Mesopotamia
El
drenaje de las marismas situadas entre los ríos Tigris y Eúfrates, permitió el
cultivo sistemático de cereales y legumbres, el crecimiento demográfico, la proliferación
de ciudades y el mantenimiento de individuos dedicados a tareas no productivas
tales como la plasmación en tablillas de las creencias de sus contemporáneos,
algunas de ellas expresadas en poemas de gran belleza lírica.
Mesopotamia se convirtió en una
floreciente región, tanto desde el punto de vista económico, como desde el
punto de vista cultural. Cuna de nuestra civilización, atrajo a multitud de
gentes a sus tierras. Y fue en estas tierras donde sumerios, acadios y
babilonios se asentaron y desarrollaron sus espléndidas culturas. Las
creencias, las prácticas rituales y las divinidades de estos tres pueblos
parecen estar vinculadas entre sí y remitirnos a una misma visión cosmogónica,
o por lo menos una concepción del mundo similar.
El desciframiento de las escrituras sumeria
y acadia, y los métodos de datación de las tablillas encontradas, han permitido
una reconstrucción bastante aproximada del universo mitológico mesopotámico y
de su evolución a lo largo de los milenios tercero y segundo a.C.
En las primeras tablillas el
dios principal era Anu, responsable del destino y de mantener en su sitio al
«cielo» (en sumerio, «an»), entendiendo como tal tanto la bóveda azulada que
domina el día como el negro manto tachonado de estrellas que define la noche.
Por
debajo del cielo, y jerárquicamente en un segundo plano, se situaba Enlil, la
personificación de la tierra, pero también de la tormenta, de la violencia
descontrolada que rasga la noche con su rayo, que ensordece con su trueno y que
con sus vientos huracanados arrasa cuanto halla a su paso.
El
tercero en importancia era Enki (en acadio, Ea), el agua que fertiliza la
tierra.
Los
astros más conspicuos también disponían de un lugar en el panteón mesopotámico.
De
entre ellos destacaba, evidentemente, el Sol, Utu para los sumerios y Samas
para los acadios, que además personificaba la justicia.
La Luna era llamada Nanna por los sumerios
y Sin por los acadios.
También tenían identificado al planeta Venus,
que los sumerios llamaban Inanna y los acadios Istar.
Dumuzi era el dios
mortal de la vegetación, que era ritualmente enterrado en la época de la
siembra, en otoño, para volver a resucitar en la siguiente primavera.
Personificadas
las fuerzas elementales de la naturaleza, el siguiente paso consistía en
integrarlos en un todo coherente, en un mito o «teoría» que los relacionara y
permitiera explicar el devenir de los fenómenos naturales.
Uno
de los primeros pasos en esa dirección viene representado por el ritual de
apareamiento primaveral entre Dumuzi, la vegetación, personificado en el rey o
señor principal de la ciudad, e Inana o Istar, encarnada en la gran sacerdotisa
del culto a esa diosa. Dichas nupcias ejercían el papel de catalizador de la
gigantesca reacción cósmica que permitía la renovación estacional de la
fertilidad de los campos y del mantenimiento de la vida de los humanos que los
poblaban.
Los
poemas cosmogónicos mesopotámicos
El
Poema de Atrahasis
La
relación entre las fuerzas de la naturaleza fue ganando en complejidad, hasta
cristalizar literariamente en el poema acadio Atrahasis, escrito a principios
del segundo milenio a.C. El poema comienza evocando el inicio de los tiempos,
cuando los dioses menores, bajo la dirección del violento Enlil, tenían que
excavar los canales, levantar los diques, reparar ambos y labrar la tierra.
Cansados
del arduo trabajo de drenar las marismas, represar las aguas y arar los campos
con el fin de cultivar lo necesario para alimentarse a sí mismos y a los dioses
mayores, quemaron sus picos y palas, renunciaron a trabajar y amenazaron a
Enlil, el capataz.
Los
tres máximos dioses, Anu, Enlil y Ea, es decir, el cielo, la tierra y las
aguas, se reunieron con urgencia para tratar no sólo de resolver el conflicto,
sino de sentar las bases para que no volviera a presentarse.
Ea,
el más astuto de ellos, propuso la ingeniosa solución de crear unos seres, los
humanos, que trabajaran en lugar de los dioses y para ellos, entregándoles parte
del alimento que produjeran.
