaron o Yuri y los Mayores, como las que se producían en sentido
inverso, por las nuestras. No fue difícil; los Mayores, con su tendencia al
secretismo, nos facilitaron el camino.
-Gracias por habernos
contado todo esto -dijo Rowan, imperturbable-. Quizás Aaron lo sospechara.
A Yuri le repugnaba la
amabilidad con que Rowan se dirigía a ese canalla, casi como si quisiera
tranquilizarlo en vez de estrangularlo allí mismo.
-¿Qué otra información
puede proporcionarnos? -preguntó Rowan, mirando a Ash-. Creo que hemos
terminado con él.
Gordon comprendió de
inmediato lo que pasaba. Rowan estaba autorizando a Ash a que lo matase. Yuri
se limitó a observar cómo Ash, lentamente, depositaba el libro sobre la mesa y
se volvía hacia Gordon, con las manos ya libres, para ejecutar la sentencia que
él mismo le había impuesto.
-Aún no sabes nada -dijo
Gordon de pronto-. Las palabras de Tessa, su historia, las cintas que grabé.
Sólo yo sé dónde están.
Ash se limitó a mirarlo
fijamente, con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido.
Gordon se giró, mirando a
derecha e izquierda.
-Tengo algo muy interesante
que deseo mostraros -indicó.
Se dirigió apresuradamente
al armario y después se volvió, apuntando con una pistola que sostenía con
ambas manos a Ash, a Yuri, a Rowan y a Michael sucesivamente.
-Os mataré -dijo Gordon-.
Brujas, Taltos. ¡A todos! Puedo atravesaros el corazón de un balazo y acabar
con vosotros.
-No puedes matarnos a todos
-replicó Yuri, dando un paso hacia delante.
-¡No te muevas o disparo!
-gritó Gordon.
Ash salvó rápidamente la
distancia que lo separaba de Gordon. Pero éste se volvió hacia él, apuntándolo
con el revólver. Ash no se detuvo, pero el arma no se disparó.
Con un rictus de amargura,
Gordon acercó la pistola a su pecho y agachó la cabeza, mientras su mano izquierda
se crispaba en un puño.
-¡Dios mío! -exclamó,
dejando caer la pistola al suelo-. ¡Bruja! -gritó, volviéndose hacia Rowan Mayfair-.
Sabía que lo matarías. Se lo dije a los otros, lo sabía... -Gordon cerró los
ojos y se apoyó en el armario. Parecía que iba a caer de bruces, pero se
desplomó con todo su peso sobre el suelo. Durante unos instantes luchó
inútilmente por incorporarse. Luego se quedó inmóvil y sus párpados se cerraron
como si estuviera muerto.
El cadáver de Gordon
permaneció tendido en el suelo, en una postura grotesca.
Rowan no hizo el menor
gesto de estupor o disgusto, como si nada tuviera que ver con la muerte de Gordon.
Pero Yuri sabía que ella había sido la causante, y también Michael. Yuri se dio
cuenta por la forma en que Michael miró a su mujer, sin censurarla pero con
cierta aprensión. Al cabo de unos instantes Michael suspiró, sacó el pañuelo
del bolsillo y se enjugó la cara.
Luego se volvió de espaldas
al muerto, sacudiendo la cabeza, y se refugió en la penumbra, junto a la ventana.
Rowan permaneció impasible,
con los brazos cruzados y los ojos clavados en Gordon.
«Quizá -pensó Yuri- ve algo
que nosotros no vemos, o presiente algo inadvertido para nosotros.»
Pero en el fondo aquello
carecía de importancia. El cabrón había muerto. Por primera vez, Yuri comprobó
que podía respirar hondo y lanzó un suspiro de alivio, muy distinto a los
penosos murmullos que había emitido Michael.
Está muerto, Aaron, muerto
y bien muerto. Los Mayores no habían participado en el plan. Sin duda
descubrirán la identidad de sus colaboradores, sus jóvenes y orgullosos
novicios.
Yuri estaba convencido de
que aquellos jóvenes -Marklin George y Tommy Monohan- eran los culpables. Es
más, todo el asunto parecía obra de unos jóvenes impulsivos, implacables y
llenos de rencor. Tal vez fuese cierto que al anciano se le había escapado la
situación de las manos.
