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EN LOS LIMITES DE LA REALIDAD

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jueves, 31 de mayo de 2012

LOS SENDEROS BRILLANTES -- LA TABLA DE ESMERALDA





DOLORES ASHCROFT-NOWICKI

LOS SENDEROS BRILLANTES
Un viaje experimental por el Arbol de la Vida



LA TABLA DE ESMERALDA


Las preguntas de los cuarenta y dos asesores

Título
Nombre divino
Arcángel
Orden angélica
Chakra Mundano
1
Kehter
Eheieh
Metatron
Chaioth ha Qadesh
Rashit ha Gilgalim
2
Chocmah
Jah or Jehovah
Ratziel
Auphanim
Masloth
3
Binah
Jehovah Elohim
Tzaphkiel
Aralim
Shabathai
4
Chesed
El
Tzadkiel
Chasmalim
Tzadekh
5
Geburah
Elohim Gebor
Khamael
Seraphim
Madim
6
Tiphereth
Jehovah Aloah va Daath
Rafael
Malachim
Shemesh
7
Netzach
Johova Tzabaoth
Haniel
Elohim
Nogah
8
Hod
Elhim Tzabaoth
Miguel
Beni Elohim
Kobab
9
Yesod
Shaddai el chai
Gabriel
Cherubim
Levanah
10
Malkuth
Adonai malekh
Sandalphon
Ashim
Cholem Yesodoth

Título
Nombre divino
Arcángel
Orden angélica
Chakara Mundano
1
La corona
Soy o vengo al ser

Criaturas Sagradas
Primero remolinos. Primum Mobile
2
Sabiduría
El Señor

Ruedas
La Esfera del Zodíaco
3
Entendimiento
El Señor Dios

Tronos
Descanso -
 Saturno
4
Piedad
Dios. El Todopoderoso

Brillantes
Rectitud -
Júpiter
5
Severidad
Dios de las Batallas

Serpientes de Fuego
Fuerza vehemente - Marte
6
Belleza
Dios Todopoeroso

Reyes
La Luz Solar -
Sol
7
Victoria
Señor de las Huestes

Dioses
Brillante Esplendor - Venus
8
Gloria
Dios de las Huestes

Hijos de Dios
Luz Estelar - Mercurio
9
La Fundación
El Dios Vivo Todopoderoso

El Fuerte
Llama Lunar - Luna

10
El reino
El Señor y Rey

Almas de Fuego
El que Rompe las Fundaciones Los Elementos - Tierra


INTRODUCCIÓN
Aunque este libro está dirigido principalmente a quienes tienen ya algún conocimiento del árbol de la vida y del arte de los senderos de trabajo, también los estudiantes que estén iniciando sus trabajos ocultos lo encontrarán útil e informativo. Todos los senderos de trabajo que aparecen en estas páginas han sido plenamente comprobados por estudiantes avanzados y por otros que comparativamente podrían considerarse como recién llegados. Algunos están sacados de la escuela de los Siervos de la Luz, y otros de personas que trabajan sin una disciplina formal. Por tanto, el recién llegado puede probarlos con poca o ninguna aprensión.
Al hablar de los 32 caminos del árbol de la vida debemos recordar que sólo hay 22 que vinculan realmente las esferas con lo que podría llamarse un camino o sendero. Los otros 10 son las propias esferas o las emanaciones del árbol. Podríamos describirlas como lagunas o reservas de influencia, las cuales actúan como estación término al principio y al final de cada sendero. Su mayor importancia dentro de los senderos de trabajo deriva del hecho de que recogen y mantienen los rastros y los ecos de los caminos que entran y salen de ellas. Por el modelo entretejido del árbol, eso significa que cada esfera contiene partículas de influencia extraídas no sólo de las otras, sino también de los caminos que las conectan. Esta interrelación de influencias es lo que está tras la enseñanza cabalística de que hay «un árbol en cada esfera».
Ello hace que se incremente mucho el efecto sobre cualquiera que utilice las esferas como terreno de entrenamiento, y por ese motivo han sido tratadas de modo distinto y les hemos dado el nombre de «experiencia» en lugar del de sendero. La palabra sendero o camino es una de las muchas que se utilizan para describir las conexiones entre una y otra esfera; a veces se les da el nombre de claves, pasadizos o incluso líneas «ley». Atraviesan el campo de la mente y pueden destapar los abundantes recursos de ideas, capacidades y habilidades que se hallan bajo la superficie de la conciencia normal como si se tratara de una veta de oro.
Los puristas de la tradición cabalística pueden poner objeciones ligeras a esta utilización de los senderos, pero como todos los mandalas, el árbol de la vida es simplemente una plantilla, una herramienta que debe ser empleada por el hombre. Adecuadamente utilizado, puede permitirnos una comprensión más profunda de nuestro ser, y el auto-conocimiento es una de las grandes búsquedas de la humanidad. La tradición también es buena y tiene su lugar en el esquema de las cosas, pero regir su pensamiento excluyendo los crecimientos nuevos es como negar el concepto mismo del árbol. El concepto de la libertad del ser interior o superior con respecto a la ignorancia que lo rodea. Todas las herramientas, tradiciones, pautas, enseñanzas, ideas e invenciones pueden extenderse más allá de su primera aplicación, y la Cábala no es una excepción.
El sendero de trabajo es un término bastante nuevo para lo que solía llamarse «adivinación con el espíritu», término que está pasado de moda y no es demasiado preciso. Se trata de una experiencia subjetiva que pone en juego un talento único que sólo pertenece a la humanidad: la capacidad de proyectar el ser mental en una serie de situaciones, paisajes y acontecimientos que pueden producirse bien en una pantalla mental, observándose como si fuera una película, o bien, cuando la mente ha sido apropiadamente entrenada, experimentarse como participante con plena percepción sensoria.
El primer método lo utilizan inconscientemente ocho de cada diez personas cuando fantasean o tienen ensoñaciones. Nosotros lo utilizamos todos los días para prepararnos para encuentros agradables y desagradables. Si tiene una cita con el dentista vivirá la experiencia muchas veces antes de llegar a la puerta de la consulta. Mentalmente ensayamos una entrevista importante antes de realizarla para sentirnos capaces de enfrentarnos a cualquier emergencia que pueda surgir. Lo utilizamos para revivir acontecimientos que fueron interesantes o placenteros. La primera cita o beso de una joven pasará muchas veces por su pantalla mental. Una boda o una graduación se convierte en una cinta de vídeo mental que puede repetirse múltiples veces. En realidad, en cada ser humano hay una máquina del tiempo pequeña, pero eficaz.
El 20 por ciento restante de la población utiliza esa capacidad para tener ensoñaciones con una finalidad. Pueden haber descubierto, por accidente o por alguna enseñanza, que la mente se puede programar para el éxito simplemente con repetir constantemente una ensoñación promovida por su necesidad emocional. Esa es la base de todos los libros titulados «usted también puede tener éxito». Pero pocas personas tienen paciencia para persistir; esperan los resultados en cuestión de horas. Menos son todavía las personas que pueden superar el vicio de la inercia y reunir el suficiente grado de emoción, sin el cual no funciona. De esas dos personas de cada diez, una se entrena en los métodos ocultos y puede utilizar plenamente ese talento. Corren, sin embargo, un riesgo al soñar con una cita con su estrella del pop favorita, o en caso de ser aspirantes a ejecutivos, al preparar la serie adecuada de oportunidades empresariales.
Existe el peligro de que ese mundo subjetivo pueda volverse demasiado real para aquellas personas que no pueden enfrentarse al mundo real. Los juegos de fantasías, como los de «dragones y mazmorras», tan abundantes hoy en día, son en realidad una versión moderna de un sendero de trabajo a un nivel mundano. Es divertido jugar con ellos, y pueden hacer progresar la imaginación y la capacidad visualizadora, pero son tan adictivos como una droga para una voluntad débil. Este es el lado inverso de los senderos de trabajo y en circunstancias extremas puede conducir a un distanciamiento del mundo real.
Estas son las razones de que en el pasado las escuelas ocultas hayan mantenido el conocimiento y la práctica de los senderos de trabajo como un secreto celosamente guardado. Sólo los que demostraban su capacidad para enfrentarse a las tentaciones de los niveles interiores de la ilusión eran entrenados en su uso. Pero tal como he dicho, todas las tradiciones producen métodos nuevos. Hace ya tiempo que los que podrían llamarse magos, yo incluida, opinan que ha llegado el momento de abrir las puertas de la percepción interior a más personas, ofreciendo nuevos modos de autoconocimiento que para tener éxito sólo necesitan el hábito de la autodisciplina.
¿Con cuánta frecuencia debe realizarse un trabajo de sendero? Por lo que respecta a la reacción ante estas cosas, no hay dos personas iguales, por lo que habrá de utilizarse algún método para controlarlas. Los que trabajan fuera de la disciplina de una escuela o tutor personal deben realizar un estudio de su trabajo cada 10 o 14 días. Un trabajo a la semana es suficiente para un principiante, pero un estudiante que se esté entrenando debería poder enfrentarse a dos. Si al cabo de varios días de haber empezado se siente «enganchado», es mejor que haga un trabajo cada 10 días. Si se da cuenta de que pasa todo el día con prisas, y sólo piensa en llegar a casa para poder entrar en ese mundo recién descubierto, está recibiendo una señal de peligro. No se debe dar a ningún tipo de trabajo oculto más importancia que al trabajo o la vida cotidiana. Si al cabo de un mes de realizar un trabajo semanal se da cuenta de que puede enfrentarse a él fácilmente, haga uno cada cinco días, pero nunca con una frecuencia mayor. La única excepción sería la de un estudiante sometido a un entrenamiento especializado.
Recuerde que un sendero de trabajo es una forma de ritual igual de poderosa o todavía más que cualquier otra realizada en un templo o logia. Es muy fácil subestimar su capacidad de afectar al mundo físico. La gente puede quedar «encantada» y dar la impresión de desaparecer en el mundo invisible de la mente, sin dejar ningún rastro de la persona que solía ser. El mundo interior está ahí para que lo exploremos y aprendamos de él, no para utilizarlo como un escape de la realidad. Pero nada se gana sin esfuerzo, los beneficios son grandes y producen un incremento de la conciencia de los niveles sutiles, además de grados superiores de autocontrol y concentración.
El mundo de los senderos del árbol de la vida es el astral creativo. Es un mundo fluido en el que las cosas se disuelven en cuanto las aparta de su mente. Ese es uno de los contratiempos para los nuevos e inexpertos. Hasta que su disciplina mental haya logrado algún grado de fuerza, será incapaz de retener mucho tiempo las imágenes. Cuando esto suceda se encontrará en algo parecido a una niebla gris hasta que pueda salir de ella. Si tal cosa sucediera, y hasta una mente entrenada puede tener un día malo, no hay nada que temer. Simplemente está viendo el nivel astral tal como es realmente, una masa amorfa que espera recibir la huella de una forma de pensamiento.
Debería tener en cuenta también el hecho de que otras personas utilizan asimismo esos niveles. Está dentro de los límites posibles que en uno u otro momento recoja la forma de pensamiento de otra persona. Eso es algo que debe recordar si, por ejemplo, está trabajando con el simbolismo griego y aparece en su trabajo un caballero vestido con armadura medieval. A menos que interfiera seriamente en su trabajo, déjelo estar y desaparecerá por sí solo. Si no es así, lance una petición mental de que venga alguien a encargarse del asunto. Jamás debe ponerse a mover de un lado para otro lo que usted imagina como una espada mágica, pues ése es el modo más rápido de entrar en el lado equivocado de los que habitan los niveles astrales. Todos los trabajos de este libro contienen un aspecto de guardián, pues son realizados bajo los auspicios de los seres arcangélicos del árbol.
En cada sendero de trabajo apropiado, es decir, aquellos que unen dos de las esferas, hay mojones bien definidos pertenecientes a dos clases: por una parte, está el signo zodiacal o planetario del sendero, o a veces la forma divina sinónima, y por la otra está la letra hebrea del sendero. Esto se aplica sólo al funcionamiento del árbol de la vida, pues los trabajos pertenecientes a otras tradiciones utilizarán otros indicadores similares. Tienen múltiples usos, y no es el menos importante de ellos el que al buscarlos y marcarlos se evita que la mente se lance a errar imaginativamente.
Al principio le puede resultar difícil evitar que la mente se extravíe, y le aparecerán imágenes extrañas. No tiene por qué asustarse: hágalas a un lado con firmeza y recuerde las imágenes correctas. Al principio, tendrá que hacer esto varias veces durante un trabajo, pero si persevera descubrirá que se despliega una nueva fuerza y será capaz de mantener el sendero desde el principio hasta el final. Sin embargo, conseguir esa capacidad requiere tiempo. Un aspecto positivo adicional de esto es que esa capacidad se transmite a la vida cotidiana y aumenta su capacidad mental en el nivel físico.
Otra posible distracción es la de las cadenas asociativas. Todos, en un momento u otro, hemos estado pensando en algo y de pronto un pensamiento llegado al azar nos ha hecho olvidar el primero. Antes de poder detenernos, estamos ya en el otro lado de nuestra galaxia mental. Esto puede ser una forma muy útil de entrenamiento oculto, pero dentro del sendero de trabajo puede ser una molestia. Si no se mantiene estrictamente en su trabajo, se encontrará en un verdadero laberinto de pensamientos e ideas sin relación alguna con el trabajo que quiere realizar.
Hay algunas formas de trabajo de sendero, llamadas «trabajos pasivos», en las que se permite que surjan imágenes una vez que la mente se ha centrado en el símbolo de apertura. Esos trabajos son más útiles para un estudiante avanzado que ha sido entrenado recibiendo alguna guía, pues los símbolos y las imágenes pueden resultar muy complicados y le producirán confusión si no está plenamente familiarizado con ellos. No obstante, cualquier estudio del tema de la simbología y la mitología racial será beneficioso para este tipo de trabajo oculto. También resulta muy útil preparar para el futuro sus propios trabajos de sendero.
Todos los viajes tienen un principio, una zona media y un final, y los trabajos de sendero no son la excepción. Todos comienzan en el templo de Malkuth, que es la terminal de la que parte para todos los otros caminos y esferas del árbol, y a la que tendrá que regresar. Describiremos plenamente todos los templos del árbol, pero debe prestar particular atención al de Malkuth. Constrúyalo con cuidado y detalle hasta que pueda recordarlo al instante y sin esfuerzo. Es una salvaguardia, en el caso de que sea interrumpido en medio de un trabajo (ha de procurar que esto no ocurra, pero puede presentarse una emergencia), el hecho de que la visualización de ese templo le devolverá a un paso del nivel físico con seguridad y rapidez.
Si es usted un principiante, debe realizar la sesión completa en dos o tres fases hasta que tenga la confianza suficiente para hacer el trabajo completo. Para esto, puede utilizar los símbolos y letras hebreas asignados a cada sendero, y que antes mencionamos. Las letras representan el significado primordial o básico del sendero y habitualmente se encuentran en una piedra o árbol a una tercera parte del trabajo. Es un lugar conveniente para detenerse y regresar. El segundo símbolo, zodiacal o planetario, le indicará el tipo de influencia espiritual bajo la que estará mientras viaja por ese sendero, y puede ser visualizado como un símbolo llevado por alguien con quien se encuentre, o que esté en el cielo, si se trata de un planeta.
Merece la pena realizar un estudio cuidadoso de estas letras y signos, pues obtendrá una comprensión más amplia de los caminos. De este modo, acabará encontrando los senderos ocultos del árbol, pues existen, aunque uno mismo ha de encontrarlos; nadie puede enseñarle el camino ni darle las claves para desvelarlo.
Considere los trabajos como pequeñas búsquedas dentro de su universo personal. Es tan interesante como el más extraño de los relatos de fantasía o ciencia-ficción. Aunque siempre pueda apartar el libro u olvidar la historia, un trabajo de sendero afectará a su vida en todos los niveles y seguirá haciéndolo hasta que haya aprendido plenamente la lección.
Nadie se ve afectado del mismo modo ni en la misma medida. Una persona experimentada verá los resultados antes y sus efectos serán mayores. Pero nada se gana sin esfuerzo o sin la voluntad de explorar un territorio desconocido, y a cambio aumentará los límites de su mundo interior. Lo que está en el exterior reflejará siempre lo que hay en el interior.

El camino treinta y dos recibe a veces el nombre de el «sendero del terrible Tau», pero no deje que eso le asuste. La palabra «terrible» se utiliza en el antiguo sentido de inspirar respeto, aunque la ignorancia y el uso han alterado su significado original. Este símbolo y su significado interior de entendimiento ganado mediante la pena y la disciplina juegan un papel vital en el trabajo de Malkuth a Yesod. El estudiante de lo oculto está familiarizado con él en muchas formas distintas. La T mayúscula , suele verse en el arte paleocristiano, y en la forma de la triple tau , puede encontrarse en las insignias rituales y en el simbolismo masónico.

La forma real de la 3ª letra hebrea , es muy distinta, aunque el significado interior siga siendo el mismo. Puede verse en la carta del tarot del Ahorcado, en donde su énfasis en la adquisición del conocimiento por medio del sacrificio se refleja en la muerte del rey sacrificado. Los símbolos intercomunicados de tau, el árbol y el sacrificio constituyen la base de las tradiciones místicas que van desde la tradición cristiana, pasando por el mito de Odín, que estuvo ahorcado nueve días y noches en el árbol del mundo para obtener su conocimiento mágico, hasta llegar a la tradición del arte del rey Roble. Todo esto hace referencia a la elección del camino 32, la necesidad de descender al submundo que hay en cada uno de nosotros. Tomamos este sendero para aprender disciplina por medio de la constricción del ser: es una catarsis del alma.
Es útil estudiar la forma de las letras hebreas, pues de este modo puede obtener muchas indicaciones acerca del significado de la letra y el sendero. El hebreo constituye un punto intermedio entre los ideógrafos de China y Japón y las letras más abstractas de occidente. Toda letra se compone de uno o más movimientos o formas, y las hebreas y la caligrafía pictórica del Lejano Oriente tienen la faceta adicional de un espesor de línea variable, el cual añade un matiz a la forma y al significado. La escritura inglesa antigua tenía eso en parte, aunque sobre todo con fines decorativos. Un solo carácter chino puede ser uno o una combinación de muchos, cada uno con su significado, y de ese modo lo que vemos como un único carácter transmite en realidad una frase completa. Un estudio de la forma de las letras hebreas puede dar el mismo tipo de información.
La tau sugiere una cueva o un ceñidor femenino. Es un símbolo de circunvalación y constricción, reteniendo un significado. Cuando está muy apretada denota a una virgen, si está suelta a una mujer casada, y si queda sin terminar habla del embarazo, de la nueva vida circundada por la oscuridad. Estos significados son paralelos al propio sendero, pues llevan al viajero a través de la constricción de la vida en un renacimiento.
En este sendero son claros los vínculos existentes entre Malkuth y Binah, y puede verse la imagen de la Gran Madre bajo muchos disfraces, particularmente en su aspecto de la vida y la muerte. El texto yetzirático se refiere a este sendero como «la inteligencia administradora, que dirige el curso de las estrellas». Esto hace referencia a Yesod en el punto más alejado del sendero, pues la visión de Yesod es la de «la maquinaria del universo». Somos engranajes de esa maquinaria y este sendero puede ayudarnos a encontrar nuestro lugar en el esquema de las cosas.
El viaje se convierte pronto en un descenso al subconsciente con sus miedos ocultos, y al mismo tiempo en un ascenso hacia el ser superior, con su promesa de una vida nueva. Los símbolos y correspondencias de los senderos pueden parecer caóticos a un recién llegado del mismo modo que un cielo lleno de estrellas parece a primera vista no tener ninguna forma. Pero si se sigue mirando se empieza a ver enseguida que donde antes sólo había estrellas hay ahora una pauta.
Todos los mitos del descendimiento tienen su lugar en este sendero. Utilizaremos la historia de Perséfone, pero podríamos haber usado igualmente el mito de Orfeo y Eurídice, de Ishtar y Tammuz, o incluso el de Jonás y la ballena. Todos ellos son un proceso de iniciación, física o espiritual. Perséfone equivaldría al alma y Deméter a la Gran Madre y su aspecto de dolor. El supuesto malo de la pieza, Hades, es en realidad el héroe. Su nombre significa «riquezas», y como señor del submundo él es quien presiona al alma para que se hunda en sus profundidades y busque los tesoros que hay ocultos allí.
Aunque la mayoría de las figuras son femeninas, hay que tener en cuenta a Hades y Charon, presencias intercambiables, pero sombríamente silenciosas. Su tarea es la de subrayar el impulso primario que nos lanza hacia esta experiencia nueva y necesaria, la cual tiene lugar usualmente en el extremo profundo. Hécate, Deméter y Perséfone son aspectos de Binah con el mismo símbolo de la hoz de segar, del cual el símbolo de Saturno es sólo una copia estilizada. Esto nos lleva a la idea de cortar y unir, como en el ritual del rey del maíz. Saturno ha sido considerado desde hace tiempo como un planeta maléfico, representándose como un anciano barbudo con una guadaña; pero uno de los secretos interiores de los misterios es que la figura es femenina, y la mujer barbuda es un símbolo antiguo que merece la pena considerar. Ella sola es la que da la vida y la muerte, la Gran Madre que se lleva lo que puede dar de nuevo.
Un estudio del mito de Perséfone iluminará otro símbolo del sendero: el ritmo. Mediante su unión con su tío Hades, la diosa virgen se convierte en la reina del submundo, en realidad la reina de los muertos. Gobierna como tal la marea alternativa de la vida y la muerte en el hombre y las estaciones. Esto lo refuerza la aparición de la madre Luna, lo mismo que los ladrillos negros y blancos del templo. Un iniciado camina con la misma alegría por los ladrillos negros del dolor como por los blancos del placer. Una vez entendido esto, se establece un ritmo duplicado dentro de aquellos que siguen el sendero treinta y dos.
Ese es también el sendero que toma un iniciado en la muerte, bien de manera consciente o por un sendero de trabajo cronológicamente preparado como el que formulan para sí mismos todos los adeptos por si tienen una muerte repentina. Asimismo, se puede convertir en la base de la encarnación siguiente. Un alma que ha aprendido a explorar sus profundidades puede crear condiciones favorables para su próxima vida.
Para obtener los mejores resultados de un trabajo de sendero hay una serie simple de normas. No debe realizar nunca un trabajo de sendero después de una comida pesada, pues sólo conseguiría dormirse. Es esencial llevar una ropa suelta y estar en un entorno tranquilo, habiendo dado las indicaciones pertinentes para que nadie le moleste. Es una buena idea tener una vestimenta con una capucha que pueda echarse hacia adelante, pero no es esencial. La luz de una vela es mejor que la oscuridad completa, pues ésta puede producir sueño. No debe tener miedo a «perderse en lo astral», pues eso no puede suceder en este nivel y no debería suceder en ninguno si no ha cometido alguna estupidez. Para volver a su sitio, lo único que necesita es visualizar el templo de Malkuth.
Lo que es muy importante es no intentar dos senderos al mismo tiempo, al menos hasta que lleve trabajando siquiera un año. Recuerde que un sendero produce efectos, por lo que dos pueden significar un efecto doble, y según los que haya elegido podría encontrarse con una situación excesiva para usted. Introdúzcase en las imágenes que está creando y compruebe que está mirando a través de sus ojos astrales, y no se limite a observar cómo sucede todo. Quizás tarde algún tiempo en conseguirlo, pero lo logrará. Cuando los senderos se impriman en su mente, podrá viajar por ellos a voluntad. Conforme haya progresado, será capaz de utilizarlos incluso en entornos nada convenientes. La paz y la quietud son esenciales, pero una vez que haya dominado el arte, podrá hacerlo en el estadio mientras se celebra la final de la copa.
Estos senderos pueden utilizarse también en condiciones rituales, en cuyo caso el mago o la sacerdotisa construirán las imágenes; se obtienen así muy buenos resultados. No cometa el error de pensar que son una excusa para la ensoñación, pues estaría muy equivocado.

La conciencia de nuestro entorno normal desaparece gradualmente y en su lugar crece a nuestro alrededor el templo de Malkuth. Tiene una forma cuadrada, con un suelo de losetas negras y blancas que notamos frías bajo nuestros pies calzados con sandalias. La pared norte está a nuestra izquierda, la oeste por detrás, la sur a nuestra derecha. En esas tres paredes hay tres ventanas circulares con hermosas vidrieras, en cada una de las cuales hay una representación de la criatura sagrada de esa dirección. En el norte hay un toro alado, situado en un círculo de trigo dorado y amapolas escarlatas. Detrás, en el oeste, un águila se dirige hacia el sol en un cielo de color azul brillante. En el sur monta guardia un león alado rodeado de llamas.
Ante nosotros, en la pared oriental, hay tres gruesas puertas de roble sin asideros ni cerraduras. Delante de las puertas hay dos pilares que van desde el suelo al techo. Al ponernos ante ellos, vemos que el pilar de la izquierda es de ébano y el de la derecha de plata. Ambos rematan en un capitel con una granada tallada y dorada. En el centro del templo hay un altar, compuesto por un doble cubo de madera negra y pulida. Está cubierto por un paño de lino tejido a mano sobre el que se hallan esparcidas algunas espigas de trigo.
Sobre el altar hay un cuenco de cristal azul oscuro en el que arde una luz. Esa luz debe encontrarse en todos los altares de los misterios, con independencia de la tradición que se siga. Cuando no está encendida no se puede contactar realmente con el templo. El reflejo de esa luz se lleva dentro del corazón en cada viaje, y es una protección para los que viajan y un símbolo de la luz para aquellos que encontremos en los mundos interiores. Por encima del altar cuelga una lámpara de bronce en la que arde un aceite aromático que llena el templo de una fragancia sutil.
Tras el altar está de pie la figura de Sandalphon, el arcángel de Malkuth. Es un hombre joven, de pelo rizado y oscuro entretejido con racimos de uvas y hojas de vid. Tiene en sus ojos la sabiduría ganada cuando la tierra era todavía joven, y una tristeza porque ya no sea así. Sus vestimentas son una mezcla de rojo bermejo, dorado y verde manzana. Sobre él el aire se estremece con una débil irradiación, un aura de poder que contradice la suavidad de su presencia.
Nos hallamos de pie ante el altar, preparándonos para el viaje que tenemos por delante. Sandalphon se dirige entonces hacia la puerta central y traza en el aire, ante ella, una estrella de cinco puntas. Queda colgada y llameante durante unos momentos y desaparece luego formando sobre la puerta una cortina que representa la carta del Mundo de la baraja del tarot. Se vuelve más brillante y se convierte en una puerta tridimensional hacia el sendero treinta y dos. Caminamos entre los pilares mientras la danzarina queda inmóvil dentro de su corona de hojas y nos adentramos en un torbellino de color.
Nos encontramos en un prado que brilla por las flores, a la izquierda hay un bosque y a la derecha campos de trigo punteados por el rojizo de las amapolas. Ante nosotros, el prado desciende en una pendiente hacia un pequeño río en el que hay piedras blancas y planas; en el otro lado hay un risco elevado de piedra caliza; de su cima surge una cascada de agua que cae formando en su base una laguna profunda. Detrás de nosotros hay dos árboles, con la carta del tarot entre ellos.
Por la derecha oímos unos lamentos y vemos un grupo de mujeres que se aproximan a través del campo de trigo. A su cabeza va una mujer de belleza madura, alta y de buen pecho, pero con el dolor en su rostro. Lleva el pelo largo suelto y enmarañado, y se apoya a cada lado en otra mujer. Cuando ella pasa, la tierra se marchita y muere, y ha dejado ya tras ella los campos agostados. Preguntamos a una de las mujeres del grupo lo que ocurre y nos dice que la diosa Deméter está buscando a su hija, la cual ha sido raptada por el hermano de Deméter, Hades, el señor del submundo. Mientras ella busca, la tierra se queda sin sus cuidados y todo muere. Se alejan en la distancia y nosotros bajamos hasta el río y lo cruzamos.
Al pie del risco, junto a la laguna, crece un antiguo tejo que casi oculta la entrada a una cueva que hay tras la cascada. Ese es el camino que debemos coger. La cueva es fría y húmeda y está iluminada por una pequeña lámpara situada sobre una repisa en la parte de atrás. De la oscuridad surge una voz que nos pregunta el motivo que tenemos para entrar en la cueva de Mecate. Nuestra vista, que se ha acostumbrado ahora a la escasa luz, contempla una figura vestida con ropajes oscuros y situada en la parte posterior de la cueva. Decimos a la diosa que estamos buscando el reino de Perséfone. Mecate se levanta, coge la lámpara de la repisa y nos pide que la sigamos. En la parte más posterior de la cueva hay un túnel estrecho por el que no apetece entrar. Ella lo señala y nos dice que es el camino al Hades, si es que nos atrevemos a tomarlo. Nos da a cada uno dos monedas de plata y la lámpara, y regresa a su asiento para esperar la caída de la noche.
El túnel está todavía más frío que la cueva, su suelo es resbaladizo y desigual y tenemos que cogernos de las manos para no perdernos unos a otros bajo la escasa luz de la lámpara. El agua gotea por las paredes, que se van acercando cada vez más, como si trataran de ahogarnos. Tenemos que movernos con lentitud, a veces el camino es tan bajo que tenemos que doblarnos, y otras tan estrecho que nos cuesta pasar. El viento produce un gemido parecido al de una mujer durante el parto. Esto, unido al sendero tortuoso que nos conduce cada vez más abajo, nos hace sentirnos como si nos halláramos atrapados en el doloroso nacimiento de alguna entidad gigantesca. Nos detenemos para dar calor a nuestros miembros congelados y oímos el sonido de agua corriente. Unos pasos más nos llevan a una vasta caverna que hay bajo la tierra y está iluminada por antorchas.
Las formaciones de hielo producen extrañas sombras en los muros de piedra, y cuelgan del techo como si fueran lágrimas congeladas. Por en medio de este lugar helado corre un río oscuro, profundo y rápido. Es el Estigia, junto al cual los dioses pronuncian sus juramentos más sagrados. Sus aguas heladas forman una barrera natural entre la vida y la muerte. En la orilla, atada a un poste, hay una barca, y de pie, a su lado, hay un hombre, si así puede llamársele. Es alto y ancho, de gruesa barba y unos ojos oscuros que nos contemplan sin la menor vacilación. A pesar del frío, sólo lleva una faldilla de cuero y un ancho cinto del que cuelga una bolsa del mismo material, además de unas sandalias. A su alrededor hay unas figuras sombrías que mueven las manos como si estuvieran suplicándole. Tratan de tirar de él, pero las manos fantasmales traspasan su carne. Son las sombras de los muertos, enterradas sin el óbolo, la moneda que Charon el barquero pide a toda alma para que le pase el Estigia.
Charon camina entre la neblinosa multitud, apartándola, y nos hace gestos para que nos acerquemos. Al hacerlo, las sombras se amontonan a nuestro alrededor, y sus voces suenan como débiles murmullos en nuestros oídos. Charon hace que nos dejen paso y retroceden gimiendo y encogiendo sus pálidas manos. Entramos en la barca y ésta penetra en el río. Vamos en silencio: sólo el chapoteo de los remos en el agua resuena en el aire. Charon se inclina, y el sudor cae por su rostro y su barba, así como por su ancho pecho.
Enseguida estamos en el otro lado, y al salir de la barca le damos una de las monedas de plata. Nos señala hacia el frente y a la luz de las antorchas podemos ver las grandes puertas dobles que se alzan en la oscuridad. En mitad de cada puerta está la letra hebrea tau, tiene que mirarla y fijarla bien en su mente, pues volverá a verla de nuevo. Se abren las puertas y pasamos a un gran salón en el que cuelgan sombríos tapices de colores rojo oscuro, gris, morado y añil. En cada extremo se eleva un trono de plomo. En uno se sienta Hades, señor del submundo, y en el otro una mujer cubierta por un velo, que lleva una corona bajo éste y en las manos una hoz de plata.
Nos presentamos ante Hades, y al hacerlo se escucha un gruñido proveniente de una forma oscura que hay a sus pies. Un perro negro se levanta y se pone frente a nosotros, y eleva no una, sino tres cabezas para observarnos mientras nos acercamos, tres pares de ojos fijos en nosotros, y tres lenguas rojas que caen por entre medio de tres juegos de dientes. El perro «Cerbero» guarda a su oscuro amo. De pie en el salón de los muertos, contemplamos con temor a su rey. Vemos un hombre de gran altura y porte mayestático, de ojos negros como la noche y cabellos y barba del mismo color. Pero cuando se inclina hacia adelante, vemos en sus ojos un brillo risueño. Su corona de azabache brilla bajo la luz de la antorcha, la túnica griega revela los miembros de un atleta, y no el cuerpo de un anciano. De pie, se dirige hacia nosotros invitándonos para que le sigamos. Nos presenta a su consorte, la temida Perséfone, reina de los muertos. Al acercarse su tío, señor y amante, levanta el velo y vemos el rostro risueño de una joven coronada de flores. No es una anciana de carne arrugada y decadente, sino una mujer cálida con la vida palpitando entre sus amorosos brazos. A este lugar vienen grandes y pequeños, jóvenes y viejos, hombres y mujeres que descienden a la oscuridad en el momento designado por el señor y la señora del renacimiento. Estos son nuestros padres planetarios, de quienes recibimos la esencia de nuestros cuerpos terrenos.
En una pared hay un espejo cubierto con un tapiz. Hades nos lleva frente a él y quita la cortina haciendo que lo miremos. El cristal parece líquido y lleno de movimiento y nuestras mentes se ven atraídas hacia sus profundidades. Es el espejo de la verdad, y lo que vemos es nuestro ser real y primordial tal como era antes de que tomáramos forma, y tal como será al final de los tiempos. Cae la cortina y nos encontramos solos, únicamente está «Cerbero» esperando para guiarnos a través de otra puerta que da a una costa bajo un cielo nocturno lleno de estrellas. Encima de nosotros, Saturno se halla en los cielos a baja altura, como una joya engarzada en sus anillos. La Luna se eleva desde el mar y su luz forma un sendero a nuestros pies; nos encaminamos por él y el mar parece casi sólido bajo nosotros.
El orbe de la Luna descansa sobre el agua y vemos figuras sombrías moviéndose dentro de él. Saliendo de sus translúcidas profundidades llega la propia Madre Luna, vestida de neblinosa plata y negro, y con los cuernos de la Luna creciente en sus cabellos se acerca a sus hijos trayendo con ella el don de la vida.
Nos envuelve en sus brazos y nos acuna contra su pecho; el aroma de toda la tierra está en su cabello, su beso transmite a nuestra boca su inmortalidad. Después nos aleja, pues no podemos descansar demasiado en ella, y hemos de buscar nuestra propia fuerza. Ahora es Binah remota y calma volviendo a la esfera de la Luna, y nosotros regresamos a la costa. Observamos la pálida orbe elevarse en el cielo, y girar luego al oír ladrar a «Cerbero», que salta y juguetea junto a su amo mientras ambos caminan por la costa, dios y bestia andan juntos por la orilla de un mundo ilimitado, como cualquier miembro de la humanidad.
Perro y amo nos escoltan de regreso a través del salón silencioso y vacío y nos llevan hasta la caverna helada en donde espera Charon. Se levanta cuando llegamos y nos acepta la segunda de las monedas de plata. Ocupamos nuestro lugar en la barca y observamos la figura silenciosa de Hades conforme nos alejamos de la orilla. Los tristes fantasmas se amontonan en silencio cuando desembarcamos. La próxima vez pediremos a Sandalphon que nos dé más monedas para poder comprar el pasaje a alguno de ellos cada vez que vengamos. Entonces pasarán a través de la Madre Luna del renacimiento. Nuestro agradecimiento a Charon es recibido en silencio, como siempre, y nos damos la vuelta para regresar a casa. Ahora conocemos el camino y no tenemos miedo, por lo que avanzamos con rapidez, dándonos la impresión de que en sólo unos minutos hemos vuelto a la cueva. Volvemos a dejar la lámpara y nos vamos.
Es de noche y la Luna está alta cuando cruzamos el torrente, a nuestro alrededor la tierra está repleta de aromas y sonidos nocturnos, vemos a Deméter y su hija caminando juntas bajo la luz de la Luna, y con su risa en nuestros oídos traspasamos la cortina y llegamos a Malkuth.
Sandalphon cierra la puerta a nuestras espaldas y nos quedamos de pie ante el altar para dar las gracias. Con una sonrisa, el arcángel nos indica un cuenco de monedas de plata que hay al pie del pilar negro; podemos tomar las que necesitemos para nosotros y los fantasmas. La escena desaparece y nuestro mundo vuelve a formarse a nuestro alrededor: el primer viaje ha terminado.

Si el sendero treinta y dos es de descubrimiento de nosotros mismos, en cambio el treinta y uno consiste en el descubrimiento de nuestras relaciones con los demás y lo que esto nos puede enseñar. En cada sendero podemos observar algo nuevo sobre nosotros; quizás no siempre nos guste, pero aprenderemos de ello. El hombre es como un diamante en bruto cuando empieza sus viajes, pero cada sendero le servirá para cortar una nueva faceta en la piedra. El efecto de esto en el mundo físico será como si nos hubiéramos sometido a un pulidor, hasta que todo el diamante chispee bajo la luz.
Hay un camino relacionado con el fuego y los beneficios que pueden derivarse de su uso, tanto en el nivel terreno como en el mortal. Ese sendero se llama «la inteligencia perpetua», pues regula los movimientos del sol y la luna en su órbita y lugar apropiados. La esfera a la que conduce el sendero es Hod, La sephira de la comunicación que está en la base del pilar de la forma. Esta posición significa que todo lo que pertenece a Hod está destinado a ser utilizado por el hombre en un sentido físico, tanto en forma real como en cuanto idea o formato. El hombre es el único animal que utiliza el fuego sin intimidarse por él. Ha aprendido, con sus aciertos y sus equivocaciones, hasta dónde puede llegar con él, e incluso ha aprendido a desafiarlo con la ayuda de un extraño mineral denominado asbestos.
El fuego se ha considerado siempre como algo sagrado y perteneciente en primer lugar a los dioses. El mito de los ladrones del fuego es muy frecuente en todos los folklores. Antes del descubrimiento y la utilización del fuego, el hombre estuvo siempre a merced de los animales salvajes y el clima. Con la ayuda del fuego, ganó calor, seguridad y alimentos cocinados, por no hablar del tiempo adicional que consiguió por el hecho de ser capaz de iluminarse después de la puesta del sol. Posteriormente vino el arte de la forja y la maestría del trabajo con metales.
El fuego se consume y cambia, simbolizando por ello la transmutación física. Ante los ojos del hombre primitivo, el humo que producía el fuego se fundía en el aire de un modo mágico. En la época en que morir en un incendio era algo común, se pensaba que quemando algo o a alguien, cambiaba y se purificaba. Quemando a una bruja se salvaba un alma, pues el humo era un cambio total y el cambio constituía la base de la química, la cual tiene en el árbol su lugar en Hod.
Además de «inteligencia perpetua», el sendero podría llamarse también camino de la investigación, pues está pavimentado con interrogaciones. ¿Quién, qué, cómo, cuándo y por qué? son los indicadores que hay en el sendero treinta y uno. El hombre primitivo era perseguido por animales de mayor tamaño que él y la mayor parte de su vida pasaba frío y hambre. Hasta que llegó el fuego no tuvo valor para plantear cuestiones ni pudo trazar dibujos de bisontes en las paredes de las cuevas. Pero cuando se tiene un fuego y un filete a la parrilla en el estómago (en versión de la edad de piedra) se puede empezar a pensar cosas, y se puede pasar el tiempo dibujando líneas en las paredes con un trozo de palo quemado. De pronto el hombre ya podía hacer dibujos que describían sus pensamientos y aprendió así a registrar los datos.
Es un hecho que el fuego estimula el pensamiento y que el pensamiento es la base de la forma. Sin pensamiento, nada puede llevarse al nivel físico. Incluso ahora tendemos a reunimos alrededor de un fuego en el invierno para hablar y discutir. Durante el verano, cuando los días son más largos, hay otras muchas cosas que hacer. Pero si encendemos un fuego, a los pocos minutos tenemos a su alrededor a un grupo de personas, hablando entre ellas o simplemente sentadas para ver las llamas.
Este sendero resume el fuego del hogar, el fuego del campamento, la familia, la tribu y la raza. La unidad familiar se desarrolló alrededor del fuego, del mismo modo que nuestra unidad planetaria se ha desarrollado alrededor del sol. En este sendero tiene su lugar todo fuego, el volcánico y el solar, así como el del alma, el del intelecto y el de otras cosas como el calor corporal ordinario. Es el elemento de los dioses, quienes en un principio no tenían ningún deseo de separarse de él. Cuenta el mito que debió ser robado por un embaucador que tuvo que pasárselo al hombre, porque estaba demasiado caliente para poder manejarlo.
La letra del sendero es shin, que significa diente. Su forma nos sugiere tres llamas que surgen de un altar. Junto con el calor y la luz, el alimento cocinado fue una de las primeras aplicaciones que dio el hombre al fuego, lo que sin duda alguna facilitó la vida de sus dientes. A menudo los dientes son la parte más duradera de nuestro cuerpo, y de los dientes fosilizados podemos deducir muchas cosas. Aquí el diente es un símbolo de la búsqueda y retención del conocimiento impreso en la parte más duradera del hombre: su alma.
El texto nos dice que Hod tiene sus raíces en Chesed, la esfera de los maestros. La enseñanza desciende desde los niveles superiores de Chesed hasta Hod, en donde puede entenderse con más facilidad. Por tanto, es el sendero del aprendizaje recibido de un nivel superior. El fuego liberó al hombre de la inercia que nos atenaza cuando tenemos hambre y frío. Inercia es también el vicio de Malkuth, nuestro punto de partida. Alrededor del primer fuego de hogar aprendió el hombre la magia nueva del lenguaje, y quedó también liberado de su mayor miedo, la oscuridad. Es un miedo que sigue habitando en el hombre de hoy. Las mariposas nocturnas son descendientes directos del lejano fuego de las cavernas.
El ladrón de fuego más conocido fue Prometeo, cuyo nombre significa previsión. Algunos mitos dicen que fue él el creador de la humanidad. Fue un titán y durante la batalla de los olímpicos y los titanes se mantuvo aparte hasta que supo cuál era el lado que estaba ganando. En ese momento recordó que la forma divina de Hod es Kermes, el heraldo diplomático de Zeus, el cual estaba dotado, lo mismo que Prometeo, de una gran astucia, y ambos tenían muchas cosas en común. Tras crear al hombre, Prometeo persuadió a Atenea para que le diera vida, pero Zeus se alarmó de la velocidad con la que se multiplicaban los hombres (algunas cosas nunca cambian) y ordenó a Prometeo que les matara. Con su astucia habitual, el titán señaló que el hombre daba a los dioses veneración y sacrificios. Zeus admitió que vivieran, pero les prohibió la utilización del fuego, asegurándose así de que no durasen demasiado.
Prometeo amaba sus creaciones y robó para ellas el fuego de la forja de Hefasteo, por lo que fue condenado a ser encadenado a una roca mientras un águila se comía permanentemente su hígado. Por la noche, mientras dormía el águila, el hígado volvía a crecer. El sacrificio convierte a Prometeo en una de las formas divinas de Tiphereth, pero también tiene su lugar aquí, en el sendero treinta y uno.
El fuego es un buen símbolo de la curiosidad humana, así como de su aparente indestructibilidad como forma de vida. Y esto a pesar de la notable ingeniosidad que ha demostrado en sus intentos de terminar con su existencia por uno u otro medio. El fuego es esa parte      del hombre que pertenece a los dioses, y sin la cual sería simplemente otro animal, probablemente extinto.
La hospitalidad es otro aspecto de este sendero y fue un gran paso adelante en la evolución del hombre. Cuando se convirtió en campesino en lugar de cazador y el trigo llegó a formar una parte importante de su dieta, el pan se transformó en un símbolo de hospitalidad, lo cual ha perdurado hasta los tiempos modernos. Ofreciendo pan y sal a un extranjero o huésped se le convierte en un miembro de la familia. A partir de cosas tan pequeñas surgieron grandes pensamientos, naciones y religiones.
En nuestro lenguaje y literatura seguimos dando importancia a la sacralidad del fuego. Hablamos de la «llama de la vida y la llama de la pasión», hacemos referencia a «una antigua llama» e incluso podemos decir metafóricamente que una persona «transporta una antorcha». Tenemos «disputas flamígeras» y hacemos largos y retóricos discursos sobre la «llama de la libertad».
Es uno de los senderos básicos del árbol, pues junto con el veintinueve, forma uno de los contrafuertes de toda la estructura, soportando las tensiones del alma en su camino ascendente.
Nos hallamos en el templo de Malkuth en donde está Sandalphon en profunda contemplación de la luz del altar, hasta que se da cuenta de nuestra presencia, se da la vuelta, nos sonríe calurosamente y nos da la bienvenida. Se ha dado ya el principio de una vinculación entre nosotros. A petición suya, pasamos a la puerta de la izquierda y sus flexibles dedos dejan una estela de fuego estremeciéndose en el aire. Cuando ésta se disuelve, se ha formado en la puerta la cortina del Juicio del tarot. Con un estremecimiento se vuelve a la realidad y uno a uno la traspasamos.
Estamos de pie fuera de una pequeña cueva de la que cuelga la cortina, nos hallamos a gran altura en la pendiente de una montaña. A nuestro alrededor el terreno está lleno de rocas que cruzan senderos mal definidos. Detrás el risco se eleva abrupto hasta la cumbre de la montaña. Abajo vemos una tierra desértica cubierta de algunos matorrales, árboles enanos y grandes rocas, y más allá está la masa azulada de otra cordillera montañosa.
Como el sol se está poniendo y tenemos por delante un largo camino, empezamos a bajar por el sendero, resbalándonos en ocasiones. Pasamos junto a rocas de extrañas formas esculpidas por los vientos, algunas de las cuales tienen vetas más oscuras de una sustancia extraña y fibrosa. Es asbestos, uno de los tres dones de Melquisedec, el rey de Salem, al planeta Tierra. Asbestos es un símbolo del alma, pues aunque pueda ser puesto a prueba por el fuego, éste no lo puede consumir. Frente a nosotros hay otra cueva delante de la cual arde un pequeño fuego atendido por una mujer primitiva, que lleva junto a su pecho un niño pequeño. Otras como ella se sientan alrededor del fuego comiendo trozos de carne chamuscados en las cenizas. Esparcidos alrededor están los restos de comidas anteriores. Por primitivos que sean, son nuestros antepasados. No nos ven, pues pertenecemos a su futuro. Para ellos el fuego es aún algo nuevo a lo que hay que temer y de lo que hay que maravillarse.
Al regresar al sendero vemos a un hombre joven de pie ante nosotros. Es alto y tiene un rostro orgulloso, va envuelto en un manto de color naranja vivo, cuelga a su costado una vaina de espada vacía y es nuestro guía en el desierto. Nos pide que le sigamos y nos conduce a un sendero más fácil que hay entre las rocas. Caminamos un rato en silencio y después levantamos nuestra vista al oír el grito de un águila. Se lanza hacia abajo haciéndonos pensar que viene por nosotros. Pero el guía señala hacia arriba y vemos tumbado sobre la roca a un hombre, de estatura gigantesca, de cabellos y barba enmarañados. Está desnudo y encadenado a la piedra que es su prisión, y en su costado hay una herida abierta desgarrada por el pico y las garras del águila gigante. Vemos, sin poder hacer nada, cómo el águila se lanza de nuevo y el hombre se arquea por el dolor. Ni un sonido sale de sus labios y sólo sus ojos arden bajo sus pobladas cejas. Prometeo sufre en silencio, contento de soportar su castigo. Los brazos estirados, el dolor y el costado herido nos recuerdan las múltiples formas en que aparecen los salvadores de la humanidad, que de tantos modos han sufrido.
Todo conocimiento tiene su precio y Prometeo lo paga voluntariamente y con amor. No debemos ayudarle, no podemos hacerlo, él se ha sometido voluntariamente al sacrificio y no debemos interferir. Pero hay cerca una laguna de agua clara y él agradecería beberla, así como que le limpiáramos el sudor de su frente. Por duro que nos resulte, es lo único que podemos hacer.
El sol está bajo en el horizonte, y las sombras se alargan, pues hemos llegado al borde del desierto. Nuestro guía avanza rápidamente, siguiendo un camino .que nuestros ojos no pueden percibir. En la oscuridad, su manto pierde el color y se convierte en una sombra grisácea que va delante de nosotros. Comienzan a aparecer a nuestro alrededor pequeñas luces que se van acercando conforme avanzamos. Vemos ahora que son los fuegos de campamento de unos nómadas. Nuestro guía ha desaparecido, dejándonos solos para que exploremos la zona y aprendamos sobre esas gentes.
En el primer fuego están cocinando y hay un gran cazo de hierro que cuelga sobre las ascuas. El olor nos hace recordar que hemos recorrido un largo camino. Las mujeres y los niños nos rodean ofreciéndonos tortas planas de pan y cuencos de arroz y carne muy especiada; también hay un áspero vino de palma dulce para beber. Nuestros anfitriones no dejan de hablar, tocando nuestras ropas, cabellos y rostros y haciendo comentarios entre ellos. Las mujeres son altas y graciosas y llevan sus simples ropajes con gran dignidad; sus hijos son fuertes y robustos y no cesan de reír. Nos traen cuencos de agua para lavarnos las manos. Sonriendo, nos hacen saber que se sienten felices de compartir lo que tienen.
Alrededor de estos fuegos las familias crecen, los niños se educan para dar la bienvenida al forastero y aprender de él si es posible. El fuego del hogar es el del amor, y todos deberemos recorrerlo para realizarnos. Junto a un fuego así un hombre y una mujer comparten sus sueños, esperanzas y necesidades. El poder de una mujer procede de este fuego, como la sabiduría del hombre, pues junto a su luz se aclara el corazón. El sendero del fuego del hogar es el más sagrado de todos y sin él no existiría ningún otro.
Pasamos al fuego siguiente, agradeciendo la comida a nuestros anfitriones. Aquí hay un grupo de jóvenes que hablan de armas, batallas, héroes antiguos e ideales del corazón. Ríen y bromean pretendiendo no observar otro juego cercano en donde las jóvenes se ocupan de tejer e intercambian comentarios. Entre los dos fuegos, las tímidas miradas del joven y la joven se entrecruzan; es el fuego de la juventud que conduce al amor, y, por tanto, al fuego del hogar.
Dos de los jóvenes se ponen de pie de un salto para librar con sus espaldas una falsa pelea. Se convierte casi en una danza ritual conforme dan saltos, se agachan y se mueven, cada uno consciente de la sangre joven que hay en su interior y de la tímida adoración de las jóvenes. Les dejamos con su alegría y pasamos a otro fuego separado de los demás.
Es el fuego del conocimiento especial, atendido por una anciana muy reverenciada por su sabiduría curativa. Una madre joven espera con un hijo enfermo mientras prepara un brebaje de hierbas. Por pequeño que sea este fuego, sus llamas se acercan a los que lo necesitan. Pero para atenderlo hay que separarse de la tribu, pues el servicio a los demás exige el propio sacrificio. El niño recibe el brebaje y es entregado a la madre ansiosa, quien a su vez coloca una torta de pan y algunos dátiles envueltos en hojas de palmera junto al fuego, a modo de pago. La anciana se vuelve hacia nosotros y bajo la luz de la hoguera vemos el tatuaje de su frente, un símbolo que habíamos visto ya en las puertas del Hades. Levanta la mano como saludo reconociendo que hemos visto y entendido. Le devolvemos el saludo y proseguimos el camino.
El siguiente fuego reúne a los ancianos de dos familias que disponen un matrimonio. También éste está relacionado con el fuego del hogar. Por esa unión, las dos familias se unirán, el joven y la joven se han elegido el uno al otro, pero las familias deben estar seguras de que no es una atracción temporal. Las parejas jóvenes son consideradas como un eslabón de la cadena de la vida y todos los eslabones deben ser lo más fuertes que sea posible.
A nuestra derecha hay un fuego mucho más grande alrededor del cual se amontonan los rostros felices de muchos niños. Escuchan a uno de sus mayores contar historias de la antigüedad. Aprenden de este modo las leyes y tradiciones de su tribu. Les está hablando de la creación del hombre y del cuervo blanco que voló hacia la tierra del sol durante un año y un día para robar un palo de fuego para los antepasados de las tribus. Después, durante otro año y un día, voló de regreso con el palo ardiendo. El fuego estaba tan caliente que quemó y ennegreció sus hermosas plumas blancas, pero pudo traer su precioso regalo al hombre. Por su valentía, el cuervo ha sido honrado hasta hoy por los hombres de las tribus. El narrador termina el relato y se vuelve hacia nosotros para vernos pasar; vemos que también él lleva la marca en su frente, nos sonríe y saluda, señalándonos el fuego siguiente.
Pasamos junto a muchos fuegos, en torno alguno de los cuales sólo se concentran una o dos personas, jóvenes parejas recién casadas, una familia de tres o cuatro miembros, una anciana con su hijo, pero ninguno carece de amigos. La tribu es una totalidad unidad que cuida de aquellos que la necesitan. Nadie carecerá de alimentos, amor o consuelo. El huérfano, la viuda, el joven esposo con un hijo sin madre, los padres viejos que han quedado solos: todos son atraídos hacia la vida de la tribu.
Este fuego es diferente, pues aquí los ancianos se reúnen para discutir y redactar las leyes. Aquí todos se dedican a la justicia y la restitución de los agravios. Estos hombres y mujeres son respetados por su edad y considerados por su sabiduría. Se sientan en un círculo alrededor del fuego, y a su cabeza está el mayor de todos. Esta persona merece todas las deferencias, todo lo que sucede en la tribu o que le concierne es narrado al mayor de los mayores. Es difícil decir si esa figura agachada es un hombre o una mujer, pero alrededor de su cuello cuelga un talismán cuya forma parece el signo astrológico de Mercurio. En su frente lleva el signo que hemos reconocido ya como el del buscador del conocimiento.
Somos conducidos frente al jefe de la tribu, cuyos ojos, enmarcados en un rostro arrugado, brillan de inteligencia. Nos saluda con una mano delgada y nosotros nos inclinamos para oír sus palabras. Cada uno de nosotros recibe privadamente un momento de su sabiduría.
Delante está el último fuego de todos, el más fuerte, el de la forja. Conforme nos acercamos podemos escuchar el sonido del martillo sobre el yunque, y el silbido del hierro trabajando. El herrero es alto y poderoso, de constitución parecida a la de Prometeo. Es la figura interior simbólica de este sendero y debemos pensar en él profundamente. Trabaja en una espada de metal de estrellas que ha caído del cielo, y al que podríamos dar el nombre de meteorito. La empuñadura tiene forma de llamas y tiene incrustado un topacio dorado.
El herrero se da la vuelta para saludarnos, sonriéndonos, deja a un lado el martillo, acaricia la cabeza de un niño somnoliento que trabaja con el fuelle y le despide a casa. Nos lleva entonces más allá de la forja, al oasis que hay cerca del campamento. Miramos hacia el agua y de su profundidad se eleva la imagen mágica de Hod. Es el Hermafrodita, el cual sostiene una vara de oro alrededor de la cual se entrelazan dos serpientes y que termina en una piña alada. Es el caduceo, la vara de Mermes el mensajero, el que trae las palabras a los hombres. El herrero nos pide que miremos de nuevo hacia el agua y esta vez vemos nuestro propio rostro, y en la frente llevamos el signo de los de nuestro grupo.
Al tomar estos senderos nos hemos dedicado a algo muy importante. Conmovidos, volvemos con el herrero a la forja, y allí está Miguel, el arcángel de Hod, esperándonos con su manto anaranjado echado hacia atrás y poniendo al descubierto un pectoral de oro. Hefasteo toma la espada que ha hecho y se la da, es un regalo de uno de los dioses más antiguos a un señor de la llama; Miguel la toma y la eleva como saludo y a su hacedor, quien sonríe y se inclina reconocido.
Es el momento de irnos, recorremos el campamento que está silencioso, aunque hay algunos que no duermen y esperan para vernos marchar con ojos de conocimiento. Están allí para despedirnos la curandera, el maestro, el más anciano de los ancianos y el herrero. En el límite del campamento hay un hombre joven con caballos para que regresemos con más rapidez a las montañas. El viento es cálido y está aromatizado por las flores nocturnas del desierto. Parece elevarse y llevarnos a través de la arena. Las montañas están cada vez más cerca hasta que podemos ver las rocas que sostienen al titán encadenado, y por encima de ellas la oscura entrada a la cueva que conduce de regreso hasta Malkuth.
Desmontamos al pie de la montaña y damos las gracias al joven. Coge los animales por las riendas y vuelve de nuevo junto a su pueblo. Escalamos con Miguel por la empinada pendiente, fatigados ya y deseando un descanso. Pasamos junto a la durmiente águila y damos más agua al infatigable titán. La tribu de la cueva también está durmiendo y ven nuestro futuro en sus sueños. En la boca de la cueva nos despedimos de Miguel, sabiendo que volveremos a verle; él levanta la espada a modo de saludo, nos damos la vuelta y volvemos a entrar en el templo de Malkuth. La puerta se cierra detrás de nosotros y nos hallamos de pie ante el altar, pensando muchas cosas, pero sobre todo en Prometeo. En silencio, se forma alrededor nuestro propio nivel y nos hallamos otra vez en casa.

