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EN LOS LIMITES DE LA REALIDAD

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jueves, 20 de junio de 2013

Bernard Baudouin - LOS MAYAS



Bernard Baudouin
LOS
MAYAS


LA CIVILIZACIÓN MAYA
Definición
Partir. Abandonarse al tiempo y al espacio. Dejarse
llevar por este lento fluir, ineluctable, que
nos lleva al pasado, tan lejos que ni siquiera sabemos
dónde estamos. Incluso olvidamos quiénes somos.
Mirar, ver y notar solamente las intensas, las
íntimas vibraciones de la historia de cada día. Allí
es donde nos lleva nuestro viaje de hoy.
Muy lejos y, a la vez, muy cerca, teniendo como
guía al hombre, el enlace, el nexo de unión con todas
las experiencias, todas las tentativas, pequeñas
o grandes, que desde el inicio de los tiempos han
visto la luz para intentar afirmar la fuerza vital, el
deseo de vivir, las razones de existir.
El hombre en el tiempo. Puesto a prueba por el
tiempo. Con las urgencias inherentes a su fragilidad.
Que corre todavía más rápido, que lucha todavía
con más ardor, porque sabe que dispone de
poco tiempo para hacerlo.
El hombre de aquí y de allá, diferente y a la vez
el mismo, en su búsqueda insaciable de esta «otra
cosa» impalpable que siente profundamente arraigada
en sí mismo.
El viaje por el tiempo se convierte en una liberación
para esta sed insaciable de saber, de entender,
de aprender y, en definitiva, de comprender lo que
significa vivir. A través de los otros, de aquí o de
allá, uno se encuentra a sí mismo, se descubre a través
de una civilización desaparecida o de un reinado
lejano.
Pero siempre, pase lo que pase, nos lleve donde
nos lleve nuestro viaje libre de normas por la historia
de la humanidad, todo sigue girando en torno a
la humanidad profunda, a las lecciones vividas aquí
y allá por hombres lejanos que contribuyeron en su
tiempo, en su espacio, a la construcción de lo que
hoy son los límites, las referencias, las normas de
nuestro presente.
Nada se perpetúa solo, aislado, sin ninguna referencia
previa con lo que existía antes. Nada se explica,
se justifica ni se comprende sin contemplar lo
que hay a su alrededor. Al fin y al cabo, el viaje que
emprendemos en estos momentos, al margen de la
simple curiosidad por las prácticas y las costumbres
antiguas, no es más que la expresión de una necesidad
profunda y visceral de saber, de percibir, de
sentir lo que puede ser una trayectoria humana.
Dicho de otro modo, responde a la necesidad de
definir nuestra propia trayectoria.
El contexto histórico
Hay viajes que aparentemente no llevan a ninguna
parte y, sin embargo, nos hacen penetrar
en universos más que naturales, con decorados y ambientes
tan elocuentes como lejanos son los destinos.
Abrir de nuevo los ojos al final de una rápida
«transferencia» por el tiempo y por el espacio es
uno de estos viajes. En unos instantes, sin tan siquiera
llegar a percibirlo, hemos pasado de la forma
más sutil de nuestro presente cotidiano hacia otro
mundo, que de pronto se presenta ante nuestra mirada
cuando abrimos nuevamente los ojos. Quizá
no es más que un sueño, pero ya tenemos algunos
signos que nos hacen presentir que esto no es así.
Bienvenido a este océano de vegetación, de bosques
interminables empapados del agua de las lluvias
tropicales, a la selva espesa y ruidosa, de terrenos
cenagosos, que se extiende hasta perderse de
vista por algunas de las tierras de lo que mucho más
tarde sería Guatemala, México y Honduras, en el
corazón de América central.
1
Hace 40.000 años aproximadamente, hombres
llegados del norte, procedentes de Siberia, penetraron
en este vasto continente por un istmo que
más tarde daría lugar al estrecho de Bering. Estos
conquistadores de raza mongol, exploradores infatigables,
atravesaron, mucho antes que todos los
conquistadores conocidos, este continente inmenso
prácticamente de un extremo al otro, casi
desde el Polo Norte hasta la glacial Tierra de
Fuego, diseminando embriones de poblaciones
que formarían grupos, ciudades y, más tarde, sociedades.
A lo largo de los siglos y de los milenios, al capricho
de esta larga maduración, nacieron unos pueblos
que a su vez trazaron las grandes líneas de nuevas
civilizaciones. La caza, la pesca y la recolección
alimentaban la vida primitiva que poco a poco fue
surgiendo en aquellas tierras vastas y de recursos ilimitados.
Lentamente, los grupos formaron un tejido,
las costumbres fueron tomando forma.
Cuando hacia el octavo milenio a. de C. se retiraron
los hielos, desapareció el puente natural por
donde habían pasado los emigrantes, y estos quedaron
separados de sus orígenes, entregados a su
propia suerte en un continente que ya era el suyo.
De este desarrollo en condiciones de aislamiento,
sin ningún vínculo con el viejo mundo que había
visto nacer a los primeros hombres, y sin contactos
ni referencias políticas o culturales que influyeran
sobre ellas, emergieron algunas de las civilizaciones
más ricas y prestigiosas que jamás ha engendrado la
inteligencia humana.
Pero, de momento, los hombres de aquel tiempo
no han alcanzado todavía este nivel de evolución.
Tienen que enfrentarse a otros imperativos más inmediatos.
En efecto, en el séptimo milenio a. de C.
se produjeron importantes cambios climáticos, que
tuvieron una incidencia considerable en el medio
ambiente, hasta el extremo de provocar la desaparición
de numerosas especies animales. Dado que la
caza era hasta entonces una de las actividades principales
de las primeras sociedades que ocuparon
aquellas tierras, la población se vio obligada a diversificar
los medios de subsistencia.
La primera consecuencia de esta situación es una
acentuación del sedentarismo. En menos de dos mil
años a la cacería se añadió la recolección, y luego el
cultivo de alimentos nuevos como el maíz, las judías
y algunas cucurbitáceas.
Así, a lo largo del tercer y el segundo milenio
a. de C, se multiplicaron los poblados semipermanentes,
se desarrollaron las herramientas, apareció
la cerámica. Otro signo de aquel tiempo es que se
empezó a sentir la necesidad de honrar a los muertos,
cuyos restos se enterraban, lo cual representaba
un argumento más en favor de instalarse en un lugar
concreto. La aparición de un «culto a los muertos
» y la creencia en un «más allá» denotan un deseo
de eternidad y ponen los primeros cimientos de
lo que más tarde será una religión.
Todavía es demasiado pronto para referirse a un
fenómeno que pueda emparentarse con una civilización
original, pero se puede afirmar que las primeras
«sociedades» realmente constituidas están
tomando cuerpo.
La cultura olmeca
Hay que esperar a la segunda mitad de segundo milenio
para ver cómo una cultura muy concreta se separa
gradualmente de estas primeras corrientes civilizadoras:
la cultura de los olmecas1.
Esta vez no se trata del simple predominio de
una etnia sobre sus vecinos. La presencia olmeca se
caracteriza por la afirmación de una verdadera identidad
cultural, que a lo largo de más de un milenio
brilló en toda América central e influyó profundamente
en las civilizaciones posteriores.
Como si presintieran el papel innovador que ejercerían
en aquella región, los olmecas imponen una
forma de pensar y unas referencias, definen unas
nuevas relaciones de fuerza y de influencia. No sólo
crean un estilo artístico, cuyas huellas se encuentran
en otras civilizaciones, sino que además elaboran
una visión espiritual del universo en la que to-
1. Olmeca: voz azteca que significa «gente del país del árbol
de caucho».
dos los pueblos de la región se reconocerán de una
manera u otra. En este último ámbito desempeñan
un papel fundamental e influyen en millones de individuos.
A orillas de los ríos que atraviesan las selvas de la
costa del golfo, se construyen centros de culto como
San Lorenzo, con su plataforma de arcilla de 45 metros,
o la isla pantanosa de La Venta, en la que se levanta
una pirámide de 30 metros.
Con el transcurso de varios siglos, el pensamiento
olmeca llega al norte, a las tierras que más tarde se
convertirían en México, y también se extiende hacia
el sur, hasta El Salvador, a más de 1.200 kilómetros
de sus orígenes. Se trata, pues, de un área de
influencia considerable, que no se limita a aportar
una dinámica nueva y desaparecer, sino que perdura
durante siglos, impregnando profundamente
las costumbres y las mentalidades.
Una vez cumplida su obra, la civilización olmeca
desaparece tan rápidamente como había crecido,
sin dejar otros vestigios que no fueran su estatuaria:
imágenes esculpidas en monumentos de piedra;
enormes cabezas talladas en la roca que podían llegar
a medir cuatro metros de altura y pesar hasta 65
toneladas.
Durante su apogeo, la civilización olmeca posee
más de 40 poblaciones urbanas, pero, por razones
desconocidas, pronto llegó la hora del declive. El
centro ceremonial de San Lorenzo es destruido en
el año 900 a. de C. A partir del siglo Vil a. de C, los
olmecas desertan de sus ciudades y desaparecen.
Intentan enterrar sus cabezas de piedra, las vuelcan,
las mutilan, como tratando de llevar a cabo un
ritual destinado a neutralizar el poder que habían
tenido antes, como queriendo afirmar que ya no las
necesitaban. Hacia el año 300 a. de C, los habitantes
de La Venta destruyen el enclave y huyen. A partir
de entonces, la civilización olmeca pertenece al
pasado.
Sin embargo, por encima de las contingencias
materiales, inherentes a toda sociedad humana, el
legado olmeca va más allá de ser un mero episodio
temporal. Su dimensión cultural y espiritual lo sitúa
de facto en el rango de fuente mayor, de la que bebieron
civilizaciones posteriores en aquella parte de
mundo. He aquí algunos de sus elementos más característicos:
la creación de una escritura jeroglífica
con más de 180 símbolos, de un sistema de cálculo
y de un calendario; los sacrificios humanos, los ritos
de sangre, las peregrinaciones, los centros ceremoniales
con sus pirámides y sus explanadas de orientación
celeste que denotan un dominio y un genio
arquitectónico sin precedentes; las primeras nociones
de astronomía; la división del mundo en «cuatro
direcciones»; la instauración de la religión del
jaguar (animal totémico que simboliza la fuerza y el
poder), que evoluciona desde un animismo primario
hacia la creencia en seres sobrenaturales mitad
hombres y mitad animales; y una producción artística
sorprendentemente floreciente y original de efi-
gies de jade y todo tipo de piedras semipreciosas.
