El origen del mundo
Introducción
Dentro de Oceanía, un continente dominado
por el agua, Australia con sus 4.000 kilómetros, emerge como la única isla cuya
extensión nos hace olvidar su carácter insular. Para facilitar el estudio del
resto de las islas de este continente, fue necesario agruparlas bajo unos
términos más amplios como son los de Micronesia, Melanesia y Polinesia. La
población aborigen llegó a Australia hace unos 40.000 años, aunque hay
estudiosos que atrasan su llegada hasta los 60.000. Utilizando canoas y toscas
embarcaciones, estos primitivos viajeros arribaron a las costas australianas en
varias oleadas, desde distintos lugares de la vecina Asia. Tal vez uno de estos
lugares de partida, pudo ser la India, ya que con la población india comparten
ciertos rasgos como su nariz ancha y algo aplastada o tez oscura. Su increíble
capacidad de adaptación al medio les permitió alcanzar una población aproximada
de un millón de habitantes a la llegada de los europeos a principios del siglo
XVII, en la actualidad sólo quedan unos 200.000 primitivos australianos.
Estos colonos originales desarrollaron una
nueva civilización con una serie de rasgos comunes que nos permite identificar
esta particular cultura: una economía basada en la recolección y en la caza y
la pesca, sin prácticas ganaderas o agrícolas; útiles de madera como el valioso
bumerang, arma de caza conocida en todo el mundo; vida al aire libre, sin
presencia de una arquitectura civil o religiosa; manifestaciones artísticas
valiosísimas con un arte rupestre muy rico y complejo acompañado de una
impresionante pintura sobre el cuerpo, de gran expresividad; organización
tribal y agrupación en torno a clanes y grupos familiares, vinculados a un
tótem o a varios tótems.
A pesar de estos rasgos
comunes, el tiempo y la distancia han ido configurando importantes diferencias
regionales entre la población aborigen australiana, tanto desde el punto de vista
lingüístico, como desde el punto de vista religioso o artístico. Esta
diversidad queda patente al comprobar que en la Australia aborigen se pueden
contar hasta 250 dialectos diferentes. Paulatinamente los dialectos fueron
asociados a parcelas de territorio, hasta que las agrupaciones más reconocidas
fueron aquellas designadas por el dialecto.
En
términos generales podemos establecer hasta 17 ó 18 regiones culturales al hablar
de la población aborigen australiana. En primer lugar hallamos la zona norte,
en la que destaca la pintura rupestre, y en la que encontramos numerosas
tribus: Gunwinggu, Nunggubuyu, Rembarnga, Yolngu, Gurindji, Jawoyn, Ngarinman,
Wik, Kuku-yalanji, Gayardilt, Kaiadilt, Lardil, Waanyi, Yanuwa, Gooniyandi,
Ngarinyin, Gagudju, Larrakia, Tiwi, Djabugay, y los Yidinjdji.
En segundo lugar una región
sur, donde los aborígenes se autodenominan «nunga», con grupos como los
adnyamathanha, los kaurna, y los ngarrindjeri. Otra región es la del este,
donde encontramos varias tribus: Boonwurrung, Bundjalung, Darug, Eora,
Gunditjmara, Kurnai, Ngunawal, Woiworung, Yugembeh, Barkindji, Kamilaroi,
Wiradjuri, Yorta Yorta, Badtjala, Gubbi Gubbi, Quandamooka, o Yuggera.
En
la región oeste, la población del área más septentrional se hace llamar
«yamtji», mientras que el pueblo más meridional se autodenomina «nyungars»; los
grupos que podemos encontrara en zona son los bibbulman, ngyungar, wajuk,
watjarri, y yindjibarndi. La zona central es una zona tremendamente árida, en
la que se encuentra alguno de los desiertos más secos de la Tierra, en ella se
ubican tribus como los arrernte, los pintupi, los pitjantjatjara, los warlpiri,
los wongath, los arabana, y los kalkadoon.
La
isla de Tasmania es otra región dentro de la cultura aborigen australiana, si
bien es cierto que tiene características especiales que la diferencian del
resto de la cultura aborigen australiana; esta zona incluye los grupos de
Nuenonne y Paredarerme.
Por
último la zona de las Islas de Torres Strait con las tribus de Meriam Mir y
Muralag.
Esta
larga lista de nombres no debe de quedar como una simple enumeración, sino que
debe de servir para mostrar la gran diversidad y la gran variedad de matices
que puede ofrecernos la cultura aborigen australiana.
