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EN LOS LIMITES DE LA REALIDAD

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lunes, 6 de agosto de 2012

EL ANTICRISTO



E L
A N T I C R I S T O

E N S A Y O     D E   U N A
C R Í T I C A   D E L
C R I S T I A N I S M O

F R I E D R I C H
N I E T Z S C H E




INTRODUCCIÓN

SOBRE EL ASESINATO DE DIOS

de
Henri   Lefèbvre



El universo aspira a la conciencia, a la posesión
de sí, es decir, a lo divino. Un Dios se forma en el
mundo. Sin embargo, el nietzscheísmo (aquí su novedad
en relación a las metafísicas clásicas) no es
una teología; o más bien, es una teología al revés,
una teología del pecado, “más allá del bien y del
mal”. Dios- el Dios infinito de los cristianos- se
forma realmente en el mundo, al mismo tiempo que
el hombre y en el hombre. El hombre puede realmente
servir a Dios y ¡aquí el bien y el mal! Porque
es necesario que el hombre se ofrezca en holocausto
y que muera para que Dios nazca. Los teólogos han
esperado esta fatalidad situando lo divino en lo sobrenatural
que exige el sacrificio de la naturaleza y
de la tierra.
Inversamente ¡lo humano exige la muerte de
Dios! Estos dos rivales, estos dos grandes antagonistas
no pueden realizarse juntos. La realización
supone una aniquilación: el Hombre tiene que matar
a Dios.
Nietzsche experimenta religiosamente el fin de
las religiones y el crepúsculo de los dioses. Se representa
una tragedia cósmica: si Dios está muerto, ¡es
que nosotros lo hemos matado! Nacía de nosotros
el “otro”. Dios era la alienación del hombre, su adversario,
incompatible con él. Todo pasa en lo
existencial; si los hombres han pensado en Dios, si
los genios místicos aspiraban a lo divino, es que
realmente lo divino se formaba en ellos. Exigía de
ellos el ascetismo, el renunciamiento, es decir, el
odio a la “tierra”, el resentimiento contra la “vida”.
Entonces, los hombres han tenido que llevar a cabo
y repetir un acto espantoso, misterioso, que los libere,
pero despojándolos de lo que había de mejor en
ellos: el asesinato de Dios. La nada es a la vez nuestro
enemigo y nuestra arma para sobrepasar en el
dolor esta etapa de nuestra creación por nosotros
mismos, lo divino.
El hombre que ha matado a Dios ha llevado a
cabo un acto necesario; y sin embargo, es el insensato
de quien habla la Gaya ciencia y “el más feo de
los hombres” de quien se trata en la última parte de
Zaratustra.
El asesino de Dios- singular paradoja- no es el
ateo. El ateo nietzscheano tiene el sentido de lo divino.
El verdadero asesino de Dios ¡es el cristiano!
El cristianismo no fue mas que en apariencia una fe
en Dios, una vida humana en el sentido de lo divino.
En realidad, fue el “más bajo nivel de la evolución
descendente del tipo divino”. Es de todo
punto falso decir que el cristianismo ha perdido
históricamente su impulso primitivo. Desde el principio
fue una degeneración. El cristianismo, o más
exactamente, el judeocristianismo, no ha sido, según
Nietzsche, mas que una invención del resentimiento
judío para arrastrar el mundo a la decadencia. Fue
una especie de mala jugada genial, una invención
grotesca y feroz de los judíos para vengarse de las
innumerables vejaciones y persecuciones que ya habían
sufrido. Los judíos han turbado y corrompido
los espíritus, han impedido a miles de millones de
hombres gozar de la tierra.
Humanamente e incluso desde el punto de vista
de la religión, el judeo-cristianismo fue un fenómeno
de decadencia. En su punto de partida hubo una
mala inteligencia. El creador del judeo-cristianismo
en tanto que doctrina y en tanto que Iglesia fue San
Pablo, que se sirvió de la biografía de Cristo para
extender la noción judaica del pecado y del Dios
malo. El único cristiano auténtico fue Cristo y murió
en la cruz- murió verdaderamente. Su presencia, su
espíritu se ha perdido. Doble holocausto de Cristo:
este hombre murió para divinizarse- en él los hombres
que lo mataron y que cada día lo matan de nuevo
han matado a Dios. La Iglesia cristiana ha
ritualizado judaicamente la muerte de Dios en lugar
de comprenderla y de hacer eternamente presente
este drama. Cristo es “una realidad eterna, un símbolo
psicológico más allá del tiempo”. Fue sin pecado
porque estaba verdaderamente purificado de
todo resentimiento; de una infinita inocencia, intentó
abolir la distancia entré él y la existencia profunda.
Resucita en todos los que asumen el drama
del hombre y buscan la relación del individuo con la
existencia.
Nietzsche no se cansa- en la Voluntad de potencia,
en el Anticristo, etc.-, de descubrir los múltiples
aspectos de la decadencia cristiana. Los
cristianos han matado a Dios sin comprenderlo, y
viven de esta muerte y del deseo de aniquilación. En
su alma se pudre lentamente el cadáver de Dios.
Han abrumado de reprobaciones todo lo que era
fuerte y sano, violento y profundo: la pasión y el
placer, el pensamiento, la libertad, el amor de la tierra,
la ambición; lo han llamado mal, pecado, diablo.
Si es lícito definir el ser corrompido como aquel que
hace lo que es desventajoso, el cristianismo representa
la corrupción esencial. Ha erigido en tipo ideal
al hombre débil, la “bestezuela de rebaño”, al animal
humano domesticado y enfermo, que practica
sistemáticamente el autocastigo. El hombre sin pecado
del cristianismo es el oprimido eterno con las
virtudes que le convienen, ellas le dan esas pequeñas
satisfacciones débiles que prolongan su esclavitud,
pero que compensan su ausencia completa de vitalidad:
la dulzura, la benignidad, la caridad. Para justificar
esta moral de esclavos, los teólogos han
construido un inmenso sistema de “piadosas mentiras”,
de interpretaciones pérfidas. Se ha emponzoñado
el corazón de los hombres con el
resentimiento y la idea del pecado; y después se les
ha explicado por el pecado original o actual su decadencia.
Abominable círculo vicioso. Apenas si se
elevan por encima de este odioso rebaño algunos
tipos, odiosos ellos mismos, pero seleccionados y
después de todo superiores: el prelado maquiavélico,
el contemplativo, el santo.


La muerte de Dios es para el hombre un urgente
requerimiento. Nietzsche no se presenta únicamente
como un destructor. Comprueba la destrucción de
todos los valores, el “nihilismo europeo”. Agotado,
habiendo usado de la nada y precipitado en la nada
a la vez lo mejor y lo peor de sí mismo- lo divino- el
hombre moderno se encuentra ante esta nada. Religión,
felicidad, fe, sabiduría, virtud, lógica y ciencia
ya no tienen significación. El hombre moderno tiene
un poder inmenso, una lucidez costosamente ganada.
El agotamiento de la vida, la extinción de las
posibilidades naturales han condicionado esta conciencia.
El hombre actual ignora las inmensas posibilidades
de su conciencia y se encuentra impotente
y vacío. ¡Es necesario resucitar la grandeza perdida,
pero transformándola, creándola de nuevo en lo
sobrehumano y en lo divino!
El nihilismo europeo, la inquietud y la desesperación
modernas son la gran purificación. Ha sido
preciso utilizar la nada contra Dios y es preciso
ahora atravesar esta nada y sobrepasarla. Nuestro
universo es desértico, pues carece de dioses. El
hombre está solo. Es necesario que se fije una nueva
meta, una nueva jerarquía de lo que “vale”. El hombre
tiene hoy que crear el sentido del mundo, que

9
imponerlo por medio de un acto infinitamente creador,
un acto divino.
La vida no tiene sentido exterior a ella. Ella es
para sí misma su recompensa. Hasta aquí los hombres
han montado un vasto escenario delirante: cubrían
la vida con una máscara; bajo esta máscara
representaban muy seriamente la comedia; creían
hacer otra cosa que vivir; por ejemplo: obedecer a
una providencia, ejecutar muy importantes prescripciones
religiosas o morales. Estos valores han sido
quizá muy útiles: se han hundido. Buscar un sentido
a la vida, es ya despreciarla. El sentido de la existencia
está en ella. ¡La realidad de la potencia está en su
acto! El pensamiento buscaba en otro tiempo más
allá de él lo que estaba en él. Tenemos que adquirir
una conciencia nueva de nuestra conciencia y de
nuestra existencia.
Momento decisivo. Momento de la salvación terrenal.
El hombre ha arrojado todo lo que le protegía
y sostenía, pero le engañaba y atraía fuera de sí.
Tiene que determinar su propia existencia. Se vuelve
Dios, no según la Biblia, conociendo el bien y el
mal, sino más allá del bien y del mal. Es ya divino
puesto que tiene que crearse a sí mismo en un acto
libre. Tiene que crearse ex nihilo. La más alta verdad
es que el mundo carece de verdad preexistente. La
más alta verdad, la que liberta, es infinitamente
creadora.
Los débiles, los que desesperan, estarán más y
más desesperados: aceptarán la nada y desaparecerán.
El hombre que ama poderosamente la existencia-
en quien la potencia creadora se afirma- está al
contrario aguijoneado por esta visión de la nada.
Mira al abismo sin vértigo y por este lado afirma la
alta potencia de la vida; y la afirma de nuevo, sin
protección, sin apoyo, heroicamente. Aceptando
totalmente la prueba, triunfa de ella. Lanza un decreto
soberano y total y renueva el ser y proclama en
fin la verdad de un mundo sin verdad. Sobrepasa el
nihilismo. La vida, desde este momento, rebasa las
contradicciones: ilusión y verdad, conocer y ser,
bien y mal, placer y dolor, seriedad y ausencia de lo
serio, vida y muerte. El acto inaugural es a la vez espiritual
y cósmico. Es eminentemente personal y, sin
embargo, está más allá del Yo y del No-Yo. El espíritu
carnal y terrestre, el superhombre, se afirma así.
Con este acto, que según Nietzsche es absolutamente
revolucionario, comienza- en una atmósfera
de potencia, de lucidez, con un ritmo de danza ligera
y ebria- ¡el superhombre! Pronto vendrán los
nuevos Hiperbóreos que tendrán “oídos nuevos para
una música nueva: conciencia nueva para verdades
nuevas”. Ellos desarrollarán las consecuencias
de la nueva revelación y crearán totalmente la grandeza
que se ha perdido en medio de las falsas afirmaciones
metafísicas y religiosas.
Un tránsito misterioso se opera en toda gran
obra de arte. Las tinieblas se metamorfosean en luz,
el sueño y el ensueño en ideas, la existencia encadenada
al tiempo, a la lucha, a la muerte, a la nada, a la
verdad y a la ilusión, en forma pura. Esta gran liberación
tiene que cumplirse para la existencia total y
para la vida en su profundidad. El fundamento de
nuestro ser, la potencia, es llamado a la luz en este
paroxismo de tensión. Dioniso, habiendo asumido
el peso de la existencia, descubre su identidad con
Cristo. Se ha sobrepasado volviéndose Apolo y Sócrates,
mientras que el conocimiento, salido de Sócrates,
se une a la música que nace de las profundidades
del alma.
¿Ascetismo? ¿Renunciamiento? No. Gozo. Gozo
de gustar sin amargura, libremente, “de todas las
cosas buenas”. Gozo profundo: más allá del placer y
del dolor.
La existencia se trasciende sin salir de ella misma.
Tenemos que entrar, según Nietzsche, en la
gran resurrección que seguirá al nihilismo: en la superabundancia
de formas espirituales y de gozo terrestre
no fingidos En la despreocupación radiante.
El espíritu se vuelve otra vez niño.
Ha sido encontrada.
¿Quién? La eternidad.
Es la mar mezclada
Con el sol,
había escrito Rimbaud, evocando, como Nietzsche,
la unión de las profundidades y de la luz. Las barreras
entre los seres, los límites, serán rotos por Dioniso
vencedor, dios de la metamorfosis que
recorrerá libremente las formas.
Las posibilidades del mundo estaban agotadas.
De ahí precisamente la posible novedad: participar
en todo lo que fue, concentrarlo en un ser único: el
superhombre.
Con el asesinato de Dios, el hombre pone fin a
un “posible” que quizá habría roto el ciclo del devenir,
orientándolo hacia lo infinito, es decir, hacia
la persecución sin fin de lo divino. Del mismo golpe
ha establecido el devenir, pero establecido la eternidad
en el devenir. Está entonces presto a aceptar la
vida tal cual es, precisamente porque transforma la
conciencia de ella. Es preciso hacer notar aquí que
para Nietzsche el problema no es transformar la vida
sino justificarla tal como es.
Creador de sí mismo, el hombre comprende
entonces como la existencia ha llegado hasta él, y se
sitúa en el momento crucial del devenir: en el momento
en que la vida reconoce la identidad del conocer
y del ser, la identidad profunda de la potencia.


EL ANTICRISTO
PRÓLOGO
INVERSIÓN DE TODOS LOS VALORES
FRAGMENTO
Este libro está hecho para muy pocos lectores.
Puede que no viva aún ninguno de ellos. Esos podrán
ser los que comprendan mi Zaratustra; ¿acaso
tengo yo derecho a confundirme con aquellos a
quienes hoy se presta atención? Lo que a mí me
pertenece es el pasado mañana. Algunos hombres
nacen póstumos.
Las condiciones requeridas para comprender y
para comprenderme luego con necesidad, las
conozco demasiado bien. Hay que ser probo hasta la
dureza en las cosas del espíritu para poder soportar
sólo mi seriedad y mi pasión. Hay que estar acostumbrado
a vivir en las montañas, y ver a nuestros
pies la miserable locuacidad política y el egoísmo de
los pueblos que la época desarrolla. Hay que hacerse
indiferente; no debe preguntarse si la verdad favorece
o perjudica al hombre... Hay que tener una
fuerza de predilección para las cuestiones que ahora
espantan a todos; poseer el valor de las cosas
prohibidas, es preciso estar predestinado al laberinto.
De esas soledades hay que hacer una experiencia.
Tener nuevos oídos para una nueva música:
nuevos ojos para las cosas más lejanas; nueva conciencia
para verdades hasta ahora mudas, y la voluntad
de la economía en grande estilo; conservar
las propias fuerzas y el propio entusiasmo... hay que
respetarse a si mismo, amarse a sí mismo; absoluta
libertad para consigo mismo...
Ahora bien; sólo los forjados así son mis lectores,
mis lectores predestinados; ¿qué me importan
los demás? Los demás son simplemente la humanidad.
Se debe ser superior a la humanidad por la
fuerza,
por el temple, por el desprecio...
FRIEDRICH NIETZCHE


1
Mirémonos de frente. Somos hiperbóreos, y sabemos
bastante bien cuán aparte vivimos. “Ni por
tierra ni por mar encontrarás el camino que conduce
a los hiperbóreos.” Píndaro ya sabía esto de nosotros.
Más allá del septentrión, de los hielos, de la
muerte, se encuentra nuestra vida, nuestra felicidad...
Nosotros hemos descubierto la felicidad, conocemos
el camino, hallamos la salida de muchos milenios
de laberinto. ¿Quién más la encontró? ¿Acaso
el hombre moderno? “Yo no sé ni salir ni entrar; yo
soy todo lo que no sabe ni salir ni entrar” así suspira
el hombre moderno... Estábamos aquejados de esta
modernidad, de una paz pútrida, de un compromiso
perezoso, de toda la virtuosidad impura del sí y del
no modernos. Semejante tolerancia y amplitud de
corazón, que lo perdona todo porque lo comprende
todo, es para nosotros viento de sirocco. Vale más
vivir entre los hielos que entre las virtudes modernas
y otros vientos meridionales... Fuimos bastante
valerosos: no tuvimos clemencia ni para nosotros ni
para los demás; pero por largo tiempo no sabíamos
dónde nos conduciría nuestro valor. Nos volvimos
sombríos, nos llamaron fatalistas. Nuestro fatum era
la plenitud, la tensión, la hipertrofia de las fuerzas.
Teníamos sed de rayos y de hechos; estábamos muy
lejos de la felicidad de los débiles, de la abnegación...
En nuestra atmósfera soplaba un huracán;
nuestra naturaleza se oscurecía porque no hallábamos
ninguna vía. Ésta es la fórmula de nuestra
felicidad: un sí, un no, una línea recta, una meta...
2
¿Qué es lo bueno? Todo lo que eleva en el
hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder,
el poder mismo.
¿Qué es lo malo? Todo lo que proviene de la
debilidad.
¿Qué es la felicidad? El sentimiento de lo que
acrece el poder; el sentimiento de haber superado
una resistencia.
No contento, sino mayor poderío; no paz en
general, sino guerra: no virtud, sino habilidad (virtud
en el estilo del Renacimiento, virtud libre de
moralina).
Los débiles y los fracasados deben perecer; ésta
es la primera proposición de nuestro amor a los
hombres. Y hay que ayudarlos a perecer.
¿Qué es lo más perjudicial que cualquier vicio?
La acción compasiva hacia todos los fracasados y
los débiles: el cristianismo
El problema que presento aquí no consiste en
aquello que la humanidad debe realizar en la serie
de las criaturas (el hombre es un fin), sino en el de
tipo de hombre que se debe educar, que se debe
querer como el de mayor valor, como más digno de
vivir, como más seguro del porvenir.
Este tipo altamente apreciable ha existido ya
muy a menudo; pero como un caso afortunado,
como una emoción, no fue nunca querido. Quizás, por
el contrarío, fue querido, cultivado, obtenido, el tipo
opuesto: el animal doméstico, el animal de rebaño,
aquel animal enfermo que se llama hombre: el cristiano...
4
La humanidad no representa una evolución hacia
algo mejor y más fuerte o más alto, como hoy se
cree. El progreso no es más que una idea moderna;
esto es, una idea falsa. El europeo de hoy está muy
por debajo del europeo del Renacimiento; un desarrollo
sucesivo no es absolutamente, con cualquier
necesidad, elevación, ni incremento, ni refuerzo.
En otro sentido, se verifica continuamente el logro
de casos singulares en los diversos puntos de la
tierra y de las más diversas culturas, con las cuales
se representa en realidad un tipo superior: una cosa
que, en relación con el conjunto de la humanidad, es
un superhombre. Semejantes casos afortunados de
gran éxito fueron siempre posibles, y acaso serán
aún siempre posibles. También generaciones enteras,
razas, pueblos, pueden en ciertas circunstancias
constituir un efecto afortunado de esta especie.
5
No se debe adornar y acicalar el cristianismo;
hizo una guerra mortal a este tipo superior de hombre;
desterró todos los instintos fundamentales de
este tipo, de estos instintos extrajo y destiló el mal el
hombre malo; consideró al hombre fuerte como lo
típicamente reprobable, como el réprobo.
El cristianismo tomó partido por todo lo que es
débil, humilde, fracasado; hizo un ideal de la contradicción
a los instintos de conservación de la vida
fuerte, estropeó la razón misma de los temperamentos
espiritualmente más fuertes, enseñó a considerar
pecaminosos, extraviados, tentadores, los
supremos valores de la intelectualidad. El ejemplo
más lamentable es éste: la ruina de Pascal, que creyó
que su razón estaba corrompida por el pecado original,
cuando sólo estaba corrompida por su cristianismo.
A mis ojos se ha ofrecido un espectáculo doloroso,
pavoroso; yo descorrí el velo que ocultaba la
perversión del hombre. En mi boca, semejante palabra
está por lo menos libre de una sospecha, de la
sospecha de contener una acusación moral contra el
hombre. Ha sido, pensada por mí- querría destacar
esto una vez más-, libre de moralina; y esto hasta el
punto de que tal perversión es considerada por mí
precisamente allí donde hasta ahora se aspiraba más
conscientemente a la virtud, a la divinidad. Yo (y
esto se adivina) entiendo la perversión en el sentido
de decadencia; sostengo que todos los valores en
que hoy la humanidad sintetiza sus más altos deseos
son valores de decadencia.
Considero pervertido a un animal, a una especie,
a un individuo, cuando pierde sus instintos, cuando
escoge y predica lo nocivo. Una historia de los sentimientos
superiores, de los ideales de la humanidad-
y es posible que yo la escriba-, sería tal vez la
explicación de por qué el hombre se ha pervertido
de este modo. Para mi, la misma vida es instinto de
crecimiento, de duración, de acumulación de fuerzas,
de poder: donde falta la voluntad de poderío,

2
hay decadencia. Sostengo que a todos los supremos
valores de la humanidad les falta esta voluntad; que
los valores de decadencia, los valores nihilistas,
dominan bajo los nombres más sagrados.
7
LA RELIGIÓN DE LA COMPASIÓN SE
LLAMA CRISTIANISMO.- La compasión está
en contradicción con las emociones tónicas que elevan
la energía del sentimiento vital, produce un
efecto depresivo. Con la compasión crece y se multiplica
la pérdida de fuerzas que en sí el sufrimiento
aporta ya a la vida. Hasta el sufrimiento se hace
contagioso por la compasión; en ciertas circunstancias,
con la compasión se puede llegar a una pérdida
complexiva de vida y de energía vital, que está en
una relación absurda con la importancia de la causa
(el caso de la muerte del Nazareno). Éste es el primer
punto de vista; pero hay otro más importante.
Suponiendo que se considera la compasión por el
valor de las reacciones que suele provocar, su carácter
peligroso para la vida aparece a una luz bastante
más clara. La compasión dificulta en gran meF
R I E D R I C H N I E T Z S C H E
2
dida la ley de la evolución, que es la ley de la selección.
Conserva lo que está pronto a perecer; combate
a favor de los desheredados y de los
condenados de la vida, y manteniendo en vida una
cantidad de fracasados de todo linaje, da a la vida
misma una aspecto hosco y enigmático. Se osó llamar
virtud a la compasión (mientras que en toda
moral noble es considerada como debilidad); se ha
ido más allá; se ha hecho de ella la virtud, el terreno
y el origen de todas las virtudes; pero esto fue ciertamente
hecho (cosa que se debe tener siempre en
cuenta) desde el punto de vista de una filosofía que
era nihilista, que llevaba escrita en su escudo la negación
de la vida. Schopenhauer estaba con ella en
su derecho; con la compasión, la vida es negada y se
hace más digna de ser negada; la compasión es la
práctica del nihilismo. Digámoslo otra vez: este instinto
depresivo y contagioso dificulta aquellos instintos
que tienden a la conservación y al aumento de
valor de la vida: tanto en calidad de multiplicador de
la miseria, cuanto en calidad de conservador de todos
los miserables es un instrumento capital para el
incremento de la decadencia; la compasión nos encariña
con la nada... No se dice la nada; en lugar de
la nada, se dice el más allá, o Dios, o la verdadera

2
vida, o el Nirvana, la redención, la beatitud... Esta
inocente retórica, que proviene del reinado de la
idiosincrasia moral-religiosa, aparece de pronto
bastante menos inocente si se comprende qué tendencia
se encubre aquí bajo el manto de frases sublimes:
la tendencia hostil a la vida. Schopenhauer
era hostil a la vida, por esto hizo de la compasión
una virtud... Aristóteles vio en la compasión, como
es sabido, un estado de ánimo morboso y peligroso,
que fuera bueno tratar de cuando en cuando con un
purgante; consideró la tragedia como una catarsis...
En realidad, partiendo del instinto de la vida, se debería
crear un medio para asestar un golpe a una
acumulación morbosa y peligrosa de compasión,
como era representada por el caso de Schopenhauer
(y también por toda nuestra decadencia literaria y
artística de San Petersburgo a París, de Tolstoy a
Wagner); para hacerla estallar... Nada más malsano
en nuestra malsana modernidad que la compasión
cristiana. Ser aquí médico, ser aquí implacable, poner
aquí el cuchillo, esto nos compete a nosotros,
esto es nuestro modo de amar a los hombres; de
este modo somos filósofos nosotros, los hiperbóreos.