Nadie se movió. Nadie dijo
nada. Todos permanecían de pie, como si presentaran sus respetos al cadáver
del anciano. Yuri hubiera deseado sentirse tranquilo, pero no lo estaba.
Ash se acercó a Rowan de
forma lenta y solemne, la sujetó levemente por los brazos con sus largos dedos
y la besó en ambas mejillas. Ella lo miró a los ojos, como si estuviera
soñando. Mostraba una expresión de profunda tristeza.
Acto seguido, Ash se volvió
hacia Yuri y aguardó sin decir nada. Todos estaban a la espera de algo. ¿Qué
podían decir? ¿Qué podían hacer?
Yuri trató de idear algún
plan, pero le resultó imposible.
-¿Regresarás a casa, a la
Orden? -le preguntó finalmente Ash.
-Sí -respondió Yuri,
asintiendo con un movimiento de cabeza-. Regresaré a la Orden -murmuró-. Ya
les he informado de todo. Les llamé desde la aldea.
-Te vi telefonear desde la
cabina -dijo Ash.
-Hablé con Elvera y Joan
Cross. No me cabe la menor duda de que fue George y Monohan quienes le
ayudaron, y no tardarán en ser descubiertos.
-¿Y Tessa? -preguntó Ash,
lanzando un pequeño suspiro-. ¿Podéis haceros cargo de ella?
-Si tú no te opones
-respondió Yuri-, por supuesto que la acogeremos bajo nuestro techo. Le daremos
cobijo y velaremos siempre por ella. ¿Es eso lo que deseas?
-¿En qué otro lugar se
hallaría a salvo? -contestó Ash, visiblemente triste y cansado-. No vivirá
mucho tiempo. Su piel es tan frágil como las hojas de pergamino de mi libro.
Sin duda morirá pronto, aunque no puedo precisar cuándo. No sé cuánto tiempo de
vida nos queda a ninguno de nuestra especie. Hemos sufrido muertes violentas
en repetidas ocasiones. Al principio, incluso creímos que era la única forma
en que se moría la gente. No sabíamos lo que era una muerte natural...
Ash se detuvo, malhumorado.
Sus cejas dibujaban una airosa curva entre su ceño fruncido y el extremo de los
ojos.
-Llévatela -dijo-. Confío
en que os mostréis amables con ella.
-Ash -dijo Rowan
suavemente-, si permites que se la lleve les estarás ofreciendo una prueba
irrefutable de la existencia de los Taltos. ¿Por qué quieres hacer eso?
-Es lo mejor que podía
suceder -terció Michael. Su vehemencia asombró a Yuri-. Hazlo en memoria de
Aaron. Condúcela a la casa matriz, junto a los Mayores. Hiciste cuanto pudiste
por poner al descubierto la conspiración. Dales la información que precisan.
-Si estuviéramos
equivocados -dijo Rowan-, si no se tratara únicamente de un puñado de
individuos... -Tras estas palabras se detuvo, vacilante, contemplando el
pequeño y desolado cadáver de Gordon-. ¿Qué tendrían entonces?
-Nada -respondió Ash
suavemente-. Un ser que pronto morirá y que se convertirá de nuevo en una
leyenda, por muchas pruebas científicas a que la sometan con su dócil
consentimiento, por muchas fotografías que le hagan y muchas cintas en las que
aparezca grabada su voz. Llévala a la casa matriz, Yuri, te lo ruego.
Preséntala a los miembros del Consejo. Preséntasela a todos. Rompe el
secretismo del que Gordon y sus amigos hicieron un cruel uso en beneficio
propio.
-¿Y Samuel? -preguntó
Yuri-. Me salvó la vida. ¿Qué hará cuando descubra que la tienen en su poder?
Ash reflexionó unos
instantes y arqueó las cejas. Los rasgos de su semblante aparecieron suavizados
por una expresión pensativa y se mostraron tal como Yuri los vio por primera
vez: unos rasgos amables e incluso quizá más humanos que los de los propios
humanos.