Durante siglos Australia
permaneció aislada, evolucionando y cultivando una rica cultura, respetuosa con
la naturaleza y con la Tierra, alejada de cualquier influjo exterior. Parece
ser que pudo haber algún contacto con Nueva Guinea, con China y con Malasia y
que hasta las costas del norte de Australia llegaron navegantes árabes en torno
al siglo XV. Los primeros europeos en llegar a la isla fueron navegantes tan
avezados como Magallanes o Saavedra. Sin embargo, fueron los holandeses los
primeros en establecer recaladas definitivas en estas latitudes. Les siguieron
luego ingleses y franceses. Pero Australia permaneció inexplorada hasta el
siglo XVIII. Y en 1829 Gran Bretaña se anexionó toda Australia. El impacto que
supuso para la cultura aborigen la llegada y el asentamiento de estas gentes
extranjeras fue enorme. Los europeos importaban unas costumbres que escapaban a
la comprensión de los aborígenes y que chocaban con su concepción del mundo,
desde la explotación de la tierra y de los animales, mediante la agricultura,
la ganadería o la minería, hasta la construcción de grandes edificios, fábricas
y casas, pasando por el uso de ropa que tapaba todo el cuerpo y de extraños
utensilios. En Australia, los aborígenes sufrieron la enfermedad, la violencia,
la desposesión y el desarraigo, principalmente desde el siglo XIX; su población
descendió desde el millón de habitantes a la llegada de los europeos, hasta los
200.000 de hoy en día, en torno al 1'5 de la población de Australia. A mediados
del siglo XX consiguieron que la ley les concediera derechos sobre la tierra,
sin embargo esto no fue suficiente. Para solventar la situación desastrosa en
que se hallaba esta población, durante los años 80 y 90 del siglo XX, los
distintos gobiernos australianos desarrollaron una serie de medidas destinadas
a la mejora de las condiciones de vida de la población aborigen. En la
actualidad la población aborigen australiana, más integrada ya en el modo de
vida occidental, mantiene viva su tradición y su cultura, mediante la práctica
de sus rituales y la producción artística, tanto literaria como pictórica, que
deja bien patente la fuerza y la recuperación de esta rica civilización.
Mitos
relacionados con el origen y ordenación del Mundo
La
cosmovisión de los aborígenes australianos
Uno
de los elementos que destaca en esta cultura es la fuerte conexión que los
aborígenes sienten con la naturaleza. Esa intensa unión sienta las bases de su
visión particular del mundo y del papel que cumple el ser humano en la Tierra y
también impregna todos los aspectos de su vida diaria. Creen que el ser humano
forma parte de una esencia superior que es la Naturaleza, de la cual forman
parte los seres vivos y los muertos, desde la roca, la lluvia, la lombriz, o
los árboles, hasta los canguros y los hombres. De acuerdo con esta concepción,
el hombre no es un ser superior, sino que comparte el medio ambiente con el
resto de los seres de la Tierra, y tan necesaria es la existencia de los
lagartos como la suya propia. Para comprender mejor este gran aprecio y respeto
que sienten por la naturaleza, debemos de considerar que estamos ante una
sociedad de recolectores y cazadores, cuya supervivencia dependía
exclusivamente de los bienes que obtuviesen de la naturaleza, de ahí la
necesidad de preservarla y de mantener su equilibrio. Para preservar ese
equilibrio, todos los elementos de la naturaleza debían ser tenidos en cuenta y
todos tenían su función.
La
función del ser humano es la de honrar a la Naturaleza y a sus elementos,
mediante la práctica de rituales; se establece así una relación simbiótica, ya
que el hombre recibe cobijo y sustento de la Naturaleza, y a cambio, ayuda a
mantener el orden mediante rituales. Siguiendo este planteamiento, podemos
entender que el aborigen australiano nunca perjudique el medio, sino que lo
proteja. Esa veneración y esa unión que sienten con la Naturaleza la
manifiestan materialmente mediante los tótems, que están vinculados con algún
elemento o algún aspecto de la Naturaleza, al que una tribu, una casa o un
individuo aborigen rinde culto. Mediante este sistema totémico, los aborígenes
podían venerar a cualquier aspecto o elemento de la Naturaleza: la roca, la
lluvia, la lanza, el lago, las flores, los animales o las plantas. Además, los
aborígenes realizaron una clasificación de tótems desde los que eran de culto
individual, hasta los de índole local, pasando por los vinculados con el sexo o
con la familia.