2
8
Preciso es decir aquí quiénes son nuestros contrarios:
los teólogos, y todo lo que tiene en su cuerpo
sangre de teólogo, toda nuestra filosofía, es
preciso haberla visto dentro de sí; se debe haber
muerto por ella para no admitir más bromas en este
punto (la libertad de pensamiento de nuestros investigadores
de la naturaleza y fisiólogos es para mi
una broma; les falta la pasión en estas cosas, el haber
sufrido por ellas). Esta intoxicación va mucho
más allá de lo que se cree; yo vuelvo a encontrar los
instintos teológicos de la presunción allí donde hoy
se siente la gente idealista, dondequiera que, so pretexto
de un origen elevado, se pretende el derecho
de mirar la realidad con aire superior y lejano... El
idealista, lo mismo que el sacerdote, tiene en su mano
todos los grandes conceptos (y no sólo en la
mano), los pone en juego, con benévolo desprecio,
contra el intelecto, los sentidos, los honores, el vivir
bien, la ciencia, y ve tales cosas por debajo de sí
como fuerzas dañinas y seductoras, sobre las cuales
el espíritu se libra existiendo puramente para sí: como
si la humildad, la castidad, la pobreza, en una



2
palabra, la santidad no hubiese hasta ahora hecho a
la vida un mal infinitamente mayor que cualquier
vicio u otra cosa terrible... El espíritu puro es la
mentira pura... Mientras el sacerdote sea considerado
como una especie superior de hombre, el sacerdote,
que es el negador, el calumniador, el
envenenador de la vida por profesión, no dará respuesta
a la pregunta: ¿qué es la verdad? Ya se ha invertido
la verdad cuando el consciente abogado de
la nada y de la negación es considerado como el representante
de la verdad...
9
Yo declaro la guerra a este instinto de teólogos;
dondequiera encontramos sus huellas. El que en su
cuerpo tiene sangre de teólogo, tiene a priori una
posición oblicua y deshonesta frente a las cosas. El
pathos que de aquél se desarrolla se llama fe: que es
un cerrar los ojos ante sí una vez para siempre, para
no padecer el aspecto de una insanable falsedad. Se
hace así una moral, una virtud, una santidad de esta
defectuosa óptica con la que se observan todas las
cosas, se confunde la buena conciencia con la falsa
visión, se exige que ninguna otra cualidad óptica
tenga valor en adelante, una vez que se ha hecho sacrosanta
la propia con los nombres de Dios, redención,
eternidad. Yo exhumo dondequiera el instinto
teológico; es la forma más difundida y realmente
más subterránea de falsedad que existe en la tierra.
Lo que un teólogo siente como verdadero debe ser
falso: en esto hay casi un criterio de verdad. Su más
profundo instinto de conservación veda que la realidad
sea honrada en cualquier punto o tome simplemente
la palabra. Donde llega la influencia de los
teólogos, el juicio de valor queda invertido; verdadero
y falso son necesariamente trocados; lo más
nocivo a la vida, aquí es llamado "verdadero": lo
que la eleva, la aumenta, la afirma, la justifica y la
hace triunfar, se llama falso... Si acontece que los
teólogos tienden la mano al poder, a través de la
conciencia de los principios o de los pueblos, no
dudamos de lo que sucederá siempre: la voluntad
del fin, la voluntad nihilista quiere el poder...
10
Los alemanes me entienden fácilmente cuando
digo que la filosofía ha sido estropeada por la sangre
de los teólogos. El sacerdote protestante es el
abuelo de la filosofía alemana, el protestantismo es
el pecado original de esta filosofía. Definición del
protestantismo: la hemiplejía del cristianismo y de la
razón... Basta pronunciar las palabras “seminario de
Tubinga” para comprender lo que es en el fondo la
filosofía alemana: una teología insidiosa... Los bávaros
han sido los mejores mentirosos de Alemania;
mienten inconscientemente... ¿De dónde nació la
gloria de que al advenimiento de Kant prevaleciese
el mundo de los doctores alemanes, mundo compuesto
en sus tres cuartas partes de hijos de pastores
y de maestros? ¿De dónde nació la persuasión
alemana de que con Kant comenzó una crisis de
mejoramiento? El instinto de teólogo que hay en el
doctor alemán adivinó qué se hacía entonces posible...
Se abría un camino indirecto hacia el antiguo
ideal; el concepto de mundo verdadero, el concepto
de la moral considerada como esencia del mundo
(estos dos pérfidos errores, los más pérfidos de to-
dos los errores), desde entonces, en virtud de un escepticismo
mezclado y hábil, eran de nuevo, si no
demostrables, por lo menos no refutables... La razón,
el derecho de la razón, no llega tan lejos... De
la realidad se había hecho una apariencia; se había
hecho realidad de un mundo completamente falso,
del mundo del ser... El éxito de Kant es simplemente
un éxito de teólogos; Kant, como Lutero,
como Leibniz, fue un obstáculo más en la probidad
alemana, en sí no muy sólida...
11
UNA PALABRA MÁS CONTRA KANT
MORALISTA.- Una virtud ha de ser una invención
nuestra, una defensa y una necesidad de uno
mismo; en todo otro caso será simplemente un peligro.
Lo que no es una condición de nuestra vida, la
perjudica; una virtud derivada simplemente de un
sentimiento de respeto frente al concepto de virtud,
como Kant quería, es dañosa. La virtud, el deber, el
bien en sí, el bien con el carácter de la impersonalidad
y de la validez universal, son quimeras en las
que se manifiesta la decadencia, el último agota-
miento de la vida, la cicatería de Königsberg. Las
más profundas leyes de la conservación y del crecimiento
ordenan lo contrario; esto es, que cada cual
encuentre la propia virtud, el propio imperativo categórico.
Un pueblo perece cuando confunde sus
deberes con el concepto de deber en general. Nada
arruina más honda y más íntimamente que aquel deber
impersonal, aquel sacrificio ante el Moloch de la
abstracción.
¡Y no se ha considerado peligroso para la vida
el imperativo categórico de Kant! Sucede que el instinto
de los teólogos lo tomó bajo su protección.
Una acción a la cual nos impulsa el instinto de la
vida tiene en el goce la demostración de su justicia;
mientras que aquel nihilista de entrañas dogmático-
cristianas consideraba el goce como una objeción...
¿Qué es lo que más rápidamente destruye a
un hombre sino el laborar, pensar, sentir, sin una
interna necesidad, sin una elección personal profunda,
sin alegría, como autómata, del deber? Ésta,
es precisamente la fórmula de la decadencia hasta el
idiotismo... Kant se volvió idiota. ¡Y fue contemporáneo
de Goethe! ¡Y esta araña funesta fue considerada
como el filósofo alemán, y lo sigue siendo!...
Me cuidaré de decir lo que pienso de los alemanes...
¿Acaso Kant no vio en la Revolución francesa el
paso de la forma inorgánica del Estado a su forma
orgánica? ¿No se preguntó si existía un hecho que
puede ser explicado de otro modo que por una disposición
moral de la humanidad, de suerte que con
él, de una vez para todas, sea demostrada la tendencia
de la humanidad hacia el bien? Respuesta de
Kant: Eso es la revolución. El instinto que fracasa
en todo y en todos, la antinaturaleza como instinto,
la decadencia alemana como filosofía, eso es Kant.
12
Dejo a un lado a algunos escépticos, el único tipo
respetable en la historia de la filosofía; todos los
demás desconocen las primeras exigencias de la
probidad intelectual. Todos los que hacen como las
damiselas, esos grandes charlatanes y monstruos,
consideran ya como argumentos los bellos sentimientos,
los altos pechos como un fuelle de la divinidad,
la convicción como un criterio de verdad.
Por último, Kant intentó también, con inocencia
alemana, dar aspecto científico a esta forma de corrupción,
a esta falta de conciencia intelectual, con el
concepto de razón práctica; inventó propiamente
una razón hecha a propósito para los casos en que
no nos debemos preocupar de la razón; esto es,
cuando oímos la de la moral, el sublime precepto
del “tú debes”. Si se considera que en casi todos los
pueblos el filósofo es un desarrollo ulterior del tipo
del sacerdote, no nos sorprenderá ya esta herencia
del sacerdote, la acuñación de moneda para sí mismo.
Cuando se tienen deberes sagrados, por ejemplo,
el de salvar a los hombres, perfeccionarlos,
redimirlos; cuando se lleva en el pecho la divinidad;
cuando se es intérprete de imperativos ultramundanos,
con semejante misión se está fuera de todas las
valoraciones simplemente conformes a la razón, se
está ya santificado por semejante misión, se es ya el
tipo de un orden superior... ¿Qué le importa a un
sacerdote la ciencia? ¡Está harto por encima de ella!
¡Y el sacerdote ha dominado hasta ahora! ¡Él fijó
las nociones de verdadero y de falso!
13
No quitemos valor al hecho de que nosotros
mismos, espíritus libres, somos ya una transmuta-
ción de todos los valores, una declaración viva de
guerra y de victoria a todas las viejas ideas de verdadero
y no verdadero. Las perspectivas más excelentes
son las que se han encontrado más tarde;
pero las perspectivas más excelentes son los métodos.
Todos los métodos, todas las premisas de
nuestra moderna mentalidad científica tuvieron en
contra, durante miles de años, el más profundo desprecio;
por ello se estaba excluido del comercio con
los hombres honrados, se pasaba por enemigo de
Dios, por despreciador de la verdad, por poseído
del demonio. En calidad de caracteres científicos se
era chandala... Está contra nosotros todo el pathos
de la humanidad, su concepto de lo que debe ser
verdadero, de lo que debe estar al servicio de la verdad;
todo imperativo tú debes se volvió hasta ahora
contra nosotros... Nuestros objetos, nuestras prácticas,
nuestra manera silenciosa, prudente, desconfiada,
todo esto pareció a la humanidad
completamente indigno y despreciable.
Por último, se podrá demandar equitativamente
si no fue justamente un gusto estético el que tuvo a
la humanidad en tan larga ceguera; exigía de la verdad
un efecto pintoresco; exigía también que el investigador
obrase rudamente sobre los sentidos.
Nuestra modestia repugnó durante mucho tiempo
su gusto; ¡oh, cómo adivinaron esos paveznos de
Dios!...
14
Hemos renovado los métodos. En todos los
campos somos ahora más modestos. Ya no derivamos
al hombre del espíritu, de la divinidad; le hemos
colocado entre los animales. Para nosotros es
el animal más fuerte, porque es el más astuto: consecuencia
de ello es su intelectualidad. Por otra parte,
nos precavemos de una vanidad que querría hacer
oír su voz también aquí; aquélla según la cual el
hombre sería la gran intención recóndita de la evolución
animal. No es en modo alguno el coronamiento
de la creación; junto a él, toda criatura se
encuentra al mismo nivel de perfección... Y al sostener
esto, sostenemos aún demasiado; el hombre es,
en un sentido relativo, el animal peor logrado, el
más enfermizo, el más peligrosamente desviado de
sus instintos, aunque por cierto, a pesar de todo esto,
es el más interesante.
Por lo que se refiere a los animales, Descartes
fue el primero que con venerable audacia aventuró
la idea de considerar al animal como una máquina;
toda nuestra fisiología se afana por demostrar esta
proposición. Pero nosotros, lógicamente, no ponemos,
como Descartes, aparte al hombre, lo que hoy,
en general, se comprende del hombre, llega exactamente
hasta el punto en que es comprendido como
una máquina. Otrora se concedía al hombre, como
un don proveniente de un poder superior, el libre
albedrío; hoy le hemos quitado incluso la voluntad,
en el sentido de que por voluntad no se puede entender
una facultad. La antigua palabra voluntad
sirve sólo para indicar una resultante, una especie de
reacción individual que sigue necesariamente a una
cantidad de estímulos, en parte contradictorios y en
parte concordantes; la voluntad no obra ya, no
mueve ya...
En otro tiempo, en la conciencia del hombre, en
el espíritu, se columbraba la prueba de su alto origen,
de su divinidad; para hacer perfecto al hombre
se le aconsejó que ocultara en si los sentidos lo
mismo que las tortugas, que suspendiera sus relaciones
con los hombres, que depusiera la envoltura
mortal, entonces habría quedado de él lo principal:
el espíritu puro. También sobre este punto pensamos
nosotros mejor; el ser consciente, el espíritu, es
considerado por nosotros precisamente como síntoma
de una relativa imperfección del organismo,
como un intentar, un tentar, un fallar; como una fatiga
en la que se gasta inútilmente mucha fuerza nerviosa;
nosotros queremos que una cosa cualquiera
pueda ser hecha de modo perfecto hasta cuando es
hecha conscientemente. El espíritu puro es una pura
impertinencia; si quitamos de la cuenta el sistema
nervioso y los sentidos, la envoltura mortal, erramos
el cálculo, y nada más.
15
Ni la moral ni la religión entran en contacto en
el cristianismo con un punto cualquiera de la realidad.
Causas puramente imaginarias (Dios, alma, yo,
espíritu, libre albedrío y también voluntad no libre),
efectos puramente imaginarios (pecado, redención,
gracia, castigo, perdón de los pecados). Relaciones
entre criaturas imaginarias (Dios, espíritu, alma); una
ciencia natural imaginaria (antropocéntrica; falta
completa de la noción de las causas naturales); una
psicología imaginaria (completo desconocimiento
de sí mismo, interpretación de sentimientos generales
placenteros o desplacenteros; por ejemplo, de
los estados del nervio simpático, con la ayuda del
lenguaje figurado de una idiosincrasia religiosa-
moral; arrepentimiento, remordimiento, tentación
diabólica, la proximidad de Dios); una teología imaginaria
(el reino de Dios, el juicio final, la vida eterna).
Este mundo, de pura ficción, se distingue perjudicialmente
del mundo de los sueños, en que desvalora,
niega la realidad. En cuanto el concepto de
naturaleza fue encontrado como opuesto al de Dios,
la palabra natural debía ser sinónima de reprobable;
todo aquel mundo de ficción tiene su raíz en el odio
contra lo natural (contra la realidad); es la expresión
de un profundo disgusto de la realidad... Pero con
esto todo queda explicado. ¿Quién es el que tiene
motivos para salir, con una mentira, de la realidad?
El que sufre por ella. Pero sufrir por la realidad significa
ser una realidad mal lograda... El predominio
de los sentimientos de desplacer sobre los de placer
es la causa de aquella moral y aquella religión ficticias;
pero ese predominio suministra la fórmula de
la decadencia.
16
La crítica del concepto cristiano de Dios nos
lleva a idéntica conclusión. En este concepto venera
el cristiano las condiciones en virtud de las cuales se
distinguen sus propias virtudes: proyecta el goce que
encuentra en sí mismo su sentimiento de poderío en
un ser al cual pueda estar agradecido por estas cualidades.
Quien es rico quiere donar; un pueblo feroz
tiene necesidad de un Dios para hacer sacrificios...
La religión, dentro de estas mismas premisas, es una
forma de gratitud. Se es reconocido consigo mismo;
para esto se tiene necesidad de un Dios. Un Dios
semejante debe poder ayudar y damnificar, debe ser
amigo y enemigo; se le admira en el bien como en el
mal.
La castración, contraria a la naturaleza, de un
Dios para hacer de él un Dios sólo del bien, estaría
aquí fuera de toda deseabilidad. Hay necesidad del
Dios malo tanto como del Dios bueno; no se debe
la propia existencia precisamente a la tolerancia, a la
filantropía... ¿Qué importancia tendría un Dios que
no conociera la cólera, la venganza, la envidia, el escarnio,
la violencia? ¿Que no conociera ni siquiera

0
los fascinadores apasionamientos de la victoria y del
aniquilamiento? Semejante Dios no se concebiría;
¿qué objeto tendría? Claro está que cuando un pueblo
perece, cuando siente desvanecerse definitivamente
la fe en su porvenir, la esperanza en su
libertad, cuando la sujeción le parece la primera utilidad
y las virtudes del esclavo son para él condiciones
de conservación, entonces su Dios también
debe transformarse. Entonces se hace astuto, miedoso,
modesto, aconseja la paz del alma, el no odiar,
la indulgencia hasta el amor del amigo y del enemigo.
Moraliza siempre, se arrastra en la caverna de las
virtudes privadas, se convierte en Dios para todos,
se hace un hombre privado, cosmopolita... En otro
tiempo, el Dios representaba un pueblo, la fuerza de
un pueblo, todo lo que de agresivo y de sediento de
poderío anidaba en el alma de un pueblo: ahora es
simplemente el buen Dios...
En realidad, para los dioses no hay otra disyuntiva:
o son la voluntad de poderío, y entonces serán
los Dioses de un pueblo, o son la incapacidad de
poderío, y entonces se hacen necesariamente buenos...