Yuri pensó de pronto que
quien vive por siempre se vuelve más compasivo. Un hermoso pensamiento, pero no
era verdad. Ese ser ya había matado, y sin duda habría acabado con Gordon si
Rowan no hubiera hecho que al anciano se le parara el corazón. Ese ser era
capaz de remover cielo y tierra con tal de dar con Mona, la joven bruja, que
podía parir otro Taltos.
Yuri sonrió y sacudió la
cabeza.
-Ahora creo entender cómo
sucedió; comprendo las debilidades, la atracción.
Yuri miró a su alrededor.
Por una parte detestaba aquella habitación, pero por otra la consideraba una especie
de santuario romántico y, si bien no soportaba la idea de esperar a que
acudieran a rescatarlos se sentía demasiado cansado para pensar en otra
solución o resolver el problema de otro modo.
-Iré a hablar con Tessa
-dijo Rowan- Le explicaré que Stuart está muy enfermo y que te quedarás con él
hasta que llegue alguien a socorrerlo.
-Eres muy amable -respondió
Yuri. Luego, por primera vez, comprendió que estaba extenuado y se sentó en una
de las sillas que había alrededor ¿e la mesa.
Su mirada se tropezó con el
libro o códice, según lo había denominado Stuart con precisión o, acaso, con
pedantería.
Yuri observó cómo los
largos dedos de Ash sujetaban el libro por ambos lados y lo levantaban.
-¿Cómo puedo ponerme en
contacto contigo? -le preguntó Yuri.
-No puedes -contestó Ash-.
Pero ¿entro de unos días prometo llamarte.
-No olvides tu promesa
-dijo Yuri, sintiéndose cada vez más cansado.
-Debo advertirte algo -dijo
Ash con voz queda y aire pensativo, sosteniendo el libro como si fuera un escudo
sagrado-. Durante los próximos meses y años verás mi imagen aquí y allá, en
numerosos lugares, cuando hojees un periódico o una revista. No trates nunca de
ponerte en contacto conmigo. No intentes llamarme. Dispongo de total protección
contra los intrusos. No conseguirás llegar hasta mí. Díselo de mi parte a tus
compañeros de la Orden. Jamás reaconoceré, ante ninguno de ellos, las cosas que
os he revelado. Y, sobre todo, adviérteles que no acudan al valle. Es posible
que los seres diminutos se estén extinguiendo, pero siguen siendo muy
peligrosos. Adviérteles que no se acerquen allí.
-¿Me autorizas entonces a
contarles lo que he visto?
-Sí, no tienes más remedio
que ser sincero con ellos. De lo contrario, no podrías regresar a la casa
matriz.
Yuri miró a Rowan y a
Michael. Ambos se acercaron a él. Yuri sintió la mano de Rowan acariciarle el
rostro mientras lo besaba. Luego notó la mano de Michael sobre su brazo.
Yuri no dijo nada. No tenía
palabras para expresar lo que sentía, y quizá tampoco le quedasen lágrimas.
Sin embargo, la alegría que
sentía era tan inesperada, tan maravillosa, que sintió deseos de hacerles
partícipes de ella. La Orden acudiría a recogerle. La desastrosa historia de
muertes y traición había llegado a su fin. Sus hermanos y hermanas acudirían a
rescatarlo, y él les revelaría los horrores y misterios que había presenciado.
Cuando se marcharon, Yuri
ni siquiera alzó la vista. Oyó cómo bajaban la escalera de caracol y el sonido
de la puerta principal al cerrarse. También oyó unas suaves voces en el piso
inferior. Lentamente, se incorporó y bajó al segundo piso. Tessa se hallaba de
pie junto al telar, en la penumbra, como un árbol gigantesco, con las manos
unidas y asintiendo con movimientos de cabeza mientras Rowan le hablaba en voz
baja. Yuri no oyó lo que decía. Luego, Rowan se despidió de la mujer con un
beso y se dirigió apresuradamente hacia la escalera.
-Adiós, Yuri -dijo Rowan
suavemente al pasar junto a él. Después se volvió, con la mano apoyada en la
barandilla, y añadió-: Cuéntaselo todo. Asegúrate de que el informe de las
brujas Mayfair queda cerrado, como debe ser.