Este
orden fundamentado en tótems favoreció el desarrollo de una organización social
basada en clanes, que a su vez se dividieron en casas, con lo cual se difundió
una gran variedad de relatos, mitos, héroes y creencias particulares, que nos
son imposibles conocer en su totalidad. Sin embargo, a pesar de esa enorme
diversidad, la mayoría de los aborígenes australianos comparten un conjunto de
creencias a cerca del Universo, su origen, la Naturaleza o el papel del ser
humano. Así, la mayoría de su mitología está relacionada con la Naturaleza y
con la Tierra, mostrada como antítesis al cielo y al océano.
La
creación y la ordenación del Mundo, en la mitología de los pueblos nativos
australianos, se explica mediante relatos mitológicos que tienen como
protagonistas a seres legendarios, dioses y héroes ancestrales. Del mismo modo
que ocurría con los mitos africanos o con la cosmogonía clásica, el origen del
mundo y su forma, tal y como la conocemos, se debe a la intervención de seres
mágicos y dioses primitivos, cuya actuación permite, no sólo que exista nuestro
mundo, sino también la vida en él. De igual modo, estos relatos mitológicos
ayudan a comprender el origen de ciertos fenómenos naturales o el origen de
ciertas costumbres y normas sociales, justificándolas. De forma que estos
mitos, acompañados de los correspondientes rituales, ayudaban a conservar este
orden establecido, tanto desde el punto de vista natural como desde el punto de
vista social. En este trabajo nos centraremos en esas leyendas y creencias
comunes a la mayor parte de los aborígenes australianos: la estructura del
Universo, leyendas sobre el origen de algunos cuerpos celestes, el «Tiempo del
Sueño», la historia de Biame o el relato de la Madre Serpiente.
El
Tiempo del Sueño
Dentro de la mitología aborigen
australiana, los mitos de la creación ocupan un lugar muy importante. La
creación y ordenación del mundo tuvo lugar en un periodo mitológico y
sobrenatural, conocido como «Alchera», Dreaming o Dreamtime, cuya traducción
literal es «Tiempo del Sueño». En este tiempo mágico, la Tierra tomó forma y la
vida surgió en ella. En la mayor parte de las leyendas que hablan del Dreaming,
se relatan los viajes de los espíritus ancestrales, llamados Wondjina, que
crearon el mundo tal y como lo conocemos, con sus ríos y sus rocas, las
estrellas y dieron vida al ser humano, a las plantas y a los animales.
Posteriormente, durante el Dreamtime, estos espíritus, viajaron libremente por
Australia y después de transmitir a lo seres humanos los conocimientos
necesarios para su supervivencia y para el mantenimiento del orden establecido,
los Wondjina desaparecieron dentro de la Tierra y habitan en las formas del
mundo natural que crearon: rocas, pájaros, ríos, etc...
En
la mayoría de estos mitos, la Tierra surgió de la materia preexistente y el
paisaje fue paulatinamente transformado por la acción de unas criaturas con
forma parecida a la de gigantes serpientes. Estas «serpientes» fueron
levantando, horadando y retorciendo, el terreno existente, y a medida que lo
hacían iban configurando el paisaje actual. Estos seres ancestrales, que dieron
forma a la Tierra, surgieron de la propia Tierra. Posteriormente dedicamos un
epígrafe al mito de la «Madre Serpiente»
Al «Tiempo del
Sueño», también se puede entrar en el presente mediante la práctica de ciertos
rituales, utilizando tótems. Así, la conservación de los mitos y la práctica de
los rituales se mantiene en cierto modo, la continuidad de este tiempo
sobrenatural, tan importante en la mitología aborigen, y garantiza también la
continuidad de la vida.
Estructura
del Universo y origen de algunos elementos celestes
En
este sistema de creencias, donde la Tierra y la Naturaleza ocupaban un lugar
privilegiado, el firmamento era poco atendido de manera que la mayor parte de
su cosmología estaba basada en la mitología y en observaciones astronómicas muy
generales.