El tercero de nuestros viajes nos lleva desde la esfera de Yesod, llamada la «casa del tesoro de las imágenes» a la de Hod. El trabajo real comienza en el templo de Yesod, pero Malkuth es como siempre el punto de partida. La letra hebrea del sendero es resh, la cabeza, la envoltura sagrada del enigma que llamamos la mente, la sede de la inteligencia humana. El signo astrológico que damos a este sendero es el del sol. Tomando este sendero podemos iluminar más las esquinas oscuras de nuestra mente y obtener mayor conciencia de nosotros mismos. La carta del tarot del sol recibe también el nombre de «el señor del mundo», una frase muy conveniente considerando que sin él nuestro mundo sería inhabitable.
El texto yetzirático declara que este sendero es «la inteligencia colectiva por la que el hombre puede estudiar los cielos y planetas y aprender de sus modos». Por tanto, es un sendero de la ciencia y de la astrología en particular, utilizando la palabra en su nivel oculto más profundo. Viajando desde la esfera lunar de los sueños y la intuición hasta la esfera disciplinada de la mente se consigue una buena combinación de hechos científicos y de conjeturas inspiradas; combinación que ha sido la causa de numerosos grandes descubrimientos.
El sendero treinta nos lleva desde Yesod, cuya visión es la de «la maquinaria del universo», por el camino real del sol hasta la esfera de la mente en su esplendor, siendo ésa la visión de Hod. Esto nos indica que viajamos todo el tiempo con la luz, la luz solar del conocimiento y la luz lunar de la intuición. En términos astrológicos, tenemos las luminarias en oposición, y en una carta astrológica esto indicaría tensión, pero la tensión no es siempre mala, pues puede producir un equilibrio de juicio conducente a realizaciones interiores. Aquí ofrece una vinculación entre la mente consciente y la subconsciente, preparando el camino para que las conjeturas inspiradas se conviertan en hechos.
En este sendero podemos descubrir las partes ocultas de nosotros mismos que necesitan ver el sol, incluyendo las ideas semiformadas y los deseos que sólo necesitan un poco de calor para crecer, fortalecerse y fructificar. No hay un sendero que sea más importante que otros, pero podemos reaccionar más ante unos que ante otros, y este puede producir efectos en un nivel muy profundo sin que lo parezca. El hecho y la fantasía en equilibrio pueden producir belleza, pero el exceso del uno o de la otra provoca el desastre. Vemos aquí al hombre saliendo del estado inconsciente de la mente, en donde las acciones son principalmente reflejas y los pensamientos tienden a producirse al azar, para llegar a un modo más organizado de vivir y de pensar, debido en parte a los ecos de la influencia de Chesed que se filtra a través de Hod.
En la antigüedad el hombre tuvo muchos grandes maestros que le enseñaron avicultura, arte, curación, música y metalurgia. Le dieron leyes que le ayudarán a gobernar sus acciones con respecto a los otros. Pero se inició también así un proceso que relegó al subconsciente, produciendo un desequilibrio en el modo de pensar del hombre. Las dos formas tenían que trabajar en armonía. El objetivo de un trabajo de sendero es crear un equilibrio entre estos dos modos de pensar, utilizando las esferas opuestas como los aspectos gemelos y el sendero como el agente equilibrador. En el sendero treinta deberíamos crear un equilibrio entre la mente razonadora y la intuitiva, para que trabajen ambas en armonía.
Al asignar el sol a este sendero, buscamos las formas divinas solares, aunque sólo sea por atribución. Apolo no era sólo un dios solar, era también un dios de la profecía, recordándonos el lugar que ocupa la astrología en este sendero y siendo un medio para predecir acontecimientos futuros. Esto no es tan extraño como pueda parecer a algunos. Al fin y al cabo, la tabla de mareas se basa en las observaciones de la luna. Se sabe que las conjunciones de determinados planetas predicen las explosiones solares con tal precisión que la NASA se fió de esas predicciones para evitar así enviar hombres al espacio en esos momentos particulares.
Un mito cuyas raíces se han fijado en este sendero es la batalla de talento entre Ra, el dios solar egipcio, e Isis, la diosa lunar. Isis creó una serpiente que mordió a Ra en el talón (que es siempre un punto vulnerable en una forma divina). Como no era una de sus creaciones, Ra estaba indefenso contra el veneno, por lo que mandó buscar a Isis para que viniera a curarle. Ella aceptó, pero sólo si él le daba su nombre secreto, mediante el cual ella tendría poder sobre él. Ra se negó e Isis se fue, pero el dolor se hizo tan fuerte que al final Ra tuvo que aceptar y le dijo su nombre, después de lo cual Isis le curó. A partir de entonces declinó el poder del Sol y aumentó el de la Luna. Aquí el Sol y la Luna estaban en campos opuestos y trabajan el uno contra la otra.
Lo opuesto a esto es la historia de la ciencia-ficción. A principios de los años 30, la amplitud de la visión y la imaginación mostrada por los escritores de estos mitos modernos tenían siempre la señal de Yesod. Se liberaba la mente en un mundo de sueños, pero, sin embargo, esos sueños tomaron raíces, crecieron y se convirtieron en hechos que despegaban y desembarcaban en la Luna, Marte, y luego en el espacio. No hay que subestimar nunca el poder de los sueños, pues sin ellos el hombre no habría sobrevivido; son el fundamento de la realidad. ¿Y es realmente una coincidencia que la primera nave espacial auténtica se llamara Apolo? Aunque Hod parece estar relacionado con el fuego, observará que su temple recibe el nombre de «temple acuático de Hod». Para entender esto, piense en la frase que dice que «Hod tiene sus raíces en Chesed, que a su vez tiene sus raíces en Binah, el gran mar». Hod está también en la base del pilar de la forma, y recibe así la influencia del agua que fluye al bajar por el pilar, relacionándose al mismo tiempo con Geburah, la esfera del fuego. Recuerde que Hod es una esfera de la transmutación, y que el fuego y el agua hacen vapor.
Muchas escuelas de pensamiento asignan Rafael a Hod, pero yo he utilizado a Miguel. Realmente son intercambiables en Hod y en Tiphereth, y he utilizado el sistema con el que me formé. Los que quieran conocer más datos al respeto, encontrarán en A Practical guide to Qabalistic Symbolism (volumen 1, capítulo 14, párrafo 8) una explicación detallada de la razón de esta elección.
En el templo esperamos a Sandalphon, viene por detrás y coloca una mano suave en nuestro hombro, su bienvenida resuena dentro de los tranquilos espacios de la mente y respondemos del mismo modo. Con el signo ya familiar abre la puerta del centro, pero no hay cortina hasta que llegamos al templo de Yesod. Avanzamos en una niebla violenta que oculta el sendero en pendiente que hay bajo nuestros pies. Al cabo de un rato, vemos por delante un brillo plateado: las puertas de Yesod. Se abren al acercarnos y entramos en el templo de la Luna.
Es redondo y tiene paredes de plata, el suelo está hecho con losetas de color azul oscuro. En torno al borde del suelo hay imágenes de la Luna y sus fases. A nuestros pies hay una luna creciente hecha con ébano y plata, a nuestra izquierda es mitad ébano y mitad plata, y a través del suelo hay un disco plateado entero y a nuestra derecha un disco de ébano. Delante hay una laguna en forma de luna creciente cruzada por un pequeño puente de madreperla. El altar es de mármol blanco y sobre él hay un plato plateado del que sale la llama. Por encima, en un techo de color azul oscuro, cuelgan nueve lámparas de plata. Tras el altar parece haber un velo de color violeta bordado con plata, el cual se estremece y se abre dejando al descubierto una forma de tal gracia que cada movimiento suyo es como un acorde musical. Está ante nosotros Gabriel el mensajero. Tiene plegadas las grandes alas de color violeta y plata, sus ojos son brillante y verdes como un mar agitado por la tormenta, y brillan dándonos la bienvenida. El respeto atenaza nuestra garganta al hallarnos en presencia del anunciador de los cristos del mundo. A nuestro alrededor podemos percibir el sonido y el aroma del mar.
Obedeciendo la petición de Gabriel, que ni siquiera pronuncia, nos unimos a él junto a la puerta. Consciente de que es difícil soportar la cercanía de un ser como él, nos protege y cambia su forma por la de un joven con túnica griega, piel aceitunada y cabellos oscuros como la noche atados con una cinta de plata. Pero los ojos verdes como el mar siguen siendo los mismos. Se abre la puerta y la cortina de tarot del Sol se forma lentamente, encontrándonos al traspasarla en una calle iluminada por el Sol.
Estamos encima de una colina de la que se domina una ciudad de edificios blancos, y ante nosotros un camino conduce a una gran plaza. Podemos ver desde aquí un puerto lleno de barcos, y más allá una alta torre de ladrillos con un fuego ardiendo encima; es Pharos. Un edificio de gran belleza domina la plaza, cruce de caminos del saber de todo el mundo conocido, la Biblioteca de Alejandría.
Un hombre sube por el camino y se encuentra con nosotros con un vigor que desmiente su barba y cabellos blancos. Lleva alrededor del cuello un collar retorcido de oro cuyo dibujo proclama su origen celta. Merlín, archimago de Gran Bretaña, nos saluda con su mano tendida. Nos conduce hasta la plaza y nos detenemos delante de la gran biblioteca. Vemos la talla del divino Pymander sosteniendo la tabla esmeralda, y subimos después los escalones para entrar en el salón. Hace un frescor agradable después del Sol de la calle, altas ventanas recorren los dos lados, en el suelo hay un Zodiaco hecho con mosaicos y todos los planetas están en su casa y lugar. En cada esquina hay una de las cuatro criaturas sagradas. Podemos utilizar las ventanas para ver representaciones vivas que nos permitan conocer los caminos por los que el hombre ha obtenido su conocimiento, y también la mala utilización que ha hecho de éste. Quizás podamos aprender de sus errores.
Nos detenemos frente a la primera ventana y vemos espacio, un espacio infinito. En el centro aparece una manchita de luz que crece convirtiéndose en un Sol, nuestro Sol, y alrededor aparece el sistema solar. Vamos observando cada planeta conforme viene hacia nosotros, manteniendo su lugar en la gran danza. Viene primero Mercurio, pequeño y veloz, cerca de su padre el Sol. Venus, nuestro planeta hermano, velado por las nubes, pasa moviéndose con gracia seguido por la Tierra, la cual parece una hermosa joya de color azul y verde. Marte, rojo y polvoriento, cruza el espacio como el dios que lleva su nombre; detrás va Júpiter, llenando todo el ventanal con su enorme masa y mostrando en su pecho un corazón de rubí. El misterioso Saturno, con sus maravillosos anillos iridiscentes, nos deja sin aliento cuando se desliza ante nosotros. Detrás vienen Urano, Neptuno y Plutón, todos ellos exactamente en su tiempo y lugar.
Cada parte del modelo cósmico, como nuestro sistema solar, se puede comparar con un jardín en donde el logos de ese sistema siembra las semillas de la vida. Esas semillas enraizarán o no, pues la voluntad de hacerlo les corresponde sólo a ellas. Todo está aquí para que lo exploremos, tenemos el conocimiento que nos transportará a este nuevo territorio, pero ese conocimiento hay que ganarlo con esfuerzo. ¿Cómo hemos utilizado nuestro don de la inteligencia?
El segundo ventanal muestra otro sol hecho por el hombre; es Hiroshima después de la bomba atómica, un sol que destruyó en lugar de calentar, que quemó en lugar de estimular el crecimiento. No deje de mirar, pues si no lo hace no podrá aprender; la verdad a veces quema tanto como este abuso del poder; pero el hombre no puede olvidar lo que ya ha aprendido, y en este caso ha aprendido a utilizar un poder que rivaliza con el sol. No puede dejarlo a un lado y olvidarlo. Podría destruirle a él y al planeta, por eso parece algo malo, pero la única maldad está en la intención del hombre. Cuando se busca y se encuentra energía o poder, lo primero que hace falta es controlarlo. Cuando lo haya obtenido debe buscar modos de que nos sirva con seguridad, en lugar de culparse unos a otros por haberlo descubierto. No podemos ocultar nuestra cabeza en la arena olvidando que existe la energía atómica. Está aquí y ahora, y hemos de enfrentarnos a lo que hemos creado.
Las siguientes ventanas muestran lo que hemos aprendido en medicina. Vemos en rápida sucesión a los curanderos del antiguo Egipto utilizando hierbas y remedios naturales y realizando una cirugía cerebral primitiva con la hipnosis como anestesia. A los doctores chinos que utilizan agujas de plata insertadas en la piel para curar la enfermedad. Vemos también a los doctores europeos de la época medieval, ignorantes y llenos de supersticiones. Vemos que la peste negra barre la tierra y la enfermedad se extiende por causa de la suciedad. Incluso en el siglo XIX, vemos a un doctor operando con ropas de calle y utilizando instrumentos sin esterilizar y brandy como anestesia. Parecería que el hombre ha ido hacia atrás, pero vemos ahora un hospital moderno y de lo que vemos podremos aprender y progresar. Enfermedades que en otro tiempo mataron a tantas personas ahora están controladas o incluso erradicadas. Por encima de todo, el gran eslabón entre los siglos ha sido el deseo de curar, incluso cuando las condiciones eran las peores posibles.
Vemos ahora un mercado de esclavos de apenas hace 100 años. Esposos y esposas, padres e hijos separados unos de otros para ser vendidos, y a veces, en el caso de los bebés, asesinados porque son demasiado jóvenes para tener algún valor, o porque costaría demasiado criarlos. Eso es lo que un hombre puede hacer a otro cuando una raza cree que su conocimiento le da derecho sobre las demás. Ahora vemos un próspero pueblo azteca con gentes felices y bien alimentadas; después lo vemos cuando el celo religioso de otra cultura les ha conquistado. Destruidos y saqueados, sus lugares de veneración arruinados. Esos montones ennegrecidos fueron en otro tiempo personas vivas. ¿Un regalo del hombre al hombre?
Ahora vemos el aula de una universidad, con muchas razas aprendiendo juntas y un grupo de jóvenes tocando música sentados en la hierba. Un profesor de África dando clase a un grupo de europeos. Un descendiente orgulloso de sangre azteca y española cultivando la tierra por la que lucharon sus antepasados. Un joven abogado navajo que lleva con éxito un caso contra un hombre blanco en un tribunal del hombre blanco. Sí, podemos aprender.
En el otro lado del salón vemos escenas distintas, aquí viven de nuevo los maestros del pasado. Lao Tze hablando con sus discípulos, Buda caminando por una carretera polvorienta y enseñando al mismo tiempo. Sócrates dando clase a un grupo de compatriotas, Platón trabajando en su teoría de los números, Jesús hablando en el monte. Aquí podemos ver y oír a Kepler, Da Vinci, Galileo y Bacon. Una ventana muestra a un divertido hombre de Neanderthal mirando un círculo de madera por el que accidentalmente ha lanzado una larga rama (las ventanas tienen su propio sentido del humor). No muestran siempre lo mismo y ni siquiera lo que les pedimos del modo en que lo deseamos, pero de lo que nos enseña aprenderemos. Alejandría sólo fue destruida en el nivel físico, aquí en el astral y en los niveles mentales superiores sigue existiendo. Merlín señala una puerta pequeña que tiene tallada en el dintel la letra hebra resh. La abre y pasa a un hermoso jardín lleno de color y aroma y en el que se produce una sensación de paz. Aquí animales y aves de todos los tipos andan en libertad y sin miedo. Un ciervo ociquea en nuestras manos cuando se las extendemos y luego acariciamos la melena de un león durmiente que está tumbado perezosamente sobre las ramas bajas de un árbol. Da un gruñido, pero sigue durmiendo con descuido.
Aquí hay un lago con muchas aves acuáticas; en el centro hay una pequeña isla en la que podemos ver la imagen mágica de Hod. El Hermafrodita nos muestra los dos lados de nuestra naturaleza, lo físico y lo espiritual, que deberán unirse para formar una totalidad. Nuestra naturaleza lunar, femenina e intuitiva, y la solar, lógica y masculina. Nos sentamos al borde del agua preguntándonos si alguna vez conseguiremos armonizar las dos partes. El sol y la luna deben estar equilibrados en todo. Los ojos de Merlín nos entienden, pues en otro tiempo él fue también un buscador como nosotros y se halló al principio de un largo camino. Todos los grandes maestros han sido hombres y mujeres de la tierra, han vivido con las mismas alegrías y miedos que nosotros sufrimos ahora. Podremos convertirnos en lo que ellos son ahora.
La paz y la comodidad no conducen al progreso, para crecer necesitamos conflictos, algo a lo que el hombre pueda enfrentarse. Son pocos los que entienden esto y creen que sin guerras, sin hambre y sin enfermedad el hombre sería feliz. La verdad es que en esas condiciones moriría. La estructura del hombre exige que luche y sufra para reclamar su dignidad perdida. Del sufrimiento surge un mayor conocimiento y una sabiduría más profunda. Este es el significado de la expulsión del Edén, un apartamiento del orden para obtener a cambio un entendimiento pleno de la existencia.
Empezamos a ver uno de los significados superiores del símbolo del Hermafrodita, que debe haber opuestos en el plan cósmico, aunque produzcan sufrimiento. Nos levantamos y regresamos con Merlín hasta el gran salón. Tras regresar a la plaza del sol, llena ahora de gente, hablamos un rato con Merlín y luego ascendemos a la colina para volver a cruzar la puerta de la cortina. Nos despedimos aquí, prometiendo regresar para ver lo que las ventanas nos enseñan la próxima vez.
Cruzamos la cortina y llegamos al templo de Yesod, donde espera Gabriel con las copas plateadas de agua, mostrando en su rostro amor y comprensión; y al beber el agua de la luna, nos espera pacientemente para guiarnos después de regreso hasta el sendero neblinoso que conduce a Malkuth. Aquí Sandalphon cierra la última puerta. Tenemos mucho que aprender, mucho que hacer, y el conocimiento puede ser peligroso, pero es nuestra herencia y debemos utilizarla con prudencia. El templo se desvanece lentamente.

Si hubiera que poner a alguno de los senderos la señal de «CUIDADO», elegiría el veintinueve. No es que sea peligroso en el sentido habitual, pero tiene inclinación a remover cosas que la mayoría de nosotros preferiríamos dejar tranquilas. Sin embargo, es un sendero esencial pese a todo ello. Como trata cosas pertenecientes a la tierra, los estudiantes suelen considerarlo como algo no demasiado agradable o como algo que hay que cruzar precipitadamente por si resulta nocivo. Ambas actitudes son erróneas. Actúa como un contrafuerte que junto con el sendero treinta y uno soporta todo el peso del árbol. El texto yetzirático nos dice que es la «inteligencia corpórea...; forma todos los cuerpos... y es su reproducción». Esto, en resumidas cuentas, es el sendero del sexo.
El sendero veintinueve se ocupa de los cuerpos, de cómo están hechos y de lo que les hace vibrar al formarse. Como en nuestro impulso sexual lo que hace que la mujer y el hombre se sientan atraídos son las reacciones químicas, este sendero tiene mucha relación con el sistema endocrino. Pero no todo termina ahí. Es también el sendero que rige la actitud del hombre ante los demás, su compañero o compañera, hijos, tribu, incluso en cierta medida con su dios, pues la primera idea que tuvo el hombre de dios estuvo muy relacionada con la necesidad de la fertilidad en los cultivos, los animales y las mujeres. Las necesidades básicas exigen dioses básicos, los cuales tienden a hacer sacrificios muy básicos. De ahí provino la antigua religión de la fertilidad, el culto a la prostitución sagrada y la práctica del heiros gamos, o matrimonio sagrado, del rey o la reina con el dios o la diosa.
La carta del tarot asignada al sendero veintinueve, la luna, nos da muchas pistas. Hay una laguna de la que emerge una criatura marina, lo que es un buen simbolismo de la aparición de la vida a partir de nuestra matriz primaria, el mar. El paisaje es agradable y se nos da a entender la construcción del conocimiento en la forma de las dos torres. Hay un lobo y un perro sentados junto a la laguna, el uno animal salvaje y el otro domesticado, aunque ambos forman parte de la misma especie, recordándonos que, aunque podamos tener una civilización, lo primitivo no está muerto, sino que yace dormido en nuestro interior.
La propia luna es un símbolo de la influencia ejercida sobre las mareas de nuestro planeta, y las mareas interiores más profundas del hombre y de la mujer. Estas mareas de la vida tienen flujos y reflujos a lo largo de toda nuestra vida, y nos hallamos controlados en gran medida por esta esfera lunar. En el pasado, jugó un papel vital en nuestra vida religiosa, y lo sigue jugando, pues el hombre no ha dejado nunca de venerar a la diosa luna en sus múltiples formas.
La letra es qoph, nunca, la parte que sostiene el cerebelo; y cuenta la tradición que su aspecto sirvió de diseño para el primer laberinto. También es la parte que se relaciona con la columna vertebral, por la que asciende el poder de Kundalini. La médula, que es un centro psíquico, conecta con el sistema límbico, del que podría decirse que retiene, o al menos guarda, los llamados poderes ocultos. La forma misma de la letra habla de la posición erguida del hombre.
El signo astrológico es Piscis, el cual muestra la dualidad del sendero, el aspecto masculino/femenino que es la esencia del camino. Los nativos de Piscis suelen ser soñadores y tienen inclinación a lo emotivo, lo que son características de los amantes. El aspecto de Venus del sendero no necesita explicación, pues su mismo simbolismo lo aclara. Pan, el dios con cuernos del bosque, tiene también aquí su lugar. Esta forma divina puede asignarse también a muchos de los senderos, pues es un nombre griego que significa «todo». Malkuth, Netzach y Chocmah pueden reivindicar también su forma simbólica, forma que es extremadamente poderosa. El es el aspecto masculino fertilizador, lo mismo que Afrodita es el aspecto femenino receptor, y el uno no puede operar sin la otra. A pesar de los mitos que hablan de la preferencia de la diosa del amor por Hades, Pan y su esposo Hefasteo comparten el aspecto de creatividad que la diosa nacida en la espuma necesita para su trabajo; es decir, para que el mundo siga en marcha.
Es evidente que este sendero tiene que incorporar el aspecto físico del sexo, más las variadas emociones que forman parte de él; en otro caso, el viaje no enraizaría en la tierra. Recibe el nombre de sendero de la naturaleza, y con seguridad el atractivo de la madre tierra puede correr en paralelo con el encanto igualmente atractivo de Venus. Pero hay que recordar que la madre naturaleza puede comportarse de una manera muy poco propia de una dama, y volviendo a pensar en las dos criaturas con aspecto de perro de la carta del tarot, suele decirse que la perra es difícil de domesticar. Un antiguo refrán dice que «la naturaleza tiene rojos los dientes y las garras», especialmente la naturaleza de quien ha tenido más éxito, el hombre. La adaptabilidad forma también parte del sendero veintinueve, pues es necesaria para sobrevivir.
Uno de los aspectos inversos de este sendero, pues, los tiene, es la evidente ambición del hombre por ser el único animal sobreviviente en este planeta. Cada año mata a un mayor número de miembros de la vida animal y vegetal, con quien se suponía tenía que compartir la tierra, y el crecimiento de la población mundial es el enloquecimiento del sendero veintinueve.
Es un sendero de parejas, por lo que no nos sorprende que la dama del sendero, Afrodita o Venus, tenga una naturaleza doble. Esto nos conduce al misterio de la Isis negra y la Isis blanca. Es un tema tan amplio que necesitaría un libro, pero aquí basta con decir que incluso la diosa del amor y la belleza tiene su gemela oscura. Oscuridad no significa siempre mal; en realidad, raras veces lo significa, y un estudio de las leyendas de Isis y su hermana Neftis le será de gran ayuda. Los recién llegados al ocultismo se inclinan invariablemente hacia la Isis blanca, sorprendiéndose cuando se convierte en la negra, pero no hay nada que temer a este respecto. Sin embargo, es mejor empezar con el aspecto negro y esperar, pues siempre se convertirá en la Isis blanca. Para conseguir una explicación aún mejor, lea la historia de Lady Ragnell, la esposa de Sir Gawaine, y pase de ahí a la canción de Salomón.
Hay una gran similaridad entre el sendero treinta y uno y el veintinueve. Juntos forman los elementos polarizados del fuego y el agua, y el principio del símbolo del caduceo. El sendero de fuego que va de Malkuth a Hod, terminando en un templo de agua, es el inicio del rayo azul de la sabiduría, mientras que el sendero veintinueve, que es de agua, termina en un aspecto de fuego e inicia el rayo verde del poder. Este aspecto cruzado del árbol lo encontrará una y otra vez; estúdielo bien, pues en él está la clave de los senderos ocultos.
Al formarse a nuestro alrededor, el templo está lleno del aroma de las flores. Sandalphon juega con algunos de los Ashim, extiende sus manos y de ellas salen chispas de fuego que forman complicados diseños, semejantes a espirales del ADN coloreadas. Ascienden hasta el techo y mantienen la forma mientras el arcángel nos mira y viene a saludarnos. Cuando pasamos junto a las luces, nos dice que la exhibición es para nosotros, para recordarnos el modelo básico de nuestro ser. Enviamos un pensamiento de agradecimiento a los Ashim, quienes rompen filas y se amontonan a nuestro alrededor. Es la primera vez que tenemos un contacto íntimo con ellos, y es como hallarse en medio de una exhibición de fuegos artificiales. Cubre nuestras manos y cabezas, hasta el punto de que parecemos luciérnagas, y después, a una palabra de Sandalphon, se van y regresan al altar.
Se forma sobre la puerta la cortina del tarot, su paisaje iluminado por la luna parece frío y prohibido. Cuando se solidifica y toma vida, la cruzamos, sintiendo por un momento que nuestros pies están en la laguna, y después nos adentramos en una espesa selva. A nuestro alrededor el aire está lleno de ruidos, el olor de la vegetación podrida asalta nuestro olfato. La tierra da la impresión de ser un terreno pantanoso, cediendo bajo nuestros pies a cada paso. Los árboles, si es que puede dárseles ese nombre, parecen helechos gigantescos, y los cultivos que un día se convertirán en las hermosas flores que conocemos no son más que gruesos y feos nudos de color verde rayados con colores rudimentarios. Es la tierra hace millones de años, vigorosa, cambiante y violenta, y no hay nada que sugiera que alguna vez sea diferente.
Escuchamos de pronto un grito terrible y, puestos a salvo en un grupo de helechos gigantes, vemos un espectáculo sorprendente. Un animal parecido a un lagarto gigante lucha con otro de su tipo, más pequeño, que parece una hembra; en esa época no hay negociaciones y el que es más débil y pequeño muere. Nos vamos a toda prisa dejando a los combatientes que prosigan su lucha.
No hay ningún camino que podamos seguir y nos abrimos paso entre las paredes de verdor que constantemente estorban nuestro camino. Luego éste empieza a hacerse más escaso y nos hallamos en un espacio bastante claro. Frente a nosotros hay una puerta de piedra formada por dos piedras erguidas con una tercera cruzada sobre ellas que lleva escrita la letra hebrea qoph. Frente a la puerta hay un ser y tardamos algún tiempo en darnos cuenta de que es una mujer baja, rechoncha y negra. No tiene el color negro satinado de una hermosa africana de nuestra época, sino un color barroso y apagado. Sólo tiene un ojo, los labios partidos y carece de dientes. En su cuerpo no hay la menor simetría formal e incluso desde lejos podemos oler su aliento y olor corporal.
A través de la puerta pétrea del tiempo podemos ver un paisaje más favorable, pero antes de entrar hemos de pagar el precio. El costo de la entrada es un beso a su guardián. Si no quiere o no puede pagar ese precio, vuelva al templo. No podrá avanzar hasta haberlo pagado, y antes o después tendrá que hacerlo.
Cuando hemos pagado el precio, traspasamos la puerta y llegamos a la siguiente zona temporal. La tierra sigue siendo primitiva, pero en las formas de la vida animal y vegetal han cambiado muchas cosas. Los árboles se parecen más a los que conocemos de nuestro tiempo. Han aparecido ya los nombres de Neanderthal y de Cromagnon, quienes están dando forma a la tierra y a su propio destino. Cruzamos la llanura cubierta de hierba y vemos pequeños animales parecidos a caballos que se alejan cuando nos acercamos; por delante hay una especie de sendero serpenteante que penetra en un área densamente arbolada. Ha oscurecido y vemos un fuego; nos encontramos mirando a un pequeño grupo de gentes de la Edad de Piedra. Son aproximadamente una docena, incluyendo a varios ancianos y algunos niños, desde un bebé que va en los brazos hasta uno de siete años. Hay dos mujeres más jóvenes y tres hombres adultos, uno de los cuales es evidentemente el jefe.
Están asando carne en el fuego, y a juzgar por los sonidos que producen, hacía tiempo que no comían tan bien. Un niño de unos seis años está demasiado hambriento para esperar, y trata de coger una pata, pero el jefe, con un grito de rabia, le da un golpe en la cabeza que lo manda dando vueltas por encima del fuego a un montón de paja que hay al otro lado. Se queda allí quieto, con la cabeza sangrando. La madre, mordiendo y arañando, salta en defensa de su hijo, pero en vano, pues la fuerza mayor del hombre la vence con falicidad, y va a reunirse con el niño inconsciente, lamiéndole la sangre que brota del profundo corte de su cabeza.
Cuando la carne está preparada, los cazadores eligen primero, luego las dos mujeres, los niños y por último los ancianos. La madre coge su trozo y lo ataca con los dientes; casi lo ha terminado cuando ve que el niño se mueve. Pasea una y otra vez su vista entre la carne que tiene en las manos y el niño, como si estuviera reconstruyendo alguna imagen en su mente. Poco a poco ocupa su sitio y, aunque está hambrienta, le da la carne al niño, frotándola para que caiga el jugo en su boca, y estimulándole a que la chupe.
El niño, confuso pero consciente, mastica el alimento consolador y vuelve a dormirse. El cazador, ahora repleto, busca más consuelo y aleja a la mujer del niño, llevándosela a la zona de sombra, donde se une brevemente a ella antes de regresar al fuego. Ella se arrastra hasta el niño y lo acuna. Nos vamos dejándoles soñar con felices cazas y vientres llenos. Al irnos, el cielo se ilumina a través de los árboles y al poco tiempo es de día. Llegamos a una pequeña aldea primitiva en la que las casas están hechas de paja y de ladrillos cocidos al sol. En el centro del pueblo se levanta una sola piedra con forma de palo. Su superficie es oscura con algunas manchas, pero no nos preocupamos en pensar cómo se hicieron.
En el otro extremo del pueblo unos hombres sacrifican a una cabra; el animal, aterrorizado, trata de luchar, pero su destino está sellado. Aunque lo condenamos, para estas gentes eso es tan necesario como la sal o el agua, pues sin la ayuda de los dioses sus cultivos no crecerían, sus animales no se reproducirían y sus mujeres serían estériles. No podemos interferir; hemos de mantenernos alejados tal como lo hicimos en el sendero treinta y uno. Debe recordar que ningún sacrificio se hace nunca en vano. No por eso será más fácil verlo o soportarlo, pero podemos quitarle al animal el dolor y el miedo invocando la ayuda de Sandalphon. La cabra se deja caer y deja de luchar, cierra los ojos pacíficamente y ni siquiera se estremece cuando el cuchillo le quita la vida. La hemos ayudado mucho. Una de las cosas más difíciles de aprender es a no interferir en las cosas que vemos en el sendero a menos que se nos diga que lo hagamos. Hay que obedecer esta norma por muy difícil que nos resulte.
Las mujeres recogen su sangre en un cuenco, la llevan hasta la piedra y la derraman por encima. Para nuestra forma de ser contemporánea, esto es algo terrible, pero si queremos apreciar el cambio en el modo en que el hombre ha venerado a sus dioses, no debemos tener miedo de enfrentarnos a estas cosas. No estaremos de acuerdo con ellas, pero así es como fueron. Hecho el sacrificio, las mujeres se van, y los hombres se reúnen para llevar a cabo la siguiente parte del ritual. También nosotros debemos proseguir nuestro viaje.
El bosque va siendo menos espeso y el paisaje se ensancha, llegando a un río que, crecido se precipita hacia el mar. Lo cruza un puente de piedra y nos quedamos allí, observando dos carpas doradas que nadan perezosamente en estas aguas rápidas. En el otro lado hay una madera que conduce a un jardín de flores, sobre todo rosas de todos los tonos, cuyo aroma es casi sobrecogedor. Caminamos por el jardín de Afrodita con placer, los árboles están llenos de pájaros cantores y se mueven por allí en libertad pequeños animales de todo tipo.
En el aire tranquilo escuchamos una flauta dulce, cuya melodía nos llama, tirando de las cuerdas del corazón y entretejiéndose en nuestra mente y espíritu. Evoca imágenes de bosques y orillas, de montañas y valles, y oímos en esa melodía las voces de los que aman y son amados, por lo que nos dirigimos hacia el lugar de donde procede. Como si nos tiraran de una cuerda, caminamos en un sueño y mientras lo hacemos se unen a nosotros y nos siguen animales y pájaros de todo tipo, todos en parejas, macho y hembra. Este sendero tiene estatuas a ambos lados, todas ellas de amantes. Eros y Psique, Romeo y Julieta, Abelardo y Eloísa, Dante y Beatriz, Antonio y Cleopatra: están aquí todos los amantes de la historia y la literatura.
Delante hay un templo de piedra blanca rodeado por palomas del mismo color y por dos enormes leopardos tumbados al sol sobre los escalones. También se sienta en la escalera el flautista, con su bronceado torso brillando al sol, sus ojos ambarinos reluciendo por la diversión que le producen nuestros asombrados rostros. Los curvos cuernos y los miembros extendidos cómodamente sobre los escalones calentados por el sol, así como la reverencia de los animales silenciosos por su amigo y protector, nos indican que estamos en presencia del gran Pan.
La flauta se halla ociosa en sus manos, pues acaba de separarse de sus labios sensuales y abiertos que sonríen ahora con placer. Se levanta, se estira y bosteza, y no nos cabe duda de su derecho a ser considerado como el dios de la fertilidad. Sale del templo una mujer, pero de esas que los ojos mortales sólo raras veces ven, la diosa del amor y la belleza que ella sola da gracia a su jardín. Una melena de cabellos dorados como la miel cae hasta sus rodillas, los ojos brillan con suavidad y los labios invitan al beso, recibiendo uno del dios de pies de patas de cabra. Su cuerpo desnudo es la perfección de la feminidad, su misma presencia seduce el corazón de todos los hombres y hace de cada mujer un templo en su honor.
Los animales se amontonan alrededor de la divina pareja, apretujándose para tocar una mano o recibir una palabra de alabanza. Su voz tiene la misma calidad de la flauta y nos hace acercarnos a su lado, para poder sentir también su mano cuando nos bendiga. Sin ella no habría alegría, ni amor ni nueva vida que bendijera la tierra. Flor y árbol, animal y pájaro, insecto y pez, todos deben tener su bendición para poder procrear. El amor y la alegría de amar es el don que ella da a toda la vida que hay sobre la tierra.
Pan coge a la dama por la mano y la acerca hasta la puerta del templo, deteniéndose allí y sonriendo a la asamblea, para después dar la vuelta y traspasar el umbral. Empezamos a deshacer nuestro camino, pero los animales se quedan allí, quietos y silenciosos, mirando la puerta cerrada como si esperasen alguna señal. Pasamos junto a las estatuas y nos abrimos camino por el fragante jardín hasta llegar a la puerta de madera. Al llegar allí oímos desde el templo distante el grito de amor de una mujer, el cual rompe el hechizo y hace que los animales se vayan hacia los árboles, quedando el jardín silencioso y vacío.
Cruzamos el río y regresamos al pueblo, pero aquí las cosas han cambiado, pues el falo de piedra ha sido sustituido por la estatua de un hombre y una mujer entrelazados, ya no está manchado y la piedra se halla, en cambio, cubierta de frutas y flores. Una mujer ordeña una cabra y un niño pequeño tira de su mano recibiendo una caricia. Alegrándonos de esta forma más suave de venerar la fuerza de la vida, nos apresuramos, pues el cielo se vuelve oscuro y bajo la luz de la luna llegamos hasta donde estaba la tribu de la Edad de la Piedra, que ahora duerme.
El cazador monta la guardia, vigilando a su pequeño grupo; el niño pequeño duerme al lado de su madre, y se queja en sueños, pues la cabeza le duele todavía. El cazador se dirige hacia él y se agacha a su lado, lucha por un momento con cierta agitación interior, y después, con un torpe gesto de consuelo, pasa la mano por los cabellos del niño. Este despierta y durante un momento se miran fijamente el uno al otro, sintiendo que algo nuevo está entrando en sus vidas y su conciencia. Lenta, dolorosamente, sin darse cuenta de que está viviendo una pequeña parte de la historia, el cazador sonríe. Coge al niño en sus brazos, tal como ha visto que lo hacía la mujer, y lo lleva junto al fuego. Se sientan en cálida compañía, el niño a salvo y caliente en los brazos del padre. Una nueva forma de amor ha llegado al mundo. Le dejamos gozar de su proximidad recién encontrada y seguimos el camino.
Bajo la luz del amanecer vemos la puerta de piedra, y tras ella la selva primigenia, así como a la negra Isis que nos está esperando. Cruzamos precipitadamente la puerta del tiempo y la figura resplandece y se desvanece, viendo en rápida sucesión a la mujer de la Edad de Piedra, una mujer del pueblo, una joven beduina y a una joven judía con su típico tocado. Una nubia de piel negra satinada, orgullosa de estar embarazada, y a una novia china con su traje de boda. Pasa ante nosotros la mujer en todas sus formas y finalmente aparece allí la hermosa Afrodita con los brazos extendidos para darnos la bienvenida y para devolvernos el beso de amor que le dimos cuando era fea y repulsiva. Después se va.
Recorremos con prisa la selva hasta encontrar la cortina del tarot que nos está esperando, colgada entre dos de los enormes helechos. Tras ella, oscuramente, podemos ver las formas destelleantes de los Ashim, y la cruzamos para llegar al templo. Las chispas se amontonan a nuestro alrededor como si estuvieran embebiéndose de los residuos de la presencia de Afrodita. Sandalphon cierra la puerta y luego nos lleva hasta situarnos delante del altar. De pronto escuchamos gaitas y una gran risa que oímos a nuestras espaldas nos hace girar con sorpresa. Allí está Pan, con las pezuñas firmemente asentadas, la cabeza echada hacia atrás, los cuernos brillando bajo la luz del altar. Ahora está en silencio y pasa una mano sobre nuestras cabezas, con el mismo gesto del padre de la Edad de Piedra, pero con una comprensión mucho mayor de nuestras necesidades espirituales y físicas. El templo se desvanece lentamente.