-¿Todo? -inquirió él.
-¿Por qué no? -replicó
Rowan, con una enigmática sonrisa. Acto seguido, desapareció.
Yuri miró a Tessa. Durante
unos instantes se había olvidado de ella. Yuri supuso que cuando viera a Stuart
se llevaría un enorme disgusto. ¿Cómo podía él impedirle que fuera arriba?
Tessa se hallaba sentada de
nuevo ante el telar o, mejor dicho, ante el bastidor, bordando y canturreando
una pequeña melodía que era la prolongación de su respiración normal.
Yuri se acercó a ella,
procurando no sobresaltarla.
-Lo sé -dijo ella,
mirándolo y sonriendo de forma dulce y alegre. Su rostro redondo aparecía
radiante-. Stuart ha muerto, ha desaparecido, quizás ha ido al cielo.
-¿Te lo ha dicho Rowan? -
Sí.
Yuri miró por la ventana.
No sabía con certeza lo que veía en la oscuridad. ¿Tal vez las relucientes
aguas del lago?
Pero entonces distinguió
con toda claridad los faros de un coche que se alejaba. Vio el breve destello
de las luces al atravesar el oscuro bosque, y el vehículo desapareció.
Durante unos instantes se
sintió solo y terriblemente vulnerable. No obstante, estaba seguro de que
llamarían a la casa matriz para que fueran a recogerlo. Probablemente ya se
habrían detenido para hacer esa llamada. Así no quedaría constancia de que
hubieran efectuado una llamada desde el teléfono de la torre y, de ese modo,
evitarían que alguien pudiese identificar a quienes se presentarían allí como
las personas con las que la mujer y él se marcharían.
De pronto Yuri se sintió
muy cansado. Hubiera deseado preguntar a la mujer si había una cama donde
acostarse, pero se limitó a observarla mientras ella bordaba, cantando
alegremente. Al cabo de un rato la muer alzó la vista y dijo sonriendo:
-Sabía que acabaría así. Lo
comprendía cada vez que miraba a Stuart. Siempre sucede lo mismo con los de
vuestra especie. Más pronto o más tarde, os volvéis débiles, os encogéis y
morís. Tardé muchos años en comprender que nadie escapaba a ese destino. El
pobre Stuart era muy débil, y yo sabía que la muerte se lo llevaría el día
menos pensado.
Yuri no respondió. La mujer
le infundía una intensa repugnancia, que él intentaba disimular a fin de no
ofenderla ni herirla. Pensó vagamente en Mona; la vio rebosante de vida,
fragante, cálida y sorprendente. Yuri se preguntó si los Taltos verían a los
humanos de esa forma o si, por el contrario, les parecían unos seres toscos y
salvajes. ¿Acaso nos consideran unos animales sin domesticar, dotados de un
singular y peligroso encanto, más o menos como nosotros a los leones y los
tigres?
Yuri imaginó de pronto que
cogía a Mona por el cabello en un gesto juguetón. Ella se volvió y lo miró con
sus hermosos ojos verdes, sonriendo, mientras las palabras brotaban
atropelladamente de sus labios con la vulgaridad y el encanto propios de los
americanos.
En aquellos momentos Yuri
estaba convencido de que jamás volvería a ver a Mona.
Sabía que él no era el
hombre con quien ella compartiría su vida, que su familia la arropaba, que su
compañero debía ser inevitablemente alguien de su misma clase, un miembro de
su propio clan.
-No quiero subir -murmuró
Tessa con aire confidencial-. Dejemos a Stuart solo. Es mejor, ¿no crees? Una
vez muerto, no creo que le importe lo que hagamos.
Yuri asintió con un lento
movimiento de cabeza contemplando la misteriosa noche que se extendía al otro
lado de la ventana.
20
Mona se hallaba de pie en
la oscura cocina y se sentía deliciosamente saciada. Había consumido toda la
leche, hasta la última gota, así como el queso, el requesón y la mantequilla.