La
estructura del Universo varía poco de un pueblo aborigen a otro. En general
para estos nativos, en el Universo había tres planos: la Tierra, el cielo y el
subsuelo. La Tierra, cuya forma es circular, está cubierta por el cielo que se
estrecha en el horizonte. El cielo es el hogar de los héroes ancestrales y de
los seres sobrenaturales. Además, el cielo era descrito como el lugar donde iba
el alma de una persona cuando esta moría, curiosamente como explica el
Cristianismo, salvando las muchas diferencias, claro está. Como su Tierra
(Australia) era un espacio bastante seco, donde el agua no era muy abundante, a
los ojos del aborigen australiano, el cielo se imaginó como un espacio verde,
donde el suministro de agua era mayor que en la tierra, resultando una morada
digna de los dioses y de esas almas que abandonaban el cuerpo al morir. La luz,
el brillo de las estrellas era visto como las hogueras de los seres que residían
en el cielo. Algunos mitos explican que el cielo era sostenido por unos apoyos
gigantescos situados en los extremos de la Tierra sujeto. Esta idea de grandes
pilares o apoyos que sujetan el cielo, también es recogida por otras
mitologías, por ejemplo, la china. Los aborígenes australianos sentían un gran
respeto por la figura del chamán, de quien se decía era capaz de viajar del
plano terrestre al plano celeste, mediante una serie de rituales y utilizando
ciertas semillas de árboles que se hallaban entre el cielo y la tierra.
El
plano subterráneo, era un plano inferior a la Tierra con la cual tenía un mayor
parecido que el cielo. En este plano, situado por debajo del terrestre, estaba
ocupado por gente que se parecía bastante a la que ocupaba la Tierra. Otros
relatos sostenían que el subsuelo es un plano más oscuro y que está vacío,
deshabitado. Una leyenda aborigen cuanta que el hombre luna y la mujer sol,
atravesaban cada día este plano subterráneo para volver al horizonte este,
desde el oeste. De este modo, explicaban la desaparición tanto del sol como de
la luna en el horizonte oeste, y su aparición en el este cada día.
Como
ya hemos apuntado en el párrafo anterior, para los aborígenes australianos, la
luna era identificado con una figura masculina, mientras que el sol era
considerado una figura femenina, justa al revés que en muchas otras culturas,
como puede ser la clásica. Esto puede deberse a la importancia que los nativos
australianos otorgaban a la figura femenina, sin la cual no era posible la
vida. Del mismo modo, la vida en la Tierra no es posible sin el sol, con lo
cual pudo establecerse una relación entre la feminidad y el astro rey. El mito
que nos narra el origen del sol, nos cuenta que éste surgió de la propia Tierra
en un lugar concreto, señalado por una gran roca; cada día el sol se alza en el
cielo y vuelve a la Tierra cada noche, justo al mismo lugar del que surgió por
vez primera. Existe otra narración, completamente distinta, que también explica
la aparición del sol en el cielo cada día. Según esta leyenda, una mujer dejó a
su hijo en el interior de una cueva mientras buscaba comida; cuando anocheció,
la mujer se perdió y entró en la región celeste, que comenzó a recorrer con una
antorcha; la mujer aún sigue perdida y cada día cruza el cielo con su antorcha,
iluminándolo mientras busca a su hijo perdido.
También
es curioso el relato mitológico que explica el origen de la luna, que como ya
hemos indicado era una entidad masculina. Según este mito, un miembro del tótem
de la zarigüeya tenía un fabuloso cuchillo con la luna dentro, de modo que
podía cazar por la noche con la luz que proyectaba. En cierta ocasión, un
miembro de otro tótem se lo arrebató y huyó. El dueño del cuchillo, corrió tras
él, sin éxito. Como no pudo alcanzarlo, se dirigió a él vociferando y propuso
al ladrón que dejase la luna en el cielo para que todos pudiesen sacar provecho
de su luz y pudieran cazar de noche. Existe otro mito distinto, pero igual de
interesante, que explica las fases de la luna. El relato cuenta cómo un miembro
del tótem de la zarigüeya murió y poco después se alzó de su tumba, volviendo a
ser un hombre; nuevamente envejeció y murió otra vez; en determinados puntos,
se vuelve a levantar como un hombre joven, para ir envejeciendo y volver a
morir.
Pero
en la mitología de los aborígenes australianos, no solamente se recogen mitos
sobre el sol y la luna, sino que otros cuerpos celestes también merecieron su
atención. Entre ellos destaca el mito de las Pléyades y de Orión, que fueron
importantes grupos de estrellas para los nativos de Australia. Las Pléyades
eran siete hermanas que iban siempre juntas a cualquier sitio y un día
aterrizaron todas en su lugar favorito, donde encontraron a un grupo de hombres
llamados Yayarr. Estos hombres acompañaron y ayudaron a las hermanas, hasta que
se cansaron. Solamente uno se quedó con ellas. Cuando las estrellas se fueron
al cielo, el hombre las siguió también hasta el firmamento y se convirtió en
Orión.