Esos
nuevos seres habrían de ser formados a partir de arcilla mezclada con la sangre
de uno de los dioses menores, el que había encabezado la rebelión.
A
partir de la masa original de arcilla y sangre se crearon siete hombres y siete
mujeres, que fueron el inicio del linaje de los humanos.
A
partir de entonces los dioses no tuvieron que trabajar más, limitándose a vivir
de las ofrendas de los humanos.
Sin
embargo, tanto trabajaban estos, tanto alimento producían, que se multiplicaron
con rapidez, y doce siglos después de su creación eran ya tan numerosos que el
ruido que hacían resultaba insoportable a los dioses.
El
violento Enlil, irritado, reunió a los grandes dioses y con su consentimiento
envió una epidemia que causó estragos entre los humanos, amenazando acabar con
ellos.
El
sagaz Ea, preocupado por la suerte de sus criaturas, les hizo saber que debían
dirigir sus plegarias al dios de la muerte, Namtar, que finalmente se apiadó de
ellos y acabó con la plaga.
Los
supervivientes volvieron a multiplicarse y, transcurridos otros mil doscientos
años, importunaron con sus gritos a Enlil, que de nuevo les castigó, secando
todas las fuentes.
Aconsejados
por Ea, su protector, los humanos dirigieron sus plegarias al dios de la lluvia
torrencial, Adad, que llegó a tiempo para salvar a algunos famélicos
representantes del género humano.
Por
tercera vez volvieron los humanos a molestar a los dioses, y ahora Enlil
decidió usar al mismo Adad para provocar un diluvio de tal magnitud que ahogara
definitivamente a los humanos.
Esta
vez Ea sólo pudo salvar a una familia, la de Atrahasis (quien da nombre al
poema), el más sabio y bondadoso de los humanos. Aconsejado a tiempo de la
conspiración de los otros dioses, Atrahasis construyó un barco e introdujo en
él a su familia (en el sentido extenso: mujer, hijos y parientes próximos), y
con ellos diferentes parejas de animales, tanto domésticos como salvajes.
Mientras
en las anteriores ocasiones los dioses habían seguido recibiendo alimento de
quienes no enfermaban ni enflaquecían en exceso, ahora pasaron hambre, ya que
sólo sobrevivían los pasajeros de la barca, incapaces de cultivar la tierra.
Ante
la perspectiva de tener que volver a trabajar se replantearon la magnitud de
sus castigos y llegaron a un punto de equilibrio, en el que aceptarían la
existencia de humanos, pero limitando su número mediante las siguientes
disposiciones: crearon un demonio cuya misión sería la de incrementar la
mortalidad infantil tras los partos, parte de las mujeres sería estéril y otra
fracción de las mismas renunciaría a tener hijos, asumiendo la virginidad como
un valor reconocido socialmente con el cargo de sacerdotisas de determinadas
diosas.
De esa forma, la mortalidad
neonatal (y en su caso el infanticidio), la esterilidad y la virginidad eran no
sólo reconocidas como mecanismos de control demográfico, sino que, situadas en
la esfera de las decisiones divinas, permitían transferir a estos la
responsabilidad de aquellas acciones y fenómenos.
El
Enuma Elis
A mediados del segundo milenio a.C. se
habían producido variaciones sustanciales en la situación política de la zona,
regida ahora de manera indiscutible por Babilonia, cuyo dios Marduk, pasó
evidentemente a tener un papel preponderante en la cosmogonía mesopotámica.
Esas novedades
quedan recogidas en un poema que empieza así:
Cuando
en lo alto el cielo no había sido nombrado,
|
no había
sido llamada con un nombre abajo la tierra firme,
|
nada más
había que el Apsu primordial, su progenitor,
|
(y)
Mummu-Tiamat, la que parió a todos ellos,
|
mezcladas
sus aguas como un solo cuerpo.
|
No había
sido trenzada ninguna choza de cañas, no había aparecido
|
marisma
alguna,
|
cuando
ningún dios había recibido la existencia,
|
no
llamados por un nombre, indeterminados sus destinos,
|
sucedió
que los dioses fueron formados en su seno.
|
Lahmu y
Lahamu fueron hechos, por un nombre fueron llamados.
|
Durante
eternidades crecieron en edad y estatura.
|
Anshar y
Kishar fueron formados, superando a los otros.