Eso es lo que se llama limpiar la nevera. Hasta las delgadas láminas de queso
para fundir, repleto de productos químicos y colorantes, un queso que producía
asco, habían sido devoradas con avidez.
-Sabes, cariño, si
resultaras una idiota... -dijo.
Esa posibilidad no existe,
madre. Yo soy tú y Michael. Y en un sentido muy real, soy todas las personas
que han hablado contigo desde el principio, incluyendo a Mary Jane.
Mona soltó una carcajada, a
solas en la oscura cocina, apoyada contra el frigorífico. ¡El helado! Se había
olvidado del helado.
-Te ha tocado una buena
mano, tesoro -dijo Mona-. No podías tener mejores cartas. Y deduzco que no te
perdiste ni una sílaba...
¡Montones de helado de
vainilla Háagen-Dazs!
-¡Mona Mayfair!
«¿Quién me llama? ¿Eugenia?
No quiero hablar con ella. No quiero que me moleste ni que tampoco molesa Mary
Jane.»
Mary Jane se había quedado
en la biblioteca, con los papeles que había sacado de la mesa de Michael, o
puede que ahora perteneciera a Rowan puesto que ella había regresado. Daba lo
mismo, eran unos informes médicos y unos documentos legales y comerciales, además
de algunos papeles que guardaban con las cosas que sucedieron hacía tres
semanas. Cuando empezó a hojear los diversos informes e historias, demostró una
curiosidad insaciable por todo lo relativo a la historia de la familia. Devoró
esos papeles como si fueran helado de vainilla.
-Veamos, ¿debemos compartir
ese helado con Mary Jane, como buenas primas, o zampárnoslo nosotras?
Zampárnoslo nosotras.
Había llegado el momento de
decírselo a Mary Jane. Cuando Mary Jane había pasado ante la puerta de la
cocina, hacía unos minutos, antes del último saqueo a la nevera, murmuraba algo
sobre los médicos que habían muerto, pobres desgraciados, el doctor Larkin y
el de California, y sobre las autopsias de las mujeres asesinadas. Lo
importante era acordarse de colocar otra vez esos papeles en su sitio para que
Rowan y Michael no se alarmaran. Al fin y al cabo, no hacían eso por capricho,
sino por un motivo muy concreto. Mary Jane era la persona en la que Mona
confiaba plenamente.
-Mona Mayfair.
Era Eugenia, la muy
pelmaza.
-Mona, Rowan al teléfono
desde Inglaterra.
No paraba de gruñir. Lo que
necesitaba Eugenia era una buena cucharada de ese helado, aunque Mona casi
había terminado con él y ya sólo quedaba un cartón.
¿A quién pertenecían esos
diminutos pies que avanzaban de forma apresurada desde el comedor? Morrigan
chasqueó su pequeña lengua al compás de las pisadas.
-Pero si es mi querida
prima, Mary Jane Mayfair.
-Silencio -dijo Mary Jane,
llevándose un dedo a los labios-. Eugenia te anda buscando. Ha llamado Rowan,
quiere hablar contigo, le dijo a Eugenia que te despertara.
-Coge el teléfono en la
biblioteca y que te dé el recado. Prefiero no arriesgarme a hablar con ella.
Procura disimular. Dile que nos encontramos perfectamente, que me estoy dando
un baño, y pregúntale por todos. Pregúntale si Michael, Yuri y ella están bien.
-De acuerdo -contestó Mary
Jane, y salió de la cocina. Sus tacones resonaron de nuevo sobre las baldosas.
Mona engulló las últimas
cucharadas de helado y arrojó el envase al cubo de la basura. ¡«Qué porquería
de cocina! Yo, que siempre he sido tan ordenada, me he dejado corromper por el
dinero.» Acto seguido, abrió el último cartón de helado que quedaba.
De nuevo sonaron las
mágicas pisadas. Mary Jane atravesó el office con rapidez e irrrumpió en la
cocina, con su cabello rubio pálido, sus delgadas piernas bronceadas, su
cintura de avispa y su falda de encaje blanco balanceándose como una campana.
-¡Mona! -murmuró Mary Jane.
-¿Qué? -respondió ésta en
voz baja, llevándose otra generosa cucharada de helado a la boca.