Las
estrellas de Escorpio también tienen su propio mito, según el cual un recién
iniciado fue seducido por una mujer y mantuvo relaciones sexuales antes de
haber sido purificado. Los maestros del joven querían castigarle por haber roto
las normas, pero la pareja huyó al cielo. Los maestros les persiguieron
arrojándoles bumeranes, pero fallaron. Entonces todos se transformaron en
estrellas para mostrara que el iniciado jamás podría finalizar su formación.
Otros
fenómenos celestes también fueron explicados mediante mitos que ayudaban a
comprender hechos, que, de otra forma, eran inexplicables. Así sucedía con los
eclipses de sol; para los nativos australianos los eclipses de sol, eran
debidos a la intromisión de un demonio, Arungquilta, que quería introducirse en
el sol para vivir en él. Cada vez que tenía lugar un eclipse, el chamán debía
de realizar un ritual, para expulsar al demonio Arungquilta y expulsarle lejos
del sol.
Biame, el Gran Dios Espíritu y otros dioses creadores
Dentro
de los mitos de creación, puede que el más extendido entre los pueblos nativos
australianos sea el de el dios Baiame, también conocido bajo los nombres de
Balame, Byamee o Biame, que procede del vocablo biai, «hacer». Este dios ancestral es
conocido como «El más Grande» o «El Creador» y es el responsable de haber
creado por primera vez la Tierra.
Uno
de estos relatos sobre Biame resulta tener cierto contenido moral, además de
justificar la necesidad de que todos los seres de la Tierra permanezcan unidos,
siendo todos iguales. Este relato, nos cuenta que Biame estableció tres tribus
diferentes de seres vivos para poblar la Tierra. En primer lugar creó la tribu
de los animales y habitantes del suelo; en este grupo encontramos seres de
tamaños y formas diversas, desde los reptiles que se arrastran por el suelo, hasta
los canguros y los koalas. En segundo lugar, creó a la tribu de los pájaros,
integrada por curiosas aves de todas las dimensión y colores. En último lugar,
dió vida la tribu de los peces que poblaron los ríos, los lagos, las charcas y
los amplios mares. En medio de estas tribus vivía una extraña criatura, llamada
platypus que compartía cualidades con cada una de esos grupos; así, tenía piel
como los animales, ponía huevos como los pájaros y nadaba como los peces. Este
ser tenía amistad con las tres tribus, que pronto sintieron una gran admiración
y respeto por él. Según cuenta la leyenda, un desafortunado día las tribus
empezaron a discutir sobre cuál de ellas era la mejor. La discusión se volvió
tan enérgica, que la lucha estalló y los grupos se separaron. Cada una de las
tres tribus invitó a platypus a que se uniera a ella; primero la de los
animales, con el gran canguro Bagaray a la cabeza, después la de los pájaros
liderada por Buntil, el gran águila y finalmente los peces, con Goodoo al
frente. Platypus agradeció a todos su interés y tras meditar unos instantes,
respondió: «Animales, me gustaría unirme a vosotros, ya que tengo fur como
vosotros; pájaros, pongo huevos como vosotros y como gusanos y me gustaría
unirme a vuestra tribu; peces, nado con vosotros diariamente y somos grandes
amigos. Es una decisión muy difícil, pero he considerado que no me uniré a
ninguna como tribus separadas; sin embargo me uniré a todos vosotros como parte
que sois de mí, del mismo modo que yo soy parte de todos vosotros, por lo tanto
ningún grupo o tribu es mejor que otra, ni yo tampoco. Cada uno de vosotros
sois especiales y únicos en vuestra existencia». Como hemos indicado al
comienzo del relato, esta leyenda tiene un contenido moral muy importante en la
vida aborigen australiana: todos los seres de la Tierra son iguales y deben
permanecer unidos.
Otra
leyenda de Baiame, nos cuenta como el dios después de crear la Tierra, creó al
primer hombre y a la primera mujer a partir del barro y el polvo. Según cuenta
este relato legendario, antes de desaparecer, el dios indicó a la pareja,
aquellas plantas que podían comer, advirtiéndoles que tenían prohibido comer
animales y les dejó en un lugar muy bueno. La lluvia y el sol daban vida a las
plantas, cuyo fruto servía de alimento a esta pareja y a su creciente prole.