Como el sendero veintinueve se ocupaba mucho del aspecto físico del sexo, podemos considerar el veintiocho como el aspecto superior y perfecto. Eso ajusta con el texto yetzirático que lo describe como la «inteligencia natural: pues se completa y perfecciona la naturaleza de todo lo que existe bajo el sol».
El viaje nos lleva de Yesod a Netzach, uniendo así las imágenes del fuerte hombre desnudo y la hermosa mujer desnuda. Adán y Eva, tal como eran bajo el sol de Tiphereth, completos y perfectos en el sentido espiritual, pero sin haber llegado todavía al reino de Malkuth, donde tendría lugar el resto de su educación. Aquí, en el punto del equilibrio, han de elegir si caen en Malkuth o permanecen como están. La balanza es Lucifer, el portavoz de la luz, no la serpiente del mal como lo representa la Biblia, sino un ser espiritual de gran poder. Su papel en el progreso del hombre hacia la divinidad ha sido de importancia vital. Lucifer, como el hijo de la maña (la estrella de la mañana) está muy implicado en este sendero. Se halla relacionado con Venus, y con la hermosa mujer de Netzach, y a su corona de esmeraldas le falta la piedra central, afirmando la tradición que con ella se talló el Grial. Lucifer es, en realidad, uno de los mensajeros de la humanidad, y hay una gran diferencia entre él y el llamado Lucífugo.
En el Jardín actuó de catalizador, y podemos trazar una analogía con el Hades del sendero treinta y dos, quien presiona al alma para que busque su propia profundidad a fin de que pueda alzarse triunfante y divina. El hombre ha recibido libre albedrío, pero, a menos que reciba también opciones, esa libre voluntad no pasará de ser una abstracción, un «puede ser». En la interpretación del mito hay algo a lo que solemos referirnos como «el error vital». Es un acontecimiento que parece un desastre, que se percibe como tal y que ciertamente eso es lo que es. Pero por medio de ese error puede surgir un bien mayor. El mejor ejemplo es la historia de Eros y Psique. Si Psique hubiera obedecido a su amante y no hubiera tratado de descubrir la identidad de éste, habría acabado envejeciendo, perdiendo su amor y muriendo. Por desobedecer las instrucciones de Eros, lo perdió al principio, pero después, por su amor y su determinación para volverlo a ganar frente a toda adversidad, consiguió la belleza y la vida eterna, además de a Eros, y todo ello gracias a un error vital.
Volviendo al Edén, allí se cometió el mismo tipo de error, pues, aunque Lucifer obtuvo lo que quería, no pudo sentirse muy feliz por ello y recibió muy mala publicidad. La humanidad podía elegir entre morder o no morder, e hizo lo equivocado, pero el Creador nunca deja pasar una buena oportunidad. Al caer en la materia, el hombre pudo añadir la experiencia vital física a la espiritual. Puede tardar mucho tiempo en volver a la vida eterna y la divinidad, lo mismo que tardó mucho tiempo Psique en lograr lo que quería, pero llegará allí y a lo largo del camino tendrá que hacer elecciones importantes. Al fin y al cabo, la carta del tarot correspondiente al Malkuth es el mundo, la obra completada.
La carta del tarot que utilizaremos en el sendero veintiocho es la del Emperador, a quien podemos considerar aquí como el padre supremo o Creador. (Sé que hay una gran controversia con respecto a cuál es la carta que debe utilizarse aquí. Yo he utilizado la que se sugiere en el libro Practical Guide to Qabalistic Symbolism, pues pertenece al sistema en el que fui formada.) Hay otros que prefieren utilizar la estrella, y pueden hacerlo. Hay una tradición que afirma que, cuando Adán estaba muriendo, su hijo Seth volvió ante las puertas del Edén y pidió el Grial para curarle. La petición fue rechazada por buenas razones, pero la esperanza estaba allí, y la estrella es esperanza, la esperanza del Grial y la vida eterna. Por tanto, en relación con este sendero esa carta tiene tanto derecho a su representación como la del Emperador, y por consiguiente, puede utilizarla si lo desea.
El sendero veintiocho es de un tremendo poder creativo, razón por la cual se utiliza la carta del Emperador; es el sendero que se relaciona con los poetas y los soñadores. El camino que va de Yesod a Hod utiliza la lógica incisiva y clara de la mente pura, relacionándola con la intuición. El veintiocho toma las esperanzas, deseos y sueños del hombre y les insufla la fuerza vital de Netzach. El primero nos hace trabajar para que nuestros sueños se vuelvan realidad, el otro puede hacer que nos contentemos a veces simplemente con soñar, a menos que el deseo y la necesidad de que ese sueño se cumpla sean tan grandes que irrumpan a través de Malkuth. De cualquier modo, puede ser una experiencia excesiva para quien no esté preparado, y resulta vital elegir adecuadamente.
La cualidad de reflejo del sendero, su capacidad para hacer que la imagen parezca más hermosa que el original, queda tipificada en su signo astrológico. Acuario, y hace referencia también a la similaridad con el trigésimo. Ante el viajero que recorre el sendero coloca otro espejo, pues tal como veremos a partir del sendero veintiséis, el árbol está repleto de espejos situados en los lugares más improbables.
La falta de habilidad en este sendero produce una incapacidad igual con la fuerza creativa en el nivel físico. El frustrante bloqueo mental que sufren artistas, escritores y músicos puede rastrearse casi siempre hasta una ausencia producida en el sendero veintiocho, y el trabajo de sendero es un modo bastante seguro de conseguir el desbloqueo. Tiene en su interior elementos de fuego y de agua, y, por tanto, no es sorprendente que pasear junto al mar, sobre todo cuando las condiciones climáticas son malas, o mirar las brasas de un fuego, puedan estimular las facultades creativas del hombre. Ambos elementos necesitan ser controlados dentro del ser para que fructifique la plena capacidad creativa.
Tzaddi, la letra hebrea del sendero, transmite el simbolismo de dos tipos de poder vinculados, componiéndose de dos yods unidos que fluyen hacia abajo creando una letra nueva. El yod significa mano, y dos manos son siempre mejor que una. El significado real de tzaddi es anzuelo de pesca, término válido si consideramos las imágenes femenina y masculina asignadas a este sendero y el modo en que actúa entre ellas la química corporal, «pescándolos», por así decirlo, para unir a los sexos.
Por la asociación con el equilibrio, o por la falta de éste, que es la tentación bajo otro nombre, este sendero está recargado de ilusiones, lo que resulta normal cuando se parte de Yesod. Los polvos de las hadas, los mantos mágicos de la invisibilidad y las maduras manzanas de la tentación que prometen conocimiento en todos los sentidos de la palabra son las cosas que hay que combatir en el sendero veintiocho. Es de esperar, por tanto, que seamos puestos a prueba con el ofrecimiento de lo que ha sido el sueño humano en todas las épocas, la belleza y la juventud eternas.
Aquí, en el sendero veintiocho, encontramos matices de la carta del tarot de los amantes, pues la mujer de Netzach mira hacia el sol de Tiphereth, y el hombre de Yesod la mira a ella. Deberíamos pensar en esto y convertirlo en tema para una meditación.
Elohim, el orden angélico de Netzach, tiene aquí un papel que jugar en virtud de su belleza y juventud eternas. Esto puede ser una gran tentación para un hombre que haya ansiado siempre ese premio. Por este camino cabalga Aengus Og, señor del Sidhe y rey de Tir Nan Og, tierra de la juventud perenne; y la suya es quizás la tentación mayor.
Lo primero que vemos cuando a nuestro alrededor se forma el templo es a un solo Ashim suspendido por encima del altar. No hay nadie más. De pie ante la luz vemos al alma del fuego suspendida por encima de la llama, como si estuviera absorbiendo su energía. Tiene el tamaño de una pelota de golf, late con el fuego, la luz y el calor, y vista de cerca se parece a un átomo con un diminuto núcleo semejante al sol, y nódulos luminosos más pequeños que giran a su alrededor. Ese ser permanece quieto, como si se diera cuenta de que lo estamos examinando, y por un momento nos sentimos como si estuviéramos en una situación embarazosa, pero el suave contacto mental del Ashim elimina esa sensación y nos da a entender que se alegra de estar cerca de nosotros. Se dirige hacia la puerta central y realiza una danza compuesta por una serie de complicadas espirales; la puerta se abre y penetramos por ella, dejando a la chispa danzar bajo la luz del templo.
La niebla nos rodea cuando caminamos por la pendiente que va hacia Yesod, con el pensamiento puesto en el sendero que tenemos delante. Las puertas de plata de la luna se abren silenciosamente, en la atmósfera hay un aroma de alcanfor y sándalo, y la luz del plato plateado llamea como si nos saludara. Surge de las sombras uno de los Cherubim, con sus graciosas alas cerradas junto a su cuerpo. Nos dirige hacia la puerta de la derecha y aparece la cortina con la carta del emperador. La cortina cuelga temblorosa hasta que se solidifica en una realidad astral; hacemos una señal de asentimiento ante el Cherubim y luego nos abrimos camino cruzando la cortina del emperador y pasando al salón del Zeus olímpico.
Tras los grandes pilares marmóreos se abre una vista de montañas nevadas con un valle situado muy abajo, y allí podemos ver unos ríos gemelos que cruzan una extensión verde de tierra que termina en otra montaña situada en la cabeza del valle. A nuestro alrededor están los dioses de la leyenda, los cuales hacen con su presencia que este salón parezca diminuto. Sobre un elevado estrado, Zeus está con su corte, riendo y bromeando con los que le rodean. Hades, de oscuro entrecejo, está allí de pie, mirando hacia el valle inferior, como si tratase de penetrar en la roca que oculta su propio reino, en donde Perséfone, la de blancos brazos, espera a su señor. Poseidón se muestra impaciente con estas diversiones y parece que sólo desea estar de nuevo en las profundidades verdes, cuidando de su pueblo. Se da la vuelta para hablar a un guerrero de gran altura y barba roja, a cuyo costado cuelga una espada magnífica. Pero Ares sólo tiene ojos para la hermosa mujer que está tumbada sobre un diván que hay en la sala. Vestida de color verde, con el cabello adornado de oro y perlas, y llevando el ceñidor dorado que le hizo su esposo, la encantadora Afrodita le devuelve su intensa mirada, olvidándose ambos del atormentado corazón de Hefasteo, quien está al lado de su esposa.
Hera, hermana y esposa de Zeus, va de un lado para otro hablando, riendo, pero vigilando siempre a su esposo, tan proclive a los amores. Hermes está sentado en los escalones, aburrido, y lo único que desea es hallarse en otra parte. Tiene sus largas piernas y sus alados pies estirados frente a él, y pasa el tiempo arrojando pan a los pavos reales que siguen a Hera conforme ésta va de un grupo a otro. Gradualmente los vemos a todos. Deméter, la de profundo pecho, sentada tranquilamente junto a su hermano Ares, olvidadas todas las heridas por su amor mutuo hacia Perséfone.
De pronto, una voz de tono dulce, auténtico y dorado, corta el ruido y la charla; es Apolo, que canta la gloria de los dioses y las hazañas de sus héroes. Todos guardan silencio cuando él canta, e incluso la severa Atenea ríe y asiente de vez en cuando, mientras Artemisa deja de limpiar sus flechas para escuchar a su hermano gemelo. De toda esa maravillada multitud, sólo uno parece que no escucha. Alto y de color oscuro, envuelto en un manto del color de los jacintos de verano, está de pie y nos observa. Una voz nos llama y poniéndose a nuestro lado, aparece un joven hermoso, cuyos cabellos caen en rizos dorados sobre su frente. Zeus ha pedido a Ganímedes, su favorito, que nos lleve hasta su trono. Cuando nos acercamos a él, el gran padre dios parece aún más grande, tiene unos ojos de águila y un aura de majestad que invade todo el salón como si fuera una niebla dorada. En la mano sostiene una copa tallada en una pieza de «sardonyx» y decorada con todo tipo de joyas, constituyendo un ejemplo soberbio de la artesanía de Hefasteo. La extiende hacia Ganímedes pidiéndole que la llene con el vino oscuro y melado de la antigua Hélade. Zeus dice:
«Bebed, amigos míos, bebed con los dioses del Olimpo y sed uno con ellos. Sed uno de nosotros y parte de todo lo que ha habido en esta hermosa tierra. Os haré a todos dioses y diosas, con vuestros poderes y esferas. Sólo os pido que me reconozcáis como gobernante del Olimpo y de todo lo que le pertenece» [alza la copa y espera].
Vacilamos; a nosotros nos corresponde elegir: sin mayor problema, podemos convertirnos en dioses. Tener poder sobre los demás a pesar de todos nuestros fallos humanos. Algo hace que miremos hacia una figura oscura y silenciosa que hay en la esquina. Mueve su cabeza de un lado a otro, advirtiéndonos que no bebamos, como queriendo decir que esa copa no es para nosotros. La tentación es grande, pero hemos de negar con la cabeza y alejar de nosotros la oferta de una divinidad prematura.
Zeus sonríe, se lleva la copa a los labios y la apura. Sabe que no puede presionarnos con su oferta una vez que la hemos rechazado. El oscuro extranjero nos pide que le sigamos, se da la vuelta y desaparece tras el gran trono. Encontramos allí una gruesa cortina que cubre una puerta, nuestro guía la aparta dejando al descubierto unas escaleras de piedra cortadas en el lado de la montaña, las cuales conducen hacia el valle. Uno a uno cruzamos la puerta e iniciamos el largo descenso. Nuestro guía no dice nada, pero se mantiene cerca detrás de nosotros. Camina con una ligera cojera, pero su porte es orgulloso, casi regio.
Al llegar al valle, vemos una carretera que serpentea en la distancia, con los dos ríos corriendo a cada lado. Tallada en la roca que hay al principio del camino está la letra hebrea tzaddi. Lejos podemos ver una montaña mucho más pequeña, con un edificio blanco situado a la mitad del camino que conduce a su cima. Del edificio sale una luz, como si alguien hubiera abierto una puerta de una habitación brillantemente iluminada.
Recorremos la carretera en silencio, como peregrinos, y después la fragante brisa nos trae débilmente el sonido de voces y música. En el neblinoso crepúsculo que nos envuelve se acerca hacia nosotros un desfile de seres que no se ven normalmente en la tierra. Es una procesión de gentes sorprendentemente hermosas, algunas de las cuales caminan, otras van a caballo y otras más son transportadas en literas envueltas en sedas y terciopelos. Ayudados por sus siervos, pertenecientes al pueblo de las hadas, los señores de las colinas huecas, los Sidhe, cabalgan hacia nosotros.
Venían primero los tamborileros del país de las hadas, vestidos con colores rojos y verdes; los tambores eran calabazas huecas cubiertas con piel de murciélago blanco. Las baquetas son huesos de patas de saltamonte, y marchan con un compás uniforme. Vienen luego los gaiteros, con capas hechas con las escamas relucientes de la trucha arco iris. Las gaitas son de oro y de plata y van danzando por el camino. Tras los gaiteros vienen los trompetas, con trajes negros y brillantes hechos de piel negra de topo; las trompetas, que son conchas de costas distantes, fueron regaladas a los Sidhe por las sirenas.
Cabalgan luego los caballeros, con armaduras hechas con alas de libélulas, brillantes e iridiscentes bajo la menguante luz. Los cascos son de plata sacada de las profundidades de la tierra, y van coronados de luciérnagas vivas, por lo que cada uno tiene una aureola de luz. Las lanzas son diamantes sacados por los herreros del submundo, los ejes de las flechas haces de luna con puntas de luz solar. Los caballos, negros como la noche, llevan bridas recubiertas de gemas y sillas de montar de cuero verde.
Formando un arco iris de colores, vienen detrás los señores y las señoras, algunos en literas transportadas por faunos, y otros andando mientras danzan y cantan siguiendo la música de sus propios pensamientos. Algunos cabalgan sobre monturas rojizas como castañas otoñales, con sillas de cuero amarillo y bridas de las que cuelgan campanas. Los hermosos de Tir Nan Og proceden de las Colinas Huecas.
Al final viene un semental blanco como la leche, de crines y cola negros como el azabache. Las ropas de montar están hechas de paño de plata y lleva en la frente una diadema de estrellas. De todos los miembros de su pueblo, él es el más hermoso, con sus cabellos rubios y piel blanca, es Aengus Og, señor del Sidhe, y lleva su caballo ante nosotros. En la mano transporta una copa de cristal puro, llena con el dulce vino de los elfos; el vino del olvido y del sueño. Aengus mira brevemente a nuestro guía, inclinándose ligeramente ante él como si fuera de grado superior, y posa después sobre nosotros sus brillantes ojos grises, mirando en nuestro interior y dándonos la impresión de que está juzgando nuestra fuerza. Alza la copa y sonríe. Esa sonrisa es casi nuestra perdición, pues cuando sonríe Aengus florecen las plantas, aunque todavía sea invierno. Su voz es suave y acariciadora, y a nuestro alrededor suena la música de los Sidhe, la cual pulsa las cuerdas del corazón de nuestra humanidad.
«Bebed conmigo y uníos a mi pueblo, pues somos tan hermosos que es una gloria vernos. Tendréis juventud y belleza en mayor medida de la que podáis imaginar; nunca moriréis, nunca estaréis viejos ni enfermos, y viviréis para el amor y la vida. Tengo salones de cristal y perla en los que viviréis conmigo, uniéndoos a mi gente y aceptándome como vuestro señor, tal como hacen ellos; bebed» [extiende la copa].
Antes de que existiera la historia conocíamos ya a esas gentes y su belleza. Podemos ser como ellos y vivir para siempre. ¿Pero cuánto tiempo es siempre? Para beber tenemos que abandonar esa parte nuestra que nos vincula con el Creador, sea cual sea el nombre por el que lo conocemos. Aengus, al igual que los reyes elementales, perdurará, pero su pueblo, cuando le falte esa chispa del fuego divino, se fundirá en la intemporalidad y dejará de existir. Si bebemos nos uniremos a ellos en ese destino.
Miramos a nuestro guía y vemos que sacude la cabeza, pues no es para nosotros la copa de los Sidhe con su vino del olvido. Rechazamos la copa y entonces Aengus sonríe, la apura él mismo, se da la vuelta y se aleja con su pueblo. Sus voces llegan hasta nosotros en el aire de la noche, clara y tentadoramente dulce. Nuestro guía nos toca en el brazo y le seguimos por la montaña. El camino se divide y podemos ver por las huellas de los pies y los cascos que los Sidhe cogieron el sendero inferior, el que habríamos tomado nosotros de haber bebido su vino.
Ha caído la noche y las estrellas están claras y brillantes sobre nuestras cabezas cuando comenzamos a ascender por el sendero montañoso. En el aire tranquilo llegan hasta nosotros unas voces, pensamos al principio que vuelven a ser las de los Sidhe, pero luego comprendemos que es un canto diferente. Un giro del sendero nos lleva hasta el edificio blanco que vimos en la distancia; es una capilla pequeña que resplandece de luz. De allí proceden los cantos. A través de la puerta abierta, vemos que el interior es mucho más grande que el exterior, y que dentro hay muchos que han sido citados para la celebración del Grial. Oímos pasos a nuestras espaldas y nos apartamos para que los dioses del Olimpo vengan a prestar homenaje a la copa de las copas. Entran en la capilla y ocupan sus lugares seguidos de Aengus Og. Permanecemos en el exterior, pues todavía no nos ha llegado el momento de entrar en la capilla. Con nosotros está nuestro guía, silencioso, con la cabeza inclinada como si fuera incapaz de contemplar la luz del interior.
Del altar viene una mujer vestida de blanco que lleva en sus manos el Grial cubierto con un paño. Pasa entre los que ocupan la capilla para llevar la Copa a aquellos que están fuera de la puerta. Viene hasta nosotros y quita el paño, bajo el que hay un cáliz tallado en una sola esmeralda, y dentro de esta joya hay una pequeña copa de madera llena de agua y de vino. Nos da a cada uno de nosotros el cáliz, pues eso es lo que significa para la humanidad. Se detiene ante nuestro guía y le sonríe; por un momento, la sonrisa con la que le responde ilumina su semblante fatigado, deja caer hacia atrás la capucha y podemos ver la corona de esmeralda en la que falta una piedra. Entonces Lucifer dobla la rodilla ante el Grial, pues a su modo él también le sirve, aunque el hombre todavía no entienda su obra.
Cubre el Grial y lo vuelve a llevar hasta el altar; se cierra la puerta y nos quedamos fuera, en la oscura y fría montaña. Nos damos la vuelta y desandamos nuestros pasos, calentados por el Grial y con su fuerza rebosando en nuestras venas. Al pie de la montaña, en uno de los ríos, nos espera una barca que tiene como proa la cabeza tallada de un cisne. Nos sentamos en ella y nos deslizamos hacia el pie del monte Olimpo.
El regreso es rápido y en poco tiempo estamos desembarcando y siguiendo a Lucifer por las escaleras que conducen al salón de Zeus. Más allá de la cortina vemos que el salón está vacío, y que sólo está allí Gabriel. El rostro de nuestro guía se ilumina al ver a su hermano e igual, y se saludan brevemente. Añadimos nuestro agradecimiento al de Gabriel y traspasamos la cortina del tarot, volviéndonos hacia atrás a tiempo de ver las alas de Gabriel que envuelven a Lucifer como en un abrazo de amor; después el arcángel retrocede y viene con nosotros hasta Yesod. En silencio, nos hace atravesar el templo y llegamos hasta el sendero neblinoso que conduce hacia abajo. Al despedirse de nosotros, su rostro se halla entristecido. Bajamos en silencio hasta Malkuth, y una vez dentro del templo preguntamos a Sandalphon si hay algo que podamos hacer por el hijo del lamento. Nos dice que simplemente con recorrer el árbol podremos entender, y que eso es lo que más puede ayudar. El templo se desvanece lentamente y nosotros tenemos que recordarlo todo.

Por vez primera recorremos un sendero que cruza horizontalmente el árbol. Estos senderos laterales pueden ser más difíciles de tratar en cuanto a sus efectos sobre el nivel físico, pues las esferas laterales son parejas polarizadas de energía recíproca, y si no tiene cuidado, puede empezar a rebotar entre ellas.
Sin embargo, quien no se aventura nada puede ganar. Aquí hay algunos débiles ecos del sendero anterior, pues también es un sendero de fuego más agua, que es igual a vapor. Esto es ya suficiente para que se detenga a pensarlo. Añadamos a esto que Marte está atribuido a un sendero que conduce a la esfera de Venus, y esta dinámica habla por sí sola.
La letra hebrea asignada es peh, la boca, y si mira atentamente su forma comprobará que parece ciertamente una boca en cuyo interior hay un yod pequeño parecido a una lengua. Se dice a menudo que una lengua afilada es mejor que una espada; y una de las reacciones que hay que vigilar cuando trabajamos con este sendero es la tendencia a criticar bruscamente a los demás. Aquí todavía estamos trabajando con la forma y la creatividad (Hod y Netzach), y peh puede considerarse como lo que introduce la palabra creativa en este nivel. En la Guía práctica del simbolismo cabalístico, volumen 2, páginas 60-61, encontrará algunas enseñanzas útiles a este respecto.
El texto yetzirático nos dice que ese sendero se llama «la inteligencia activa o excitante..., a través de la cual todo ser recibe su espíritu y movimiento», lo que es otra indicación de su aspecto volátil. Es un lugar apropiado para poner de manifiesto algo que suelen subestimar los que utilizan el árbol como un mándala de trabajo. Un mago opera con formas mentales y físicas, y para obtener los mejores resultados tiene que trabajar con el triángulo básico de la forma. El sendero veintisiete completa un triángulo muy importante del árbol. Si mira el diagrama verá que los senderos treinta y uno, veintinueve y veintisiete forman un triángulo muy claro que circunda los sephiroth inferiores. Además, todos estos senderos se entrelazan por su simbolismo, efecto y correspondencias. El treinta y uno, con su énfasis en la comunicación, va desde Malkuth a Hod, gira hacia la derecha y continúa por un sendero cuya letra significa boca, completada con una lengua. El veintinueve trata de la formación de los cuerpos físicos y conduce a la esfera del amor y la energía vital, gira hacia la izquierda y sigue por el sendero de la palabra creativa hasta los niveles astromentales, animando así la forma hecha en el sendero veintinueve. De este modo aprendemos a entender y utilizar plenamente el árbol. No es sólo un dibujo hermoso; está ahí para ser utilizado.
Dicho sea de paso, encontrará otros triángulos dentro de éste. Procure hallar el mayor número posible de piezas de este rompecabezas. Puede hacerlo con el triángulo formado por Yesod, Geburah y Chesed, y seguir después con el formado por Tiphereth, Binan y Chocmah. Si lo desea, puede encontrar otros muchos triángulos dentro del árbol.
No hemos terminado todavía con el aspecto electrificante de este sendero. La carta del tarot es La Torre, con todo lo que implica su simbolismo. Todo esto hace que el sendero veintisiete parezca mucho peor de lo que es. Como la mayoría de las cosas, cuando se aborda en el momento adecuado, no es tan malo como parece. Si ha trabajado estos senderos con sinceridad y disciplina, sabrá ya que no siempre es sencillo. Si lo prefiere, puede considerar el sendero veintisiete como un «examen» de la primera parte de los trabajos con el árbol de la vida.
¿Cuál es la lección que puede aprenderse de este trabajo? No es una pregunta sencilla, ni es tampoco simple la respuesta, pues dependerá en gran parte de sus motivos y del nivel que haya alcanzado ya al llegar a este punto. De los diversos modos de considerarlo, uno de ellos consistiría en decir que la Torre es su personalidad, construida con la habitual falta de previsión de la humanidad, y con un desprecio absoluto por el esquema divino que tiene desde el día de su nacimiento. El sendero veintisiete le ofrece una oportunidad de realizar un trabajo de vigilancia completo para ver qué es lo que puede salvarse, lo que tiene que derribarse y lo que se halla en buenas condiciones. En suma, tendrá la posibilidad de recrearse a sí mismo. ¡Ojalá que la segunda torre no tenga que ser derribada!
El rayo no está ahí para matar, sino para descubrir las partes de nosotros mismos que no funcionan; es un proceso de limpieza que puede resultar doloroso si le oponemos resistencia. Por eso el sendero es difícil, aunque de importancia vital. La resistencia produce dolor, pero, si aceptamos la lección del rayo, terminaremos magullados, pero en mejores condiciones que antes. Hay dos indicaciones que pueden ayudarle en la continuación de su estudio: todo edificio necesita buenos cimientos, y el título de hija de los reconciliadores de la carta del tarot tiene mucha relación con una personalidad equilibrada.
Cuando se forma el templo a nuestro alrededor, lo primero que vemos en el altar es una hermosa ave de plumas doradas. Las plumas de la cola se arrastran por el suelo y, cuando canta, las notas caen de su pico abierto como chispas de oro. Los Ashim le rodean como si estuvieran escuchando, y Sandalphon nos pide que guardemos silencio hasta que termine el canto. Coge entonces del altar un huevo dorado para cada uno de nosotros y nos pide que cuidemos de ellos. Los colocamos en las bolsas de cuero que también nos da y nos dirigimos hacia la puerta que hay a la izquierda.
Al abrirse deja al descubierto una bola de cristal de tono azulado y ascendemos por un haz de luz que nos lleva hacia el templo de Hod. Al descender de nuevo vemos ante nosotros unas puertas dobles de hielo translúcido rematadas con el color azul de un mar ártico. Se abren y nos permiten entrar en el templo acuático de Hod.
El suelo es de ladrillos perlados y azulados, cada uno con un símbolo, formando así una alfombra del conocimiento. A nuestro alrededor están los palos de los arcanos mayores; las figuras parecen vivas y dan la impresión de moverse cuando pasamos a través de ellas para llegar a los senderos. Al lado de la puerta por la que entramos hay otra delante de nosotros, en la pared oriental, que conduce al sendero veintitrés, y tres en la pared meridional que hay a nuestra derecha y que conducen a los senderos veintiséis, veintisiete y treinta.
El altar está hecho de hielo tallado, como las puertas, y sobre él hay un crucero del que se eleva la llama sagrada. Lo que más llama nuestra atención son los pilares, pues nunca habíamos visto nada tan espectacular. El de nuestra izquierda está hecho de agua que cae del techo al suelo como una cascada, y el otro es un pilar de fuego que se eleva desde su base en una serie continua de llamaradas.
Mientras estamos allí de pie y maravillándonos de lo que vemos, viene Miguel desde la puerta central, sonriéndonos a modo de bienvenida. Deja a un lado su casco de plumas, se quita el manto y nos guía hasta la puerta central de la pared meridional. Golpea con la espada la madera pulida y ésta se disuelve formando la cortina del tarot de la Torre Derribada. Miguel nos dice que en el otro lado de la cortina podremos ver el interior de la boca de la cueva y debemos llevarnos lo que encontremos allí, acordándonos de volver a dejarlo cuando regresemos. Después, con suavidad, nos empuja para que entremos.
La densa selva que nos rodea no resulta muy agradable, pues está oscura y húmeda, y escuchamos ruidos que podrían proceder de bestias salvajes, humanas o animales. Vacilamos un momento, pero comienza a llover y eso hace que nos dirijamos, aunque a desgana, por el sendero que hay ante nosotros. Este serpentea sin objetivo entre grupos de árboles y claros empapados de agua, y en la distancia podemos escuchar el murmullo de una lejana tormenta. Crece la lluvia y empezamos a buscar la cueva que mencionó Miguel, la vemos ante nosotros y nos precipitamos hacia la entrada esperando que se detenga la lluvia. Dentro de la cueva hay un tronco de árbol en el que se hallan clavadas algunas espadas, una para cada uno de nosotros. Las cogemos, aunque no es una tarea fácil, y esperamos no tener que utilizarlas, aunque nuestro instinto nos dice que eso es altamente improbable.
Deja de llover y nos aventuramos a salir de nuevo. Aún no hemos recorrido una gran distancia cuando nos detiene un hombre vestido de gris. Es alto y se mueve y habla con autoridad; sus ojos son grises y nos traspasan como si fueran los de un águila. Alrededor del cuello lleva un símbolo de plata con la forma de la letra peh. Nos advierte de los peligros que nos aguardan delante y nos dice que es importante que no utilicemos las espadas. También nos informa de que sólo puede ayudarnos una vez más, pues éste no es su nivel. Después, desaparece en los árboles.
Avanzamos, todavía más inquietos por la crítica advertencia. Poco después, salimos del bosque a una zona pantanosa y salvaje. Delante de nosotros, a cierta distancia, hay un pueblo. Al contemplar su silueta recortada sobre el cielo oscurecido por las nubes de lluvia, parece poco atractivo, pero ahí es donde debemos ir. Con los ropajes arremolinándose a nuestro alrededor por el viento, corremos hacia las casas, pero al llegar comprendemos que son sólo ruinas, algunas peor que otras, pero todas necesitadas de grandes reparaciones. Aún nos aguarda otra sorpresa al descubrir que hay una casa sobre la que está nuestro nombre. Una voz interior nos indica que estas casas son nuestros símbolos y que debemos repararlas como mejor sepamos.
Todas están construidas del mismo modo, con tres habitaciones en el piso inferior, dos en el superior y un ático desde el que se domina el desolado paisaje. Alrededor de cada casa hay un jardín lleno de malas hierbas. Podemos trabajar todos en una casa hasta arreglarla y pasar a otra. Nos parece una buena idea, hasta que nos damos cuenta de que no somos capaces de entendernos unos a otros. Hemos perdido la capacidad de comunicarnos y tenemos que trabajar cada uno por nuestra cuenta. Por los alrededores hay herramientas y abundante madera y piedra. No cabe esperar que hagamos todo el trabajo necesario en una sola visita, pero tenemos que empezar. Tendremos que venir aquí muchas veces para poner las casas en disposición de vivir en ellas, aunque nos queden defectos ocultos que necesiten reparación o cambio. Se tratará de defectos que sólo con el tiempo quedarán al descubierto. El golpe más duro es la pérdida de la capacidad de comunicación. Nos sentimos apartados y aislados; por un momento pensamos en llamar a nuestro amigo del ropaje gris; pero quizás necesitemos su ayuda de modo más apremiante en momentos posteriores, por lo que ahora debemos arreglárnoslas por nosotros mismos.
Contando con el jardín, nos aguardan siete áreas de trabajo, y tenemos que ver cómo nos enfrentamos al problema. Nos sentamos y tratamos de pensar el modo de hacerlo. Es un sendero importante, una prueba de lo que hemos aprendido en los senderos anteriores. Eso significa que en alguna parte hemos adquirido un conocimiento suficiente para enfrentarnos a estos problemas. Es evidente que la casa es nuestra personalidad, con los fallos y malas costumbres expuestos a la vista de todos. Pero la forma básica y el diseño son fuertes y a prueba de condiciones climáticas. Hemos de aprender a considerar el problema como una casa y no como un ser, para así no sentirnos demasiado desanimados. ¿Empezamos por arriba y vamos bajando, o por abajo y vamos subiendo?
Como no sirve de nada estar sentados, nos levantamos, nos miramos unos a otros, nos dirigimos a nuestra «casa» y empezamos a trabajar. Primero debemos inspeccionar todo el edificio de arriba hacia abajo, comprobar cuáles serán las tareas más importantes y elaborar un plan de trabajo. Si no podemos hablar, podremos utilizar signos y símbolos; podemos volver a idear una manera de conseguir comunicarnos nuestras necesidades. De esa forma, con el tiempo conseguiremos un lenguaje nuevo. Para triunfar en nuestros esfuerzos deberemos realizar un duro trabajo físico y mental. Sabemos también que todo lo que consigamos en este sendero se mostrará en el nivel físico, por lo que podemos ganar mucho.
Empezamos a examinar cada uno nuestra «casa del ser», tomando nota mental de lo que es, lo que necesita hacerse, lo mejor y lo peor de ella. Asegúrese de que puede recordar esto y tomar nota de ello cuando regrese. Eso es todo lo que podemos hacer en la primera visita. Ha llegado el momento de regresar, pero antes sacamos los huevos de oro que recibimos y los colocamos en el suelo del jardín. Casi de inmediato, se encienden y se queman. Cuando desaparecen las llamas, sólo quedan las cascaras ennegrecidas. Se abren y salen de ellas miniaturas del pájaro dorado del templo, las cuales se convierten rápidamente en aves adultas y vuelan hasta los árboles. Comienzan a cantar allí la canción del fénix, símbolo que debemos recordar, pues del desorden y la desesperanza puede surgir un nuevo modo de vida. Se quedan en esas casas hasta renovarse razonablemente, y vuelan luego hacia la tierra del sol.
Regresamos al bosque, miramos hacia atrás al llegar a los primeros árboles y pensamos en el duro trabajo que habremos de realizar en este sendero. Entramos luego nuevamente en el denso verdor. Nada más estar en el bosque descubrimos que podemos volver a comunicarnos, lo que nos hace apreciar mucho más las palabras. Caminamos por el sendero cuando de los árboles sale un grupo de caballeros vestidos con armaduras rojas como la sangre. Llevan en los escudos el signo de Marte. Su jefe nos insulta, llamándonos cobardes, idiotas y cosas peores. Cabalgan a nuestro alrededor tocándonos los brazos y las piernas con sus afiladas espadas, pero las palabras duelen todavía más. Comenzamos a responder y eso les da una excusa para atacar, por lo que acudimos a nuestras espadas, pero recordamos las palabras del hombre vestido de gris y nos detenemos. De pronto está con nosotros, surgiendo de los árboles y acompañado de un grupo de caballeros vestidos con armaduras blancas. El nuevo grupo rodea a los caballeros rojos y los deja indefensos. El hombre de la vestidura gris levanta las manos y, tras tomar una profunda inspiración, entona una palabra extraña, cuyas vibraciones son tan grandes que dañan nuestros oídos astrales. Los caballeros rojos comienzan a cambiar de forma y se convierten en simples hombres vestidos de rojo. Vienen hacia nosotros y se arrodillan pidiendo nuestro perdón y que les permitamos ayudarnos en este lugar. Miramos al hombre buscando su guía, y su voz suena en nuestro oído interior:
«Os pueden ser de utilidad, pues son fuertes, voluntariosos y muy capaces; con su ayuda, podréis rehacer las casas con más rapidez. Además, como estos caballeros rojos representan la lengua, os ayudarán a hablaros unos a otros en la Tierra Perdida. Aquí simbolizan las palabras coléricas que pueden hacer tanto daño, pero cercados por los caballeros blancos, que simbolizan la boca y los dientes, se convierten en seres indefensos que pueden ser vuestros criados. Sin embargo, pueden ser traicioneros y tendréis que estar en guardia todo el tiempo, pues podrían deshacer los buenos trabajos.»
Es un desafío que aceptamos instruyendo a los caballeros blancos para que los lleven a la Tierra Perdida y los pongan a quitar hierbas de los jardines para cuando regresemos. Tras despedirnos de nuestros amigos, regresamos a la cueva y dejamos allí las espadas, atravesamos precipitadamente la espada del tarot y llegamos a Hod. Miguel espera para sellar la puerta y nos transporta con seguridad a la esfera de cristal que nos devolverá a Malkuth. Allí no está Sandalphon, pero los Ashim nos guían hasta el altar y se quedan con nosotros hasta que vuelve a formarse nuestro mundo alrededor. Este sendero debe recorrerse y conquistarse muchas veces. Es un paso importante en nuestro viaje por el árbol y no podemos fallar.

En términos de enseñanza, llegamos ahora a un período intermedio. Los caminos que unen los cuatro sephirot inferiores constituyen un nivel completo de formación, y en una escuela de los misterios se necesitarían dos o tres años para que el estudiante consiguiera ese nivel. Eso no significa que tal estudiante no vaya a estudiar o trabajar los senderos superiores. Nos estamos refiriendo aquí a la formación esotérica real, la cual implica más cosas que el trabajo en los senderos. Si hemos de hablar de grados, y tienen muy poca importancia, tal persona se convertiría en un filósofo.
Pero dentro del contexto de este libro, hemos llegado a un punto en el que el lector debería abandonar por un momento el programa de trabajo de sendero para revisar lo que ha hecho hasta ahora. Hay que categorizar y activar la información y el conocimiento recibidos hasta el momento. Es un puente de autodisciplina, y evidentemente algunos lo harán y otros seguirán adelante: ésa es la diferencia entre un auténtico estudiante y un aficionado de salón. Los resultados finales serán evidentes para aquel que sepa ver las cosas.
Suponiendo que haya seguido el consejo y haya «descansado» al menos dos semanas, o mejor un mes lunar, estará dispuesto para empezar la fase siguiente. Cuando haya recorrido el camino a través de los ocho senderos que forman la fase siguiente, entenderá la necesidad de ese mes de descanso. Tenemos por delante algunos de los recorridos más duros del árbol de la vida.
Los senderos veintiséis, veinticinco y veinticuatro son los que separan al que busca con autenticidad de aquel que sólo tiene polvo de hadas en sus ojos. Hay quienes consideran que lo oculto es una afición interesante para las largas noches de invierno; sería mejor que esas personas se dedicaran a aprender otras cosas con las que tendrían menos probabilidades de encontrarse cara a cara con su ser más interior. Incluso después de varios años de trabajar con el árbol, escribir este libro me ha llevado a algunos momentos peligrosos.
Los tres senderos siguientes son versiones de la experiencia espiritual que recibe el nombre de «la noche oscura del alma». Ponen a prueba al estudiante en los tres aspectos de su naturaleza humana pertenecientes a su crecimiento espiritual: amor, sabiduría y poder, volvemos a contactar aquí con el aspecto del espejo mágico, pues estos senderos son reflectantes, devolviéndonos a nosotros mismos para encontrar las respuestas no en los libros, ni pronunciadas por hombres sabios, sino en el pozo de la verdad que está en nuestro interior.
El sendero veintiséis nos conduce desde la esfera de la mente a la del logos solar. Por tanto, cabe esperar que queden expuestas y a la luz todas nuestras ideas y formas de pensamiento erróneas. Se pondrán en cuestión algunas de nuestras ilusiones más queridas, y puede estar seguro de que la personalidad luchará para mantenerla. En cierto modo, esta noche oscura será un campo de batalla en miniatura, y se formarán las fuerzas del sendero frente a las falsedades, ideas erróneas e imágenes invertidas con las que hemos vivido durante tanto tiempo. En comparación, los senderos treinta y dos y treinta y uno parecerán casi fáciles, pues puede ser muy difícil abandonar las ilusiones del ser. Seremos como Alicia en el país de las maravillas y sólo veremos las cosas desde el otro lado del espejo.
La carta del tarot es la principal pista de este viaje, pues el Diablo es una de las ilusiones más antiguas del hombre. El mal obsceno que se produce en este mundo imperfecto es una creación de lo creado, una forma de pensamiento construida en la parte más baja del propio hombre y proyectada hacia el exterior, usualmente en formas divinas desgastadas. Se dice con sabiduría que los dioses de una época se convierten en los demonios de la siguiente. Es una ley natural del cosmos que todas las cosas tengan su opuesto. En los antiguos textos cabalísticos puede verse una representación de Dios con su imagen invertida, la una blanca y la otra negra. Pero lo inverso no significa siempre el mal, eso es una ilusión. «Todo está hecho con espejos», es algo que se dice a menudo de los magos de escenario, y algo muy parecido puede decirse de los otros tipos de magos, pero en su caso lo que les importa es el acabar con esos espejos de la ilusión. Las numerosas supersticiones relacionadas con los espejos deberían advertirnos acerca de su capacidad para distorsionar las imágenes y los hechos. Hasta que aprendamos a ver a través de ellos y no en ellos, seguiremos cogidos en la trampa.
La letra hebrea ayin, el ojo, va muy bien al tema de la ilusión, pues el ojo se confunde fácilmente, y la ilusión óptica es otro de los trucos del mago de la escena. Sin embargo, otra cosa muy distinta es el ojo general, pues éste lo ve todo; lea de nuevo la historia de Perséfone en cualquier buena enciclopedia mitológica.
El texto yetzirático da a este sendero el nombre de «inteligencia renovadora». Hemos de contar, por lo tanto, con que tendremos que enfrentarnos a lo que sea necesario para después dejarlo pasar. Ese es el significado de las dos personas de la carta del tarot, quienes están allí porque están presas de la ilusión; si pudieran apartarse un solo segundo, verían la situación tal como es.
El signo astrológico del sendero es Capricornio; se dice que tiende a la búsqueda de dinero, sin el cual el nativo de esa casa astrológica se siente inseguro. Igualar el dinero con la seguridad es una ilusión clásica, pues la única seguridad real procede del interior de su persona, y sin esa sensación interior todo el dinero del mundo no conseguiría que se sintiera seguro. Para los que como yo fuimos educados a principios de los años treinta, puede ser muy difícil romper esa ilusión; el entorno y la educación pueden forjar cadenas invisibles que creemos somos incapaces de romper.
Por tanto, este sendero es un camino de oscuridad, pero no en el sentido que suele darse a la palabra en el trabajo oculto. Aquí significa que tendrá que partir por un sendero desconocido, y sólo tendrá la fe como estrella que le ilumine. En este sendero tendrá que levantar su mente por sí misma a un nivel diferente de creencias, un nivel que puede ir en contra de todo lo que ha creído anteriormente. Lo desafía, lo exige, le llama y finalmente le hace pasar al otro lado, en este sendero las cosas no son lo que parecen.
Hace años, un amigo me dio un libro de C. S. Lewis, llamado The Great Divorce, en el que a un ser luminoso le preguntan por el motivo del nacimiento del hombre, y éste responde:
«Pra la infinita felicidad... puede entrar en ella en cualquier momento...» ¡También pueden hacerlo las dos personas de las cartas del tarot!
Llevaremos un regalo a Sandalphon; no puede ser físico, pero sí podemos formar un pensamiento con la mente para llevarlo con nosotros a los niveles astrales. Podría consistir en un recuerdo muy feliz, un paisaje visto en el momento adecuado, la sensación de que llegamos a casa después de mucho tiempo. La emoción de amar a alguien profundamente, o simplemente la alegría de hacer algo bien. Este tipo de cosas puede compartirse con los seres de los niveles superiores, se transmutan en hermosas formas y colores y constituyen el regalo perfecto para un arcángel.
Se forma el templo a nuestro alrededor y está allí Sandalphon, de pie ante la ventana de la pared meridional. Se da la vuelta y nos dirigimos a él con nuestros regalos, dándonos cuenta de que es posible sorprender a un arcángel, hacer que se sonroje de placer y que se sienta tan feliz como un niño ante un regalo inesperado. Dándonos las gracias tímidamente, coloca los regalos sobre el altar y nos conduce hasta la puerta de la izquierda. Con el sello llameante la abre y atravesamos la esfera de cristal. Al irnos, Sandalphon nos hace un signo en la frente a cada uno.
La esfera se eleva como una burbuja hasta el templo del agua, y vemos en seguida que se van acercando las puertas de hielo. Al detenernos, las puertas del templo y las de la esfera de cristal se abren simultáneamente, por lo que podemos entrar en el templo de Hod. Miguel sale del pilar de fuego, pone a un lado su casco y manto y nos saluda cálidamente, nos trae también un saludo de los ancianos del campamento nómada, quienes esperan que volvamos pronto a verlos.
Nos quedamos unos momentos de pie ante el altar pidiendo fuerza y sabiduría en el camino que tenemos por delante; después, acompañados por Miguel, nos dirigimos hacia una de las tres puertas que hay en la pared septentrional. El arcángel traza el sello con su espada y la carta del tarot resplandece convirtiéndose en realidad. Vacilamos, pues la figura parece muy amenazadora, pero recordamos después que su otro nombre es ilusión. Antes de entrar, Miguel nos dice que la carta tiene otro nombre que nos puede ser de utilidad: el Reidor. Entramos.
Nos encontramos en un corredor de espejos, a nuestras espaldas vemos la parte posterior de la carta del tarot, el aspecto inverso del palo. Los espejos reflejan nuestras imágenes con gran precisión, con nuestras limpias ropas grises y las sandalias de los pies, los rostros pálidos y extrañamente hermosos, llenos de serena calma. Aunque sólo hemos recorrido unos senderos, tenemos ya el aspecto de los auténticos iniciados.
Ese corredor nos lleva a otro, lleno también de espejos, y caminamos por él mirando nuestro reflejo que mantiene nuestro paso. Aquí los espejos no son tan buenos, la palidez del rostro parece indicar mala salud y las ropas no nos quedan tan bien. Captamos nuestra imagen con expresiones vacías que desaparecen en cuanto las miramos. Quizás sea la luz, pero nuestro reflejo más que andar parece que va arrastrando los pies. Sintiéndonos inquietos, damos la vuelta en otra esquina, pero los espejos no tienen fin. Aquí las imágenes son mucho peores, totalmente erróneas y distorsionadas. Ni siquiera mantienen los mismos movimientos, y parecen estar sostenidas casi por una vida propia.
Corremos, pero con cada vuelta sólo encontramos más espejos y más imágenes. Llegamos por fin a una sala circular situada en el centro del laberinto; en medio hay una piedra sobre la que está grabada la letra ayin, y encima está el símbolo del ojo de Horus. La puerta por la que entramos ha desaparecido y nos vemos rodeados de espejos, atrapados por innumerables reflejos de nosotros mismos. Es como si nos halláramos atrapados en la mirada de un ojo que nos contempla sin ninguna piedad por nuestro miedo.
Estamos atrapados dentro de la carta del tarot y vemos ahora que también nosotros tenemos cuernos y rabos, y que sobre la piedra se sienta una figura satánica que nos observa con una fea sonrisa. Lleva en el pecho el sello de Capricornio. Hay algo que deberíamos recordar, pero no conseguimos hacerlo, pues permanece en los límites de nuestra memoria. Atrapados y fatigados nos hundimos junto a la piedra tratando de recordar la importante información que necesitamos. El signo de Capricornio en el pecho del diablo empieza a brillar como si tratara de grabar algo en nuestra mente. Tratamos de pensar, una cabra, una cabra marina, el mar es un símbolo de Binah y nos da entendimiento acerca de qué es lo que podemos hacer en este momento. Con frecuencia la cabra y el diablo han sido sinónimos, los hebreos utilizaban una cabra como medio de librarse de sus pecados, colocaban la carga de la culpa en el pobre animal y después lo llevaban al desierto para que muriera. Capricornio, la víctima propiciatoria. La idea da vueltas y vueltas en nuestra cabeza, pero no acabamos de ver claro su significado.
¡El ojo de Horus y la visión clara, eso era! Si somos capaces de ver con claridad podremos ver a través de las ilusiones que han puesto ante nosotros. Lo que estamos contemplando aquí es una perversión sutil de la verdad, una ilusión de la verdad. Nos acordamos del espejo que había en el salón de Hades, los reflejos del oasis y la laguna. En nuestra mente parpadean las imágenes conforme vienen en forma de pensamiento los rostros de los que nos han ayudado en los otros senderos. Hades, Prometeo, Hefasteo, los ancianos; cada uno de ellos va despertando nuestros recuerdos. Volvemos a mirar nuestro reflejo, el cual parece ahora ridículo, y comenzamos a reír. El sonido se convierte en eco por el salón y los espejos empiezan a agrietarse; por un momento recordamos el espejo ilusorio del poema de La dama de Shallot. Empezamos entonces a ver con claridad, recorremos estos senderos del desierto astral como buscadores no sólo por nosotros, sino también por aquellos que no son aún lo bastante fuertes para hacerlo por sí mismos. Somos la versión moderna de la víctima propiciatoria y deseamos serlo.
Nos levantamos y nos quitamos los cuernos y rabos, todos falsos, y los arrojamos lejos. Miramos detenidamente al diablo y éste sonríe despertando en nosotros otro recuerdo. Nos acordamos de la bella forma de Pan en el jardín de Afrodita, no había nada malo en él, estaba vitalmente vivo, y lleno de la alegría de la vida, como la risa que nos rodea ahora. Los cuernos de Pan son los de la creatividad y el poder, como los que llevaba Moisés. El mal no procede del exterior, sino del interior; ése es su único reino y podemos negar ese lugar.
La figura cambia y crece; el que se sienta en la piedra es el Pan que conocemos, pero el cambio continúa y la piedra se convierte en un trono sobre el que se sienta un rey. Su corona es un círculo de ojo del que salen antenas delicadas y curvas. ¿Ha hecho la ilusión que el lobo solar se convierta en una víctima propiciatoria por algo que nosotros no quisimos ver, o que otros no quisieron que conociéramos? Ahora es el momento de esforzarnos para ver con claridad a través del laberinto de medias verdades que nos han alimentado desde hace siglos. Tenemos la posibilidad de buscar y encontrar la verdad que hay tras el espejo.
La sala de los espejos ha desaparecido y nos hallamos en un túnel subterráneo, con las paredes que nos rodean cubiertas de pinturas de bisontes, osos y antílopes; de vez en cuando hay figuras vestidas con pieles que llevan cuernos. Recorremos el túnel siguiendo las pinturas, viendo cómo toman formas distintas las ideas que se ha hecho el hombre sobre su creador. Vemos ahora que, conforme aparecía cada idea nueva, sus creyentes se negaron a reconocer los fundamentos de la idea anterior. Los hombres de poder olvidaron que una cosa debe construirse sobre algo. Enseñaron que las antiguas costumbres no eran necesarias. Pero bajo cada dios nuevo, el antiguo seguía siendo viable. No es que uno surgiera del otro, fueron y siempre serán el mismo, utilizando una forma nueva para que el hombre pueda experimentar la antigua verdad.
Dios evoluciona, cambia, y al cambiar sigue siendo el mismo. Debemos aprender a ver con ojos claros y saltar con la cabra a cada nueva altura del entendimiento. El camino ya no es oscuro, pues hemos aprendido a ver a través de la oscuridad la luz que es el fundamento primero de todas las cosas. Delante está la cortina, y Miguel de pie ante ella, esperando para guiarnos a través del umbral. Lo traspasamos, repentinamente fatigados y agotados. Cuando hemos descansado, el arcángel nos lleva hasta la esfera de cristal y entramos con seguridad en ella, despidiéndonos cuando comenzamos a descender. Encontramos allí a Sandalphon, compartiendo los regalos con los Ashim. Viene a saludarnos y nos da un abrazo, que nos hace sentirnos como si estuviéramos rodeados por el campo de una estrella. Sentimos cómo su amor se derrama sobre nosotros como un río. Saciados así regresamos a nuestro nivel.

DE YESOD A TIPHERETH
Este es el segundo de los senderos de la «noche oscura», y no resulta más sencillo. Podemos pensar en el hecho de que con cada giro ascendente por los senderos, la descripción previa y el trabajo mismos tienden a ser más cortos, y en algunos casos más abstractos. La razón de esto es que cuanto más elevado es el sendero más cercano está de la simplicidad de Kether. Cuanto más cerca de la fuente, menos hay que decir de ella, pero la simplicidad es algo que le resulta difícil al hombre moderno, por lo que los senderos superiores tienen sobre nosotros un efecto mucho más profundo.
La letra hebrea es samech, el puntal u horcajadura, y si contemplamos su posición en el árbol veremos que, al cruzar el sendero veintisiete, forma una T con él y con el sendero treinta y dos, dando forma así a una cruz Tau y a una horcajadura. Es al mismo tiempo un apoyo a la vida y un medio de muerte. Esta paradoja que tan a menudo se encuentra en los senderos tiene una gran importancia, tanto en el entrenamiento oculto como de cara a la comprensión del propio árbol. Dentro de estas situaciones aparentemente incompatibles suele encontrarse el verdadero significado del sendero o de la esfera.
El signo astrológico es Sagitario, el arquero, representado como un centauro. Sólo dos signos zodiacales son una combinación de tipos: Sagitario, mitad caballo y mitad hombre, y Capricornio el signo del sendero que acabamos de recorrer y que es mitad cabra y mitad pez. Esta forma dual se contempla a menudo en el simbolismo oculto, y podemos citar como ejemplo el toro alado de la mitología asiría y el minotauro.
Cuando la forma tiene un torso o cabeza humanos, representa la dominancia de la mente humana, elevándose por encima de los instintos puramente animales. Cuando la forma es alada, el ser superior está llegando ya a su fuente divina. El minotauro muestra la situación inversa, en la que el animal domina a los poderes mentales superiores del hombre, por lo que es un paso regresivo. Sagitario llega a ese punto en el que, tras haber superado su parte animal, el hombre mira hacia las estrellas, y sus pensamientos son como una flecha lanzada hacia ellas; el paso siguiente sería el hombre alado de las criaturas sagradas. Sagitario y Cheiron, el centauro maestro de Jason, Esculapio, Teseo y otros, son símbolos que muestran el deseo de la humanidad de extenderse y superar la atracción del cuerpo animal. Capricornio, la forma dual animal-pez, tiene varios significados, pero podríamos pensar en ello como el punto de cambio desde la veneración de la vida animal, cuando la cabra es el sacrificio supremo, a la veneración de la edad de Piscis, cuando el hombre mismo, y un hombre en particular, está destinado a ser la víctima propiciatoria.
El texto nos dice con toda claridad que es un sendero de tentación, y podemos tomar como ejemplo los cuarenta días y noches que pasó en el desierto Jesús de Nazaret, y la tentación que sufrió su ser inferior. Si leemos esto con cuidado, podemos ver elementos de los senderos veintiséis y veinticinco. Tanto la tentación como el salto a través de los espejos de la ilusión para llegar a una comprensión nueva son típicos de lo que podemos esperar en estos senderos. Todo el mundo tiene un punto de tentación en el que la elección puede ser terrible; nadie es perfecto, y siendo como es la naturaleza humana, el subconsciente puede aportar argumentaciones muy creíbles en esas situaciones. Recuerde la lección del sendero veintiséis, y utilícela.
No podemos esperar cruzar un sendero semejante sin ayuda. Esa ayuda llegará, tal como ha sido prometido por la letra hebrea, por el arco iris, un símbolo importante de este sendero, y por el bastón curativo de Esculapio, que actualmente es el símbolo de la profesión médica. En este sendero la curación tiene un gran significado, pues la posibilidad de vencer a la tentación se basa en las patologías interiores y ocultas del espíritu. Si conseguimos curar esas patologías, la tentación ya nunca tendrá poder sobre nosotros. Un punto en el que deberíamos pensar es que los dioses salvadores más sacrificiales son cojos, y no pueden «pisar el suelo con el talón izquierdo», como, por ejemplo, Hefasteo, Esculapio y Jacob, sin olvidar que el hombre cuya forma podemos ver en el sudario de Turín parece tener una pierna más corta que otra. En este sendero hay que recordar el refrán que dice «médico, cúrate a ti mismo». Los que son cojos necesitan una muleta, y en el sentido espiritual, el hombre puede considerarse cojo.
La carta del tarot, la Temperancia, nos permite muchas percepciones visuales del sendero veinticinco, pues Rafael, el ángel más relacionado con la curación y con el sol, es visto en un escenario desértico. El simbolismo del sol y de la luna está en los jarrones de oro y de plata con los que el ángel vierte el agua. Uno de sus títulos, «el que trae la vida», es muy útil, pues por diversas razones éste es el sendero de un nuevo nacimiento. En realidad, los tres senderos de la noche oscura son renacimientos y deberían ser considerados así. El veinticinco es una continuación del treinta y dos y lleva al alma que está aprendiendo desde el salón de Hades hasta el punto de unión con el ser superior. Lo mismo que Psique, cuyo nombre en griego YYXH significa mariposa, el alma aletea a través de la oscuridad hasta llegar a la luz.
El arco iris es uno de los símbolos más reconocibles y universales, y tiene muchos significados, como el del mantenimiento de la promesa, el puente entre el dios y el hombre, y el camino entre los mundos. Aquí incluye todo eso y aún más, pues su lugar en el árbol detrás de Yesod y del sendero treinta y dos y un poco antes de Tiphereth, es una promesa de que podremos triunfar y triunfaremos sobre la noche oscura.
Mientras el templo se forma a nuestro alrededor, los Ashim entonan un canto dulce y melódico en clave menor que nos hace pensar en las costas e islas tranquilas iluminadas por la luna, o en los somnolientos campos de trigo que sueñan bajo el sol de verano. Esperamos a que hayan terminado la canción y después nos adelantamos para saludarles a ellos y a Sandalphon. Agradecemos su música a las almas del fuego y después ellas revolotean a nuestro alrededor como pequeñas luciérnagas, contentas de habernos complacido. Durante mucho tiempo, el hombre ha estado apartado de los seres de los otros niveles, pero sabemos que su compañía es tan cercana y amorosa como la de otros seres del nivel físico.
Se abre la puerta del centro y Sandalphon nos sonríe cuando avanzamos hacia la niebla violenta. Ascendemos por la pendiente y por primera vez empezamos a ver formas oscuras de colinas y árboles en medio de la niebla. Hasta ahora no nos habíamos dado cuenta de que había otras cosas además de la niebla. Las puertas de plata de Yesod brillan delante de nosotros, y cuando llegamos a ellas se abren dejándonos ver a Gabriel con su silueta recortada contra la luz del interior. Parece un hombre joven con un débil brillo, de aura plata y violeta sobre su cabeza.
Entramos en el templo y nos dirigimos al altar, quedándonos unos momentos en silencio. De las sombras salen dos de los querubines entregándonos bastones con forma de T para que llevemos en nuestro viaje. Gabriel hace el sello y la cortina del tarot se convierte en una escena real. Cogemos con fuerza nuestros bastones y avanzamos.
Nos rodea una noche oscura y muy fría. El viento arroja arena sobre nuestros rostros y boca, y no vemos ninguna luz. Como es inútil que nos quedemos allí de pie, avanzamos, dándonos la vuelta automáticamente para mirar la cortina del tarot, pero ya no está allí. Sólo nos rodean kilómetros de dunas de arena, pues ha desaparecido nuestro único vínculo con el camino de regreso. Al cabo de unos momentos pensamos la situación, pues mientras no nos dejemos dominar por el pánico estaremos seguros. Sabemos que en la seguridad que rodea a todos los neófitos que recorren el camino del aprendizaje, no podemos perdernos; sólo nos pondrán a prueba. Avanzamos en fila de a uno caminando en silencio un rato, y nos volvemos después para ver a nuestros compañeros..., ¡pero no hay nadie, cada uno está solo!
Ninguna luz, ninguna cortina del tarot, ningún compañero; de pronto ha desaparecido una gran parte de tu fe. Puedes quedarte aquí hasta que las medidas de seguridad te devuelvan a Malkuth, pero entonces habrías fracasado en ese sendero. También puedes avanzar y tratar de hacerlo lo mejor posible. Como el fracaso no es el camino del que aspira a la iniciación, avanzas. Escuchas un momento el sonido de unos pasos en la arena, y después oyes un murmullo interior:
«No es este el trato que debes recibir, pues el hombre está destinado a ser un dios y tienes ya suficiente conocimiento para hacer la luz. Haz que una luna llena se levante sobre las lunas de arena. No tienes por qué caminar en la oscuridad todo el tiempo. Te bastará con una nueva luna, o mejor con una lámpara. Después de haber recorrido tres de los senderos hasta Netzach, la esfera de la lámpara, tienes derecho a utilizarla. O también podrías pensar en un caballo que te permitiría cabalgar, sería sencillo.»
Los susurros prosiguen; parecen estar dentro de tu cabeza y todo a tu alrededor es como si el propio desierto fuera una gran voz en la noche. Piensa en ello un rato, pues quizás la tentación sea la de no utilizar los poderes con los que puedes contar en este nivel. Eso tiene sentido, pues estás aquí para aprender a utilizar el árbol. Es un portador de la luz y sería lógico crear luz, no sólo para uno, sino también para aquellos que puedan encontrarse aquí en esta noche del desierto. Sigues pensando mientras caminas y las voces empiezan a oírse de nuevo.
«Los portadores de la luz no deben estar nunca en la oscuridad, pues no podrían recibir ese nombre si caminaran en la oscuridad; sólo los que se hallan en el camino de la izquierda pueden caminar en la oscuridad.»
Oyes detrás el sonido de unos cascos de caballo, un tamborileo que se va haciendo más alto, por lo que le das la vuelta cogiendo con fuerza el bastón y disponiéndote a luchar, pero a través de la oscuridad ves una luz: una lámpara que va creciendo hasta que puedes ver un rostro amable y barbudo. La figura tiene el torso desnudo y la parte inferior del cuerpo es la de un caballo. Cheiron, el centauro, te está mirando y te pregunta si puede viajar contigo un tiempo. Tú respondes con agradecimiento que sí. Mientras camináis juntos, el amable Cheiron te habla:
«Has pasado la primera prueba, pues no utilizaste tus poderes en este nivel para crear lo que pensabas necesitar. La única luz que necesitas en este sendero es la que todos los hombres llevan en su corazón. Si hubieras utilizado lo que has aprendido hasta ahora para aliviar la inconveniencia de hallarte en la oscuridad, habría significado una pérdida de fe, pero hasta ahora lo has hecho bien, aunque tendrás más dificultades en el futuro.» [Desaparece en la oscuridad.]
Por un momento la oscuridad parece más intensa, por lo que coges con firmeza el bastón y partes de nuevo. Sólo has dado unos pasos cuando la tierra se abre bajo tus pies y caes en un pozo. Confuso, pero sin haberte herido, te sientas y buscas el bastón; cuando lo encuentras, te das cuenta también de que hay algo que se mueve en la oscuridad. Oyes el movimiento de hojas secas y te das cuenta de que estás en un foso de serpientes.
La horcajadura del bastón comienza a brillar y poco después hay luz suficiente para que puedas ver. Te encuentras en un foso con un túnel que parte de él y estás rodeado de unas veinte serpientes. Te esfuerzas en pensar y te das cuenta de que no son las serpientes reales del nivel físico, puesto que aquí significan algo muy distinto. Aquí una serpiente representa la sabiduría, una sabiduría que hay que obtener. Te sientas con tranquilidad y observas. Una de las serpientes es de color dorado, mide algo más de un metro y tiene unos ojos brillantes. Se detiene delante y se mantiene alejada de las demás. Finalmente, las demás forman un grupo en una esquina y se duermen. La serpiente dorada se da la vuelta y te contempla; después, con una deliberación casi humana, dirige la cabeza hacia tu talón izquierdo y lo muerde con fuerza. El dolor te recorre como una flecha, pero con él viene un conocimiento que estalla en tu interior como un fuego.
El conocimiento puede ser doloroso, pues evidencia el mal que está dentro de todos los hombres, el cual sólo puede ser iluminado por el dolor exterior, para localizarlo y de ese modo curarlo. La serpiente se entrelaza en el bastón y se vuelve rígida, como si se hubiera convertido en piedra. Te levantas dolorosamente, utilizando el bastón como muleta y encaminándote hacia el túnel. No parece muy atractivo, pero es el único camino, por lo que te diriges hacia la oscuridad. Al final del túnel hay una luz, y la silueta de un hombre se perfila sobre la luz solar.
Recorres lentamente la distancia que te separa hasta el final del túnel y vuelves a salir al desierto, pero ahora es mediodía. El hombre que está de pie es alto y lleva ropajes griegos, con los cabellos y la barba largos y veteados de color gris. Tiene también un bastón embellecido con una serpiente, más largo y con la letra samech tallada. Coge tu pie herido entre sus fuertes manos, sonriendo, y comprueba las pequeñas heridas dejadas por la mordedura. Después se levanta, toma su bastón y lo pone por encima de tu cabeza, pidiéndote que le mires. Al hacerlo así, desaparece el dolor del pie, pero queda algo en tu interior, algo que se ha añadido a tu sangre y que nunca desaparecerá. En aquel mordisco del amor, pues eso es lo que era, ha sido marcado como uno más de los que han puesto su pie en el sendero del arco iris.
Esculapio te devuelve el bastón, te señala un área distante de verdor que hay en el horizonte, se da la vuelta y desaparece en el túnel. La pérdida te produce una sensación abrumadora, pues no hay nadie en ese lugar salvo tú, y tendrás que recorrer el camino completamente solo. Coges el bastón y comienzas a caminar. Aunque ya no te duele el pie, la sensación de vacilar y la falta de compañía te pesan. No hay ningún sonido de animales o aves, toda la vida parece haber abandonado este lugar, en el que estás solo. Te late el talón, pero no de dolor, más bien parece una pulsación que acompaña un pensamiento que aparece en tu mente. No puedes estar solo, porque llevas en tu interior ese ser superior que busca siempre unirse a su ser gemelo interior. Piensas de nuevo en el sendero veintiséis y en la sutileza de la ilusión: ¿forma parte este desierto de esa ilusión, está realmente vacío? Te detienes y miras a tu alrededor, tratando de ver el paisaje de un modo diferente; éste brilla, pero permanece desértico. El talón vuelve a palpitar y crece una necesidad en tu interior, una necesidad tan grande que nada podrá ponerse en tu camino: necesitas ayuda, amor, compañía; y pides esa ayuda con la certeza absoluta de que vendrá. En tu mano, el bastón en forma de T se convierte en un arco, la barra que formaba la cruz en una flecha, pones la flecha en la cuerda del arco y apuntas con ella hacia el cielo. Al dispararla se enciende en el aire dejando detrás una estela de arco iris. Aparecen otras al lado y tus compañeros vuelven a estar junto a ti, el desierto es un paisaje verde, y en la distancia un arco de luz proclama el templo de Tiphereth. Entre el grupo y el arco hay tres figuras, y Cheiron y Esculapio tienen entre ellos la cortina del tarot que les devolverá a Yesod. Delante de la cortina hay otra figura, un muchacho joven vestido con ropas blancas que lleva en sus brazos un cachorrito negro. Sonríe y nos dice que volveremos a encontrarlo, pero después se aparta y cruzamos la cortina para entrar en el templo de Yesod. Allí está Gabriel con copas de agua fría para apagar la sed del desierto y para compartir con nosotros su gran fuerza y tranquilidad. Nos sentimos muy fatigados, como si fuéramos niños, y sólo deseamos sueño y paz. El arcángel eleva la gloria de sus alas áuricas y nos recoge bajo ellas. Por una vez no tenemos necesidad de regresar hasta Malkuth por el largo sendero neblinoso, sino que somos transportados por los propios arcángeles para que recorramos esa distancia. Nos ponen con suavidad ante el altar de Malkuth, y Gabriel se marcha antes de que podamos darle las gracias. Sandalphon nos hace dormir, nuestros ojos se cierran y soñamos que nuestro propio nivel se cierra sobre nosotros como con brazos amorosos.