17
Donde en cualquier forma declina la voluntad
de poderío, se da siempre a la vez una regresión fisiológica,
una decadencia. La divinidad de la decadencia,
mutilada de sus virtudes y de sus instintos
viriles, es ahora necesariamente el Dios de los degenerados
fisiológicamente, de los débiles. Éstos no se
llaman a sí mismos los débiles; se llaman los “buenos”...
Se comprende sin necesidad de explicaciones
en qué momento de la historia se hace justamente
posible la ficción dualística de un Dios bueno y de
un Dios malo. Con el mismo instinto con que los
sometidos rebajan su Dios al grado de bien en sí,
cancelan las cualidades buenas del Dios de los vencedores:
se vengan de su amo, haciendo del Dios de
éstos un diablo. El Dios bueno es así también el
diablo; ambos son partes de la decadencia.
¿Cómo es posible haberse rendido tanto a la
simpleza de los teólogos cristianos, que se haya llegado
a decretar con ellos que la evolución del concepto
de Dios, del Dios de Israel, del Dios de un
pueblo al Dios cristiano, al compendio de todos los
bienes, es un progreso? Pero el mismo Renan lo decretó
así. ¡Como si Renan tuviera el derecho de ser

2
simple! Sin embargo, lo contrario salta a los ojos. Si
la suposición de la vida “ascendente”, si todo lo que
es fuerte, valeroso, soberano, fiero, es eliminado del
concepto de Dios; si, paulatinamente, Dios se rebaja
hasta llegar a ser el símbolo de un báculo para los
fatigados, un áncora de salvación para todos los
náufragos: si llega a ser el Dios de los pobres, el
Dios de los pecadores, el Dios de los enfermos por
excelencia, y el predicado de salvador, redentor,
queda, por decirlo así, como el predicado divino en
general, ¿de qué nos habla semejante transformación,
semejante reducción de la divinidad? En
efecto; con esto el reino de Dios ha llegado a ser
más grande. En otro tiempo, Dios sólo tenía su
pueblo, su pueblo elegido. Después se marchó al
extranjero, lo mismo que su pueblo, en peregrinación,
y desde entonces no residió ya fijamente en
parte alguna: desde que se encontró dondequiera en
su casa, él, el gran cosmopolita, desde que no tuvo
de su parte el gran número y la mitad de la tierra.
Pero el Dios del gran número, el demócrata entre
los dioses, no por esto se hizo un fiero Dios pagano;
siguió siendo hebreo, siguió siendo el Dios de
todos los rincones y lugares oscuros, de todos los
barrios insalubres del mundo entero... Luego como


antes, su reino mundial es un reino del mundo subterráneo,
un hospital, un reino de ghetto... Y él
mismo es tan pálido, tan débil, tan decadente...
Hasta los más pálidos entre los pálidos se hicieron
dueños de él; los señores metafísicos, los albinos de
la idea. Éstos tejieron lentamente en torno a él su
telaraña, hasta que él, hipnotizado por sus movimientos,
se convirtió a su vez en una araña, en un
metafísico. Y entonces tejió el mundo, sacándolo de
sí mismo- sub specie Spinozae-; entonces se transfiguró
en un ser cada vez más sutil y pálido, se convirtió
en ideal, se hizo espíritu puro, llegó a ser lo
absoluto, la cosa en sí... Decadencia de un Dios:
Dios se hizo cosa en sí...
18
El concepto cristiano de Dios- el Dios entendido
como Dios de los enfermos, como araña, como
espíritu- es uno de los conceptos más corrompidos
de la divinidad que se han forjado sobre la tierra;
quizá represente el nivel más bajo en la evolución
descendente del tipo de los dioses. Dios, degenerado
hasta ser la contradicción de la vida, en vez de
ser su glorificación y su eterna afirmación. La
hostilidad declarada a la vida, a la naturaleza, a la voluntad
de vivir, en el concepto de Dios. Dios, convertido
en fórmula de toda calumnia, de toda mentira del
más allá. ¡La nada divinizada en Dios, la voluntad
de la nada santificada!
19
El hecho de que las razas fuertes de la Europa
septentrional no hayan rechazado al Dios cristiano
no hace honor verdaderamente a sus cualidades religiosas,
para no hablar del buen gusto. Debieran
haberse sacudido semejante aborto de la decadencia,
enfermizo, decrépito. Pero como no se libraron
de él, pesa sobre ellas, una maldición; acogieron en
todos sus instintos la enfermedad, la vejez, la contradicción;
desde entonces no crearon ya ningún
Dios. ¡En casi dos milenios, ni un solo nuevo Dios!
Pero, en cambio, sostuvieron siempre, como si existiera
de derecho, como un ultimum y un maximum
de la fuerza que crea los dioses, del creator spiritus
en el hombre, este Dios, digno de compasión, del
monótono teísmo cristiano. Esta híbrida creación
de decadencia extraída del cero, que es concepto de
contradicción, en la que todos los instintos de la decadencia,
todas las vilezas y los tedios del alma encuentran
su sanción.
20
No desearía haber ofendido, con mi condenación
del cristianismo, una religión afín, que ha prevalecido
sobre el cristianismo por el número de los
que la profesan: el budismo. Ambas están vinculadas
entre sí como religiones nihilistas, son religiones
de decadencia; pero se distinguen una de otra del
modo más notable. Si hoy se pueden parangonar
entre sí, es cosa de que el crítico del cristianismo
está profundamente agradecido a los doctos indios.
El budismo es cien veces más realista que el
cristianismo; tiene en su cuerpo la herencia de la posición
objetiva y audaz de los problemas; viene después
de un movimiento filosófico durante cientos
de años; cuando llega, la idea de Dios está ya acabada.
El budismo es la única religión realmente positivista
que la historia nos muestra, aun en su teoría
del conocimiento (un severo fenomenalismo); no
habla ya de lucha contra el pecado, sino que, dando


plena razón a la realidad, dice lucha contra el sufrir.
Tiene- y esto le distingue profundamente del cristianismo-
detrás de sí la automistificación de los conceptos
morales; está, hablando en mi lenguaje, más
allá del bien y del mal. Los dos hechos fisiológicos
sobre los cuales se funda y que tiene presentes son:
en primer lugar, una excesiva irritabilidad de la sensibilidad,
que se manifiesta como refinada capacidad
para el dolor; en segundo lugar, excesiva espiritualización,
un vivir demasiado largo entre conceptos y
procedimientos lógicos, por el cual el instinto de la
persona ha quedado lesionado en provecho del instinto
impersonal (ambos son estados de ánimo, que
por lo menos algunos de mis lectores, los objetivos,
conocerán por experiencia como los conozco yo). A
base de estas condiciones fisiológicas se ha producido
una depresión: ésta la combate Buda con la higiene.
Contra la depresión, emplea la vida al aire
libre, la vida errante; la sobriedad y la selección en
los manjares; la prudencia ante los licores; igualmente
la vigilancia contra todas las emociones que
producen bilis y calentamiento de la sangre; ninguna
preocupación, ni para sí ni para los demás. Reclama
ideas que calmen y serenen, encuentra medios para
desembarazarse de las ideas contrarias. Imagina la




bondad, el ser bueno, como favorable a la salud. La
oración es excluida, así como el ascetismo; nada de
imperativos categóricos, ninguna constricción en
general, ni siquiera en el seno de las comunidades
conventuales (de las cuales se puede salir). Todos
éstos fueron medios para fortalecer aquella excitabilidad
demasiado grande. Precisamente por esto no
exige ninguna lucha contra los que piensan de modo
distinto; contra nada se defiende más su doctrina
que contra el sentimiento de la venganza, de la aversión,
del rencor (la enemistad no termina mediante
la enemistad: éste es el conmovedor retornello de
todo el budismo)... Y esto con razón: precisamente
estas emociones serían totalmente malsanas con relación
al fin dietético principal. El cansancio intelectual,
que ha encontrado existente, y que se expresa
en una demasiado grande objetividad (o sea,
debilitamiento del interés individual, pérdida del
centro de gravedad de egoísmo) es combatida por él
refiriendo rigurosamente a la persona los intereses
más espirituales. En la doctrina de Buda, el egoísmo
se convierte en deber; la sentencia sólo es necesaria
una cosa, la pregunta ¿cómo te librarás del sufrimiento?,
regulan y circunscriben todo el régimen
espiritual. (Quizá se deba recordar aquel ateniense

8
que hizo igualmente guerra a la ciencia pura, Sócrates,
que elevó también, en el reino de los problemas,
el egoísmo personal al grado de moral.)
21
Condición preliminar del budismo es un clima
muy suave, una gran dulzura y liberalidad en las
costumbres, la ausencia del militarismo, y el hecho
de que el movimiento tenga su foco en las clases superiores
y hasta en las clases doctas. Se quiere la serenidad,
la calma, la ausencia de deseos como meta
suprema, y se alcanza esta meta. El budismo no es
una religión en que se aspire simplemente a la perfección:
la perfección es el caso normal.
En el cristianismo aparecen ante todo los instintos
de los sojuzgados y de los oprimidos; los estratos
más bajos son los que buscan en él la
salvación. En él la casuística del pecado, la crítica de
sí mismo, la inquisición de la conciencia es ejercida
como ocupación, como remedio contra el aburrimiento;
sin cesar se mantiene vivo el afecto hacia un
poderoso, llamado Dios (mediante la oración); lo
más alto es considerado inaccesible, es tenido como

9
don, como gracia. Falta también la publicidad; el escondite,
el lugar oscuro, es cristiano. El cuerpo es
despreciado, la higiene repudiada como sensualidad;
la Iglesia se previene hasta contra la limpieza (la primera
medida tomada por los cristianos en España
después de la expulsión de los moriscos fue la clausura
de los baños públicos, de los cuales sólo en
Córdoba había unos doscientos setenta). Cristiano
es un cierto sentido de la crueldad, contra sí mismo
y contra los demás; el odio contra los infieles; la
voluntad de persecución. Ante todo se cultivan las
imágenes foscas y excitantes: los estados de ánimo
más deseados, designados con los nombres más altos,
los estados epileptoides: se practica la dieta para
favorecer los estados morbosos y para sobrexcitar
los nervios. Cristiana es la enemistad mortal hacia
los poderosos de la tierra, hacia los nobles y, al mismo
tiempo, una secreta concurrencia (se les deja el
cuerpo, se quiere solamente el alma)... Cristiano es el
odio contra el espíritu, contra la fiereza, contra el
valor, contra la libertad, el libertinaje del espíritu;
cristiano es el odio contra los sentidos, contra toda
clase de goces.

0
22
Cuando el cristianismo abandonó su primitivo
terreno, es decir los estratos sociales más humildes,
el “subsuelo” del mundo antiguo; cuando alcanzó
poderío entre los pueblos bárbaros, no contó ya,
como condición preliminar en su nuevo terreno,
con hombres fatigados, sino con hombres interiormente
salvajes que se destrozaban recíprocamente:
el hombre fuerte, pero mal constituido. El descontento
de sí propio, el sufrimiento de sí mismo, no es
ya aquí como entre los budistas una excesiva excitabilidad
y capacidad de dolor, sino, en cambio,
más bien un deseo preponderante de desfogar la
tensión interna en acciones e ideas hostiles. El cristianismo
tuvo necesidad de conceptos y valores
bárbaros para hacerse dueño de los bárbaros: tales
son el sacrificio del primogénito, el beber sangre en
la sagrada comunión, el desprecio del espíritu y de
la cultura; el tormento en todas sus formas, corporal
y espiritual; la gran pompa del culto. El budismo es
una religión para hombres tardíos, para razas bonachonas,
suaves, ultraespirituales, que sienten fácilmente
el dolor (Europa no está todavía, ni mucho
menos, madura para el budismo): es una reconducción
de aquellas razas a la paz y a la serenidad, a la
dieta en las cosas del espíritu, a un cierto endurecimiento
en las cosas corporales. El cristianismo quiere
dominar sobre animales de presa: su
procedimiento es convertirlos en enfermos: el debilitamiento
es la receta cristiana para la domesticación,
para la civilización. El budismo es una religión
encaminada al fin y estancamiento de la civilización,
el cristianismo no encuentra aún la civilización ante
sí; en circunstancias la crea.
23
Digamos también que el budismo es cien veces
más frío, más veraz, más objetivo. No tiene necesidad
de hacer decentes sus sufrimientos, su capacidad
de dolor, mediante la interpretación del pecado;
dice simplemente lo que piensa: yo sufro. Para el
bárbaro, en cambio, el sufrir no es nada de respetable
en sí: precisamente tiene necesidad de una interpretación
para confesarse a si mismo que sufre (su
instinto le lleva más bien a negar el sufrimiento, a
soportarlo en silencio). En este caso la palabra diablo
fue un beneficio; de esta manera se consiguió un
enemigo muy poderoso y temible, ya no hubo necesidad
de avergonzarse de sufrir por tal enemigo.
El cristianismo posee en el fondo algunas sutilezas
que pertenecen al Oriente. En primer lugar,
sabe que es completamente igual que una cosa sea o
no sea verdadera, y que lo que importa es la medida
en que es creída verdadera. La verdad y la creencia
en la verdad de una cosa son dos mandos de intereses
completamente extraños el uno al otro, son casi
dos mundos opuestos, se va del uno al otro por caminos
profundamente diversos. Conocer esto forma
casi la sabiduría en Oriente: así lo comprende el
brahmán, así lo comprende Platón, y todos los discípulos
de la ciencia esotérica. Si, por ejemplo, se
encuentra alguna felicidad en creerse libres de pecado,
como premisa de esto no es necesario que el
hombre sea pecador, sino que se sienta pecador. Pero
si sobre todo es necesaria en general una fe, se
debe desacreditar la razón, la lógica, la especulación:
el camino que conduce a la verdad es un camino ilícito.
Una gran esperanza es un estimulante de la vida
mucho mayor que cualquier felicidad realmente experimentada.
Hay que sostener a los que sufren con
una esperanza que no pueda ser contradicha con
ninguna realidad, que no pueda ser eliminada por el
cumplimiento; mediante una esperanza en el más
allá. (Precisamente a causa de ésta su idoneidad para
sostener a los infelices, la esperanza fue considerada
por los griegos como el mal de los males, como el
mal verdaderamente pérfido: es el fondo de la caja
de los males.) Para que sea posible el amor, Dios
debe ser una persona; para que los instintos más
bajos puedan tener voz, Dios debe ser joven. Ante
todo hay que poner al fervor de las mujeres un
santo que sea bello, al de los hombres a una María.
Porque hay que establecer la premisa de que el cristianismo
quiere dominar en un terreno en el que los
cultos afrodisíacos o de Adonis han determinado el
concepto del culto. La exigencia de la castidad refuerza
la vehemencia y la profundidad del instinto
religioso, hace que el culto sea más ardiente, más
entusiasta, más lleno de alma.
El amor es el estado de ánimo en que el hombre
ve con preferencia las cosas tal como éstas no son.
En el amor, la fuerza de la ilusión ha llegado a culminar,
así como aquella fuerza que suaviza y transfigura.
En el amor se soporta más que en cualquier
otro estado, se tolera todo. Se trataba de encontrar
una religión en que se pudiera ser amado: con esto
se está por encima de las peores vicisitudes de la vida,
ya no se sienten. Esto por lo que se refiere a las
tres virtudes cristianas: fe, esperanza y amor: yo las
llamo las tres habilidades cristianas. El budismo es
demasiado tardío, demasiado positivista, para ser
tenido como sabio en esta forma.
24
Aquí estudio sólo el problema del nacimiento
del cristianismo. La primera proposición para resolverlo
es ésta: el cristianismo sólo se puede comprender
partiendo del terreno en que ha crecido; no
es un movimiento contrario al instinto judaico; por
el contrario, es su consecuencia lógica, es una ulterior
conclusión en la terrible lógica de aquel instinto.
En la fórmula del Redentor: La salvación viene
de los hebreos.
La segunda proposición es ésta: el tipo psicológico
del Galileo es aún reconocible, pero sólo en su
completa degeneración (que es al mismo tiempo una
mutilación y una enorme adición de rasgos extranjeros),
pudo servir para lo que estaba destinado, o sea
para dar el tipo de un redentor de la humanidad.