Pero un día la lluvia cesó y, por vez primera, en la Tierra se supo lo que era
el hambre. En un momento de desesperación, el hombre se atrevió a matar a un
animal, un canguro, que compartió con su hambrienta esposa. La pareja ofreció
parte del novedoso sustento a un amigo enfermo y debilitado por la falta de
alimento. Sin embargo, el hombre rechazó la oferta y, advirtiéndoles de su
error, se marchó. Por su parte, la pareja continuó con su festín, tras lo cual siguieron
las hullas tambaleantes de su pobre amigo. Le encontraron a los pies de un
eucalipto al otro lado de un río de fuerte corriente. Desde la otra orilla la
pareja, contemplaba a su amigo y, cuando estaba a punto de marcharse, quedó
estupefacta y aterrorizada ante la visión de una figura negra, mitad humana,
mitad bestia, que saltando de las ramas de aquel árbol, se abalanzó sobre el
cuerpo de su inmóvil amigo. Aterrorizados el hombre y su esposa, vieron como
aquella figura horrible, se llevaba a su amigo y desaparecía. De repente, una
gran humareda salió del árbol, tras lo cual se escuchó un ruido desgarrador,
como si el árbol se rompiese sólo y sus raíces se despegaran de la tierra. El
árbol se levantó y se alejó de la pareja volando hacia el sur. Así es como,
según la mitología de los aborígenes australianos, por primera vez en la
Tierra, la muerte llegó a un hombre. Un ser humano había perdido la vida a
manos de una criatura llamada Yowee que es el Espíritu de la Muerte. En este
relato vuelve a ser interesante el matiz moral de su contenido, ya que la
primera vez que muere un ser humano, puede ser vista como un castigo por haber
matado un animal, incumpliendo las normas establecidas por el creador.
Ciertamente es un final triste, porque el mundo ideado por Baiame se ve
repentinamente truncado por la ruptura del equilibrio inicial y se abre camino
una nueva creación.
Además
del dios Baiame, dada la gran diversidad de tribus que encontramos en la
cultura aborigen australiana, podemos hallar una importante lista de
divinidades ancestrales vinculadas con la creación y ordenación del mundo.
Incluso puede ocurrir que tantos nombres diferentes aludan al mismo ser
superior que creó el Mundo. Entre algunas tribus de Australia Central, por
ejemplo, Altjira es considerado el padre del cielo y el dios del «Tiempo del
Sueño», que creó la Tierra, retirándose después a lo más alto del cielo, donde
aún permanece. Por otro lado, los bagadjimbiri son dos hermanos a los que los
karadjeri del noroeste de Australia, atribuyen la creación del mundo, indicando
que con anterioridad al ascenso de ellos desde el suelo, no había nada. Para
las tribus de los kulin y los wurunjerri de Australia, Bunjil es el dios
supremo y creador y ambas tribus se refieren a él como « Padre Nuestro» e igual
que sucede en el resto de mitos, después de terminar su tarea en la Tierra,
marchó al cielo. En Australia Central, los aranda creen que
Mangar-kunjer-kunja, es el dios creador; se trataba de un dios lagarto que
encontró seres primigenios sin desarrollar, a los que separó y con su cuchillo
les abrió los orificios para los ojos, la nariz, la boca y los oídos y además
les mostró el fuego, el cuchillo, el boomerang y el matrimonio. Waramurungundi
es considerada por los gunwinggu como la primera mujer, la madre de Australia
que dió a luz a la Tierra, dictó las normas de todas las criaturas vivientes y
enseñó al hombre a hablar.
La
Serpiente Arco Iris o la Madre Serpiente
(Rainbow
Serpent)
Otro de los mitos
de creación más extendidos y conocidos entre los aborígenes australianos es el
de la «Madre Serpiente», también llamada «Serpiente Arco Iris». Esta divinidad
ancestral es la personificación de la fertilidad, la diosa de la lluvia y tiene
poderes para dar vida. Según cuenta la leyenda, al principio la Tierra era un
espacio vacío y llano, en cuyo interior descansaba la «Gran Madre Serpiente»
que permaneció en un profundo sueño durante muchísimo tiempo. Repentinamente se
despertó y reptó por el interior de la Tierra hasta llegar a la desierta superficie.
Comenzó a recorrer la Tierra y, a medida que avanzaba, tal era su poder, que
provocó una gran lluvia, formándose lagos, ríos y pozos de agua. Cada sitio que
visitó lo nutrió con la leche de sus pechos rebosantes, haciéndolo fértil y una
frondosa vegetación creció en la Tierra antes yerma. Grandes árboles con frutos
de muchos colores y formas brotaron de la tierra.