-Rowan dice que tiene que
darnos una noticia increíble -dijo Mary Jane, consciente de la importancia del
recado que transmitía a su prima-. Dice que ya nos lo contará, pero que en este
momento está muy ocupada y no puede entretenerse. Michael tampoco puede
ponerse al teléfono. Yuri está bien.
-Lo has hecho
estupendamente. ¿Y los guardias de seguridad?
-Rowan dijo que debían
seguir vigilando la casa, que no cambiáramos nada. Dijo que ya había llamado a
Ryan para decírselo. Insistió en que te quedaras en casa descansando y
cumplieras las indicaciones del médico.
-Una mujer inteligente y
práctica. Hummmm... -Mona había vaciado el segundo cartón de helado. Era
suficiente. Al cabo de unos instantes empezó a tiritar. ¡Qué frío! ¿Por qué no
se le habría ocurrido despedir a los guardias?
Mary Jane le frotó los
brazos y preguntó:
-¿Estás bien, cariño?
Luego dirigió su mirada
hacia el vientre de Mona y se puso pálida. Extendió su mano derecha con la
intención de palparle el vientre, pero no se atrevió.
-Escucha, ha llegado el
momento de explicarte toda la verdad -dijo Mona-. Así tú misma podrás decidir
lo que quieres hacer. Pensaba decírtelo poco a poco, pero no es justo ni
necesario. Yo haré lo que deba hacer, aunque no quieras ayudarme. Quizá sea
mejor que no lo hagas. O nos vamos ahora y me ayudas, o me iré sola.
-¿A dónde?
-Nos marchamos
inmediatamente. Me da igual que nos vean los guardias. Sabes conducir, ¿no?
Mona pasó junto a Mary
Jane, entró en el office y abrió el armario donde guardaban las llaves. Buscaba
el llavero del Lincoln. Cuando Ryan le regaló aquella limusina le dijo que no
debía viajar nunca en ninguna que no fuera negra y de la marca Lincoln. Al fin
encontró las llaves. Michael se había llevado sus llaves y las del Mercedes de
Rowan, pero las de la limusina estaban allí, en el mismo lugar donde Clem las
había dejado.
-Claro que sé conducir
-respondió Mary Jane-. ¿De quién es el coche que vamos a coger?
-Mío. Es una limusina. Pero
no quiero avisar al chófer. ¿Estás preparada? Confío en que el chófer esté
dormido y no se entere de nada. A ver, ¿qué es lo que necesitamos?
-Dijiste que me lo
contarías todo para que pudiera decidir lo que más me conviene.
Mona se detuvo. Ambas se
hallaban de pie entre sombras. La casa estaba en penumbra, iluminada sólo por
la luz que penetraba del jardín, un amplio resplandor azul que provenía de la
zona de la piscina. Los ojos de Mary Jane se veían más grandes y redondos que
de costumbre, lo cual hacía que su nariz pareciera aún más diminuta y sus
mejillas más suaves y tersas. Unos mechones rubios, como hebras de seda, se
agitaban sobre sus hombros. La luz le iluminaba el escote.
-¿Por qué no me lo dices?
-preguntó Mona.
-De acuerdo -contestó Mary
Jane-. Vas a tenerlo,, pase lo que pase.
-Desde luego.
-Y, suceda lo que suceda,
no dejarás que Rowan y Michael lo maten.
-Y el mejor lugar para
refugiarnos es donde nadie pueda dar con nosotras.
-Tienes razón.
-El único lugar seguro que
conozco es Fontevrault. Y si soltamos todos los esquifes del embarcadero, sólo
podrán entrar en la dársena a bordo de su propia embarcación, suponiendo que se
les ocurra ir allí.
-¡Eres un genio, Mary Jane!
Te quiero, mamá.
«Yo también te quiero, mi
pequeña Morrigan. Confía en mí. Confía en Mary Jane.»
-¡Eh, no vayas a
desmayarte! Escucha, voy a buscar unas almohadas, mantas y algunas otras
cosas. ¿Tienes dinero?
-Tengo un montón de
billetes de veinte dólares en el cajón de la mesilla de noche.