La riqueza indiscutible del pensamiento olmeca,
que en muchos ámbitos fue totalmente visionario,
da lugar igualmente un sistema teocrático, cuyos
grandes principios sirvieron de cimiento para las civilizaciones
que surgieron y se desarrollaron en
América central después de la olmeca. La autoridad
mayor de un centro religioso, actuando como un
mecanismo de control social, y también la tendencia
de las poblaciones locales a la disciplina religiosa,
a venerar y honrar los altos lugares teñidos de
una aura mística, son otras particularidades que, en
culturas posteriores, recordarán la aportación esencial
de la civilización olmeca.
De hecho, a su manera, y probablemente sin haber
tenido conciencia de ello, los olmecas llevaron a
cabo en un milenio una auténtica revolución en las
mentalidades. En términos de organización social,
lo que hasta entonces era simplemente una estructura
tribal más o menos perfeccionada y estable
—todos los individuos eran en cierto modo iguales—
se transforma en una jerarquía en la que aparecen
jefes y poco después los primeros signos de
un funcionamiento de Estado. Aparecen la organización
y la planificación, se forma una élite que ostenta
el poder y dirige con firmeza al pueblo, que a
su vez se convierte en mano de obra.
Por otra parte, el dinamismo olmeca introduce
prácticas que dan a las ciudades unos medios de supervivencia
más fiables: los recursos alimentarios se
diversifican y su producción se intensifica; el intercambio
de productos entre regiones se desarrolla
enormemente; un urbanismo coherente hace más
fáciles las condiciones de vida.
En el plano espiritual, los olmecas franquean una
etapa esencial al superar el chamanismo primitivo
para crear una mitología sólida y compleja —dominada
por un ser medio humano, medio felino, el
hombre-jaguar— que da origen a la mayor parte de
divinidades posteriores: dios de la lluvia, de la tierra,
de los elementos naturales, de las estaciones,
del maíz, de la vegetación, etc.
Así, cuando desaparece la civilización olmeca, todos
los elementos que la componen parecen haberse
unido para hacer posible que se cumpla un
destino fuera de lo común, del que los mayas serán
inspirados constructores.
El nacimiento
de la civilización
maya
En el momento en que desaparece la civilización
olmeca, dejando una cantidad considerable de
referencias y de adquisiciones culturales determinantes
para el futuro de la región centroamericana,
surgen otras culturas, quizá menos importantes e
innovadoras, pero no por ello carentes de interés.
Los zapotecas, que se establecieron apenas a
200 kilómetros del territorio olmeca, crearon algunos
enclaves importantes, como Monte Albán, que
fue la capital durante más de un milenio y representó
para las generaciones posteriores un lugar de
cultura y de espiritualidad.
En el corazón de este centro de culto de inspiración
olmeca, se puede contemplar una acrópolis de
más de 400 metros de altura, edificada sobre una
cima nivelada de más de un kilómetro de superficie,
en la que se levantan templos, terrazas, patios y
pirámides de piedra. El lugar estaba reservado a una
élite religiosa y política, en tanto que el pueblo vivía
más abajo, en el valle.
Construido hacia la mitad del primer milenio
a. de C, Monte Albán se convirtió entonces en el símbolo
del esplendor zapoteca —que reivindica la creación
del sistema de escritura jeroglífica atribuido a
los olmecas— hasta su apogeo en el siglo II de nuestra
era, y durante los posteriores tres siglos de declive.
Esta cultura, interesante por muchos aspectos
a pesar de su limitada extensión, acabó marchitándose
y desapareciendo.
Los orígenes de la cultura maya
En este contexto de abundancia cultural y espiritual,
destacable desde muchos puntos de vista y de
una intensidad fuera de lo común para la época, fue
tomando cuerpo la identidad maya.
En efecto, estas culturas brillantes, ricas en nuevos
conceptos y en costumbres que delataban una
fe ferviente, se revelaron extraordinariamente estimulantes,
generadoras de condiciones ideales, tanto
en el plano humano como en el social. Por su propia
dinámica y por los hitos marcados a lo largo de
siglos, por la inquietud civilizadora que suscitaron
en los pueblos de América central, por las huellas
que dejaron grabadas para siempre en las piedras
de sus monumentos, el futuro demostraría que estas
culturas prepararon el terreno —se podría decir
que «fertilizaron» humana, social y espiritualmente
esta parte del mundo— introduciendo los embrio-
nes de una cultura todavía más evolucionada, susceptible
de llevar aún más arriba las aspiraciones, de
todo un pueblo.
En aquella época, la identidad maya todavía no
se había consolidado. Sólo se puede hablar de un
«grupo maya», constituido por pueblos diseminados
en regiones suficientemente próximas como
para formar lo que más tarde se denominaría área
maya. Son comunidades asentadas en las tierras altas
de Guatemala, en la vertiente del Pacífico que
va de Chiapas a El Salvador, en las tierras bajas que
se extienden desde las llanuras de la costa de Tabasco
(en México) hasta Belice y Honduras, y también
en la península de Yucatán, que resultó ser la
cuna más auténtica de la evolución del fenómeno
maya en todo su esplendor.
A imagen de esta diversidad de lugares, no existe
una «lengua maya», sino un cierto número de dialectos.
Los más antiguos son de la familia del totonaque
y del zoque, y otros están emparentados con
el yucateco o con el chol.
Los signos anunciadores
de la grandeza maya
A partir del 400 a. de C, las concepciones y los puntos
de vista de los depositarios de la antigua grandeza
olmeca, de los dirigentes zapotecas de Monte
Albán y el sur del área maya se fueron acercando. Si
bien no existía aún ningún tipo de uniformización
del pensamiento en aquella vasta región, los numerosos
parecidos eran ya muy elocuentes y estaban
cargados de sentido en cuanto al futuro común que
se preparaba.
Desde esta época hasta el año 150 d. de C, el
área maya conoció un desarrollo considerable. Así,
siempre en la línea de continuidad de la tradición
olmeca, se construyen centros ceremoniales imponentes
como Chiapa de Corzo, Tonalá, Izapa, Chalchuapa,
Abaj Takalik, Chocolá, El Baúl, Monte Alto
y Kaminaljuyú.
Montículos, monolitos esculpidos con bajorrelieves,
estelas de basalto, altares zoomorfos, pirámides
escalonadas, plataformas ceremoniales y monumentos
grandiosos se multiplican, marcando una
continuidad patente con el pasado, y afirmando a la
vez una identidad propia anunciadora de una nueva
era.
Todos estos elementos, repetidos innumerables
veces, demuestran claramente que se trata un periodo
de consolidación cultural. La elaboración
definitiva de un sistema de numeración y de escritura
glíptica2, así como la organización jerárquica
de la sociedad, proceden de un dinamismo
similar y anuncian ya la grandeza de la civilización
maya.
2. Del griegoglyptiké: arte de grabar sobre piedras duras.
El auge de la realeza
La afirmación de una identidad totalmente maya,
de una cultura suficientemente fuerte e innovadora
para ser verdaderamente original, entre los años
300 y 250 a. de C, da lugar a una multitud de reinos
en todas las regiones que forman, todavía en estado
embrionario, el «país maya».
Cada reino está dirigido por un rey patriarca, y
todos los reyes se consideran hermanos porque descienden
de los mismos antepasados. Surge la noción
de ahau, o «gran rey», título que ostenta el soberano
supremo de cada uno de los reinos.
En aquella época, la realeza domina la vida de los
mayas durante más de un milenio. Uno de sus principios
más importantes se sustenta en una organización
jerárquica de la sociedad, que, bajo la autoridad
real, está compuesta por nobles, propietarios,
escribas, guerreros, arquitectos, profesionales, administradores,
artesanos, vendedores, comerciantes,
obreros y agricultores.
Cada reino es en realidad una ciudad-estado, dirigida
por una dinastía, que se encarga de establecer
alianzas con las ciudades-estado vecinas. Generalmente
el poder real se ejerce en una ciudad
grande, que pasa a considerarse la capital, aunque
también en ciudades secundarias —dirigidas casi
siempre por nobles parientes del rey—, caseríos y
granjas aisladas. El poder real es total y se ejerce de
mil maneras.
De hecho, gobernar no era una tarea fácil. El rey tenía
numerosas responsabilidades: ejercer la autoridad
en sus tierras, teniendo en cuenta la complejidad
de la situación política; aumentar al máximo la
extensión de sus territorios; organizar las ofensivas
militares y defender sus tierras de las amenazas de
los estados vecinos; demostrar la legitimidad de su
derecho a gobernar, controlando a los rivales que en
el seno de la nobleza podían oponerse a él. Tenía
que negociar las alianzas comerciales, atender los
asuntos de la corte y planificar los trabajos de urbanismo
y de arquitectura. Decidía cuándo había que
hacer la guerra, sabiendo que corría el riesgo de ser
capturado y sacrificado en ofrenda a los dioses. Una
de sus funciones principales, al margen de sus deberes
políticos, era interceder en el mundo de los espíritus,
aportando la energía divina al mundo material
para guiar a su pueblo y asegurar el éxito de los proyectos3.
La evolución sorprendente, relativamente rápida,
desde la simple comunidad agrícola al rango de reinado
dirigido por una familia real —fenómeno que
se repite centenares de veces— es la marca específica
de la ascensión del pensamiento maya a un estado
de madurez realmente civilizador en su dimensión
más enriquecedora.
3. RUDDEL, Nancy: El Misterio de los Mayas, Museo canadiense
de las civilizaciones, 1995.
Una evolución social fulgurante
Se trata de un formidable impulso civilizador, que
provoca la prosperidad y el crecimiento de las comunidades
mayas a un ritmo muy rápido.
La principal razón de este desarrollo radica en una
gestión optimizada de los medios de subsistencia. La
invención de nuevos sistemas de captación y almacenamiento
de agua aporta una nueva dimensión a la
agricultura, que dispone a partir de entonces de nuevos
suelos cultivables en zonas a menudo poco favorecidas
por los elementos naturales (condiciones de
la estación fría, de la selva tropical, la altitud...).
Para resolver el problema de la sequía durante la
estación seca, se construyeron depósitos y cisternas.
Durante la estación lluviosa, el agua de lluvia
se canalizaba desde los edificios y las calles hasta
estos depósitos.