Es el tercero de los senderos de la noche oscura, y posiblemente el más temido, aunque sólo sea porque su carta es la de la Muerte. El mayor miedo lo produce probablemente la pérdida de contacto con la personalidad, pues la humanidad hace equivaler la conciencia con su sentido del yo, ya que no entiende que la conciencia se expande con la muerte física, en lugar de contraerse.
Un actor que recordara toda una vida pasada interpretando muchos papeles distintos rememoraría con placer y gran precisión cómo se sentía exactamente con cada papel. Los recuerdos serían compartidos, provocando muchas risas y pocas lágrimas por los incidentes rememorados. Esto es una analogía razonable de la experiencia de vivir en el otro lado de la muerte. Como su personalidad actual forma parte de un proceso de aprendizaje, tendrá recuerdos claros de ella y de aquellos a quienes amó y que le amaron. Tendrá recuerdos igualmente claros de otras vidas y otros amores, lo cual no irá en detrimento de esta vida, sino que la mejorará. Ser amado por alguien es lo que más se aproxima al cielo para la mayoría de los que habitamos la tierra, pero tener el conocimiento y el recuerdo de haber sido amado por todos aquellos que compartieron su vida es el paraíso.
La vida es el sueño, la muerte el soñador. Se pertenecen la una a la otra como amantes, y como amantes se separan por un tiempo y volverán a unirse al final. El nombre de la carta es «hijo de los grandes transformadores». ¡Aquí los transformadores son la vida y la muerte, y el hijo es el hombre!
El signo zodiacal del sendero veinticuatro es Escorpio, lo que lo convierte en un sendero de agua, aunque recorra una esfera conectada con el fuego. Tenemos aquí otra vez la vieja historia de la transmutación, el fuego más el agua que iguala a la fuerza y la energía del vapor. La transmutación es una de las funciones primordiales del sendero veinticuatro, y por estar en la línea del rayo recibirá más de lo habitual. Estos tres senderos conducen a la esfera de Tiphereth y se ocupan del cambio de un modo u otro, ir de Hod a Tiphereth cambia nuestras ideas, pues pertenecen a los niveles espirituales. Cuando viajamos de Yesod a Tiphereth debemos cambiar en grado suficiente nuestras ideas sobre el ser, después tenemos necesidad de la fe en su sentido más profundo, con independencia de la tradición en que vivamos hemos de comprender nuestra necesidad de una fuente primordial. Cuando llegamos al sendero veinticuatro, es nuestro miedo al cambio en todos sus aspectos lo que hemos de enfrentar, transmutando ese miedo en una aceptación de lo que es y de lo que será.
Escorpio es un signo que va de lo más bajo a lo más alto, desde el insecto que pica hasta el águila, y los nativos de este signo tienen una curiosa afinidad con la muerte y sienten ante ella escaso miedo. Hay una práctica que recibe el nombre de los siete niveles, la cual consiste en una serie de apartamientos de mundo exterior, y parte de ese conocimiento me lo transmitió mi propio maestro, lo mismo que se lo habían transmitido a él. El primer nivel es el de la atención, el segundo el de la concentración, viene después la meditación, que a su vez es seguida por la contemplación. El quinto paso es el sueño natural, el sexto el trance profundo, y el séptimo y último la muerte. Esta serie de apartamientos guarda mucha relación con el sendero veinticuatro, y mi maestro mantenía que ése era el modo correcto en que un iniciado debía retirarse del cuerpo.
The Pilgrim 's Progress, de John Bunyam, que ahora se considera pasado de moda, es, sin embargo, una historia muy conveniente para este sendero, especialmente para los que tienen una profunda fe cristiana. En realidad, hay muchos libros y poemas que parecen haber sido escritos por un autor experimentado en el nivel físico en uno u otro de esos senderos de la noche oscura. Al menos para mí, The Rime of the Ancient Mariner, de Coleridge, es un relato preciso del sendero veinticinco, lo mismo que el encantador poema de Francis Thompson, The Hound of Heaven. Si tiene un ejemplar del Oxford Book of English Mystical Verse, le recomiendo la lectura del poema de James Stephen The Fullness of Time, como modo de abordar el sendero veintiséis, pues fue sin duda escrito para él. Si quiere encontrar pistas las descubrirá, como el vadeo del río del cristiano, totalmente adecuado para las cualidades de escorpión del sendero que va de Netzach a Tiphereth. La flecha que golpea al albatros es la flecha de Sagitario en el sendero veinticinco, mientras que el alineamiento de Satán con Capricornio en el sendero veintiséis se encuentra de modo perfecto en el poema de Stephen. Los poemas escritos desde el corazón son trabajos de sendero por propio derecho.
La letra hebrea es nun, el pez, el cual se encuentra en su elemento en este sendero de agua. Es interesante observar que la letra del sendero veintiocho, de Yesod a Netzach, es tzaddi, el anzuelo, lo que hace de este sendero que va de Netzach a Tiphereth una progresión natural; aunque uno se pregunta si el anzuelo captura al pez o el pez se traga el anzuelo, del mismo modo que la ballena se tragó a Jos.
Otro vínculo con el agua es el símbolo de la barca de la muerte en el culto celta, pues muchos de los héroes y algunos de los dioses de esta tradición, Arturo incluido, abandonaron las orillas de la vida en la barca cristalina de la muerte. La costumbre vikinga de enviar el cadáver al mar en una barca ardiendo incluye el fuego y el agua de este sendero, y algunas sectas de la India envían a sus muertos hasta el mar flotando por el Ganges. Los antiguos egipcios ponían a sus muertos importantes en barcas que simbolizaban la barca de los millones de años, y los llevaban remando hasta la necrópolis, que estaba alejada de la ciudad. El fuego y el agua han sido siempre métodos de devolver la carcasa humana a sus componentes terrenos, liberando así el alma. Se ha dicho que la cremación es el modo más rápido de liberar el espíritu, y lo mejor para un iniciado, asegurándose de que hayas pasado tres días completos desde el principio de la muerte, para que la retirada se haya completado.
La historia de Osiris tiene también aquí su lugar, aunque en muchos aspectos forma también parte del sendero treinta y dos. Las muertes de los héroes de la humanidad pueden darnos muchas pistas sobre este sendero, por lo que merece la pena examinarlas. Esto no es nada morboso, pues la muerte es algo tan natural como la vida, y los iniciados la consideran como a un nacimiento superior, considerando la vida en la tierra como la auténtica muerte. Si el sendero treinta y dos se recorre en la muerte física, quizás podamos considerar entonces al veinticuatro como una clase práctica.
El templo está tranquilo y bastante sombrío cuando se forma a nuestro alrededor. No están los Ashim, y los echamos de menos porque nos habíamos acostumbrado a su bienvenida y a sus felices formas de pensamiento. Sandalphon sale de las sombras trayéndonos vestimentas negras. Nos vestimos con ellas y ponemos cordones negros en nuestras cinturas, vamos con los pies descalzos y la cabeza descubierta, y seguimos al silencioso arcángel hacia la puerta de la derecha. Al abrirse, entramos en un haz de luz, tan verdosa como la de una esmeralda sin fallas, y cuando estamos dentro de ella nos elevamos rápidamente desde la esfera de la tierra hasta el nivel de Venus.
Nos detenemos frente a unas grandes puertas de cobre brillante sobre las que están talladas las escenas de las diosas del amor de todas las tradiciones. Los tiradores de las puertas son de perla y de coral, y al empujarlas se abren suavemente, permitiéndonos entrar con facilidad al templo de Netzach. Las paredes son de un cristal de color verde oscuro, y la luz se filtra por ellas dando la sensación de que el templo está bajo el mar. En las paredes hay rosas de cristal y coral que actúan como prismas y producen pequeños arco iris que forman un arco hasta el centro del templo. El suelo es de jade y de cobre, y los dos pilares, como los de Hod, son de agua y fuego. El altar es de jade oscuro y en él hay una concha de ostra que se abre poniendo al descubierto una rosa de llamas ardientes.
Haniel sale del pilar de agua y se detiene ante nosotros; es alta y esbelta, y su cabello, que le llega hasta las rodillas, tiene el color del vino nuevo, en parte dorado y en parte rojizo, fluyendo a su alrededor como si estuviera vivo. Su ropa es de seda ambarina, y a través de ella brilla el cuerpo como una perla. Llena el templo con su aliento con el aroma de las rosas, y tiene una voz grave y suave. Se encuentra en su rostro toda la belleza del mundo. Nos conduce hasta la puerta que lleva a nuestro siguiente sendero, y hace allí el sello con un gesto gracioso, con lo que la carta del tarot se transforma rápidamente en una escena real. Parece grotesca en este escenario vibrante de amor y vida. La muerte inclinada sobre su guadaña no parece hallarse aquí en su lugar apropiado. Damos un paso y atravesamos la puerta.
El sol se está poniendo con brillos rojizos y ambarinos sobre un cielo egipcio; un camino conduce a través de una gran multitud de gente hasta un ancho río en donde aguarda una barca ceremonial. Su proa ha sido tallada y representa la cabeza de un águila. Hay varias literas cubiertas de telas negras y sacerdotes de cabezas rapadas que esperan para llevarnos en ellas. Ponen en nuestros rostros pesadas máscaras de plata y luego nos levantan y nos llevan hasta el río, dejándonos en la barca. No podemos ver, pero sentimos el movimiento cuando el barco comienza a navegar y los remeros nos llevan hasta mitad de la corriente. Pensamos en aquella vez que estuvimos con Charon en su barca, en el río Estigia, pues tenemos una sensación parecida.
Podemos oír los gritos de la gente que se lamenta y gime por nosotros, como si estuviéramos realmente muertos. Nos están llevando a la necrópolis que hay fuera de la ciudad y nos dejan allí en la pirámide para esperar lo que suceda. El viaje es largo, y pensamos mientras nos hallamos tumbados en la oscuridad. No sabemos lo que hay delante, sólo sabemos, por lo que hemos aprendido hasta ahora, que no se nos pondrá a prueba más allá de nuestras fuerzas. Nos acordamos también de la cabra sacrificada del sendero veintinueve, tenemos tan poco control sobre lo que suceda como lo teníamos entonces, y no podemos hacer otra cosa que esperar tumbados tranquilamente. Ya hemos aprendido lo que es la ilusión y los trucos que ésta utiliza, por lo que no volveremos a caer nuevamente en ellos. La sensación de deserción y soledad que conocimos en el sendero de la flecha no volverá a causarnos pena. Hemos aprendido que el verdadero conocimiento del ser significa que ya no hay soledad, somos conscientes de la vida oculta que nos rodea y sabemos que formamos parte de ella.
La barca se detiene y sentimos que nos dejan sobre el suelo. Unos minutos después se levantan las literas y nos transportan desde el río, por lo que parece una pendiente corta, pero inclinada. La frialdad de la piedra nos envuelve, dejan en el suelo las literas, y oímos después el sonido de unos pies que se alejan y de unas piedras que se cierran, quedando así en la oscuridad de una tumba.
El frío penetra en nosotros, pero pronto deja de ser doloroso, convirtiéndose en un entumecimiento agradable que nos lleva a una especie de sueño, tras el cual comienzan a aparecer las imágenes. Nos vemos recorriendo los senderos que habíamos andado hasta el momento. Nos vemos a nosotros mismos y observamos lo bueno y lo malo, las ocasiones en que no nos portamos lo bien que hubiéramos debido, y lo vemos todo con una especie de distanciamiento triste. Se produce luego la sensación de estar separados del ser que hemos conocido durante tanto tiempo, y al que nos habíamos habituado, y que rostros oscuros flotan ante nosotros, produciéndonos la sensación de que son los rostros que tuvimos antes del actual. Captamos imágenes breves de tiempos pasados y otras más rápidas aún de los tiempos del futuro, para después quedar de nuevo en el silencio. Flotamos en una cálida espiral de luz que nos habla con palabras que la tierra nunca había oído; voces que nos rodean tocando nuestras mentes con las suyas. Sentimos formas pertenecientes a los otros órdenes de la vida, a sistemas muy alejados del nuestro, pero que son, sin embargo, vida. Abruptamente nos encontramos suspendidos sobre una enorme pirámide de piedra que está muy abajo, y con los ojos de la mente vemos pequeñas formas tumbadas en la oscuridad en las plataformas de piedra. Las máscaras llevan en la frente la letra nun.
Descendemos en espiral y penetramos en las formas quietas, sintiendo el frío y el calambre de unos músculos atrofiados. Se abren las puertas de piedra y escuchamos unos pies que caminan por el suelo; después nos quitan las pesadas máscaras del rostro y parpadeamos bajo la luz. Los sacerdotes sonrientes nos ayudan a salir de las literas y vemos que las flores con las que fuimos cubiertos están marchitas, pues hemos estado allí durante muchos días. Nos llevan a un pequeño edificio en donde nos lavamos y frotamos con aceites calientes, vistiéndonos después con ropas de color plateado y escarlata, con el emblema del escorpión en nuestro pecho. Calzamos sandalias de plata convenientes para los que andan por los dos mundos, y ponen después sobre nuestra cabeza el tocado «nemyss». En cabeza de una larga procesión, regresamos a la barca.
Esta está decorada con flores frescas y el timonel lleva la máscara de Horus. Ocupamos nuestra posición y los remeros comienzan a llevarnos corriente arriba hasta la ciudad, llena ahora de gentes felices, que cantan alegres de que hayamos regresado de la casa de los muertos. Detrás de nosotros está la pirámide, que parece advertirnos que un día nos rodeará en realidad. Pero eso no nos da miedo. Cuando bajamos a la costa nos enfrentamos a alegres multitudes y al sonido de las trompetas. De nuevo en procesión, nos dirigimos hacia una enorme puerta en la que está la carta del tarot. Nos damos la vuelta para bendecir a las gentes en el nombre del alzado Osiris, y después penetramos en el templo de Netzach.
Haniel viene hacia nosotros con los brazos extendidos para ayudarnos a quitar las pesadas ropas y los tocados. Descansamos un rato y luego ese amoroso ser nos lleva hasta la puerta del templo, hacia el haz de luz que nos hace descender suavemente hasta Malkuth. Se abre la puerta, brilla por ella la luz y una nube de Ashim nos espera al otro lado para saludarnos, girando a nuestro alrededor, y apenas sentimos su contacto semejante a agujas de luz.
Sandalphon ríe y comenta que debemos esperar a que hayan terminado su bienvenida antes de añadir él la propia. Estamos de pie y juntos, el arcángel, los Ashim y nosotros, y una sensación de amorosa afinidad llena el templo. Nunca la olvidaremos, pase lo que pase en el futuro, pues es algo real y perdurará. El templo desaparece de nuestra vista, pero no de nuestros corazones.

Nos hemos abierto camino por los senderos de la noche oscura y, aunque los trabajos que acabamos de realizar puedan parecer inocuos, podemos estar seguros de que funcionarán en la medida en que seamos capaces de despertar sus fuerzas; ni más ni menos. Llegamos ahora a los senderos superiores, en donde todo se vuelve mucho más abstracto.
Este sendero va desde la esfera de la comunicación y la forma mental a la de la descomposición de las formas, aunque éstas estén ya gastadas y no puedan utilizarse. Esto puede parecer paradójico en un principio, porque siempre hay sentidos que se nos escapan. La letra hebrea mem significa agua, lo que es adecuado para Hod, que tiene evidentes vínculos con este elemento. Como hemos visto, cuando el aspecto fuego se vincula con el agua produce una energía tremenda muy semejante a la de una bomba hidráulica. Mem es también una de las letras «madre», un símbolo de Binah en un sendero que combina las esferas inferiores y centrales del pilar de la forma. Todo ello hace que el sendero veintitrés sea exactamente lo que dice el texto yetzirático: «la inteligencia estable..., pues tiene... consistencia entre todas las numeraciones».
La carta del tarot es el Ahorcado, con sus connotaciones de sacrificio, algunas de las cuales pueden ser equívocas. Tiene mucha más relación con el pensamiento espiritual lateral, con la capacidad de ver las cosas boca abajo o invertidas. Esto cobra sentido cuando nos damos cuenta de que en este mundo físico vemos y entendemos las cosas al revés, pues todas las cosas están formadas a partir de la imagen especular del ser puesta por el Creador. El árbol presenta un aspecto interesante cuando lo consideramos teniendo esto en cuenta. Kether se refleja en Chocmah, creando así una imagen invertida, Chocmah se refleja en Binah, reinvirtiendo la imagen de nuevo a lo que era, y convirtiendo a Binah en una verdadera imagen de Kether. Cuando uno sale de las esferas centrales, esto hace del pilar de la forma la imagen real de la fuente primordial. En el caso del Ahorcado, está buscando intercambiar su punto de vista mundano y físico por otro diferente, y esperemos más exacto. Quizás la insistencia japonesa en ver a su montaña sagrada, el Fuji, inclinándose y mirándola entre sus piernas, tenga una connotación similar. Podemos hacer también aquí referencia a la práctica de los devotos del Hatha Yoga consistente en ponerse sobre sus cabezas, algo que para el publico no informado ha resultado divertido durante años, sin siquiera haber tratado de entender las razones bien fundamentadas que hay tras esa posición.
Como estamos subiendo el árbol en lugar de bajarlo, este sendero tiene como tema la construcción de la forma y luego su comprobación en el corazón ígneo de Geburah, pues si pueden resistir esa prueba tienen posibilidad de ser útiles. Pero en cuanto muestren alguna señal de estar desfasadas, Geburah se encargará de su desaparición. Dice en la introducción que las viejas tradiciones quedan superadas cuando aparecen las ideas nuevas, y el sendero veintitrés es el que fuerza el cumplimiento de esa ley.
En el mundo físico el elemento del agua es aquel que permite al hombre moverse en condiciones de casi ausencia de gravedad. En cierta medida podríamos decir que ese elemento libera al hombre de la atracción de la tierra, y en cuanto a las condiciones espirituales su efecto es similar. Por tanto, un sendero de agua es aquel en el que tenemos una cierta libertad en tanto en cuanto observemos las reglas, las cuales consisten aquí en que debemos considerar los efectos del fuego y del agua, es decir, de la acción y la reacción.
Si tuviera que elegir un símbolo para este sendero, elegiría un cacharro de arcilla. Un recipiente puede retener el agua, pero primero debe estar moldeado con arcilla (con la ayuda de agua) y luego cocido para estar bien hecho, saliendo así del horno duro y fuerte hasta que el tiempo y el uso lo rompan. Si se ha hecho descuidadamente, se resquebrajará mientras esté aún en el fuego. El relato de Shadrach, Meshach y Abednego puede tomarse como una ejemplificación del sendero veintitrés. Puede decirse que para aquel con tendencias sádicas que prefiera un sendero con alusiones al fuego infernal y el azufre, éste es el que debe elegir, ¡pero es una de las tradiciones más pasadas de moda!
El título de la carta, «el espíritu de las aguas poderosas», es en cierta medida un reflejo del Gran Mar de Binah, que nos espera en el sendero dieciocho. Deberíamos considerar el veintitrés como un lugar en el que podemos aprender a nadar con una relativa seguridad.
Cuando se forma el templo a nuestro alrededor, pensamos en la primera vez que llegamos aquí y en lo mucho que hemos aprendido desde entonces, en que todavía nos quedan muchas cosas por descubrir, pero que llegarán lentamente. Sandalphon está sentado en el centro del suelo del templo, jugando con unos pequeños ratones que parecen haber llegado con una espiga de trigo. Se levanta para saludarnos cálidamente. Un enjambre de Ashim emerge también de la espiga, y se arremolinan a nuestro alrededor. El arcángel pide a una de las almas de fuego que entre en el centro del corazón de cada uno, sentimos un calor ligero cuando lo hace y luego un arremolinamiento del calor que nos recuerda a un cachorrito moviéndose hasta sentarse a dormir en nuestro regazo. Sandalphon se dirige entonces hacia la puerta de la derecha de la pared oriental y la abre dejando al descubierto a Haniel, quien entra con su gracia habitual rodeada por algo que parecen burbujas de agua con los colores del arco iris. Una de ellas se aparta y ocupa su lugar en las áreas genitales de cada uno de nosotros. Así, tenemos estos dos elementos en el interior y equilibrándose el uno al otro.
Vamos ahora hacia la puerta de la izquierda y entramos en la esfera de cristal que nos llevará hasta Hod, que comienza a elevarse, mientras Sandalphon y Haniel se despiden, coge velocidad y nos lanza hacia arriba, hasta el templo del agua. Las puertas de hielo se abren cuando se detiene la esfera, y entramos andando en el dominio de Miguel. Está esperando junto a los pilares, y nos parece no tanto un ángel guerrero como un joven atleta griego relajándose después del entrenamiento. Sostiene en las manos unas tiras de asbestos, el mineral traído a la tierra por Melquiseded, colocando una tira en el centro de la garganta de cada uno de nosotros. Miguel habla con tranquilidad y dominio, poniendo de relieve sus palabras.
Recordar el significado del asbestos, símbolo del alma del hombre, que no puede ser destruida, pero puede arder como un farol para guiar a los otros.
Se levanta y nos lleva a la puerta de la pared oriental. El sello hace aparecer la carta del tarot, que se forma rápidamente y se vuelve después real, los ojos del hombre nos consideran con divertimento, y nosotros entramos.
Nos encontramos en un taller gigantesco, una alfarería, y junto a una enorme rueda de alfarero se sienta el dios Khnum. Es la forma divina del antiguo Egipto, quien hizo los cuerpos de los hombres en su rueda para que el dios Ptah los llenara con el aliento de la vida. Como todos los «herreros o dioses creativos», viste una faldilla simple de lino. Gira la cabeza y nos sonríe, y luego, cuidadosamente, nos va cogiendo de uno en uno y poniéndonos junto a la gran rueda. Al mirarla pensamos en la gran rueda de Mazloth, el Zodiaco, y nos preguntamos si habrá alguna relación, recordando esto cuando regresemos. Khnum tiene un rostro amable y nos sentimos a salvo en sus manos. Coge un poco de arcilla y pone a uno de nosotros sobre la rueda, y haciéndola girar comienza a moldear a nuestro alrededor un cuerpo de arcilla, siguiendo el rostro de la forma con exactitud hasta que sólo quedan sin arcilla nuestros ojos. Señala luego a cada uno con la letra mem. Al terminar nos coloca boca abajo en una repisa colgando de los pies. Da la impresión de que nos va a quemar en su gran horno. Aquí arderá parte de la escoria y se comprobará la fuerza y utilidad de nuestra mente y cuerpo espiritual. Es el primero de los numerosos senderos que servirán para eliminar escorias. Pero ya hemos recorrido otros temibles senderos y tenemos fe en aquellos a quienes hemos ofrecido nuestros servicios, por lo que esperamos tranquilamente. Sentimos en el interior el calor de los Ashim, consoladores, y el ligero movimiento de la burbuja de agua nos hace ver que también ella está dispuesta a jugar un papel en nuestra prueba. Dentro del centro de la garganta sentimos la presencia de una tira de asbestos y sentimos la atención del gran ser que regaló el mineral al hombre. Después, todavía colgados boca a bajo, nos pone en una gran pala sin mango y nos desliza suavemente en el horno.
La reacción humana hace que nos encojamos los primeros segundos ante esa intenta luz. Después, al recuperar nuestro valor, comenzamos a observar los alrededores. No parece haber paredes, es como si estuviéramos dentro de una llama cósmica primordial que arde dentro de los límites de la manifestación. Las llamas no son tales, sino luz pura, la cual busca hasta los mínimos defectos. Quedamos con el alma desnuda y bajo la vigilancia de algo tan inmenso que ni siquiera podemos sospechar sus orígenes.
Sentimos que pequeñas grietas van abriéndose camino en la cáscara de arcilla conforme la luz encuentra debilidades ocultas, y somos igualmente conscientes de cuáles son los fallos y en donde están, lo que no resulta agradable. Pero las cáscaras se mantienen unidas y tenemos tiempo para pensar en el modo de reparar esas grietas, pues sabemos que se verán claramente cuando nos saquen del horno. Los cacharros de cerámica agrietados suelen tirarse, y, aunque sabemos que no es eso lo que nos sucederá a nosotros, sentimos una ardiente necesidad de que nos encuentren en las mejores condiciones posibles.
Desde nuestra posición invertida vemos las cosas con un ángulo diferente, con mayor claridad y sin distorsiones. Tenemos en nuestro interior el fuego y el agua, y quizás con ello podamos reparar las peores grietas, pero se nos ocurre una cosa. ¿Dañaremos a los elementos si los utilizamos de ese modo? Nos importa mucho no sacrificar a esos seres para nuestros propios fines. Los Ashim del interior se expanden y por un momento vemos un alma del fuego en su auténtica forma, dándonos cuenta de que lo que habíamos considerado como una chispa es en realidad un ser de una belleza y una gracia que nos sobrecoge. También la burbuja escapa transmutándose en un átomo de poder que quema las escorias que podemos rechazar en esta fase de nuestro desarrollo. Después se abre la puerta del horno y nos sacan.
Khnum nos pone en la mesa, todavía sonriendo, y nos rocía con agua, produciendo un agradable silbido. Después, con un martillo pequeño, nos va golpeando a cada uno y las cáscaras de arcilla caen. Habíamos olvidado que la parte auténtica de nosotros estaba en el interior. Tal como hacemos a menudo en la tierra, habíamos tomado equivocadamente la cáscara de arcilla por la real. En alguna parte de nuestra mente sabemos que nos hemos apropiado de un conocimiento más profundo del que podemos percibir en este momento. Pero ya saldrá a la luz en su momento. Miramos hacia arriba a Khnum y le damos las gracias, ante lo que él sonríe complacido, y después, con una herramienta afilada, nos marca en el pecho el sello del elemento agua. Ahora que hemos recibido la señal de la aprobación, reímos con él. Nos deja en el suelo uno a uno, pidiéndonos que recordemos que hay más escoria que deberemos quemar cuando llegue el momento, que deberemos regresar a su horno una y otra vez hasta que no necesitemos más su fuego. Lo entendemos y nos dirigimos hacia la carta del tarot; sonriendo al Ahorcado, conscientes de que él está mirando el mundo del modo adecuado, y de que lo mismo que Alicia hemos encontrado el camino del espejo.
Nos lanzamos en los brazos de Miguel, quien nos está esperando en la puerta. Nos mira inquisitivamente a cada uno, y después, obviamente satisfecho con lo que ve, nos lleva hasta la entrada y nos introduce con seguridad en la esfera de cristal. Descendemos entre el azul y nos detenemos con un ligero rebote ante la puerta de Malkuth.
Sandalphon y Haniel nos esperan, los Ashim nos cubren con pequeños contactos ígneos de amor mientras les contamos nuestras experiencias en el horno. Esperamos a que nos quiten la chispa interior y el átomo de agua, pero nos dicen que ahora son ya parte de nosotros, que esas partículas de fuego y de agua compartirán nuestra vida y espíritu por toda la eternidad, que nosotros y ellas somos uno, que hemos sido sus iniciadores en la vida. La enormidad de su sacrificio al dejar que algunos de su propia especie nos sirvan, y el servicio igualmente grande que hemos podido ofrecerles, es algo que sólo entenderemos con el tiempo. Por el momento basta con estar rodeados por el amor mientras el templo se desvanece.

El sendero veintidós no es la idea habitual que se tiene de un paseo al aire libre. Es el sendero de la justicia y del ajuste kármico, el camino hacia el «habitante del umbral» al que hemos de enfrentarnos, obtener su perdón y ser absorbidos por él. Posiblemente más que cualquier otro, revela la dualidad de nuestra naturaleza, el bien y el mal. Para un iniciado, el sendero puede ser lo más próximo a la agonía espiritual. Para un estudiante que realiza los grados inferiores de entrenamiento, puede ser el punto en el que se alcanza un cruce de caminos en el que tiene que decidir si sigue avanzando o se queda donde está. Para quien llega a los senderos por primera vez, por razones obvias sus efectos pueden atenuarse por su falta de experiencia.
Debo poner de relieve de nuevo que estos senderos afectarán a aquellos que los sigan en el nivel en que sean capaces de responder, por lo que, aunque el sendero siguiente haya sido escrito teniendo en cuenta a los recién llegados a estos estudios, afectará a una mente entrenada con mucho mayor poder. Todos los senderos tienen niveles dentro de niveles, y se ajustan automáticamente a la persona que los recorre.
Todos hemos de enfrentarnos antes o después a las consecuencias de nuestras acciones, y este sendero acelera el proceso. A pocos les gusta esta idea, pero, como indica la letra hebrea del sendero, lamed, el buey aguijoneado, no nos queda más elección que acabar obedeciendo. La forma de la letra sugiere el azote asociado con la esfera de Geburah, y da a entender que se nos pide que descendamos por este sendero con una insistencia suave, pero firme.
El el o al con que terminan muchos de los nombres angélicos es una referencia a Dios, y cuando se utiliza por sí solo significa precisamente eso. Como nombre se pronuncia Aleph/Lamed, significando el buey y el aguijón, lo que representa al Creador guiando con firmeza a sus hijos recalcitrante por el camino de la evolución, aunque muchas veces parezca que éstos tienen la inclinación a dirigirse en la dirección contraria.
El signo astrológico es el de Libra, la balanza, con todo lo que este símbolo implica. Este sendero se alinea bien con el de la esfera de Geburah en la parte segunda; en realidad pueden considerarse uno continuación del otro. Como cabía esperar, la carta del tarot es la de la Justicia, y el texto yetzirático nos dice que este sendero es «la inteligencia fiel... con ella se incrementan las virtudes espirituales, y todos los habitantes de la tierra están bajo su sombra», todo lo cual va muy bien con su significado. La Practical Guide to Qabalistic Symbolism proporciona muchas informaciones sobre el lugar de los cuerpos mágicos de este sendero, por lo que debería leerlo. Se ha hablado mucho de este aspecto de lo oculto, y se ha investido con un atractivo que le hace parecer más importante de lo que es. A menudo se ha confundido con la personalidad mágica, que es algo muy distinto.
Una de las razones por las que personalmente no me gusta demasiado el trabajo de regresión es que a veces puede «despertar» un cuerpo mágico del propio pasado, y cuando esto sucede puede ser muy difícil librarse de él. Conozco la argumentación de que así es posible analizarlo, pero, a menos que se tengan buenas razones para ello, y lo que es igual de importante, que se haga bajo una guía competente, preferiría no tocar el tema. Si hay que hacer un ajuste kármico, se hará sin tener que buscarlo, en el momento y el lugar prefijados. Hay excepciones, pero considero que son raras.
Cuando un espíritu humano haya llegado a los niveles de Chesed, y haya sido absorbida la última de las personalidades terrenales, el espíritu tendrá la posibilidad de elegir entre avanzar hacia la luz, y «no regresar» como Enoch, o retrasar su recompensa y decidir servir a la humanidad en la capacidad de maestro. En este nivel en el que no hay posibilidad de que un cuerpo mágico produzca ningún hecho nocivo, un maestro puede decidir llamar a alguna de las numerosas personalidades utilizadas en el pasado, con el fin de comunicar con un discípulo. En este nivel ya no hay riesgo.
«Habitante del umbral» es otro término del que se ha abusado. Nos recuerda las historias misteriosas y los relatos de Lovecraft, todo lo cual me gustó en su época, aunque ofrece muy pocos conocimientos de la realidad oculta. La mayoría de estos arquetipos tiene diversas formas que pueden encontrarse en los diferentes senderos, siendo ésta una de las razones de las continuas referencias cruzadas. Su lugar en el sendero veintidós es una anticipación de lo que va a suceder en el diecinueve, pero si este sendero se recorre del modo adecuado, el sendero superior resultará muchos más sencillo.
Para el propósito de este libro, el viaje siguiente es sobre todo un reconocimiento. El sendero real, en el sentido formativo, es mejor emprenderlo bajo la guía de un maestro y dentro de una escuela.
Nos sentimos excitados con este viaje, pues vamos a entrar por primera vez en el templo de Tiphereth. Sandalphon es una influencia tranquilizadora y nos gusta saber que vendrá con nosotros. Abre la puerta y pasamos a la niebla violeta, mientras el arcángel nos sigue cuando ascendemos por el sendero neblinoso hasta Yesod. Las puertas de plata se abren y nos esperan, y allí está Gabriel dándonos la bienvenida en el umbral. Su sonrisa es siempre agradable de ver, pero el saludo que da a su igual y hermano es algo que queda fuera de nuestra capacidad de comprensión. Miramos alrededor el templo de la luna, tan querido y conocido ya de nosotros, y cruzamos luego el puente para esperar junto a la puerta central. Gabriel y Sandalphon hablan unos segundos y luego el brillante mensaje va a abrir la puerta que nos conducirá hasta el templo del sol. Cuando se abren las puertas, vemos un camino serpenteante del color del arco iris y de increíble belleza, el cual se extiende por delante hasta una arcada hecha de luz pura que surge del cielo. Con los arcángeles a cada lado, recorremos el camino y como niños pequeños llegamos hasta el final del arco iris y hasta el arco real de Tiphereth.
Podemos ver a Rafael dentro del arco, con sus ropajes de color ámbar y dorado fluyendo en graciosos pliegues hasta los pies. En su rostro está el brillo del sol y su presencia misma es una fuerza curativa para la mente humana. Se da la vuelta y nos conduce al templo del sol. En el interior tenemos la sensación de hallarnos en una enorme catedral octogonal, aunque las dimensiones son pequeñas y suficientes para que nos acomodemos. Las paredes parecen hechas de luz de todos los tonos y colores, como si el puente del arco iris se hubiera convertido en piedra para la construcción de este lugar. Alrededor del templo hay ocho puertas que conducen a las otras esferas, cuatro grandes tronos ocupan las esquinas con escalinatas que conducen a ellos. El suelo está cubierto de juncos y hierbas aromáticas que libran su perfume cuando las aplastamos con los pies. El altar es de mármol puro y sin adornos, salvo el gran cáliz de plata cubierto con un paño de lino. El Grial brilla bajo su cobertura, iluminando todo el templo, y de vez en cuando produce un claro sonido de campanas.
Los pilares son como el altar de mármol puro sin embellecimientos. La gloria de Tiphereth son sus paredes del arco iris y el Grial. Nos dirigimos hacia el altar y nos detenemos ante Rafael, con Gabriel y Sandalphon a los lados, por lo que nos hallamos dentro de un triángulo arcangélico de amor, sabiduría y poder. Somos conducidos luego hasta una de las puertas que lleva en el dintel el nombre de Geburah. Rafael traza el sello y el Grial produce una melodía de campana, formándose instantáneamente en la puerta la carta del tarot. Aparece allí la figura de la Justicia, mirando hacia adelante como si no le preocuparan seres humanos tan pequeños. Nos volvemos para mirar a nuestros amigos, quienes nos envuelven con su amor y fuerza, y entonces nos atrevemos a traspasar la cortina e iniciar el sendero veintidós.
Nos hallamos en un patio en el que crecen flores profusamente. En el centro hay una pequeña laguna ornamental con peces y flores de loto. Unas escaleras conducen a una gran sala abierta bordeada de pilares pintados con escenas del Panteón de Egipto. El sol da mucho calor, ya nos alegra la frescura que ofrece el salón. En su interior hay muchas estatuas, todas de tamaño superior al natural, y alrededor de una pequeña mesa hay sillas talladas, cada una de las cuales tiene pintada en el respaldo la letra lamed. Alguien nos ha estado esperando, pues han puesto vino y frutas en la mesa. Surge de las sombras una joven, casi una adolescente, que lleva un vestido de lino trenzado desde debajo de sus pechos hasta sus esbeltos tobillos. Lleva sobre el cuello un pectoral de lapislázuli y oro y pequeñas abejas doradas sobre flores de loto cuelgan de sus orejas. Su cabello, negro, cuelga recto hasta los hombros. Lleva un tocado que representa una sola pluma rizada. Se detiene ante nosotros y nos invita a sentarnos con ella.
Aunque su rostro es joven, muestra una sabiduría intemporal, pero son sus ojos los que nos conmueven, pues nadie puede mirar a los ojos de Maat, la diosa de la verdad, y decir una mentira. Nos hace preguntas sobre nosotros y nuestras vidas, y respondemos a todas ellas. Nos parece natural hablar de nuestros miedos y preocupaciones más profundas, de los fracasos y sueños perdidos, de los secretos que guardamos en el interior. Sin embargo, sabemos que al hablar sólo ella escucha nuestras palabras, que los que van con nosotros no escuchan lo que sucede entre Maat y aquellos a quienes ella habla.
Finalmente se levanta y nos invita a penetrar en el edificio. Caminamos a lo largo de corredores pintados y de salones grandes y pequeños hasta llegar a uno mucho más amplio, a gran profundidad en la esfera de Geburah, un lugar en el que en una fase posterior de nuestros viajes seremos juzgados. Pero ahora sólo hemos venido para prepararnos para ese día.
En el centro, en un estrado, hay unas enormes balanzas de oro. Aquí se sientan los señores del Karma, quienes dirán la última palabra en nuestro juicio. Alrededor del salón están los tronos de los cuarenta y dos asesores que nos harán las preguntas. Un haz de luz desciende del techo y llena el salón con una claridad absoluta; no hay sombra, no hay modo de cubrirse, ningún lugar que nos oculte. Maat nos tranquiliza afirmando que en el día designado alguien actuará como defensor nuestro. Señala las balanzas y vemos la pluma de la verdad en una de ellas, nos dice que antes de venir aquí, tendremos algún tiempo para revisar nuestra vida y pensar en algunas preguntas que nos harán. Es una deferencia que no se les hace a todos los hombres.
Regresamos al patio en donde espera un cerro conducido por un joven guerrero egipcio que nos mira con severidad. Hay algo de Miguel en él, y entonces sonríe y sabemos que es Khamael, el arcángel de Geburah. Maat nos despide, sube al carro y se marcha. Nosotros vamos hacia la cortina, la traspasamos y volvemos a Tiphereth. Los arcángeles nos están esperando y nos conducen hasta el altar. Rafael nos dice que no presumamos de haber tenido un agradable viaje, pues funcionará en niveles muy profundos. Luego, acompañado de sus iguales, nos lleva de regreso por el arco iris, dejándonos en la puerta de Yesod. Dentro, los Cherubim esperan para sellar la puerta, mientras nos despedimos de Gabriel y luego con Sandalphon tomamos el camino de niebla y caminamos hasta Malkuth. Sabemos que sólo hemos tocado la superficie de este sendero y que lo que hemos hablado con Maat surgirá una y otra vez en nuestros corazones y mentes.
Cuando experimentemos la auténtica esfera de Geburah, su efecto se aliviará por todo lo que hayamos aclarado en los senderos anteriores. Los viajes que parecen más fáciles, son a menudo los que más efecto producen en el nivel físico. Sandalphon pone una mano suave sobre nuestro hombro, aunque no se sabe que nunca haya tenido un cuerpo de carne, pues nuestras emociones, miedos y alegrías afectan a su áurea. Incluso cuando no estamos en el templo, todo lo que nos afecta le pone en alerta y hace que su fuerza fluya hasta nosotros donde quiera que nos hallemos. Estos senderos pueden ser formativos para nuestra mente, cuerpo y espíritu, pero también constituyen un vínculo entre nosotros y aquellos que habitan las regiones superiores. Ellos forman parte de nuestra familia. El templo se desvanece en silencio.

Este, como nos dice la carta del tarot, es un sendero de subidas y bajadas. Es el sendero en el que puede oírse con fuerza y claridad el toque de clarín de la búsqueda. Podemos oír y responder, o cerrar nuestros oídos y cruzarlo deprisa. Siempre he pensado en él como en un sendero laberíntico, aunque sólo sea porque su carta del tarot parece devolvernos una y otra vez a nosotros mismos hasta que hemos completado el esquema. La Rueda de la Fortuna, como todos los símbolos de «rueda», nos presenta una bolsa de correspondencias combinadas, y la propia fortuna, como muchos habrán descubierto, puede ser una dama muy voluble. O así parece serlo, ¿pero es eso cierto?


Casi todos los cuentos de hadas empiezan cuando un hijo o una hija pequeños abandonan su hogar para buscar fortuna. Los cuentos de hadas suelen ocultar muchos conocimientos esotéricos y en particular los relatos de héroes nos dan una representación muy clara del viaje del Loco del tarot hacia la iniciación. La mayoría de las historias tienen una figura masculina o femenina de edad avanzada que ofrece su consejo al héroe de la historia cuando se encuentra con él. La medida en que se cumpla el consejo decidirá el futuro del joven buscador. El sendero veintiuno es muy similar, pues ofrece un camino hacia el Grial, pero de una forma tal que no pueda encontrarse fácilmente.


El sendero comienza en Netzach, la esfera del amor, el idealismo, los dioses y todas las gentes del pueblo de las hadas; también es la esfera de la vida en abundancia. Está garantizado que todos los ingredientes atraerán al joven que se sienta ya preso de las circunstancias. Para un joven así, la llamada de la búsqueda es una llamada a la aventura y la excitación. No siempre toman la búsqueda como lo que es realmente, un tiempo de crecimiento hacia la madurez. El hecho de que el sendero veintiuno conduzca a través de Chesed hasta Chocmah, la esfera del último símbolo de la rueda, añade sabor a la tarea. Nos indica que esa búsqueda no es sólo para una vida, sino para una vida tras otra; en realidad, para toda una ronda de vidas. Quizás, tal como dice el texto, sea un sendero de «conciliación y recompensa... recibe la influencia divina». Pero también es un sendero de compromiso con la búsqueda eterna.
Uno de los numerosos objetivos de la búsqueda es el de entrar al servicio del poderoso rey, cuyo país se extiende «sobre el agua», y a veces «sobre la montaña». Entre los otros objetivos puede estar el Grial, el vellocino de oro y el elixir de la vida. En este caso la imagen del rey tiene un significado, pues la imagen mágica de Chesed es la de un rey coronado y entronado, mientras que el símbolo del sendero veintiuno es Júpiter, el rey de los dioses griegos. Incluso los colores asignados al sendero son los de la realeza: morado y azul oscuro.
Este es el viaje al que partieron los caballeros de la Tabla Redonda después de que vieran aparecer el Grial en el gran salón de Camelot, hecho que fue en gran parte la causa de la descomposición de ese grupo glorioso en la misma medida que lo fue la traición de Mordred. Chesed es la polarización de Geburah, que es la esfera que descompone las formas antiguas que ya no son viables. Chesed construye las nuevas. El propio Arturo lo entendió así cuando dijo en palabras de Tennyson:
El orden más antiguo cambió dando lugar al nuevo, y Dios se realiza de muchos modos, para que una buena costumbre no corrompa el mundo.
La letra hebrea es kaph, la palma de la mano, que es la parte de nuestro cuerpo utilizada también para predecir el futuro o delinear el carácter de modo muy semejante a una carta astrológica. La mano es lo que extendemos para saludar, para ofrecer ayuda, para dar o recibir, y también puede sostener un cetro o una espada. Hay personas que pueden utilizar la palma de la mano como la bola de cristal, para la adivinación. En sí misma, la mano es un símbolo místico reverenciado en todas las épocas. Los faraones de Egipto utilizaban los símbolos de Geburah y de Chesed, el látigo y el cayado, como símbolos de realeza, pero también cruzaban los brazos, atemperando así la justicia con la piedad, y asegurándose de que esta última no se convirtiera en debilidad.
Por tanto, ¿qué efecto podemos esperar de este sendero? Los que estén preparados para ello oirán con seguridad la llamada. Ellos decidirán el modo en que respondan. Esta puede ponerles en contacto con un grupo o una persona que les guíe, y no sólo en materias ocultas, sino también en otros aspectos de la vida diaria. Puede producir el repentino abandono de un trabajo o un entorno en el que haya sido feliz desde hace años. Puede producirse una oferta caída del cielo para hacer algo con lo que ha soñado toda la vida. Suya es la elección, puede hacer girar la ruega de la fortuna para que ésta decida si se va o permanece donde está. Sólo es una de las múltiples nuevas fuerzas que el sendero veintiuno puede abrir.
La mano de kaph es la de la oportunidad. En los antiguos cuentos de hadas, el héroe que ganaba el premio era siempre aquel que prestaba una mano de ayuda a quienes se encontraba por el camino. Las manos son importantes.
Cuando aparece el templo a nuestro alrededor, los Ashim han formado el modelo del árbol de la vida y se hallan suspendidos encima del altar. Es su modo de saludarnos y disfrutamos de su regalo, admirando sus colores y gracia. Al poco tiempo deshacen el modelo y suavemente nos piden que vayamos hacia la puerta de la derecha, la cual está abierta y dispuesta. Dándoles las gracias, entramos en el haz de luz que nos elevará hasta Netzach. Como sucede siempre, la luz nos tranquiliza y vigoriza, su color suave parece traernos memorias antiguas de nuestra relación con el mar. En la parte superior del haz de luz aparecen las puertas de cobre y entramos por ellas hasta el templo verde y fresco de Netzach, buscando a la hermosa Haniel.
Esta se encuentra junto a los pilares, radiante, extendiendo las manos hacia nosotros. Los Elohim nos traen el vino con miel de Netzach para prepararnos para el viaje, y caminamos luego hacia la puerta que nos conduce al sendero veintiuno. A una llamada de Haniel se forma la cortina en la puerta de la pared oriental, la rueda gira lentamente trayendo por turnos a todas las figuras. Atravesamos la cortina dispuestos a lo que este viaje pueda depararnos.
Ante nosotros se extiende un camino largo y serpenteante, a uno de cuyos lados hay árboles y bosques que conducen a la costa, mientras que al otro las colinas terminan en una cordillera. Formamos parte de una larga línea de personas que recorren el camino; no es una línea continua, sino que está formada por grupos, unos grandes y otros pequeños, a veces personas solas o en grupos de dos y tres. Todas las edades, tipos y caracteres de la humanidad realizan este viaje de la vida.
De trecho en trecho se ha levantado un quiosco y un hombre ensalza las virtudes de un sendero particular de las montañas. Unos ofrecen viajes misteriosos por el mar y aventuras que le enriquecerán y le darán la juventud eterna. Algunos se detienen a escuchar, mientras otros deambulan de un quiosco a otro. Unos deciden enseguida y entregan bolsas de oro a los charlatanes. Algunos de los que hablan tratan realmente de ayudar y entregan mapas, raciones y guías para orientarse en la espesura. Pero podemos ver que muchos regresan de las montañas, cansados y desilusionados. La mayoría de la gente se limita a recorrer penosa y fatigosamente el camino.
En la cumbre de la montaña podemos ver unas figuras diminutas que saludan. Son los que se han esforzado a través del frío, el hambre y la duda de sí mismos para conseguir el objetivo. Vemos entre las masas unas figuras vestidas de gris, son altas, sus ojos son claros y miran con suavidad, pero directamente. Todos llevan bastones de madera con símbolos tallados de su tradición particular; y todos llevan también un «lamen», con la forma de la letra kath. Cuando se encuentran unos a otros se saludan levantando hacia el exterior la palma abierta de las manos.
Los peregrinos grises son los custodios del cristal de la verdad. Este se rompió hace miles de años, pues desde entonces muchos han buscado las piezas para que la verdad vuelva a ser una. Pero también hay muchos trozos de cristal falso que se venden como el verdadero. Los custodios son aquellos que han buscado no para sí mismos, sino para gentes como las que nos rodean. Han pasado por las mismas fútiles búsquedas y decepciones, pero han encontrado lo que buscaban. Cada uno ha dado con un trozo de cristal y lo mantiene a salvo. Hay tantos trozos como gentes, y cuando cada uno haya encontrado su pieza, la verdad volverá a ser una.
Uno de los peregrinos pasa junto a nosotros, mira hacia arriba y se detiene, y traza en el aire el sello para abrir las puertas de los caminos. Le respondemos amablemente y viene hacia nosotros con la palma extendida hacia fuera. Nos sentamos a charlar y nos cuenta su larga búsqueda, y el modo en que encontró su trozo de cristal. Nos pregunta después que cómo encontramos el nuestro y le decimos que no lo tenemos. El sonríe y nos dice que sí, que puede verlo en el centro del corazón. Insistimos en que no tenemos nada semejante, pero él sonríe y contesta:
En esta dimensión tenéis que olvidar el tiempo, éste no tiene su lugar aquí, no hay un antes o un después, sólo el aquí y el ahora. En vuestro mundo no habéis encontrado el cristal, pero aquí en los niveles interiores está ya dentro de vosotros, proclamándoos así como aquellos que habéis buscado y encontrado. Llegará un tiempo en que recordaréis este momento y sabréis que ya ha sucedido y seguirá sucediendo. Los senderos que recorréis existen unos en otros, lo mismo que cada esfera se ajusta en la anterior y en la posterior. El universo existe en un solo segundo y en un solo átomo, ése es mi trozo de la verdad y os lo transmito. Cuando lleguéis a esa parte del universo en que vuestro segundo y vuestro átomo tengan su lugar lo recordaréis.
Por un momento, vemos en nuestra mente un amplio salón de pilares y extrañas figuras sentadas en tronos, una mujer hermosa sostiene en sus manos un corazón de cristal y entonces la visión se desvanece. El peregrino se pone de pie, extiende hacia afuera la palma de la mano y nos despide, siguiendo su camino.
Nosotros miramos la línea de gentes, los quioscos y los falsos adivinos. Vemos a los que en silencio se van hacia las montañas o el mar, unos en grupos y otros solos. Los peregrinos se mueven entre ellos, cuando son capaces de persuadir a uno o dos, hacen que les sigan por los senderos que ellos mismos han recorrido. Entendemos que su tarea es la de llevarlos a la cumbre de la montaña. Después vuelven al camino y eligen otro grupo. Cuando están demasiado fatigados para seguir, una persona más joven toma su vestimenta gris, el bastón y el lamen, y a su vez extienden la mano a los demás. Los viejos descansan hasta el momento de la renovación en un cuerpo nuevo, y así la búsqueda vuelve a comenzar. Nosotros formamos parte de esto.
Arriba de la montaña vemos dos puertas de cristal asentadas en el risco; brillan con una luz azulada y frente a ellas hay dos figuras que brillan tanto que apenas podemos soportar mirarlas. En un trono que hay entre ellas se sienta Júpiter, mirando desde allí el camino y a las gentes. Es la entrada al templo de Chesed, que pocos ojos han visto. Nos damos la vuelta y volvemos al templo de Netzach, donde vienen los Elohim para ofrecernos copas de vino con las que refrescarnos y quitarnos de la garganta el polvo del camino. Entramos luego en la luz verde que nos lleva de regreso a Malkuth. Los Elohim permanecen allí hasta que desaparecen de nuestra vista.
Encontramos a Sandalphon y le preguntamos sobre la búsqueda y el cristal, y sobre la insistencia de los peregrinos de que tenemos dentro de nosotros un trozo de cristal. El nos dice que es cierto, que todas las cosas que experimentamos en los senderos ya han sucedido, pero que el libre albedrío del hombre puede cambiar de vez en cuando el esquema. Sólo el amor es constante en el universo. Pensamos en eso cuando se desvanece el templo, pasando de la esfera del amor a otra cuya visión es la del amor. Recordamos con una sonrisa que Júpiter era quizás demasiado indulgente en los asuntos del corazón, y en que quizás esas leyendas ocultaran algún conocimiento interior.

