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EN LOS LIMITES DE LA REALIDAD

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viernes, 11 de enero de 2013

Edgar Allan Poe - Cuatro Bestias en Una: El Hombre Cameleopardo - 666

Edgar Allan Poe - Cuatro Bestias en Una: El Hombre Cameleopardo

Antíoco Epífanes es generalmente visto como el Gog del profeta Ezequiel.
Este honor es, empero, más propiamente atribuido a Cambises, el hijo de
Ciro. Y ciertamente el caracter del monarca sirio no necesita ningún otro
ornamento. Su acceso al trono, o mejor dicho, su usurpación de la
soberanía, unos ciento setenta años antes de Cristo; su intento de saquear
el templo de Diana en Efeso; su implacable hostilidad hacia los Judíos; su
profanación al Santo de los Santos; y su miserable muerte en Tebas, luego
de un tumultuoso reinado de once años, son circunstancias bastante
relevantes, y generalmente han sido mucho más reportadas por los
historiadores de esta época, que su impía, vil, cruel, tonta y antojadiza
conjunción de hechos que hicieron el sumatoria de su vida privada y
reputación.
Vamos a suponer, amado lector, que estamos ahora en el año tres mil
ochocientos treinta, y vamos, por unos minutos, a imaginarnos a nosotros
mismos dentro de una de las más grotescas habitaciones humanas, la
remarcable ciudad de Antioquía. Se asegura que en Siria y otras naciones,
hubo dieciséis ciudades con el mismo nombre, aparte de la que estoy
aludiendo particularmente. Pero la nuestra es aquella denominada Antioquía
Epidafne, por su vecindad con el pequeño pueblo de Dafne, donde tenemos un
templo dedicada a tal divinidad. Fue construído por (hay, sin embargo,
alguna disputa sobre esta materia) Seleuco Nicanor, el primer rey del país
después de la muerte de Alejandro Magno, en memoria de Antíoco, su padre,
y se convirtió inmediatamente en residencia de la monarquía siria. En los
tiempos florecientes del Imperio Romano, fue una usual estación del
prefecto de las provincias de Medio Oriente; y muchos de los emperadores
pasaron aquí gran parte de sus tiempos. Pero percibo que hemos llegado a
la ciudad misma. Pero, ascendamos por su almenaje, y lancemos nuestra
vista sobre el pueblo y los vecinos.
¿Qué río ancho y rápido es que fuerza su camino, con innumerables saltos,
a través de las salvajes montañas, y finalmente a través de las salvajes
construcciones?
Es el Orontes, y es la única traza de agua a la vista, con la excepción
del Mediterráneo, que se expande, como un ancho espejo, a través de doce
millas hacia el sur. Todos han visto el Mediterráneo, pero déjenme
decirles, hay algunos que han dado miradas furtivas sobre Antioquía.
Estos, unos pocos, como usted y yo, han tenido, al mismo tiempo, las
ventajas de una moderna educación. Por consiguiente desisten de reconocer
el mar, y prestan completa atención a la masa de casas que permanecen bajo
nuestro. Ustedes recordarán que es el año del mundo tres mil ochocientos
treinta. Donde más tarde, por ejemplo, en el año de nuestro Señor mil
ochocientos cuarenta y cinco, no tendríamos tal extraordinario
espectáculo. En el Siglo Diecinueve Antioquía está -o mejor tendríamos que
decir, estará- e un lamentable estado de decaimiento. Ha estado, para esta
época, totalmente destruída, en de tres diferentes períodos, por tres
terremotos sucesivos. Por consiguiente, al decir verdad, lo poco que pudo
haber quedado, será encontrado en un estado tan desolado y ruinoso que el
patriarca debería mudar su residencia a Damasco. Esto está bien. Veo que
aprovecha mi consejo, y dedica la mayoría de su tiempo a reconocer los
lugares para
... Satisfacer vuestros ojos
Con las memorias y las cosas famosas
Que más honran a esta ciudad.
Le pido perdón; había olvidado que Shakespeare no florecería hasta dentro
de diecisiete siglos y medio. Pero ¿la apariencia de Epidaphne no me
justifica en llamarla grotesca?
"Está bien fortificada; y a este respecto, está tan en deuda con la
naturaleza como con el arte."
Muy cierto.
"Hay un gran número de palacios estatales."
Los hay.
"Y los numerosos templos, suntuosos y magníficos, pueder ser
tranquilamente comparados con los más laudados de la antigüedad."