La
diosa introdujo su nariz en el suelo, levantando cadenas montañosas y abriendo
profundos valles, mientras que otras partes las dejó lisas y desiertas. La
«Madre Serpiente» regresó entonces a la Tierra y despertó a los animales, a los
reptiles y a los pájaros que poblaron por vez primera la Tierra, y finalmente
creó a los peces. Por último, según cuenta la leyenda, la diosa extrajo de las
entrañas de la propia Tierra a la última de las criaturas, el ser humano. De la
«Madre Serpiente» los seres humanos aprendieron a vivir en paz y armonía con
todos las criaturas de la creación, ya que eran sus primos espirituales.
Además, la diosa enseñó al hombre la vida tribal, a compartir y tomar de la
Tierra solamente aquellos bienes que necesitasen, respetando y honrando a la
Naturaleza.
Según
esta leyenda, gracias a la «Diosa Serpiente», hombres y mujeres aprendieron a
convivir como hermanos con la naturaleza y también aprendieron que cada
elemento había sido colocado por la diosa en equilibrio. El ser humano entendió
que su papel era el de guardián y protector de ese equilibrio y que debía
transmitir este conocimiento de generación en generación. Antes de desaparecer,
la «Madre Serpiente» advirtió que si el hombre abusaba y mataba por placer o
por gula, encontraría al culpable y le castigaría.
En
algunas variantes de este mito, la «Madre Serpiente», llamada «Madre Eingana»
vivía, y aún vive, en el «Tiempo del Sueño», de donde regresa en algunas
ocasiones para crear más vida. Según esta versión, la serpiente primigenia, que
carecía de vagina, se sentía torturada por su embarazo, por lo cual empezó a
girar y a revolverse. El dios Barraiya, que la vió, la pinchó cerca del ano
para que pudiese dar a luz y todas las criaturas que llevaba en su vientre
pudiesen nacer. Del mismo modo es considerada como la «Madre Muerte» y según
este mito, la diosa Eingana tiene un nervio conectado o atado a cada una de sus
criaturas y cuando lo deja marchar esa vida se detiene. Siguiendo este
planteamiento, si esta diosa muriese, todo dejaría de existir.
Yhi,
la diosa creadora de los karraur
En
la mitología de los karraur, Yhi es una divinidad de primer orden, ya que es la
diosa creadora. Según cuenta una leyenda de estos aborígenes australianos, la
diosa permanecía dormida en el «Tiempo del Sueño» antes de la creación de
nuestro mundo, en un lugar pacífico y de montañas tranquilas. Un susurro
repentino, desveló a la diosa que dió un gran bostezo y abrió sus ojos,
inundando al mundo con nueva luz. Yhi descendió a esta nueva Tierra iluminada
por su luz, recorriéndola de este a oeste y de norte a sur. A medida que la
diosa caminaba, las plantas brotaban bajo sus pies y no descansó hasta que hubo
recorrido cada centímetro de tierra y todo quedó cubierto por un manto verde.
Cuando terminó, la diosa fue a descansar y mientras contemplaba su reciente
creación, se percató de que las plantas no podían moverse y en aquel momento le
apeteció ver algo que pudiese agitarse graciosamente.
Con
la idea de crear estas nuevas criaturas, la diosa descendió a la Tierra y tuvo
que enfrentarse a unos espíritus malignos que intentaron acabar con su vida. La
diosa, más poderosa y fuerte, derrotó a estos espíritus y la calidez de la
diosa se mezcló con la oscuridad, surgiendo unas diminutas formas de vida que
empezaron a moverse por allí. Esas formas de vida se transformaron en
danzarinas mariposas, juguetonas abejas y otros insectos que comenzaron a
revolotear en torno a la diosa. Pero en este mundo luminoso y vivo, aún había
cuevas oscuras y heladas; sobre ellas la diosa esparció también su mágica luz y
en el interior de las cuevas formó agua. Pronto vió como aparecían nuevas criaturas:
peces y lagartos que se deslizaban por el agua. La diosa había derrotado
definitivamente a la oscuridad y el nuevo mundo se llenó de pájaros y animales
que poblaron la Tierra, llenándola de vida.
Por
otro lado, el mito de los karraur sirve para explicar la salida y la puesta del
sol. Cuando el mundo estuvo lleno de luz y de vida, Yhi dijo a las criaturas
que ella se marchaba, bendiciéndoles con el cambio de las estaciones, y
prometiéndoles que cuando muriesen se encontrarían con ella. Entonces, la diosa
se transformó en una potente bola de luz y se alzó en el cielo, para
desaparecer después en el horizonte. Todas las criaturas de la Tierra se
asustaron porque a medida que Yhi desaparecía, la oscuridad llenaba la Tierra.