En el bajo Yucatán se construyó una densa red
de canales para drenar las tierras pantanosas, con
lo cual se obtuvo un suelo muy fértil que pudo dedicarse
a las plantaciones de maíz. Para paliar el
desgaste de la tierra, se fertilizaban los campos de
las zonas pantanosas cubriendo la tierra con sedimentos
y plantas acuáticas recogidas en los canales.
Esto creaba un ecosistema4.
4. RüDDEL, Nancy: El Misterio de los Mayas, Museo canadiense
de las civilizaciones, 1995.
Las consecuencias de esta optimización son considerables.
En primer lugar, se produce un crecimiento
de los recursos alimentarios, hecho que origina
una fuerte explosión demográfica. Luego,
desde un punto de vista más general, la ciudad-estado
saca un gran partido de esta nueva situación:
la existencia de recursos que la población local ya
no necesita para cubrir sus necesidades comporta
una mayor actividad comercial con los estados vecinos
y, en consecuencia, un mayor enriquecimiento.
Ahora bien, ser más rico implica tener más poder.
El desarrollo de la actividad económica y el aumento
de la importancia de las ciudades genera un
crecimiento de las estructuras del Estado y de la burocracia,
cuya función es gestionar la complejidad
cada vez mayor de los asuntos estatales. Por otro
lado, también genera un aumento de la fuerza de
trabajo, necesaria para mantener y hacer funcionar
la nueva organización.
A través de sus numerosos reinos, la sociedad
maya progresa globalmente y adquiere poder, lo
cual implica un refuerzo de su identidad y una constante
afirmación de cara a las influencias exteriores,
para acceder finalmente a un nivel de estructuración
social y de refinamiento fuera de lo común.
Así alcanzaron su pleno desarrollo grandes ciudades
como Tikal, situada en medio de la selva de
Peten, y que se convierte en un centro ceremonial
de gran importancia. En el año 600, con más de
50.000 habitantes, se convierte en la ciudad-estado
más grande del país maya. Con sus numerosos templos
y palacios, alcanza una extensión de casi diez
kilómetros.
Otros nombres prestigiosos de centros importantes
permanecen unidos para siempre a los reinos
mayas, como Yaxchilán en la región central, Palenque
en el sudoeste, Calakmul en el sur de la península
de Yucatán o Copán en el sudeste.
También surge un gran número de ciudades de
menos importancia, con poblaciones de entre 5.000 y
10.000 habitantes, que demuestran el progreso de
una civilización en plena fase evolución.
Así pues, el crecimiento de esta civilización se desarrolló
de un modo fulgurante, lo cual aumenta su
significado cuando se concibe como un reto afrontado
con resolución, a tenor de las circunstancias
naturales en las que los mayas erigieron su civilización,
para dar una dimensión totalmente fuera de
lo común a su vida cotidiana.
Es un universo en el que se mezcla el bosque
denso —con sotobosque frondoso de hasta tres metros
de altura, suspendido bajo un techo vegetal de
30 a 50 metros— con áreas de sabana y zonas palustres.
Un universo de vegetación exhuberante, una
fauna ruidosa y diversa, un calor húmedo persistente,
con escasos cursos de agua. Sin olvidar un utillaje primitivo,
propio del Neolítico, que todavía no conocía
la rueda y no disponía de ningún animal de tiro.
Y, sin embargo, sobre estas precarias bases, los
mayas erigieron una de las civilizaciones más bri-
liantes de todos los tiempos, se convirtieron en expertos
astrónomos, desarrollaron las matemáticas a
un nivel muy alto, destacaron en el arte de los frescos
y de la alfarería, construyeron templos y pirámides
que resistieron tiempos futuros y se convirtieron
en un testimonio del fervor de sus creencias.
Porque no debe cabernos la menor duda de que
fue la fe en el porvenir la que condujo a los amerindios
hacia aquellas tierras y los guió hasta la materialización
de un destino fabuloso. Una historia de
fe como pocas ha vivido la humanidad. La aventura
de unos seres humanos trazando su trayectoria en
un entorno a menudo hostil que no logró impedir
que definieran y desarrollaran unas relaciones muy
estrechas con los elementos de la naturaleza, y dieran
así otro sentido a su existencia.
Vivir no es nada, ni dentro ni fuera del universo
maya, si no se confiere un sentido preciso a lo que
se vive, a lo que se inicia, a lo que se hace. Todo depende
del sentido profundo que se esconde detrás
de cada palabra, por insignificante que esta sea, detrás
del acto más pequeño y aparentemente anodino.
Por su parte, los mayas supieron dar siempre un
sentido concreto a sus realizaciones y a su devenir.
Y no porque todo estuviera excesivamente codificado,
sino porque poseían la «preciencia» de lo
esencial que revela las evidencias y lleva a los seres
humanos hasta límites a veces insospechados.
Las enseñanzas
del pensamiento
maya
Del mismo modo que algunas miradas son más
agudas que otras, algunos viajes están más cargados
de sentido que otros. Emprender un camino
determinado exige únicamente un poco de voluntad
y de capacidad organizadora, pero encontrar un
sentido profundo a esta marcha, a esta nueva trayectoria,
no es tan simple.
El hecho de que en este caso se trate de un viaje
por el tiempo y el espacio confirma esta idea, ya que
¿acaso toda partida no es en potencia un recorrido
por el tiempo y el espacio? Claro está que menos lejos
y durante menos tiempo en la mayor parte de
los casos, pero el principio sigue siendo el mismo:
uno se halla en un lugar diferente al habitual y, de
pronto, allí se encuentra ante nuevos ritmos, nuevas
obligaciones, otras imágenes y otros sonidos. En
definitiva, encuentra otro mundo.
Al margen de la revelación de que puede haber
muchos mundos, casi paralelos, en realidad se trata
de una abertura extra-ordinaria hacia otras visiones
del universo. Esta dependencia del tiempo y del espacio,
esta capacidad de transportarse a otros tiempos
para observar mejor el «decir» y el «hacer» de
antaño, no hace más que destacar un poco más la
relatividad de las certezas —a veces muy útiles—
que jalonan nuestra existencia.
Además de las «turbulencias» inherentes al cambio
de época, sumergirnos rápidamente en el universo
maya nos muestra a menudo otras facetas de
esta realidad que vivíamos hasta entonces día a día...
Una potencia de reflexión
y de innovación
Hacia la mitad del primer milenio de nuestra era, la
sociedad maya está muy lejos de las estructuras tribales
de sus orígenes. Sigue estando formada por
un conjunto de reinos que dirigen ciudades-estado
cada vez más poderosas, pero algo ha cambiado: a
partir de ahora lo que reúne los esfuerzos de todos
los pueblos es algo intangible.
Además de la organización administrativa, de los
progresos considerables de la agricultura, del comercio
y, en consecuencia, de la demografía, elementos
que llevan la civilización maya a su apogeo,
se impone la afirmación de la identidad común de
todos los pueblos. Esta última encuentra su expresión
más auténtica en un interés permanente por
descubrir los misterios del universo.
Los mayas se convierten así en escrutadores pacientes,
en observadores atentos, en experimentadores
intuitivos y astutos y, por encima de todo, en
incomparables innovadores.
Viviendo en un medio natural muy particular
(selva, pantanos, relieve accidentado...), que sufre
la acción de elementos climáticos a menudo adversos
(lluvias tropicales, estación seca...), los mayas
siempre se sintieron fascinados por los fenómenos
relacionados con el cosmos, como la alternancia del
día y la noche, la trayectoria de los planetas en el
cielo, los ciclos estacionales, sin olvidar el ciclo de la
vida humana, desde el nacimiento hasta la muerte.
El pensamiento maya integró muy rápidamente
todos estos elementos indisociables de la vida cotidiana,
de la propia existencia de cada individuo,
hasta el punto de que hubo que codificar los diferentes
datos.
Así nacieron lo que denominaremos las ciencias
mayas. Los logros más representativos son, sin lugar
a dudas, la creación de calendarios, la elaboración
de principios matemáticos y la optimización de
un sistema de escritura.
La astronomía
Al igual que la mayor parte de los pueblos centroamericanos,
los mayas sintieron una gran atracción
desde siempre por los misterios de la cúpula celeste.
Los astros que se desplazan por el cielo pertenecen
al universo superior que corona la vida de
los seres humanos, y están considerados representaciones
de la voluntad divina. A menudo, los dioses
se comunican con los hombres a través de
ellos.
Por esta razón, los mayas dedicaron un tiempo
considerable a observar las estrellas, midiendo sus
desplazamientos reales o ficticios en el cielo, y poco
a poco elaboraron un sistema especulativo de gran
precisión, que sería el origen de una nueva concepción
de la astronomía, basada en observaciones muy
precisas de los astros y en las relaciones espirituales
que mantenían con estos.
No se puede entender el sentido que tenía el
cielo para los mayas sin tener en cuenta la interpretación
que se hace de cada uno de sus aspectos.
Además de las apariencias concretas y materiales,
se trata en realidad de una auténtica «tabla de desciframiento
» de la relación que mantiene la humanidad
con sus dioses. Sólo así se puede valorar hasta
qué punto son importantes los misterios del cielo
—y de las divinidades— para los sacerdotes mayas
encargados de relatar los signos con precisión y de
interpretar su significado con la mayor fidelidad posible.
Con el apogeo de la civilización maya se multiplican
los observatorios, que cada vez son más sofisticados,
a pesar de la precariedad de los medios de
los que se dispone en la época. Los astrónomos ma-
yas demuestran tener una importante agudeza intelectual,
ingenio y creatividad, cualidades que les
permiten efectuar constantes observaciones del sol,
de las estrellas y de los planetas. Todos estos datos
se recogen en unas crónicas escritas recogidas en
códices.
El sol, la luna, Venus y muchos otros planetas son
objeto de largas observaciones, hasta que se establece
una nomenclatura de los cuerpos celestes y
sus movimientos, que dan lugar a interpretaciones
específicas.
En su esfuerzo por entender el universo en su dimensión
cósmica, destacando la estrecha interdependencia
existente entre el sistema planetario y los
seres humanos que viven en la Tierra, los mayas introducen
una relación nueva entre el poder divino
ilimitado, que se expresa en la energía que contiene
todo lo que se mueve en el universo —incluidos los
planetas—, y la humilde trayectoria de cada hombre,
de cada mujer y de cada niño a lo largo de su
vida en la Tierra.