Todo esto tengo que admitirlo. Aún tenemos una infinidad de chozas de
barro, y caramancheles abominables. No podemos sino percibir abundancia de
suciedad en cada esquina, y, no sería por el poderoso humo de idólatras
inciensos, no tendría duda que encontraríamos una intolerable pestilencia.
¿Alguna vez vio calles tan insufriblemente estrechas, o casas tan
milagrosamente altas? ¡Qué lóbrega se ven sus sombras proyectadas sobre el
piso! Es que si no fuera que las lámparas pendientes de las interminables
columnatas son mantenidas encendidas aún de día, tendríamos sin duda la
oscuridad del Egipto en el tiempo de la desolación.
"¡Ciertamente es un lugar extraño! ¿Cuál es el significado particular de
todas estas singulares construcciones? ¡Mire! Son torres encima de otras,
y todas apuntan hacia lo que yo tomo por el Palacio Real."
Este es el nuevo Templo del Sol, que es adorado en Siria bajo el título de
Elah Gabalah. Más adelante, un notorio Emperador Romano instituiría su
culto en Roma, y consecuentemente tomó del mismo su apodo: Heliogábalo. Me
atrevo a decirle que eche un vistazo a la divinidad dentro del templo. No
necesitará mirar hacia arriba, al cielo; su arca no está arriba, al menos
no el arca adorada por los sirios. Esta deidad es encontrada en el
interior de aquella construcción. Es adorada bajo la figura de un gran
pilar que está en la punta de un cono o pirámide, donde se connota el
fuego.
"¡Escucha! ¿Quién puede de aquellos ridículos seres, estar, medio desnudo,
con su rostro pintado, gritando y gesticulando al gentío?"
Algunos son charlatanes de feria. Otros pertenecen a la raza de los
filósofos. La mayoría, empero, aquellos especialmente que machacan al
populacho con palos, son los principales cortesanos del palacio,
ejecutando como tarea pesada, alguna laudable vis cómica del rey.
"¿Pero, qué tenemos aquí? ¡Cielos! ¡El pueblo es abarrotado junto a
bestias salvajes! ¡Qué terrible espectáculo, de peligrosa extravagancia!"
Terrible, con su permiso; pero no tanto como para ser peligroso. Cada
animal si usted se toma la molestia de observar, está siguiendo, muy
tranquilamente, a su amo. Algunos pocos son guiados con sogas alrededor
del cuello, pero estos son mayormente los menos o solamente especies
tímidas. El león, el tigre, y el leopardo están enteramente sin ningún
freno. Todos han sido entrenado sin dificultad para la presente profesión,
y siguen a sus respectivos dueños como si fueran una especie de
valets-de-chambre. Es verdad, hay ocasiones en las que la Naturaleza se
asegura sus dominios violadosl pero por entonces si un hombre era devorado
o si un toro consagrado era sacrificado, eran circunstancias de muy poca
monta para ser menos que inferiores en Epimanes.
"¿Pero, qué extraordinario tumulto escucho? Seguramente este es un ruido
alto para la ciudad. Debe ser el principio de alguna conmoción de inusual
interés."
Si, indudablemente. El rey ha ordenado algún espectáculo novel, algunas
exhibiciones de gladiadores en el hipódromo, o quizás la masacre de los
prisioneros escitas, o la incendio de su nuevo palacio, o la demolición de
algún enorme templo, o tal vez la muerte en la hoguera de algunos judíos.
Los gritos se acrecientan. Los alaridos de risas ascienden a los cielos.
El aire se vuelve disonante con instrumentos de viento, y horrible con el
clamor de un millón de gargantas. Dejémoslo descender, por amor a la
diversión, y veamos que pasa. ¡Pero cuidado! Aquí estamos en la calle
principal, la calle de Timarco. Un mar de gente viene por esta vía, y
encontraremos una gran dificultad en detener la ola. Ellos vienen
desbordando el callejón desde la calle Heracles, que desemboca
directamente en el palacio. Por consiguiente, debe ser probable que el Rey
esté entre los alborotadores. Si, escucho los gritos del líder proclamando
su advenimiento en la pomposa fraseología del Este. Debemos echar un
vistazo a esta persona cuando pase por el templo de Ashimah. Podemos
salvaguardarnos en el vestíbulo del santuario; él estará aquí enseguida.