|
Prolongaron
sus días, acumularon años.
|
Anu fue
su hijo, rival de sus propios padres,
|
sí, Anu,
primogénito de Anshar, fue su igual.
|
Anu
engendró a su imagen a Nudimmud.
|
Nudimmud
se hizo de sus padres dueño,
|
sabio
sin par, perspicaz, fuerte y poderoso,
|
mucho
más fuerte que su abuelo Anshar.
|
No tenía
rival entre los dioses sus hermanos.
|
Juntos
iban y venían los hermanos divinos,
|
alteraban
a Tiamat al agitarse de un lado para otro,
|
sí,
alteraban el talante de Tiamat
|
con sus
risas en la morada del cielo.
|
No podía
acallar Apsu sus clamores
|
y Tiamat
estaba sin habla ante su conducta.
|
Sus
actos eran odiosos hasta [...]
|
Aborrecible
era su conducta; se hacían insufribles.
|
Entonces
Apsu, progenitor de los grandes dioses,
|
gritó,
dirigiéndose a Mummu, su visir:
|
«Oh
Mummu, mi visir, que alegras mi espíritu,
|
ven
junto a mí y vayamos a Tiamat».
|
Fueron y
se sentaron ante Tiamat,
|
deliberando
acerca de los dioses, sus primogénitos.
|
Apsu,
abriendo su boca,
|
dijo a
la resplandeciente Tiamat:
|
«Su
conducta me resulta muy odiosa.
|
De día
no encuentro alivio ni reposo de noche.
|
Los
destruiré, aniquilaré sus obras,
|
para
restaurar la calma. ¡Tengamos descanso!».
|
Tan
pronto como Tiamat lo oyó,
|
se
sintió irritada y gritó a su esposo.
|
Gritó
llena de enojo, sola en su furor,
|
poniendo
amenaza en su tono:
|
«¿Qué?
¿Vamos a destruir lo que hemos edificado?
|
Su
conducta, ciertamente, es enojosa, pero esperaremos con paciencia».
|
Entonces
respondió Mummu y aconsejó a Apsu.
|
Malicioso
y desgraciado fue el consejo de Mummu:
|
«Destruye,
padre mío, la conducta rebelde.
|
Así
tendrás quietud de día y reposo de noche».
|
Cuando
Apsu lo oyó, su rostro se puso radiante,
|
por el
mal que maquinaba contra los dioses sus hijos.
|
Mummu lo
abrazó por el cuello,
|
sentándose
en sus rodillas para besarle.
|
Pero
cuanto habían tramado entre ellos
|
fue
repetido entre los dioses, sus primogénitos.
|
Cuando
los dioses oyeron todo aquello, se agitaron,
|
cayeron
luego en silencio y quedaron sin habla.
|
Soberano
en saber, perfecto, ingenioso,
|
Ea,
sapientísimo, adivinó su conjura.
|
Un
designio dominador formuló y envió,
|
capaz
hizo su conjuro contrario, soberano y santo.
|
Lo
recitó e hizo que subsistiera en lo profundo,
|
derramando
el sueño sobre él, despierto del todo permanece.
|
Cuando a
Apsu tuvo postrado, cargado de sueño,
|
Mummu,
el consejero, ya no pudo excitarlo.
|
Aflojó
su banda, se despojó de la tiara,
|
dejó su
aura y se la puso él.
|
Después
de encadenar a Apsu, lo mató.
|
Ató a
Mummu y lo encadenó.
|
Después
de haber así establecido su morada sobre Apsu,
|
se
apoderó de Mummu, anillándolo por la nariz.
|
Después
de vencer y pisotear a sus enemigos,
|
Ea,
asegurado su triunfo sobre los adversarios,
|
descansó
en su cámara sagrada sumido en paz profunda.
|
«Apsu»
la llamó al asignar los santuarios.
|
Allí
mismo su choza de culto estableció.
|
Ea y
Damkina, su esposa, allí moraron en esplendor.
|
En la
cámara de los destinos, morada de los hados,
|
un dios
fue engendrado, poderoso y sabio más que los dioses.
|
En el
corazón de Apsu fue Marduk creado.
|
El que
le engendró fue Ea, su padre,
|
la que
lo concibió fue Damkina, su madre.
|
Al pecho
de la diosa fue amamantado.