-Anda, entra en la cocina y
siéntate un rato -dijo Mary Jane, conduciendo a Mona hasta la mesa de la co
cina-. Apoya la cabeza
entre las manos.
-No me dejes en la
estacada, Mary Jane, pase lo que pase.
-Descansa hasta que vuelva.
Mary Jane se alejó
apresuradamente, con un marcado taconeo sobre las baldosas de la casa.
De pronto Mona empezó a oír
de nuevo la canción, la bonita canción que hablaba de las flores del valle.
«Basta, Morrigan.»
Háblame, mamá. El tío
Julien te trajo aquí para que te acostaras con mi padre, aunque no sabía lo que
ocurriría. Pero tú lo comprendes, mamá, dijiste que comprendías que en este
caso la hélice gigante no está relacionada con un antiguo maleficio, sino que
es la expresión de un potencial genético que tú y papá siempre habeis poseído.
Mona trató de responder,
pero no fue necesario; la voz siguió hablándole de forma cantarina, cantando
suave y rápida.
«Eh, más despacio. Suena
como el zumbido de una beja.»
... una inmensa
responsabilidad, sobrevivir y dar a luz, y quererme, mamá, no te olvides de
quererme, te necesito, necesito por encima de todo tu cariño, pues soy rágil y
sin él perdería las ganas de vivir....
Estaban todos reunidos en
el círculo de piedras, temblando, llorando. El individuo alto y moreno había
ido a tranquilizarlos. Se acercaron al fuego para entrar en calor.
-Pero ¿por qué? ¿Por qué
quieren matarnos?
Ashlar respondió:
-Ellos son así. Son gente
guerrera. Matan a quienes no pertenecen a su clan. Para ellos eso es tan importante
como para nosotros comer, beber o hacer el amor. Gozan con la muerte.
-Mira -dijo Mona en voz
alta. La puerta de la cocina acababa de cerrarse con estrépito. «Silencio,
Mary Jane. No traigas a Eugenia aquí. Tenemos que actuar de forma científica.
Debería escribir todo esto en el ordenador, tal como lo estoy viendo, pero es
casi imposible registrar algo con precisión cuando estás sumida en un trance.
En Fontevrault podremos utilizar el ordenador de Mary Jane. Mary Jane, mi gran
amiga y confidente.»
En ese momento regresó Mary
Jane y, por fortuna, esta vez cerró la puerta con suavidad.
-Lo que los otros deben
comprender -dijo Mona-, es que esta criatura no proviene del infierno, sino de
Dios. Lasher procedía del infierno, en el sentido metafísico o metafórico, es
decir, religioso o poético, pero cuando una criatura nace de la unión de dos
seres humanos, que poseen un genoma misterioso, entonces procede de Dios. ¿De
dónde iba a proceder sino de Él? Emaleth fue el fruto de una violación, pero mi
hija no. Al menos, no fue la madre quien resultó violada.
-Calla, larguémonos de
aquí. Les dije a los guardias que había visto a alguien con aspecto sospechoso
rondando cerca de aquí, y que iba a acompañarte en coche a tu casa para que
recogieras un poco de ropa y luego a la consulta del médico. Anda, vamos.
-Mary Jane, eres un genio.
Pero cuando Mona se
levantó, sintió que la habitación empezaba a dar vueltas como un tiovivo.
-¡Dios mío! -exclamó.
-Agárrate a mí. ¿Te sientes
mal?
-Tanto como si se
estuvieran produciendo unas explosiones nucleares en mi matriz. Anda, vámonos.
Bajaron sigilosamente por
el callejón. Mary Jane sujetaba de vez en cuando a su prima para que ésta no se
cayera, pero Mona se agarraba a la verja, en busca de mayor seguridad. Cuando
llegaron al garaje vieron la inmensa y flamante limusina. Mary Jane, siempre
tan previsora, había puesto el motor en marcha y había abierto la puerta. Se
encontraban listas para partir.
-¡Deja de cantar, Morrigan!
Tengo que pensar para explicarle a Mary Jane cómo se abre la verja. Hay que
oprimir el pequeño botón mágico.