Esta concepción impregna la lógica con la que los
arquitectos mayas, cuya habilidad y maestría impresionaron
a las civilizaciones posteriores, construyen
sus lugares de culto —es decir, casi todos los templos,
las pirámides y otras construcciones— ajustándose
con mucha exactitud a una alineación celestial
muy precisa, que afecta no sólo a la
orientación, sino también a la disposición de patios,
plazas o arterias de circulación. Así,
en los equinoccios de primavera y de otoño, los rayos
de sol penetran por pequeñas aberturas en los
observatorios, iluminando las paredes interiores.
[...] El ejemplo más conocido de alineamiento se
encuentra en Chichén Itzá, la principal ciudad sagrada
de Yucatán. Allí la gente se reúne [...] para
ver cómo el sol ilumina los peldaños del templo
consagrado al dios Serpiente emplumada. Cuando
tienen lugar los dos equinoccios, los rayos de sol
iluminan los peldaños y la cabeza de una serpiente
luminosa que desciende a la Tierra desde la montaña
sagrada5.
Si bien esta concepción de una astronomía omnipresente
en la vida cotidiana convierte el pensamiento
maya en uno de los más brillantes de su
tiempo, para captar realmente todo su sentido hay
que abordar una concepción todavía más amplia de
los misterios de la vida.
Se trata de un sistema de creencias muy complejo,
dentro del cual la astronomía es uno de los
principales vectores. La elaboración de varios calendarios
y la mitología son los otros polos importantes.
Se trata de distintos parámetros que intentan establecer
una codificación general de todo lo que
existe.
5. RUDDEL, Nancy: El Misterio de los Mayas, Museo canadiense
de las civilizaciones, 1995.
Los calendarios
A la luz de las numerosísimas observaciones de carácter
astronómico, pacientemente anotadas y posteriormente
estudiadas, los mayas lograron determinar
con extraordinaria precisión los movimientos
de los cuerpos celestes y la repetición cíclica de las
principales fases cósmicas.
Vieron con claridad que las trayectorias de los
planetas en el cielo se encadenan siguiendo ritmos
concretos, que en muchos casos son regulares. De
ahí la idea de crear un sistema de referencias que
permitiese anotar el paso del tiempo: nació así el
primer calendario maya, una de cuyas funciones
principales era, precisamente, medir el transcurso
del tiempo.
A partir de entonces, las fechas exactas del calendario,
conocidas con antelación, marcaron el ritmo
de las actividades estacionales, planificaron las ceremonias
religiosas y determinaron las grandes
orientaciones de las actividades humanas en el corazón
de la sociedad maya. La observación de los
ciclos de los planetas, de los movimientos de las
constelaciones y de los eclipses lunares y solares les
llevó a considerar otros signos, otros fenómenos
que no sólo estaban relacionados con la materia que
forma los astros, sino que constituían indicios de
actividades divinas, como mensajes codificados que
tenían a los humanos como destinatarios, y que, por
tanto, era necesario descodificar e interpretar para
continuar el progreso de la civilización y la construcción
de un mundo propio en la Tierra.
La finalidad del calendario maya tiene a la vez un
componente práctico y otro esotérico. Si nos referimos
a un solo calendario maya, que agrupe todas
las versiones realizadas por esta civilización, este
contendrá en realidad varios «ciclos» bien distintos,
cada uno de ellos con una función precisa.
EL CICLO SAGRADO
Este calendario, que se utiliza todavía actualmente
en algunas comunidades de las tierras altas de Guatemala,
está compuesto por 260 días que resultan
de la unión de dos ciclos menos importantes: la sucesión
hasta el infinito de los números del 1 al 13 y
los 20 nombres de los días, también repetidos (por
ejemplo: 7 Imix, 11 Muluc, 5 Chuen...). Este año de
260 días también se llama ciclo divinatorio (Tzolkin),
ya que define los ciclos rituales y las fechas de
las ceremonias de la vida cotidiana, en relación con
el nombre y la función de los diferentes días:
— imix: día propicio para la compra de bienes inmuebles,
para la construcción y la demolición de
casas y para expiar las faltas e implorar el castigo
de los que han causado algún mal;
— ilk: día propicio para implorar protección para
los animales domésticos, en particular, el ga-
nado: que no le falte agua ni forraje y que no sea
víctima de ninguna enfermedad;
— akbal: día positivo para los amantes y para todos
aquellos que cortejan a alguien; también es propicio
para causar el mal, o para detenerlo;
— kan: día adecuado para pedir a las divinidades
principales y a los espíritus de la montaña permiso
para sembrar y cultivar;
— chicchan: día particularmente nefasto; se elige para
conjurar los problemas conyugales y presenta un
riesgo elevado de mordedura de serpiente;
— cimi: indica la muerte de una persona enferma;
es un día propicio para orar por los enfermos y
los heridos;
— manik: día favorable para la caza de animales salvajes;
— lamat: dedicado al culto del maíz; día apto para
realizar ofrendas y rezar por el éxito de las siembras
y de las cosechas;
— muluc: día propicio para el castigo de los delincuentes,
la liberación de los prisioneros, la curación
de los enfermos y la purificación de los pecados
por medio de la flagelación;
— oc: día apropiado para las relaciones sexuales y
la concepción; los individuos nacidos este día se
consideran entregados al sexo y a la bebida;
— chuen: día del dinero, de los animales, de las cosechas
y de los alimentos;
— eb: día favorable para la plegaria por la salud física
y para implorar la clemencia de los dioses;
— ben: día de todo lo que está relacionado con la
infancia, incluidos los nacimientos y los cuidados
a los bebés;
— ix: día dedicado a los espíritus sagrados de las
montañas y otros lugares especiales; propicio
para las oraciones en demanda de lluvias y buenas
cosechas;
— men: día relacionado con el bienestar material;
apropiado para rezar por la protección contra los
animales y los pájaros nocivos para las cosechas;
— cib: dedicado a las ofrendas, a los difuntos y a
los espíritus ancestrales;
— caban: día especial para liberar a los presos, para
hacer la corte o solicitar el matrimonio, y también
para rezar por la salud y el bienestar de un
pariente;
— etz'nab: día nefasto, durante el que se realizan
maleficios; también es un día apropiado para librar
a alguien de un sortilegio;
— caijac: día de dos facetas, favorable para los desplazamientos,
pero también nefasto porque se
invoca el mal para sembrar la discordia en los
hogares;
— ahau: generalmente refleja la muerte de una persona
enferma; propicio para conjurar sortilegios,
especialmente los que han sido causados bajo
Caijac6.
6. La civilización maya, CD-Rom, Alsyd et Sumeria, 1996.
EL CALENDARIO SOLAR, O HAAB, DE 3 6 5 DÍAS
El haab está compuesto por la sucesión de 18 meses
de 20 días, a los que se añade un mes más de cinco
días llamados nefastos, por ser propicios a todos los
peligros y a todas las desgracias.
Se trata, de hecho, de la primera formulación de
lo que más tarde sería el año solar tropical, similar al
calendario gregoriano que con posterioridad fue
adoptado umversalmente.
Los meses del haab son:
— pop: mes de ritos del nuevo año; patrón del mes:
el jaguar;
— uo: mes de la ceremonia delpocam; permitía a sacerdotes,
chamanes, curanderos y cazadores hacer
predicciones y profecías para el año nuevo;
— zip: mes de las ceremonias dedicadas a implorar
la ayuda de los dioses para la salud, la caza y la
pesca; patrón del mes: el dios serpiente;
— zotz: mes sin ceremonia particular, consagrado a
la preparación del mes siguiente; patrón del
mes: el murciélago;
— zec: durante el mes de zec, los propietarios de
panales imploraban al dios de las abejas la obtención
de una producción de miel abundante;
patrón del mes: el dios del día;
— kijl: mes de consagración a los ídolos;
— yaxkin: mes sin ceremonia particular; consagrado
a la preparación del mes siguiente;
— ch'en: durante el mes de ch'en, proseguía la consagración
de divinidades en ídolos y la recogida
de flores para las abejas; patrona del mes: la luna;
— yak: mes consagrado al mantenimiento del templo
de Chac, el dios de la lluvia. Patrona del mes:
Venus;
— zac: mes utilizado por los cazadores para calmar
a los dioses de la caza; patrón: dios de Uinal, el
calendario de 20 días;
— ceh: mes que no comportaba ninguna ceremonia
particular; patrón: el dios del fuego nuevo;
— mac: mes en el que se celebraban ceremonias a
lo largo de las cuales los ancianos de la comunidad
imploraban a los Chacs para que las lluvias
fueran abundantes;
— kankin: mes sin ceremonias particulares;
— muan: durante este mes, los propietarios de
plantaciones de cacao celebraban ceremonias
para garantizar cosechas abundantes;
— pax: los guerreros celebraban ceremonias para
asegurarse la victoria en la guerra;
— kayab: mes dedicado a las ceremonias que aportan
placeres y diversiones;
— cumku: como el anterior, mes dedicado a las ceremonias
de placer y diversión;
— uayeb: mes nefasto de cinco días, dedicado a la
preparación de las ceremonias del nuevo año.
Destaquemos que la transición de un mes a otro
era muy importante para los mayas. Así, el último día
de cada mes no marcaba el final del mes que acababa
de pasar, sino la «entronización» del mes siguiente, y
se designaba con un jeroglífico específico que representaba
a un soberano sentado sobre una estera.
EL CICLO DE 52 AÑOS
También llamado cuenta calendaría, consta de
18.980 días (52 años aproximadamente). Este ciclo
resulta de la combinación del ciclo sagrado con el
haab, y sus días se imbrican como los engranajes de
un reloj. Esto explica que en el calendario maya
cada día se designe con un nombre y una cifra de
cada uno de los dos ciclos, así como una fecha de la
cuenta larga (que veremos a continuación). El inicio
del año sagrado y el principio del haab solamente
coinciden cada 18.980 días.
LA CUENTA LARGA
Dado que el ciclo de 52 años no permite medir el
paso del tiempo con precisión, los astrónomos mayas
crearon este ciclo que empieza exactamente el
día de la creación, es decir, el 4 Ahau 8 Chumku (13
de agosto del año 3114 a. de C ) , y finaliza el 2012,
fecha en la que se iniciará una nueva era.
La unidad, el día, se llamaba kin; 360 kines (o
días) formaban un tun; 20 tunes constituían un ka-
tún (es decir, 7.200 kines o días) y 20 katunes completaban
un baktún, o ciclo (144.000 kines).