Poco a poco, las criaturas fueron quedándose dormidas en la nueva oscuridad de
la noche, para ir despertando lentamente ante la luz de un nuevo amanecer. Lo
que pronto supieron las criaturas, es que Yhi nunca iba a abandonar totalmente
su creación y que tras anochecer, volvería a aparecer por el este, día tras
día.
Sin
embargo, la diosa tuvo que regresar una vez más a la Tierra, ya que los
animales empezaron a estar descontentos con sus formas, a ser infelices y a
pedir a la diosa que satisficiese sus deseos. Así, según cuenta la leyenda, Yhi
descendió sobre la superficie terrestre y preguntó a las criaturas qué
necesitaban: el murciélago quería alas, la foca quería nadar... Yhi les dijo
que cumpliría sus deseos, sólo por esta vez y a cada uno le concedió lo que
deseaba. Así es como, de los seres ancestrales con formas bellas de la anterior
creación, surgieron las extrañas criaturas de nuestra Tierra.
A
esta diosa también le atribuyen los karraur la creación del hombre y de la
mujer. Yhi había creado primero al hombre, que rodeado de plantas y animales,
vagaba por la Tierra y se sentía sólo ya que ni bestias ni vegetales se
parecían a él. Una mañana la diosa se acercó a él, mientras descansaba ceca de
un árbol y tenía insólitos sueños. A medida que se despertaba de su profundo
sueño, vió la flor del árbol brillando a la luz del sol. Atónito el hombre pudo
contemplar el auténtico poder de Yhi actuando sobre el tallo de la
resplandeciente flor. Repentinamente el tallo empezó a moverse y tomó aliento.
De improviso, la flor mudó de forma y se convirtió en una mujer, que emergió
pausadamente desde la luz. Así apareció la primera mujer de la creación.
Después
de aproximarnos a este conjunto de relatos legendarios ligados a la creación y
ordenación del Mundo, según la mitología aborigen australiana, podemos apuntar
una serie de rasgos comunes entre tanta diversidad. En primer lugar, en la
mayoría de dichos relatos, la creación tiene lugar en un período mítico,
llamado «Dreamtime» («Tiempo del Sueño»), en el cual habitan los espíritus
ancestrales encargados de la creación. En segundo lugar, en estos mitos, ya sea
el de Baiame o el de Yhi, el dios protagonista es el autor de toda la creación:
Tierra, animales y ser humano; es decir: da forma a la Tierra, la llena de vida
vegetal y animal, y crea al ser humano. Por otro lado, puede desprenderse otro
rasgo común a muchos de estos mitos, que es el desarrollo de la creación y
ordenación del Mundo en distintas fases, más o menos marcadas según el relato.
Así, en un primer momento la divinidad creadora, da forma a la Tierra,
levantando montañas, creando la lluvia y disponiendo lagos y ríos. Después da
vida a los seres que pueblan la Tierra, también siguiendo un orden evidente:
primero crea el manto vegetal de la Tierra, surgiendo espacios verdes con
frondosos árboles, seguidamente crea a los animales, después a los pájaros y
finalmente a los peces. Por último, crea al ser humano, primero al hombre y
después a la mujer.
Para
finalizar señalamos otro aspecto común en todos los relatos mitológicos,
fundamental para comprender el modo de vida tradicional de los aborígenes
australianos. En la mayoría de estos mitos se aprecia un contenido moral de
vital importancia: el respeto y la vinculación con la Naturaleza, de la que
todos forman parte. Al final de cada relato podemos apreciar que la divinidad
creadora, transmite al hombre una serie de conocimientos: el fuego, el uso de
algunas herramientas (cuchillo o boomerang), normas de convivencia (matrimonio,
modo de vida tribal...). Entre el conjunto de conocimientos, se halla esa
admiración por la naturaleza y la idea de que todos los seres son de igual
importancia para el equilibrio natural y todos forman parte de una entidad
mayor, la Naturaleza. De estas enseñanzas se extrae el papel que debe cumplir
el ser humano, honrar a la Naturaleza y mantener su equilibrio, mediante la
práctica de rituales y transmisión de esos conocimientos. Estos mitos y ritos
garantizan el mantenimiento del orden establecido y permiten al aborigen
australiano descubrir su lugar en el Mundo.
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