|
La
nodriza que lo crió lo hizo terrible,
|
Seductora
era su figura, la luz brillaba en sus ojos.
|
Señorial
era su paso, soberano desde antiguo.
|
Cuando
lo vio Ea, el padre que lo engendró,
|
exultó y
se iluminó su rostro, su corazón lleno de gozo.
|
Perfecto
lo hizo y doble divinidad le otorgó.
|
Exaltado
fue entre todos ellos, en todo excelente.
|
Perfectos
eran sus miembros sin medida,
|
imposible
de comprender, difícil de percibir.
|
Cuatro
eran sus ojos, cuatro eran sus oídos.
|
Cuando
movía sus labios, fuego escapaba de ellos.
|
Grandes
eran sus órganos para oír,
|
y los
ojos, en número igual, escrutaban todo.
|
Era el
más alto de los dioses, soberana era su estatura,
|
enormes
sus miembros, era alto sobremanera.
|
«¡Hijito
mío, hijito mío!
|
Mi hijo,
el Sol, ¡Sol de los cielos!».
|
Revestido
del halo de diez dioses, era fuerte
|
cual
ninguno, con todos sus terribles destellos.
|
.............................................
|
Turbada
estaba Tiamat, desvelada noche y día.
|
Los
dioses, maliciosos, aumentaban la tormenta.
|
Después
de haber maquinado el mal en su intimidad,
|
a Tiamat
dijeron los hermanos:
|
«Cuando
dieron muerte a Apsu, tu consorte,
|
no le
ayudaste, y te estuviste quieta.
|
Aunque
él creó el hacha terrible,
|
tus
entrañas se han disuelto y no tenemos reposo.
|
¡Permanezca
en tu ánimo Apsu, tu consorte,
|
y Mummu,
que ha sido derrotado! Sola has quedado».
|
.............................................
|
[...]
|
De
entre los dioses, sus primogénitos, que formaban su asamblea,
|
elevó
ella a Kingu, entre ellos lo hizo jefe.
|
Dirigir
las huestes, presidir la asamblea,
|
alzar
las armas para el encuentro, encabezar el combate,
|
ordenar
como jefe la batalla,
|
todo
esto puso en sus manos mientras ella lo entronizaba en el
|
consejo:
|
«Para ti
he pronunciado el conjuro, exaltándote en la asamblea
|
de los
dioses.
|
Todo
poder te he dado para aconsejar a los dioses.
|
¡Tú eres
el mayor de todos, mi consorte eres tú!
|
¡Tus
sentencias serán firmes entre todos los Anunnaki!».
|
Le
entregó las tablillas del destino, atadas a su pecho:
|
«Tu
mandato será inmutable, tu palabra permanecerá».
|
Tan
pronto como Kingu fue exaltado a la jerarquía de Anu,
|
sobre
los dioses, hijos de ella, decretaron el destino:
|
«Vuestra
palabra hará remitir el fuego,
|
humillará
al 'arma del poder', tan potente es su golpe».
|
[...]
|
Humillado
llegó ante su padre, Anshar,
|
Y le
habló de este modo, como si fuera Tiamat:
|
«No me
basta mi mano para someterte».
|
Sin
habla estaba Anshar, fija la mirada en el suelo,
|
ceñudo y
moviendo la cabeza ante Ea.
|
Todos
los Anunnaki allí se congregaron.
|
Apretando
los labios, se sentaron en silencio.
|
«Ningún
dios, pensaban, podrá darles batalla,
|
enfrentarse
con Tiamat y salir con vida».
|
El Señor
Anshar, padre de los dioses, se alzó majestuoso,
|
y
después de meditar en su corazón, dijo a los Anunnaki:
|
«Aquel
cuyo vigor es poderoso nos vengará,
|
el
fuerte en la batalla, Marduk, el héroe».
|
[...]
|
«Anshar,
no te inquietes; relaja tus labios.
|
Iré y
lograré el deseo de tu corazón...
|
¿Es un
varón el que se apresta a combatirte?
|
¡No es
más que Tiamat, una mujer, quien te opone sus armas!
|
¡Oh
padre mío y creador, alégrate y llénate de gozo;
|
pronto
hollarás la cerviz de Tiamat!».
|
.............................................
|
«Hijo
mío, que posees toda sabiduría,
|
calma a
Tiamat con tu sagrado conjuro.