Este cálculo tan preciso del tiempo permitió a los
mayas datar con exactitud la construcción de los
monumentos más importantes, grabando en la piedra
el número de días transcurridos a partir del comienzo
del tiempo (fecha de la creación).
La compleja organización del calendario maya requiere
una buena base de conocimientos. Lógicamente,
esto se convirtió rápidamente en el privilegio
de la élite dominante, más cultivada, que lo
utilizó para organizar la vida cotidiana y política, y,
en el fondo, como instrumento de poder y de dominio
sobre el pueblo.
Las matemáticas
Con el desarrollo de la observación astronómica, los
mayas adquirieron poco a poco la costumbre de
contar: las horas, los días, los meses, los años. Al poner
referencias al tiempo, dominaron cada vez más
los cálculos, a veces muy complejos, que se derivan
de dichas referencias.
Por esta vía consiguieron elaborar un sistema de
cálculo simple, pero a la vez eficaz, que en un futuro
se conocerá con la denominación, un poco
pomposa, aunque totalmente justificada, de matemáticas
mayas.
El sistema se basa en la combinación de tres símbolos
que, mediante la adición y la sustracción, permiten
calcular el tiempo hasta fechas muy lejanas,
tanto en el pasado como en el futuro. Son: el punto,
que representa la unidad; el guión, que representa
el número cinco; y un signo de forma parecida a una
concha estilizada, que representa el cero.
Este último elemento tiene un enorme significado
para los estudiosos del pensamiento maya. En
efecto, el concepto de cero —el valor de esta cifra,
a saber, la ausencia de unidades entre 1 y 20— era
desconocido en las civilizaciones anteriores. En el
mundo occidental, fue introducido por los árabes
varios siglos después, hecho que demuestra el valor
intelectual de la cultura maya.
Para perfeccionar este sistema de cálculo, las matemáticas
mayas se basan también en una numeración
denominada posicional, en la que la posición
del número determina su valor, y aumenta progresivamente,
por columnas verticales que se ordenan
de abajo arriba.
Teniendo en cuenta los tres símbolos anteriormente
citados, el número 9 se representa con un
guión con cuatro puntos encima; el número 10, con
dos guiones uno encima del otro. A partir de 20, todos
los números se representan de esta misma manera,
pero añadiendo un punto encima del número.
Así, el 33 se escribe con el mismo símbolo que el 13
(dos guiones y tres puntos), más un punto encima
que indica que se suman 20 unidades.
Este método de cálculo, además de permitir contar
hasta el infinito, presenta la gran ventaja de poder
ser utilizado por todos. Incluso las personas sin
instrucción pueden utilizarlo para los cálculos simples
de la vida cotidiana, en el trabajo o en operaciones
comerciales:
Para sumar, ponían una cifra al lado de la otra y las
reducían al valor que daba la suma. Para restar, hacían
lo contrario. La multiplicación era más complicada,
pero podía efectuarse incluso sin instrucción
y sin la ayuda de tablas. El valor del dinero
[...] se fijaba en la corte, con la intervención del
rey. La moneda estaba constituida por materiales
preciosos, como perlas de roca verde, perlas de
conchas de ostras rojas espinosas, grano de cacao,
prendas de algodón y sal marina7.
La escritura
Junto con el calendario y las matemáticas, la escritura
es la tercera forma de expresión del pensamiento
maya. Plasmada en las paredes de los monumentos,
en las escaleras de innumerables
templos, grabada en estelas de piedra, en bajorrelieves,
esculpida en la madera, cincelada en figuri-
7. R U D D E L , Nancy: El Misterio de los Mayas, Museo canadiense
de las civilizaciones, 1995.
lias, dibujada en las piezas de cerámica, pintada en
las paredes de las sepulturas o trazada hábilmente
en los códices, es el elemento que superará el paso
de los siglos con mayor persistencia, reflejando un
rigor sin igual en Centroamérica y, sobre todo, revelando
con el tiempo una capacidad de expresión
destacable desde todos los puntos de vista.
Los códices mayas estaban hechos de piel de ciervo
o de láminas de papel fabricadas a partir de cortezas
de árboles; estaban cubiertos con una capa fina
de yeso y se doblaban como un biombo. Las inscripciones
eran hechas por hábiles escribas. La mayor
parte de los libros se ha perdido, quemados en
el siglo XVI por los españoles, que intentaron convertir
a los mayas al catolicismo. Los pocos libros
que se conservan son una fuente inagotable de información
acerca de las creencias religiosas de los
mayas, del calendario y de las celebraciones. En
ellos se puede encontrar, en forma de dibujos o de
símbolos, enseñanzas sobre los dioses asociados a
cada día, sobre las tablas astronómicas que predicen
los ciclos de Venus y los eclipses solares8.
Considerados obras de Satán, miles de textos
mayas fueron quemados en auto de fe por los inquisidores
españoles.
8. R U D D E L , Nancy: El Misterio de los Mayas, Museo canadiense
de las civilizaciones, 1995.
El sistema de escritura maya es uno de los cinco
desarrollados a lo largo de la historia, y el único sistema
completo elaborado en el continente americano:
Un sistema muy parecido al japonés moderno y a
los jeroglíficos egipcios. Los escribas mayas podían
escribir palabras recurriendo a los ideogramas individuales
que representaban conceptos, o utilizando
combinaciones de signos que formaban
fonemas, igual que en el sistema de escritura indoeuropeo9.
Consiste en una combinación de ideogramas y de
caracteres fonéticos contenidos en un silabario codificado.
Los caracteres de la escritura maya, de
tipo jeroglífico, tienen formas simples y formas elaboradas.
Representan perfiles de cabezas o de cuerpos
enteros de personas, animales o dioses. La combinación
de las palabras y de las sílabas permite
formar todos los vocablos de la lengua maya.
No se puede hablar de un «abecedario» maya.
Se trata más bien de caracteres individuales y de
imágenes dispuestas en columnas. Por ejemplo, en
el periodo «clásico», los textos mayas están dispuestos
en dos columnas que se leen juntas de izquierda
a derecha y de arriba abajo.
9. La civilización maya, CD-Rom, Alsyd et Sumeria, 1996.
Actualmente, gracias a los estudios realizados
para establecer una correlación entre los dialectos
mayas modernos y el sistema antiguo de escritura
se pueden interpretar más de 650 de los 800 ideogramas
conocidos.
Al igual que las matemáticas y la astronomía, la
escritura y la lectura estaban reservadas casi exclusivamente
a una pequeña minoría formada por las
personas que tenían el poder. De hecho, saber leer
y escribir era excepcional, hasta el punto de que saber
alinear los signos con un sentido particular era
considerado un don divino.
La función de la escritura no era solamente transmitir
conocimientos y sabiduría, sino también reforzar
y consolidar el poder, por lo que se convirtió
en un instrumento de propaganda muy eficaz. Las
inscripciones grabadas en los monumentos de piedra
tenían el objetivo de presentar al pueblo —y
también a los aspirantes al poder— la mejor imagen
de la élite reinante y de sus realizaciones para la
comunidad maya, desde su descendencia noble
y mítica, hasta la justificación de su poder político y
militar.
Una dimensión espiritual
de la existencia
La astronomía, las matemáticas y la escritura elaboradas
por los mayas no representan simplemente
una serie de medios de los que disponían con un
objetivo práctico. Más allá de las veleidades de poder,
ponen de manifiesto una necesidad de saber,
de buscar, una voluntad de entender, que llevaron a
este pueblo hacia los aspectos esenciales de la existencia.
En realidad, al margen de las contingencias concretas,
estos tres instrumentos tan eficaces adquieren
todo su significado en la relación que justifica
su propia existencia, es decir, en los estrechos
vínculos que mantienen los mayas con los dioses.
Cuando los astrónomos, los matemáticos o los escribas
salen a la palestra y dan libre curso a su inmenso
talento, se sitúan en realidad en una dimensión
espiritual de la existencia.
Lo que nos revelan y nos enseñan estas tres disciplinas
fundamentales del pensamiento maya es
una espiritualidad latente, que surge detrás de cada
observación del cielo y detrás de todos los gestos y
los actos de la vida de cada día.
El universo maya se afirma como algo más que
material. Se presenta en una perspectiva mucho
más amplia y extensa, ilimitada en el espacio y en el
tiempo. La civilización maya permanece anclada en
su época, atada a las exigencias terrenales y temporales
del momento, pero de pronto adquiere un
aura más ligera, procedente de los valores más espirituales
que existen, y a través de ella alcanza la
plena esencia de la humanidad.
Bienvenidos al corazón de la espiritualidad maya.
LA RELIGIÓN MAYA
Doctrina
Todos los viajes son reveladores. Detrás de lo
que normalmente tiene la forma de un simple
desplazamiento en el espacio, se perfila en realidad
algo más que un anodino cambio de lugar. Del
mismo modo que nos abre los ojos a nuevos paisajes,
a otras facetas del mundo, el viaje también nos
ofrece un enfoque nuevo de nuestra vida cotidiana.
En este sentido, el viaje es rico en las más variadas
enseñanzas, a pesar de su componente temporal
y de que no nos lleve al otro lado del planeta. Lo
esencial no es ir lo más lejos posible, sino irse, «desarraigarse
» durante unas horas o durante unos
días, lo justo para verse de una manera diferente.
Si a ello le añadimos un desplazamiento en el
tiempo, hasta llegar a unos siglos antes del nuestro,
todo cambia. La inmersión en otra versión de la
realidad es tan profunda que afecta directamente a
la humanidad más esencial, a aquello que, detrás de
las apariencias, de las costumbres y de los idiomas,
es común a todos los hombres de todos los tiempos.
La simple escapada para alejarnos de las obligaciones
diarias, como nos parecía en un principio,
se nos aparece más cargada de sentido, se nos revela
«iniciática», por decirlo de algún modo. Es
uno de aquellos recorridos que se sabe dónde empiezan
pero cuyas etapas y conclusión son siempre
inciertas, como los meandros de un laberinto antiguo.
El viaje por el espacio y el tiempo que emprendemos
hoy es otro de esos episodios singulares que,
bajo la apariencia de una exploración lejana, lleva al
individuo a sus propios orígenes.
No hay que ser un gran sabio para captar en la
evolución de toda comunidad, en la tendencia innata
a mantener y perpetuar la vida, a definir los
usos y costumbres, a desarrollar una civilización, las
aspiraciones del ser humano a crecer, a superarse, a
dotar a la vida de un sentido muy por encima de lo
meramente terrenal.