Los hebreos son el pueblo. más extraordinario
en la historia del mundo, porque, colocados ante el
problema de ser o no ser, con conciencia totalmente
admirable prefirieron el ser a toda costa; y esta costa
fue la falsificación radical de toda la naturaleza, de
toda naturaleza, de toda realidad, de todo el mundo
interior, así como de todo el mundo exterior. Trazaron
un límite contra todas las condiciones en las
cuales hasta ahora un pueblo podía y debía vivir, se
crearon para su uso propio un concepto opuesto de
condiciones naturales, invirtieron sucesivamente la
religión, el culto, la moral, la historia, la psicología,
de un. modo irremediable, haciendo de él la “contraposición
de sus valores naturales". Nosotros encontramos
una vez más el mismo fenómeno y en
proporciones enormemente mayores, pero sólo todavía
como una copia: la Iglesia cristiana carece,
frente al pueblo de los santos, de cualquier pretensión
a la originalidad. Precisamente por esto, los
hebreos son el pueblo más fatal de la historia del
mundo: con sus ulteriores efectos hicieron de tal
manera falsa a la humanidad, que aún hoy el cristiano
puede tener sentimientos antijudaicos sin comprender
que él es la "última consecuencia del
judaísmo”.
En mi Genealogía de la moral he adoptado por
primera vez, psicológicamente, el concepto de contraste
entre una moral noble y una moral de rencor,
de las cuales la segunda nace del “no” dicho a la
primera: pero ésta es completamente la moral judío-
cristiana. Para poder decir no a todo lo que
constituye el movimiento ascendente de la vida, la
buena constitución, el poder, la belleza, la afirmación
de sí mismo sobre la tierra, el instinto de rencor,
hecho aquí numen, tuvo que inventar otro mundo,
partiendo del cual aquella afirmación de la vida
aparecía como el mal, como la cosa más reprobable
en sí. Desde el punto de vista psicológico, el pueblo
judío es un pueblo que manifiesta una fuerza vital
tenacísima, y que, colocado en una situación imposible,
toma voluntariamente, por la más profunda
habilidad del instinto de conservación, el partido de
todos los instintos de la decadencia, no ya dejándose
dominar por ellos, sino habiendo adivinado en
ellos una fuerza con la cual se puede desarrollar
contra el mundo. Los hebreos son lo opuesto a todos
los decadentes: tuvieron que sostener el partido
de los decadentes hasta dar la ilusión, y con un non
plus ultra del genio histriónico supieron colocarse
en el vértice de todos los movimiento de decadencia
(en calidad del cristianismo de Pablo), para crear de
sí algo más fuerte que un partido cualquiera que
afirmase la vida. Para aquella especie de hombres
que en el judaísmo y en el cristianismo llegó al poder,
la decadencia es una forma sacerdotal, es sólo
un medio: esta especie de hombres tiene un interés
vital en hacer que la humanidad enferme y en invertir,
en sentido peligroso para la vida y calumniador
para el mundo, los conceptos de bien y mal, verdadero
y falso.
25
La historia de Israel tiene un valor inapreciable
como historia típica de toda desnaturalización de
los valores naturales: señalaré cinco hechos de ésta.
En el origen, sobre todo en la época de los reyes,
el mismo Israel estaba en relaciones justas, o sea
naturales, con las cosas todas. Su Javeh era la expresión
de la conciencia de poderío, el gozo de sí mismo,
la esperanza de sí mismo; en él se esperaba
victoria y salvación, con él se tenía confianza en la
naturaleza, se aguardaba que la naturaleza diera
aquello de que el pueblo tenía necesidad, sobre todo
la lluvia. Javeh es el Dios de Israel y por consiguiente
el Dios de la justicia: ésta es la lógica de todo
pueblo fuerte y que posee conciencia perfecta de
su propio poder. En los ritos festivos se manifiestan
estos dos aspectos de la afirmación que de sí mismo
hace un pueblo: este pueblo es reconocedor de los
grandes destinos en virtud de los cuales ascendió
mucho, y de la sucesión de las estaciones y de su
fortuna en el pastoreo y en la agricultura.
Durante mucho tiempo este estado de cosas es
el ideal, aún cuando estaba ya dolorosamente suprimido
en virtud de la anarquía en el interior y de
los asirios en el exterior. Pero el pueblo conservó
como aspiración suprema aquella visión de un rey
buen soldado y juez austero: la conservó sobre todo
aquel típico profeta (o sea crítico y satírico del momento)
llamado Isaías.
Pero todas las esperanzas resultaron incumplidas.
El viejo Dios no podía ya nada de lo que pudo
en otro tiempo. Había que abandonarle. ¿Qué sucedió?
Se alteró su concepción, se desnaturalizó su
concepción: a tal precio se conservó.
Javeh, el Dios de la justicia, no fue ya una misma
cosa con Israel, una expresión del sentimiento personal
del pueblo: fue desde entonces un Dios bajo
condiciones...; su concepción fue un instrumento en
manos de los agitadores sacerdotales, los cuales
desde entonces interpretaron toda fortuna como
premio y toda desventura como castigo de una desobediencia
a Dios, aquella manera mentirosa de
interpretar un pretenso orden moral del mundo por
la cual, de una vez para siempre, fue invertido el
concepto natural de causa y efecto. Cuando con el
premio y el castigo se ha arrojado del mundo la causalidad
natural, hay necesidad de una causalidad
contraria a la naturaleza; y luego sigue todo el resto
de las cosas innaturales. Un Dios que exige, en lugar
de un Dios que socorre, que aconseja, que es, en el
fondo, el verbo de toda feliz inspiración del valor y
de la confianza en sí. La moral no es ya expresión
de las condiciones de vida y de crecimiento de un
pueblo, no es ya su más profundo instinto de vida,
sino que se ha vuelto abstracta, se ha vuelto contraria
a la vida; la moral es la perversión sistemática de
la fantasía, es la mala mirada para todas las cosas.
¿Qué es la moral judaica, qué es la moral cristiana?
Es el acaso que ha perdido su inocencia; es la desventura
manchada con el concepto de pecado; es el
bienestar considerado como peligro, como
tentación; el malestar fisiológico envenenado por el gusano
del remordimiento...
26
El concepto de Dios, falsificado; el concepto de
moral, falsificado; a este punto no se ciñó el sacerdote
judaico. No podemos utilizar toda la historia
de Israel: echémosla lejos. Así dijeron los sacerdotes.
Estos sacerdotes realizaron aquel prodigio de
falsificación, del cual es prueba gran parte de la Biblia:
transfirieron al campo religioso el pasado de su
propio pueblo con un incomparable desprecio de
toda tradición, de toda realidad histórica; es decir,
hicieron de aquel pasado un estúpido mecanismo de
salvación, un mecanismo de culpa contra Javeh y
del consiguiente castigo, de devoción a Javeh y del
consiguiente premio. Experimentaríamos una impresión
mucho más dolorosa de este vergonzoso
acto de falsificación de la historia, si la interpretación
eclesiástica de la historia, desde hace milenios
acá, no nos hubiese hecho obtusos para las exigencias,
de la probidad in historicis. Y los filósofos
secundaron a la Iglesia: la mentira del orden moral del
mundo invadió todo el campo de la filosofía moderna.
¿Qué significa orden moral del mundo? Que
hay, de una vez para siempre, una voluntad de Dios
respecto de lo que el hombre debe hacer o dejar de
hacer; que el valor de un pueblo, de un individuo, se
mide por el grado de obediencia prestada a la voluntad
divina; que en los destinos de un pueblo, de
un individuo, se muestra como dominante la voluntad
de Dios, o sea como punitiva y remunerativa,
según el grado de obediencia. La realidad puesta en
el lugar de esta miserable mentira, significa: una raza
parasitaria de hombres que prospera únicamente a
expensas de todas las formas sanas de la vida, la raza
del sacerdote, que abusa del nombre de Dios, que
llama reino de Dios a un estado social en el que el
sacerdote fija el valor de las cosas, que llama voluntad
de Dios a los medios con los cuales semejante
estado es conseguido o conservado; que, con frío
egoísmo, mide los pueblos, los tiempos, los individuos,
por el hecho de que ayuden o contraríen el
predominio de los sacerdotes. Obsérvese cómo trabajan
los sacerdotes: en manos de los sacerdotes
hebreos la gran época de la historia de Israel se
convirtió en una época de decadencia; el destierro,
la larga desventura, se transformó en un eterno castigo
por la gran época, por una época en que el sacerdote
no era aún nada. De las grandes figuras de
la historia de Israel, de aquellas figuras, muy libres,
hicieron, según las necesidades, miserables hipócritas
o socarrones o ateos, simplificaron la psicología
de todo gran acontecimiento en la fórmula idiota de
obediencia o desobediencia a Dios. Un paso más, la
voluntad de Dios (o sea las condiciones de conservación
del poder de los sacerdotes) debe ser conocida;
a este fin es necesaria una gran falsificación
literaria, es descubierta una Sagrada Escritura, es
publicada bajo la pompa hierática, con días de expiación
y lamentaciones sobre el largo pecado. La
voluntad de Dios estaba fijada durante dilatado
tiempo: la desgracia fue que el pueblo se alejó de
ella... Ya Moisés había recibido la revelación de la
voluntad de Dios... ¿Qué sucedió? El sacerdote había
formulado, con rigor y pedantería, de una vez
para siempre, hasta los grandes y pequeños impuestos
que se debían pagar (sin olvidar los mejores
trozos de carne, porque el sacerdote es un gran devorador
de bistec), lo que quiere tener, lo que es
voluntad de Dios... Desde entonces todas las cosas
de la vida quedaban reglamentadas de modo que el
sacerdote era en todas partes indispensable; en todas
las vicisitudes naturales de la vida, en el nacimiento,
en el matrimonio, en las enfermedades, en
la muerte, para no hablar del sacrificio (de la Cena),
aparece el santo parásito, para quitarles su carácter
natural, o, según su lenguaje, para santificarlas...
Porque hay que comprender esto: toda costumbre
natural, toda institución natural (Estado, tribunales,
bodas, asistencia a los enfermos y a los
pobres), toda exigencia inspirada por el instinto de
la vida, en resumen, todo lo que tiene en sí su valor,
es, por el parasitismo del sacerdote (o del orden
moral del mundo), privado sistemáticamente de valor,
opuesto a su valor: y luego es precisa una sanción,
es necesario un poder valorizador que niegue
en aquellas cosas la naturaleza, y cree para ellas precisamente
un valor... El sacerdote desvalora, quita
santidad a la naturaleza: a este precio, en general,
existe. La desobediencia de Dios, o sea al sacerdote,
a la ley, recibe de ahora en adelante el nombre de
pecado: los medios para reconciliarnos con Dios
son, como se ha convenido, medios por los que la
sujeción al sacerdote es garantizada aún profundamente:
el sacerdote es el único que puede salvar...
Desde el punto de vista psicológico, en toda sociedad
u organización sacerdotal los pecados se hacen
indispensables: son los verdaderos
manipuladores del poder; el sacerdote vive de los
pecados, tiene necesidad de que haya pecadores...
Principio supremo: “Dios perdona a los que hacen
penitencia”; en otros términos: Dios perdona a
quien se somete al sacerdote.
27
En este terreno tan falso, en que toda la naturaleza,
todo valor natural, toda realidad tenía contra sí
los más profundos instintos de la clase dominante,
creció el cristianismo, forma de enemistad mortal
hacia la realidad aún no superada. El pueblo santo,
que para todas las cosas sólo conservaba valores
sacerdotales y palabras sacerdotales, y, con una lógica
de argumentación que puede inspirar terror, había
separado de sí como ejemplo, como mundo,
como pecado, todo lo que de poderío existía aún en
la tierra; este pueblo creó por instinto una última
fórmula, lógica hasta la negación de sí misma: como
cristiano, negó hasta la última forma de la realidad,
el pueblo santo, el pueblo de los elegidos, la misma
realidad hebrea. Éste es un caso de primer orden: el
pequeño mundo insurreccional que fue bautizado
con el nombre de Jesús de Nazaret, es una vez más
el instinto judaico, en otros términos, el instinto de
los sacerdotes que no soporta ya al sacerdote como
realidad; es la invención de una forma de existencia
aún más abstracta, de una visión del mundo aún
más irreal que la que va unida la organización de
una Iglesia. El cristianismo niega a la Iglesia.
Yo no sé contra quién se dirigía la insurrección
de la cual Jesús fue considerado acertada o equivocadamente
como autor, si no fue contra la Iglesia
judaica, dando a la Iglesia exactamente el sentido en
que hoy tomamos esta palabra. Fue una insurrección
contra los buenos y los justos, contra los Santos de
Israel, contra la jerarquía de la sociedad, no contra
la corrupción de la sociedad, sino contra la casta, el
privilegio, el orden, la fórmula; fue la incredulidad
en los hombres superiores, un no dicho a todo lo
que era sacerdote y teólogo. Pero la jerarquía que
con aquella insurrección, aun cuando no fuera sino
por un momento, se puso en pleito, era la construcción
lacustre en que el pueblo hebreo continuó
existiendo sobre las aguas, la última posibilidad
fatigosamente conseguida de sobrevivir, el residuo de
su existencia política particular: un ataque contra ella
era un ataque contra el más profundo instinto del
pueblo, contra la más tenaz voluntad de vivir de un
pueblo que jamás ha existido en la tierra.
Este santo anárquico, que llamó a la revuelta
contra el orden dominante al bajo pueblo, a los réprobos
y pecadores; a los chandala, en el seno del
judaísmo, con un lenguaje, si hemos de dar fe a los
Evangelios, que aun hoy conduciría a un hombre a
la Siberia, fue un delincuente político en la medida
en que los delincuentes políticos eran posibles en
una comunidad absurdamente impolítica. Esto le
condujo a la Cruz. Murió por su culpa; falta todo
motivo para creer que muriera por culpa de otros,
aunque esto se ha sostenido repetidamente.
28
Cosa completamente distinta es si tuvo en general
conciencia de semejante contradicción, o si no
fue simplemente considerado como esta contradicción.
Y justamente aquí toco yo el problema de la
psicología del redentor.
Confieso que pocos libros leo con tanta dificultad
como los Evangelios. Estas dificultades son diferentes
de aquellas en cuya demostración la docta
curiosidad del espíritu alemán ha conseguido uno
de sus más innegables triunfos. Es ya remoto el
tiempo en que también yo, como todo joven docto,
saboreaba, con la prudente lentitud de un filólogo
refinado, la obra del incomparable Strauss. Tenia
entonces veinte años: hoy soy demasiado serio para
estas cosas. ¿Qué me importan a mí las contradicciones
de la tradición? ¿Cómo se puede llamar tradiciones
a las leyendas genéricas de santos? Las
historias de santos son la literatura más equívoca
que existe: emplear con ellas métodos científicos, “si
no poseemos otros” documentos, me parece cosa
condenada a priori; es un simple pasatiempo de
eruditos.
29
Lo que a mí me importa es el tipo psicológico
del redentor. Éste podría estar contenido en los
Evangelios a despecho de los Evangelios, por
cuanto éstos son mutilados o sobrecargados de rasgos
extraños: como el tipo de Francisco de Asís está
contenido en sus leyendas a despecho de sus leyendas.
No se trata de la verdad sobre aquello que él ha
hecho o dicho, sobre el modo como murió realmente,
sino del problema de si su tipo puede ser en
general representado aún, si es tradicional.
Las tentativas que yo conozco de leer en los
Evangelios hasta la historia de un alma, me parecen
pruebas de una ligereza psicológica abominable. El
señor Renan, este payaso in psicologicis, ha aportado
para su explicación del tipo de Jesús las dos
ideas más inadecuadas que a este propósito se pudieran
imaginar: la idea de genio y la idea de héroe
(heros). Pero si hay una idea poco evangélica, es la
idea de héroe. Aquí se ha convertido en instinto
precisamente lo contrario de toda lucha, de todo
sentimiento de lucha: aquí, la incapacidad de resistir
se hace moral (no resistir al mal es la más profunda
palabra del Evangelio, en cierto sentido es su clave),
la beatitud está en la paz, en la dulzura del ánimo, en
la imposibilidad de ser enemigos. ¿Qué significa la
buena nueva? Significa que se ha hallado la verdadera
vida, la vida eterna, no en una promesa, sino que
ya existe, está en nosotros; como un vivir en el
amor, en el amor sin detracción o exclusión, sin
distancia. Cada uno de nosotros es hijo de Dios...;
Jesús no pretende absolutamente nada por sí solo;
cada uno de nosotros es igual a otro como hijo de
Dios...
¡Hacer de Jesús un héroe!... ¡Y qué error la palabra
genio! Todo nuestro concepto, todo concepto
de espíritu propio de nuestra cultura carece de sentido
en el mundo en que vive Jesús. Para hablar con
el rigor del fisiólogo, aquí estaría en su puesto otra
palabra... Nosotros conocemos un estado de morbosa
excitabilidad del sentido del tacto, que retrocede
ante todo contacto, ante la idea de apresar
cualquier objeto sólido. Transportemos a su última
lógica semejante habitus fisiológico, como odio instintivo
de toda realidad, como una fuga a lo intangible,
a lo incomprensible, como repugnancia a toda
fórmula, a toda noción de tiempo y de espacio, a todo
lo que es fijo, costumbre, institución, Iglesia;
como un habitar en un mundo no tocado de ninguna
especie de realidad, en un mundo simplemente
interior, verdadero, eterno... “El reino de Dios está
en vosotros”...
30
El odio instintivo contra la realidad es consecuencia
de una extrema incapacidad de sufrimiento
y de irritación, que no quiere ya ser en general tocada,
porque de todo contacto recibe una impresión
demasiado profunda.
La exclusión instintiva de todo lo que nos repugna,
de toda enemistad, de todo límite y distancia
en el sentimiento, es consecuencia de una extrema
incapacidad de sufrimiento y de irritación, que
siente ya como un dolor intolerable (o sea como nocivo,
como desaconsejado por el instinto de conservación)
toda resistencia, toda necesidad de
resistir, y sólo conoce la beatitud (el placer) en no
oponerse ya a nada, ni al alma ni al bien, y considerar
el amor como la única, como la última posibilidad
de vida.
Éstas son las dos realidades fisiológicas sobre
las cuales y de las cuales ha crecido la doctrina de la
redención. La llamo un sublime ulterior desarrollo
del hedonismo sobre bases completamente morbosas.
Contiguo a éste, si bien con fuerte adición de
vitalidad y fuerza nerviosa griega, está el epicureísmo,
la doctrina pagana de la redención. Epicuro fue
un decadente típico: yo fui el primero en reconocerle
como tal. El miedo al dolor, hasta de lo que en
el dolor hay de infinitamente pequeño, no puede
fundar otra cosa que una religión del amor.
31
Por anticipado he dado mi respuesta al problema.
Su premisa es ésta: que el tipo del Redentor nos
ha sido transmitido de un modo completamente
desfigurado. Esta desfiguración tiene en sí mucha
verosimilitud: semejante tipo no podía, por muchas
razones, subsistir puro, entero. El ambiente en que
se movió esta extraña figura debió dejar huellas en
él, y aún más la historia, la índole de las primeras
comunidades cristianas: esta índole, reaccionando
sobre el tipo, lo enriqueció con rasgos que se deben
interpretar como motivados por el proselitismo y
con fines de propaganda. Aquel mundo extraño y
enfermizo en que nos introducen los Evangelios, un
mundo que parece salido de una novela rusa, en que
los desechos de la sociedad, las enfermedades nerviosas
y un pueril idiotismo parecen darse cita, debe
en todo caso haber formado el tipo más grosero:
particularmente los primeros discípulos traducen en
su propia crudeza un ser ondulante constantemente
entre símbolos y cosas incomprensibles, para poder
comprender de ellos alguna cosa; para ellos, el tipo
no existió hasta que pudo ser adaptado a otras formas
más conocidas. El profeta, el Mesías, el futuro
juez, el maestro de moral, el taumaturgo, Juan Bautista,
fueron otras tantas ocasiones para hacer que
variase el tipo...
Finalmente, no despreciemos lo que es propio
de toda gran veneración, especialmente de una veneración
sectaria; ésta borra en la criatura venerada
los rasgos originales, a menudo penosamente extraños,
y las idiosincrasias: ni los ve siquiera. Habría
que lamentar que un Dostoyevsky no hubiera vivido
cerca de este interesantísimo decadente, o sea un
hombre que supiera sentir precisamente el encanto
irresistible de semejante mezcla de sublimidad, de
enfermedad y de puerilidad. Un último punto de
vista: el tipo podría, en calidad de tipo de decadencia,
haber sido efectivamente múltiple y contradictorio
de modo particular: no se puede excluir totalmente
tal posibilidad. Sin embargo, todo nos induce
a negarla: precisamente en este caso la
tradición debería ser notablemente fiel y objetiva;
pero nosotros tenemos razón para admitir lo contrario
de esto. Entretanto es manifiesta una contradicción
entre el predicador de la montaña, del lago y
de los campos, cuya aparición exige una especie de
Buda sobre un terreno mucho menos indio, y aquel
fanático del ataque, aquel enemigo mortal de los
teólogos y de los sacerdotes, que la malignidad de
Renan glorificó como le grand maitre en ironie. Yo
mismo no dudo que una cantidad copiosa de bilis (y
hasta de esprit) se haya vertido sobre el tipo del
maestro por el estado de ánimo excitado de la propaganda
cristiana: se conoce muy bien la falta de escrúpulos
de todos los sectarios cuando hacen la
propia apología partiendo de su maestro. Cuando la
primera comunidad necesitó de un teólogo judicante,
litigante, furioso, malignamente sutil, contra
los teólogos, se creó su Dios según sus necesidades:
y sin ambages puso en su boca aquellos conceptos
totalmente no evangélicos de que no podía prescindir,
los del retorno, del juicio final, de toda clase de
expectaciones y promesas temporales...
32
Insisto que no admito que se introduzca el fanático
en el tipo del redentor: la palabra impérieux,
de que se sirve Renan, ya basta por sí sola para
anular el tipo. La buena nueva es precisamente ésta,
que ya no hay contradicciones; el reino de los cielos
pertenece a los niños; la fe que se hace sentir no es
una fe conquistada, existe, es desde el principio, es,
por decirlo así, una puerilidad referida al campo espiritual.
El caso de la pubertad retrasada y no desarrollada,
en el organismo, como lógica consecuencia
de la degeneración, es familiar por lo menos a los
fisiólogos.
Semejante fe no se encoleriza, no censura, no se
defiende, no empuña la espada, no sospecha siquiera
en qué medida podría un día dividir a los hombres.
No se demuestra ni con los milagros, ni con
premios, ni con promesas, y mucho menos con la
escritura: ella misma es en todo momento su milagro,
su premio, su demostración, su reino de Dios.
Esta fe no se formula siquiera, vive y se guarda de
las fórmulas. Ciertamente, el caso del ambiente, de
la lengua, de la educación, determina cierto círculo
de ideas: el cristianismo primitivo manipula únicamente
ideas semiticojudaicas (el comer y beber en la
Santa Cena forma parte de tales ideas; de esta idea
abusó malamente la Iglesia, como de todo lo judaico).
Pero cuidémonos de ver en esto más que un
lenguaje figurado, una semiótica, una ocasión de
crear símbolos. Para este antirrealista el hecho de
que ninguna palabra fuera tomada a la letra era la
condición preliminar para poder hablar en general.
Entre los indios se habría servido de las ideas de