El sendero veinte es el del eremita, el que enseña el camino, el adepto. Conduce desde la esfera del sol a la de los maestros. En este sendero tienen su lugar todos los que han llevado a la humanidad conocimiento y enseñanzas. Incluye tanto a los nombrados en la Biblia como hijos de Dios, como a Buda, Jesús de Nazaret, Lao Tze y seres de la estatura de Melquisedec, Enoch y Moisés.
Tiphereth recibe el nombre de «inteligencia mediadora» y Chesed el de «inteligencia receptiva», por lo que en este sendero tenemos un equilibrio casi perfecto de la donación y la recepción. Confirma esto el hecho de que la letra hebrea sea yod, la mano, el símbolo primario de la donación y la aceptación. Esta letra hebrea se utiliza también para simbolizar el inicio de algo o de alguien en su capacidad de semilla masculina. En este sendero veintiuno tenemos la oportunidad de convertirnos en una persona nueva. Viajamos desde la esfera de los que nacen a un nuevo modo de vida. Pero además el camino que tomamos está bajo el signo de la Virgen, la primera receptora de la vida que proporciona yod.
El eremita es también un peregrino, un viajero que está cerca del final de su viaje. En un nivel es el acercamiento al grado de Adeptus Exemptus que no necesitará ya un cuerpo físico con el que trabajar. En otro nivel es la noche de la vigilia, el enfoque de la caballería, un tiempo de silencio, oración y preparación para el día de la renovación.
En el sendero veintiuno vimos a los peregrinos grises en su trabajo, y fuimos conscientes de que teníamos una oportunidad de unirnos a sus filas. En este sendero se adopta la opción y estamos preparados para el trabajo que nos espera. Debemos tener en cuenta también el sendero que conduce desde Hod y Tiphereth, y a través de él hasta el veinte. Luego necesitamos viajar a través de la noche oscura de la mente, esclavizada por la ilusión, para aprender un nuevo modo de pensar. Ahora nos sentamos tranquilamente en la oscuridad para acceder de nuevo a lo que hemos aprendido y asegurarnos de que nos hallamos en las mejores condiciones para proseguir.
Estos dos senderos comprenden una noche, un día y otra noche de comprobación y preparación. Ayin y yod, el ojo y la mano, trabajan ahora armónicamente produciendo la coordinación de la mente y el cuerpo. Es esta coordinación lo que constituye la nueva persona nacida en el sendero.
También puede alinear de este modo los senderos veinticuatro y veintidós, siendo el sendero de la muerte y después un viaje en la barca solar hasta el salón del juicio. Este es el modo de utilizar en su plena extensión el árbol de la vida, buscando por sí mismo el modo en que un sendero puede subrayar los efectos de otro, con lo que nos encontramos así toda una vida de trabajo por delante.
Podemos examinar los senderos existentes desde Tiphereth a Geburah, Daath/Kether y Chesed como continuación y extensión de los que conducen hasta allí desde Hod, Yesod y Netzach. Puedo asegurar que no es una coincidencia el que las líneas trazadas en el árbol siguiendo estos senderos formen el signo conocido como Chi Rho o Labarum.
En el sendero del eremita hay que entender que en un nivel superior está aceptando un compromiso espiritual, y que en un nivel inferior está diciendo: «Estoy dispuesto a aceptar un cambio en mi vida» Pues ahí conduce el sendero veinte, a la aceptación. La mano extendida para recibir la forma de la comunión, la espada y el casco de la caballería, la vara de poder o la lámpara del eremita que encontrará más adelante, y que ahora está dispuesta a entregar el símbolo de su autoridad a aquel que haya sido entrenado para recibirlo.
En el contexto del estudiante o del viajero, el signo del sendero podría considerarse como la «novedad» del alma en esta condición superior del ser. Una personalidad virgen y que todavía no ha sido puesta a prueba, pero que desea aceptar su destino y soportar lo que venga como consecuencia de esa decisión. En el aspecto cristiano, eso significa convertirse en un «niño pequeño», que es el símbolo de Tiphereth. En otras tradiciones puede significar la ofrenda de uno mismo a la gran madre, la virgen del principio del mundo.
El eremita está también en este sendero para iluminar la condición del alma y su intención, y cuando está dispuesta para iluminar el camino que tiene delante. Todas las esferas son Griales, y cada una de ellas es una versión más sutil e intangible que la anterior, aunque todas son y siguen siendo santos Griales. Kether es el último Grial, pues contiene a todos los demás, así como a aquellos que los buscan.
El templo está vacío y silencioso cuando se forma a nuestro alrededor y cuando cruzamos el suelo enlosetado, la puerta del templo se abre lentamente. Cruzamos los pilares y penetramos en el sendero neblinoso que conduce a Yesod. Seguimos caminando hasta que vemos delante el brillo de las puertas plateadas de la luna. Se abren y vemos a Gabriel esperándonos. Nos da la bienvenida y entramos en el templo. El arcángel nos parece un hombre joven con túnica griega, un amigo a quien conocemos y amamos. Sonríe y, habiendo abierto la puerta, nos da un suave empujón hacia el camino serpenteante del arco iris. El templo de Tiphereth nos llama y nos precipitamos hacia el gran arco de luz.
Unas figuras altas y sombrías, coronadas de luz, esperan nuestra llegada. No podemos verlas claramente, pero sabemos que son los Malachim. Un día las veremos tal como son. Nos uniremos a Rafael en el altar y con los reyes nos vestirá con las ropas que necesitemos para ese viaje. Para los hombres, una cota de cadenas ligeras como la pluma, con una sobrepelliz que lleve como blasón la letra yod. Las mujeres tendrán ropas de color azul oscuro ceñidas con piedras de ámbar y un velo blanco, así como un manto de oro con la yod bordada en el hombro. Somos conducidos a una de las puertas de la pared del sudeste y Rafael hace aparecer la carta del tarot.
El Eremita mira hacia un lado, sostiene la lámpara a gran altura ante él, entramos y el camino nos aguarda. Está cercana la puesta de sol y delante hay un castillo, cruzamos el puente levadizo y entramos en el patio, donde nos esperan muchas personas, y heraldos vestidos con tabardos de colores hacen sonar una fanfarria cuando entramos en la parte interior del castillo. Allí está la capilla y nos piden que entremos. Sobre la puerta está el signo de Virgo. Entramos en procesión y caminamos por la nave.
Es mucho más grande de lo que parece desde el exterior, y en la parte inferior, a cada lado, hay pequeños nichos tapados por una cortina. Pasaremos aquí nuestra vigilia desde la puesta de sol hasta el amanecer. Cada uno es conducido a su lugar y no podrá comer, beber ni dormir hasta que regresen los heraldos. Los nichos están preparados de acuerdo con la tradición que sigue cada uno, pues aquí todas las fes son una. Aquí está todo lo que podemos considerar sagrado.
Ocupamos nuestro puesto y a partir de ahora guardamos silencio. Durante este tiempo recordamos los senderos que hemos seguido y valoramos lo que hemos aprendido, y pasarán por nuestra memoria las experiencias que hayamos sufrido. Cierran las cortinas y quedamos a solas con nuestros pensamientos. Dejan de oírse los pasos de los heraldos y el silencio nos envuelve. Comienza la vigilia; al amanecer tendremos la oportunidad de realizar el juramento de servicio al rey. Haciéndolo así, nos ponemos al servicio de la humanidad.
Recordamos la cueva de Mecate, el Estigia y a Charon el barquero. Debemos retroceder y mantener nuestra promesa de ayudar a los fantasmas que quedaron allí sin poder pasar hasta la madre; seguiremos volviendo para que los que se hallan perdidos en la oscuridad en el momento de su muerte puedan recibir ayuda. Volveremos a ver la cara risueña de Perséfone y sentiremos el aliento cálido de la madre luna. Estamos al lado de los ancianos, y vemos a Hefasteo que golpea las cadenas de las piernas de Prometeo y le ayuda a levantarse; el águila se lanza por última vez y se posa en su brazo. El titán y el ave se miran uno a otro con amor, pues cada uno ha seguido sin vacilar su destino. Recordamos el jardín del Edén, la ciudad y la Biblioteca de Alejandría, y entendemos la realidad de su conocimiento, el cual se mantiene todavía en los niveles inferiores, y al que tendremos que acceder en cuanto podamos utilizar el conocimiento con seguridad.
Vemos una vez más el salto del nuevo pensamiento que ha preparado el camino al amor entre el hombre del Neandertal y su hijo, y vemos a los animales que esperan en el jardín de Afrodita el cumplimiento de su apaleamiento con Pan. Vemos el poder del amor en todos sus aspectos, y entendemos que el placer del amor no es pecado, sino un don inapreciable. El único pecado real es la envidia en todas sus formas. Estamos fuera de la capilla del Grial y vemos a los dioses y los Sidhe tomar parte en la misa que se celebra en el interior; vemos llorar a Lucifer y conocemos la enormidad de lo que ha perdido.
Recordamos la tarea sin terminar del sendero veintisiete y nos prometemos regresar lo antes posible. Se nos aparece la lección de ese sendero y nos maravillamos de haber mantenido el secreto. Rompemos de nuevo los espejos de la ilusión y vemos al diablo convertirse en el rey sol, y sabemos que la ilusión nunca volverá a sujetarnos. Un sordo dolor en el talón nos recuerda que el poder de la curación está en el interior, preparado para ser utilizado.
Regresamos un momento a la tranquilidad de la capilla escuchando el grito de un búho en la distancia y volvemos a sumergirnos en los recuerdos. Vuelve la sensación de frialdad que tuvimos al estar tumbados en la pirámide y regresamos a aquellos senderos. Nos damos cuenta de que constantemente tenemos que volver a valorar nuestro progreso, esforzándonos para entender mejor las antiguas experiencias, pues algunos caminos exigen volver a revivir los acontecimientos. Lo que parecía ser un sendero aburrido puede convertirse en uno de los más profundos.
Volvemos a ver el horno de Khumn y sentimos el signo con el que nos quemó y marcó por un segundo. Delante hay todavía mayores incendios. Pero estamos bien preparados y sabemos que cada vez disminuye el fuego que habremos de soportar hasta el final. En la oscuridad, toma forma el rostro de Maat y nos habla:
Este sendero es el de la entrega y la recepción del ser por aquellos que llamáis los maestros. Bajo su guía seréis llamados al servicio del hombre, con independencia de vuestra tradición, pues el único requerimiento es el amor. Podéis prestar o no el juramento, quizás no os sintáis dispuestos a dar demasiado, pero si lo hacéis seréis llamados para cumplirlo o responder por haber roto la promesa; pensarlo bien.
La visión se desvanece y el sonido de los heraldos que regresan nos despiertan plenamente. Corren las cortinas y el amanecer llena la capilla. Nos levantamos sintiendo los pies adormecidos y caminando torpemente salimos al patio. El lugar está lleno de gente entre la que reconocemos pronto a algunos conocidos de los senderos. Sobre un trono elevado se sienta el rey, que lleva el cetro y el orbe. De la capilla sale una procesión de caballeros y damas, y al final una figura de gran presencia que lleva una vestimenta azul y transporta el Grial del templo de Tiphereth. Cada uno es llamado por su nombre y se aproxima para prestar o no el juramento de servicio. Los que lo hacen tienen que colocar su mano sobre el Grial, y luego son considerados como caballeros y demás del Grial, investidos con su insignia. Después se pronuncia la bendición sobre todos los presentes.
A través de la puerta de la capilla vemos la cortina del tarot y el eremita se da la vuelta y nos pide que la crucemos. Llegamos al templo de Tiphereth y Rafael y los Malachim nos ayudan a quitarnos las ropas, nos dicen que quedarán allí para nosotros para cuando volvamos a necesitarlas. Este sendero debe ser plenamente asumido antes de que pasemos al siguiente, y Rafael nos dice que funcionará en un nivel muy sutil. Le damos las gracias y nos despedimos, pasando bajo el arco y cruzando el camino serpenteante del arco iris.
Gabriel nos da una cálida bienvenida, como siempre, y tras escuchar lo que ha sucedido nos acompaña hasta el camino que desciende hacia Malkuth despidiéndose de nosotros. Los Ashim aguardan en la puerta del templo de la tierra, como niños que esperaran a un amigo en la ventana. Nos quedamos un tiempo con ellos y les observamos danzar; después, el mundo físico nos envuelve.

El sendero diecinueve es el del fuego, conveniente para quemar la última escoria. A este respecto tiene mucha relación con los senderos veintitrés y veintidós, y también algunos restos del veintiséis, pues en este camino es en donde nos despojamos del último resto de ilusión. Es también casi una mascarada en la que los «rostros» exteriores que presentamos al mundo desaparecen lentamente, dejándonos con una sensación de gran vulnerabilidad. Al menos hasta que podamos entender que el ser nosotros mismos nos da una enorme fuerza. Ello explica la utilización de la carta del tarot de este nombre como paso al sendero diecinueve.
La letra hebrea teth, la serpiente, nos recuerda mucho a los ígneos Seraphim y a su papel de maestros, los Nagas de la leyenda india y el divino Pymander, maestro de Hermes Trimegistos. En este sendero el conocimiento de la serpiente es un conocimiento del ser, desde sus alturas a sus profundidades, por lo que tenemos que abrir bien los ojos a lo que somos y a quienes somos. Es una posibilidad de enfrentarnos a los gemelos oscuros que llevamos en el interior, y de vencerlos. De ahí que el ser superior sea representado en la carta del tarot como el control de lo inferior que retiene en sus mandíbulas. Sin sus poderosos dientes, el león está indefenso. Ella, tal como dice el título de la carta, es la «líder del león».
El signo zodiacal es Leo, lo cual significa que lo que más probabilidad tiene de hacernos fracasar en este viaje es nuestro propio orgullo. Si podemos controlarlo, brillará la dignidad natural y el liderazgo del símbolo del león. En este sendero se puede explotar el mito personal. Es también el segundo de los senderos laterales del árbol, y está en la línea del rayo, por lo que cabe esperar el mismo tipo de impacto.
No hay aquí, como en el último sendero, posibilidad de elección, vamos a la contra y tendremos que reunir todo el valor, visión, discriminación y voluntad que hayamos reunido en nuestros viajes por el árbol. Puede que sea suficiente, pero también puede que no sea así. En el último sendero aprendimos a aceptar el destino, pero una cosa es aprenderlo y otra ponerlo en práctica, y en el sendero diecinueve se nos dice, pero no se nos pide.
Un estudiante que recorra este sendero en un nivel superior al que damos aquí puede esperar una subida muy fuerte cuyos efectos pueden durar un tiempo considerable. En los niveles superiores, es el sendero del adepto exento, y probablemente significará el final de la necesidad de operar en un cuerpo físico. Es el sendero de Getsemaní, y de la copa de las penas que hay que beber. En un momento de mi vida me enfrenté a la situación de rechazar o aceptar la copa con su amargo contenido. La profundidad de la desesperanza que me entró es algo que espero no tener que pasar de nuevo; fue mi propio Getsemaní. Acudí al templo y supliqué literalmente de rodillas que sucediera algo que pudiera ayudarme. Me pareció hallarme completamente sola. En una profundidad que no creía poseer comprendí que lo que había que hacer y encontrar era peor que lo que ya había sucedido. Nunca había conocido tal miedo, pero también en esa profundidad tomé el cáliz del altar y ofrecí aceptar lo que viniera. En las horas siguientes me sobrevino una gradual aceptación, y al cabo de veinticuatro horas comenzaron a suceder cosas que me habían parecido imposibles el día anterior. Al cabo de un mes todo se había resuelto, y, aunque quedaba «la cicatriz mental», el episodio se convirtió poco a poco en la piedra base de la fuerza que he podido obtener desde entonces.
Con esto no quiero decir que todo el mundo vaya a ajustar su karma de un modo tan traumático, pero es indudable que le afectará. Los trabajos de sendero de este libro no han pretendido nunca ser bellas historias de hadas, sino pruebas de fuerza que permitan al estudiante serio atemperar la espada del espíritu. El árbol del conocimiento da muchos frutos diferentes, y tenemos que comer de todos ellos con el tiempo.
Cuando se forma el templo a nuestro alrededor, Sandalphon viene hacia nosotros con mantos de lana negra, cruza rápidamente la puerta y nos dice que nos precipitemos por el camino hacia Yesod. Sintiéndonos un poco alarmados, ascendemos en seguida hasta el templo de la luna y recibimos de Gabriel la misma petición de urgencia. Al pasar por el sendero del arco iris nos toca ligeramente, como dándonos a entender que corramos más. Vamos a toda prisa por el serpenteante camino de colores cambiantes hasta llegar al arco de Tiphereth, y allí el sombrío Malachim nos da la bienvenida al templo del sol. El Grial nos saluda con una profunda nota musical que vibra en el centro del corazón, llenándolo de amor.
Los Malachim abren la puerta que conduce a Geburah y entramos en un túnel de luz dorada que pone de relieve el sentimiento de amor que ya despertó en nosotros el Grial. Proseguimos nuestro camino y salimos al templo de Geburah, con sus enormes pilares. Khamael nos saluda con el rostro un poco severo; traza el sello y se forma en la puerta la carta del tarot de la Fuerza. Avanzamos y nos encontramos solos, pues cada uno debe enfrentarse por sí mismo a los gemelos oscuros.
Se encuentra ante su primera escuela, observando al niño que fue. Pasan por su memoria los primeros años y observa una vida que casi había olvidado. La crueldad y el daño deliberado hecho a otros, las oportunidades perdidas. Le vienen a la mente las causas y los efectos. Le ponen delante incidentes olvidados, y el papel que jugó en ellos le resulta cegadoramente claro.
Ahora se ve un poco mayor dentro del entorno familiar, y de nuevo aparecen las cosas olvidadas. Hirió y fue herido, amó y fue amado, atacó y recibió, pero desde este nuevo punto de vista puede ver la causa raíz y el resultado. Es capaz de ver, oír y entender las reacciones de los demás ante su comportamiento. Colocan delante lo bueno y lo malo.
Se ve a sí mismo como un hombre o una mujer joven, y soporta de nuevo la agonía del crecimiento, viendo cómo comete errores estúpidos y culpa a los demás, pero recuerda también las cosas por las que los otros le amaron a pesar de todo esto. Su vida se despliega, todo lo olvidado lo recuerda y revive. Comienza a ver el modelo de su vida tal como ha sido hasta ahora, como si fuera un tapiz, y a su lado el modelo de lo que debió ser. Lo compara.
El modelo crece y se convierte en un pasadizo por el que puede entrar en el paisaje de la carta del tarot. En el suelo, ante usted, hay una anciana agachada, y de pie sobre ella una figura con un manto negro; la mujer tiene muchos cortes y magulladuras. Mientras la ve cambia de forma y se convierte en Sandalphon que está allí tumbado, cuando la figura se vuelve hacia usted, sus gemelos oscuros imponen su voluntad en la tierra. La figura del arcángel se desvanece y aparece un niño que corre hacia su otro ser, sosteniendo un regalo alegremente envuelto. Lo toma y lo tira, y las piezas se rompen bajo unos pies descuidados; el niño se convierte en Gabriel el mensajero, cuyo regalo del conocimiento yace en el polvo.
Los gemelos oscuros giran, con una espada en la mano, el rostro es el suyo, pero con la marca de todos los actos y pensamientos negativos de su vida hasta el momento. Aparece un león en los árboles y le recuerda el león al que tuvo en el jardín del Edén en el sendero treinta; se acerca hasta usted amistosamente. La lanza se hunde en su piel, y el león se convierte en Miguel, con una herida profunda en el costado.
Es demasiado y se da la vuelta corriendo hasta los árboles, a cualquier lugar en el que pueda alejarse de la oscuridad de sí mismo. Esos seres brillantes que le han amado y guiado hasta ahora están siendo heridos por toda su negatividad en esta vida. Incluso cuando ya había comenzado a recorrer los senderos, les ha estado haciendo ese tipo de cosas, las cuales aparecen ahora delante de un modo simbólico. Una voz pronuncia su nombre, y al mirar hacia arriba ve ante usted a Uriel sosteniendo una espada. Se la da y después le conduce desde los árboles hasta un anfiteatro, y allí, en el centro, está su gemelo oscuro dispuesto a presentar batalla. Tienen que luchar contra su propio ser y ganar. Bajo el sol ardiente se enfrentan el uno al otro, en el escudo del gemelo está el signo de teth, en el suyo el signo de Leo. Avanzan uno sobre otro y esperan a la señal del comienzo. Mire bien a lo que tiene delante, siempre hay una causa por la que esas criaturas existen. Son parte suya en la misma medida que su mano, pie o corazón. Procure imaginar cómo llegó a ser así. ¿Cómo un animal se convirtió en vicioso? ¿Cómo un ser humano se hizo criminal? ¿Cómo puede destruir tal cosa; tiene que destruirla? ¿Será capaz de matar una parte de sí mismo? ¿Lo que ha aprendido hasta ahora le ayudará a solucionar esta pesadilla en la que se encuentra?
Sólo hay un camino: amarla lo suficiente para absorberla en sí mismo y transmutarla. ¿Puede perdonarse lo suficiente para conseguirlo? Debe intentarlo, pensar en el niño entendiendo mal las palabras y las acciones, asustado por ellas y recurriendo a herir antes de ser herido. Perdónelo y ámelo, ese niño forma parte de sí mismo. Piense en el adolescente confuso, incapaz de enfrentarse a lo que está sucediendo en el interior y el exterior. No hay excusa para lo que ha hecho, pero déjelo pasar y perdónelo; ámelo. Si no lo hace usted, ¿quién lo hará?
Mire alrededor, Sandalphon llega riendo como de costumbre, extendiendo sus brazos a ese ser poco atractivo que forma parte de sí mismo, Gabriel llega a ponerle una mano en el hombro y mira con ojos amorosos ese rostro lleno de odio y de miedo. Miguel, alto y dorado, se pone detrás, coloca una mano en las suyas y le quita la mano y el escudo, sonriendo y derramando sobre usted su gran fuerza.
La forma del gemelo cambia, convirtiéndose en la de un león. Camina hacia él y le coloca una mano en la cabeza; en un último arranque temperamental se vuelve, trata de morderle, pero le sujeta firmemente las mandíbulas con las manos y deja de luchar. La forma se disuelve convirtiéndose en una pequeña copa dorada llena de líquido. Gabriel lo coge y se lo entrega. La copa tiene la esencia de lo que acaba de superar con amor. Es una copa amarga, pero hay que beberla. El primer sorbo hace que le entren ganas de vomitar, pero el segundo es más dulce y el último tiene el sabor del vino con miel. Rafael y Khamael se aproximan, el primero para derramar sobre usted el poder curativo y el último para coronarle de laurel. Se dan la vuelta y señalan más allá del anfiteatro, y allí están las puertas cristalinas de Chesed reluciendo bajo la luz del sol, y la figura del rey de pie ante ella.
Vuelve a darse la vuelta y allí está la cortina sostenida entre Rafael y Khamael, pasa por ella hasta el templo de Geburah seguido por los arcángeles. Vuelve a unirse a los compañeros y juntos entran en el túnel de luz dorada que lleva de regreso a Tiphereth. Rafael cierra la puerta y nos envuelve en su áurea, completando la curación de nuestros espíritus sacudidos. Después, en silencio, cruzan el arco y caminan silenciosamente con Miguel, Gabriel y Sandalphon a lo largo del sendero del arco iris hasta el templo de la luna. Miguel y Gabriel nos despiden aquí, tratamos de decirles lo que hay en nuestro corazón, pero nos damos cuenta de que no es necesario, pues en lugar de palabras hay amor, y es bastante.
Con el arcángel de Malkuth descendemos por el camino de niebla hasta el templo de la tierra. Sólo queremos dormir y descansar, y dentro de la consoladora áurea de la presencia de Sandalphon cerramos los ojos y dormimos, despertando en nuestro nivel de existencia.

El sendero dieciocho es el que nos permite recuperar el equilibrio y una sensación de estabilidad tras las tormentas y luchas que hemos soportado hasta ahora en los senderos. El sendero que va de Geburah a Binah muestra muchos símbolos de formas y recintos, todos ellos destinados a dar al espíritu la sensación de protección y estabilidad. Era necesario tras haber recorrido el último sendero.
La letra hebrea es Cheth, la valla, símbolo claramente envolvente, de forma similar a heh, la ventana, y con algo de su significado, pues es posible mirar a través de una ventana y por encima de una valla. Ambos ofrecen una visión al tiempo que mantienen una ligera separación con lo que se está viendo. El signo de Cáncer, el cangrejo, nos da otra versión, con su caparazón externo duro como una buena defensa contra el ataque exterior, protegiendo así su ser interior blando.
Esta es una buena descripción del ser interior y superior que con la concha del mundo físico protege a los cuerpos más sutiles, como el astral y el etérico. Esta tendencia a mantener un rostro exterior duro, que defienda la vulnerabilidad interior, es típica del nativo de Cáncer. Su tenacidad es también un buen símbolo de este sendero, pues un espíritu tiende a colgarse de su vehículo mientras haya un trabajo que hacer. Esto lo vemos en algunas personas desesperadamente enfermas que se empeñan en vivir hasta haber realizado una determinada tarea. La voluntad de seguir forma una parte vital de la humanidad y no debe ser subestimada. En un nivel inferior está el poder de concentración, la capacidad de abordar una tarea y completarla, así sobrevenga el infierno o haya inundaciones; así es el nativo de Cáncer.
El sendero une la esfera de la forma a la esfera cuyo trabajo primordial es la destrucción de las formas gastadas, y hay muchas formas que existen y desaparecen en un tiempo muy breve, otras que pasan por la actividad organizativa de Chesed y que se mantienen por períodos más largos de tiempo. La carta del tarot es el Carro, llamada el «hijo de los poderes de las aguas», con referencia a Binah, que está por encima, y «señor del triunfo de la luz». La carta representa una casa semejante a una estructura sobre ruedas, arrastrada por esfinges o caballos. El carro no describe el vehículo real, sino que pone de relieve el sentimiento envolvente que induce este sendero. Hay una gran riqueza de simbolismo en el carro, así como en el joven rey que lo dirige, el señor del triunfo. El título es bueno para cualquiera que haya llegado hasta aquí, aun suponiendo que se haya utilizado el nivel más bajo de experiencia. El orden angélico de Binah recibe el nombre de los Aralim, que significa trono. Esto concuerda muy bien con el simbolismo de Isis en Binah, pues el tocado de la diosa es, en realidad, un trono, y en muchas tierras antiguas la realeza se sucedía por medio de la hija mayor del rey. Un hombre se convertía en rey sólo por su matrimonio con la hija de éste. Las estatuas que representan al rey como un niño sentado en las rodillas de Isis simbolizaban ese aspecto femenino de la herencia. De ahí el antiguo refrán que habla de estar «en la luna».
En esta carta el joven rey llega a reivindicar su reino ante la propia reina del cielo; él «ocupará» el trono. En este sentido, cualquiera que haya llegado a este sendero tras un serio entrenamiento, está llegando al reino interior que todos tenemos, pero que en su mayor parte es una tierra de desecho desconocida y no observada.
Geburah


El texto yetzirático dice que este sendero recibe el nombre «la casa de la influencia..., y de su centro surgen los arcanos y los sentidos ocultos...» Esto aclara que el sendero dieciocho sea el del conocimiento oculto que se abre, por así decirlo, a aquellos que pueden subirse por encima de la valla. Pero el texto no termina ahí; también dice que «por la grandeza de la cual la abundancia (la casa de la influencia) incrementa el influjo de todas las cosas buenas sobre los seres creados». Por tanto, es también un sendero en el que la disciplina, la determinación y el trabajo duro de un estudiante que llegue al sendero quedan recompensados. Eso no significa que uno pueda reducir el esfuerzo, o que el trabajo duro haya terminado; significa que a partir de ahora podrá utilizar su conocimiento y autodisciplina de una manera productiva.
Gobernar el reino interior del espíritu es el destino de los que recorren el sendero oculto. Esto es cierto para los místicos y para los magos, y para todas las combinaciones de ambos. Muchos gobernantes obtienen sus tierras por conquistas, y el último sendero fue una conquista del ser inferior, mientras que éste significa la reivindicación de lo que se ha conquistado.
Sandalphon está cantando cuando se forma el templo a nuestro alrededor; quedamos en trance por la voz y la melodía, los Ashim también escuchan y cambian de color en la cadencia de la canción. Cuando ha terminado, nos adelantamos para agradecerle la música, él se siente complacido de que nos haya gustado, y promete cantar de nuevo cuando todos los viajes hayan terminado y tengamos tiempo para quedarnos un rato más largo en cada esfera.
Nos dirigimos hacia la puerta de la izquierda y entramos en la esfera de cristal, que se eleva sin cesar hasta llegar a las puertas heladas de Hod. Allí está Miguel, que nos saluda con dos de los Beni Elohim, quienes nos recuerdan a algunos de los seres griegos, muchos de los cuales fueron realmente hijos de los dioses. Desde Hod somos transportados hacia la esfera superior de Geburah en los brazos de vientos cantores que nos depositan suavemente ante los pilares y la esfigie guardiana. Como de costumbre, Khamael utiliza la forma de un carretero joven y nos presentamos con él en la puerta que conduce a Binah. Traza el signo y empieza a formarse la carta del tarot.
La carta se estremece convirtiéndose en realidad, y la cruzamos para descubrir que nos hallamos realmente en el carro y que Khamael viene con nosotros, haciendo de conductor. Los caballos se lanzan hacia delante y comenzamos a recorrer el sendero dieciocho. Ante nosotros hay una vasta llanura, y de vez en cuando podemos ver ciudades amuralladas en las que, al acercarnos a la primera, vemos a muchas personas que ocupan las almenas y nos saludan. Khamael detiene el carro y dice a uno de los nuestros que baje y tome posesión de la ciudad. La gente sale a toda prisa por las puertas y con gran regocijo el nuevo gobernante llega para reivindicar la ciudad olvidada desde hacía tanto tiempo. Khamael se da la vuelta y sonríe, como si él supiera algo que nosotros todavía desconocemos.
En el interior la ciudad está llena de barrios bajos y edificaciones ruinosas, la gente no va bien vestida ni está bien alimentada, y el palacio real se halla en tan malas condiciones como el resto de la ciudad. El gobernante ha estado fuera demasiado tiempo y no ha dejado a nadie con los poderes suficientes para dirigir las cosas en su ausencia. El pueblo desea que los gobernantes que han retornado vengan a convertir sus ciudades en un lugar feliz y próspero. Para los que llegan al reino por primera vez es algo desagradable, porque significa más trabajo duro y enfrentarse de nuevo a peligros y obstáculos desconocidos. Tenemos que pensar otra vez en el sendero veintisiete (al que deberemos regresar pronto, pues es una situación similar). Necesitamos toda nuestra experiencia para reconstruir las ciudades. Antes que nada necesitamos ayuda y podemos llamar a los nómadas del desierto y a los caballeros rojos del sendero veintisiete. Pedimos a los bibliotecarios de Alejandría que nos envíen planos, arquitectos y constructores. Las casas son derribadas y reconstruidas, trazamos los parques y los plantamos con la ayuda del pueblo de las hadas de Tir Nan Og, que tiene un gran poder sobre las cosas que crecen. El gran Pan viene con su flauta, y al tocar hace que todo crezca más rápido. Observamos que lentamente las ciudades adoptan su forma real. Los muros están reconstruidos y circundan la ciudad fortaleciéndola. Viene Afrodita y puebla parques y bosques con criaturas silvestres que nunca han tenido miedo del hombre. Pero ahora tenemos más trabajo, tiene que haber escuelas y tribunales de justicia, hay que entrenar un ejército y poner en marcha sistemas de gobierno. ¿Creía que un reino se gobierna por sí solo?
En el centro de la ciudad está el lugar de veneración, de acuerdo con sus propias necesidades. Sobre la puerta está tallada la letra hebrea cheth y debajo el símbolo de una valla circular. Lo más importante ahora es dejar alguna autoridad para cuando no pueda estar aquí, y la mejor persona para gobernar en su ausencia es Binah, la madre. Desde aquí, en el lugar de veneración, ella gobernará en su nombre, lo mismo que nosotros lo hacemos en el de ella. Dentro está frío y oscuro, y delante, entre los pilares de ébano, se sienta una hermosa mujer cubierta por un velo. La reina ha ocupado ya su sitio. En cada uno de los pilares está grabado el signo de Cáncer, el cangrejo, y el sello de la luna. Puede estar contento, la ciudad se hallará en buenas manos cuando esté fuera.
El carro ha regresado y lo espera, Khamael y los otros sonríen cuando se sube al carro y entonces nos lanzamos todos hacia la distancia, en donde dos grandes pilares sobresalen contra el cielo. Al llegar allí los colores giran por un momento, y después nos hallamos de pie en el salón de Geburah con Khamael, y es que esperan que nos encontremos seguros en las manos de los vientos de Geburah.
Estos nos llevan hasta el templo de Hod, y tras un breve descanso regresamos a Malkuth. Cuando la esfera de cristal se posa suavemente fuera de la puerta del templo, nos llega la voz de Sandalphon y sabemos que ya casi estamos en casa, pero por un momento nos quedamos allí y escuchamos la canción.

Nos da la impresión de que combinar la carta de los Amantes con la letra hebrea zain, que significa espada, parece contraproducente. Pero éste es, probablemente, uno de los senderos más difíciles de entender. Es necesario señalar la estrecha conexión de algunos de los símbolos, pues tienden a confundirse en la mente. Binah, Yesod y Malkuth tienen mucho en común, con Netzach suspendido por detrás, por lo que su simbolismo y correspondencia inevitablemente se entremezclan.
En este sendero, Binah, como la gran madre, se vincula con el hijo de Tiphereth. Si profundizamos en la línea, llegamos a la anciana relacionada con el hombre fuerte desnudo de Yesod, y, por tanto, descendemos hasta el aspecto de novia de Malkuth. Esto basta por sí mismo para un año entero de meditación. Hay muchas interpretaciones de los senderos y sus símbolos, y al final sólo quedan opiniones personales.
Podemos entender aquí a los Amantes como la realidad que se encuentra en todos nosotros, el aspecto ánima/ánimus producido por el símbolo divisor de zain, la espada. En este sentido, somos todos Géminis, gemelos que tratan de encontrarse y absorberse el uno al otro para convertirse en una totalidad. Hay otras interpretaciones, pero aquí no tenemos espacio suficiente para analizarlas, por lo que basta con decir que pensando un poco en el tema lograremos encontrar la mayoría de ellas. La espada ha sido siempre un símbolo mágico y místico. Separa, mata y hiere; pero también defiende. Puede ser al mismo tiempo el medio de mantener a raya el mal y el arma utilizada por el propio mal, pues la realidad refleja muy bien el signo de Géminis. Una espada se hace con materia tomada de la tierra y purificada (fundida) mediante un gran fuego, después es formada y templada mediante golpes repetidos y recalentamientos en el fuego, alternados con enfriamientos en el agua. Es una descripción bastante precisa de un alma humana sometida al refinamiento necesario para la divinidad que llegará a ser en última instancia. La espada de Arturo, Excalibur, o más bien Exicaliburn, es el misterio extraído de la tierra y utilizado en defensa del débil. Pero si conoce el culto artúrico sabrá también que Arturo perdió la vaina de Ex-Caliburn, y por tanto, separó el símbolo masculino de la espada del símbolo femenino de la vaina. Dice la tradición que de no haber perdido la vaina nunca habría sido herido, es decir, no habría derramado sangre. Sólo este episodio contiene suficiente simbolismo para mantener feliz durante meses a cualquier investigador.
La sexualidad del sendero diecisiete es muy evidente, y en cierto modo es paralela a la del veintinueve; sin embargo, obtendrá más si sigue el sendero desde Malkuth hacia Yesod, gira a la derecha y sigue ascendiendo hasta Netzach, luego va a la izquierda y después a la derecha a través de la esfera de Venus y por el sendero de la muerte, para llegar a Binan. Pero con esto no estoy pidiéndole que practique un largo trabajo de sendero, sino simplemente que haga un ejercicio intelectual de alineamiento de correspondencias. Cualquiera que se atreva a realizar todos estos viajes en uno solo comprenderá pronto su error.
Una vez superada la separación de este sendero, las recompensas son grandes y los amantes son recibidos por la gran madre en sí misma; en cierto modo, es un regreso al paraíso. El texto le da el nombre de «la fundación de la excelencia»; recuerde que «la fundación» es también uno de los títulos de Yesod. Esta unión de los amantes con su regreso al paraíso es la «fundación» de todas las historias de amor que se han escrito. Como puede ver, no hay nada nuevo bajo el sol. El amor, en todos sus múltiples aspectos, ha mantenido el mundo en funcionamiento durante milenios, y ojalá pueda seguir haciéndolo. Pero el sendero del auténtico amor raras veces es fácil (y si lo fuera, alguna que otra editorial se arruinaría). Pero es un hecho que las grandes historias de amor del mundo emulan la carta de los Amantes y la historia de la separación del ánima/ánimus, mostrando que este símbolo es en sí mismo un arquetipo importante. Ha llegado el momento de que unamos los aspectos gemelos que hay en nosotros mismos; y esto es más fácil decirlo que hacerlo. La batalla de los sexos continuará en nuestro interior lo mismo que en el mundo cotidiano.
Entramos al templo y encontramos a Sandalphon y los Ashim alrededor de la ventana del muro septentrional; parecen estar en comunicación con la criatura sagrada allí representada. Cuando llegamos se dan la vuelta para darnos la bienvenida, como hacen siempre. Sandalphon nos promete una sorpresa cuando regresemos. Al abrir la puerta la traspasamos y ascendemos por el sendero neblinoso de color violeta. Nos acordamos de que la primera vez nos pareció muy largo y ahora, en cambio, alcanzamos la puerta de Yesod en pocos minutos. Al abrirse éstas y entrar, el Cherubim que guarda el templo viene hacia nosotros. La sensación de fuerza inmensa que surge de este ser es enorme, y las alas plegadas sobre el cuerpo desnudo mejoran la belleza de su forma. Tiene esa forma en nuestro beneficio, pues no podríamos imaginar o comprender su forma auténtica. El Cherubim abre la puerta que conduce a Tiphereth y partimos por el sendero del arco iris hasta el arco brillante. Esta vez quien nos saluda es Malachim.
Rafael sale de las sombras y nos da algunos consejos para este sendero. Nos dice que puede resultarnos difícil experimentar plenamente lo que suceda, pero que no tenemos de qué preocuparnos, pues será entendido y asimilado por el ser superior y por el subconsciente. Luego traza el sello y la cortina de los Amantes se convierte en realidad, podemos sentir el amor que sienten el uno por el otro como un grito de triunfo. Pasamos por ella y llegamos a una costa marina refrescada por la brisa veraniega, llena de vida por el canto de los pájaros y del aroma de las flores de los árboles y matorrales que tenemos detrás. Unos delfines juegan en el mar y las olas danzan y brillan atractivamente. Paseamos por la costa y vamos hacia el bosque que hay detrás. Parece otra parte del jardín del Edén del sendero treinta; da una gran sensación de paz. Uno de nuestro grupo pasea por el borde del agua. Hay una cierta niebla que parece inusual, y al observar más de cerca vemos emerger otra forma de la primavera. Es del sexo opuesto, es el ánimus de la joven que andaba por el agua. Sentimos una extraña sensación de atracción en la región del plexo solar y de pronto nos sucede lo mismo a todos nosotros. La forma nueva es siempre del sexo opuesto al nuestro.
Frente a esa figura del otro sexo, hay algo para lo que no estamos preparados, y retrocedemos tratando de apartarnos del otro ser, pero estamos unidos a él por un fino hilo de oro. Luego, a través de los árboles, viene Rafael y nos pide que nos reunamos a su alrededor en la arena. Nos sentamos en círculo alrededor de él cada uno con nuestro compañero. La sensación de extrañeza empieza a desaparecer y sentimos curiosidad por ese ser oculto, Rafael nos habla:
Dentro de cada hombre hay una mujer, y dentro de cada mujer un hombre, eres completo en tu interior. La leyenda de Narciso ha sufrido muchos malos entendidos. Si no puedes amarte a ti mismo no podrás amar a nadie más. Esta es la primera lección. Un niño se ama a sí mismo hasta que le enseñan que esa es una conducta antisocial. Supone que debe amar a los demás y no a sí mismo. Todo hombre o mujer busca su imagen interior en una forma externa. Cuando encuentra lo que más se aproxima a ella, se enamora. A veces, por el poder de la ilusión que ya conocéis del sendero veintiséis, hace una elección equivocada. La causa de esto es que tiene una imagen errónea de sí mismo. Cuando ocurre tal cosa no es equivocado buscar el remedio a la infelicidad, a menos que haciéndolo se provoque más infelicidad especialmente a otros. A veces se tiene ante esa persona una deuda que sólo puede pagarse abandonando al compañero ideal. Al aprender a amar vuestro ser interior tenéis muchas cosas adecuadas en la vida exterior, afectando incluso a algunas enfermedades que tienen una causa interna. Habéis aprendido mucho en estos senderos, habéis aprendido que vuestro destino es servir, y que no podréis hacer eso a menos que seáis una totalidad, del interior al exterior. Conocéis lo que es la ilusión y que el amor no es pecado, ni el físico ni el que no lo es. La capacidad de amar como ama la humanidad, con plena comprensión de su poder y su gloria, es un don que se ha hecho que parezca poco limpio y degradante. Sin embargo, considerad las antiguas leyendas de los amores de los dioses y los hombres y encontraréis muchos conocimientos ocultos. Uno que caminó con vosotros en la tierra dijo: «Amaos los unos a los otros.» Esto lo debéis aplicar primero a vosotros mismos. El sendero que tenéis que recorrer es demasiado estrecho para estropearlo con un amor egoísta, y por eso sólo a los que han recorrido los senderos hasta ahora se les puede hablar de la importancia de esta ley, pues es una ley. Basaos en todo lo que habéis aprendido hasta ahora para entender el significado más profundo de esto. Pero aprended también a tener fe, virtud que se encuentra en Binah, de donde ha surgido vuestra propia forma, y sabed que la costilla y la espada de la separación son una.
El gran ser se levanta y traza en la arena el símbolo de Géminis, las dos líneas rectas unidas por líneas de fuerza en la parte superior e inferior. Después pone a su lado la letra zain. Entonces se va, desapareciendo entre los árboles.
Miramos a nuestro ser interior y sabemos que tiene razón, que hemos desestimado esa parte de nosotros. Es como ser joven y estar enamorado por primera vez, pero, sin embargo, sabemos también que al sentir esto no les quitamos nada a los que amamos en los niveles exteriores, pues les elegimos porque nos recordaron el «nosotros» interior. Paseamos y hablamos con nuestros amores recién encontrados, aprendiendo sobre ellos, lo que les gusta y lo que no, lo que desearían que no hiciéramos porque les hace daño. Tratamos de captar todos los rasgos para no olvidarlos, pero se nos dice que no es necesario, pues nunca podremos separarnos. Los abrazamos y sentimos que se funden con nosotros, pero ahora somos conscientes de ello y sabemos que siempre será así. No hay soledad, sólo una nueva capacidad de conocernos.
Miramos hacia el mar y allí, elevándose de las profundidades, hay una enorme ballena en cuyo lomo descansa un pequeño templo, muy antiguo y primitivo; de pie ante él hay una mujer de aspecto maduro con un rostro en el que se combinan la fuerza y la belleza. Está coronada de estrellas y sus ropajes fluyen hacia abajo introduciéndose en el agua, y haciéndose uno con ella.
Nos habla por encima de las olas:
Yo soy la que era, es y será, soy vuestra fe, vuestra agua fresca en el desierto, soy vuestro principio y vuestro final, soy la espada que os separa y el cinto que os une. Soy Binah.
La ballena se sumerge, llevándoselo todo con ella, y al volvernos encontramos la cortina entre dos árboles, y pasamos a través de ella llegando a Tiphereth. El templo está vacío, por lo que lo cruzamos y tomamos el sendero del arco iris para regresar a Yesod. Todo el tiempo estamos pensando en el misterio del que se nos ha hecho formar parte. El Cherubim espera para sellar la puerta a nuestras espaldas, y después, mirándonos con profunda comprensión, levanta sus grandes alas y las cierra sobre nosotros. Ya en otra ocasión fuimos llevados hasta Malkuth de este modo, y es agradable descansar un rato en esa fuerza y suavidad de las plumas. Nos deja con delicadeza en Malkuth y desaparece, pero pedimos en silencio una bendición para ese hermoso ser, conscientes de que es el mayor regalo que podemos ofrecerle.
Sandalphon viene hacia nosotros llevando en sus brazos un regalo, ropajes de suave seda blanca para cada uno. De ahora en adelante deberemos llevarlo. Está bordado con racimos de pequeñas uvas y hojas de parra por el dobladillo, todo perfilado en hilo de plata, por el cuello hay un borde de flores, y una atadura de cordón de plata. Completa la vestimenta un ceñidor de seda cosido también en ese material. Le damos las gracias a Sandalphon y tratamos de decirle cómo nos sentimos, pero nos encontramos cogidos en su aura y nos estrecha del mismo modo que hicimos nosotros con nuestro ser interior. Se nos ocurre que en algún sentido todas las cosas y seres que hay en este universo forman parte unos de otros, que nadie está solo. Formamos parte en la misma medida del mundo angélico que de la tierra. En el aura de los arcángeles, y con el ser interior, somos los Amantes delante del ángel del amor. El templo se desvanece, pero seguimos comprendiendo cosas.

Todo el viaje ascendente por el árbol de la vida es de autodescubrimiento. En el último sendero descubrimos al hombre y la mujer interiores, a esa parte de nosotros mismos, dándonos cuenta de que en realidad somos el andrógino terreno, destinado a convertirse en el andrógino celestial. El sendero diecisiete nos muestra la fuente o útero de donde salimos, Binah. Ahora viajamos por el dieciséis y empezamos a resolver el misterio de cómo empezó nuestra existencia en el útero cósmico. En este sendero que va de Geburah a Binah la letra es cheth, la valla, algo que actúa como barrera o envoltura. En las imágenes medievales se ve a menudo rodeando a un unicornio, el cual es un símbolo de la virginidad en el proceso de la pérdida. En ese sentido, cheth es el himen espiritual, el cual protege la psique que acaba de despertar. En el sendero diecisiete, zain, la espada, separa lo virginal de lo que es plenamente consciente. Ahora, en el dieciséis, vau, el clavo, nos trae la lección de que lo que debe estar por delante de todo es la voluntad divina. Esa voluntad está implantada dentro de la valla, como la semilla dentro del útero. Observe este nuevo cruce de los simbolismos. El sendero dieciocho es un símbolo femenino envolvente, y el diecisiete un símbolo masculino penetrante. En este lado del árbol tenemos en el sendero dieciséis un símbolo masculino, y en el quince tenemos heh, la ventana, una envoltura de la luz. Es otra parte del entrelazamiento de las serpientes en el caduceo, y debería meditar sobre ello.
El signo astrológico de Tauro, el toro, va muy bien con todo esto, pero sin más explicaciones, baste con decir que en astrología el planeta dominante de Tauro es Venus, con todo lo que ese nombre invoca.
La carta del tarot del Hierofante representa el sacerdote que oficia en la boda de las dos mitades del ser, o el ser superior y el inferior, la personalidad y la individualidad, o como prefiera pensar en ello. En este sentido, es el emisario de la fuente primordial, y la raíz de la palabra emisario proporciona otra vinculación. El texto llama a este sendero «la inteligencia triunfal..., es el placer de la gloria..., el paraíso preparado para los fieles». Si vuelve a leer desde el sendero diecisiete hasta éste, captará algunas indicaciones. Y en cuanto a la palabra fiel, no interprete «de mentalidad estrecha».
Este sendero y el quince terminan en Chocmah, el padre de todo, poniendo así de relieve la naturaleza sexual de estos senderos finales. No hay que evitar este tipo de imágenes cuando trabajamos con el árbol de la vida, el cual es en sí mismo un eufemismo y un símbolo del falo masculino. Para quien esto resulte perturbador o repugnante, no le es conveniente el estudio de la cábala, pues el árbol es un himno a la creación en toda su belleza y en todas sus formas.
La paloma, símbolo de Venus y de la paloma que está debajo de Chesed, está relacionada también con este sendero (ver Practical Guide to Qabalistic Symbolism, volumen 2, página 181, parágrafo 8). Esta ave representa también al Espíritu Santo, por el que la Virgen María quedó embarazada del Niño Jesús. Todo esto nos abre las puertas a una gran cantidad de conocimiento esotérico que estamos dispuestos a buscar entre las abundantes pistas falsas.
Quizás sea útil pensar el hecho de que Tauro rige sobre la garganta y, por tanto, sobre la laringe. Esta forma parte del aparato lingüístico humano en el nivel físico, y parte de la secuencia de la palabra creativa en los niveles superiores.
La carta del tarot representa a un sumo sacerdote sentado entre dos pilares, y con dos figuras arrodilladas delante de él. En algunas barajas resulta discutible si son dos hombres o un hombre y una mujer. El Hierofante les está transmitiendo enseñanzas de modo muy semejante a como un sacerdote en una boda lleva al novio y la novia al altar para hablarles en privado acerca de algún punto de la ceremonia. También es el conocimiento transmitido secretamente desde un nivel superior al inferior, y como tal hace falta pensar y meditar mucho sobre ello.
Hay poca luz y el templo vacío está lleno de sombras. Se abre despacio la puerta que conduce a Netzach y se ve débilmente la luz verde desde el altar en que nos hallamos. Cruzamos los pilares, llegamos al haz esmeralda y ascendemos por él suavemente hasta las esferas de Venus. Allí, junto a las puertas de cobre, nos espera Haniel. Como siempre, su belleza nos encanta y nos quedamos en su presencia como los silenciosos leopardos que caminan siempre a su lado. Nos lleva a la puerta y la abre, revelando la escalera espiral que conduce a Chesed, y para nuestro placer ella viene también con nosotros. Subimos hasta que aparecen las puertas de cristal azul de Chesed. Haniel se adelanta y al tocar las puertas éstas suenan como una campana de cristal, se abren y nos conducen al templo de Chesed.
Es un lugar de luz, teñido de color morado y azul oscuro, con ventanas de formas geométricas, con tonos de azul y amarillo. El suelo es azul oscuro y en él hay algunos dibujos de estrellas hechos con cristales; reconocemos a la Osa Mayor y a la constelación de Tauro que incluye las Pléyades y otras. El altar es un cubo de amatista pura en el que hay un cuenco que contiene la luz. Tras el altar hay dos pilares, uno de cristal blanco y el otro de zafiro. Quedamos sobrecogidos por esa belleza hasta que el sonido de una voz nos hace girar. Allí está Tzadkiel con dos de los Chasmalim a su lado. Sus ropajes de color púrpura y azul claro arremolinados a su alrededor, el rostro sereno y coronado de estrellas. Los Chasmalim parecen como tubos luz, demasiado brillantes para poder mirarlos.
Tzadkiel nos lleva hasta la puerta que hay delante y hace el signo de apertura, la carta del tarot se estremece volviéndose realidad, pero con una ligera diferencia. Gana perspectiva y observamos un gran templo. Ante nosotros hay una multitud vestida con prendas de ricos colores. De pie en la puerta, para conducirnos, hay dos figuras: un sacerdote que lleva una vela de oro, y una sacerdotisa que lleva un cáliz lleno de vino. Hasta ese momento no nos habíamos dado cuenta de que llevábamos las ropas blancas que nos dio Sandalphon, de que las llevaremos a partir de ahora. Haniel viene hacia nosotros y coloca en nuestros hombros capas de seda de color azul oscuro.
A una palabra de Tzadkiel, avanzamos hacia el templo, contemplando en la distancia la figura del sumo sacerdote con sus ropas moradas y doradas, y tras él, como si lo viéramos a través de un delgado velo, una mesa redonda en la que se sientan muchas figuras coronadas. Seguimos a los heraldos sacerdotales y vemos delante del sumo sacerdote a un hombre y una mujer coronados y vestidos de morado. Estamos aquí como huéspedes y presenciamos el heiros gamos, la boda del rey y la reina.
Haniel, que estaba detrás de nosotros, nos adelanta, pues ella bendecirá el matrimonio en cuanto que es presencia de la esfera de Venus. Comienza la boda y el sumo sacerdote nos pide que juremos que hemos visto todo lo que sucede. Haniel avanza, toma las manos del novio y la novia y las une, sopla sobre ellas y las ata con sus propios cabellos. Entonces, el rey coge la vela y la reina el cáliz, la vela se invierte y se introduce en la copa, y el vino así quemado es bebido entre los dos. Un grito de alegría surge de la congregación, y el sumo sacerdote se da la vuelta y los conduce hasta el altar, en el que está representado un toro alado y en la parte posterior de su manto ceremonial está bordada la letra vau. Lleva a un lado a la pareja real y les habla en voz baja unos momentos. Después vuelve con ellos para presentarlos ante la multitud que espera. Son saludados y después se vuelven el uno hacia el otro y se abrazan. La multitud guarda silencio como si estuviera esperando que sucediera algo. Las dos formas avanzan la una hacia la otra, mezclándose entre sí y convirtiéndose en una sola figura que contiene la esencia de ambas. Nos arrodillamos con todos los que están en el templo, dándonos apenas cuenta del misterio en el que hemos participado. En algún lugar de nuestra mente sabemos que es otra parte del sendero diecisiete, que así sucederá con nosotros y nuestra ánima/ánimus al final. También nosotros nos hallamos aquí, coronados y vestidos con la púrpura real. Esta es la parte de los misterios superiores que todavía tenemos que mirar a través de un velo. Experimentamos los senderos del nivel inferior, pero hasta hoy sólo se nos ha permitido vislumbrar un poco los niveles superiores. Más allá está la tabla redonda en la que nos sentaremos algún día si recorremos los senderos del modo correcto.
Tzadkiel nos toca en el hombro y le seguimos de regreso hasta el templo de Chesed, Haniel viene con nosotros y sella la puerta a nuestras espaldas. El arcángel nos dice que todavía no tenemos que tratar de entenderlo todo, pero que debemos dejar que se filtre en nuestra mente física cuando sea el momento adecuado. Descendemos por la escalera de caracol hasta Netzach, donde nos despedimos de Haniel. Nos da a cada uno un beso en la frente cuando entramos en la luz que nos llevará hasta Malkuth.
Al penetrar en el tranquilo templo, sentimos una gran paz, pues por mucho que ascendamos por el árbol y por muy hermosos que sean los templos de las esferas superiores, llegar a Malkuth es como regresar a casa. Sentimos el contacto de la mente de Sandalphon, como una llama de amor ardiente, y es su sentimiento de alegría el que hace que nos sintamos de ese modo en su templo. Con precaución, probando las facultades que acabamos de descubrir, nos levantamos con nuestras mentes y nos atrevemos a tocar la suya; durante un momento se produce un placentero dolor demasiado difícil de soportar, pero después él reduce la intensidad de sus poderes y descubrimos por unos breves segundos que somos uno con Sandalphon. Después, el templo se desvanece.