El hombre tiene esta característica, que le diferencia
de las demás especies del planeta: está ligado
a la materia —a través del cuerpo en el que vive y
que le sirve de «vehículo»—, pero a la vez es capaz
de evadirse de las contingencias materiales, gracias
a su cerebro, y de alcanzar las esferas más etéreas
del pensamiento. Esto le permite acceder al mundo
del espíritu, donde las barreras se difuminan, las
apariencias se diluyen, las palabras pierden el sentido
para dejar lugar a lo esencial. Allí florece la espiritualidad,
germina la fe en la vida y en los hom-
bres; allí el misterio de la creación se manifiesta con
toda su luz a quien sabe aproximarse pacientemente.
La civilización maya no es diferente en esto. Se
nos revela como artífice de una grandeza de espíritu
preciosa, que se nos ofrece como una joya en el
seno de la exótica vegetación de la selva de América
central.
Ante nosotros se expresa de pronto una fe auténtica,
un universo de creencias sabias y sutiles, una
vibración indígena rebosante de espiritualidad que,
inefablemente, a su manera, cálida y coloreada, nos
lleva hasta los orígenes de la humanidad.
El nacimiento
de la religión maya
Con el desarrollo de la astronomía y las matemáticas,
la elaboración de calendarios y la creación
de un sistema de escritura completo, los mayas
no sólo evolucionaron como civilización, sino que
construyeron los cimientos de una cultura en todos
los sentidos de la palabra.
De hecho, impulsada por esta fuerza a la vez
científica y estética, la cultura maya, gracias a sus
realizaciones intelectuales, se elevó al primer rango
de la historia de la cultura india en todo el continente
americano.
En efecto, sin negar sus orígenes olmecas y zapotecas,
se puede otorgar a los mayas una identidad
propia, que lograron imponer a sus vecinos con
fuerza y originalidad, especialmente entre los años
200 y 700, periodo que representa la época de su
máximo apogeo.
Sin embargo, sería demasiado reduccionista contemplar
sólo estos aspectos de la vida cotidiana del
pueblo maya, pues, como ya hemos señalado, en su
búsqueda intelectual y de la organización social subyace
una fe profunda que, en muchas ocasiones
—en todas las ocasiones—, se convierte en un fervor
religioso constante, que se insinúa en cada pensamiento,
cada acto, cada decisión, aunque su importancia
sea mínima.
De hecho, el universo maya, tan sólido y estructurado
en sus realizaciones materiales, no se puede
concebir, desde su origen, sin la fe y la creencia.
Desde la noche de los tiempos, la religión ha sido
parte integrante de la cultura maya. Por consiguiente,
no se puede hablar de esta sin evocar su
componente religioso.
La fe en la vida cotidiana
Mirándola de cerca, es evidente que toda la organización
social maya tiene un fundamento religioso.
Tanto en el territorio de Yucatán, como en las tierras
de lo que más tarde sería Guatemala y Honduras,
las ciudades mayas eran en realidad conjuntos
de poblaciones situadas alrededor de centros culturales
más o menos importantes. Los entes administrativos
de la sociedad maya constituían una estructura
organizativa que se adaptaba a la existencia de
poblaciones y ciudades-templo:
Las ciudades-templo eran grandiosas y magníficas;
tenían pirámides escalonadas, coronadas por los
edificios macizos del templo, plataformas que sostenían
edificios rectangulares, conocidos con el
nombre de palacios (pero que probablemente eran
almacenes), torres manifiestamente dedicadas a la
observación astronómica; grandes espacios cuadrados
abiertos al cielo se destinaban al juego de pelota
ritual, y estelas, en las que figuraban las fechas
importantes del calendario. Las estelas y las paredes
de los edificios estaban decorados con signos
jeroglíficos10.
En estos lugares se veneraba tanto a los dioses de
la agricultura, como a un cierto número de divinidades
adoradas por los sacerdotes, casta muy influyente
en las altas esferas del poder maya.
La propia concepción de la sociedad desde un
punto de vista estrictamente humano, referido a la
población, respondía desde sus inicios a unos parámetros
claramente definidos. Existía una separación
social evidente entre los agricultores y los granjeros,
por un lado, y los sacerdotes, la aristocracia y
los artesanos, por otro. Sin embargo, lo más importante
es que está establecido muy claramente que el
segundo grupo debe satisfacer las necesidades espirituales
de todo el conjunto de la comunidad.
Con este objetivo se construyeron templos donde
se honraba a los dioses de la agricultura y de la llu-
10. Histoire des religions, Encyclopédie de la Pléiade, tomo III,
Gallimard, 1976.
via, del maíz y de la tierra. La astronomía y las matemáticas,
que desempeñaban un papel fundamental
en este ordenamiento religioso, servían para determinar
con exactitud las fechas importantes para
las siembras y las plantaciones. Paralelamente, la
instauración de juegos rituales, como el de la pelota,
tenía la función de explicar y garantizar el equilibrio
del universo sobrenatural.
Por todo ello se puede hablar de un verdadero
«sistema religioso» —basado en una sutil armonización
entre la autoridad de los sacerdotes, que
aportaba una dinámica espiritual acorde con sus
propias aspiraciones, y las necesidades religiosas de
un pueblo muy creyente— que durante varios siglos
«fertilizó» permanentemente la cultura maya.
Para captar el alcance real de esta fe de sorprendente
autenticidad, en primer lugar conviene describir
el mundo tal como lo concebían los mayas.
El mundo según los mayas
El universo de la civilización maya, su entorno geográfico
y la época en la que transcurre, son parte integrante
de un orden cósmico general, en cuyo seno
actúan fuerzas sobrenaturales que influyen en la
vida de los hombres. Cada elemento del cosmos
tiene un lugar y una función asignados.
El mundo de los mayas es un mundo de tres dimensiones.
O, mejor dicho, que existe en tres pla-
nos o mundos distintos: el plano de la Tierra
(mundo intermedio), el plano inferior (mundo inferior)
y el plano celestial (mundo superior).
El plano inferior y el plano celestial forman un
eje vertical que cruza el eje horizontal de la Tierra.
Su concepción del mundo descansa en estos tres niveles
de existencia. Para los mayas,
un Gran Arbol, mástil central que sostiene el cielo,
simboliza el eje del mundo, una línea invisible que
une los tres mundos. Sus ramas alcanzan el Mundo
superior, sus raíces se hunden profundamente en
el Mundo inferior, y su tronco atraviesa el Mundo
intermedio. Las almas iban y venían por este árbol
sagrado [...]. La tierra está considerada como un
ser vivo, como una tortuga que flota en un mar inmenso.
Cuando los hombres mueren, caen por una
grieta o una fisura del caparazón de la tortuga y van
al Mundo inferior, un lugar sombrío y siniestro que
rezuma miseria y pestilencia, del que no hay manera
humana de escapar. Todos los días, el sol se
alza en la Puerta del Este y recorre el arco celeste
antes de caer a través de la Puerta de Oeste al
Mundo inferior, creando la noche y el día. Cuando
el sol se alza de nuevo por el este, se produce el milagro
del renacimiento, y las personas están seguras
de que sus plegarias por la continuidad han sido
atendidas11.
11. R U D D E L , Nancy: El Misterio de los Mayas, Museo canadiense
de las civilizaciones, 1995.
Esta concepción tridimensional del universo condiciona
toda la existencia de los mayas. La noción
de árbol cósmico que sostiene el cielo es fundamental
en el pensamiento maya, hasta el punto de que
se convierte en omnipresente. Así, el universo está
formado por estratos superpuestos donde cada uno
encuentra su lugar, tanto el vivo como el difunto.
Por ejemplo, el plano celestial comporta trece niveles
diferentes, cada uno de ellos presidido por un
dios distinto, en los que los muertos están orientados
en función de la forma como han fallecido (guerrero
durante el combate, inmolado en sacrificio a
un dios, fulminado por un rayo, ahogado...).
En la creencia en el árbol cósmico se encuentran
las razones primordiales que indujeron a los mayas
a erigir en las cimas de las montañas y de las colinas
sus templos piramidales, en cuyo vértice —o sea, lo
más cerca posible del cielo— se construían los altares
destinados a oficiar ritos religiosos.
El Mundo inferior (llamado Xibalbá12) estaba
formado por nueve niveles, cada uno de los cuales
era tutelado por una divinidad: se trata de los dioses
del Infierno, que acogían a la gran mayoría de
difuntos. Contrariamente a la concepción cristiana
del universo, no hay que ver en este Mundo inferior
un destino negativo, especialmente reservado a los
pecadores. En la religión maya, es simplemente el
12. Xibalbá: literalmente, «lugar de terror».
destino final de aquellos que no experimentan una
muerte violenta.
Los reyes, los sacerdotes y los dignatarios que morían
en paz eran enterrados en pirámides suntuosas
de nueve pisos [...] que simbolizaban los estratos de
Xibalbá. Cuando alguien entraba en este mundo tenebroso,
tenía que pasar por una serie de pruebas,
para poner en dificultades a los repulsivos dioses
que allí reinaban. Si vencía, el difunto abandonaba
el mundo inferior y se convertía en un ser celestial13.
Para entender el pensamiento maya es fundamental
conocer el alcance real de esta concepción
del universo, porque se trata de un elemento que
condiciona cada instante de la existencia de todos
los individuos que pertenecen a esta sociedad. Para
lograrlo, hay que remontarse a lo que representa la
base de toda concepción espiritual maya: el relato
místico y sagrado de la religión.
El relato mitológico de la creación
A primera vista, las creencias de los mayas se parecen
en muchos puntos a las de otras civilizaciones
y culturas que se desarrollaron en el centro
13. ALLAN, Tony, y Tom LOWENSTEIN, Ritos de América central,
col. «Mitos y creencias populares», Time-Life Books, 1997.
del continente americano. Sin embargo, detrás de
esta apariencia que deja entrever aspectos comunes,
se perfilan concepciones religiosas realmente
originales.
Esto se debe al hecho de que los mayas eran investigadores
incansables, observadores rigurosos e
impenitentes del espacio. Sus observaciones astronómicas
les llevaron a una concepción del mundo
muy específica, con una visión global y, en definitiva,
caracterizada por un punto de vista cósmico.
Sus conocimientos sobre las estrellas, los astros y
los ciclos de los movimientos de estos últimos les
permitieron definir el universo —y, más en concreto,
su mundo— como fundamentalmente inestable,
aunque previsible. Del mismo modo que la
posición de cada planeta está establecida desde
siempre, el lugar de cada criatura viviente también
está preestablecido y responde a una alternancia de
ciclos sucesivos de creación y de destrucción.