|
Avanza
pronto sobre la carroza de la tormenta.
|
¡De su
presencia no te echarán! ¡Hazlos retroceder!».
|
El señor
se alegró por las palabras de su padre.
|
Exultante
su corazón, dijo a su padre:
|
«Creador
de los dioses, destino de los grandes dioses,
|
si yo
ciertamente, como vengador tuyo,
|
he de
vencer a Tiamat y salvar vuestras vidas,
|
¡convoca
la asamblea, fija para mí un destino supremo!
|
Cuando
juntos en Ubshukinna, alegres os hayáis sentado,
|
que mi
palabra en vez de la tuya fije los destinos.
|
Inmutable
será cuanto yo haga existir.
|
Ni
revocado ni cambiado habrá de ser el mandato de mis labios».
|
[...]
|
Cuando
esto oyeron Lahmu y Lahamu, gritaron con fuerza,
|
todos
los Igigi « se lamentaron descorazonados:
|
«¡Qué
extraño que hayan tomado tal decisión!
|
No
podemos comprender las obras de Tiamat».
|
Se
dispusieron a emprender el viaje,
|
todos
los grandes dioses que fijan los destinos.
|
Llegaron
a presencia de Anshar, llenando Ubshukinna.
|
Se
besaron unos a otros en la asamblea.
|
Hablaban
entre sí mientras se acomodaban para el banquete.
|
Tomaron
el pan festivo, compartieron el vino,
|
henchidos
de suave licor.
|
Bebían y
el fuerte brebaje embebía sus cuerpos.
|
Iban
languideciendo al paso que sus ánimos se exaltaban.
|
Fijaron
los decretos sobre Marduk, su vengador.
|
Le
erigieron un trono principesco.
|
Frente a
sus padres él se sentó, presidiendo.
|
«El más
venerado eres entre los grandes dioses,
|
tu
decreto no tiene rival, tu mandato es Anu.
|
Tú,
Marduk, eres el más venerado de todos los dioses.
|
.............................................
|
Sobre
todo el universo te confiamos el reinado.
|
Cuando
tomes asiento en la asamblea, prevalecerá tu palabra.
|
No
fallarán tus armas, aniquilarán a tus enemigos.
|
¡Oh
Señor, perdona la vida al que en ti confía,
|
pero quítasela
al dios que eligió el mal!».
|
En medio
pusieron un paño,
|
a
Marduk, su primogénito, hablaron:
|
«Señor,
en verdad tu decreto prevalece entre los dioses.
|
Si
decides crear o destruir, así se hará.
|
Abre tu
boca, desaparecerá este paño,
|
habla
otra vez, y el paño estará entero».
|
A la
palabra de su boca desapareció el paño.
|
Habló de
nuevo y se rehízo el paño.
|
Cuando
los dioses, sus padres, vieron el fruto de su palabra,
|
gozosos
le rindieron homenaje: « ¡Marduk es rey!».
|
Le
entregaron cetro, trono y palu;
|
armas
invencibles le dieron, para ahuyentar al adversario.
|
Fijado
así el destino de Bel, los dioses, sus padres,
|
le
pusieron en el camino del éxito y la victoria.
|
Él se
hizo un arco, que marcó como arma suya,
|
añadió
además la flecha, fijó la cuerda.
|
Alzó la
maza, la empuñó con su diestra.
|
Arco y
carcaj fijó a su costado.
|
Ante sí
envió el relámpago,
|
de llama
abrasadora llenó su cuerpo.
|
Hizo
luego una red para envolver en ella a Tiamat.
|
Los
cuatro vientos sujetó para que nada de ella escapara,
|
el
viento sur, el viento norte, el viento este, el viento oeste.
|
Al
costado apretó la red, regalo de su padre Anu.
|
Soltó a
Imhullu, «el viento malo», el torbellino, el huracán,
|
el
viento cuádruple, el viento séptuble, el ciclón, el viento incontenible;
|
luego
soltó los vientos que había sujetado, los siete,
|
para
remover las entrañas de Tiamat se alzaron a su zaga.
|
El señor
agitó entonces la tempestad, su arma poderosa.
|
Montó en
la carroza de la tormenta, terrible e irresistible.
|
Una
cuadriga enjaezó y le unció,
|
Matador,
Implacable, Hollador, Veloz.
|
Afilados,
ponzoñosos eran sus dientes.