La letra del sendero quince es he o heh. Es una letra importante del alfabeto hebreo, como atestigua el que sea incluida dos veces en el nombre sagrado de Dios, el Tetragrammaton, yod he vau he. Es un símbolo de la vida que entra, y en algunas enseñanzas las cuatro letras que forman el nombre se consideran alternativamente femeninas y masculinas. Su significado es «ventana», pero cuando estuve en Israel una autoridad me dijo que eso no era estrictamente cierto, que el significado real estaría mejor traducido como «luz entrante» o «iluminación». Quizás parezca que se trata de lo mismo, pero no es así. Tendríamos que pensar aquí en el hecho de que cuando fue con su familia desde Ur de Caldea, el antepasado de los judíos se llamaba Abram, y su esposa Sarai, y no tuvieron hijos hasta que el he creativo se añadió a sus nombres respectivos (Génesis 17, versículo 15).
En este sendero vamos desde el sol hasta el Zodiaco, desde la esfera de la comprensión mental del Creador hasta la visión de Dios cara a cara. En este caso tenemos que examinar con gran cuidado las palabras, pues tener una visión de algo no es siempre lo mismo que verlo por primera vez, y no sabemos si significa que el hombre se enfrenta a Dios o si Dios se enfrenta a Dios mientras el hombre mira. Podemos suponer que este tipo de experiencia se volverá más intensa conforme el nivel en el que trabajemos sea superior. Esta es una de las razones de trabajar en los cuatro mundos del árbol, pues nos permite habituarnos a los efectos que nos produce de nivel en nivel. Los que tengan un conocimiento de la Cábala y del modo en que funciona podrán recorrer los senderos en su propio nivel.
El signo astrológico es el de Aries, el ambicioso del Zodiaco, cuyos nativos están siempre dispuestos a algo nuevo, desde el sexo hasta un desafío en los negocios. Son los exploradores, los que se muestran en el camino llenos de energía y confianza. Cuando hacen una expedición siempre olvidan meter en la maleta cosas como las cerillas y el cepillo de dientes, pero consiguen llegar. Un modo de describir al nativo de Aries es decir que está lleno de vida. No carece de significado que los senderos dieciséis y quince tengan como símbolos astrológicos animales conocidos por su capacidad sexual, pues ambos senderos terminan en Chocmah, el que da la vida, «aquel al que la madre llamó su deseo», tal como curiosamente la describe una fuente.
La carta del tarot es la Estrella, otra de las asignaciones controvertidas, pues otros prefieren la del Emperador, y si ésa es la que prefiere puede elegirla, ya que hay buenas razones para que cada una de ambas cartas sea la escogida. La Estrella es Sirio/Sothis, uno de los símbolos de Isis y fuente del conocimiento del nivel interior para la humanidad; en la mayoría de las cartas se representa también a otras estrellas. Ha sido tradicional desde hace miles de años la idea de que las constelaciones son la fuente del conocimiento transmitido a la humanidad. El alineamiento de esta carta con el sendero que va desde la esfera del sol a la del Zodiaco vincula nuestro sistema solar con los exteriores a él, dando a entender que somos los receptores de su mayor conocimiento.
El texto nos dice que este sendero se llama «la inteligencia constituyente, así denominada porque constituye la sustancia de la creación en la oscuridad pura...» Esto nos lleva inmediatamente a las imágenes sexuales que son tan importantes para este sendero y para el anterior.
El Zodiaco es el símbolo de la esfera de Chocmac, el objetivo del sendero quince. Aquí todo nuestro universo inmediato se une en un símbolo glorioso que vuelve a salir a la superficie una y otra vez en nuestras religiones, literatura y arte. Para los occidentales representa una piedra angular de nuestra mente grupal racial, la Mesa Redonda. Pensar que merecemos sentarnos en ella por haber recorrido una vez el árbol sería una tontería, pero si se recorren estos senderos repetidamente, con atención a los detalles y con la intención de progresar, un día el sendero impondrá su voluntad sobre la nuestra y descubriremos que en él hay un asiento que nos está esperando.
Los Ashim nos saludan con mucha alegría cuando se forma el templo a nuestro alrededor, liberan su energía y nos llenan con el sentimiento chispeante de la vida, como si tuviéramos burbujas de champán en la sangre. Sandalphon se siente divertido por nuestra reacción, y nos dice que podemos pedir a las almas del fuego este tipo de energía para utilizarla en nuestro mundo, pues ellas sólo están esperando que lo hagamos. No se nos había ocurrido antes, y es una revelación que utilizaremos sin duda en el futuro.
Cruzamos la puerta abierta, volviéndonos para despedir a los Ashim que se amontonan en ella. Este viaje por los niveles interiores se nos está volviendo algo tan natural como coger un autobús en nuestro propio mundo. Y así debería ser, pues es tan natural como nuestro mundo. ¡Todos los mundos nos pertenecen!
Encontramos el templo de Yesod repleto de hermosos Cherubim, los cuales se hallan de pie a intervalos alrededor del templo, con Gabriel en el altar, pues en el momento en que entramos estaban celebrando un ritual. Esperamos tranquilamente en la puerta conteniendo la respiración ante el sentimiento presente en el lugar. Gabriel eleva el gran cuenco plateado y los Cherubim lo siguen con ojos, manos y voces, mientras cantan sus alabanzas a la luz. Lo baja y entonces Gabriel se vuelve para darnos la bienvenida. No hace ninguna mención, y nosotros no le preguntamos, pues sabemos que se nos ha permitido ver algo especial. Caminamos hacia la puerta central, hacia el sendero del arco iris, siguiendo su camino serpenteante hasta el arco brillante de Tiphereth.
Rafael no está allí, pero nos esperan los sombríos Malachim. Parecen un poco menos sombríos a nuestros ojos, quizás se acerque el día en que los veamos con claridad. Nos llevan hasta la puerta y uno de ellos traza el sello para que aparezca la carta. Se forma ésta gradualmente, volviéndose realidad para que podamos cruzarla. Nos hallamos en el camino que cruza los bosques iluminados por la luna, hay una sola estrella, a baja altura, en el horizonte, y parece lanzar su luz como si fuera un faro, dirigiéndonos hacia el gran castillo que domina el camino. Vamos hacia él.
Al poco tiempo estamos al alcance de su sombra y el centinela nos saluda desde las almenas. Respondemos que llegamos del lugar del sol y en seguida bajan el puente levadizo que cruzamos para llegar al patio. Un hombre vestido con tabardo de heraldo nos espera para llevarnos hasta el gran salón. Hay allí una mesa de gran tamaño y de forma absolutamente redonda. Alrededor se sientan hombres y mujeres de todas las edades, razas y épocas: es la Tabla Redonda. En el frente se sientan sólo doce figuras, vestidas con ropas grises con capucha. Son los Señores de la Tabla, los Mantenedores de la Sabiduría Estelar, cuyos nombres son los de las casas de Mazloth. Tras ellos se sienta el Pendragón de las Islas Benditas con sus caballeros y sus damas. Detrás se sientan muchos que como nosotros son peregrinos en el sendero del autoconocimiento. En la pared que había delante de nosotros al entrar hay una ventana abierta a los cielos. La luz de la estrella que hemos seguido brilla por ella y cae sobre el cáliz que hay en medio de la Tabla Redonda. Es el cáliz del templo de Tiphereth. La ventana va agrandándose hasta que ocupa todo un lado del salón. Por ella tenemos la visión de otra Tabla Redonda, pero mucho más grande, colocada en los cielos para guía de la humanidad.
Entre las dos el cáliz y la estrella actúan como eslabones, el cáliz envía un haz de luz a la Tabla Superior, luego pasa a la estrella y desde allí vuelve a bajar hasta el cáliz. Llena así con la luz, la gran copa va pasándose para que todos los presentes beban de ella. A nosotros no nos ha llegado el tiempo en que podamos sentarnos en la mesa y beber del cáliz, pero llegará. Basta con que estemos aquí y podamos vislumbrar lo que nos espera. La ventana recupera el tamaño normal, y al cerrarse vemos que está escrita con vidrios de colores la letra heh.
El heraldo viene para escoltarnos desde el castillo, lleva en el tabardo el símbolo de Aries, y en su bastón hay una cabeza de cordero. Nos vamos como vinimos, por el puente levadizo, y oímos que vuelve a levantarse cuando tomamos el camino de regreso a Tiphereth. La estrella brilla sobre nosotros todo el tiempo y podemos ver muy arriba una pequeña mancha que sabemos es la gran Tabla de Mazloth. La cortina está ante nosotros y nos detenemos para mirar a la hermosa mujer con sus dos vasijas, un esbelto pie en el agua, pasando el líquido de una a la otra. Como la luz del castillo de Camelot, que era derramada de una vasija en un nivel a la vasija del otro. Nos damos cuenta de que también nosotros somos vasijas y que el entrenamiento que estamos realizando es como si cayera en nosotros de un recipiente superior. Entramos en el templo. Está vacío, pero eso no nos importa; sabemos que los seres de esos niveles no pueden estar con nosotros todo el tiempo. Tomamos el sendero del arco iris y regresamos a Yesod.
Gabriel nos espera y nos pregunta sobre el viaje, escuchando atentamente lo que tenemos que decirle; luego nos explica que cuando comencemos a experimentar las esferas superiores visitaremos la Tabla Superior y veremos a sus guardianes, y quizás conozcamos por ellos nuestro lugar en el Zodiaco. Con esa excitante perspectiva en mente, nos despedimos y bajamos por el sendero que conduce a Malkuth. Los Ashim nos están esperando y los saludamos con afecto enviándoles nuestro amor en un nivel mental, para que ellos lo entiendan. Destellan con placer en todo el espectro y reímos por la alegría que nos produce nuestra proximidad con ellos. Uno de los dones que hemos recibido en los senderos es el conocimiento de que nosotros y los seres del árbol podemos compartir esas cosas. Desaparece el templo, pero nos quedan la risa y la alegría.

Es el último sendero lateral del árbol, el que relaciona la esfera de la gran madre con la del padre de todo. Sólo por este hecho es de gran poder, así como difícil de interpretar. Estamos trabajando aquí en el nivel de los sobrenaturales, los padres arquetípicos de la humanidad. La puerta misma por la que aparecieron los hombres en el principio como células primitivas de vida, y a través de la cual aspiramos a caminar como los hijos e hijas divinos del Creador al final del largo viaje hasta la divinidad.
Partiremos de Binah, la esfera de la pena y el silencio, y para llegar a ese nivel tenemos que entender el principio de esas terribles emociones en la medida en que seamos capaces de ello. Conocerlas en su plenitud es algo que nosotros, seres humanos, no podemos soportar, por lo que debe reducirse la intensidad de toda secuencia, lo que es una descripción apropiada de Binah.
El simbolismo inherente a este sendero es tan amplio que, aunque sólo intentáramos dar una parte de él, confundiríamos a los recién llegados al árbol, pero los que tengan algún conocimiento de él conocerán ya casi todo y podrán buscar el resto. La letra hebrea es daleth, la puerta, un símbolo complementario del de el sendero quince, y del doce que nos espera. Una puerta es algo por lo que uno entra o se va de una casa, que es la letra del doce. Como ambas partes comienzan en Binah, la gran madre, aquí hablamos de ella como la que da la vida, y podíamos decir con el autor del Rubaiyat: «Pero eternamente saldré por la misma puerta por la que entré»
El otro símbolo del sendero es el de Venus, que nos vincula con Binah y Netzach y con todas las diosas de todos los panteones. Uno de los refranes ocultos más cierto de todos es: «Todos los dioses son un dios y todas las diosas una diosa.» Venus nos hace pensar también en el hecho de que el amor en todas sus formas es lo más importante del universo. El símbolo de la diosa del amor es el de la luna llena sobre la cruz de brazos iguales; si es usted varón, puede decir que es el sol sobre la cruz de brazos iguales. Ambas descripciones son tema para largas meditaciones, y tendrá que habituarse a la idea, si no lo ha hecho ya, de que tendrá que pensar muchas cosas antes y después de recorrer estos senderos. Si está habituado ya a la meditación, hágalo, pero si no es así siéntese con tranquilidad y piense en ello. No obstante, recuerde que debe anotar lo que haya descubierto.
La carta del tarot es la Emperatriz, la reina de la vida embarazada, que es también la virgen eterna. Otra paradoja, pero sólo mediante las paradojas se entenderá el árbol. Estimule su capacidad de creer en lo imposible y descubrirá que esto le abre «puertas», puertas que ni siquiera había visto antes. Con esta carta como entrada, abrirá unos ojos nuevos sobre el mundo, tanto los de un niño recién nacido como los del niño que la Emperatriz lleva en su interior.
El texto dice de este sendero que es la «inteligencia iluminadora…, el Chasmal (es decir el brillante)..., el fundador de lo oculto..., las ideas de la santidad y de sus fases de preparación...» Todos nuestros talentos al principio están ocultos, y el recorrer estos senderos es el medio de prepararse para que se revelen en el nivel físico.
El templo se forma con sosiego y claridad, y Sandalphon viene hacia nosotros en seguida, pidiéndonos que guardemos silencio; está inusualmente sombrío. Esperamos ante el altar y la sensación de que algo se aproxima nos sobrecoge. La puerta central comienza a brillar, se abre y por ella sale Tzaphkiel, el arcángel de Binah. Es muy alto y de color oscuro, lleva un vestido de color carmesí y un sobrepelliz negro con una capa negra por encima. Lleva el cabello oscuro atado con un hilo de plata. En su pecho está grabado el blasón de un cáliz plateado. Nos mira. Su presencia llena el templo, y a diferencia de Sandalphon y de Gabriel no hace ningún intento por reducir el efecto que nos produce. Se vuelve hacia sus iguales, dice algo que no oímos, y el arcángel de Malkuth inclina la cabeza.
Sandalphon viene a explicarnos que no podemos ir al templo de Binah por el camino habitual, pero que iremos con Tzaphkiel lo mismo que otras veces lo hemos hecho con Gabriel. Algo intimidados por este ser tan severo, nos reunimos junto a él, y él extiende el manto sobre nosotros, apartándonos totalmente de cualquier luz. Esperamos algún movimiento, pero no lo hay; algún sonido, pero tampoco lo hay. Con algo de impaciencia tratamos de movernos y nos damos cuenta de que el manto no nos sujeta, de que él y Tzaphkiel parecen haber desaparecido. Estamos en la oscuridad, pero poco a poco se filtra algo de luz como si en algún lugar el sol se estuviera levantando.
Lentamente, aumenta la luz y empezamos a ver a nuestro alrededor. El templo de Binah es viejo, más viejo que el hombre, más viejo que la misma tierra. Fue construido cuando apareció por primera vez la luz. Incluso entonces, el pensamiento del que procedía era anterior a la luz, eones de tiempo anterior. El polvo de épocas anteriores a las épocas se asienta a nuestro alrededor en el silencio profundo, no hay ningún sonido, pues el sonido aún no ha sido creado. Hay muros de piedra, toscamente cortada, y un suelo de tierra apisonada; una piedra con la parte superior desigual es el altar, y a cada lado dos dedos más altos de roca. Encima del tosco altar hay una pequeña lámpara de arcilla cocida llena de aceite, y un trozo pequeño de fibra retorcida sirve de mecha. Tras el altar y entre los pilares hay una estatua de basalto negro. Es una representación primitiva de una mujer embarazada. No es hermosa y nos recuerda las figuras de Venus de la Edad de Piedra excavadas por los arqueólogos.
Tzaphkiel viene por detrás y con un dedo nos indica la puerta que se está abriendo hacia el sendero catorce. El sello hace aparecer la carta, la emperatriz vuelve la cabeza y nos sonríe, entramos hacia la oscuridad, y sentimos la necesidad de esforzarnos y luchar por llegar a un lugar en donde el instinto nos dice que habrá luz. Tenemos la impresión de estar luchando mucho tiempo hasta que de pronto vemos la luz de nuevo. Extendemos una mano para salvarnos y cogemos un puñado de hierba. Nos sentamos y nos damos cuenta de que estamos en un prado. Es muy semejante a la primera escena que vimos en los niveles interiores. Estamos desnudos y tenemos la sensación de ser como niños, queremos correr y saltar, rodar por la suave hierba de dulce aroma. Viene hacia nosotros por el campo florido una mujer de gran belleza. No tiene edad, y para nosotros es la madre, con todo lo que eso implica.
Nos pide que nos sentemos ante ella y empieza a contarnos una historia, la más hermosa de todas, la de la creación. Nos habla de la necesidad del padre/madre (de la que ella es una extensión formada de un modo que podemos aceptar) para traspasar su conocimiento y poder a la vida hecha a su propia imagen. Nos habla de seres que están más lejos aún que ellos, que no podemos comprender y de cómo él/ella apareció del mismo modo. Gran parte de lo que nos dice la madre no podemos entenderlo completamente, pero se filtrará en nuestras mentes y subirá a la superficie más tarde. Ahora nos basta con estar aquí con ella, que es nuestra madre y emperatriz.
A cada uno de nosotros, la madre le dice unas palabras en privado, nos abraza y nos da un beso de despedida. Por un momento somos uno con ella y conocemos el peso de la pena que soporta cuando nosotros vamos en contra de nuestro destino, cuando sabiéndolo nos herimos a nosotros mismos, o a otros, a las formas más jóvenes de la vida, y a lo que es su contrapartida, la propia tierra. Tocamos el misterio del silencio y la pena, y después estamos solos entre las flores. Como niños perdidos, rehacemos nuestros pasos y vamos hasta el templo de Binah. Nos encontramos llorando ante el altar de la madre, es sólo una pequeña parte de su pena, pero viene de ella. Tzaphkiel sale de las sombras, el rostro suave y amoroso, y nos reúne bajo su manto; allí, en la oscuridad, lloramos en los brazos de un arcángel y somos conducidos de regreso a Malkuth. La oscuridad desaparece y estamos ante Sandalphon y los Ashim, quienes alivian con su amor nuestra sensación de pérdida. Gradualmente el templo desaparece.

Por primera vez llegamos a Kether, y en este sendero cruzamos sobre la misteriosa esfera de Daath y pasamos sobre el abismo. Pero esto lo haremos en el nivel más inferior posible, con el fin de mitigar los efectos de tal viaje. En un sendero semejante, que nos lleva sobre este terreno, es apropiado que la letra hebrea sea gimel, el camello, el llamado «barco del desierto». Este símil es muy apropiado, pues el otro símbolo es el de la luna, quien gobierna las mareas de las que dependen todos los barcos. En muchos aspectos, el sendero trece nos recuerda el que comienza en Malkuth y recorre el sendero de la luna y Saturno por encima del arco iris hasta llegar a la esfera del sol. Desde allí prosigue sobre la esfera de Sirio/Sothis hasta el de la corona del árbol. Tierra, luna, sol, estrella y finalmente la gloria primordial.
En los niveles inferiores está el sendero de los pies, un símbolo muy esotérico, a lo largo del sendero de la columna, incluyendo todos los chakras del pilar central, hasta el símbolo del loto de mil pétalos que hay encima de la cabeza. Es comprensible, por tanto, que el sendero sea muy abstracto y resulte difícil de absorber en el primer intento. Puede suceder que hasta su menor efecto se deje sentir durante meses, y podemos necesitar ese tiempo para que se eleve desde las profundidades de la mente. Pero llegará antes o después. Nadie puede recorrer este sendero y permanecer inalterable. Recomiendo que se tome algún tiempo para leer el sendero varias veces, y quizás para contemplar sus símbolos, antes de recorrerlo realmente.
La carta del tarot es la de la Suma Sacerdotisa, llamada a veces la Sacerdotisa de la Estrella de Plata. Es una referencia a la estrella Sirio, igual como un símbolo de Isis que como la luna. Un símbolo que no suele darse, pero que merece la pena pensar en él, es el de Anubis, el de cabeza de chacal. La leyenda de su nacimiento y su relación con la gran diosa puede clarificar muchas cosas. En este sendero su lugar está en el desierto sobre el que camina el camello. Se dice que el chacal es el animal con mejor sentido del olfato, el cual puede encontrar su camino en un desierto sin senderos hasta llegar al agua. Este es el simbolismo que puede encontrarse en ese sendero trece.
La atribución del desierto convierte a este sendero en el último de la noche oscura, y todo lo que se ha dicho de los senderos anteriores de esta naturaleza se aplica aquí, pero con mayor énfasis. El texto dice de este sendero que es «la inteligencia unificadora..., pues es en si misma la esencia de la gloria..., la consumación de la verdad de las cosas espirituales individuales». Podríamos decir muchas más cosas, pero pocas de ellas tendrían una auténtica utilidad, lo que vuelve a ser una paradoja. Lo único que puede ayudarle es lo que ha aprendido en los senderos. Sin embargo, se verá privado de este conocimiento. Tendrá que basarse, por tanto, en el único recuerdo que le quedará: la necesidad de seguir adelante y experimentar a Kether.
Cuando se forma el templo, no sólo está vacío, sino que parece desprovisto de sensaciones agradables. La puerta está abierta y al cabo de un momento la cruzamos y subimos por el sendero que lleva hasta Yesod. También este templo está vacío, y con la misma sensación fría, la puerta está abierta, y preguntándonos lo que está sucediendo tomamos el camino del arco iris. Pero sus colores son apagados y el sendero parece dar más vueltas de las habituales. El arco de luz nos parece menos brillante que antes, pero cuando llegamos al templo vemos allí reunidos a nuestros amigos. Los arcángeles y órdenes angélicas que hemos aprendido a conocer y amar. Vamos hacia ellos.
Vuelven hacia nosotros unos rostros fríos, los Ashim se retiran al borde del templo, Sandalphon viene hacia nosotros y nos quita de los hombros las ropas blancas que con tanto amor nos había dado. Desnudos y sorprendidos, nos quedamos allí estremecidos. Haniel se aleja de nosotros llorando, negándonos la vista de su belleza, Rafael cubre el cáliz para que no lo veamos y dice que ya no merecemos mirarlo. Gabriel y Miguel vienen armados con espadas, y con las puntas de éstas nos llevan hacia la puerta en la que está la carta de la Sacerdotisa. Entramos dando tumbos sobre la fría arena del desierto, y encima, un débil rayo de luna y una estrella proporcionan la única luz.
Cuando cruzamos el desierto, vemos a cada lado de nosotros las cartas del tarot por las que hemos pasado hasta el momento. Nos detenemos junto a cada una de ellas y recordamos los senderos, y la alegría con que regresábamos cada vez junto a Sandalphon.
Delante de nosotros, vemos la forma de un camello que se mueve lentamente, en la vestimenta de su silla lleva la letra gimel. Es lo único que podemos ver, y nos dirigimos hacia él cruzando las dunas. De entre las sombras de una colina arenosa, viene hacia nosotros una figura, es Perséfone, pasa junto a nosotros sin hacer ninguna señal y hemos de retirar las manos que habíamos extendido hacia ella. Por el otro lado viene el anciano de los ancianos. Pensamos que él nos recordará, pero también pasa de largo. Aumenta la sensación de desolación y nos vamos acercando cada vez más unos a otros mientras caminamos. Merlín y Pan, sentados bajo una hermosa palmera, comparten una botella de vino, pero se apartan cuando les saludamos; ni siquiera dejan de hablar entre ellos cuando tratamos de que lo hagan con nosotros.
Empezamos a llorar, no entendemos lo que hemos hecho para que suceda tal cosa, pero no tenemos otro lugar adonde ir, sólo podemos seguir adelante. A través de la arena silenciosa viene la procesión de los Sidhe, tan hermosos como siempre, con Aengus Og a la cabeza. Cuando va a pasar nos apartamos de su camino, sin molestarnos siquiera en esperar que vaya a hablarnos. Nos mira con frialdad y sigue cabalgando. Viene hacia nosotros un grupo de gente, un joven caminante con un rey que lleva en su mano un fénix de oro, con ellos va un hombre alto y barbudo al que vimos por última vez en el sendero veintisiete. Se hacen a un lado cuando pasamos nosotros, y bajamos la cabeza incapaces de mirarles.
Todos van y vienen, Esculapio, Maat, el peregrino gris, Khamael y Tzadkiel, todos los que hemos conocido y amado se alejan de nosotros sin excepción.
No sabemos qué sentido tiene este viaje por el desierto, sin ningún sitio adonde ir o de donde regresar. Cruza el aire el aullido de un animal, y ante nosotros aparece un chacal negro, de cuyo cuello cuelga un amuleto de plata con la forma de la luna creciente.
Como el camello ha desaparecido, tenemos que seguir a este nuevo guía, si así puede llamársele. Congelados por el frío, con los pies doloridos por la arena, seguimos adelante dando tumbos. Pero ésta desaparece abruptamente y ante nosotros vemos un abismo de terribles proporciones. El chacal salta sobre él fácilmente y espera a que le sigamos. Miramos hacia ambos lados buscando un modo de cruzarlo. Cerca hay una delgada plancha de madera, apenas suficiente para soportar el peso de un hombre, pero es todo lo que tenemos. Puesta sobre el vacío, aún parece más débil. Cuando ponemos el pie en ella y se dobla, el abismo nos parece oscuro y profundo, pero no tenemos más remedio que cruzar. Uno a uno, y despacio, cruzamos. En cada momento estamos seguros de que va a romperse y de que uno de nosotros caerá a la oscuridad. Pero aguanta.
Cuando el último de nosotros llega al otro lado, cae al abismo y desaparece. Al volvernos, el chacal se ha convertido en una alta figura masculina con una máscara de chacal. Nos indica por signos que le sigamos de nuevo y obedecemos. En este lado del abismo ya no hay arena, sino camino pavimentado que nos lleva a la cima de una colina. A mitad del camino, el guía con cabeza de chacal cambia de forma y se convierte en un águila que se lanza hacia el cielo, para saludar a la luz que hay más allá de la colina.
Ascendemos agradecidos por la luz, y quizás por el calor que nos traiga, y caminamos a un lugar de luz superior a todo lo que habíamos visto. Es tan brillante que no podemos distinguir nada más allá del calor y de la sensación de amor que irradia. Envueltos en esa suavidad, descansamos y dejamos que nos broten las lágrimas. Recuperamos la memoria y entendemos que hemos estado caminando por el desierto de la desolación, y hemos cruzado el abismo de la separación de lo conocido y amado.
Aunque la luz nos impida ver, escuchamos la voz de la Emperatriz y madre, diciéndonos que todo ha terminado en ese sendero. Hemos ganado el derecho al camino a lo que es el padre y la madre de toda la vida, con independencia de la forma que adopte. Luego escuchamos otra voz, nunca la habíamos oído antes, y ahora no lo hacemos con los oídos físicos. Es una voz masculina fuerte y autoritaria, pero llena de amor:
Aquellos que siguen la estrella cuando no hay esperanza son los que pueden realizar el viaje hasta mí. Soy el que soy, hombre y mujer, madre y padre, hermana y hermano. Soy para vosotros lo que otros mucho más grandes son para mí. Como vosotros sois, yo fui. Como soy yo, seréis. Aquellos que cruzan el abismo pueden ponerse delante de mí y decir: «Yo soy.»
Estamos en un lugar de belleza sencilla, con paredes y suelos blancos y con el techo de azul oscuro. Hay dos pilares de luz que se alzan y cruzan el techo hasta llegar al vacío. Entre los pilares vienen aquellos que amamos. Todos los que se habían apartado de nosotros vienen ahora para abrazarnos y confirmarnos su amor. Sandalphon viene con nuestras ropas intactas, y nos las pone. Llega Haniel con su rostro dulce, Miguel y Gabriel, Rafael detrás de ellos, y todos nos rodean y animan. Los Ashim danzan de alegría y la figura tranquila de Anubis lo observa todo.
Se adelanta Gabriel, áuricas extendidas en toda su gloria sus alas, las cuales se curvan sobre nosotros para mantenernos seguros. Nunca podremos olvidar su olor y su tacto. Cuando nos las quita, estamos en el templo de Malkuth y solos. El templo se desvanece.

El penúltimo sendero del árbol conecta a la madre sobrenatural con la corona del árbol, es el sendero de la comprensión de la propia capacidad. Pero no olvide que no es una confirmación de que esas capacidades estén bien formadas, es sólo el conocimiento de que están allí y pueden perfeccionarse con disciplina y trabajo.
El texto dice que es «la inteligencia de la transparencia, pues es esa especie de magnificencia llamada Chazchazit, el lugar de la visión de los que son vistos en las apariciones». He incluido la cita completa porque estas palabras son importantes. Indican el don de la visión en su máximo grado. Ese don puede ser una espada de doble filo. Los recién llegados suelen pensar que el don de la clarividencia significa que uno puede ver, aparte de los fantasmas extraños, cosas hermosas, como hadas y ángeles, cuyas formas no se asemejan en nada a las dadas en estos senderos. No se dan cuenta de que en los niveles interiores se pueden ver otras cosas, las cuales no son tan bellas ni encantadoras. Lo que puede verse en el aura de una ciudad por la noche puede hacernos desear que se borre la clarividencia. Lo que puede ver cuando mira al espejo del templo y contempla su propia aura puede ser a veces sorprendente.
El tipo de entrenamiento necesario para que este don sea útil y lo más preciso posible, exige nada menos que la dedicación última, pues sin ella todo se reduce a una adivinación sencilla. La visión de la que hablamos aquí, en su máximo nivel, es la de San Juan, y en el nivel inferior es la de la sospecha intuitiva. Pero puede formar esa intuición para convertirla en algo muy real. En un sentido este libro implica un cierto tipo de visión, la capacidad de ver un mundo interior con suficiente formación para captar lo esencial y llevarlo al nivel consciente. Pero sería una tontería pensar que una lectura del libro o un viaje por los senderos le iban a convertir en un adivino o un ocultista. Nadie se convierte en un cirujano cerebral por haber leído el libro Doctor en casa. El tiempo y el esfuerzo, la única moneda que vale en los niveles interiores, son elementos necesarios para adquirir el derecho a invocar el sendero doce, y eso representa una tarea difícil de dominar.
La letra hebrea es beth, la casa, y hay una frase en la Biblia que dice «con la sabiduría se construye una casa, y con la prudencia se afianza» (Proverbio, capítulo 24, versículo 3). Si se toma el triángulo formado por este sendero, el once y el catorce, se ve el tejado inclinado de una casa que pende por encima del resto del árbol. En los tiempos antiguos, e incluso ahora en algunas zonas rurales, se realiza una curiosa ceremonia cuando se pone el tejado en una casa. El sendero doce es como poner un tejado sobre sus experiencias del árbol, colocando así una especie de sello sobre lo que ha trabajado hasta ahora, lo cual no significa que ahora tenga que hacer un esfuerzo menor.
El símbolo astrológico es el de Mercurio/Hermes, heraldo y mensajero de los dioses. Esta figura se hace equivaler a menudo con Gabriel, y ciertamente tienen mucho en común, pues ambos se ocupan de traer las ideas, pensamientos nuevos y conocimiento, y en el caso de Gabriel la noticia del inminente nacimiento de un salvador. Hablando en términos herméticos, es el símbolo del mago por excelencia.
La carta del tarot es también el Mago, y la «casa» de la letra beth se ve en el entramado de flores que se curva encima. Su dominio del plano físico lo demuestran los instrumentos mágicos extendidos sobre el altar. Pero él es bien consciente de que ese poder proviene de los niveles superiores, y señala hacia esa fuente, al tiempo que con la otra mano les ordena que se manifiesten en la tierra.

Binah

La idea de ser mago parece atractiva, pero en realidad es una disciplina dura, a veces descorazonadora, que se emprende para el resto de la vida. Olvide los grados a los que se refieren las novelas ocultas, pues el único grado real es el de neófito. Cuando llega a la parte superior de un nivel, comienza a andar en la inferior del siguiente. Como el mago del sendero doce representa que ha trabajado el cuerpo y el espíritu hasta llegar a la médula de lo psíquico, este sendero le indica que eso no es posible, pero hay que pagar un precio. Lo más duro que tiene que aceptar un aspirante a mago es el hecho de que el sendero del fuego del hogar es tan importante como los estudios más atractivos. El aspecto terreno debe ser estable y estar bien realizado para poder iniciar el recorrido por otros senderos. Los mejores magos son los que den al fuego del hogar su justo valor.
Los Ashim danzan delante del altar en el templo de Malkuth, y Sandalphon se alegra por los regalos que le dimos, intentando reconocerlos mientras los sostiene en las manos. Cuando entramos, el arcángel y los Ashim vienen hacia nosotros y rivalizan felizmente entre ellos para darnos la bienvenida. Nos unimos a ellos en un momento en que comparten pensamientos y sentimientos, y luego vamos hacia la puerta y esperamos a que Sandalphon la abra. Pero él sonríe y hace un gesto negativo con la cabeza, pidiéndonos que la abramos nosotros mismos. Esta es la señal de la aceptación por el árbol de Assiah, el árbol de Malkuth. La próxima vez que tomemos los senderos como una totalidad los recorremos en Yetsirah. Nos dirigimos hacia la puerta y con algo de timidez trazamos el sello que hemos visto hacer a Sandalphon tantas veces. Se abre en silencio y nos sentimos ya tan a gusto en este plano que damos un grito de alegría. Nos despedimos del arcángel, que ríe complacidamente.
La esfera de cristal nos sube hasta Hod, entrando en el templo tras abrirlo. Miguel está sentando puliendo la espada y admirando la artesanía de Hefasteo. La deja a un lado y nos da la bienvenida, sacando un poco el vino de palma que probamos por última vez en el sendero treinta y uno; ahora nos parece que de eso hace ya mucho tiempo. Recordamos automáticamente la norma de la hospitalidad: que el compartir el alimento o el vino es una forma de comunión, por muy humilde que sea. Refrescados vamos hacia la puerta, pero nos volvemos para hacer en silencio una pregunta a Miguel. Este asiente, sonriendo, y la abrimos con el sello. Los vientos descienden cantando, para elevarnos hasta el salón columnado de Geburah, y tras él hasta Binan.
La puerta de Binah es una simple estructura de madera cubierta por una cortina de piel de buey. La apartamos y entramos en el pequeño templo. Tzaphkiel se adelanta, dándonos ahora una cálida bienvenida, y sobre el altar hay brillantes óvalos y triángulos de luz carmesí. Son los Aralim, la orden angélica de Binah. Hay otra puerta de madera en la esquina con la letra beth tallada en el dintel, y Tzaphkiel nos dice que invoquemos la carta y la atravesemos.
Se forma con claridad, allí está el Mago, alto y confiado en sus ropajes, y avanzamos. Tenemos la sensación de haber sido traspasados en mitad de la zancada, pero una parte de nosotros sigue avanzando. Nos damos la vuelta y comprobamos que la cortina sigue allí, y dentro de su marco los cuerpos astrales que habíamos estado utilizando, inmovilizados en el acto de traspasar la carta. Miramos hacia abajo y no hay nada, hemos descartado lo astral y sólo existimos en el estado mental. A nuestro alrededor vemos formas poderosas para las que no tenemos palabras, aunque sabemos que son los Aralim. Otras dos formas les acompañan, una mucho más poderosa que ellos, es Tzaphkiel en una forma mucho más próxima a la suya, aunque no es todavía la que en realidad tiene. La otra forma es el señor de Mercurio, símbolo de este sendero, y tiene el aspecto de una cinta de Moebius.
Nos damos cuenta ahora de todo lo que Sandalphon y sus hermanos han tenido que abandonar para hacer ante nosotros sin provocarnos una tensión mental. Descender a esas formas debe ser muy duro para ellos, y lo hacen por amor a aquellos de la humanidad que los buscan. Para ellos, tomar la forma humana es cambiar un palacio por una humilde casa de campo. Es como una joya enmarcada en polvo. El mismo simbolismo podría aplicarse al Niño Jesús en el establo. Avanzamos impulsados sólo por el pensamiento, y nuestro entorno, si es que podemos decirlo así, se compone de planos de luz cambiante que toman momentáneamente una forma y después se disuelven en algo más. La complicada forma geométrica que es Tzaphkiel nos dice:
Aquí es donde el pensamiento empieza a aceptar a la materia traída desde lo inmanifestado a través de la puerta de Kether. Este es el principio de la forma, aquí empiezan a encontrar su forma definitiva todas las cosas. Algunas vienen directamente de la fuente de Kether, otras vienen de Kether a través de Chocmah. Pero todas llegan aquí antes de alcanzar vuestro plano de existencia. Algunas no llegan nunca allí y regresan al estado inmanifestado. Tenéis que regresar ahora, no podéis quedaros aquí mucho tiempo, pues ello perturbaría vuestra mente.
Regresamos hacia la cortina y nos asentamos en las formas congeladas en la entrada. Hay un momento en que vemos colores y formas cambiantes, y nos encontramos a nosotros mismos saliéndonos de la imagen. Tzaphkiel sonríe ante nuestra desorientación. Luego nos lleva a través de la cortina de piel de buey y somos recogidos por los vientos cantores, y llevados en dirección descendente, desde Geburah hacia Hod y colocados con seguridad fuera de la puerta abierta. Al entrar, encontramos a Miguel esperándonos, y le contamos precipitadamente lo que hemos visto, pero nos corta abruptamente al señalarnos la puerta que tenemos detrás; nosotros la hemos abierto y nosotros tenemos que cerrarla. Corremos a obedecer. Con una sonrisa, Miguel se sienta para oír nuestra historia, después nos lleva a la esfera de cristal y nos despide cuando nos vamos a Malkuth.
El templo está vacío, y tendremos que contarle nuestra historia a Sandalphon la próxima vez. El templo se desvanece lentamente.

Hemos llegado al último de los senderos reales, aunque todavía haremos algunos viajes hacia la experiencia de las propias esferas. El sendero el Loco es de una absoluta simplicidad, y, por tanto, incomprensible para el hombre moderno. Aquí ha de convertirse en un niño pequeño antes de poder poner incluso un pie en el último sendero. En todos los tiempos los locos han sido honrados y reverenciados, suyo es el don de la risa, y la capacidad de reducir a los grandes hombres a su denominador común. El Loco es un gran nivelador, en la misma medida que lo es la figura de la muerte en el sendero veinticuatro, un sendero que va en la misma dirección que el once, aunque en un nivel inferior.
La letra hebrea del sendero es aleph, el buey, un animal lento, pero de gran fuerza y capacidad para reproducir a los de su especie. En algunos aspectos, ambos atributos pertenecen al Loco. La simplicidad puede ser una fuerza cuando todos los demás se esfuerzan para extraer un sentido complicado de un problema simple, y cuando el Loco se halla en compañía, poco después todos los demás ríen, y de ese modo se vuelven, aunque sea por un breve tiempo, como él.
Otro símbolo es el aire, y muy a menudo habremos oído que se describe a alguien considerado como un loco diciendo que tiene «la cabeza llena de aire». Pero el aire es también vida y memoria, la base del conocimiento, es una vaciedad que espera ser llenada. El loco es el otro lado del mago y viceversa. El mago está loco si piensa que sus logros se deben a su propio trabajo, y el loco es un mago que conjura la risa curativa en las mentes fatigadas.
Refiriéndose al sendero once, el texto dice que es «la inteligencia centelleante... una dignidad especial concedida a quien puede estar delante del rostro de la causa de las causas». Aquí Kether es considerado como la fuente de toda manifestación, la cual toma entonces gracias a Binah y a la energía de Chocmah. Este es el sendero que tomó Enoch, el profeta que caminó con Dios. Dice la tradición que el arcángel de Kether es ese mismo profeta, llamado ahora Metatron, el ángel de la tolerancia.
Como la simplicidad es la nota clave de este sendero, es mejor dejar que los que lo recorran encuentren el simbolismo que les hable en el lenguaje apropiado. En este nivel del árbol uno mismo ha de buscar por sí sólo los significados, pues cuando no es así no tiene ningún sentido para él. Considerado en un sentido, este sendero le conduce al borde del risco, en donde caerá desde el sendero once al doce, y así podrá tomar los senderos del árbol hacia abajo, obteniendo una manifestación más profunda. Esto es algo que hay que hacer, pues se debe recorrer el árbol en ambas direcciones. Sólo entonces conocerá el pleno impacto de las lecciones que ofrece.
Entramos en el templo de Malkuth y encontramos allí a Sandalphon y Gabriel, quienes nos dan la bienvenida orgullosos de que hayamos llegado al último de los senderos. Nos acompañan cuando entramos en la luz esmeralda que nos lleva hasta el templo de Netzach. Se abren las puertas de cobre y Haniel y Miguel están allí, el último con su armadura de oro, y su manto de color naranja. Sin prisas cruzamos la puerta y comenzamos a escalar por las serpenteantes escaleras que llevan a Chesed.
Brillan delante las puertas de cristal del siguiente templo, y los cuatro arcángeles se adelantan para abrírnoslas y hacernos entrar en la luz azulada de Chesed. Tzaphkiel, Khamael y Rafael están dispuestos a ir con nosotros y sus hermanos a las esferas de Chocmah. Nos alegra que hayan decidido acompañarnos en este último sendero. Aunque sabemos que no será la última vez que caminemos con ellos. Regresamos a las escaleras y con siete compañeros subimos hasta el templo de Chocmah.
En la débil luz vemos delante de nosotros una gran puerta de piedra parecida a los arcos de Stonehenge. De pie en el centro está Ratziel, el arcángel del Chocmah. Es una figura fuerte y autoritaria, severa y respetable. A su alrededor giran iridiscentes discos de plata, los Auphanim de Chocmah. El nos conduce a través del suelo de granito pulido hasta los grandes pilares de piedra que hay a los lados del altar granítico. Encima de la piedra arde un simple fuego de leña, la llama del primer altar.
El espacio que hay entre los pilares comienza a brillar y se convierte en un pasadizo de luz pura. Sandalphon nos dice que nos desvistamos, y que una vez desnudos nos adelantemos, y de la luz viene el mismo ser que vimos cuando dimos la bendición a los Ashim. Es Metatron, que viene para llevarnos a la luz. Avanzamos, y una y otra vez se repite la misma acción, pero cada vez pasamos a otra dimensión. En cada uno cambia nuestra sustancia, refinándose cuanto más nos acercamos a la luz. Todo el tiempo somos conscientes de que Metatron va delante de nosotros y de que los compañeros arcangélicos van detrás, pues también nos han acompañado. Caminamos por las esferas de luz y nos quedamos suspendidos en el borde de la manifestación. Alrededor sentimos el contacto de mentes amorosas que se unen para evitar que los alrededores nos aniquilen. Empezamos a hacernos una ligera idea de lo estúpidos que fuimos al pensar que habíamos terminado nuestro trabajo. Sólo está empezando, y nosotros estamos empezando con él. Hay una ruptura en la luz y nos encaminamos a ella como hacia el borde de un risco. Nos detenemos y miramos hacia abajo, allí, la luz se convierte en añil y podemos ver extendido ante nosotros todo nuestro sistema solar. Nuestros amados compañeros se reúnen a nuestro alrededor, cada uno con un regalo, ropa, calzas de colores, una túnica y una camisa blancas, un cinturón, un sombrero con una pluma, una cadena con la letra aleth, zapatos, un bastón y una cartera de cuero para colgar, y finalmente, Haniel nos trae una rosa. Después retroceden.
Detrás de nosotros oímos el sonido de un perro que ladra, es negro y lleva un collar de piedras lunares. Corre hacia nosotros y nos agachamos para acariciarlo, pero salta, empujándonos sobre el borde y haciéndonos caer al vacío. Giramos lentamente a través del éter, y caemos muy abajo, en la manifestación a la que pertenecemos. Miramos hacia arriba y vemos por encima el brillo de la luz, sabiendo que llevamos con nosotros al mundo inferior una pequeña parte de ella. Sujetamos con fuerza la cartera de cuero, pues guardamos en ella el recuerdo de todo lo que hemos aprendido. No tenemos miedo, sólo una especie de anticipación y un deseo de ponernos a realizar el trabajo que se nos ha asignado. Cerramos los ojos y nos dejamos caer en nuestro propio mundo, con los recuerdos intactos.

Como las esferas o sephiroth del árbol se consideran emanaciones de la divinidad, es razonable suponer que los efectos del trabajo con ellas serán más fuertes que los de los caminos. Los estudiantes que trabajan con un maestro personal, o dentro del curriculum de una escuela, aprenden un método especial para utilizar las esferas ventajosamente y sin efectos adversos. Ese método recibe el nombre de los «cuatro mundos del árbol», y es un medio de contactar con las esferas en una escala de potencia ascendente. Con esta aproximación gradual puede reducirse el «shock» del contacto mental con centros de poder tan cargados, con lo que la capacidad de realizar contactos más poderosos puede construirse de modo gradual y seguro.
En un libro como éste, que puede ser leído y utilizado por los recién llegados a la formación oculta, el análisis de los cuatro mundos sería de poco valor en esta fase de su trabajo. Puesto que suponemos que la mayoría de los lectores realizarán este trabajo por primera vez, es mucho mejor ajustar el trabajo a la frecuencia inferior. Los que tengan un mayor conocimiento serán más que capaces de adaptar los caminos y las esferas a su capacidad individual.
Cuando se realiza un trabajo con caminos hay una gran abundancia de mitos y símbolos que pueden usarse para subrayar sus significados interiores; pero con las esferas hay que utilizar un enfoque diferente. Un camino es una conexión entre dos terminales, mientras que una esfera contiene en sí misma una emoción sutil experimentada en los niveles inferiores personales como el equivalente psíquico de los cinco sentidos. Por este efecto individualizado he dado el nombre de «experiencia» al trabajo con las esferas, pues serán viajes muy personales. En la mayoría de los casos he tratado de crear una esencia de cada esfera, en lugar de mantenerme en el campo de las ideas tradicionales o incluso de la visión o experiencia proporcionados por el texto y yetzirático. Están destinadas a abrir los niveles sutiles de la mente, alimentándolos con un conocimiento y unas imágenes emotivas que se filtren en fecha posterior en la conciencia plena.
El enfoque de cada trabajo se realiza del modo usual, partiendo del templo de Malkuth y ascendiendo por el árbol. Como los templos han sido descritos plenamente en la parte primera, en los siguientes textos incluiremos sólo breves recordatorios. A riesgo de repetirme, recomendaría al lector que no considere estos viajes de la mente como un juego ni como una excusa para dar rienda suelta a la fantasía. Esto es todavía más importante cuando el lector se enfrenta al campo de las esferas. Aparte de otras cualidades, estas partes del árbol actúan en todos los niveles como espejos del alma. La comprensión resultante de un trabajo puede iniciar en su interior una reacción en cadena, que el efecto espejo remitirá entonces al nivel de la personalidad. ¡Puede que no siempre le guste el reflejo o la experiencia! Sin embargo, puede estar absolutamente seguro de una cosa: aprenderá con ello, y al fin y al cabo esa es la razón por la que compró el libro. ¿No es cierto?