Sankhyam, entre los chinos, de las de Laotse, sin
encontrar diferencias entre éstas. Con una cierta tolerancia
en la expresión, podríamos decir de Jesús
que era un espíritu libre, rechazaba todo lo dogmático:
la letra mata, todo lo que es dogmático mata. El
concepto, la experiencia, la vida, como sólo él la conoce,
se opone para él a toda especie de palabra, de
fórmula, de ley, de fe, de dogma. Sólo habla de lo
más entrañable: vida, o verdad, o luz son las palabras
de que se sirve para indicar las cosas más intimas;
todo lo demás, toda la realidad, toda la
naturaleza, la lengua misma, sólo tiene,para él el
valor de un signo, de un símbolo.
En este punto no debemos engañarnos, por
grande que sea la seducción que existe en el prejuicio
cristiano, o, mejor, eclesiástico: semejante simbolista
por excelencia está fuera de toda religión, de
toda idea de culto, de toda historia, de toda ciencia
natural, de toda experiencia del mundo, de toda
ciencia, de toda política, de toda psicología, de todos
los libros y de todas las artes; su sabiduría consiste
precisamente en que creer que existan cosas de
este género es pura locura. La cultura no le es conocida
ni de oídas, no tiene necesidad de luchar contra
ella, no la niega... Lo mismo se puede decir del Estado,
de toda organización y de la sociedad burguesa,
del trabajo, de la guerra; no tuvo nunca motivo
para negar el mundo, ni siquiera sospechó el concepto
eclesiástico del mundo...; precisamente lo que
no puede hacer es negar.
También falta la dialéctica, falta la idea de que
una fe, una verdad, puede ser demostrada con argumentos
(sus pruebas son luces internas, sentimientos
internos de placer y afirmaciones internas
de sí mismo, simples pruebas de Fuerza).
Semejante doctrina no puede ni siquiera contradecir;
no comprende que haya otras doctrinas, que
pueda haberlas: no sabe imaginar un criterio
opuesto... Cuando lo encuentra se entristece, por
íntima compasión, de la ceguera- porque ve la luz-,
pero no hace objeciones.
33
En toda la psicología del Evangelio falta el concepto
de culpa y castigo y asimismo el de recompensa.
El pecado, cualquier relación de distancia entre
Dios y el hombre, es abolido; precisamente ésta es
la buena nueva. La felicidad no es prometida, no
está sujeta a condiciones, es la única realidad; lo
demás son signos que sirven para hablar de ella...
La consecuencia de tal estado de ánimo se proyecta
en una nueva práctica, en la verdadera práctica
evangélica. Lo que distingue al cristiano no es una
fe: el cristiano obra, se distingue, por otro modo de
obrar. Se distingue en que no ofrece resistencia, ni
con sus palabras ni con su corazón, a quien le hace
daño; no hace diferencia entre extranjero y conciudadano,
entre hebreos y no hebreos (el prójimo es
realmente el compañero de fe, el hebreo); el que no
se encoleriza contra nadie ni desprecia a nadie; el
que no se deja ver en los tribunales ni reclama cosa
alguna (no jurar); el que en ningún caso, ni siquiera
cuando está demostrada la infidelidad de la mujer,
se separa de su mujer. Todo esto, en el fondo es un
solo principio, es consecuencia de un solo instinto.
La vida del redentor no fue otra cosa que esta
práctica, su misma muerte no fue nada más... No tenía
ya necesidad de fórmulas ni de ritos en sus relaciones
para con Dios, ni siquiera de la oración.
Quiso prescindir de toda la doctrina judaica, de la
penitencia y de la reconciliación: sabe que únicamente
la práctica de la vida es la que hace que el
hombre se sienta divino, bienaventurado, evangélico,
en todo tiempo hijo de Dios. No penitencia, no
la “oración” para obtener el “perdón” son las vías
que conducen a Dios: únicamente la práctica evangélica
conduce a Dios, ¡ella es precisamente “Dios”!
Lo que suprimió el evangelio fue el judaísmo de
las ideas de pecado, perdón de pecado, fe, salvación
mediante la fe; toda la doctrina eclesiástica judía fue
negada en la buena nueva.
El profundo instinto del modo como se debe
vivir para sentirse en el cielo, para sentirse eterno,
mientras que con toda otra actitud no se siente uno
en el cielo: ésta únicamente es la realidad psicológica
de la redención. Una nueva conducta, no una nueva
fe...
34
Si yo entiendo algo de este gran simbolista, es el
hecho de que tomó como realidades, como verdades,
únicamente las realidades interiores, que comprendió
todo lo demás, todo lo que es natural: el
tiempo, el espacio, la historia, como signos, como
ocasiones para imágenes. La idea de hijo del hombre
no es la de una persona concreta, perteneciente
a la historia, algo de singular, de único, sino un hecho
eterno, un símbolo psicológico separado de la
noción de tiempo. Lo mismo puedo decir, y en el
más alto sentido, del Dios de este simbolista típico,
del reino de Dios, del reino de los cielos, de la cualidad
de hijos de Dios. Nada menos cristiano que la
crudeza de la Iglesia, que imagina un Dios como
una persona, un reino de Dios que viene, un reino
de los cielos puesto más allá, un hijo de Dios que es
la segunda persona de la trinidad. Todo esto esperdóneseme
la expresión- un puñetazo en los ojos
(¡oh, y sobre que ojos!) del Evangelio: un cinismo
histórico mundial en la irrisión del símbolo... Y, sin
embargo, es evidente lo indicado con los signos de
padre y de hijo (no es evidente para todos, lo admito);
con la palabra hijo se expresa la introducción
en un sentimiento de transfiguración de todas las
cosas (la beatitud); con la palabra padre se expresa
este mismo sentimiento: el sentimiento de la eternidad
y de la perfección. Me avergüenzo de pensar lo
que la Iglesia ha hecho de este símbolo: ¿No ha
puesto en el umbral de la fe cristiana una historia de
Anfitrión? ¿Y no ha añadido un dogma de la inmaculada
concepción? Pero de este modo ha maculado
la concepción...
El reino de los cielos es un estado del corazón,
no una cosa que advierte en la tierra o después de la
muerte. Todo el concepto de la muerte natural falta
en el Evangelio: la muerte no es un puente, un paso;
falta porque es propia de un mundo completamente
diverso, puramente aparente, útil sólo para fabricar
signos con que expresarnos. La hora de la muerte
no es un concepto cristiano: la hora, el tiempo, la
vida física y sus crisis no existen para el maestro de
la buena nueva... El reino de Dios no es cosa esperada:
no tiene un ayer ni un mañana, no llegará
dentro de mil años, es una esperanza de un corazón,
está en todas partes y en ninguna...
35
Este dulce mensajero murió como vivió, como
enseñó, no para redimir a los hombres, sino para
mostrar cómo se debe vivir. Lo que dejó como legado
a la humanidad es una práctica: su actitud
frente a los jueces, esbirros, acusadores y cualquier
clase de calumnia y de escarnio, su actitud en la
cruz. No resiste, no defiende su derecho, no da un
paso para alejar de si la ruda suerte, antes por el
contrario, la provoca... Y ruega, sufre, ama con
aquello, en aquellos que hacen el mal... No defenderse,
no indignarse, no atribuir responsabilidad...
Pero igualmente no resistir al mal, amarlo...
36
Sólo nosotros, espíritus libres, poseemos las
condiciones necesarias para comprender una cosa
que diecinueve siglos no han comprendido: aquella
probidad convertida en instinto y pasión que hace la
guerra a la santa mentira, aún más que a toda otra
mentira... Se estaba infinitamente lejos de nuestra
neutralidad amorosa y prudente, de aquella disciplina
del espíritu que únicamente hace posible adivinar
cosas tan extrañas a nosotros, tan delicadas: se quiere
siempre, con desvergonzado egoísmo, ver en
aquellas cosas únicamente el propio provecho; se ha
fundado la Iglesia sobre lo contrario del Evangelio...
El que buscara indicios de este hecho, de que
detrás del gran teatro de los mundos hay una divinidad
irónica que maneja los hilos, no encontraría
confirmación alguna en aquel prodigioso punto de
interrogación que se llama cristianismo. En vano se
busca una forma más grande de ironía en la historia
mundial que ésta: que la humanidad se arrodilla ante
lo contrario de lo que fue el origen, el sentido, el derecho
del Evangelio; que en el concepto de Iglesia
ha santificado precisamente lo que el dulce mensajero
considera por bajo de sí, detrás de sí.
37
Nuestra época blasona de su sentido histórico:
¿cómo ha podido imponerse el absurdo de que en
los comienzos del cristianismo se encuentre la grosera
fábula de un taumaturgo y de un redentor, y que
todo el elemento espiritual y simbólico sea sólo un
desarrollo más tardío? Y a la inversa, la historia del
cristianismo- a partir de la muerte en la cruz- es la
historia del error, cada vez más grosero, de un simbolismo
originario. Con la difusión del cristianismo
sobre masas aún más vastas, aún mas rudas, a las
que les faltaban siempre las premisas de que el cristianismo
partió, se hizo cada vez más necesario vulgarizar,
barbarizar el cristianismo: éste absorbió en
sí doctrinas y ritos de todos los cultos subterráneos
del imperium romanum, los absurdos de todas las
razones e imaginaciones enfermas. El destino del
cristianismo consiste en la necesidad de que su fe se
contaminara de esta enfermedad, se hiciera baja,
vulgar, como enfermizas, bajas y vulgares eran las
necesidades que se pretendía satisfacer con ella. Finalmente,
la barbarie enfermiza se adicionó para
formar el poder en calidad de Iglesia; de Iglesia, que
es la forma de la enemistad formal contra toda probidad,
contra toda alteza de ánima, contra toda disciplina
del espíritu, contra toda generosa y buena
humanidad. Los valores cristianos por una parte, los
nobles por otra: ¡nosotros los primeros, nosotros
espíritus libres, hemos restablecido este contraste de
valores, el mayor que existe!
38
Al llegar aquí no puedo contener un suspiro.
Hay días en que anida en mí un sentimiento más negro
que la más negra melancolía: el desprecio de los
hombres. Y para que no quede duda sobre lo que yo
desprecio y a quién desprecio, diré que desprecio al
hombre moderno, al hombre del cual yo soy desgraciadamente
contemporáneo. El hombre de hoy...
Su impura respiración me ahoga. Contra el pasado,
yo, como todos los estudiosos, alimenté una gran
tolerancia, es decir, me hago generosamente violencia
a mí mismo: yo atravieso el mundo-manicomio
de milenios enteros con prudencia tétrica, ya se llame
cristianismo, o fe cristiana o Iglesia cristiana; me
guardo mucho de hacer a la humanidad responsable
de las enfermedades que han afligido su espíritu. Pero
mi sentimiento se rebela apenas me interno en
los tiempos modernos, en nuestro tiempo.
Nuestro tiempo es sabio... Lo que en otro tiempo
era simplemente malsano, hoy es indecente, es
indecente ser hoy cristiano. Y aquí comienza mi
náusea. Yo miro en torno a mí: ya no queda una
palabra de todo lo que en otro tiempo se llamaba
verdad; nosotros no podemos ya soportar que un
sacerdote pronuncie solamente la palabra verdad.
Aún teniendo las más modestas pretensiones a la
probidad, hoy se debe saber que un teólogo, un sacerdote,
un papa, con cualquier frase que pronuncia
no sólo se equivoca, sino que miente, y que no es ya
libre de mentir por inocencia, por ignorancia. También
sabe el sacerdote, como lo sabe cualquiera, que
no hay Dios, ni pecado, ni redentor; que libre albedrío
y orden moral del mundo son mentiras: la seriedad,
la profunda victoria del espíritu sobre sí
mismo no permiten ya a nadie que sea ignorante sobre
estas cosas... Todas las concepciones de la Iglesia
son reconocidas por lo que son, como la más
triste acuñación de moneda falsa que ha existido hecha
con el fin de desvalorizar la naturaleza y los
valores naturales: el sacerdote mismo es reconocido
como lo que es, como la más peligrosa especie de
parásito, como la verdadera araña venenosa de la
vida... Nosotros sabemos, nuestra conciencia sabe
hoy, qué valen en general aquellas funestas invenciones
de los sacerdotes y de la Iglesia, de qué servirán,
esto es, para conseguir aquel estado de
damnificación de la humanidad, cuyo espectáculo
produce náuseas, los conceptos de más allá, juicio
final, inmortalidad del alma, el alma misma, sin instrumentos
de tortura y sistemas de crueldad, en virtud
de los cuales el sacerdote se hizo el amo y siguió
siendo el amo... Todos saben esto, y sin embargo
todo sigue igual. ¿Dónde ha ido a parar el último
sentimiento del decoro, del respeto de sí mismo, si
hasta nuestros hombres de Estado- por lo demás,
una especie de hombres y de anticristianos bastante
descocada en la práctica- se llaman aún hoy cristianos
y toman la comunión?
¡Un joven príncipe a la cabeza de sus regimientos,
espléndido como expresión del egoísmo y
de la elevación de su pueblo, profesa sin pudor el
cristianismo! Pero ¿que es lo que niega el cristianismo?
¿Qué es lo que llama mundo? El hecho de ser
soldado, de ser juez, de ser patriota; el de defenderse,
de atenerse al propio honor, de querer el propio
provecho, de ser orgulloso... Toda práctica de cada
momento, todo instinto, toda valoración que se
convierte en hecho es hoy anticristiana; ¡qué aborto
de falsedad debe ser el hombre moderno para no
avergonzarse todavía de llamarse cristiano!
39
Retrocedamos y contemos la verdadera historia
del cristianismo. Ya la palabra cristiano es un equivoco:
en el fondo no hubo más que un cristiano, y
éste murió en la cruz. El Evangelio murió en la cruz.
Lo que a partir de aquel momento se llamó evangelio
era lo contrario de lo que él vivió; una mala nueva,
un Dysangelium. Es falso hasta el absurdo ver la
característica del cristiano en una fe, por ejemplo, en
la fe de la redención por medio de Cristo: únicamente
la práctica cristiana, el vivir como vivió el que
murió en la cruz es lo cristiano... Aun hoy, tal vida
es posible para ciertos hombres, y hasta necesaria: el
verdadero, el originario cristianismo será posible en
todos los tiempos. No una creencia, sino un obrar,
sobre todo, un no hacer muchas cosas, un ser de
otro modo... Los estados de conciencia, por ejemplo,
una fe, un tener por verdadero- toda psicología
sobre este punto- son perfectamente indiferentes y
de quinto orden, comparados con los valores de los
instintos: hablando más rigurosamente, toda la noción
de causalidad espiritual es falsa. Reducir el hecho
de ser cristianos, la cristiandad, al hecho de
tener una cosa por verdadera, a un simple fenomenalismo
de la conciencia, significa negar el cristianismo.
En realidad, jamás hubo cristianos. El
cristiano es simplemente una psicológica incomprensión
de sí mismo. Si mira mejor en él verá que,
a despecho de toda fe, dominan simplemente los
instintos, ¡y qué instintos!
La fe fue en todos los tiempos, por ejemplo, en
Lutero, sólo una capa, un pretexto, un telón, detrás
del cual los instintos desarrollaban su juego; una
hábil ceguera sobre la dominación de ciertos instintos...
la fe- yo la he llamado ya la verdadera habilidad
cristiana-; se habló siempre de fe, se obró
siempre por sólo el instinto... En el mundo cristiano
de las ideas no se presenta nada que tanto desflore
la realidad; por el contrario, en el odio instintivo
contra toda realidad reconocemos el único elemento
impelente en la raíz del cristianismo. ¿Qué es lo que
se sigue de aquí? Se sigue que también in psychologicis
el error es radical, o sea determinador de la
esencia, o sea de la sustancia. Quítese aquí una sola
idea, póngase en su puesto una sola realidad, y todo
el cristianismo se precipita en la nada. Mirando desde
lo alto, este hecho, insólito entre todos los hechos,
una religión no sólo plagada de errores, sino
sólo creadora de errores nocivos, que envenenan la
vida y el corazón, y hasta genial en inventarlos, es
un espectáculo para los dioses, para divinidades,
que lo son también los filósofos, y que yo, por
ejemplo, he hallado, en aquellos famosos diálogos
de Naxos. En el momento en que la náusea abandona
a estas divinidades (¡y nos abandona a nosotros!)
se hacen agradecidas al espectáculo que
ofrecen los cristianos; aquella miserable pequeña
estrella que se llama Tierra, merece acaso únicamente
en gracia a este curioso caso una mirada
divina, un interés divino... Nosotros estimamos muy
poco el cristianismo: el cristiano falso hasta la inocencia
deja atrás a los monos; respecto de los cristianos,
una conocida teoría de la descendencia es
una pura amabilidad...
40
El hecho del Evangelio se decide con la muerte,
está suspendido de la Cruz... Precisamente la muerte,
aquella muerte inesperada y vergonzosa, precisamente
la cruz, que en general estaba reservada
solamente a la canalla, sólo esta horrible paradoja
puso a los discípulos frente al verdadero enigma:
¿quién era éste?, ¿qué era esto? El sentimiento sacudido
y profundamente ofendido, la sospecha de que
semejante muerte pudiera ser la refutación de su
causa, el terrible signo de interrogación ¿por qué
precisamente así?, este estado de ánimo se comprende
harto fácilmente. Aquí todo debía ser necesario,
tenía un sentido, una razón, una altísima razón,
el amor de un discípulo no conoce el azar. Sólo
entonces se abrió el abismo: ¿quién lo abrió?,
¿quién fue su enemigo natural? Esta pregunta fue
lanzada como un relámpago. Respuesta: el judaísmo
“dominante”, su clase más alta. Desde aquel momento
los hombres se sintieron en rebelión contra
el orden social, al punto se sintió a Jesús como en
rebelión contra el orden social. Hasta entonces faltaba
en su figura este rasgo belicoso, negador, por la
palabra y la acción; aún es más: era todo lo contrario.
 Evidentemente, la pequeña comunidad no comprendió
justamente lo principal, lo que constituía un
modelo en este modo de morir: la libertad, la superioridad
sobre todo sentimiento de rencor; ¡signo
de cuán poco se comprendía de él en general! En sí,
Jesús, con su muerte, no pudo querer otra cosa que
dar públicamente la prueba, la demostración poderosa
de su doctrina... Pero sus discípulos estaban
muy lejos de perdonar su muerte, lo que habría sido
evangélico en el más alto sentido, o de “ofrecerse” a
semejante muerte con dulce y amable tranquilidad
de corazón... Prevaleció el sentimiento menos evangélico:
la venganza. Era imposible que la causa concluyese
con esa muerte: hubo necesidad de
represalias, de juicio (y, sin embargo, ¿qué cosa menos
evangélica que la represalia, el castigo, el juzgar?)
Una vez más pasó al primer término la
expectación popular de un Mesías; se tomó en consideración
un momento histórico: el reino de Dios
había de venir para juzgar a sus enemigos... Pero
con esto se confundió todo: ¡el reino de Dios considerado
como acto final, como promesa! El Evangelio,
sin embargo, había sido precisamente la
existencia, el cumplimiento, la realidad de este reino
de Dios. Entonces precisamente se introdujo en el
tipo del maestro todo el desprecio y la amargura
contra los fariseos y los teólogos, ¡y con esto se hizo
de él un fariseo y un teólogo! Por otra parte, la
salvaje veneración de estas almas salidas completamente
de sus quicios no toleró ya la igualdad de todos
los hombres como hijos de Dios, igualdad
evangélica que Jesús había predicado; su venganza
consistió en levantar en alto a Jesús de un modo
extravagante, en separarlo de ellos; lo mismo que en
otro tiempo los hebreos, para vengarse de sus enemigos,
separaron de ellos a su propio Dios y lo elevaron
en alto. El Dios único, el único hijo de Dios;
ambos son productos del rencor...
41
Entonces surgió un absurdo problema: ¿cómo
pudo Dios permitir esto? A esta pregunta, la razón
de la pequeña comunidad perturbada encontró una
respuesta terriblemente absurda: Dios dio su hijo
para la remisión de los pecados, como víctima. ¡De
este modo se concluyó de un golpe con el Evangelio!
¡El sacrificio expiatorio, en su forma más repugnante
y bárbara, el sacrificio del inocente por los
pecados de los pecadores! ¡Qué horrible paganismo!
Jesús había abolido el mismo concepto de culpa;
negado todo abismo entre Dios y el hombre; había
concebido esta unidad entre Dios y el hombre como
su buena nueva... ¡Y no como privilegio! Desde
aquel momento se llegó, gradualmente, a crear el tipo
de redentor: la doctrina del juicio y del retorno,
la doctrina de la muerte como una muerte expiatoria,
la doctrina de la resurrección, con la que es
anulado todo el concepto de bienaventuranza, la
única y total realidad del Evangelio, en provecho de
un estado subsiguiente a la muerte... Pablo logificó
luego sobre esta concepción, sobre esta imprudente
concepción, con aquella desfachatez rabínica que le
distinguía en todas las ocasiones: “si Cristo no resucitó
después de la muerte, nuestra fe es vana”. Y de
golpe se hizo del Evangelio la más despreciable de
todas las promesas irrealizables: la impúdica doctrina
de la inmortalidad personal... ¡Pablo mismo la
predicó como una recompensa!...
42
Se ve lo que acaba con la muerte en la Cruz: una
disposición nueva y completamente original para un
movimiento budístico de paz, para una efectiva y no
sólo prometida felicidad en la tierra. Porque ésta sigue
siendo- ya lo he puesto de relieve- la diferencia
fundamental entre las dos religiones de decadencia:
el budismo no promete, sino que cumple; el cristianismo
lo promete todo, pero no cumple nada.
A la buena nueva siguió de cerca la pésima nueva:
la de Pablo. En Pablo se encarna el tipo opuesto
al de buen mensajero, el genio del odio, de la inexorable
lógica del odio. ¿Qué ha sacrificado al odio
este disangelista? Ante todo, el redentor: le clavó en
la cruz. La vida, el ejemplo, la doctrina, la muerte, el
sentido y el derecho de todo el Evangelio, nada
existió ya, cuando este monedero falso, movido por
el odio, comprendió qué era lo que únicamente necesitaba.
¡No la realidad, no la verdad histórica! Y
una vez más el instinto sacerdotal de los hebreos
cometió el mismo gran delito, contra la Historia:
borró simplemente el ayer, el antes de ayer del cristianismo;
inventó por sí una historia del primer
cristianismo. Aún más: falsificó una vez más la historia
de Israel, para que apareciera como la prehistoria
de su obra; todos los profetas han hablado de
su redentor... La Iglesia falsificó más tarde hasta la
historia de la Humanidad, haciendo de ella la prehistoria
del cristianismo... El tipo del redentor, su
doctrina, su práctica, su muerte, el sentido de la
muerte, hasta lo que sucede después de la muerte,
nada permaneció intacto, nada permaneció ni siquiera
semejante a la realidad. Lo que hizo Pablo
fue simplemente transferir el centro de gravedad de
toda aquella existencia detrás de tal existencia, en la
mentira del Jesús resucitado. En el fondo, tuvo necesidad
de la muerte en la Cruz y de algo más... Creer
sincero a Pablo, que tenía su patria en la sede
principal de la luminosa filosofía estoica, cuando
con una alucinación se dispone la prueba de la supervivencia
del redentor, o bien prestar fe a su relación
de haber él mismo tenido esta alucinación,
sería, por parte de un filósofo, una verdadera necedad:
Pablo quiere el fin, por consiguiente, quiere los
medios... Lo que él mismo no creía, lo creyeron los
idiotas entre los cuales sembró él su doctrina.
Su necesidad era el poder: con Pablo, el sacerdote
quiere una vez más el poder; sólo podía servirse
de ideas, teorías, símbolos con los que se tiraniza
a las masas y se forman los rebaños. ¿Qué es lo que
Mahoma únicamente tomó a préstamo, más tarde,
del cristianismo? La invención de Pablo, su medio
para llegar a la tiranía del sacerdote: la creencia en la