|
Diestros
en asolar, hábiles en destruir.
|
.............................................
|
Circundada
de halo terrible aparecía su cabeza,
|
avanzó
el señor y siguió su camino,
|
contra
Tiamat furiosa dirigió su rostro.
|
En sus
labios llevaba un... de pasta roja;
|
su mano
empuñaba una planta para vencer al veneno.
|
Entonces
en torno a él se arremolinaron los dioses.
|
El señor
se dirigió a escrutar el costado de Tiamat,
|
(y) de
Kingu, su consorte, para conocer la trama
|
cuya
maldición, ante su mirada, queda deshecha,
|
su
voluntad se dispersa y su acción se confunde.
|
Y cuando
los dioses, sus auxiliares, que marchaban a su lado,
|
vieron
al héroe valeroso, su vista se turbó.
|
Lanzó un
grito Tiamat, sin volver el cuello,
|
con un
brutal desafío en sus labios:
|
«¡Demasiado
importante eres para el señor de los dioses como
|
para
alzarse contra ti!
|
¿Se han
congregado en su lugar o en el tuyo?».
|
Pero el
señor, suscitando la tormenta, su arma poderosa,
|
a la
furiosa Tiamat lanzó estas palabras:
|
«Con
fuerza te alzaste, mucho te has exaltado;
|
en tu
corazón te propusiste provocar la lucha,
|
de forma
que los hijos rechacen a sus padres,
|
y tú
misma que los engendraste, odias [...].
|
Engrandeciste
a Kingu para que fuera (tu) consorte,
|
su
mando, que en derecho no le pertenece, opusiste al de Anu.
|
Contra
Anshar, rey de los dioses, maquinas el mal;
|
contra
los dioses, mis padres, afirmaste tu maldad.
|
Por
mucha que sea tu fuerza, por afiladas que sean tus armas,
|
¡Ponte
en pie, para que tú y yo trabemos singular combate!».
|
Cuando
esto oyó Tiamat,
|
se
volvió como posesa, como si perdiera la razón.
|
Con
fuerza gritó Tiamat furiosa.
|
Hasta
las raíces temblaron sus piernas.
|
Recitó un
conjuro, lanzó su encantamiento,
|
mientras
los dioses guerreros aguzaban sus armas.
|
Entonces
entablaron la lucha Tiamat y Marduk, el más sabio entre
|
los
dioses,
|
trabaron
combate singular, se atenazaron en la pelea.
|
Desplegó
su red el señor para atraparla,
|
el
viento malo, que seguía detrás, le soltó en el rostro.
|
Cuando
Tiamat abría su boca para devorarlo,
|
por ella
le lanzó el viento malo para que no cerrara los labios.
|
Cuando
los vientos salvajes llenaron su vientre,
|
su
cuerpo quedó hinchado, la boca abierta.
|
Lanzó él
su flecha, que atravesó su vientre,
|
le
desgarró las entrañas, le destrozó el corazón.
|
Dominándola
así, acabó con su vida.
|
Arrojó
su carcaj para alzarse sobre ella.
|
Después
de dar muerte a Tiamat, el señor,
|
su banda
quedó destrozada, su tropa desbaratada.
|
[...]
|
Pero a
Kingu, que había sido hecho su jefe,
|
lo ató y
entregó a Uggae.
|
Las
tablillas del destino, que en derecho no eran suyas,
|
le
arrebató, las selló con un sello y las apretó contra su pecho.
|
Cuando
hubo derrotado y sometido a sus adversarios,
|
.............................................
|
Y
se volvió a Tiamat, a la que había atado.
|
Holló el
señor las piernas de Tiamat,
|
con su
maza despiadada destrozó su cráneo.
|
Cortó
las arterias de su sangre
|
que el
viento norte llevó a lugares ignorados.
|
Al ver
todo esto, sus padres se llenaron de gozo y exultaron,
|
y a él
acudieron con presentes, para rendirle homenaje.
|
Se
detuvo entonces el señor para ver el cuerpo muerto,
|
porque
iba a desmembrar al monstruo y hacer obras estupendas.
|
La
partió como una concha en dos partes;
|
una
mitad alzó y la puso como un techo, el cielo,
|
fijó una
barrera y puso guardianes
|
a los
que mandó que no dejaran escapar las aguas.
|
Cruzó
los cielos y revisó (sus) regiones.