El sentimiento en el templo es diferente conforme se va formando a nuestro alrededor; es como si estuviéramos en la cima de una alta montaña, en donde el aire es raro. En lugar de Sandalphon, ante el altar hay una figura alta vestida de negro y amarillo. El rostro que vuelve hacia nosotros es grave, casi apenado, y sus ojos nos mantienen quietos, incapaces de movernos.
Es Uriel, el segundo de los arcángeles asignados a Malkuth. Se dice que Uriel es el más alto de los ángeles, y que sus ojos son tan penetrantes que puede ver a través de la eternidad. Está aquí para enseñarnos la experiencia de la tierra tal como ésta se contiene dentro de los cuatro elementos.
Esos ojos brillantes atraen nuestra conciencia y parecemos caer en el espacio durante mucho tiempo antes de detenernos repentinamente. Al abrir los ojos descubrimos que estamos en una alta meseta, y que los vientos son tan fuertes que amenazan con arrojarnos al valle inferior. Uriel está con nosotros, señala hacia la derecha y vemos por allí aproximarse hacia nosotros una nube de criaturas etéreas y esbeltas, y en medio de ellas, otra forma, más grande. Se amontonan a nuestro alrededor, revoloteando en torno a Uriel como si su presencia fuera una alegría para ellos. La figura más alta podría haber salido de un cuento de hadas, es esbelta, de orejas y rostro puntiagudos como los de los elfos, y ojos plateados e inclinados. Sus cabellos son largos y rubios, y va envuelto en un manto de color blanco plateado. Se inclina ante Uriel y habla, pero no podemos entenderle, porque sus palabras son como grandes vientos y como suaves brisas. Uriel toca nuestra frente con su dedo y descubrimos que podemos entender lo que Paralda, el rey del Aire elemental, nos está diciendo, y que también somos capaces de hablarle. Extiende su manto sobre nosotros, y seguido de los silfos abandona la meseta y se eleva en el aire. El repentino movimiento hacia el exterior es terrible, pero pasa pronto y nos damos cuenta por su risa de que Paralda se ha divertido bromeando con nosotros. Puede ser malévolo, como todas las criaturas elementales, pero como el rey de su elemento está dotado de un alma inmortal que le da la capacidad de amar y entender.
Somos transportados a las altas montañas y descendemos a los valles profundos, recorremos los bosques cuyas ramas se agitan como barcos en el mar. Más tranquilos ahora, vemos que nuestra forma humana ha cambiado y tenemos la de los silfos. Sabemos que esto nos libera de la necesidad del manto de Paralda, y seguimos a nuestros compañeros, lanzándonos y sumergiéndonos como ellos. Por un momento, Paralda nos permite esa libertad. Jugamos como si fuéramos niños, removiendo las ropas recién lavadas que cuelgan de los tendederos, haciendo sonar las campanas pequeñas de los campanarios de las iglesias. Deslizándonos por el suelo para elevar las hojas que han caído, y lanzando al aire las bufandas, los paraguas y los periódicos que llevan los hombres en sus manos. Paralda nos pide entonces que nos unamos a él y descansamos sobre una nube tormentosa que se dirige hacia el mar.
Paralda nos dice que su trabajo no consiste sólo en jugar, y que una parte de su dominio es el clima. La base del clima de la Tierra es el movimiento del aire, y los silfos trabajan estrechamente con el elemento de agua para mantenerlo todo en movimiento. Nos habla de los vientos que soplan de un modo preciso por alrededor de la Tierra, y el modo en que el agua llena las nubes que se mueven por la Tierra para llevar la lluvia. Aprendemos que está obligado, por el modo en que se inclina la Tierra, a llevar más lluvia a unas partes que a otras. Nos cuenta Peralda que algunas personas pueden influir en cierta medida en las pautas climáticas, retrasando la lluvia o la tormenta o precipitando su producción. Aunque a veces ello es inocuo, también puede causar estragos. El mismo puede estar influido por esas personas, puesto que está subordinado al poder del hombre. Puede entender que lo que se le pide está mal, pero no siempre puede desobedecer. Si la lluvia se aparta de donde tenía que caer, caerá en alguna parte, quizás en un campo de maíz que está madurando. El precio de un día soleado para su excursión puede significar la ruina de un campesino.
Le preguntamos por algunas cosas, como las tormentas y huracanes que pueden provocar daños y la muerte. Nos explica que se halla atado por la ley natural de la causa y el efecto, así como por los campos de fuerza que rodean la Tierra. Cuando se produce una combinación de acontecimientos, no puede evitar los resultados. Cuando la Tierra se inclina alejándose del Sol, su elemento debe cruzar áreas que vuelven frío el aire, y no puede deshacer el invierno. Una mezcla de calor y frío significa niebla, y eso es una ley natural. Aprendemos que los silfos existen dentro de nosotros, que colaboran con nosotros en la vida. Sin ellos no podríamos respirar, hablar o cantar. Y, sin embargo, apenas sí se lo agradecemos, y sólo cuando tomamos una inspiración profunda de aire fresco nos sentirnos contentos y ellos saben que somos conscientes de su elemento. La polución transforma a los silfos, y no felizmente. Por medio de ella se alteran y convierten en otras formas de la existencia, ni hermosas ni útiles, la cual va en contra de su modelo primordial, degradándoles e incapacitándoles. Paralda se eleva y vuelve a colocar su manto a nuestro alrededor, llevándonos de vuelta junto a Uriel para que estemos dispuestos para la siguiente parte de nuestro viaje.
Tras vernos seguros, Paralda se despide, se inclina ante Uriel y junto con sus seguidores vuelve a su trabajo.
Uriel nos pregunta si hemos aprendido algo de nuestra conversación con Paralda, y debemos responder lo que sintamos. Uriel nos lleva ahora desde la montaña hasta el océano, donde nos posamos sobre la superficie, produciéndonos una sensación bastante semejante a la de ir en una montaña rusa. El arcángel se inclina hacia abajo, toca el agua con su mano y de las profundidades vemos que suben a la superficie las ondinas, y que con ellas viene su rey, Nixsa. Su piel tiene un tono verdoso, el cabello y la barba son del color del Kelp y lleva un manto de color verde oscuro bordeado de espuma blanca.
Podemos entender su lenguaje del mismo modo que antes, y luego somos conducidos a las profundidades por las ondinas que, sin dejar de reír, están deseosas de mostrarnos su campo de juegos. Cabalgamos en los lomos de peces, deslizándonos dentro y fuera de sus agallas. Jugamos al escondite con un pulpo y encontramos en ese mundo criaturas deliciosas. Exploramos cuevas que nunca han conocido  la luz del día y otras que en otro tiempo formaron parte de la tierra y tienen en sus paredes escenas pintadas de hombres y animales. Encontramos ciudades enteras que alguna vez estuvieron por encima de las olas y que ahora sueñan en las profundidades.
Nixsa se hace cargo de nosotros y nos enseña el otro lado del elemento. Las latas metálicas de desperdicios que con el tiempo van liberando su veneno al océano. Nos lleva más cerca de la tierra, donde vemos y sentimos el influjo de la polución de las fábricas y alcantarillas. Vemos que las ondinas se transforman en objetos cenagosos y que se horrorizan cuando son tocadas por esa polución, que para ellas es incomprensible, porque sólo conocen su modo de vida. No pueden negarse a existir cerca de la costa, por lo que se hallan condenadas. Ascendemos por los grandes ríos y vemos los peces muertos que flotan, asesinados por los ácidos y los elementos químicos, sentimos su dolor cuando mueren, y la rabia y la desesperanza de su alma general por tal desperdicio de la fuerza vital. Hemos visto todo lo que hemos podido de una sola vez y pedimos a Nixsa que nos devuelva junto a Uriel.
Nos elevamos lentamente a la superficie y vemos que está esperándonos, comenzamos a entender por qué su rostro es tan grave y sus maneras tan sombrías. Antes de despedirse, Nixsa nos recuerda que el agua ocupa su lugar a nuestro cuerpo físico, que somos agua en nuestra mayor parte y que sin la ayuda de su elemento no podríamos existir. El agua, lo mismo que el aire, nos es esencial como forma de vida. Despidiéndose de Uriel, el rey del mar se sumerge en él de nuevo y regresa a su propio mundo.
Nos lleva entonces Uriel al borde de un volcán muy activo, y de todos los elementos éste es el que más miedo nos provoca. Uriel llama a Djinn, el rey elemental del fuego, para que salga de sus flamígeras profundidades. De la lava ardiente y blanca se eleva una figura que podría haber salido directamente de las páginas de Las Mil y una noches. Como un genio vestido de rojo y amarillo, y rodeado de pequeñas criaturas flamígeras que cambian constantemente de forma, se eleva por encima de nosotros. No parece sentir mucho amor por la humanidad, pero a petición de Uriel acepta compartir su reino con nosotros, siempre que tengamos el valor necesario, y esto último lo dice con cierta burla.
Como Paralda, pone su manto sobre nosotros, y antes de que nos demos cuenta nos hundimos hacia el centro del volcán. Necesitamos toda nuestra resolución para no acobardarnos al tocar la lava fundida. Pero la sensación es como la de sumergirnos en un mar cálido, y las salamandras se reúnen a nuestro alrededor tocándose, jugueteando y cambiando continuamente de forma. No podemos entender de qué forma vemos y oímos en este entorno, pero eso no tiene importancia.
Contemplamos la presión inmensa bajo la que las rocas de la tierra se funden y licúan. Seguimos con ellas por las pequeñas grietas de la montaña y sentimos cómo la dura piedra se agrieta bajo esa fuerza. Viene Djinn para hacernos bajar más todavía, hasta la raíz del volcán y hasta el núcleo fundido de la propia Tierra, el corazón del planeta. Es el Tiphereth de la Tierra, en donde brilla un pequeño trozo del padre Sol, calentándola desde el interior. Djinn nos dice que el hombre y la Tierra comparten la necesidad de un núcleo central de calor como medio de existir en el espacio. Nos pide que pensemos profundamente la frase de que hay un árbol en todas las esferas. Hallándonos allí en el centro solar de Malkuth, podemos ver la verdad.
Nos explica que nuestro centro solar es el corazón, y que éste podría ser también considerado como el núcleo de calor corporal que nos mantiene vivos. Ese es el trabajo de su elemento, y de la salamandra, para mantener ese aspecto de nuestro ser físico en buen orden de funcionamiento. Cuando se vuelve demasiado frío, el cuerpo muere. Nos dice también que contactando con las salamandras interiores podemos aumentar o disminuir el calor corporal, pero nos advierte que para hacerlo con seguridad necesitamos una formación mucho más avanzada. También hay un diminuto sol en el centro de cada charca, el cual puede utilizarse para aumentar su energía.
Le preguntamos si el hombre puede causar al elemento fuego el mismo daño que causa a los otros. El Djinn responde que sí, pero que de un modo distinto. La utilización de la energía atómica no les daña, pues forma parte de su existencia, pero el poder de matar y herir les convierte en cómplices. De esa manera, se corrompen inevitablemente, y forman parte de los intentos malignos del hombre. Es como obligar a un niño inocente a llevar una vida de prostitución.
Nos devuelve desde los polos interiores de la tierra a la parte superior del volcán. Allí nos está esperando Uriel. Djinn llama a sus salamandras y forman una gigantesca llama viva que se inclina como saludo al guardián de la Tierra. Luego se van y nos quedamos preguntándonos de qué modo podremos utilizar todo lo que hemos aprendido.
Uriel pregunta si estamos dispuesto, parece satisfecho con el modo en que estamos aprendiendo e incluso sonríe cuando nos coge de la mano preparándonos para el último encuentro. Es una vasta área de devastación, que recuerda la superficie de la luna, llena de cicatrices y agujeros. Se trata de una de las canteras más grandes del mundo, donde el hombre labra la propia tierra para sacar las riquezas que ésta esconde en su interior. Es la belleza destruida para ganar dinero.
De una caverna abierta por la dinamita sale Ghob, el rey elemental de la tierra. Casi tan alto como un hombre, tiene el aspecto tradicional de los gnomos del folklore, pero su rostro no es el rostro feliz de los cuentos de hadas, sino sufriente, el rostro de alguien llevado a la desesperación por acontecimientos que están fuera de su control. Uriel le pide que nos enseñe su esfera, y por primera vez nos encontramos con algo parecido al odio. Ghob quiere saber con qué derecho hemos llegado allí. ¿No hemos hecho ya suficiente? ¿Tenemos que ir allí a recrearnos con el dolor de la madre tierra?
Al principio se niega a mirarnos, pero después a la petición de Uriel comienza a parecerse a una orden, consiente en llevarnos, pero con desgana. Le seguimos a la cueva de la que salió y descubrimos que podemos traspasar con facilidad la roca sólida. Pasamos por grandes cavernas en las que cabrían las mayores catedrales, y vemos las venas brillantes que parecen de oro y plata. Durante todo el tiempo, Ghob murmura para sí mismo, con algún estallido ocasional cuando nos quedamos rezagados. Finalmente, tomamos un camino ascendente y aparecemos en un denso bosque de hermosos árboles. Parece hallarse a mil millas de cualquier parte. Pero de pronto oímos el sonido de una sierra y vemos los árboles cayendo al suelo uno tras otro. Ghob coloca su mano sobre nuestra frente y en seguida nos volvemos parte de las cosas crecientes que nos rodean. Sentimos el dolor y el terror de las pequeñas criaturas atrapadas y mutiladas, y oímos el sonido que producen los árboles al morir.
Nos hace una señal y volvemos a hundirnos en la tierra, viajando por ella como si fuéramos succionados por un tubo. Esta vez salimos en una llanura árida, con la tierra agotada por un laboreo equivocado y por un exceso de animales alimentándose de una pequeña cantidad de tierra. Desde allí vamos a muchas tierras y vemos el precio que paga ésta por la codicia del hombre. Islas apartadas de los minerales que tienen debajo, animales y plantas raros destruidos sin pensar en ellos, o por las trivialidades del capricho humano. La sabana incendiada para convertirla en campo que sólo dará uno o dos cultivos antes de convertirse en un desierto inútil. Carreteras abiertas en un campo que nunca se recuperará, dejando cicatrices como los latigazos en las espaldas de un esclavo. Aparece la imagen de un planeta vaciado desde el interior, desprovisto y robado por una forma de vida incapaz de controlar su deseo de aumentar su número, creando así la necesidad de destruir las otras formas de vida que le sirven de apoyo.
Conmovidos y angustiados por todo lo que hemos visto, guardamos silencio, y por primera vez Ghob nos mira como si fuera posible, con grandes esfuerzos, tolerarnos. Se sienta y toma un puñado de tierra, bajo su poder se divide en pequeñas filas de metales y sales minerales. Eso, nos dice, es la contribución de la tierra a todo cuerpo humano. Los cuatro elementos han trabajado con la humanidad como parte de su ser físico. Como formamos parte de una totalidad, sentimos estrés y tensión en nuestra vida como parte del conocimiento subconsciente de lo que le está sucediendo a la Tierra. En la humanidad repercute toda explosión, todo bosque que arde, todo árbol y animal que se pierde.
Ghob suspira y traza un sello en la tierra, lo que nos devuelve rápidamente al centro de Malkuth. Uriel y los cuatro reyes nos están esperando, con el deseo de que lo que hayamos visto y experimentado se transforme en una comprensión nueva de las fuerzas ocultas de la tierra.
Cada elemento viene ante nosotros para despedirse, es el momento de decir lo que hay en su corazón, si desea hablar. Hay veces que no existen palabras para expresar los sentimientos, pero el corazón tiene su propio lenguaje. Los reyes se van por la puerta del centro y nos quedamos frente a Uriel, quien toma del altar un «lamen» con la forma de una cruz de brazos iguales. En ellos están grabados los nombres de los cuatro reyes. Es su regalo, uno para cada uno de nosotros, una muestra de su deseo de trabajar con nosotros, en nosotros y por nosotros. A cambio, sólo quieren comprensión. Recordamos que se dice que Malkuth es la hija de Binah, la esfera del Entendimiento. Seguimos pensando eso cuando el templo desaparece de nuestra vista.

La transición al templo de Malkuth resulta sencilla ahora. Nuestros pasos sólo producen un murmullo cuando caminamos hacia el altar. Allí está Sandalphon, dándonos la espalda, mirando en la profundidad azul del cristal que contiene la luz. También nosotros nos quedamos de pie, contemplando un momento la llama, y luego el arcángel se da la vuelta sonriendo y dispuesto a enviarnos a otro viaje por el espacio interior del árbol.
Nos espera en la puerta del centro para que nos unamos a él, y traza entonces la llave del sello que la abre. Nos toca a cada uno de nosotros ligeramente cuando traspasamos la puerta y entramos en el camino violeta y neblinoso que conduce al templo de la Luna. Caminamos con confianza, pues ya hemos seguido muchas veces ese sendero, y vemos enseguida las conocidas puertas de plata. Estas se abren al acercarnos y se cierran en silencio a nuestras espaldas.
En el interior hay una sensación de espera, y de las sombras surge un ser de los niveles angélicos. Tiene la forma de un hombre joven, desnudo, con el cuerpo brillante, como si le hubieran afeitado ligeramente. Nos recuerda a los coros griegos, los jóvenes atletas de los Juegos Olímpicos. Es el cherubim, y de él emana una sensación de inmensa fuerza; cuando se mueve hacia la luz podemos ver las alas cerradas que, si las estirase, tocarían los dos lados del templo lunar.
De pie, junto a la laguna, vemos en su profundidad un brillo plateado, un destello de luz perlada, mientras que unas vagas formas se mueven bajo su superficie. El cherubim cruza el puente y se detiene a nuestro lado, rodeándonos con su gran fuerza, la cual nos resulta casi tangible. Con gran suavidad, el ser nos va elevando a cada uno de nosotros poniéndonos sobre la superficie de la laguna. Nos quedamos flotando un momento, mirando hacia las pequeñas estrellas de plata que están pintadas en la bóveda del templo, y después nuestros cuerpos se asientan en el agua y empezamos a hundirnos hacia las moradas profundidades. Antes de que el agua se cierre sobre nosotros, lo último que vemos son las estrellas de plata y los ojos brillantes del cherubim.
Nos hundimos durante un tiempo y luego nos paramos, dándonos la impresión de que nos transporta una corriente. Podemos respirar con facilidad y girar como deseemos, al igual que los buzos, porque el elemento se nos ha vuelto tan natural como el aire. Al movernos, comprobamos las capacidades que acabamos de descubrir, y de la oscuridad surgen formas y figuras extrañas. Al principio no las reconocemos, pero después vemos gradualmente que son personas a las que hemos conocido en el pasado, cuando éramos jóvenes. Pasan a nuestro lado sonriendo, a veces saludándonos, pero sin hacer ningún intento de detenerse o hablar. Aparecen más de épocas todavía anteriores, hasta que vemos a aquellos que conocimos de recién nacidos. Los juguetes y animales favoritos que significaron mucho para nosotros, todos ellos forman parte de los sueños que constituyen los materiales de construcción de la vida que llevamos ahora. Podemos ver a alguien que nos causará disgusto, o incluso odio, y ahora es el momento de descubrir la causa de esa emoción, y quizás de eliminarla.
El agua, las imágenes y nuestros cuerpos parecen haber formado parte de una gran totalidad, una sustancia fluida que invade nuestro pequeño universo. Los recuerdos se agitan en nuestra profundidad interior, todas las ideas perdidas y semi olvidadas, las esperanzas y los sueños, lo que nos hizo daño y las faltas o culpas incluso para nosotros mismos que presentan ante nosotros con formas reconocibles. Estudiemos esos símbolos y formas para ver si podemos aprender de ellos el conocimiento que aquí estamos buscando.
Ahora, todo se vuelve más oscuro y quedamos atrapados en una marea que nos arroja de un lado para otro. Vemos por delante la abertura de un túnel y las aguas de la Luna nos llevan hacia la oscuridad.
En el interior todo es calidez y comunidad, no hay miedo, sólo vamos a la deriva en las profundidades de la madre Mar. Durante muchísimo, un no-tiempo de eternidad, vamos a la deriva y soñamos hasta que somos conscientes de que ya no estamos en un mar interior, sino en un océano de estrellas. Millares y millares, muchas más de las que podemos ver desde nuestro pequeño planeta. Navegamos entre ellas y a través de ellas; algunas son viejas y casi novas, otras se están formando ahora. Vemos nacer soles, y planetas que se forman de ellos, para luego envejecer y morir en una explosión de fuego. Todas tienen un principio y un final, pero el final sólo es la transformación de una forma a otra. La materia de los soles muertos y sus planetas queda atrapada y es transmutada en nuevos soles. Nosotros formamos parte de todo esto. Lo que forma el cuerpo de las estrellas, planetas y sistemas solares más allá del nuestro tienen el mismo material y la misma estructura que los cuerpos que utilizamos sobre la tierra. Hay un modelo primordial, trazado por los señores de la Llama y la Forma, mucho antes de que surja la necesidad de la forma. Contemplamos la maquinaria del universo que sigue su ordenado curso de acción y nos maravillamos de su perfección. Es una perfección de la que formamos parte. Las formas angélicas de Yesod reciben a veces el nombre de los «constructores» y se ocupan de la concepción y estructura de todo cuerpo, desde el sol hasta el tipo más pequeño de virus. Todos los cuerpos tienen un modelo básico, un diminuto sistema solar con un núcleo de energía pura como corazón y fuerza impulsora.
Sentimos un tirón de nuestro astral, y no podemos ignorarlo. Observamos por primera vez un delgado cordón de plata que sale del ombligo, un hilo de luz delgado, casi transparente, que pulsa con un latido regular. Hemos nacido de nuevo de este océano madre cuya sangre es la semilla estelar de la vida. El cordón se tensa y nos tira a través de la marea astral hacia una brillante esfera de luz con un centro oscuro. Pero un momento antes de abandonar el mar estelar cogemos un pequeño trozo de materia de las estrellas y lo colocamos sobre nuestra frente, entre los ojos.
Caemos ahora con más rapidez hacia el centro oscuro de la esfera inferior. La oscuridad nos traga rápidamente y nos encontramos flotando en un líquido cálido a través del cual brilla una débil luz. Nos movemos hacia ella y nuestras cabezas emergen de la laguna y aparecemos en el templo de Yesod. El cherubim nos está esperando y nos va sacando de uno en uno del agua, poniéndonos suavemente sobre nuestros pies. Después toca la estrella de nuestra frente, que se hunde en la carne para permanecer oculta, aunque a partir de ese momento estará en actividad en los niveles inferiores.
Somos acompañados hasta las puertas del templo, y allí en el suelo, antes de la entrada, cada uno tenemos unas sandalias de plata. Son las sandalias de Yesod, que permiten a quien las lleva caminar con seguridad por los dos mundos. Tenemos que ponérnoslas siempre que entremos en las esferas astrales y en las que hay tras éstas. Nos las ponemos con orgullo, pues nos hemos ganado el derecho a llevarlas. Damos las gracias al cherubim, quien nos sonríe con gravedad esperando hasta que entramos en la niebla que hay más allá de las puertas, para volver luego al lugar que tiene designado. Caminamos descendiendo hacia Malkuth, sintiendo que vamos recuperando nuestro peso conforme nos acercamos al nivel inferior. Las puertas están bien abiertas, y los brazos extendidos de Sandalphon nos dan la bienvenida y nos llevan al templo. La puerta se cierra, nos reunimos ante el altar para pedir una bendición a los seres que nos sirven con tanto amor, y con orgullo enseñamos nuestras sandalias al arcángel. Desaparece el templo, pero los ojos risueños de Sandalphon permanecen con nosotros hasta el último momento, mientras se forma a nuestro alrededor nuestro propio mundo.

Al irse formando a nuestro alrededor, el templo se llena de luz y por un momento nos sentimos como niños en torno a un árbol de Navidad. Todo el lugar se llena de luces destelleantes que cambian continuamente de forma, color y posición, hasta que quedamos asombrados y sin aliento del placer que nos produce. Sandalphon viene hacia nosotros, con las manos extendidas, y su risa llena el templo de un sonido que parece tener en sí mismo luz y color. Se nos dice que han danzado para nosotros los Ashim, las almas del fuego. Conocedores de la cortesía que forma parte de los niveles inferiores, le pedimos que les dé las gracias en nuestro nombre. Nos contesta que podemos hacerlo por nosotros mismos, y con un gesto gracioso llama a los danzarines angélicos para que se presenten ante nosotros.
Convergen hacia nosotros las luces brillantes desde todas las esquinas. De este modo nos resulta fácil verlas, pues su forma natural no tendría significado para nuestra mente humana. Las luces forman una estrella de seis puntas que cuelga ante nosotros como un gran diamante. Les damos las gracias por su danza, y por el amor que la inspiró, y a su vez pedimos que la bendición de la esfera de Kather caiga sobre ellas.
El silencio desciende sobre el templo y nos preguntamos por un momento si no nos habremos equivocado. Los Ashim se reúnen delante del altar, con Sandalphon de pie ante ellos, y las luces se estremecen de anticipación. Hay una presión a nuestro alrededor, el sonido de un viento fuerte, la sensación de ser oprimidos por una fuerza increíble, e instintivamente nos arrodillamos.
Empieza a brillar la puerta central del muro del Este hasta que se convierte en un arco de luz blanca, y a través de esa explosión de blancor viene un ser cuyo cuerpo parece compuesto totalmente por partículas de luz. Para nosotros es excesivo y ocultamos los rostros, incapaces de soportar el brillo de este Portador de la Luz. Los Ashim se estremecen, los colores destellan a través del espectro con velocidad increíble. Sólo Sandalphon permanece tranquilo un momento, y después se inclina ligeramente ante el Ángel de la Tolerancia, pues Metatron, el arcángel de Kether, lleva nuestra bendición a las almas del fuego. El amor ha entrado en el templo, y no como lo conocemos en la tierra, sino como una emoción muchísimo mayor que resulta terrible. Los pilares de fuego que ascienden desde el suelo hasta la bóveda nos dejan sin aliento, como la primera vez que los vimos. El altar, de hielo tallado, refleja los pilares de fuego en su profundidad, y el crucero que sostiene la llama nos vuelve a recordar de qué modo funciona esta sephira.
Los Ashim están dentro de la forma de la luz, que desaparece tras la puerta llevándolos con ella.
Sandalphon espera a que nos hayamos recuperado y nos indica la puerta izquierda. Cuando se abre, vemos la esfera de cristal que nos espera, entramos, se cierra la puerta y somos conducidos velozmente al Templo del Agua. Las puertas translúcidas están frías al tacto y se abren silenciosamente.
Esta experiencia puede reservarnos algunas sorpresas, puesto que Hod es la esfera de la transmutación:
Miguel nos espera vestido como un joven guerrero griego; cuando entramos se quita el casco emplumado y lo deja a un lado.
Miguel nos lleva hasta el pilar del agua y nos dice que penetremos en él; así lo hacemos y nos encontramos en lo que nos parece una niebla gris que se adhiere a nosotros. Nos damos cuenta de que nos hallamos en los niveles astrales, tal como son entes de quedar impresos por los pensamientos que los conforman. Nos hallamos aquí para aprender a imprimir nuestra voluntad sobre esta material astral; esto requiere habilidad y paciencia, cualidades necesarias para todo el que toma el camino de la magia superior.
Primero tenemos que encontrar un lugar de trabajo; no tiene que ser nada elaborado, basta un espacio limpio con un suelo firme. Utilice la mente para hacer retroceder la niebla gris y que se revele bajo ella lo que usted considere conveniente. Haga ahora un banco de trabajo, algo fuerte y resistente con abundante espacio. Ahora ha perdido el suelo y el banco de trabajo se halla sólo en medio de la niebla gris. No resulta demasiado fácil tenerlo todo en la mente, pero no hay truco. Puede hacerse una idea completa de lo que quiere con lentitud y cuidado, al principio sólo en el interior de la mente, y después, cuando esté claro, empujarlo hacia afuera, hacia la materia astral. Por tanto, piense en una habitación vacía con un suelo de madera, y sobre ella, un banco de madera alargado. Retenga esa escena como si se tratara de una fotografía. Traslade ahora la fotografía de su mente a la niebla. Contemple que la habitación aparece ante usted y rápidamente dé instrucciones a este lugar para que mantenga su forma hasta que usted la deshaga. Ahora puede seguir adelante.
Trate ahora de hacer una hoja, pero no con la imaginación creativa, tal como solía hacer, sino del modo que es construida en la esfera de la forma. Piense en lo que es una hoja, y en lo que hace, piense en ella como una fábrica que saca elementos nutritivos de la luz del Sol, y combínela con los minerales tomados de la tierra. Recuerde el refrán oculto que dice «así como es arriba, es abajo». He aquí una ocasión de aplicarlo.
Quizás haya visto ya hojas de todas formas y tamaños apareciendo sobre el banco, y desapareciendo con la misma rapidez. Pruebe la misma técnica que utilizamos para hacer la habitación, pensando primero en la mente la forma correcta, para imprimirla después en la materia astral. Toda forma física se compone de átomos, por lo que debe empezar por el principio. No puede esperar conseguirlo con la precisión y sabiduría con que lo hizo el Creador Primigenio, pero debe hacerlo lo mejor que pueda. Piense en una hoja compuesta por millones de átomos, todos los cuales se mueven y se mantienen en su camino, como diminutos sistemas solares, y piense en su capacidad de utilizar la luz del Sol. Ahora debe tejer esa forma móvil con un velo de venas muy finas, es decir, como el esqueleto de una hoja que haya encontrado durante el invierno.
Introduzca luz verde en esas venas y observe cómo la hoja toma color. Si llegado a este punto ha perdido la forma, vuelva atrás y comience de nuevo. Termine siempre lo que ha empezado antes de hacer otra cosa. Recuerde que debe hacerla desde los elementos básicos hacia arriba, y procure reunir siempre todo el conocimiento que pueda sobre la forma, cual es su apariencia interior y exterior. De este modo recogerá una información que podrá utilizar en todos los niveles. Quizás le hayan dicho que sólo «Dios» puede crear cosas, y esto es cierto en tanto en cuanto usted puede crear una hoja aquí en el nivel astral, pero no en el físico; en este último sólo puede plantar un árbol y dejar que éste haga el trabajo. Pero debe recordar también que el hombre y la mujer son los hijos de lo que llamamos Dios, y que los hijos siguen los caminos de sus padres. La humanidad recibió la capacidad divina de crear su propia especie. Nunca podremos crear la forma de otros modelos de vida en el mundo real. Pero lo que aprendamos de nuestros intentos nos ayudará a entender a la entidad que las creó y también a nosotros mismos.
No se trata de mover una mano y murmurar un conjuro; se necesita un conocimiento preciso de cómo funcionan las cosas y cómo se mantienen unidas. Volviendo a nuestra hoja, constrúyala como antes, coloque luego sobre las venas una cubierta más gruesa para que parezca realmente una hoja. Saque ahora la imagen de la mente y póngala sobre la mesa. Está allí, como si fuera de plástico, la forma es buena, pero carece de vida. Podemos crear un hijo y darle vida desde nuestro interior, pero no podemos crear desde el interior aquello que no es como nosotros en la forma. Podemos hacer que parezca que vive, pero será sólo una ilusión, algo que aprendimos en el camino veintiséis. Conseguir que viva en nuestro nivel físico está fuera de nuestro alcance, pero lo que hemos aprendido no será de gran ayuda para poderosos talismanes y, sobre todo, para construir en el alto ritual las formas de los niveles interiores. Si se hacen en este nivel y se colocan donde son necesarias, esas formas serán muy poderosas.
Contemplamos la hoja y nos preguntamos cómo podríamos haber abordado algo como un árbol de madera roja, o un tigre, o un camaleón con su capacidad para cambiar de color. Pero las formas de Hod pueden ser también abstractas, como las ecuaciones que viven en las mentes de los matemáticos, o las formas sonoras que los grandes compositores captan y convierten en sinfonías. Este tipo de formas son sacadas de Binah a través de Daath y de Chesed, en donde reciben una clara intención. Son enviadas a través de Tiphereth y finalmente llegan a Hod. Si la forma es de las que necesitan animarse con la fuerza vital, el camino seguirá el destello luminoso a través de Netzach. De este modo, toda emanación de la fuente primordial está contenida dentro de Malkuth; este es el camino de un alma que llega a la encarnación.
Es el momento de que regresemos al templo de Hod, y que la hoja, la habitación y el banco se disuelvan en lo astral. Estamos de nuevo en medio la niebla pegajosa, pero ahora sabemos lo que es, algo que puede utilizarse en nuestro trabajo mágico. Lo que es realmente importante y debemos recordar es que nunca debemos tratar de dar alma o vida a una forma con nuestra propia fuerza vital. Esta regla debe ser plenamente entendida y obedecida. Si lo hiciera, perdería algo muy precioso, algo que nunca podría recuperar.
Aparece a nuestro lado una figura luminosa, Miguel ha venido para guiarnos en nuestro regreso, sólo tenemos que llamarle, o a una de las formas divinas mensajeras, para regresar adonde tenemos que ir. Bastará incluso con una visualización del templo. La mano de Miguel es cálida y fuerte sobre nuestro hombro, la niebla desaparece y nos encontramos de pie bajo una suave lluvia, después, cuando caminamos hacia adelante, salimos del pilar del agua y aparecemos en el templo. En el altar hay un broche; una hoja tallada en jade verde. La hoja que hicimos y que Miguel ha transmutado en joya; es un regalo para que llevemos cuando estemos en los niveles inferiores.
Con el arcángel a nuestro lado, caminamos hacia la puerta, que se abre mostrándonos la esfera de cristal. Damos las gracias a Miguel por su ayuda y su regalo, y regresamos a Malkuth. Descendemos suavemente hasta el templo inferior, conscientes de que Sandalphon estará esperándonos; miramos hacia delante y encontramos su bienvenida como cuando regresamos de todos los viajes. El amoroso cuidado que este ser proyecta a nuestro alrededor se ha convertido en parte de nuestra vida, incluso fuera del templo.
En el altar, el arcángel agradece el regalo de la bendición que invocamos sobre su orden de ayudantes angélicos, y explica que ése es el mayor don que podemos conceder a los seres del árbol. Esa bendición es recibida con una alegría que no podemos ni imaginar, y nunca se rechaza. Es el don supremo de un hombre a los órdenes angélicos. Hacemos para nosotros mismos la promesa de que en las cuatro esquinas del año, especialmente en la noche de Navidad y en la mañana de Pascua, vendremos aquí y pediremos una invocación para todas las esferas y para todos los seres que trabajan dentro del árbol.
Da la impresión de que Sandalphon entiende lo que estamos pensando, pues su rostro se ilumina con una alegría repentina, hay un flujo de amor y afinidad entre nosotros, que lo une todo en un solo acorde de armonía y permanece con nosotros cuando desaparece el templo.

Todo está tranquilo en el templo de Netzach; no está allí Sandalphon, sino uno de los Ashim. Ha tomado forma humana y parece una joven cuyo cuerpo esté encendido desde el interior. Realiza una ligera inclinación cuando pasamos entre los pilares y toma la puerta de la derecha, que ya está abierta y esperándonos. Quedamos atrapados en seguida en el haz de luz esmeralda que nos lleva siempre hacia Netzach. En esta ocasión, el ascenso es lento y agradable, como subir a la superficie después de haber buceado en aguas frías y limpias. Delante, las puertas de cobre se abren hacia la esfera de la rosa y la lámpara.
La luz que se filtra a través de las paredes verdes da al templo una tranquila cualidad de mar profundo. Los ladrillos de jade y de cobre que hay bajo nuestros pies son fríos y suaves. Los colores del arco iris se reflejan en las rosas de cristal que hay a cada lado y parecen converger sobre el altar; bajo su influencia, se abre la concha, revelando la rosa con la llama en su corazón de terciopelo. Haniel está entre los pilares del fuego y el agua, el aire está cargado con el aroma de las rosas, y en este lugar vibra la fuerza de la vida.
Delante del altar hay sillas: una para cada uno de nosotros, y delante de cada silla, una pequeña mesa con un vaso lleno de un líquido color ambarino. Haniel se coloca de pie detrás de nosotros y nos pide que bebamos sin miedo. El líquido sabe a miel y a hierbas, y combinado con el calor y el aroma nos hace sentirnos relajados y somnolientos. En nuestra alma se filtra una sensación de profundidad.
La rosa del altar llama nuestra atención conforme va creciendo hasta que parece llenar todo el templo, y luego se hace más grande todavía, encerrándonos dentro de sus fragantes paredes. Existimos en un mundo rojizo, suave y cálido, y el aroma es tan intenso que adopta una cualidad diferente a todo lo que hemos conocido.
Nos damos cuenta de que nos encontramos en una estructura parecida a una catedral dentro del corazón de la propia rosa. Hay muchos corredores, cada uno de los cuales conduce a una experiencia diferente, las cuales deberán ser probadas en siguientes viajes a este lugar. Pero ahora estamos aquí para conocer los misterios de la Rosa y la Lámpara. La Luz que nos rodea es cálida y suave y sentimos la majestad que la fuerza vital pura emite, ésta capta el aliento y remueve el corazón.
De la niebla rosada surge ante nosotros una lámpara sostenida por manos invisibles, la cual brilla con una luz blanca que resulta difícil mirar durante mucho tiempo. Es la «Lámpara de la Vida», la cual tiene muchas formas diferentes, y ésta es una de ellas. Es transportada de un planeta a otro entre las estrellas por aquel que recibe el nombre del Jardinero de Dios. En un tiempo, este ser fue venerado en la tierra de Egipto y, en particular, en Alejandría. Esta lámpara está dentro de todos los hombres y mujeres, y por ello se enciende en el corazón de las nuevas almas que llegan a existir por el acto del amor, como acto tan sagrado como el ritual supremo de cualquier fe. No debe considerarse pecaminoso o vergonzoso. Mediante el ritual del amor, los hombres y mujeres se convierten en dioses, creando la vida y pasándole esta lámpara. Incluso aunque no se engendre una vida nueva, la Lámpara de la Vida se renueva en su interior cuando se aman. Dejamos pasar esa lámpara.
Aparece otra, es la «Lámpara del Sacrificio», y su color es el rojo oscuro. También adopta muchas formas y su aparición puede traer lágrimas y penas, pues es la lámpara de la Gran Madre, y la lección que nos enseña es la pena. Los sacrificios pueden ser grandes o pequeños, y lo que para uno es devastador no es tan duro para otros, pero el grado de dolor soportado es igual de profundo. No hay que pensar siempre en el sacrificio en los términos del dolor físico y emocional. Los padres hacen muchos sacrificios por sus hijos con amor y gran alegría. Lo que se aprenda de esta lámpara dará color a toda nuestra vida. Una vida de celibato religioso puede parecer egoísta a algunos, y ser considerada de escapar a la vida y a sus tentaciones y penas. Pero para quien la elige es el sacrificio de la libertad de elección. Quizás el sacrificio más duro de todos sea el de ceder en nuestra propia opinión, a la que en ocasiones tendemos a considerar en exceso. Pero es un sacrificio que pueda proporcionar una gran comprensión. Dejamos pasar esa lámpara.
Viene ahora la «Lámpara del Poder», con su luz de color rojo claro con un tono de azul. Es la lámpara de la que más se suele abusar, y la que más se busca. Pone una pesada carga sobre aquellos que la sostienen, y los que la alejan de sí mismos son a menudo los más adecuados para llevarla. Su luz puede llegar a ser fría, una luz que quita y no da nada. Puede ser el rojo purpúreo de la realeza, o el azul rojizo del comercio. Puede ser el escarlata de la guerra y el derramamiento de sangre. Puede ser el rojo claro de aquel que la transporta, porque ha sido elegido para servirla de este modo, y al aceptar la carga la ha vinculado con la Lámpara del Sacrificio, convirtiendo la voluntad suprema en la suya propia. El amor al poder vence a quienes lo profesan, pero el poder autocontenido como canal para una autoridad superior convierte a esa persona en una lanza de luz que puede vincularse con la lanza de Longinus. Dejamos pasar esa lámpara.
La cuarta lámpara es la «Lámpara de la Memoria», que brilla con una suave llama azulada. Se guarda aquí todo lo que es bueno y malo en la vida de cada uno de nosotros. Esta lámpara ilumina nuestro ser interior y nos permite ver en nuestra profundidad. Al final de cada día, un iniciado debería buscar en su memoria con la luz de esta lámpara y decir: «¿He hecho algo hoy de lo que pueda enorgullecerme, o de lo que me pueda arrepentir?» Esta lámpara ilumina la llama del intelecto y proporciona la llave del conocimiento. Con ella podemos obtener sabiduría y entendimiento, y estas cualidades no son sinónimas. Todo el conocimiento del mundo no nos dará sabiduría si no lo hemos comprendido primero plenamente. Esta lámpara se relaciona con todas las demás, sostiene los recuerdos de la niñez cuando nos volvemos adultos, y el rostro del ser amado cuando éste se ha ido. Nos consuela cuando la carga parece excesiva, y nos da fuerza cuando el poder nos tienta. Dejamos pasar la lámpara.
Vemos ahora la «Lámpara de la Obediencia», de color morado oscuro. Obedecer no es deshonroso si la orden es justa. La voluntariedad no produce en sí misma reconocimiento. En la obediencia al ser interior puede encontrarse una nueva libertad, y un lugar en el esquema de todas las cosas. Esa lámpara tiene su lugar en las cosas espirituales y temporales, pero hay un momento en que hay que obedecer lo espiritual a costa de lo temporal, entonces es cuando se encienden los fuegos del martirio y se necesita la fuerza de la lámpara siguiente. Dejamos pasar la lámpara.
Aquí está la «Lámpara de la Verdad», que arde ante nosotros con un color de oro, y con su luz podemos conocer los corazones de los demás. Cuando estemos turbados podemos encender esta lámpara en nuestro interior, pero debemos recordar que sólo hay que llamar a esta lámpara en tiempos de necesidad. Si la causa es justa no seremos engañados, pero, si hay falsedad o autoengaño, la luz será escasa y de poca utilidad; si la falsedad está en los demás, esta lámpara la hará desaparecer. Las lámparas de Netzach no pueden nunca extinguirse, aunque a veces puedan parecer oscuras y lejanas; ello se debe a que nosotros mismos colocamos velos ante anuestros ojos. Con esta lámpara todas las demás mejoran. Dejamos pasar la lámpara.
La última es la «Lámpara de la Belleza», con su llama de color esmeralda brillante, la belleza está en el interior, aunque la envoltura exterior pueda parecer áspera y desagradable a la vista. Con la luz de esta lámpara podemos ver la belleza que yace dormida, como si estuviera oculta en el corazón de una rosa sin abrir. Colocada en nuestro interior, esta luz brillará como un faro que guíe a los otros hacia ella, y hacia nosotros. Lleva en sí misma a todas las demás lámparas, pues la Belleza es Verdad, Poder, Memoria y Vida. En ella puede encontrarse Sacrificio y Obediencia, ella puede hacer que la obra más oscura sea clara para la visión interior. Es la lámpara del poeta, el pintor, el músico, el niño y el amante. Es suprema porque hay belleza en todas las cosas, con ella ningún momento será tan oscuro que no podamos existir dentro de su espacio; la belleza es la victoria sobre la adversidad. Pone la lámpara ante nosotros.
Tras ella se forma una rosa que crece envolviendo a la lámpara y a nosotros, y lleva con ella un silencio tan profundo que sólo el oído interior puede concebirlo. Los hombres sabios dicen que el hombre puede alcanzar siete niveles de silencio, el primero es la tranquilidad y el último la muerte, pero entre ellos hay muchos otros por explotar. Es posible que en este silencio nos llegue algún mensaje, y hemos de estar preparados para recibirlo, descansando en esta paz.
Ahora, el templo de Netzach gira a nuestro alrededor y nos damos cuenta de nuestra propia presencia en las sillas que hay ante el altar. Nos levantamos y agradecemos lo que hemos recibido, despidiéndonos luego de Haniel, y entramos en la luz verde que nos llevará de nuevo a la puerta de Malkuth. Esta se abre, y la figura flamígera del Ashim está allí de pie, dispuesta a poner el sello a nuestras espaldas. Descansamos un momento dejando que todo se equilibre en nuestro interior. Cuando estemos dispuestos, dejamos descender sobre nosotros nuestra forma, y el templo desaparece ante nuestra vista.

Cuando se forma el templo, nos damos cuenta en seguida de que será un trabajo importante, pues los reyes elementales están esperando con Sandalphon y con las cruces de brazos iguales que nos dieron dispuestas ya sobre el altar. Las tomamos y entonces los reyes nos rodean. Paralda frente a Nixsa a la izquierda, Djinn a la derecha, y detrás Ghob y Sandalphon. La puerta central está ya abierta y entramos por ella en procesión dirigiéndonos hacia la niebla.
Mientras ascendemos por el sendero que conduce al templo de Yesod, somos plenamente conscientes del aura de poder que emana de los reyes, pero no nos resulta opresiva, más bien nos produce una sensación de cercanía y armonía con estos guardianes de la tierra. Aparecen delante las puertas plateadas de Yesod, las cuales se abren cuando nos acercamos.
De pie sobre el puente está Gabriel, flotando al viento sus ropajes de cambiantes colores. Las inmersas alas áuricas de color violeta y plata están medio extendidas y tocan las paredes del templo a ambos lados. Sandalphon se adelanta y los dos se saludan, la fuerza de su unión mental silenciosa es como un rayo entre ellos. Nos dan las sandalias de plata de la luna y nos las ponemos. Luego, cuando estamos listos, se abre la puerta, y con Gabriel ahora delante de Paralda nos movemos en el mismo orden que antes y cruzamos la puerta central.
Vemos algo que no podemos expresar con palabras. De la puerta se extiende una zona de color añil oscuro que recorre todos sus tonos hasta alcanzar un gris perlado, luego pasa por los colores del amanecer, rosado, ámbar y amarillo, hasta producir una arcada de luz. Cruzando ese sorprendente espacio, desde nuestros pies calzados de plata hasta el arco, hay un puente de arco iris que presta su rara belleza al sendero desde la medianoche hasta el amanecer.
En ángulo recto con el puente y conectado con él hay otro sendero que desaparece por ambos lados en la distancia. Donde se une al camino del arco iris vemos a Miguel y a Haniel que nos están esperando. Manteniendo todavía el orden de la procesión, caminamos sobre el puente y sentimos en seguida una fuerza que nos presiona, afectando al centro del corazón. La sensación es de despliegue, como si en nuestro interior, a gran profundidad, una flor viva se estuviera abriendo pétalo a pétalo.
Cuando llegamos junto a los arcángeles que nos estaban esperando, vemos que tienen unos objetos que conocemos por nuestras experiencias en sus esferas. Miguel tiene mantos de seda ambarina atados con un broche de jade en forma de hoja, y Haniel tiene para cada uno de nosotros una rosa de color rojo oscuro. Se unen a la procesión, Miguel precediendo a Nixsa por un lado y Haniel por el otro delante de Djinn. Recorremos así el puente de la promesa hacia el amanecer y Tiphereth.
Empezamos a sentir una especie de barrera a nuestro avance invisible pero resistente, que sólo nos afecta a nosotros, y tenemos que luchar para avanzar, como si lo hiciéramos contra un fuerte viento. Durante un tiempo parece como si nos fuera a arrojar del puente. Nuestros compañeros no parecen observar nuestra lucha y siguen avanzando hacia el arco. Para que no nos dejen atrás tenemos que hacer algo. Tenemos que pedir ayuda, pero el orgullo puede ser una barrera para el autoconocimiento; la idea de que no puede depender siempre totalmente de sus propios recursos es una de las que más difícil le resulta aceptar a la humanidad. Podemos contar con ayuda siempre que la necesitemos, pero tendremos que pedirla antes de recibirla. La libre voluntad que ha regalado el creador al hombre se mantendrá, aunque para ello éste tenga que sufrir.
Silenciosamente, enviamos una petición de ayuda, y la procesión, que ahora iba muy adelantada, se detiene. Ghob y Sandalphon, que nos habían pasado, regresan y se colocan a nuestros costados, sonrientes. La fuerza contraria se reduce en seguida y después desaparece totalmente, por lo que podemos continuar, ya que hemos roto la barrera en más de un sentido.
Llegamos finalmente a la arcada, y de la niebla dorada que hay más allá viene Rafael. La última vez que le habíamos visto parecía como un joven Apolo, pero ahora es el arcángel de Tiphereth. Su piel reluce con un brillo dorado, su cabello es como una luz de sol de seda. Una vestimenta de color rosa y ámbar cae en graciosos pliegues sobre su cuerpo y hay en él un aroma a tomillo silvestre y miel de la montaña. Su misma presencia es un bálsamo curativo para los nervios humanos agotados por la presión de esos seres, sutiles armonías de significado se implantan en nuestro interior para subir a la superficie de la mente física en una fecha posterior.
Se intercambian saludos entre los grandes seres y los reyes, y somos conducidos al templo de Tiphereth. Los reyes ocupan sus tronos de las esquinas, y los arcángeles forman un grupo ante el altar, el cual está cubierto con flores. El cáliz brillan, casi transparente por el poder que contiene, y nosotros nos quedamos allí maravillados y esperando. Aunque no sea otra cosa, hemos aprendido a esperar lo inesperado en relación con las esferas y no nos sentimos desanimados. Un cachorrito sale de entre los pilares seguido por un niño de unos seis años. Con escaso respeto por el alto estatus de los cuatro arcángeles, persigue al cachorrito por entre los miembros del grupo y finalmente lo coge en sus brazos. Se vuelve hacia nosotros con una amplia sonrisa y nos extiende una mano pequeña y bastante sucia. Nos conduce por entre los pilares y nos encontramos en un robledal. El roble central está cubierto de hojas y es muy antiguo. Hay un hombre joven junto al tronco, hasta que nos acercamos lo suficiente no vemos la corta lanza que lo mantiene unido al árbol, ni la sangre que gotea hasta el suelo. El niño se vuelve hacia nosotros y nos dice: «Ese soy yo cuando soy el rey del roble.»
Nos conduce por entre los árboles y llegamos a un campo de trigo maduro. En la mitad del trigal hay un hombre atado con viñas y coronado con yedra, amapolas y espigas de trigo. Es joven, está en la flor de la vida y mantiene la cabeza alta y orgullosa, sonriendo cuando los hombres que le rodean cosechan el trigo con rápidos golpes de sus afiladas hoces. Es inevitable que acaben cortándole y matándolo. «Me cortan todos los años con el trigo», nos dice el niño sin sentir miedo.
Le seguimos por el sendero, pasamos junto a una mujer que sostiene en sus brazos a un hermoso joven horadado con una flecha casera que lleva algunas bayas de muérdago. «En otro tiempo mi nombre era Baldur», nos dice nuestro pequeño guía sin el menor rastro de miedo en su joven cara.
Entramos ahora en un denso bosque en donde un fresno antiguo se encumbra hacia el cielo. En las ramas inferiores se posan dos cuervos y una pareja de enormes lobos grises jadean abajo. Clavado en el árbol del mundo hay un hombre de rostro gris, barbudo y de un solo ojo, cuelga silenciosamente, con la boca jadeante de dolor, pero sin hacer ningún intento de liberarse de la tortura. «Me colgaron nueve días y nueve noches en Yggdrasil», dice el niño tranquilamente. «Pero allí he aprendido muchas cosas.»
Y exploramos así el mundo de Tiphereth, mientras el niño nos enseña todas las formas que ha tenido desde que ha empezado el mundo. Orfeo destrozado, el señor corneado, perseguido y desgarrado. Prometeo encadenado tal como lo vimos. Miramos en el ataúd de madera de Osiris y vemos morir a Mithra y Dionisos. Vemos a un loco bailando en una alta colina llorando a Siddartha y a Tammuz. Finalmente llegamos a una colina en la que se elevan tres cruces de madera, y de cada una de ellas cuelga un hombre. El niño las mira con calma y señala a la figura del centro: «Piensan que sigo siendo ése», dice. «Pero un día entenderán que yo nunca estuve muerto, que siempre vuelvo.» Sonríe dulcemente.
«Regresad otra vez, os puedo enseñar muchas cosas, pero no éstas», hace un gesto indicando las cruces, «cosas agradables, y además conozco muchas historia y sé contarlas muy bien», tras lo cual se echa a reír y se va.
Al darse la vuelta, la forma del niño cambia y es un hombre adulto que nos mira hacia atrás con la misma sonrisa encantadora mientras nos dice: «Venid, es el momento de regresar». Le seguimos y nos encontramos dirigiéndonos al templo que hay entre los pilares. Los reyes y los arcángeles están esperando y cuando él llega ante el altar le visten de púrpura y le coronan de oro. Nosotros estamos de pie en silencio, incapaces de comprender lo que está sucediendo.
En su majestad, se vuelve hacia nosotros, los ojos y la sonrisa siguen siendo los de un niño, sólo el poder y la gloria son distintos.
Siempre estoy con vosotros, estoy en la capilla y en la gran catedral, estoy en los bosques de Laminas y en Stonehenge durante el solsticio. Estoy en la misa gnóstica y en los rituales de los magos. Soy el niño que vosotros sois ahora y el rey que seréis. Llevo el «nemyss» y la corona, la cornamenta y la mitra. Soy el señor de los bosques y el que danza en la colina, ahora soy parte de vosotros, me manifiesto en vuestras mentes en ese encuentro. Os encargo que me busquéis a mí y a los que son como yo, y que me conozcáis siempre, pues soy conocido para el hombre, dentro del círculo, en la colina y en los bosques. Buscadme en la iglesia del cristiano y en el templo de Shiva junto al fuego del chamán y en el círculos de los sabios. Regocijaos cuando me cortan como el rey del maíz, pues lo acepto voluntariamente, no lloréis por mí cuando me eleve en el Árbol, pues regresaré.
Vuelve a cambiar y ahora es un joven guerrero egipcio con armadura de oro que está de pie ante el altar, el cachorro que hay a sus pies también cambia, creciendo y convirtiéndose en un joven de falda trenzada azul y un pectoral de lapislázuli. Lleva en las manos la máscara de un chacal y su sonrisa es muy semejante a la de su hermanastro. Cruza los pilares con Horus y Anubis y lo perdemos de vista.
Miramos inquisitivamente a Rafael, y nuestros pensamientos preguntan lo que no nos atrevemos a poner en palabras. El arcángel nos responde:
¿Por qué os sorprendéis?, como todos los salvadores sigue caminando sobre la tierra y siempre lo hará. Pescadores y campesinos, recaudadores de impuestos y leprosos, mendigos y prostitutas han caminado a su lado y han hablado con él, ¿pensáis que sois menos que todos ellos?
En la quietud del templo nos esforzamos por entender. Sandalphon nos toca suavemente y nos señala con un gesto el arco que tenemos detrás. Nos despedimos de Rafael y los reyes, y luego, con el resto de los arcángeles, regresamos por el puente del arco iris. Miguel y Haniel nos dejan a mitad de camino para volver a sus lugares. Proseguimos con Gabriel y Sandalphon hasta el templo de Yesod. Aquí espera uno de los Cherubim con copas plateadas de agua fresca, y después, tras despedirnos de Gabriel, entramos en el sendero neblinoso y descendemos hacia Malkuth.
El templo nos parece pequeño y tranquilo tras la luminosidad y grandeza de Tiphereth, pero sabemos que este lugar es tan sagrado como grande. Nos damos cuenta ahora de que en todas las partes del árbol encontraremos la misma cualidad del amor, la misma esencia y el mismo sentimiento de pertenencia. Sandalphon extiende suavemente su aura sobre nosotros, y con este abrazo el templo desaparece lentamente de nuestra conciencia.