En mientras podemos examinar esta imagen. ¿Qué es? ¡Oh! Es el dios Ashimah
en persona. Tú lo percibes, sin embargo, que no es un cordero, ni una
cabra ni un sátiro ni tampoco el dios Pan de los Arcadianos. Aún todas
estas apariencias han sido dadas, pido perdón, serán dadas, por los
entendidos de futuras épocas, al dios Ashimah de los sirios. Ponlo en tus
lentes, y dime que es. ¿Qué es?
"¡Dios bendito! ¡Es como un mono!"
Cierto, como un babuino; pero de ninguna manera es menos que una deidad.
Su nombre es una derivación del griego Simia, (¡que grandes tontos son los
arqueologos!) ¡Pero mira! ¡Mira! Aquel pilluelo harapiento que corre a
toda prisa. ¿A dónde va? ¿Por qué está llorando? ¿Qué es lo que dice? ¡Oh!
¡Dice que el rey está viniendo triunfante; que está vestido de protocolo;
que acaba de dar muerte, con sus propias manos, a un centenar de
israelitas encadenados! A raíz de esta hazaña, el mendigo está loándolo
hasta los cielos. ¡Escucha! Aquí viene una tropa. Han hecho un himno
latino sobre el valor del rey, y lo están cantando a medida que marchan.
Mille, mille, mille,
Mille, mille, mille,
Decollavimus, unus homo!
Mille, mille, mille, mille, decollavimus!
Mille, mille, mille,
Vivat qui mille mille occidit!
Tantum vini habet nemo
Quantum sanguinis effudit!(*)
Lo que puede ser interpretado como:
¡Ciento, ciento, ciento,
Ciento, ciento, ciento,
Nosotros, con un guerrero, hemos matado!
¡Ciento, ciento, ciento, ciento, cantamos ciento de nuevo!
¡Viva! Cantemos
Larga vida a nuestro rey,
Quien golpea a un centenar tan valiente
¡Viva! Bramemos,
Él nos ha dado más
Galones de sangre
Que todas las jarras de vino de Siria!
"¿Puedes escuchar el sonido de las trompetas?"
Si: ¡el rey está llegando! ¡Mira! La gente está pasmada de admiración, y
abren sus ojos al cielo en reverencia. ¡Él viene, está viniendo, aquí está!
"¿Quién? ¿Dónde? ¿El rey? No puedo verlo, no puedo decir que lo esté
percibiendo."
Entonces tú debes estar ciego.
"Es muy posible. No veo nada más que un tumultuoso tropel de idiotas y
locos, que se postran ante un gigantesco cameleopardo, y se esfuerzan para
darle un beso en las patas del animal. ¡Mira! La bestia acaba de patear a
uno de los de la chusma, luego a otro y a otro. Ciertamente no puedo dejar
de admirar al animal por la excelente utilización que hace de sus patas."
¡Gentuza! ¡Por qué estos son los ciudadanos nobles y libres de Epidaphne!
¿A qué bestias te refieres? Te cuidado que no seas oído por casualidad.
¿No percibes que el animal tiene el rostro de un hombre? ¡Por qué, mi
querido señor, este cameleopardo no es otro que Antíoco Epífanes, Antíoco
el Ilustre, Rey de Siria, el más potente de todos los autócratas del
Oriente! Es verdad, que también es nombrado, a veces, como Antíoco
Epimanes, Antíoco el loco, pero es a causa de que toda la gente no tiene
la capacidad de apreciar sus méritos. Es también cierto que en este
momento está camuflado bajo la piel de una bestia, y está haciendo su
mejor intento por interpretar el rol de un cameleopardo; pero esto lo hace
para el mejor mantenimiento de su dignidad real. Además, el monarca posee
una gigantesca estatura, y sus vestiduras, por consiguiente, no son nunca
indecorosas ni tampoco muy grandes. Nosotros podemos, sin embargo,
presumir que podría haberlas adoptado por alguna ocasión especial. Tal, si
me permites, la masacre del centenar de judíos. ¡Con que dignidad
superior, el monarca deambula en cuatro patas! Su cola es sujetada, como
tu puedes percibir, por sus dos concubinas principales, Elina y Argelais;
y su presencia sería mucho más agradable si no fuera por las
protuberancias de sus ojos, que parecen ciertamente arrancar fuera de su
cabeza, y el excéntrico color de su rostro es indescriptible a causa de la
gran cantidad de vino que ha ingerido. Sigámosle al hipódromo, adónde se
está encaminando, y escuchemos el cántico triunfal que acaba de comenzar:
¿Quién es el Rey sino Epífanes?
Dilo si lo sabes
¿Quién es el Rey sino Epífanes?