|
Escuadró
el cuartel de Apsu, la morada de Nudimmud,
|
según
medía el señor las dimensiones de Apsu.
|
La Gran
Morada, su semejanza, fijó como Esharra,
|
la Gran
Morada, Esharra, que hizo como el firmamento.
|
Anu,
Enlil y Ea recibieron sus lugares.
|
[...]
|
Cuando
oye Marduk las palabras de los dioses,
|
su
corazón le impulsa a realizar obras estupendas.
|
Abre su
boca y se dirige a Ea,
|
para
comunicar sus planes habla a Ea,
|
para
comunicar el plan que ha concebido en su corazón:
|
«Amasaré
la sangre y haré que haya huesos.
|
Crearé
una criatura salvaje, 'hombre' se llamará.
|
Cierto,
crearé un hombre salvaje.
|
Tendrá
que estar al servicio de los dioses,
|
para que
ellos vivan sin cuidado.
|
Con maña
cambiaré la vida de los dioses.
|
Venerados
por igual, en dos grupos estarán divididos».
|
Ea
respondió, y le dirigió una palabra,
|
para
exponerle un plan en beneficio de los dioses:
|
«Que sea
entregado uno sólo de sus hermanos;
|
sólo
éste perecerá para que sea formada la humanidad.
|
Que se
junten aquí los grandes dioses en asamblea,
|
que el culpable
sea entregado para que ellos permanezcan».
|
Convocó
Marduk en asamblea a los grandes dioses;
|
graciosamente
los presidía y daba instrucciones.
|
A sus
sentencias prestaron atención los dioses.
|
El rey
dirigió una palabra a los Anunnaki:
|
«Si
vuestra declaración fue sincera,
|
decid
ahora la verdad y por mí juradla.
|
¿Quién
provocó la revuelta,
|
provocó
a Tiamat a rebeldía y azuzó el combate?
|
Sea
entregado el que maquinó la rebelión.
|
¡Con su
culpa le haré cargar para que viváis en paz!».
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Los
Igigi, los grandes dioses, le replicaron,
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a
Lugaldimmerankia, consejero de los dioses, su señor:
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«Fue
Kingu quien maquinó la rebelión,
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quien
hizo rebelde a Tiamat, quien azuzó el combate».
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Lo
ataron y llevaron a presencia de Ea.
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Le
cargaron con su culpa y cortaron (los vasos de) su sangre.
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De su
sangre formaron la humanidad,
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a la que
él impuso la servidumbre, dejando libres a los dioses.
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[...]
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Después
de ordenar todas las normas,
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a los
Anunnaki del cielo y de la tierra asignó sus porciones,
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los
Anunnaki abrieron su boca
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y
dijeron a Marduk, su señor:
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«Ahora,
señor, ya que nos has liberado,
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¿qué
homenaje te rendiremos?
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Edificaremos
un santuario en tu honor, que se llamará
|
'La
cámara de nuestro reposo nocturno'; ¡que en él reposemos!
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¡Edifiquemos
un santuario, un lugar para su morada!
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El día
en que lleguemos, reposaremos en él».
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Cuando
Marduk lo oyó,
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sus
facciones brillaron como el día:
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«Como el
de la alta Babilonia, cuya edificación solicitasteis,
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su obra
de ladrillo sea realizada. 'El Santuario' se llamará».
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A la
obra se pusieron los Anunnaki,
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durante
un año fabricaron ladrillos.
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Al
llegar el segundo año,
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levantaron
el tope de Esagila igual a Apsu.
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Después
de levantar una torre escalonada tan alta como Apsu,
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pusieron
allí una morada para Marduk, Enlil (y) Ea.
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En su
presencia la adornaron con esplendor.
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Hacia
abajo miran sus cuernos, a la base de Esharra.
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Cuando
concluyeron la obra de Esagila,
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los
mismos Anunnaki levantaron sus santuarios.
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...
todos se reunieron,
|
...
edificaron para su morada.
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A los
dioses sus padres, sentó en su banquete:
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«Esta es
Babilonia, lugar de vuestra casa.
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Festejad
en su recinto, llenad sus anchas plazas».
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Ocuparon
sus tronos los grandes dioses.
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A beber
y a banquetear se pusieron.