Basándose en sus observaciones astronómicas y
en complejos cálculos matemáticos, los mayas
creían que el universo había conocido ya una gran
número de apocalipsis y de renacimientos, siguiendo
ciclos precisos que estudiaron minuciosamente.
Así, lograron determinar unos parámetros
que condicionaban toda la vida de la sociedad
maya: creían en la existencia de unos ciclos universales
que duraban trece baktuns; puesto que un baktun
equivale a 400 años, esto significa que el mundo
se destruye cada 5.200 años. En consecuencia, dado
que el primer ciclo se inició el año 3114 a. de C,
deberá terminarse en diciembre del año 2012.
De hecho, toda la mitología maya descansa sobre
el relato de la creación, el inicio de este primer ciclo,
que explica a la vez el origen del mundo, la aparición
de los hombres y, naturalmente, sus relaciones
con las fuerzas divinas que rigen el universo.
La tradición espiritual de esta cultura, que al
principio era de transmisión oral, tomó rápidamente
otra dimensión con la creación de un sistema completo
de lectura. En efecto, los jeroglíficos mayas se
convirtieron en poco tiempo en un instrumento de
importancia capital, no sólo de la transmisión del
saber de los Ancianos, sino de la historia del mundo
en general y del papel que corresponde a cada uno.
Los ideogramas y los signos fonéticos aparecen,
en primer lugar, en las paredes, los bajorrelieves y
las escaleras de los templos, en las salas funerarias,
pintados en las cerámicas o esculpidos en la madera.
Posteriormente, se plasmaron en forma de libro
en una gran cantidad de textos sagrados que relatan
toda la historia del mundo o parte de ella. Así
nacieron miles de códices, ecos de los orígenes mitológicos
de la civilización maya.
Uno de estos manuscritos típicos doblados en
forma de acordeón, impregnados de cal y con ilustraciones
pintadas con tintas de colores es el conocido
como Popol-Vuh («Libro del consejo»). Con el
paso del tiempo, se convirtió en una de las princi-
pales fuentes de conocimiento espiritual maya, revelando
a lo largo de sus páginas cubiertas de signos
evocadores los arcanos de la creación del
mundo, tal como la concebían los Ancianos.
No obstante, prácticamente todos los documentos
fueron destruidos o quemados por los españoles
durante la conquista. Sólo algunos escaparon
milagrosamente del alcance de los conquistadores,
entre ellos el códex de Madrid, el códex de París o
el códex de Dresde
La creación de la Tierra
La historia de la creación constituye el primer relato
de la mitología maya. Explica cómo fue creado
el mundo, mucho antes de la aparición del primer
hombre.
Al principio no había nada, excepto una especie
de vacío, el cielo y el mar primordial. Ni hombres,
ni animales, ni árboles, ni rocas.
Fue entonces cuando la Pareja creadora, representante
divina de los principios masculino y femenino,
decidió concebir el mundo. Para ello, lanzó
una cuerda y creó las cuatro esquinas del cielo-tierra.
Así se cumplió la primera creación.
Luego llegó el tiempo de modelar la Tierra. Este
fue el objeto de la segunda creación, que consistió
en plantar tres piedras del hogar celestial y levantar
el cielo —hasta entonces situado inmediatamente
por encima del mar primordial— para desalojar el
agua y hacer aparecer la plataforma terrestre. El retroceso
de las aguas dejó al descubierto las montañas
y los bosques, los lagos y todo lo que constituye
el planeta. Fue entonces cuando nacieron los animales,
los pájaros y los insectos, todos con una función
en este nuevo mundo.
Sin embargo, la Pareja creadora no logró concebir
seres capaces de hablar, de rezar, de seguir el
paso del tiempo y, sobre todo, de honrar a los dioses
como se debía. Después de varias tentativas infructuosas,
los Creadores del mundo decidieron
que un diluvio debería destruir la Tierra, para que
pudieran comenzar la creación por tercera vez. Y
así fue.
El sol, la luna y las estrellas
La tercera generación engendró un nuevo mundo:
el de los Gemelos heroicos. Empezó cuando dos
dioses gemelos, Un Hunahpu y Sept Hunahpu, jugaban
divertidos a la pelota. El ruido que hicieron
despertó la ira de los señores supremos del reino
subterráneo de Xibalbá: Un Muerto y Sept Muerto.
Esos últimos instaron a Un Hunahpu y a Sept
Hunahpu a que los acompañaran al Mundo inferior,
donde serían juzgados y les impondrían una serie
de pruebas. Al finalizar, los señores de Xibalbá
ejecutaron a los condenados y enterraron sus cuer-
pos en el terreno de juego de pelota del Mundo subterráneo.
Los señores le cortaron la cabeza (a Un Hunahpu)
y la colocaron en un árbol para que sirviera de advertencia
para los demás. Un día, una hija de Xibalbá,
llevada por la curiosidad, fue a ver el cráneo,
el cual le pidió que abriera la mano. El cráneo le
escupió en la palma y la fecundó. El padre de la joven
se enfureció, y la precipitó al Mundo intermedio
de los humanos, donde encontró refugio en
casa de la abuela de sus bebés. Dama Sangre —así
se llamaba la joven— llamó a sus gemelos Hunahpu
y Xbalanque14
Los chicos vivieron grandes aventuras. Aprendieron
a jugar a pelota y les gustó tanto que en poco
tiempo corrieron la misma suerte que su padre y su
tío, y fueron llamados también al Mundo subterráneo.
Pero eran más inteligentes que sus predecesores
y mantuvieron a raya a los Señores del reino de
los Muertos, desafiándolos al juego de pelota.
Finalmente, ofreciendo una representación ante
los Señores de la Muerte, por orden de estos, les
convencieron de dejarse sacrificar y, cuando estuvieron
muertos, los gemelos no los devolvieron a la
14. R U D D E L , Nancy: El Misterio de los Mayas, Museo canadiense
de las civilizaciones, 1995.
vida. Fue así como expulsaron a las gentes de Xibalbá
del mundo de los humanos. Los gemelos se
entregaron al juego de pelota, resucitaron a su padre
y a su tío (que son dos formas del dios del maíz).
[...] El último acontecimiento de la tercera creación
tuvo lugar cuando los gemelos se enfrentaron al Pájaro
celeste, Sept-Ara, un ser bello pero vanidoso,
que decía ser el sol en persona y exigía que todos le
adoraran. Los gemelos decidieron dar una lección a
Sept-Ara y a sus hijos, y le lanzaron una piedrecilla
con su cerbatana. La piedrecilla le dio en un diente,
causándole un vivo dolor. Desesperado, pidió ayuda
a su abuelo, quien dijo verse obligado a arrancarle
los dientes y los ojos a Sept-Ara. Hecho esto, todo el
mundo vio a Sept-Ara tal como era, y su prestigio
desapareció. Sus hijos continuaron haciendo el mal
y atrajeron a cuatrocientos chicos a su casa, hicieron
que se derrumbara el techo y los mataron a todos.
Cuando los gemelos subieron de Xibalbá, uno de
ellos se convirtió en el sol y el otro en la luna. Los
chicos que habían muerto ascendieron con ellos y se
convirtieron en estrellas15.
Los primeros hombres
La cuarta creación llevó al mundo a los primeros
humanos. Después de los intentos infructuosos en
15. R U D D E L , Nancy: El Misterio de los Mayas, Museo canadiense
de las civilizaciones, 1995.
los que se habían creado criaturas humanas con tierra
y barro, y luego seres de madera, esta vez la Primera
Madre modeló los primeros seres humanos dignos
de este nombre con una pasta de maíz y agua:
Ella molió el maíz nueve veces y se convirtió en
carne humana, la suciedad del agua en la que se
había lavado las manos se convirtió en la grasa humana.
Estos humanos eran seres perfectos y lo sabían
todo. [...] Los Creadores [...] temían que los
humanos pudieran verlo todo, a través de la tierra
y del cielo, hasta los límites del universo. Los humanos
eran entonces como dioses, así que los
Creadores decidieron nublarles la visión, para que
no vieran claramente lo que tenían cerca. Así, la
humanidad quedó miope definitivamente16.
Las estrechas relaciones
entre los dioses y los hombres
Con la creación de los primeros hombres toma
forma el universo de los mayas, uniendo para siempre
a los humanos y a las divinidades que los engendraron
en una relación muy estrecha.
En efecto, no se puede entender la espiritualidad
latente, la religiosidad cotidiana del pueblo maya si
16. R U D D E L , Nancy: El Misterio de los Mayas, Museo canadiense
de las civilizaciones, 1995.
no es a la luz del «relato de la creación»: todo ha
salido de allí y todo vuelve al mismo lugar; es el
punto de referencia inmediato y permanente, la referencia
en todas las ocasiones.
La vida cotidiana se organiza en dos planos distintos:
lo concreto y palpable, es decir, todo aquello
relacionado con esta materialidad en la que el individuo
debe forjarse una trayectoria, y una espiritualidad
de todos los instantes, inherente a la vertiente
abstracta de la existencia, en la luz de lo esencial
donde están los dioses y los espíritus, revelando un
universo sin límites.
Los hombres deben su existencia a los dioses y,
por esta razón, no cesan de honrarlos durante toda
la vida, de prodigarles ofrendas y de ofrecerles comida,
de dar las gracias a través de incontables ceremonias
a quienes les dieron la vida.
Una gran cantidad de detalles del relato de la creación
se integran —de forma simbólica— en la vida
cotidiana, como son las tres piedras colocadas originalmente
en el centro del mundo y que se encuentran
en todas las viviendas mayas en el centro del
fuego de la cocina. Si en el plano divino sirvieron
para centrar el cosmos y levantar el cielo, en el plano
humano son un altar simbólico del que se levanta el
humo, llevando las oraciones de los hombres hacia
el Mundo celestial.
De la misma manera, las cuatro esquinas de la
Tierra trazadas en la primera creación se convierten
en cuatro puntos cardinales sagrados. A cada una
de las direcciones se asocia un árbol, un pájaro, un
color y un dios.
Al considerar que toda energía es espiritual, los
mayas construyeron sus ciudades y sus centros ceremoniales,
desde los más humildes hasta los más
suntuosos, alineando las construcciones en los puntos
cardinales, con el objetivo —aparte de la funcionalidad
estrictamente material— de crear unos
paisajes sagrados. De este modo, los hombres afirmaron
su voluntad de crear en el mundo material
un ordenamiento perfectamente coherente con las
referencias y las normas divinas del plano espiritual.