-¡Ya lo sé! Venga, sube.
Mona escuchó el rugido del
motor y el chirrido que producía la verja al abrirse.
-Sabes, Mona, debo
preguntarte algo. No tengo más remedio. ¿Y si esta criatura no puede nacer sin
que tú mueras?
-Calla y muérdete la
lengua, prima. Rowan no murió, ¿verdad? Los parió a los dos. Descuida, no voy
a morirme. Morrigan no dejará que eso suceda.
No, mamá, te quiero. Te
necesito, mamá. No hables de morirte. Cuando hablas de la muerte, hasta puedo
olerla.
-Chitón. ¿Crees que
Fontevrault es el lugar más apropiado? ¿Estás segura? ¿Has estudiado otras posibilidades,
quizás un motel...?
-La abuela está allí, y la
abuela es de fiar. Ese chico que le hace compañía se largará de allí zumbando
en cuanto le dé uno de estos billetes de veinte dólares.
-Pero no debe dejar su bote
en el embarcadero, para que alguien lo coja y...
-No te preocupes, tesoro,
no lo hará. No viene en bote. Vive algo más arriba, cerca de la población.
Ponte cómoda y descansa. Tenemos un montón de cosas en Fontevrault. Podemos
instalarnos en el ático, que es seco y calentito.
-Es una idea estupenda.
-Y cuando sale el sol por
las mañanas, penetra por todas las ventanas del ático...
Mary Jane pisó bruscamente
el freno. Habían llegado a la avenida Jackson.
-Lo siento, tesoro, este
coche es muy potente.
-¿Tienes problemas para
manejarlo? Cielos, nunca me había sentado aquí delante, con esta gigantesca limusina
extendiéndose detrás de mí. Es una sensación muy extraña, como pilotar un
avión.
-No, no tengo ningún
problema -contestó Mary Jane, enfilando la calle St. Charles-. Excepto con
estos conductores borrachos de Nueva Orleans. Es medianoche, ya sabes. Pero es
muy fácil manejar este coche, sobre todo cuando has conducido un monstruo de
dieciocho ruedas, como he hecho yo.
-¿Dónde fue eso, Mary Jane?
-En Arizona, tesoro,
tuvieron que hacerlo, tuvieron que robar el camión, pero ésa es otra historia.
Morrigan reclamaba su
atención, había empezado a cantar de nuevo de aquel modo tan rápido que parecía
el zumbido de una abeja. Quizá cantara para entretenerse.
«Estoy impaciente por
verte, por sostenerte en mis brazos. Te quiero por lo que eres. Es el destino,
Morrigan, esto lo eclipsa todo, el mundo de los orinales, los sonajeros y los
papás satisfechos. Cuando él acabe comprendiendo que las condiciones han
cambiado totalmente seremos felices.»
El mundo no cesaba de
girar. El frío viento barría la planicie. Pese a ello, estaban bailando,
tratando de entrar en calor. ¿Por qué les había abandonado el calor? ¿Dónde
estaba su patria?
-Ésta es ahora nuestra
patria -dijo Ashlar-. Debemos acostumbrarnos al frío, del mismo modo que nos
acostumbramos al calor.
No dejes que me maten,
mamá.
Morrigan yacía en el
diminuto espacio, llenando la burbuja de fluido, su cabello flotando a su
alrededor y las rodillas apretadas contra los ojos.
-¿Qué te hace pensar que
quieren hacerte daño, cariño?
Lo pienso porque tú también
lo piensas, madre. Yo sé lo que tú sabes.
-¿Estás hablando con el
bebé?
-Sí, y ella me contesta.
Los ojos de Mona empezaban
a cerrarse cuando alcanzaron la autopista.
-Duerme un rato, tesoro.
Vamos tragando millas; estamos circulando a ciento cuarente y cinco kilómetros
por hora y ni siquiera se nota.
-Procura que no te
multen.
-¿Crees que una bruja
como yo no sabe manejar a un poli? No le daría tiempo ni a terminar de escribir
el papelito.
Mona se echó a reír. Todo
funcionaba a la perfección. No se podía pedir más.
Y aún faltaba lo mejor.
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