inmortalidad, o sea la doctrina del juicio...
43
Si se coloca el centro de gravedad de la vida no
en la vida, sino en el más allá- en la nada-, se ha
arrebatado el centro de gravedad a la vida en general.
La gran mentira de la inmortalidad personal
destruye toda razón, toda naturaleza en el instinto;
todo lo que en los instintos es benéfico, favorable a
la vida; todo lo que garantiza el porvenir despierta
desde entonces desconfianza. Vivir de modo que la
vida no tenga ningún sentido, es ahora el sentido de
la vida... ¿A qué fin solidaridad, a qué fin gratitud
por el origen y por los antepasados, a qué fin colaborar
con confianza, promover y proponerse un
bien común?... Éstas son otras tantas tentaciones,
otras tantas desviaciones del justo camino: una sola
cosa es necesaria... No se puede mirar con bastante
desprecio la doctrina según la cual cada uno de nosotros,
en calidad de alma inmortal, tiene igual categoría
que los demás; y en la colectividad de todas las
criaturas la salvación de cada individuo puede pretender
una importancia eterna, y todos los hipócritas
y semilocos (Dreiviertes-Verrückte) pueden
imaginar que por su amor las leyes de la Naturaleza
serán constantemente infringidas; no se puede mirar
con bastante desprecio semejante elevación de toda
clase de egoísmos que llega al infinito, a la impudicia...
Y, sin embargo, el cristianismo debe su victoria
a esta miserable adulación de la vanidad personal;
con esto precisamente ha convertido a sí todo le que
está mal formado, lo que tiene intenciones de revuelta,
lo que se encuentra mal, todo el desecho y la
hez de la Humanidad. “La salvación del alma” significa
“el mundo gira en torno a mí”... El veneno de la
doctrina de la igualdad de derechos para todos fue
vertido y difundido por el cristianismo; partiendo
de los rincones más ocultos de los malos instintos,
ha movido una guerra mortal a todo sentimiento de
respeto y de distancia entre hombre y hombre, es
decir, a la premisa de toda elevación, de todo aumento
de cultura: del rencor de las masas hizo su
arma principal contra nosotros, contra todo lo que
es noble, alegre, generoso, en la tierra, contra nuestra
felicidad en la tierra... Conceder la inmortalidad a
cualquiera fue hasta ahora el mayor y más pérfido
atentado contra la humanidad noble.
¡Y no demos poca importancia al hecho de que
el cristianismo se ha insinuado aún en la política!
Nadie tiene hoy ya el valor de los privilegios, de los
derechos patronales, de experimentar sentimientos
de respeto de sí mismo y de sus semejantes; de sentir
el pathos de la distancia... ¡Nuestra política está
enferma de esta falta de valor!
La aristocracia de la mentalidad fue más subterráneamente
minada por la mentira de la igualdad
de las almas: y si la creencia en el privilegio de la
mayoría hace revoluciones y las seguirá haciendo, el
cristianismo es, no se dude, las valoraciones cristianas:
¡son las que convierten en sangre y delitos toda
revolución! El cristianismo es una insurrección de
todo lo que se arrastra a ras de la tierra contra lo que
está arriba: el Evangelio de los humildes hace humildes...
44
Los Evangelios son inestimables como testimonios
de la corrupción, ya intolerable, que existía en
el seno de las primeras comunidades cristianas.
Aquello que más tarde condujo Pablo a feliz término
con el cinismo lógico de un rabino, no fue más
que un proceso de decadencia que comenzó con la
muerte del Redentor. Hay que leer los Evangelios
con grandísimas precauciones: detrás de cada palabra
hay una dificultad. Yo admito, y de esto se me
deberá gratitud, que precisamente por eso son para
un psicólogo una diversión de primer orden: como
lo contrario de toda corrupción ingenua, como sofisticación
por excelencia, como una obra maestra
de corrupción psicológica. Los Evangelios tienen
sustancialidad propia. La Biblia, en general, no resiste
ningún parangón. Estamos entre hebreos: primer
punto de vista para no perder por completo el
hilo conductor. La transferencia de sí mismo a la
santidad, transferencia que precisamente se convierte
en genio y que no fue nunca alcanzada en otra
parte por hombres ni por libros, esta acuñación de
moneda falsa, no es un caso de dotes especiales de
un individuo, de un temperamento de excepción.
Para esto es necesaria la raza. En el cristianismo,
entendido como el arte de mentir santamente, el judaísmo
entero, una preparación y una técnica judaica
muy seria, que duró muchos siglos, consigue la
maestría. El cristiano, esta última ratio de la mentira,
es una vez más el hebreo; mejor, tres veces más... La
voluntad sistemática de emplear solamente
conceptos, símbolos, gestos, que es demostrada por la
práctica del sacerdote; la instintiva repugnancia a
cualquier otra práctica, a cualquier otro género de
perspectiva de valor y de utilidad, todo esto no es
sólo tradición, es “herencia”; sólo en calidad de herencia
obra como naturaleza. Toda la Humanidad, y
hasta los mejores testigos de los mejores tiempos
(exceptuando uno sólo, el cual acaso es sencillamente
un superhombre), se dejaron engañar. Se leyó
el Evangelio como el libro de la inocencia...; nadie
indicó con qué maestría se recita en el Evangelio
una comedia.
Ciertamente, si llegásemos a verla, aunque sólo
fuera de pasada, todos estos maravillosos hipócritas
y santos artificiales, toda esta comedia, terminarían;
y precisamente porque no leo una palabra sin ver
gestos, acabo por dejarla... Yo no puedo soportar su
modo de elevar sus ojos al cielo... Afortunadamente,
para los más los libros son mera literatura. No debemos
dejarnos engañar, ellos dicen: no juzguéis,
pero mandan al infierno a todo lo que constituye un
obstáculo en su camino.
Haciendo juzgar a Dios, juzgan ellos mismos;
glorificando a Dios se glorifican ellos mismos; exigiendo
la virtud de que ellos mismos son capaces
es decir, la virtud de que tienen necesidad para conservar
la dominación-, se dan grandes aires de luchar
por la virtud, de combatir por el predominio
de la virtud. “Nosotros vivimos, nosotros morimos,
nosotros nos sacrificamos por el bien” (esto es, por
la verdad, por la luz, por el reino de Dios); en realidad,
hacen lo que no pueden menos de hacer.
Mientras que, a modo de hipócritas, se muestran
humildes, se ocultan en los rincones, viven como
sombras en la sombra, hacen de esto un deber: su
vida de humildad aparece como un deber, y como
deber es una prueba más de piedad hacia Dios...
¡Ah, qué humilde, casto, misericordioso modo de
impostura! ¡La virtud misma es confiscada por esa
gentecilla; ellos saben cuál es la importancia de la
moral!
La realidad es que aquí la más consciente presunción
de elegidos desempeña el papel de modestia;
desde entonces se han formado dos partidos: el
partido de la verdad, o sea ellos mismos, la comunidad,
los buenos y los justos, y, de otra parte, el resto
del mundo... Éste fue el más funesto delirio de
grandezas que hasta ahora existió en la tierra: pequeños
abortos de hipócritas y mentirosos comenzaron
a reivindicar para sí los conceptos de Dios,
verdad, luz, espíritu, amor, sabiduría, vida, casi como
sinónimos de ellos mismos, para establecer así
un límite entre ellos y el mundo; pequeños superlativos
de hebreos, maduros para toda clase de manicomio,
hicieron girar en torno a ellos mismos todo
valor, como si precisamente el cristiano fuese el
sentido, la sal, la medida y también el último tribunal
de todo lo demás...
Este funesto acontecimiento sólo se hizo posible
por el hecho de que ya había en el mundo un
género afín de delirio de grandeza, afín por raza: el
judaico; apenas se abre el abismo entre hebreos y
hebreocristianos, a estos últimos no les quedó otra
elección que emplear con-tra ellos mismos, contra
los hebreos, los mismos procedimientos de conservación
que el instinto judaico aconsejaba, mientras
que hasta entonces los hebreos lo habían empleado
contra todo lo que no era hebreo. El cristiano, es
sólo un hebreo de confesión más libre.
45
Doy un cierto número de pruebas de aquello
que se le metió en la cabeza a esa gentecilla, de lo
que puso en labios de su maestro: simples profesiones
de fe de bellas almas.
“Y todos aquellos que no os recibieren ni os
oyeren, saliendo de allí, sacudid el polvo que está
debajo de vuestros pies, en testimonio a ellos. De
cierto os digo que más tolerable será el castigo de
los de Sodoma y Gomorra el día del Juicio que el de
aquella ciudad.” (Marcos, , 11.) ¡Qué evangélico es
esto!
“Y cualquiera que escandalizare a uno de estos
pequeñitos que creen en mi, mejor le fuera si se le
atase una piedra de molino el cuello, y fuera echado
en la mar” (Marcos, 9, 42.) ¡Qué evangélico es esto!
“Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo:
mejor te es entrar al reino de Dios con un ojo que
teniendo dos ojos ser echado a la Gehenna, donde
el gusano de ellos no muere y el fuego nunca se
apaga.” (Marcos. 9, 47.) No se trata precisamente de
los ojos...
“También les dijo: «De cierto os digo que hay
algunos de los que están aquí que no gustarán la
muerte hasta que hayan visto el reino de Dios, que
viene con potencia».” (Marcos, 9, l.) Mientes muy
bien, ¡oh león!
 “Cualquiera que quisiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame. Porque...”
(“Observación de un psicólogo”: la moral
cristiana es refutada por sus porqués; sus argumentos
refutan, y esto es cristiano.) (Marcos, 8, 34.)
“No juzgaréis, para que no seáis juzgados. Porque
con el juicio con que juzguéis seréis juzgados; y
con la medida con que medís, os volverán a medir”.
(Mateo, 7, l.) ¡Qué concepto de la justicia, de un juez
justo!...
“Porque si amareis a los que os aman, ¿qué recompensa
tendréis? ¿No hacen también lo mismo
los publicanos? Y si abrazaseis a vuestros hermanos
solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen así también
los Gentiles?” (Mateo, 5, 4.) Principio del
amor cristiano: en fin de cuentas, quiere ser bien pagado...
“Mas si no perdonareis a los hombres sus ofensas,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras
ofensas.” (Mateo, , 15.) Muy comprometedor para
el susodicho Padre...
“Mas buscad primeramente el reino de Dios y
su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”
(Mateo, , 33.) Todas estas cosas, es decir: comida,
vestidos, todo lo que hace falta en la vida. Es un
error para hablar modestamente... Poco antes, Dios
aparece en calidad de sastre; por lo menos, en ciertos
casos...
“Gozaos en aquel día, y alegraos; porque he aquí
vuestro galardón es grande en los cielos, porque así
hacían sus padres a los profetas.” (Lucas, , 23.)
¡Oh cínica canalla! Ya se compara con los profetas...
“¿No habéis que sois templo de Dios, y que el
Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno violare
el templo de Dios, Dios destruirá al tal; porque el
templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.”
(Pablo, a los corintios, I, 3, 1.) Cosas como ésta no
serán nunca bastante despreciadas...
“¿O no sabéis que los santos han de juzgar al
mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros,
¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas?”
(Pablo, a los corintios, I, , 2.) Desgraciadamente,
esto no es sólo el discurso de un loco... Este terrible
mentidor continúa, textualmente, así: “¿O no sabéis
que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las
cosas de este siglo?”
“¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del
mundo? Porque por no haber el mundo conocido la
sabiduría de Dios, a Dios por sabiduría, agradó a
Dios salvar a los creyentes por la locura de la
predicación. No sois muchos sabios, según la carne; no
muchos poderosos, no muchos nobles. Antes, lo
necio del mundo escogió Dios para avergonzarnos
a los sabios; y lo flaco del mundo escogió Dios para
avergonzar lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado
escogió Dios, y lo que no es, para deshacer
lo que es: para que ninguna carne se jacte de su presencia.”
(Pablo, a los corintios, 1, 20 y sig.) Para
comprender este pasaje, testimonio capital de la psicología
de toda moral de chandala, léase la primera
parte de mi Genealogía de la moral; en ella se pone
de manifiesto por primera vez la contradicción entre
una moral noble y una moral de chandala, nacida
del rencor y de la venganza impotente, Pablo fue el
mayor de los apóstoles de la venganza...
46
¿Qué se deduce de aquí? De aquí se deduce que
es conveniente ponerse los guantes cuando se lee el
Nuevo Testamento. Casi nos obliga a ello la presencia
de tanta impureza. Nos guardaremos de escoger
para el trato cristianos primitivos, como nos guardaríamos
de los judíos polacos: no hay que oponerles
reparo alguno, pero tienen mal olor.
En vano he buscado en el Nuevo Testamento
un rasgo simpático: nada hay en él que sea libre, benévolo,
franco ni honesto. Aquí no ha comenzado
todavía el humanismo, falta el instinto de limpieza;
en el Nuevo Testamento no hay mas que malos instintos.
Todo es vileza; todo allí es un cerrar los ojos
y un engañarse a sí mismo. Cuando se ha leído el
Nuevo Testamento, cualquier otro libro parece limpio:
para poner un ejemplo, yo, después de haber
leído a san Pablo, leí con verdadero arrebato a Petronio,
aquel gracioso y petulante humorista, del cual
se podría decir lo que Domenico Boccaccio
escribía de César Borja al duque de Parma: “Es inmortalmente
sano, inmortalmente sereno y bien
constituido: é tutto festo...”
Estos hipocritillas desbarran precisamente en lo
esencial. Atacan, pero todo lo que es atacado por
ellos se hace por esto mismo distinguido. Cuando
un cristiano primitivo ataca, el atacado no resulta
con mancha; por el contrario es un honor tener
contra sí cristianos primitivos. No se puede leer el
Nuevo Testamento sin sentir predilección por lo
que en él resulta maltratado, para no hablar de la sabiduría
de este mundo, que un descarado fanfarrón
intenta en vano desacreditar con predicaciones
estúpidas... Hasta los escribas y los fariseos han sacado
provecho de semejantes adversarios: debieron
tener algún valor para ser odiados de manera tan indecente.
¡La hipocresía, he aquí un reproche que los
cristianos primitivos tendrían derecho, a hacer! Por
último, escribas y fariseos eran privilegiados: esto
basta, el odio de los chandalas no tiene necesidad de
otros motivos. El primer cristiano, y temo que también
el último cristiano, que acaso yo viva lo suficiente
para ver, es rebelde por un profundo instinto
contra todo lo que es privilegiado; vive y combate
siempre por la igualdad de derechos... Si se observa
mejor, no tiene elección. Si se quiere ser, personalmente,
un elegido de Dios, o un templo de Dios, o
un juez de los ángeles, entonces todo otro principio
de elección, por ejemplo, la elección fundada en la
probidad, en el espíritu y en el orgullo, en la belleza
y en la libertad del corazón, se hace simplemente
mundo, el mal en sí... Moraleja: toda palabra en labios
de un cristiano primitivo es una mentira, cada
una de sus acciones es una falsedad instintiva; todos
sus valores, todos sus fines son nocivos, pero lo que
odia, esto tiene valor... El. cristiano, el cristiano sacerdote
particularmente, es un criterio de los valores.
Debo aún añadir que en todo el Nuevo Testamento
se encuentra una sola figura que se deba honrar:
Pilatos, el gobernador romano. Tomar en serio
un asunto entre judíos, es cosa a la que no se resuelve.
Un judío de más o menos, ¿qué importancia tiene?...
La noble ironía de un romano, ante el cual se
ha hecho un cínico abuso de la palabra verdad, ha
enriquecido el Nuevo Testamento con la única palabra
que tiene valor, que es por sí la crítica y aún el
aniquilamiento del Nuevo Testamento: ¿qué es la
verdad?...
47
Lo que nos distingue no es el hecho de que no
encontramos a Dios ni en la historia, ni en la naturaleza,
ni detrás de la naturaleza, sino el hecho de
que consideramos lo que se oculta bajo el nombre
de Dios, no como divino, sino como miserable, absurdo,
nocivo; no sólo como error, sino como delito
contra la vida... Nosotros negamos a Dios en
cuanto Dios... Si se nos demostrase este Dios de los
cristianos, creeríamos aún menos en él. Para expresarnos
con una fórmula: Deus, qualem Paulus creavit,
dei negatio.
Una religión como el cristianismo, que en ningún
punto se encuentra en contacto con la realidad,
que se quiebra en cuanto la verdad adquiere sus derechos
aún en un solo punto, debe naturalmente ser
enemiga mortal de la sabiduría del mundo, o sea de
la ciencia; debe aprobar todos los medios con que la
disciplina del espíritu, la pureza y la serenidad en los
casos de conciencia del espíritu, la noble frialdad y
libertad del espíritu pueden ser envenenadas, calumniadas,
difamadas. La fe como imperativo es el
veto contra la ciencia; en la práctica es la mentira a
toda costa... Pablo comprendió que la mentira- que
la fe- es necesaria; a su vez la Iglesia, más tarde,
comprendió a Pablo.
Aquel Dios que Pablo se inventó, un Dios que
desacredita la sabiduría del mundo (o en sentido
estricto, los dos grandes adversarios de toda superstición:
la filología y la medicina), no es en realidad
mas que la resuelta decisión de Pablo de llamar
Dios a su propia voluntad, la Thora; esto es judaico.
Pablo quiere desacreditar la sabiduría del mundo:
sus enemigos son los buenos filólogos y los médicos
de la escuela alejandrina; a éstos les hace la guerra.
En realidad, no se es filólogo y médico sin ser al
mismo tiempo anticristiano. Porque en calidad de
filólogos se mira detrás de los libros santos, y en calidad
de médicos se ve detrás del cristiano típico la
degeneración psicológica. El médico dice: Incurable;
el filólogo dice: Charlatanería.
48
¿Se ha entendido bien la famosa historia que se
encuentra el principio de la Biblia, la del terrible
miedo de Dios ante la ciencia? No se ha comprendido.
Este libro de sacerdotes por antonomasia comienza,
como es justo, con la gran dificultad íntima
del sacerdote: el sacerdote tiene solo peligro; por
consiguiente, Dios tiene sólo un gran peligro.
El viejo Dios, todo espíritu, todo gran sacerdote,
todo perfección, pasea por distracción en sus
jardines; pero se aburre. En vano luchan contra el
tedio los dioses mismos. ¿Qué hace Dios? Inventa
al hombre; el hombre es divertido... Pero he aquí
que también el hombre se aburre. La compasión de
Dios por la única miseria que todos los Paraísos tienen
en si, no conoce límites: pronto creó otros animales.
Primer error de Dios: el hombre no encontró
divertidos a los animales- fue su amo, no quiso ser
un animal. Después de esto Dios creó a la mujer. Y,
en realidad, entonces acabó de aburrirse; pero acabaron
también otras cosas. La mujer fue el segundo
error de Dios. “La mujer es, por su naturaleza, serpiente:
Eva”; esto lo sabe todo sacerdote; “de las
mujeres procede todo el mal sobre la tierra”; esto
también lo sabe todo sacerdote. “Por consiguiente,
también de ella viene la ciencia...” Precisamente, de
la mujer aprende el hombre a gustar el árbol del conocimiento...
¿Qué había sucedido? El viejo Dios se vio acometido
de un tremendo error. El hombre mismo se
había hecho su mayor error; Dios se había creado
un rival; la ciencia nos hace iguales a Dios; ¡cuando
él hombre se hace sabio han terminado los sacerdotes
y los dioses! Moraleja: la ciencia es la cosa vedada
en sí, es lo único vedado. La ciencia es el
primer pecado, el germen de todos los pecados, el
pecado original. Sólo esto es la moral. Tú no debes
conocer: todo lo demás se sigue de aquí. El tremendo
miedo experimentado por Dios no le impidió ser
hábil. ¿Cómo nos defenderemos de la ciencia? Éste
fue durante mucho tiempo su problema capital,
Respuesta: ¡Arrojemos al hombre del Paraíso! La
felicidad, el ocio, conducen a pensar; todos los
pensamientos son malos pensamientos... El hombre no
debe pensar.
Y el sacerdote en sí inventa la miseria, la muerte,
los peligros mortales del parto, toda clase de sufrimientos,
de dolores, de fatigas, y sobre todo la enfermedad;
¡simples medios en la lucha contra la
ciencia! La miseria le impide al hombre pensar... Y,
sin embargo, ¡cosa terrible!, la obra de la ciencia se
eleva, llega hasta el cielo, haciendo palidecer a los
dioses. ¿Qué hacer? El viejo Dios inventa la guerra,
separa a los pueblos, hace que los hombres se destruyan
unos a otros (los sacerdotes tuvieron siempre
necesidad de la guerra). ¡De la guerra, que, entre
otras cosas, es una gran perturbadora de la paz de la
ciencia! ¡Oh cosa increíble! No obstante la guerra, la
ciencia, la emancipación del poder del sacerdote,
aumentan. Y una última decisión se presenta al viejo
Dios: El hombre se ha hecho científico; no sirve,
hay que ahogarlo.
49
¿Se me ha entendido? El comienzo de la Biblia
contiene toda la psicología del sacerdote. El
sacerdote sólo conoce un peligro: la ciencia, el sano concepto
de causa y efecto. Pero la ciencia prospera
conjuntamente sólo en situaciones favorables; hay
que tener tiempo, hay que tener espíritu de sobra
para investigar... Por consiguiente, se debe hacer al
hombre infeliz: ésta fue en todo tiempo la lógica del
sacerdote.
Ya se adivina qué ha entrado en el mundo con
arreglo a esta lógica: el pecado. El concepto de culpa
y de castigo, todo el orden moral del mundo fue
inventado contra la ciencia, contra la liberación del
hombre del poder del sacerdote... El hombre no
debe mirar fuera de sí, sino dentro de sí; no debe
mirar en las cosas con habilidad y prudencia para
aprender; en general, ni debe mirar; debe sufrir... Y
debe sufrir de modo que tenga constantemente necesidad
del sacerdote. ¡Fuera los médicos! ¡Hay necesidad
de un salvador! ¡El concepto de culpa y de
castigo, comprendida la doctrina de la gracia, de la
redención, del perdón- todas completas mentiras
privadas de toda realidad psicológica- fue inventado
para destruir en el hombre el sentido de las causas;
fue un atentado contra la noción de causa y efecto!
¡Y no un atentado realizado con el puño, con el cuchillo,
con la sinceridad en el odio y en el amor,
sino partiendo de los instintos más viles, más astutos,
más bajos! ¡Un atentado de sacerdotes! ¡Un atentado
de parásitos! ¡Un vampirismo de pálidas sanguijuelas
subterráneas!... Si las consecuencias
naturales de una acción no son ya naturales, sino
que se fantasea que sean influidas por conceptos
fantasmas de la superstición, por Dios, por espíritus,
por almas, como consecuencias puramente morales,
como premio, castigo, indicación, medio de
educación, es destruida la premisa de la ciencia y se
ha cometido el mayor delito contra la humanidad.
El pecado, repitámoslo, esa forma por excelencia de
descaro por parte de la humanidad, fue inventado
para hacer imposible la ciencia, la civilización y el
ennoblecimiento del hombre; el sacerdote domina
gracias a la invención del pecado.
50
Al llegar a este punto no puedo prescindir de
una psicología de la fe, del creyente, a favor, como
es justo, de los creyentes. Si tampoco faltan hoy personas
que ignoran cuán indecoroso es el ser creyente-
o cómo esto es un signo de decadencia, de
falta de voluntad de vivir-, ya se sabrá mañana. Mi
voz llega incluso a los duros de oído. Parece, si no
he comprendido mal, que hay entre los cristianos un
criterio de la verdad que se llama la prueba de la
fuerza. La fe nos hace felices: luego es verdadera.
Ante todo, se podría objetar aquí que la felicidad
tampoco está demostrada, sino que no es mas que
una promesa: la felicidad va unida a las condiciones