¡Bravo! ¡bravo!
No hay nadie como Epífanes,
No, no hay nadie como él.
¡Así que destruye el templo,
Y póstrate al sol!
¡Una buena y vigorosa canción! El populacho lo vitorea como el 'Príncipe
de los Poetas', también como 'Gloria del Oriente', 'Placer del Universo' y
como 'Más Admirable de los Cameleopardos'. Ellos han entonado su efusión,
¿los escuchas? Ahora lo cantan de nuevo. Cuando arriba al hipódromo, será
coronado con la corona de los poetas, anticipadamente por su victoria en
las próximas Olimpíadas.
"¡Pero, buen Jupiter! ¿Qué sucede con la multitud a nuestras espaldas?"
¿Qué dices? ¡Oh, ah! Ya veo, mi amigo. Es bueno que hables a tiempo.
Vayamos a un lugar seguro lo más rápido posible. ¡Aquí! Ocultémonos bajo
el arco de este acueducto, y te diré en un momento acerca del origen de
esta conmoción. Se volvió como lo había anticipado. La singular apariencia
del cameleopardo y la cabeza de un hombre, hubieron, en apariencia,
realizado alguna ofensa a las nociones de diversión decente, en general,
por los animales salvajes domesticados en la ciudad. Como resultado se ha
desatado un motín, y, como es usual en estos casos, todos los esfuerzos
humanos son inútiles para mitigar a la turba. Varios de los sirios han
sido devorados; pero la voz general de los patriotas cuadrúmanos parece
ser la de comer al cameleopardo. 'El Príncipe de los Poetas', por
consiguiente, debe correr por su vida. Sus cortesanos le han dejado solo,
y sus concubinas han seguido tal excelente ejemplo. 'El Placer del
Universo' ¡qué arte para tal triste prédica! 'Gloria del Oriente' ¡qué
arte para qué peligro de masticación! En consecuencia nunca miró tan
lastimosamente su cola; iba a ser arrastrado indudablemente hacia el
fango, y no había nadie que le ayude. No mires detrás tuyo a esta
inevitable degradación; pero ten coraje, emplea tus piernas con vigor, ¡y
vete del hipódromo! Recuerda a este Antíoco Epífanes. Antíoco el Ilustre,
también 'Príncipe de los Poetas', 'Gloria del Oriente', 'Placer del
Universo', y el 'Más Admirable de los Cameleopardos'. ¡Cielos! Qué rapidez
estás desplegando! ¡Qué capacidad de huida que demuestras! ¡Corre,
Príncipe! ¡Bravo, Epífanes! Bien hecho, Cameleopardo. ¡Glorioso Antíoco!
¡Corre! ¡Brinca! ¡Vuela! ¡Cómo una flecha lanzada de una catapulta, él
escapa del hipódromo! ¡Cabriola! ¡Grita! ¡Está ahí! Esto es bueno; por que
has sido 'Gloria del Oriente', y has sido el segundo en alcanzar las
puertas del Anfiteatro, ya que no hay cachorro de oso en Epidaphne que no
hubiese roído tu osamenta. Salgamos, ¡marchémonos!, ya que no podremos con
nuestros oídos modernos siquiera soportar el vasto estruendo que está por
comenzar para celebrar el escape del rey. ¡Escucha! Ya ha comenzado.
¡Mira! Toda la ciudad está revuelta.
"¡Seguro, esta es la ciudad más populosa del este! ¡Qué cantidad de gente!
¡Qué conglomeración de personas de todas las edades! ¡Qué multiplicidad de
sectas y naciones! ¡Qué variedad de vestimentas! ¡Qué Babel de lenguajes!
¡Qué rugidos de bestias! ¡Qué tintineo de instrumentos! ¡Qué parcela de
filósofos!"
Vamos, debemos irnos.
"¡Espera un momento! Veo una vasta barahúnda en el hipódromo; ¿cuál es el
significado de esto?, te suplico me digas."
¿Eso? ¡Oh, no es nada! Los nobles y los ciudadanos libres de Epidafne
estando, como ellos declararon, satisfechos con la fe, valor, sabiduría y
divinidad de su rey, y teniendo ocasión de presenciar, además, su reciente
agilidad sobrehumana, piensan que deben ceñirle la frente (en añadidura a
su corona poética) con el lauro de la victoria en la carrera pedestre, un
lauro que es evidente que él deberá obtener durante las próximos Juegos
Olímpicos, y que, por consiguiente, está consiguiendo anticipadamente.

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