El templo de Malkuth está lleno de energía cuando se forma a nuestro alrededor. Brilla de excitación, incluso la llama del altar envía lenguas hacia el techo. Sandalphon sostiene un incensario en donde arden unas hierbas, y con ello limpia el aura que nos rodea antes de abrir la puerta de la izquierda. Entramos en la esfera de cristal que nos eleva rápidamente hasta el templo acuático dé Hod. Desde allí pasamos al salón de la justicia, llamado Geburah.
Las puertas de Hod se abren y pisamos el suelo cubierto de símbolos. Miguel se da la vuelta desde el pilar del fuego, donde estaba meditando, y nos volvemos a maravillar de que un ser al que se le da el nombre de «guerrero de Dios» tenga un rostro tan suave y dulce.
Nos toma a todos de la mano, saludándonos con una sonrisa, y nos conduce luego hacia la única puerta que hay en la pared oriental, la abre con el poder de sello, y sin advertirnos quedamos atrapados por los vientos cantores de Geburah. Girando, vamos en espiral hacia arriba, y el sonido de la canción del viento es como una pena triunfante de alabanza. Con la misma inmediatez con que fuimos atrapados, nos deja ante la esfinge doble que guarda el camino al templo de Geburah. Esta gira sus cabezas y nos contempla, pero, reconociendo que tenemos derecho de estar allí, nos deja.
Se adelanta Khamael, con el rostro grave y severo, nos pide que vayamos al altar utilizando su espada de fuego, y al estar ante ella miramos profundamente su color brillante. No dice que los señores de la justicia nos aguardan y que no debemos manifestar miedo, pues todo lo que experimentemos en cualquiera de las esferas sólo nos será beneficioso, y nunca nos pedirán que vayamos más allá de nuestras limitaciones.
Miramos profundamente la llama y ésta se hace más grande, envolviéndonos dentro de su ígneo corazón. No hay ninguna sensación de calor, sólo una agradable calidez que nos llena de energía. Cuando la llama se extingue nos encontramos en un amplio y elevado templo egipcio. Delante de nosotros, dispuestas en semicírculo, hay muchas figuras sentadas en tronos tallados en arenisca roja. Todas van vestidas de modo semejante, con faldas negras y amarillas de lino trenzado, llevan el tocado de «nemyss» con los mismos colores. Unos son hombres y otras mujeres, otros tienen las cabezas de pájaros o de animales. Todos llevan un ancho collar de oro que representa a un halcón volando, y sostienen un látigo en la mano derecha. Los cuarenta y dos asesores del alma se sientan en silencio y esperan.
Entre ellos y nosotros se sientan otras dos figuras, mucho más grandes y con un porte majestuoso que nos indica que nos hallamos en la presencia de los dioses.
A la izquierda, en un trono de ébano, se sienta Anubis. Lleva una falda escarlata y dorada, sus manos reposan tranquilamente en las rodillas. La otra figura es la de Horus, vestido con los colores escarlata y blanco de un príncipe guerrero. Tiene una espada sobre las rodillas y su trono es de marfil. Parecen muy distintos de la última vez que los vimos, cuando sonríen, pues ahora nos resultan severos. Pero recordamos lo que nos dijo Khamael y nos animamos.
Los hermanastros divinos, los hijos de Osiris, están sentados esperándonos, y entre ellos hay dos básculas de oro. En un lado hay una sola pluma, y el otro está vacío por el momento.
Nos ponemos ahora delante del primero de los asesores, quien se inclina hacia adelante mirándonos a los ojos. Es como si un haz de luz se hubiera dirigido sobre el centro del corazón. No hay ninguna posibilidad de mentir, ningún lugar adonde ir, ninguna excusa para que podamos alejar el juicio. La pregunta nos llega con una voz uniforme y tranquila, y sentimos que la verdad surge de la profundidad de nuestro interior a pesar de la aprensión que sentimos. Al cabo de un momento, el asesor señala con su látigo a la figura siguiente y nosotros vamos hacia ella.
De este modo nos van preguntando todos, con la excepción de la última figura, y nosotros damos nuestra contestación. Sabemos que no podemos dar una respuesta favorable a todas las preguntas, pocos hay que puedan hacerlo. Sólo nos cabe esperar el juicio. Y llegamos así a la última figura, una mujer. Sus ojos muestran compasión, entendimiento y amor, su voz es tranquila cuando nos hace la última pregunta.
«¿Hay alguna persona en la tierra que se alegre de que hayáis nacido?» Es la pregunta más importante de todas, la que tiene más valor. Pues si hemos dado alegría a una sola persona la balanza se equilibrará.
La última asesora desciende de su trono, y su belleza y majestad aumenta cuando camina y nos conduce a las balanzas. Anubis y Horus se ponen de pie para saludar a su madre, la gran Isis. Por turnos, ella se coloca su mano en el pecho de cada uno de los dioses y saca del interior un corazón de cristal que entrega a Anubis. Este lo pone ahora en el lado opuesto a la pluma y se equilibra la balanza. Horus toma el corazón, sopla sobre él y el cristal brilla con la vida, lleno de la energía vital del joven dios solar. Después, Isis coloca cada corazón dentro de nuestros pechos.
Horus levanta la espada y en su mano ésta estalla en llamas que se van haciendo más grandes y nos tragan; los corazones de cristal laten con la energía solar que hay en su interior. Cuando se extinguen las llamas, estamos junto a los pilares del templo de Geburah. Khamael, sonriente, pide ahora a los vientos cantores que nos lleven de regreso a Hod. Lejos, les oímos venir hacia nosotros, el sonido aumenta y sentimos su aliento en nuestro rostro cuando los vientos nos elevan y transportan de regreso al templo acuático.
De pie en la puerta de Hod, encontramos los ojos inquisitivos de Miguel que nos mira con alivio. La sonrisa de su respuesta es lo más próximo a una sonrisa juvenil que puede conseguir un arcángel. Sella la puerta interior y nos conduce por medio de la esfera de cristal fuera de las puertas del templo. Antes de que entremos, saca de debajo de su manto un puñado de nieve, cada uno de ellos diferente, todos perfectos. Es un símbolo del poder transmutador de Hod, el elemento del agua alterado, el cual mantiene, sin embargo, su forma original encerrada dentro de otro modelo. Coloca un copo en cada uno de nuestros pechos y éste se hunde, siendo absorbido por el corazón de cristal. Fuego y hielo juntos constituirán una energía muy especial para nuestro trabajo oculto. Entramos en la burbuja de cristal y descendemos al templo de Malkuth, pues la nueva fuente de energía que tenemos en nuestro interior está empezando ya a trabajar.
Con un suave bote, la esfera aterriza y la puerta del templo se abre dejando ver a Sandalphon. Es evidente, por su recepción entusiasta, que ya sabe cómo nos hemos portado en el templo de Geburah. Eso nos hace sentir que estos grandes seres se preocupan profundamente por los que son confiados a su cuidado. Sabemos que en su auténtica forma y esencia estas criaturas arcangélicas no pueden ser imaginadas o entendidas por la mente humana, pero con el fin de ayudarnos, descienden voluntariamente todo lo que pueden, tomando las formas elaboradas por el hombre desde los tiempos más antiguos. Son éstas las formas con las que contactamos ahora, imbuidas por nuestras ideas subconscientes de cómo deben ser. Pero también tenemos que recordar que, para ser tal como los imaginamos, estos seres que miran cara a cara a la fuente primordial han tenido que abandonar muchas cosas.
Unas formas destelleantes que aparecen en el templo nos indican que los Ashim han venido para añadir su alegría a la nuestra por haber regresado salvos de Geburah. Es una fase importante de nuestro viaje por el árbol. Tendremos muchas cosas que pensar en los próximos días acerca de las preguntas y respuestas que hemos dado en los salones de la justicia. Cuando llegue el momento, deberemos estar dispuestos a enfrentarnos a los asesores en realidad. El templo se desvanece mientras pensamos.
(Nota: Encontrará en el apéndice las preguntas de los cuarenta y dos antecesores.)

Cuando se forma a nuestro alrededor, el templo está lleno de fruta y trigo; olvidamos que alrededor del mundo la cosecha se lleva a cabo en épocas diferentes. Todos los meses hay alguna época de cosecha en algún lugar de la Tierra. Sandalphon nos entrega tortas planas de trigo que había puesto sobre el altar. Su sabor, aunque nos resulta extraño, es bueno. Probamos algunas de las frutas mientras el arcángel nos dice de dónde procede y cómo se cultivaron. Nos resulta tan natural comer y gozar de los alimentos en este nivel como en el nuestro. No debemos olvidar que cada nivel tiene su realidad.
La puerta está abierta y es la hora de irnos. Caminamos por entre la brillante luz esmeralda que nos llevará hacia Netzach. En los niveles astrales nos sentimos ahora totalmente cómodos y nos movemos por ellos con gran confianza. Cruzamos las grandes puertas de cobre; Haniel no está allí, pero nos espera uno de los Elohim. Es un hombre joven, esbelto y rubio, de alas blancas y curvas, y está al lado de la puerta para llevarnos hasta Chesed. Hay varias flechas a sus pies, unas de oro, otras con punta de plata; el arco lo lleva en el hombro. Eros nos espera para llevarnos a la esfera cuya visión es la del amor.
Nos acompaña cuando empezamos a ascender por las escalinatas en espiral que nos conducirán a la esfera de los maestros. Las antorchas que hay en los muros son innecesarias, pues a través de pequeñas aberturas practicadas en los muros entra la luz del día. Por esas ventanas podemos ver extraños paisajes y seres de formas diferentes a todos los que conocemos. Ascendemos por los escalones de piedra hasta que vemos delante las puertas cristalinas de Chesed. Aquí Eros se despide, y al hacerlo nos mira inquisitivamente, como si estuviera discutiendo consigo mismo si debe o no gastar una de sus flechas en nosotros.
Cuando las tocamos, las puertas suenan como un cristal golpeado con una uña. Allí nos aguarda Tzadkiel, con sus ropas de color azul y amarillo claro moviéndose suavemente con una brisa que no podemos sentir. A ambos lados, una brillante esfera de luz anuncia la presencia de los Chasmalim, quienes se extienden hacia abajo y luego crecen en ondeantes columnas de una luz intensa que nos hace daño mirarla. Una tranquila palabra de Tzadkiel y se convierten en un blancor azulado y más suave que nos resulta más cómodo.
Las losetas del suelo, de cristal azul y blanco, reflejan la luz que entra por las vidrieras. Todo el templo se halla animado por la luz, ésta está en el aire, sale de los muros, de los seres que nos rodean, de todas partes. Aparecen más Chasmalim y forman un complejo símbolo geométrico que permite entrar a otra parte de Chesed. Siguiendo las instrucciones de Tzadkiel, penetramos en un vasto salón de cristal translúcido y facetado.
No podemos ver dónde comienza o termina ni cuál es su altura. Una suave luz azulada invade todo el lugar. En el centro hay una mesa de mármol blanco con vetas azules. En la mesa hay piezas de extrañas formas; nos damos cuenta de que están hechas con piedras preciosas y nos indican que nos corresponde a cada uno una serie de esas piezas. ¿Con qué fin estamos aquí?
Una voz pronuncia nuestro nombre y miramos hacia arriba viendo a alguien de pie ante nosotros. Vestido con simpleza con ropajes de color azul oscuro, tiene los cabellos y la barba veteados de plata, sus ojos llaman nuestra atención, son más antiguos que el tiempo y están llenos de una mezcla de orgullo, dolor, amor y desesperanza. Tiene una voz de gran autoridad que nadie osaría desobedecer.
Coloca una serie de piezas delante de cada uno de nosotros y nos pide que ordenemos el dibujo. Sin que nos lo digan, entendemos que es el dibujo de nuestra vida individual, tal como debería ser, como tenía que ser desde el momento del nacimiento, y no como la hemos cambiado y reordenado.
Parecen sólo un revoltijo de formas, pero lo mismo sucede con la vida cuando la miramos. Empezamos. Algunas de las formas ajustan rápidamente, al menos al principio, pero otras que deberían ajustar con ellas están rotas o astilladas. No es posible adecuarlas a los demás. Si tenemos suerte, podemos conseguir que algunas de las primeras formas ajusten por alrededor de las rotas, de forma que, aunque el dibujo no sea perfecto, completo ni hermoso, al menos pueda verse.
Vemos de pronto que cada una de las piedras tiene una parte de un símbolo, símbolo significativo para esta encarnación. Ahora la tarea es doble, conseguir que las formas ajusten y lograr que revelen el símbolo. Nos damos cuenta de que somos nosotros los que hemos roto y distorsionado la forma de nuestra vida, y esa desesperanza que veíamos en los ojos de los maestros llena ahora los nuestros. Comprendemos que no podemos arreglar el diseño. Esa misma voz nos dice que hagamos lo que podamos, y obedecemos.
Gradualmente conseguimos dar forma a una parte del diseño, y se revela un poco del símbolo. Quizás cuando regresemos aquí podamos intentarlo de nuevo, pues una vez entendido el símbolo podremos comprender el dibujo que debe seguir nuestra vida. El maestro nos explica que no es posible ahora cambiar lo que ya está distorsionado, pero que sí podemos impedir que las formas futuras se vuelvan inútiles. Comprendemos que todo el tiempo están apareciendo piezas nuevas, que el diseño continuará hasta que seamos capaces de descubrir el símbolo y hayamos aprendido a trabajar con él. Entonces se nos asignará otro símbolo y otro diseño.
Nos dicen que, si bien es verdad que lo estamos haciendo bastante bien, podíamos hacerlo mejor, aunque eso ya lo habíamos entendido nosotros. A petición del maestro, nos ponemos de pie ante él, viendo que Tzadkiel está allí, y lleva con él una de las tortas de trigo del templo de Malkuth, y el cáliz del altar de Tiphereth.
Melquisedec, príncipe de la paz, toma el pan y lo bendice, lo divide luego en trozos pequeños, uno para cada uno, y con su sabor nos llega el conocimiento de que no nos faltará nunca una guía amorosa. Llena el cáliz de vino y lo bendice, y nos lo da a beber; al hacerlos sabemos que seguimos una costumbre más antigua que la historia, reconocida y utilizada en todas las fes como medio de comunicación con el origen. El pan y el vino, el pan y la sal, la torta y la cerveza, las semillas de la granada, el maná, la Ultima Cena. Todas estas cosas pasan por nuestra mente y encuentran allí un lugar donde ajustar, como las piezas de piedra. En el amor no hay divisiones de fe.
Los Chasmalim aparecen y forman el diseño de la puerta, por ella entramos al templo de Chesed seguidos por el arcángel. Nos sentimos castigados y al mismo tiempo elevados cuando nos despedimos de esta esfera y su guardián y partimos a través de las puertas de cristal hacia donde Eros nos aguarda. El viaje de regreso hasta Netzach lo hacemos en silencio, pues tenemos muchas cosas en las que pensar. Haniel nos saluda y coloca unas manos frescas en nuestra frente a modo de bendición. Nos recuerda que la lámpara de la belleza brilla dentro de nosotros, lo mismo que el corazón de cristal cuya energía es el fuego solar. Con ellos podremos comprobar las formas del diseño cuando aparezcan en nuestra vida terrestre. Estimulados por esto, nos despedimos de la esfera de Venus y entramos en la luz esmeralda que nos lleva suavemente hasta Malkuth.
Sandalphon nos pregunta si nos gustaron las tortas de trigo que crece con la riqueza de la sabiduría y el entendimiento, pero que para hacerlo bien necesita calidez y amor. También nosotros deberemos ser cosechados cuando llegue el momento, y lo dice riendo con suavidad, pero dándonos a entender con su mirada que debemos pensar en ello. Nos entrega una torta de miel y la cogemos y comemos, pero entonces el templo desaparece de nuestra vista, quedándonos sólo el sabor dulce que nos recuerda que estuvimos allí.

Nota: Daath no está allí. Los primeros textos cabalísticos afirman que sólo hay diez sephiroth, pero, tal como expresé en otro lugar, la tradición da paso finalmente a nuevas ideas y aplicaciones de los modos tradicionales. Daath es un ejemplo de esto, puesto el pensamiento moderno considera esta esfera como una sephira auténtica, aunque se halle en un nivel distinto al del resto del árbol. Por tanto, Daath no está aquí ni allí, está... en alguna parte, probablemente en una tangente de ambas. Eso la convierte en una puerta de entrada a otras dimensiones, un lugar de encuentro, un cruce de caminos, y en el trabajo oculto los cruces de caminos son lugares muy volátiles. Si el árbol de la vida se doblara por Tiphereth, Daath se encontraría con Yesod, por lo que se convertiría en una versión superior de la esfera lunar. Aquí, la casa del tesoro de las imágenes y los sueños se convierten en un espejo del logos solar.
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Gran parte de las enseñanzas concernientes a esa esfera se dan sólo a aquellos que se someten a un altísimo nivel de entrenamiento oculto. Esto parece el familiar rechazo de esta cuestiones, pero es cierto. No debe preocupar sólo al estudiante, sino a aquellos que lo tocan en su vida. Daath es también otra versión de Tiphereth por cuando que recibe senderos de la esfera que le rodea. La diferencia está en que los senderos que van a Daath son los senderos ocultos del árbol. Los caminantes entusiastas y carentes de entrenamiento pueden pensar que han encontrado esos senderos y que han caminado por ellos. Recordemos lo que hemos dicho sobre Daath como versión superior de Yesod, la esfera de la ilusión, y, por tanto, cuanto más alta sea la esfera, mayor será la ilusión. Este trabajo es el más ligero que puede hacerse en relación con Daath.


Cuando se forma el templo a nuestro alrededor, los Ashim están presentes. La puerta está ya abierta y esperándonos. Las chispas de fuego nos estimulan con suavidad a que crucemos la puerta y entremos en el sendero neblinoso que lleva a Yesod. Comenzamos a ascender mientras la niebla envuelve nuestros pies. Al llegar al templo de la luna vemos que sólo está guardado por los Cherubim, quienes se hallan de pie a ambos lados de la puerta que conduce a Tiphereth, y nos indican que la crucemos.
El puente del arco iris está vacío, y sin la presencia consoladora de los arcángeles necesitamos todo nuestro valor para avanzar, pero resulta más fácil cuando hemos dado ese primer paso. Lo cruzamos sin dificultad y llegamos al arco de luz que nos conduce al templo de Thiphereth.
Delante del altar hay varios sarcófagos estrechos hechos de arenisca. Junto a ellos están los cuatro reyes elementales. Nos dice que nos tumbemos en los sarcófagos y nos ayudan a subir a ellos. Cuando nos hemos introducido, corren las pesadas tapas y nos quedamos esperando en la oscuridad.
Es la misma sensación que ya sentimos en Binah, la de esperar sin ser conscientes del tiempo. Por esta causa, pasa un poco de tiempo antes de que nos demos cuenta de que no estamos ya dentro de los sarcófagos, sino que flotamos en una oscuridad cálida. También viajamos, pero no sabemos si hacia arriba o hacia abajo, adelante o atrás. Aparecen puntos de luz y vemos ante nosotros una espiral de estrellas en movimiento que son atraídas lentamente hacia el centro de la espiral; es el fenómeno que llamamos agujero negro.
También nosotros somos atraídos hacia el círculo y al poco tiempo somos succionados por las profundidades, o alturas, o como quiera que pueda llamárseles. La velocidad aumenta hasta que nos da la impresión de que nos deslizamos por un túnel de luz blanca. Sin ninguna advertencia, nos encontramos en algo, en alguna parte, que está compuesto de partículas de luz de todos los colores y tonos que conocemos y algunos que no hemos visto antes, y que sólo unos pocos pueden oír y sentir. Unas líneas de estas partículas luminosas, millones de ellas, cruzan las cambiantes capas de color. Siempre que tocan otra línea se produce una vibración; en nuestro mundo sería un sonido, pero aquí es algo diferente.
A veces, una perturbación corta las líneas y el color, que entonces parecen rizarse sobre sí mismas, y por un momento muestran la nada absoluta que hay más allá. Cuando sintonizamos con este lugar empezamos a escuchar sonidos y captamos breves imágenes que se producen donde las líneas se cruzan. Aguzamos el oído y escuchamos voces y frases cortadas por la mitad, algunas nos parecen familiares, como pequeños trozos de un antiguo noticiero. Las imágenes parecen ser trozos de la historia de la Tierra, como si su pasado estuviera almacenado en una biblioteca. Tratamos de captar algunas de las imágenes, pero éstas se nos escapan.
Da la impresión de que nos hallamos en una especie de matriz en la que se almacena y transmite todo lo que se produce dentro del universo. Tratamos de recordar algunos trozos de historia que reconoceríamos, pero no podemos mantenerlo mucho tiempo. Para poder utilizar esta puerta del tiempo necesitamos un control mucho mayor de la mente y del entorno. La palabra «mente» hace sonar una campanilla en nuestro interior y miramos hacia bajo, dándonos cuenta de que no tenemos cuerpo, de que somos simplemente «mente».
Hemos pasado de lo físico a lo astral y a la existencia puramente mental, quizás incluso hayamos llegado un poco más lejos. Ahora podemos existir como una red mental tan vasta que ni siquiera empezamos a imaginar su tamaño. Pero aquí el tamaño no tiene significado, pues no hay nada que pueda servir de comparación.
Más allá de este entorno presente está lo más cercano que veremos nunca del universo sin manifestar. Nosotros somos precisamente este lado de la existencia. Aquí y ahora están todas las cosas que han sido o serán en el futuro, cualquiera que sea el nivel de realidad en el que se produzcan. Aquí está el conocimiento total del ser, la vida, la creación. Estas palabras sirven de bastante poco, pero es lo único que tenemos. Aquí no debemos tanto pensar como simplemente ser. Pero si en esta forma presente somos simplemente pensamientos de una vasta matriz mental, entonces ¿de quién es la mente en la que estamos?
Sentimos que nos dan un suave tirón, y empezamos a movernos de nuevo, al principio con lentitud, pero luego con gran rapidez. Volvemos a cruzar el túnel de luz, y al salir vemos la gran espiral suspendida por encima de nosotros. Nos alejamos de ella hasta que su gran extensión queda reducida a algo que podemos ver sin dificultad; tiene un aspecto familiar, como si estuviera observándonos. El pensamiento se convierte en realidad. El ojo de dios está suspendido en la ilimitada intemporalidad del espacio, contemplando benignamente las notas de vida, y después se cierra como si fuera a dormir, y nosotros volvemos a hallarnos en una cálida oscuridad, pero no por mucho tiempo.
Apartan las tapas y salimos de los sarcófagos parpadeando bajo la luz del templo. Nos ayudan a salir de los ataúdes de piedra y Rafael viene con sus manos curativas para devolvernos la fuerza que hemos utilizado y para tranquilizar nuestra mente. Su contacto es al principio como de hielo, haciéndonos recuperar de pronto toda la conciencia, y después resulta cálido, aliviando la tensión del cuerpo mental y astral. Sólo cuando volvemos a encontrarnos bien, los reyes nos acompañan a través del arco y por el puente que conduce de Qesheth a Yesod, acompañados de Rafael. Miguel y Haniel esperan para unirse a nosotros, y Gabriel abre las puertas del templo, en el que resuenan las trompetas. Por primera vez vemos toda la gloria de sus alas cuando se elevan y extienden hacia fuera, cubriéndonos luego con un gesto de protección y ayuda.
Entramos en el templo y nos detenemos un momento recordando que Daath es un aspecto superior de este lugar pacífico. La experiencia que hemos tenido con el gran ojo nos hace comprender que Yesod está en línea directa con Kether, lo que nos trae a Gabriel como mensajero de los contactos más estrechos con esa esfera de las esferas.
El camino a Malkuth está abierto y hacemos el último viaje hacia abajo, hacia el silencio del templo de la tierra. Todos nos reunimos en al altar, en el que han colocado manzanas rojas. Sandalphon nos da una a cada uno y tentados mordemos la fruta madura. Al hacerlo, nuestros pensamientos se vuelven más claros y tenemos un entendimiento de un nivel muy superior al usual. Con todo el conocimiento del universo creativo almacenado en Daath, y con las serpientes como su orden angélico, quizá Daath sea la «manzana» del árbol de la vida. Mientras regresamos a nuestro propio nivel y desaparece el templo, nos acompaña la risa de los arcángeles.

Nota: Trabajar en las esferas sobrenaturales del árbol producirá un impacto mucho mayor que el de los sephiroth inferiores. Las fuerzas de Binah y Chocmah son tan intensas, incluso en su nivel de eficacia inferior, que el estudiante puede esperar que provoquen una reacción totalmente desproporcionada con la simplicidad del texto. Es mejor leerlo varias veces para aprender a conocerlo en un nivel puramente intelectual antes de iniciar el viaje real. También es mejor hacer el trabajo en el fin de semana, con lo que tendrá un día adicional para enfrentarse a los efectos posteriores inmediatos.
***
El templo está preparado y esperándonos, y Sandalphon parece inusualmente grave cuando abre la puerta. Para nuestra sorpresa, viene con nosotros entrando en la esfera de cristal, la cual parece muy pequeña en su presencia. El ascenso es rápido y suave, y tardamos pocos momentos en ver delante de nosotros las puertas del templo del agua. Al abrirse vemos a Miguel, con el manto naranja echado hacia atrás poniendo al descubierto la armadura de oro que brilla en las luces del templo. Nos saluda primero a nosotros, y luego a Sandalphon, abriéndonos camino hasta la puerta siguiente. Los vientos cantores que nos hacen ascender esta noche son menos intensos. Su canción trata de silencios interiores y de la aceptación de la carga imposible.
Aparecen los pilares de Geburah, pero los vientos no se detienen, simplemente reducen un poco la velocidad para permitir que Khamael se una a nosotros antes de llevarnos hacia las alturas del árbol.
Su canción se convierte en una apenada vibración que al ser humano le resulta difícil de soportar. Sólo la presencia de los tres arcángeles nos sirve de escudo frente al impacto que nos aguarda. Esa es la razón de que nos hayan acompañado. Pero ni siquiera ellos pueden permanecer inalterables en estos niveles, por lo que las formas que nosotros conocíamos desde hacía tanto tiempo se transmutan. Se convierten primero en pilares de llama, luego en esferas de luz vibrante de color violeta, naranja y escarlata. Finalmente se convierten en algo que ya no puede ser contemplado y que sólo es experimentado como una combinación de sonido y de contacto mental. Es una única vibración del ser que contiene la esencia absoluta de la espera a la que sirven, o al menos así creemos entenderlo. Sabemos, sin embargo, que siguen con nosotros, como protección de nuestra humanidad frágil.
Los vientos han desaparecido, hay un momento de miedo mientras experimentamos el profundo silencio, pero luego notamos el contacto suave de la vibración de Miguel y nos relajamos. A nuestro alrededor está el espacio, en todas las direcciones, si es que puede existir tal cosa en este lugar. La negrura profunda nos presiona, aunque no podamos sentirla, y percibimos una terrible frialdad, sólo el escudo angélico se halla interpuesto entre nosotros y esta... nada. No parece que tengamos cuerpo, no podemos sentirlo, no somos conscientes de él en modo alguno; existimos simplemente como nuestra propia idea del ser.
Esperamos; da la impresión de que podemos sentir el silencio, como si nos halláramos dentro de un útero tan vasto que la eternidad podría perderse en su quietud e inmensidad.
Esperamos; ¿para qué? Crece la impaciencia. ¿Por qué estamos aquí? ¿No tendríamos que aprender algo de esta espera? Esto no nos había sucedido antes.
Esperamos; la cólera arde como un fuego descontrolado. Esto es estúpido, no nos está enseñando nada, crece el resentimiento alimentándose del silencio.
Esperamos; comienza el aburrimiento, nada podemos hacer aquí, nada podemos ver, ni oír, ni sentir. Es excesivo para la experiencia de Binah.
Esperamos; quizás deberíamos hacer algo nosotros mismos, quizás ellos están esperando a que hagamos algo. ¿Acaso la espera misma será la lección? Si es así, ¿por qué nos sentimos tan encolerizados e impacientes? La respuesta, estimulada por el contacto mental de los arcángeles, se filtra gradualmente en la mente, como el agua que cae en un delgado chorro sobre un lecho seco de un río. Somos los esclavos del tiempo. Aquí el tiempo todavía no ha empezado a existir, es nuestra sensación del tiempo lo que nos hace sentir esa perturbación. Sin el tiempo, ni siquiera entenderíamos el concepto de «espera». Tiempo, silencio, entendimiento y aceptación: éstas son las lecciones y la experiencia de Binah.
Existimos. En el no-espacio intemporal de Binah se nos permite simplemente ser. Todavía no hemos nacido, ni lo haremos en millones de años. Hemos nacido y vivido a través de millones de vidas; las dos afirmaciones son ciertas. Nos dejamos llevar a la deriva, abandonándonos al ser, y a todas las cosas que nos unen a la existencia temporal. A través del silencio y la oscuridad nos llega una débil brizna de calor, suavidad, alimento y comodidad, y con ello también nos llega una fuerza. Es una fuerza que no conoce barreras, que puede soportar el ver sufrir a los que ama, sin hacer un solo movimiento para detener al sufrimiento, porque sabe que el dolor es necesario. La sensación de estar apoyados en un vasto pecho material produce un sentimiento de comodidad y seguridad, pero también está allí esa terrible fuerza. Amor y dolor, consuelo y pena forman parte unos de otros. En la Tierra podemos extirpar el sufrimiento de nuestra mente, dar la vuelta a la página, mirar a otro lado, negarnos a reconocerlo, pero éste nos mantiene tan estrechamente dentro de sí mismo que nunca se aparta. No importa lo terrible que sea la visión, la profundidad del dolor, la duración del sufrimiento que soporta, espera a que haya terminado la dura prueba, y luego vuelve a reunir en sí mismo a quien ha sufrido. La Stabat Mater (la madre sobresaliente) espera.
Nos damos cuenta, aunque oscuramente, de que hemos tocado un misterio tan vasto como lo inmanifestado, y más antiguo que el tiempo. Pero ese contacto será una de las lecciones más importantes que aprenderemos nunca. Por un momento nos liberamos del tiempo y el espacio: flotamos ahora interminablemente, soñando y renovándonos en el útero de la gran madre, creciendo como otra vez crecimos dentro de nuestra madre física, sólo que ahora somos niños-estrellas.
Crece en la oscuridad un punto de luz, con la ayuda de los tres seres que nos han acompañado en esta génesis del espíritu se nos impulsa suavemente hacia esa abertura del útero de la manifestación. Por un momento nos sentimos perturbados de dejar este lugar seguro y cómodo, hay una sensación poco familiar de peso, y luego vamos hacia la luz. Ha desaparecido el vínculo con Miguel, Gabriel y Sandalphon, pero sabemos que podemos regresar a la raíz de nuestro ser cuando lo necesitemos. Comenzamos a escuchar los sonidos, la sensación regresa a nuestro cuerpo, abrimos los ojos físicos a nuestro propio mundo y por un instante lo vemos a través de ojos sobrenaturales. Hemos regresado al nivel físico a través de las dimensiones interiores, nos relajamos, gozando una vez más de los sentidos del cuerpo, despertando lentamente a la realidad.

Nota: Es la penúltima esfera del árbol y su virtud es la de la sabiduría. Pero sabiduría en este nivel es diferente que en el nivel de Hod. Aquí, un paso antes de la sephira primordial del árbol, la sabiduría significa profunda simplicidad. Es más potencial que real. Eso no significa que tenga menos efecto, sino más, pues el hombre es ahora un ser muy complicado y en esta escala la simplicidad puede derribarlo. Tome el trabajo como lo que es, simple, sin ningún intento de verlo como un «gran asidero», y así producirá el efecto de llevar a la mente a sus elementos básicos. Ya tendrá suficiente trabajo para enfrentarse a esa escala básica.
***
Aparecen las luces del templo y vemos que Sandalphon ya ha abierto la puerta de la derecha. Su rostro es un poco solemne y nos pide que nos quitemos incluso las sandalias, pues adonde vamos ahora tenemos que ir tal como llegamos al mundo, sin nada.
Llegamos a la luz verde, que nos eleva suavemente a las esferas de Netzach, se abren lentamente las conocidas puertas de bronce y Haniel está allí para saludarnos junto con dos de los Elohim. Pasamos el altar de jade con su concha translúcida que retiene la luz eterna y esperamos a que Haniel abra la puerta. Tendremos a los Elohim como escolta por la escala en espiral que conduce a Chesed. Comenzamos a ascender y las dos silenciosas figuras nos siguen.
Las puertas cristalinas de Chesed reflejan las antorchas de las paredes, la luz las convierte en puertas de llamas azuladas que danzan y brillan. Se abren al acercarnos y encontramos en el umbral a Tzadkiel. Los Elohim se inclinan ante el arcángel y nos entregan a su cuidado, regresando luego a Netzach, pero para nosotros y para Tzadkiel continúan los escalones ascendentes.
Comenzamos a quedarnos sin aliento, pero no por la ascensión, sino por el nivel del árbol en el que entramos. Pero sabemos que estaremos a salvo y que nos hemos ganado el derecho a recorrer este sendero. El camino se vuelve de pronto más oscuro, ya no hay antorchas, y sólo una difusa luz que cae sobre nosotros desde algún lugar adelantado.
Tzadkiel había caminado delante de nosotros, pero se detiene y se aparta. Vemos un antiguo arco de piedra similar a los que hay en Stonehenge, en la Tierra. No podemos ver más allá y empezamos a hacer preguntas al arcángel, quien pone sus dedos sobre nuestros labios y se da la vuelta bajando por la escalera. Tenemos que seguir solos. Un paso adelante nos hace llegar cruzando el arco a una llanura cubierta de hierba; el aire es claro y frío, la atmósfera es silenciosa, como si el amanecer estuviera cerca, aunque el cielo siga siendo negro. Circunda el norte una estrella polar distinta, y las constelaciones estelares nos son desconocidas. Muchas estrellas polares vinieron y se fueron antes de que existiera en la Tierra el tiempo que conocemos. La hierba se extiende por todas partes, terminando en el mismo espacio estelar, como si hubiera estado suspendida en el tiempo con ese mismo propósito. Ante nosotros hay un círculo de enormes piedras toscamente cortadas, doce en total, y en el centro una más alta que las demás. Se eleva como si tratara de tocar la luz estelar que la recubre de plata. Frente a cada piedra hay un ser en las sombras, con un manto y capucha de color gris, y junto a la piedra central hay un ser de terrible majestad, casi tan alto como la piedra misma. Alrededor de su cabeza hay movimiento, y al principio pensamos que son pájaros, pero luego vemos que son discos de luz, del color de las palomas grises, aunque con unos puntos brillantes que no existen en el plumaje de las aves de la Tierra.
Caminamos hacia la piedra más cercana y la figura permanece inmóvil. Tallado en la piedra está el dibujo de Aries. Damos la vuelta lentamente, observando que cada signo está en su lugar y deteniéndonos junto a nuestro propio signo unos momentos para comunicar con el señor silencioso del signo. Si lo conocemos, nos podemos detener también junto al signo de nuestro ascendente. Cuando volvamos otra vez y tengamos la información correcta, podremos comunicar con aquellos signos de los señores planetarios de nuestra carta astral. Eso nos dará muchas ideas nuevas sobre nuestra carta astral. Obedeciendo una orden silenciosa, nos dirigimos al centro del gran zodíaco.
Allí está Ratziel, sosteniendo un bastón de poder que deslumhra por la luz; lo eleva y surge un rayo del cielo nocturno que golpea el monolito, haciéndolo sonar como una campana. De las piedras que nos rodean llega una vibración, como el sonido de una gran máquina encerrada en las profundidades de la Tierra. Los señores del zodíaco dan una vibración de respuesta una octava superior. Líneas de luz crecen desde las piedras exteriores hacia la del centro, hasta que parecen una rueda gigante con ejes de plata. Ratziel toma una inspiración profunda y produce la tercera octava, provocando una nota final de la gran piedra. Esta empieza a brillar, la hierba que hay a nuestros pies tiembla y se agita, y luego empieza a girar lentamente, elevándose al hacerlo. Giramos majestuosamente como si fuéramos en una rueda de plata situada en la negrura del espacio. Mazloth ocupa su lugar en la danza de la creación.
Nuestra frágil humanidad no puede permanecer mucho tiempo con este símbolo vivo, y es el momento de regresar. Desde el lugar que ocupan alrededor de la cabeza de Ratziel, los Auphanim vienen hacia nosotros, y vemos que estas hermosas ruedas angélicas son mucho más grandes de lo que pensábamos. Eran suspendidos por encima del suelo y escuchamos con el oído interior la silenciosa orden del arcángel. Obedientes, cada uno avanzamos hacia una de las ruedas y éstas nos elevan alejándonos del círculo giratorio y llevándonos a través de la oscuridad iluminada por las estrellas hasta el arco de piedra de Chocmah. Tzadkiel nos espera, con las manos dispuestas a ayudarnos a descender de las iridiscentes ruedas. Estas se elevan, dan un salto a modo de saludo y regresan al lado de Ratziel. Ahora casi hemos perdido de vista la rueda que finalmente se disuelve en la inconmensurable distancia del espacio.
Con Tzadkiel, descendemos por la escalera espiral recordando la experiencia que acabamos de sufrir. En la entrada de Chesed el arcángel se despide de nosotros y nos pone en manos de los Elohim, quienes nos estaban esperando. Descendemos y el camino nos parece interminable, pero nuestros compañeros nos toman de la mano y su fuerza fluye en nosotros como vino cálido en un día frío, y llegamos así al templo de Netzach.
Haniel nos saluda entregándonos copas del líquido ambarino que ya habíamos bebido aquí. Nos calma y refresca, y al poco tiempo nos sentimos capaces de realizar el descenso final a Malkuth. Dando las gracias a Haniel y los Elohim, entramos en el haz de luz que nos llevará a salvo a nuestro destino, calmando la delicada luz verde nuestros ojos y nuestra mente. Al llegar a Malkuth estamos plenamente recuperados y ansiosos de compartir con Sandalphon todos los acontecimientos.
Los Ashim están en el templo, y como chispas de fuego volantes se reúnen a nuestro alrededor haciéndonos saber que también ellos están felices de que lleguemos ahora al último viaje del árbol. Es el final de la primera vez, pues estos senderos son ahora nuestros para que los recorramos siempre que tengamos necesidad o deseos de hacerlo. Hemos hecho nuestro el árbol de la vida, ha echado raíces dentro de nosotros y crece convirtiéndose en un ejemplar alto y fuerte.
Nos despedimos sabiendo que en Malkuth y en todos los templos del árbol nos hemos ganado plenamente el derecho a ocupar nuestro lugar. Damos las gracias a las vibraciones interiores, pues estamos aprendiendo a comunicarnos al modo del árbol. Los Ashim se arremolinan alrededor del arcángel y lo último que vemos es su rostro sereno coronado de fuego.

Nota: A menudo encontramos sabiduría en las frases hechas de nuestra lengua; con mucha frecuencia oímos la frase «he visto la luz» o «se hizo la luz». Se utiliza para indicar que por fin se nos ha vuelto claro algo que hasta el momento no habíamos entendido bien. Este es el modo más sencillo de pensar en Kether en su nivel inferior, el único al que podemos hacer frente. Todo lo que concierne a Kether es mejor tratarlo en forma de contemplación, y no como un sentido activo. La meditación y la contemplación son cosas muy diferentes, y la primera puede realizarse de diversos modos y utilizando posturas diferentes. Puede ser activa, tal como se enseña en la escuela S.O.L., o pasiva, tal como se enseña en muchas de las escuelas orientales, aunque no en todas. La mejor descripción que he oído de la contemplación pertenecía a Gareth Knight, quien dijo: «Mientras el mejor modo de practicar la meditación es hacerlo en una habitación poco iluminada y que no tenga ruidos ni interrupciones, la contemplación es mejor hacerla quizás sentado con una botella de cerveza, y un cigarrillo en el patio trasero.» Esto describe exactamente la sensación más relajada necesaria para la contemplación. Hasta que mi padre tuvo que dejar de fumar por razones de salud, su mayor placer en una tarde de verano era sentarse en su jardín a «fumar un cigarrillo con Dios». Sacó un gran provecho de estas tranquilas conversaciones con el todopoderoso, los dos se llevaban bien y muchos problemas espinosos quedaron resueltos con ese último cigarrillo del día. Quizás fuera el pensamiento de compartir un problema con su hacedor el que calmaba y aclaraba su mente. Es ese sentimiento de compartir una existencia con Kether, o de formar parte de él, lo que espero crear en las páginas siguientes.
***
El templo está lleno de flores, su aroma y variedad es abrumador cuando se forman a nuestro alrededor. Con Sandalphon están los cuatro reyes elementales y los Ashim. Los reyes nos visten con ropajes blancos ceñidos con cordones de oro, cuelgan de nuestro cuello la cruz de brazos iguales, y preparados de ese modo podemos iniciar el último de los viajes. No lo hacemos por nosotros mismos, sino por todos los que todavía son incapaces de recorrer estos senderos. Lo hacemos también por el reino animal, el vegetal y el mineral, como embajadores e iniciadores de los hermanos más jóvenes.
Sandalphon traza el sello y la puerta se abre hacia un sendero boscoso, en donde nos espera un magnífico toro negro. Da la vuelta y lanza un bufido cuando nos acercamos, y luego se echa hacia atrás cuando pasamos junto a él. El río rápido impide nuestro camino, pero podemos salvarlo por un puente de piedra. Gabriel y los Cherubim están en la orilla del río, y el arcángel nos señala que avancemos; nos ven pasar por allí y contemplamos en sus ojos un ligero orgullo producido por nuestro progreso.
El camino conduce a un terreno desigual. Vemos a la izquierda una cadena montañosa que nos parece familiar. Aparecen dos seres, uno de ellos es Miguel, con una gran sonrisa en el rostro, el otro es alto y ancho, va desnudo y lleva barba, y una larga cicatriz recorre su costado. En su brazo se posa un águila; Prometeo está libre y con la visión más clara que hemos adquirido desde la última vez que le vimos le conocemos ahora como uno de los grandes seres que recorrieron la Tierra antes del diluvio. Un pequeño dragón juguetea a los pies de Miguel y éste se agacha para rascarle tras su oreja escamosa; el águila extiende las alas para volar con nosotros en nuestro viaje.
El sendero gira ahora hacia la derecha a lo largo de un litoral bajo el cielo del amanecer, y esperando al lado del agua está Haniel, quien tiene a su lado un león de melena dorada. Sale de las olas Afrodita, emergiendo del mar como hicieron los antepasados de la humanidad. Representa a los Elohim, que observaron al hombre en su infancia, así como observaremos nosotros a los que vengan detrás. Detengámonos a pensar en esto. Cuando llegamos al ser éramos sólo chispas de vida bastante semejantes a los Ashim. Evolucionamos hasta formas físicas de belleza y gran poder mental, de las que para nuestra vergüenza hemos abusado a menudo, como los ángeles caídos.
Sin embargo, fuimos nombrados como los hijos y las hijas de Dios, Beni Elohim por propio derecho. Llegará un tiempo en el que era nuestro deber guiar los destinos de una distinta oleada de vida, y quizás seamos llamados Elohim y creados a nuestra propia imagen. Pero sabemos que no somos más que eslabones de una cadena que evoluciona hacia arriba, hacia la corona de la manifestación.
El león se aparta de Haniel y se une al toro, que caminaba tras nosotros, y proseguimos el viaje con el águila volando en perezosos círculos por encima de nosotros. Se eleva el sol y nos alejamos de la orilla, ascendiendo por un sendero que lleva a una colina, y deteniéndonos en un bosque en el que se oye cantar a los pájaros. Junto a un antiguo roble está Rafael, y con él los reyes. Por primera vez éstos inclinan la cabeza en un gesto de respeto, todavía no doblan la rodilla ante nosotros, pero quizás un día el hombre pueda ganar su corona y sea el regente de los elementos.
El sendero que recorre el bosque es fresco y agradable y se abre a un camino ancho y recto que tiene a ambos lados campos y montañas. Un carro aguarda junto al camino, y Khamael está al lado de los caballos, con el casco reluciente bajo la luz del sol. Nos da la impresión de que está rodeado de llamas, pero cuando vemos con más claridad nos damos cuenta de que por encima y por detrás de él hay formas de dragones, y recordamos el cachorro de dragón que había a los pies de Miguel. Cuando han crecido plenamente son los Seraphim, los que dan el valor, la fuerza y el conocimiento; y, en cambio, nuestro folklore está lleno de historias que alardean de que el hombre los ha matado...
Seguimos el viaje... Por encima de nosotros, el águila se lanza hacia el sol, hasta que ya no podemos verla, y luego regresa acompañada por puntos de intensa luz brillante que nos rodean. En el camino, de pie ante nosotros, está Tzadkiel, y el color azul de sus ropajes armoniza con el del cielo. Los Chasmalim se lanzan hacia delante, formándose junto a él, cubriéndolo con un manto de luz que brilla y se disuelve, quedando así el camino vacío.
Se pone el sol y viajamos bajo un crepúsculo morado y un cielo estrellado. El león, el toro y el águila se acercan a nosotros, pues estamos penetrando en sus dominios. Delante hay una pequeña edificación abovedada hecha con piedra blanca, y el camino conduce hacia la puerta. Al entrar la descubrimos vacía, pero llena, sin embargo, de algo que no podemos definir. Las criaturas sagradas vienen a nuestro alrededor y por primera vez el león y el toro adoptan su forma alada, ¿pero dónde está el hombre? En el silencio que sucede aprendemos uno de los misterios de Daath. Nosotros somos el elemento perdido. El león se convierte en una llama que penetra en el centro de nuestro corazón, llenándolo de amor, el toro se funde con la tierra y se eleva luego de debajo de nuestros pies para llenarnos con el don de la paciencia y la firmeza. El águila desmenuza sus plumas que se convierten en una suave lluvia, bautizándonos en un mundo de visión clara y de entendimiento.
La habitación vacía se disuelve. Tzadkiel y Ratziel vienen por ambos lados. Estamos al borde del espacio, ante nosotros gira una rueda de luz semejante a las imágenes de galaxias lejanas que vemos en los libros. Gira lentamente, atrayéndonos hacia ella, volviéndonos una misma cosa con todo el árbol. Unos brazos amorosos nos apoyan, la luz se suaviza y nos baña, descansamos.
Se filtra en nuestro corazón y en nuestra mente un conocimiento y una comprensión de una escala que desconocíamos. No hay esfuerzo para entenderlo conscientemente, ha sido siempre parte de nosotros, pero hasta ahora no lo sabíamos. Giramos suavemente, sintiendo el contacto mental de todos los que hemos conocido en nuestros viajes por los senderos y a través de las esferas. Ahora los percibimos y conocemos en un nivel superior, en donde su presencia dentro de nosotros es un placer y un dolor que no podemos ni necesitamos describir. Formamos parte unos de otros para la eternidad. Sabemos que ellos no tendrán siempre las formas que les hemos conocido, pero que les veremos en todas las tradiciones y creencias de la humanidad. En los dioses del hindú, en los sueños del chamán, en el arte de los sabios y en los kachinas de los hopi. En la misa y en el rito de la colina, en la danza de los guerreros masai y en la profesión solemne de los druidas. Los buscaremos y encontraremos en las fes antiguas y olvidadas, y en los nuevos modos no comprobados del hombre moderno. Nos hundimos a más profundidad en la espiral.
No hay división, dejamos escapar todo pensamiento y sensación, y simplemente existimos flotando en un útero de luz, unidos al ser por un cordón umbilical compuesto por nuestro derecho ancestral a la forma terrena primordial de la que hemos emergido como hombre o como mujer. Vinculados así con nuestro pasado, contemplamos el futuro mientras giramos en nuestra propia galaxia, siempre en el punto del nacimiento, o de la muerte, con un sentimiento de novedad que invade cada segundo de la existencia.
Soñamos y recordamos a Mazloth girando en nuestro diseño natal, y la intemporalidad del espacio en donde aprendimos a entender el no-tiempo. Recordamos la matriz y los dibujos de cristal que tratamos de convertir en formas perfectas, fracasando. En la memoria respondemos de nuevo a la cuestión que nos liberó en las balanzas, caminamos con un niño pequeño y con un perro a través de un campo de trigo teñido de sangre. Soñamos con la hoja hecha con el poder mental y con una lámpara que nunca puede oscurecer, y vemos de nuevo los ojos de los Cherubim cuando salimos de la reserva de los sueños. Estamos con los reyes en el espacio, mirando hacia la joya verde azulada de la Tierra, un don que se nos ha dado para mantener, utilizar, amar y llevar a su gloria plena.
Hay un encuentro eterno de paz profunda, como si estuviéramos a punto de despertar de un sueño profundo en una mañana de verano. No estamos ya dentro de la espiral, sino en el templo vacío de Malkuth. Miramos a nuestro alrededor recordando la primera vez que lo vimos, éste es nuestro sitio, nada puede tocar ni profanar el templo interior de la mente. Aquí está nuestra fuerza para los años venideros, aquí nos manifestamos en nuestra mente y corazón, es nuestra habitación vacía, pero que ya no estará así cuando vayamos allí. Aquí se inicia el camino real a la corona de nuestra humanidad.
En el altar hay un círculo de oro, que no es una corona, pero sí su promesa. También hay una llave, la llave de las puertas ocultas que aún no hemos descubierto. Todavía hay senderos que recorrer. El viaje no ha terminado.

Hace ya muchos años que comencé a recorrer el árbol de la vida, y desde entonces he seguido sus senderos numerosas veces, he buscado los senderos ocultos, y tras mucho trabajo los he encontrado y recorrido. Conozco la alegría que producen, y el dolor que pueden causar cuando se recorren mal.
El modelo básico de los misterios occidentales es el de la búsqueda, cuando se obedece una llamada y se avanza por colinas y valles hasta encontrar el Grial del corazón. Pero la parte más importante recibe en terminología oculta el nombre de «el retorno». Tras haber tenido éxito en la búsqueda es necesario regresar y formar a otros para que sigan ese camino. Es una necesidad para todo iniciado y se considera como una promesa. Cuántas veces, al principio de mi formación, deseé alguna guía en los senderos del árbol, y hasta que llevé a término, en cierta medida, mi búsqueda, no comprendí que la tarea iba a ser mía. Espero haberla cumplido adecuadamente.
Habrá observado que en los trabajos de este libro he utilizado el pronombre «nosotros». Lo he hecho a propósito, porque no quería que nadie sintiera que estaba recorriendo solo el sendero, sino con algún amigo, un compañero que hiciera más ligero el camino. Los que tengan conocimiento de lo oculto entenderán lo que he hecho y sus razones. Crea lo que dije en la última frase, que, como en la canción de Bilbo, los viajes nunca terminan: «El camino sigue y sigue.»

1.       ¿Has pensado debidamente en el cuerpo que habitas?
2.       ¿Has vivido todo el tiempo que se te había asignado?
3.       ¿Has evitado la suciedad de cuerpo y mente?
4.       ¿Has amado con el cuerpo sólo cuando lo hacía también el corazón?
5.       ¿Has tenido conocimiento de aquello que te estaba prohibido?
6.       ¿Sólo te ha refrenado la espada o el bastón?
7.       ¿Has respetado los cuerpos de los hermanos más jóvenes?
8.       ¿Has robado?
9.       ¿Has tomado alimentos y bebida en exceso?
10.      ¿Has matado?
11.      ¿Has hablado injustamente llevado por la cólera?
12.      ¿Has pensado con envidia en los bienes de otros?
13.      ¿Has conocido los celos?
14.      ¿Has hablado mal de algún hombre o mujer a causa de la cólera?
15.      ¿Has sido poco diligente en el trabajo?
16.      ¿Has profesado los misterios?
17.      ¿Has conocido un falso orgullo de ti mismo?
18.      ¿Te has apartado del camino asignado?
19.      ¿Has ansiado metales preciosos?
20.      ¿Has sido demasiado mundano?
21.      ¿Has sido justo en los tratos del mercado?
22.      ¿Has pagado tus deudas con prontitud?
23.      ¿Has sido generoso con el necesitado?
24.      ¿Has mentido para obtener ganancias de otros?
25.       ¿Ha sido tu lengua viperina para provocar risa en otros?
26.       ¿Has sido un amigo?
27.       ¿Has odiado con exclusión de todo lo demás?
28.       ¿Has prestado tu cuerpo a alguien del otro lado?
29.       ¿Has sido la alegría de tus padres?
30.       ¿Has honrado todas las fes que proceden de la luz?
31.       ¿Te has tomado el tiempo necesario para estar en paz con los dioses?
32.       ¿Te has apartado de la sabiduría que proporciona el amor?
33.       ¿Has escuchado lo que no era para tus oídos?
34.       ¿Has vivido en la Luz?
35.       ¿Has sido una espada para el débil?
36.       ¿Has esclavizado alguna otra forma de vida?
37.       ¿Te has mirado en el espejo del ser?
38.       ¿Has tomado como propias las palabras salidas de otra boca?
39.       ¿Has sabido que todos los viajes terminan para empezar?
40.       ¿Has recordado a los hermanos de la tierra y has sido compasivo con los más jóvenes que te han servido en el campo y en el hogar?
41.       ¿Te ha llevado la codicia a obligar a un hombre o animal a trabajar más allá de sus fuerzas?
42.       ¿Hay en la tierra alguien que se alegre de que tú hayas vivido?

LOS SEPHIROTH Versión Inglesa


LOS SEPHIROT Traducción Inglesa


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