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Después
de festejar allí,
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en
Esagila, el espléndido, celebrados sus ritos,
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habiendo
establecido las leyes (y) sus portentos,
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todos
los dioses repartieron las estancias del cielo y de la tierra.
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Los
cinco grandes dioses ocuparon sus tronos.
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Los
siete dioses del destino pusieron a los trescientos en el cielo.
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Enlil
alzó el arco, su arma, y lo puso ante ellos.
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Los
dioses, sus padres, vieron la red que había hecho.
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Cuando
contemplaron el arco, y su forma tan hábil,
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sus
padres alabaron la obra que había realizado.
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Empuñándolo,
Anu habló en la asamblea de los dioses,
|
mientras
besaba el arco:
|
[...]
|
[Fuente: E. A. Speiser, Ancient Near Eastern Texts (Princeton
1950), reproducido en I. Mendelsohn (ed.), Religions
of the Ancient Near East (Nueva York 1955) 19-46.]
Las palabras que inician este poema acadio son «Enuma elis»
(«cuando en lo alto»), y ese es el nombre con el que se le conoce.
La
fusión de los diferentes caos iniciales, de Apsu y Tiamat, dio origen a la
segregación de las fuerzas primigenias de la naturaleza, ahora identificables
mediante nombres propios, los dioses.
De
la relación entre ellos surgieron nuevos dioses de menor rango, cuyos juegos y
alegría exultantes, es decir, los continuos experimentos y creaciones derivados
del uso de sus poderes, irritaron a Apsu de tal manera que decidió acabar con
aquellos.
El
astuto Ea, en desacuerdo con los criminales propósitos de su padre, le hizo
dormir mediante encantamientos y le mató.
Sobre
el cadáver de su progenitor, Ea edificó un templo y se unió a una diosa,
Damkina, de la que tuvo a Marduk, ornado de tales virtudes que pronto fue
reconocido como superior por los dioses jóvenes.
Decidida
a vengar la muerte de Apsu, Tiamat organizó un ejército con seres monstruosos
que había creado para la ocasión y con la mayor parte de sus hijos, poniendo a
su frente a uno de ellos, Quingu, a quien otorgó las tabletas del Destino que
previamente había arrebatado al celestial Anu.
Los
dioses más jóvenes pidieron a Marduk que los dirigiera a la inminente batalla,
si bien ésta no llegó a producirse debido a que el enfrentamiento se resolvió
mediante un combate singular entre Tiamat, símbolo del caos primigenio, y
Marduk, la racionalidad ordenadora.
La
victoria de Marduk fue acompañada del descuartizamiento de Tiamat, el
desangramiento de Quingu y el perdón de los dioses que les habían acompañado.
Marduk,
dueño ahora de todo lo formado, devolvió a Anu las tabletas del Destino y, con
su apoyo, se dispuso a organizar el cosmos.
En
primer lugar, asignó las moradas de los dioses en el cielo, reservándose para
sí el planeta Júpiter, el más majestuoso de todos ellos.
Creó
el Sol, responsable de la duración del día (y de la noche), y la Luna, y
organizó con detalle las fases de ésta, lo que le permitió establecer el
calendario (calendario mesopotámico), dividiendo el año en doce «lunas» o meses
(meses mesopotámicos), cada uno de los cuales bajo los auspicios de una
constelación.
Con
los despojos de Tiamat construyó la Tierra: las anfractuosidades de la cara
dieron lugar al relieve, mientras que los pechos sirvieron para modelar las
altas montañas; las lágrimas que brotaban de sus ojos alimentaron el Tigris y
el Eúfrates, y así sucesivamente.
Por
último, y tras construir su morada en el centro del mundo, Babilonia, encargó a
su padre Ea la creación de seres que se encargaran de proporcionarles el
alimento.
Y
como en el poema anterior, la sangre de un dios, en este caso Quingu, sirvió
para dar forma a la arcilla con la que fueron moldeados los primeros humanos.
Pese
a los avatares políticos de la región, la cosmogonía de Enuma Elis sobrevivió
durante siglos en sus líneas esenciales, bien con pequeñas modificaciones
onomásticas (como la sustitución de Marduk por Assur cuando Babilonia cayó en
manos de Asiria), bien a través de la creación y desarrollo de nuevos mitos
inspirados en aquél, como las dos tradiciones que confluyeron en la mitología
hebrea y que conformaron el primero de los libros del Pentateuco, el Génesis.
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