de la fe; hay que ser feliz porque se cree... Pero
¿cómo se puede demostrar que efectivamente sucede
lo que el sacerdote promete al creyente en un
más allá inaccesible a todo control? La presunta
prueba de la fuerza es, por consiguiente, a su vez la
creencia en que no faltará aquel efecto que se nos
promete por la fe. Aderezado en una fórmula: “yo
creo que la fe nos hace, felices; por consiguiente, la
fe es verdadera.” Pero con esto estamos ya al cabo
de la calle. Aquel “por consiguiente” es el absurdo
mismo tomado como criterio de verdad.
Pero supongamos, con alguna indulgencia, que
esté demostrado que la fe asegura la felicidad (que la
felicidad no es sólo deseada, no es sólo prometida
de labios un tanto sospechosos, de los sacerdotes):
¿fue nunca la felicidad- o para hablar técnicamente,
el placer- una prueba de la verdad? Dista tanto de
serlo que casi es lo contrario; en todo caso es la más
vehemente sospecha contra la “verdad”, cuando
sentimientos de placer toman la palabra a la pregunta:
¿qué es la verdad? La prueba del placer es
una prueba para el placer, nada más. ¿De dónde se
podrá sacar que precisamente los juicios verdaderos
causan mayor placer que los falsos, y que, de conformidad
con una armonía preestablecida, llevan
necesariamente consigo sentimientos placenteros?
La experiencia de todos los espíritus severos y profundos
enseña lo contrario. Para conquistar la verdad
hay que sacrificar casi todo lo que es grato a
nuestro corazón, a nuestro amor, a nuestra confianza
en la vida. Para ello es necesario grandeza de alma:
el servicio de la verdad es el más duro de todos
los servicios. ¿Qué significa ser probo en las cosas
del espíritu? Significa ser severos con nuestro propio
corazón, despreciar los bellos sentimientos y
formarse una conciencia de cada sí y de cada no. La
fe nos hace felices, por lo tanto miente.
51
Una breve visita a un manicomio nos enseña
con suficiente claridad que la fe en ciertas circunstancias
hace hombres felices, que la felicidad no hace
de una idea fija una idea verdadera, que la fe no
transporta las montañas, sino que coloca montañas
donde no las hay. Esto no convence a un sacerdote,
porque éste niega por instinto que la enfermedad
sea una enfermedad y el manicomio un manicomio.
El cristianismo tiene necesidad de la enfermedad,
casi como la Grecia tenía necesidad de un exceso de
salud; hacer enfermos es la verdadera intención recóndita
de todo el sistema de salvación propio de la
Iglesia. Y la Iglesia misma, ¿no es el manicomio católico
como último ideal? ¿La tierra, en general, como
manicomio? El hombre religioso, cual le quiere
la Iglesia, es un decadente típico; el momento en que
una crisis religiosa se posesiona de un pueblo es
siempre caracterizado por epidemias nerviosas; el
mundo interno del hombre religioso se parece al
mundo interior de los sobreexcitados y de los agotados,
hasta el punto de confundirse con él; los más
elevados estados de ánimo que el cristianismo ha
colocado sobre la humanidad como valores
supremos, son formas epileptoides; la Iglesia ha santificado
solamente a locos o a grandes impostores in
majorem dei honorem... Yo osé una vez definir todo
el training cristiano de la expiación y de la redención
(hoy estudiado especialmente en Inglaterra)
como una locura circular producida metódicamente,
como es natural, sobre un terreno ya preparado, o
sea fundamentalmente morboso. Nadie es libre de
llegar a ser cristiano: no se convierte la gente al cristianismo,
hay que estar bastante enfermo para el
cristianismo...
Nosotros, que tenemos el valor de la salud y
también del desprecio, ¡cuánto derecho tenemos a
despreciar una religión que enseñó a comprender
mal el cuerpo, que no quiso desembarazarse de la
superstición del alma!; ¡que hace un mérito de la
falta de alimentación!; ¡que combate en la salud una
especie de enemigo, de diablo, de tentación!; ¡que se
persuadió de que es posible llevar un alma perfecta
en un cuerpo cadavérico, y a este fin debió formarse
una nueva concepción de la perfección, una criatura
pálida, enfermiza, idiotamente fanática, la dicha
santidad, la santidad que es simplemente una serie
de síntomas de un cuerpo empobrecido, enervado,
irremediablemente lesionado!...
El movimiento cristiano como movimiento europeo
es, a priori, un movimiento colectivo de los
elementos de desecho y de descarte de todo género
(los cuales quieren llegar con el cristianismo al poder).
No expresa el ocaso de una raza, es un agregado
de formas de decadencia provenientes de todo
lugar, las cuales se reúnen y se buscan. No es, como
se cree, la corrupción de la antigüedad misma, de la
noble antigüedad que hizo posible el cristianismo;
nunca se combatirá con suficiente saña, el idiotismo
erudito que aún sostiene una cosa semejante. En la
época en que las capas sociales enfermizas y dañadas
del chandala se cristianizaron en todo el imperio
romano, el tipo opuesto, la nobleza, existía
precisamente en su forma más hermosa y más dura.
El gran número alcanzó el poder; el democratismo
de los instintos cristianos venció... El cristianismo
no fue nacional, no se concretó a una raza; se dirigió
a todos los desheredados de la vida, encontró en
todas partes sus aliados. El cristianismo tiene en su
base el rencor de los enfermos, dirige sus instintos
contra los sanos, contra la salud. Todo lo que está
bien constituido, todo lo que es altivo, orgulloso,
sobre todo la belleza, lastima sus ojos y sus oídos.
Recordaré, una vez más, la inestimable frase de
Pablo: “Lo que es débil a los ojos del mundo, lo que es
loco para el mundo, lo que es innoble y despreciable
para el mundo, fue elegido por Dios”; ésta fue la
fórmula, in hoc signo llegó la decadencia.
Dios en la cruz, ¿todavía no se puede comprender
el terrible pensamiento oculto en este símbolo?
Todo lo que es sufrimiento, todo lo que está suspendido
de una cruz es divino... Todos nosotros
estamos suspendidos de una cruz, por consiguiente,
todos nosotros somos divinos... Nosotros solos
somos divinos... El cristianismo fue una victoria,
por él pereció una mentalidad más noble; el cristianismo
ha sido hasta hoy la más grande desgracia de
la humanidad.
52
El cristianismo está también en contradicción
con toda buena constitución intelectual; sólo puede
valerse de la razón enferma como razón cristiana,
toma el partido de todo lo que es idiota, lanza la
maldición sobre el espíritu, sobre la soberbia del espíritu
sano. Como la enfermedad pertenece a la
esencia del cristianismo, también el estado típico de
ánimo cristiano, la fe, debe ser una forma de enfermedad,
y todos los caminos rectos, honrados, científicos,
que conducen al conocimiento deben ser
refutados por la Iglesia como caminos prohibidos.
Ya la duda es un pecado... La falta completa de limpieza
psicológica en el sacerdote- que se revela en
su mirada- es un fenómeno y una consecuencia de la
decadencia; obsérvese de un lado las mujeres histéricas,
y de otro los niños de constitución raquítica, y
se verá que ordinariamente, la falsedad instintiva, el
placer de mentir por mentir, son manifestaciones de
decadencia. La fe significa no querer saber qué es la
verdad. El pietista, el sacerdote de ambos sexos, es
falso porque es un enfermo, su instinto exige que la
verdad no tenga razón en ningún punto.
“Lo que nos hace enfermos es bueno; lo que
proviene de la abundancia, del exceso, del poder, es
malo”; así piensa el creyente. Yo adivino a todo
teólogo predestinado por la esclavitud a la mentira.
Otro indicio del teólogo es su incapacidad para la
filología. Por filología debe entenderse aquí, en sentido
muy general, el arte de leer bien; de saber interpretar
los hechos, sin falsearlos con
interpretaciones; sin perder, por el deseo de comprender,
la prudencia, la paciencia, la finura. La
filología como ephexis en la interpretación; ya se trate
de libros o de noticias, de periódicos, de destinos o
de hechos meteorológicos, para no hablar de la salvación
del alma... El modo en que un teólogo, ya se
encuentre en Berlín o en Roma, interpreta una palabra
de la Escritura o un acontecimiento, una victoria
del ejército nacional, por ejemplo, bajo la alta luz de
los salmos de David, es siempre de tal manera audaz
que a un filólogo le hace perder la paciencia. ¿Y
qué decir cuando los pietistas y otras vacas de Suavia
justifican su miserable existencia cotidiana con el
dedo de Dios, y de él hacen un milagro de la gracia,
de la providencia; un milagro de santa experiencia?
El más modesto empleo del espíritu, para no decir
de la decencia, debería llevar a estos intérpretes a
persuadirse de la completa puerilidad e indignidad
de semejante abuso del dedo de Dios. Si se tuviese
en el cuerpo una medida de piedad, por pequeña
que fuera, un Dios que nos cura oportunamente de
un constipado o nos hace salir en coche en el momento
en que estalla un gran aguacero, debería ser
un Dios tan absurdo que, si existiese, debería ser
abolido. Un Dios cual mensajero, como cartero,
como mercader, es en el fondo una palabra para indicar
la más estúpida especie de todos los casos... La
Divina providencia, como es aquella en que todavía
cree en la Alemania “culta” una tercera parte de los
hombres, sería una objeción contra Dios como no
habría otra más formidable. Y en todo caso es una
objeción contra los alemanes.
53
Es tan falso que los mártires sufran algo por la
verdad de una cosa, que yo me atrevería a negar que
jamás un mártir haya tenido nunca nada que ver con
la verdad. En el tono en que un mártir lanza a la faz
del mundo su convicción, se manifiesta ya un grado
tan bajo de probidad intelectual, tal obtusidad para
el problema de la verdad, que nunca hace falta refutar
a un mártir. La verdad no es cosa que uno posea
y otro no: sólo ciudadanos o apóstoles de
ciudadanos a la manera de Lutero pueden pensar así
en la verdad. Se puede tener seguridad de que, según
el grado de conciencia en las cosas del espíritu, la
capacidad de decidir, la decisión en este punto será
siempre mayor. Ser competente en cinco cosas y
rehusar delicadamente ser competente en lo demás...
La verdad, como entiende esta palabra todo profeta,
todo librepensador, todo socialista, todo hombre de
Iglesia, es una perfecta prueba del hecho de que ni
siquiera ha comenzado aquella disciplina del espíritu
y aquella superación de sí mismo que es necesaria
para encontrar cualquier verdad, por mínima que
sea.
Los mártires, dicho sea de pasada, fueron una
gran desgracia en la historia, sedujeron... La conclusión
de todos los idiotas, comprendidas las mujeres
y el pueblo, de que tenga valor una causa por la cual
alguien afronta la muerte (o una causa que, como el
cristianismo primitivo, engendra epidemias de gentes
que corren a la muerte), esta conclusión dificultó
indeciblemente la investigación, el espíritu de la investigación
y de la circunspección. Los mártires hicieron
daño a la verdad... Hoy mismo basta una
cierta crueldad de persecución para crear un nombre
honorable a cualquier sectarismo carente en sí
de valor. ¿Cómo? ¿Cambia el valor de una causa el
hecho de que alguien exponga por ella la vida? Un
error que llega a ser honorable es un error que posee
un hechizo más para seducir: ¿creéis vosotros,
señores teólogos, que vamos a daros ocasión de haceros
mártires por vuestra mentira? Se refuta una
cosa poniéndola cuidadosamente en hielo; así se refuta
también a los teólogos...
Ésta fue, precisamente, en la historia del mundo
la estupidez de todos los perseguidores: que dieron
apariencia de honorabilidad a la causa de los adversarios,
que les hicieron el don del hechizo, del martirio...
Aún hoy la mujer se pone de rodillas ante un
error, porque se le ha dicho que alguien murió por
este error en la cruz. ¿Es pues, la cruz un argumento?
Pero sobre todas estas cosas hay uno que ha dicho
la palabra de que había necesidad desde hace
miles de años: Zaratustra.
“Éstos escribieron signos de sangre sobre la
senda que recorrieron, y su locura enseñó que con la
sangre se demuestra la verdad.
“Pero la sangre es el peor testimonio de la verdad;
la sangre envenena la más pura doctrina y la
cambia en locura y odio de los corazones.
“Y si alguien corre al fuego por su doctrina,
¿qué prueba esto? Más verdad es que la propia
doctrina surge del propio incendio.”
54
No nos dejemos engañar; los grandes espíritus
son escépticos. Zaratustra es un escéptico. La fortaleza,
la libertad proveniente de la fuerza y del exceso
de fuerza del espíritu se demuestra mediante el escepticismo.
Los hombres de convicciones no merecen
ser tomados en consideración para todos los
principios fundamentales de valor y no valor. Las
convicciones son prisiones. Los convencidos no
ven bastante lejos, no ven por debajo de sí; pero para
poder hablar de valor y no valor se deben mirar
quinientas convicciones por bajo de sí, detrás de sí...
Un espíritu que apetezca cosas grandes y que quiera
también los medios para conseguirlas, es necesariamente
escéptico. La libertad de toda clase de convicciones
forma parte de la fuerza, la facultad de
mirar libremente... La gran pasión, la base y la potencia
del propio ser, aun más iluminada y más despótica
que él mismo, toma todo su intelecto a su
servicio; nos limpia de escrúpulos; nos da el valor
hasta de usar medios impíos; en ciertas circunstancias
nos concede convicciones. La convicción puede
ser medio: muchas cosas se consiguen sólo por
medio de una convicción. La gran pasión tiene
necesidad de convicciones, hace uso de ellas, pero no
se somete a ellas, se sabe soberana.
Viceversa, la necesidad de creer, la necesidad de
un absoluto en el sí y en el no, el carlylismo, si se me
permite la expresión, es una necesidad de los débiles.
El hombre de la fe, el creyente de todo género,
es necesariamente un hombre dependiente, un
hombre que no puede ponerse como fin, que no
puede en general poner fines sacándolos de sí. El
creyente no se pertenece a sí mismo, sólo puede ser
un medio, debe ser empleado, tiene necesidad de
alguien que se valga de él. Su instinto atribuye el supremo
honor a la moral de la despersonalización; a
ésta le persuade todo: su habilidad, su experiencia,
su vanidad. Toda especie de fe es una expresión de
despersonalización, de renuncia de sí mismo... Si
pensamos cuán necesario es a la mayor parte de los
hombres un regulador que les ligue y les fije desde el
exterior, y cuánto la constricción, o en sentido más
elevado, la esclavitud, es la única y última condición
en que prospera el hombre débil de voluntad, y especialmente
la mujer, se comprende también la convicción
o fe. El hombre de convicciones tiene en la
fe su espina dorsal. No ver muchas cosas, no sentirse
cautivo de nada, ser siempre hombre de partido,
tener una óptica severa y necesaria en todos los valores,
todo esto es condición de la existencia de semejante
especie de hombres. Pero con esto se es lo
contrario, el antagonista del veraz, de la verdad... El
creyente no es libre de tener en general una conciencia
para el problema de verdadero y no verdadero:
el ser leales en este punto sería pronto su
ruina. La dependencia patológica de su óptica hace
del hombre convencido un fanático- Savonarola,
Lutero, Rousseau, Robespierre, Saint-Simon-, el tipo
opuesto del espíritu fuerte y libre. Pero las grandes
actitudes de estos espíritus enfermos, de estos epilépticos
de la idea, impresionan a la masa; los fanáticos
son pintorescos, la humanidad prefiere ver
actitudes a oír argumentos...
55
Demos un paso más en la psicología de la convicción,
de la fe. Ya durante largo tiempo he invitado
yo a considerar si las convicciones no son
enemigas más peligrosas de la verdad que las mentiras-
Humano, demasiado humano, I, aforismo 483-.
Ahora quisiera plantear la pregunta decisiva: ¿Existe
en general una contradicción entre la convicción y la
mentira? Todos creen que si; pero ¡qué no cree la
gente! Toda convicción tiene su historia, sus formas
previas, sus errores; se convierte en convicción después
de mucho tiempo de no serlo, después de haber
sido durante largo tiempo apenas tal convicción.
¿Cómo? ¿No podría también existir la mentira en
estas formas embrionarias de la convicción? Algunas
veces sólo hubo necesidad de un cambio de
persona: en el hijo llega a ser convicción lo que en el
padre era todavía mentira. Por mentira entiendo yo
no querer ver una cosa que se ve, no querer verla en
el modo que se la ve; no tiene importancia el hecho
de que la mentira se realice ante testigos o sin testigos.
La mentira más común es aquella con la que
nos engañamos a nosotros mismos; mentir a los
demás es relativamente el caso excepcional.
Ahora bien: este negarse a ver lo que se ve, este
no querer ver en el modo que se ve una cosa, es casi
la primera condición de todos los que forman un
partido, en cualquier sentido; el hombre de partido
se hace necesariamente un hombre que miente. Por
ejemplo, los historiadores alemanes están convencidos
de que Roma fue el despotismo, que los alemanes
han traído al mundo el espíritu de libertad.
¿Qué diferencia hay entre esta convicción y una
mentira? ¿Nos podríamos asombrar si por instinto
todos los partidos, aún el partido de los historiadores
alemanes, tuvieran en la boca las grandes frases
de la moral, si la moral sobrevive casi sólo porque el
hombre de partido de cualquier género tiene necesidad
de ellas a cada instante? “Ésta es nuestra convicción:
nosotros la profesamos a la faz de todo el
mundo, vivimos y morimos por ella- ¡respetad a todo
el que tiene convicciones!”-; cosas de esta índole
he oído yo, hasta en boca de los antisemitas. ¡Al
contrario, señores míos! Un antisemita no es más
respetable por el hecho de que mienta sistemáticamente...
Los sacerdotes, que en tales cosas son más
sutiles y comprenden perfectamente la objeción implícita
en el concepto de convicción, o sea de la
mentira sistemática, porque va dirigida a un fin, han
heredado de los hebreos la habilidad de introducir
en este lugar la idea de Dios, voluntad de Dios, revelación
divina. El mismo Kant, con su imperativo
categórico, se encontró en el mismo caso: aquí su
razón se hizo práctica.
Hay problemas en los que la decisión sobre la
verdad o falsedad que contienen no está concedida
al hombre: todos los más elevados problemas,
todos los sublimes problemas de valor se encuentran
más allá de la razón humana... Comprender los límites
de la razón, esto es precisamente la filosofía...
¿A qué fin concedió Dios al hombre la revelación?
¿Habría hecho cosa superflua? El hombre no puede
saber por sí mismo qué es el bien y el mal; por eso
Dios le enseñó su voluntad... Moraleja: el sacerdote
no miente, no existe el problema de verdadero o no
verdadero en las cosas de que hablan los sacerdotes;
estas cosas no permiten mentir. Porque para mentir
se debería poder decidir qué es lo verdadero; pero el
hombre no puede hacer esto; por consiguiente, el
sacerdote no es mas que el intérprete de Dios.
Semejante silogismo de los sacerdotes no es
simplemente judaico y cristiano: el derecho de mentir
y la habilidad de la revelación son propios del
tipo sacerdote, tanto de los sacerdotes de la decadencia
como de los del paganismo (paganos son
aquellos que dicen sí a la vida, para los cuales Dios
es la palabra para decir sí a todas las cosas). La ley,
la voluntad de Dios, el libro sagrado, la inspiración,
son sólo palabras para indicar las condiciones en las
cuales el sacerdote adquiere el poder, por las cuales
conserva su poder; estos conceptos se encuentran
en la base de todas las organizaciones sacerdotales,
de todas las formaciones sacerdotales y filosófico-
sacerdotales. La santa mentira es común a Confucio,
al Código de Manú, a Mahoma, a la Iglesia
cristiana: no falta en Platón. La verdad está aquí;
estas palabras, dondequiera que son pronunciadas,
significan: el sacerdote miente...
56
Finalmente, es importante el fin por el cual se
miente. Mi objeción contra los medios empleados
por el cristianismo es ésta: que en él faltan los fines
santos. Sólo fines malos: envenenamiento, calumnias,
negación de la vida, desprecio del cuerpo, envilecimiento
y corrupción del hombre mediante el
concepto de pecado; por consiguiente, también sus
medios son malos.
Yo leo con sentimiento opuesto el Código de
Manú, obra incomparablemente más intelectual y
superior; sería un pecado contra el Espíritu el nombrarle
juntamente con la Biblia. Pronto se comprende
por qué: porque tiene detrás de sí una verdadera
filosofía; la tiene en sí, y no solamente un judaísmo
maloliente, mezcla de rabinismo y de superstición;
da a morder algo, hasta al psicólogo más estragado.
No olvidemos lo principal, la diferencia fundamental
de toda especie de Biblia; con el Código de
Manú, las clases nobles, los filósofos y los guerreros
conservan su poder sobre las masas: por todas partes
valores nobles, un sentido de perfección, una
afirmación de la vida, un sentimiento triunfal de satisfacción
de sí mismo y de la vida, sobre todo el
libro brilla el sol. Todas las cosas sobre las cuales el
cristiano desahoga su inagotable vulgaridad, por
ejemplo, la generación, la mujer, el matrimonio, son
tratadas aquí seriamente, con respeto, con amor y
confianza. ¿Cómo poner en las manos de las mujeres
y de los niños un libro que contiene aquellas abyectas
palabras: “Para evitar la prostitución que
tenga cada uno una mujer propia y cada mujer un
hombre...; es mejor casarse que abrasarse?” Y ¿se
puede ser cristiano siendo así que con el concepto
de la inmaculada concepción el nacimiento del
hombre es cristianizado, esto es, maculado?...
Yo no conozco libro alguno en que se diga a la
mujer tantas cosas buenas y tiernas como en el Código
de Manú; aquellos viejos santones tratan a la
mujer con una gracia y delicadeza que acaso no ha
sido superada nunca. “La boca de una mujer- se lee
allí-, el seno de una joven, la oración de un niño, el
humo del sacrificio, son siempre puros.” Y en otro
lugar: “No hay nada más puro que la luz del sol, la
sombra de una vaca, el aire, el agua, el fuego y la
respiración de una joven.” Un último pasaje, que es
quizá también una santa mentira: “Todas las aberturas
del cuerpo por encima del Ombligo son puras,
las de debajo son impuras. Sólo en la virgen es puro
todo el cuerpo.”
57
Se toma en flagrante la insanía de los medios de
que se vale el cristiano cuando se compara el fin del
cristianismo con el del Código de Manú; cuando se
pone de manifiesto este contraste de fines. El crítico
del cristianismo no puede menos de hacerle despreciable.
Un Código como el de Manú, nace como nace
todo buen Código: resume la experiencia, la
sabiduría y la moral experimental de largos milenios;
concluye, no crea. La premisa de una codificación
de este género es el juicio que los medios con que
crear autoridad a una verdad conquistada lentamente
y a caro precio sean profundamente diversos
de aquellos por los que se podría demostrar aquella
verdad. Un Código no relata nunca la utilidad, las
razones, la casuística de los precedentes de una ley:
porque con ello perdería el tono imperativo, el tú
debes, la condición para ser obedecido. El problema
estriba precisamente en esto.
En un cierto punto de la evolución de un pueblo,
la clase más juiciosa, o sea la que sabe mirar
atrás y a lo lejos, declara establecida la práctica según
la cual se debe o se puede vivir.
El fin de esta clase es hacer una recolección lo
más posible rica y constante de los tiempos de experimentación
y de las malas experiencias. Ante todo,
de lo que nos debemos guardar es de la continuación
del experimento, de la preexistencia de un estado
fluido de valores, del indagar, del elegir, del
criticar los valores hasta el infinito. Contra esto se
alza un doble muro; ante todo la revelación, o sea la
afirmación de que la razón de aquellas leyes no es
de origen humano, no ha sido buscada y encontrada
lentamente entre errores, sino que ésta, como de
origen divino, es completa, perfecta, sin historia, un
don, un milagro, simplemente comunicada... En segundo
lugar, la tradición, o sea la afirmación de que
la ley existía ya desde tiempo antiquísimo, y que el
ponerla en duda sería contrario a la piedad, sería un
delito con-tra los antepasados. La autoridad de la
ley se funda en estas dos tesis: Dios la dio, los antepasados
la observaron.
La razón superior de semejante procedimiento
se encuentra en la intención de constreñir a la conciencia
a que se retire, paso a paso, de la vida reconocida
por justa (o sea demostrada por una
experiencia enorme y sutilmente tamizada), de modo
que se consiga el perfecto automatismo del instinto;
esta premisa de todo género de maestría y de
perfección en el arte de la vida. Fijar un Código a la
manera de Manú significa brindar a un pueblo la facultad
de hacerse maestro, de llegar a ser perfecto,
de aspirar al supremo arte de vida. “A tal fin hay
que hacerle inconsciente”; tal es el fin de toda santa
mentira.
La ordenación de las castas, la ley suprema y
dominante, es sólo la sanción de una ordenación
natural, de una ley natural de primer orden, sobre la
cual no tiene poder ningún arbitrio, ninguna idea
moderna. En toda sociedad sana se distinguen entre
si, condicionándose recíprocamente, tres tipos, que
fisiológicamente tienen una gravitación distinta, cada
uno de los cuales tiene su propia higiene, un
campo de trabajo propio, una cualidad propia de
sentimientos de la perfección y de la maestría. La
naturaleza y no Manú es la que separa a los hombres
que dominan por su entendimiento, por la fuerza de
los músculos o del carácter, de aquellos que no se
distinguen por ninguna de estas cosas de los mediocres;
estos últimos constituyen el mayor número,
los otros son la flor de la sociedad. La clase más alta-
yo la llamo los poquísimos- por ser perfecta tiene
también los privilegios correspondientes a los poquísimos:
entre los cuales está el representar la felicidad,
la belleza, la bondad en la tierra. Únicamente
a los hombres más intelectuales les es permitida la
belleza: sólo en ellos no es debilidad la bondad.
Pulchrum est paucorum hominum; la belleza es un
privilegio. Nada es menos permitido a aquellos que
las maneras feas o una mirada pesimista, una mirada
que afea, o una indignación ante el aspecto de conjunto
de las cosas. La indignación es el privilegio del
chandala; e igualmente el pesimismo. El mundo es
perfecto; así habla el instinto de los más intelectuales,
el instinto que afirma: la imperfección, las cosas
de todo género que están por bajo de nosotros, la
distancia, el pathos de la distancia, el chandala mismo
forma parte también de esta perfección.
Los hombres más intelectuales, como son fuertes,
encuentran su felicidad allí donde otros encontrarían
su ruina: en el laberinto, en la dureza consigo
mismos y con los demás, en el experimento; su goce
consiste en vencerse a sí mismos; el ascetismo es en
ellos necesidad, instinto; y para ellos es un recreo
jugar con vicios que destruirían a otros... El conocimiento
es una forma del ascetismo.
Estos son la especie más honorable de hombres:
esto no excluye que sean la especie más serena
y más amable. Dominan, no porque quieran, sino
porque existen; no les es lícito ser los segundos. Los
segundos: tales son los guardianes del derecho, los
administradores del orden y de la seguridad, los nobles
guerreros y sobre todo el rey considerado como
la más alta fórmula del guerrero, del juez y del
conservador de la ley. Los segundos son los ejecutores
de los intelectuales; la cosa más próxima a
ellos, los que les quitan todo lo que es grosero en el
trabajo de dominación, su séquito, su mano derecha,
sus mejores discípulos. En todo esto, lo repetimos,
no hay nada de arbitrario, nada de fatal, lo que es
diverso es artificial, entonces se hace daño a la naturaleza...
La ordenación de las castas, la jerarquía, formula
solamente la ley suprema de la vida misma; la separación
de los tres tipos es necesaria para la conservación
de la sociedad para hacer posibles tipos más
altos y altísimos; la desigualdad de los derechos es
precisamente la condición para que haya derechos
en general. Un derecho es un privilegio. Según su
modo de ser cada cual tiene su privilegio. No despreciamos
los derechos de los mediocres. La vida es
siempre más dura conforme se va elevando aumenta
el frío, aumenta la responsabilidad. Una gran civilización
es un pirámide: sólo puede vivir en un terreno
amplio, tiene como primera condición una
mediocridad fuerte y sanamente consolidada. El oficio,
el comercio, la agricultura, la ciencia, gran parte
del arte; en una palabra, todo el complejo de la actividad
profesional se armoniza únicamente con la
moderación en el poder y en el desear; estaría fuera
de lugar entre las excepciones, el instinto que le es
propio contradiría tanto el aristocratismo como el
anarquismo. Para ser una utilidad pública, una rueda,
una función, es necesario un destino natural: lo
que hace de los hombres máquinas inteligentes no
es la sociedad, no es el género de felicidad de que
son simplemente capaces la mayor parte de los
hombres. Para los mediocres, ser mediocres es una
felicidad; la maestría en una sola cosa; la especialidad
es para los mediocres un instinto natural. Seria
totalmente indigno de un espíritu profundo ver ya
una objeción en la mediocridad en si. Es, por el
contrario, la primera cosa necesaria para que pueda
haber excepciones; una alta civilización tiene por
condición la mediocridad. Si el hombre de excepción
maneja precisamente a los mediocres con manos
más delicadas que las que emplea para
manejarse él y a sus iguales, ésta no es sólo una
cortesía del corazón; es simplemente su deber... ¿A
quiénes odio yo más entre la plebe moderna? A la
plebe socialista, a los apóstoles de los Tschandala,
que minan en el obrero el instinto, el goce, el sentimiento
de contentarse con su propia existencia pequeña,
que le hacen envidioso, que le enseñan la
venganza... La injusticia no se encuentra nunca en la
desigualdad de derechos; se encuentra en la exigencia
de derechos iguales... ¿Qué es lo malo? Pues ya
lo he dicho: todo, lo que nace de la debilidad, de
envidia, de venganza. El anarquista y el cristiano
tienen un mismo origen.
58
En realidad, el fin por que se miente constituye
una diferencia: según que con este fin se quiera conservar
o destruir. Se puede instituir una igualdad
perfecta entre el cristiano y el anarquista: su objeto,
su instinto, tiende solamente a la destrucción. Basta
leer la historia para sacar de ella la prueba de esta
afirmación: la historia la presenta con terrible claridad.
Ya hemos aprendido a conocer un Código religioso
que tiene por objeto perpetuar la más alta
condición de prosperidad de la vida, esto es, una
gran organización de la sociedad; el cristianismo encontró
su misión de poner término precisamente a
tal organización, porque en ella la vida prosperaba.
Con esto, los resultados de la razón durante largas
épocas de experiencia y de incertidumbre debían ser
empleados para una remota utilidad, y la cosecha
debía ser tan grande, tan rica, tan completa como
fuera posible: aquí, por el contrario, la cosecha fue
envenenada por la noche... Lo que existía aere perennius,
el imperium romanum, la más grandiosa
forma de organización en circunstancias difíciles
hasta ahora realizada, en comparación con la cual
todo lo anterior, todo lo posterior es artificio,
chapucería, diletantismo; aquellos santos anarquistas se
impusieron el religioso deber de destruirlo, de destruir
el mundo, esto es, el imperium romanum, hasta
que no quedase piedra sobre piedra, hasta que los
germanos y otros rudos campesinos se hicieron
dueños de él. El cristiano y el anarquista: ambos decadentes,
ambos incapaces de obrar de otro modo
que disolviendo, envenenando, entristeciendo, chupando
sangre; ambos poseídos del instinto del odio
mortal contra todo lo que existe, lo que es grande, lo
que dura, lo que promete un porvenir a la vida... El
cristianismo fue el vampiro del imperium romanum;
una noche hizo inconsciente la obra enorme de los
romanos, la de conquistar el terreno para una gran
civilización que tuviera para sí el tiempo.
¿No se comprende todavía? El imperium romanum
que nosotros conocemos, que la historia de las
provincias romanas nos muestra cada vez mejor,
esta admirable obra de arte de gran estilo, fue un
comienzo, su construcción estaba calculada para
demostrar su bondad en miles de años; hasta hoy
no se construyó nunca, ni siquiera se soñó nunca
construir en igual medida subspecie aeterni.
Esta organización era bastante sólida para soportar
malos emperadores: la calidad de las
personas no tiene nada que ver en estas cosas, primer
principio de toda gran arquitectura. Pero este principio
no fue bastante sólido contra la más corrompida
especie de corrupción, contra los cristianos...
Este oculto gusano, que en la noche, en la niebla y
en el equívoco se insinuaba entre todos los individuos
y quitaba a todo individuo la seriedad para las
cosas verdaderas, el instinto en general para la realidad,
esta banda vil, afeminada y dulzona, fue poco a
poco haciendo extrañas a las almas a aquella prodigiosa
construcción, esto es, aquellas naturalezas
preciosas, virilmente nobles, que en la causa de Roma
vieron su propia causa, su propia seriedad, su
propio orgullo. La socarronería de los hipócritas, el
secreto de los conventículos, conceptos sombríos
como infierno, sacrificio del inocente, unio mystica
al beber la sangre, sobre todo el fuego de la venganza
lentamente avivado, de la venganza del chandala,
esto venció a Roma, la misma especie de religión a
la cual, en la forma en que preexistió, ya Epicuro le
había declarado la guerra. Léase a Lucrecio para
comprender qué fue lo que Epicuro combatió; no
fue el paganismo, sino el cristianismo, o sea la corrupción
de las almas por obra del concepto de culpa,
de castigo y de inmortalidad. Combatió los
cultos subterráneos, todo el cristianismo latente; negar
la inmortalidad fue ya una verdadera liberación.
Y Epicuro hubiera vencido, todo espíritu culto era
epicúreo en el Imperio romano: entonces apareció
Pablo... Pablo, el odio contra el mundo, el hebreo, el
hebreo errante por excelencia... Comprendió que
con el pequeño movimiento sectario cristiano, se
podría, fuera del cristianismo, provocar un incendio
mortal, como con el símbolo de Dios en la Cruz se
podría reunir, para hacer con ello un poder enorme,
todo lo que estaba abajo y tenía secretas intenciones
de revuelta, todo el conjunto de movimientos anárquicos
en el imperio. La salvación viene de los judíos.
El cristianismo fue una fórmula para superar y
sumar los cultos subterráneos de todas clases, el de
Osiris, el de la Gran Madre, el de Mitra, por ejemplo;
en esta visión consistió el genio de Pablo. En
este punto su instinto fue tan seguro que puso en
labios, y no sólo en labios, del Salvador, las ideas
con que seducían las religiones de los chandalas, haciendo
descarada violencia a la verdad; y en hacer
del Salvador una cosa que pudiera comprenderla
también un sacerdote de Mitra... Éste fue su momento
de Damasco: comprendió que tenía necesidad
de la creencia en la inmortalidad para desacreditar
el mundo, y que el concepto de infierno
vencería también de Roma, que con el más allá se
destruye la vida... Nihilista y cristiano son cosas que
van de acuerdo...
59
De este modo fue anulada toda la labor del
mundo antiguo: no encuentro palabras con que expresar
mis sentimientos ante un hecho tan monstruoso.
Y considerando que aquel trabajo era una
preparación, que precisamente entonces se echaban
las bases para un trabajo de milenios con granítica
conciencia, repito que todo el sentido del mundo
antiguo fue destruido. ¿A qué fin los griegos? ¿A
qué fin los romanos? Todas las condiciones de una
docta cultura, todos los métodos científicos existían
ya, ya se había encontrado el gran arte, el incomparable
arte de leer bien; esta condición preliminar de
una tradición de cultura, de la unidad de la ciencia,
la ciencia natural en unión con la matemática y la
mecánica, se encontraba en el mejor camino; el sentido
de los hechos, el último y más precioso de todos
los sentidos, tenía sus escuelas, su tradición ya
vieja de siglos. ¿Se comprende esto? Todo lo
esencial se había encontrado, se estaba en condiciones
de ponerse al trabajo: los métodos, preciso es decirlo
diez veces, son lo esencial, y son también la
cosa más difícil y lo que tiene contra sí, durante más
tiempo, el hábito y la pereza. Lo que nosotros hoy
hemos reconquistado empleando indecible violencia
sobre nosotros mismos, porque todos teníamos aún
en cierto modo en el cuerpo los malos instintos, los
instintos cristianos, la mirada libre frente a la realidad,
la mano circunspecta, la paciencia y la seriedad
en las cosas mínimas, toda la probidad del conocimiento,
existía ya cerca de dos milenios hace. Y
además existía el tacto, el buen gusto, el gusto delicado.
No como adiestramiento de cerebros. No
como cultura alemana por estilo mazacote, sino como
cuerpo, como gestos, como instinto...; en una
palabra, como realidad... ¡Todo en vano! ¡En veinticuatro
horas no quedó más que un recuerdo!
¡Griegos! ¡Romanos! ¡La nobleza del instinto, el
gusto, la investigación metódica, el genio de la organización
y de la administración, la creencia y la voluntad
de un porvenir para el hombre, el gran sí a
todas las cosas visibles en calidad de imperium romanum
visible a todos los sentidos, el gran estilo
que no era ya simplemente arte, sino que se había
convertido en realidad, caridad, vida..., y no sepultado
en veinticuatro horas en virtud de un fenómeno
natural! ¡No destruido por los germanos y otros
pueblos groseros, sino arruinado por vampiros astutos,
escondidos, invisibles, enemigos! No vencido,
sino chupado... ¡La oculta sed de venganza, la pequeña
envidia elevada a dueña! ¡Todo lo que es miserable,
todo lo que sufre de sí mismo, todo lo que
está animado de malos sentimientos, todo el mundo
del ghetto que brota de una vez del alma y sube a lo
alto!
Léase cualquier agitador cristiano, por ejemplo,
San Agustín, y se comprenderá, se olerá qué inmunda
gente subió al poder. Nos engañaríamos completamente
si creyésemos que carecían de
entendimiento los jefes del movimiento cristiano:
¡Oh, eran hábiles, hábiles hasta la santidad aquellos
señores Padres de la Iglesia! Lo que les faltaba era
otra cosa muy distinta. La naturaleza los ha olvidado,
olvidó darles una modesta dote de instintos estimables,
decorosos, puros... Entre nosotros éstos
no son ni siquiera hombres... Si el Islam desprecia al
cristianismo, tiene mil razones para ello: el Islam
presupone hombres...
60
El cristianismo nos robó la cosecha de la civilización
antigua, y más tarde nos robó la cosecha de
la civilización del Islam. El maravilloso mundo morisco
de cultura, en España, que en el fondo nos es
mucho más afín y habla a nuestros sentidos y a
nuestro gusto mucho más que Roma y Grecia, fue
pisoteado (no digo por qué pies). ¿Por qué? Porque
era noble, porque debía su nacimiento a instintos
viriles, porque afirmaba la vida con los más raros y
preciosos refinamientos de las costumbres moriscas...
Más tarde los cruzados combatieron una cosa
ante la cual les hubiera sido mejor postrarse en el
polvo, una civilización frente a la cual hasta nuestro
siglo XIX puede aparecer muy pobre, muy tardío.
Ciertamente, los cruzados querían hacer botín: el
Oriente era rico... Despojémonos de prejuicios: los
cruzados fueron la más alta piratería, y nada más. La
nobleza alemana, en el fondo nobleza de vikingos,
se encontró en su elemento con las cruzadas: la
Iglesia sabía harto bien de qué modo se podía ganar
a la nobleza alemana... La nobleza alemana, que fue
siempre lo que fueron los suizos, los mercenarios
para la Iglesia, siempre al servicio de los malos instintos
de la Iglesia, estaba, sin embargo, bien pagada...
Precisamente con la ayuda de las espadas
tudescas, del valor y la sangre tudesca, condujo la
Iglesia su guerra mortal contra todo lo que es noble
en la tierra.
Aquí se presenta una cantidad de preguntas
dolorosas. La nobleza alemana falta casi completamente
en la historia de la cultura superior: se adivina
el motivo... Cristianismo, alcohol, los dos grandes
medios de corrupción... En sí no se puede elegir
entre cristianos e Islam, entre un árabe y un hebreo.
La decisión está ya hecha: nadie es libre de hacer
aquí una elección. O se es un chandala o no se es un
chandala: “¡Guerra a muerte a Roma! ¡Paz, amistad
con el Islam!”: así pensó, así hizo todo espíritu libre,
aquel genio entre los emperadores alemanes, Federico
II. ¿Cómo? ¿Es que un alemán tiene que ser
precisamente un genio, un librepensador, para tener
sentimientos decorosos? Yo no comprendo cómo
un alemán pudo nunca tener sentimientos cristianos...
61
Aquí es preciso volver a evocar un recuerdo que
es aún cien veces más penoso para los alemanes.
Los alemanes han robado a la Europa la última gran
cosecha, la última cosecha que ha producido Europa,
la del Renacimiento. ¿Se comprende fácilmente,
se quiere comprender qué fue el Renacimiento? Fue
la transmutación de los valores cristianos, fue una
tentativa, hecha por todos los medios, con todos los
instintos, con todo el genio, para conducir a la victoria
los valores contrarios, los valores nobles...
Hasta ahora no ha habido mas que esta gran guerra,
hasta ahora no ha habido posición de problemas
más decisiva que la obrada por el Renacimiento, mi
problema es su problema...: ni tampoco ha habido
una forma de asalto más sistemática, más derecha,
más severamente desencadenada sobre todo el
frente así como contra el centro. Atacar en el punto
decisivo, en la sede del cristianismo, poner allí en el
trono los valores nobles, o sea introducirlos en los
instintos, en las más profundas necesidades y deseos
de los que tenían allí su sede... Yo veo ante mí
una posibilidad de fascinación y de encanto de
aquellos, completamente subterránea: me parece que
esta posibilidad resplandece en todos los estremecimientos
con una belleza refinada, que en ella obra
un arte, tan divino, tan diabólicamente divino, que
en vano se encontraría a través de milenios una segunda
posibilidad semejante: veo un espectáculo tan
rico de sentido, y, al mismo tiempo, tan maravillosamente
paradójico, que todas las divinidades del
Olimpo habrían prorrumpido en una carcajada inmortal:
“¡César Borja papa!” ¿Se me entiende? Pues
bien: ésta habría sido la victoria que hoy yo solo deseo...;
¡con ésta, el cristianismo quedaba abolido!...
¿Qué sucedió en cambio? Un fraile alemán, Lutero,
llegó a Roma. Este fraile, que tenía en el cuerpo
todos los instintos vengativos de un sacerdote fracasado,
surgió en Roma contra el Renacimiento...
En lugar de comprender con profundo reconocimiento
el prodigio acaecido, la derrota del cristianismo
en su sede, su odio supo sacar de aquel
espectáculo su propio sustento. El hombre religioso
no piensa nunca mas que en sí mismo.
Lutero vio la corrupción del papado, siendo así
que se podía tocar con la mano precisamente lo
contrario: la antigua corrupción, el peccatum originale,
el cristianismo no se sentaba ya en la silla papal.
Por el contrario, se sentaba la vida, el triunfo de
la vida. El gran sí a todas las cosas bellas, altas, audaces...
Y Lutero restableció la Iglesia: la atacó... El
Renacimiento: un hecho sin sentido, un gran en vano.
¡Ah, estos alemanes, cuánto nos han costado ya!
Hacer todas las cosas vanas: tal fue siempre la obra
de los alemanes. La Reforma; Leibniz; Kant y la
llamada filosofía alemana; las guerras de liberación;
el imperio; cada vez fue reducida a la nada una cosa
que ya existía, una cosa irrevocable... Estos alemanes
son mis enemigos, yo lo confieso; en ellos desprecio
yo toda especie de impureza de ideas y de valores,
de vileza frente a todo sincero sí y no. Desde hace
casi mil años han confundido y embrollado todo lo
que han tocado con sus dedos; tienen en la conciencia
hechas a medias, hechas por tres octavas
partes, todas las cosas de que la Europa padece; tienen
también sobre su conciencia la más impura especie
de cristianismo que existe, la más insana, la
más irrefutable, el Protestantismo... Si no nos desembarazamos
del cristianismo, los alemanes tienen
la culpa...
62
Con esto he llegado al fin y expreso mi juicio.
Yo condeno el cristianismo, yo elevo contra la Iglesia
cristiana la más terrible de todas las acusaciones
que jamás lanzó un acusador. Para mí, es la más
grande de todas las corrupciones imaginables, tuvo
la voluntad de la última corrupción imaginable. La
Iglesia cristiana no dejó nada libre de su corrupción;
de todo valor hizo un no valor, de toda verdad una
mentira, de toda probidad una bajeza de alma. Y todavía
se atreven a hablarme de los beneficios que ha
reportado a la humanidad. Suprimir cualquier miseria
era cosa contraria a su más profundo interés: vive
de miserias, creó miserias para eternizarse... Por
ejemplo, el gusano del pecado: la Iglesia fue precisamente
la que enriqueció a la humanidad con esta
miseria...
La igualdad de las almas ante Dios, esta falsedad,
este pretexto para los rencores de todos aquellos
que tienen el ánimo abyecto, esta idea que es un
explosivo y que terminó por convertirse en una revolución,
idea moderna y principio de decadencia
de todo el orden social, es dinamita cristiana... ¡Los
beneficios humanitarios del cristianismo! Éste hizo
de la humanitas una contradicción consigo misma,
un arte de arruinarse a sí mismo, una voluntad de
mentir a toda costa, un desprecio y una repugnancia
contra todos los instintos buenos y honrados. Éstas
son para mí las bendiciones aportadas por el cristianismo.
El parasitismo como única práctica de la
Iglesia; la Iglesia, que con sus ideales anémicos, con
sus idealidades de santidad, chupa de la vida toda la
sangre, todo el amor, toda la esperanza; el más allá
como voluntad de negar toda realidad; la cruz como
signo de reconocimiento por la más subterránea
conjura que jamás ha existido, conjura contra la salud,
contra la belleza, contra el bienestar, contra la
bravura, con-tra el espíritu, contra la bondad del
alma, contra la vida misma...
Yo quiero escribir sobre todas las paredes esta
eterna acusación contra el cristianismo, allí donde
haya paredes; yo poseo una escritura que hace ver
aun a los ciegos... Yo llamo al cristianismo la única
gran maldición, la única gran corrupción interior, el
único gran instinto de venganza, para el cual ningún
medio es bastante venenoso, oculto, subterráneo,
pequeño; yo la llamo la única inmortal vergüenza de
la humanidad.
¡Y se computa el tiempo partiendo del dies nefastus
con que comenzó esta fatalidad, desde el primer
día del cristianismo! ¿Y por qué no mejor desde
su último día? ¿Desde hoy? ¡Transmutación de todos
los valores!...

algo para leer