El panteón de los dioses mayas
Las divinidades mayas son esencialmente dioses del
cielo, de la fertilidad, de la muerte, de la guerra, de
los trabajos, de los días. Existen los dioses de la Tierra
y los dioses del Mundo inferior. Como ya hemos
dicho, la creación es el resultado del esfuerzo conjunto
de un gran número de dioses para desplegar
el universo.
A partir de ahí, se entiende mejor por qué todos
tienen una relación, más o menos próxima, con las
actividades —y los intereses particulares— de los
campesinos, por una parte, y, por otra, de los sacerdotes.
De hecho, estando lo divino presente en todas
las cosas, existen dioses para todas las diferentes
funciones que se dan en la sociedad maya.
Los dioses de las actividades sacerdotales y agrícolas
son los más venerados, debido a la importancia
de estos sectores en la vida diaria. Existen otras
divinidades que a menudo cambian de atribución,
o bien comparten con otras determinadas funciones.
Por ejemplo, el dios de la lluvia, Chac, que resulta
ser una divinidad mayor, es a la vez uno y cuatro
(uno en cada punto cardinal). Desde este punto
de vista, el razonamiento especulativo de los sacerdotes,
que contiene numerosos matices, no simplifica
precisamente las cosas, por lo que ciertas interpretaciones
exigen una prudente reserva.
El panteón de los dioses mayas merece una atención
particular por su riqueza y diversidad. Además,
se caracteriza por un dualismo perceptible desde la
primera aproximación. Se pueden agrupar, por un
lado, los dioses que hacen el bien y, por otro, los
dioses que hacen el mal. Hay algunos que favorecen
la vida y el bienestar (dioses de la fertilidad, de
la lluvia, del maíz) y otros que sólo generan choques,
dolores y violencia (dioses de la guerra, de las
malas cosechas...).
Sin embargo, sería demasiado simple atenerse
únicamente a esta diferenciación. Frecuentemente
se encuentran matices positivos y negativos en un
mismo dios, que se expresan de diferente forma según
las situaciones. Siguiendo con el mismo ejemplo,
Chac, el dios de la lluvia, es el símbolo de la fertilidad
y se le venera por ello, pero también puede
mostrarse terriblemente devastador —y, por tanto,
negativo-— cuando produce el granizo y arruina las
cosechas, haciendo que se cierna sobre el pueblo
maya la amenaza de la hambruna.
Esta percepción de la dualidad en todas las cosas
—que demuestra un sentido agudo de las realidades
de la vida— induce a los mayas a considerar
que nada es completamente blanco o completamente
negro, y que puede invertirse en todo momento
en función de las circunstancias y de las
fuerzas presentes. Esto hace que cada uno, independientemente
de su nivel social, tenga que mantener
indefectiblemente una relación constante con
lo divino.
La Primera Madre y el Primer Padre
Es la Pareja creadora de la mitología maya. Todos
los demás dioses son descendientes suyos. Ella es la
diosa de la Luna y él recibe también el nombre de
Serpiente emplumada; son el origen de la creación
del nuevo cosmos.
Hunahpu y Xbalanque,
los Gemelos heroicos
Vencieron a las fuerzas de la muerte e hicieron posible
la creación de la raza humana. Se les distingue
fácilmente en las representaciones, aunque a me-
nudo estén adornados con bandas de tela rojas y
blancas. Además, el rostro de Hunahpu sirve de
signo para el día denominado Ahau, que significa
«rey».
A Xbalanque se le reconoce por unas manchas similares
a las de un jaguar, que lleva en el torso, las
extremidades y alrededor de la boca.
Itzamna
Es el soberano de los cielos y el dios principal de los
sacerdotes. Se le representa con los rasgos de un anciano
barbudo, de nariz roma, con una banda adornada
con una flor caída, acompañado frecuentemente
por una serpiente de dos cabezas.
A imagen de la mayor parte de los dioses celestes,
también puede aparecer como el dios del sol y
de la lluvia.
Generalmente, se le reconocen las virtudes de un
héroe civilizador, hecho que explica que en determinadas
circunstancias se le considere no solamente
el primer sacerdote de Yucatán, sino también
el creador de la escritura y de los libros, el patrón
del saber y de las ciencias.
Es el primer adivino, el primer chamán del panteón
maya. Los reyes y los chamanes mayas tienen
la costumbre de dirigirse a él para que el alimento
sagrado sea abundante y garantice la supervivencia
de la humanidad.
Ixchel
Es la compañera de Itzamna. Puede considerarse la
versión maya de la «diosa madre». Diosa lunar,
reina sobre las olas. Es la protectora de las mujeres,
especialmente durante el parto. También es la patrona
de la medicina y de la adivinación.
Se la representa sentada en un símbolo lunar, con
un conejo en la mano. En los códices, tiene los rasgos
de una mujer anciana y desdentada. Su cabeza
representa el símbolo 1.
Chac
Al dios de la lluvia también se le llamaba el «dios de
la nariz grande». Por sus virtudes fertilizantes es,
sin lugar a dudas, la divinidad más poderosa, la más
venerada y adorada por el pueblo maya. A menudo,
se representa por medio de una serpiente, símbolo
universal de la lluvia. En los códices, su símbolo son
las lágrimas, símbolo de las lluvias fertilizantes.
En el cosmos, la misión de Chac es delimitar la
vía entre los mundos natural y sobrenatural. Se le
representa como un monstruo con apariencia de
dragón, con una cabeza que recuerda la de un cocodrilo
y orejas de ciervo. Sus piernas terminan en
pezuñas de ciervo, con volutas de sangre y agua en
los nudillos. En otras ocasiones, se le representa con
dos cabezas, una que evoca el Sol y otra Venus.
El dios del sol-jaguar
Es un dios todopoderoso que vive en las altas esferas
celestes. Durante el día, cuando recorre el cielo,
se llama Kinich Ahau. Cuando la noche cae en la
Puerta del Oeste y entra en el Mundo inferior, se
convierte en el dios jaguar y adopta los rasgos aterradores
de este animal. Se dice que durante la noche
frecuenta las tinieblas del mundo infernal.
Ah Puch
Es el aterrador dios de la muerte, que reside en las
profundidades de la Tierra. Este dios sanguinario
reclama ser honrado con sacrificios humanos.
Se le representa a menudo en forma de cadáver
en descomposición, con el cráneo descarnado y el
esqueleto visible. Sus compañeros habituales son
el perro, el buho y el dios de la guerra.
También se le denomina Yum Cimih («Señor de
la Muerte»). Los mayas posclásicos y modernos lo
bautizaron también con el nombre de Cizin («el
Flatulento»).
El dios del maíz
Es un dios mayor del panteón maya y también el
dios de toda la vegetación, aunque muchas plantas
tienen un dios propio. Habitualmente, se le representa
con los rasgos de hombre joven —puesto que
la juventud se asocia al verdor de las nuevas cosechas—,
la frente plana y alargada y con una espiga
de maíz en la cabeza.
Los miembros de la élite maya se esforzaban en
modificar la forma de los cráneos de los niños para
darles el aspecto alargado del dios del maíz. Con
ese fin, colocaban la cabeza del niño entre dos planchas.
Dado que los huesos del cráneo de los bebés
son finos y flexibles, el cráneo adoptaba una forma
alargada y puntiaguda, que confería a la frente un
perfil oblicuo característico. Esta práctica era muy
dolorosa y algunos niños morían a causa de las complicaciones
resultantes17.
En algunos casos, el culto al dios del maíz requería
la muerte de un hombre joven, ya que se creía que
sus fuerzas daban más vigor a los nuevos brotes.
Al igual que el dios del sol, el dios del maíz estaba
asociado a la vida y a la muerte.
K'awil
Es el dios de los alimentos y de la limosna en general.
Se le asocia al poder real, originario de los dioses
17. R U D D E L , Nancy: El Misterio de los Mayas, Museo canadiense
de las civilizaciones, 1995.
e introducido en el Mundo intermedio por el rey, que
devuelve los favores en el plano divino con limosnas
de comida. A veces se le representa con una hacha
que le sobresale del cráneo, y una de las piernas
transformada en serpiente. También puede tomar la
forma del cetro que portan los reyes en las ceremonias
rituales como símbolo de su acceso al trono.
Itzam-Yeh
Conocido con el nombre de Pájaro serpiente, o también
Sept-Ara, esta divinidad está asociada a las cuatro
esquinas del templo delimitadas en la primera
creación. Es él quien se encarga de determinar los
cuatro rincones del templo —especialmente en la
parte alta de las pirámides—, que reproducen simbólicamente
la cima de la montaña sagrada. Recordemos
que Sept-Ara creyó ser el sol y fue abatido
por uno de los Gemelos heroicos.
Por otra parte, los reyes mayas llevaban una toca,
hecha de plumas largas y brillantes de quetzal18, que
es una representación simbólica de Itzam-Yeh.
Además de estas divinidades principales, existen
muchas más de menor importancia, aunque tam-
18. Quetzal: loro pequeño de América central, de plumaje coloreado,
muy apreciado para los adornos de las ceremonias.
bien presentes en la vida cotidiana. Son dioses consagrados
a los» diferentes lugares y estaciones, a las
tareas diarias, a los días, a los meses, a los años, a
los katunes.
Esto permite entender la complejidad de las relaciones
que mantenían los mayas con sus dioses, relaciones
que requerían permanentemente la intervención
de numerosos sacerdotes, integrantes de
una importante jerarquía en el vértice de la cual estaba
el rey que, por su linaje y su función, era el primer
intermediario entre los hombres y los dioses en
todas las ocasiones oficiales.
El poder real y los dioses
El rey, personaje principal de la sociedad maya, estaba
investido de prerrogativas particulares ante los
dioses. Su posición no podía compararse a la de ningún
otro ser de su reino, ya que se le consideraba
una encarnación divina, y no una cualquiera, sino la
del Gran Arbol central —descrito con exactitud en
el relato de la creación—, el eje del mundo que
toma energía divina para penetrar en el mundo material.
Esto significa que los dioses se comunicaban con
los hombres a través del rey. La buena o la mala comunicación
—comunión— de los hombres con los
dioses era, pues, responsabilidad del rey, a la vez intermediario
e intérprete, y también abogado de las
causas humanas ante las divinidades superiores. Por
esta razón, el rey, rodeado de los nobles del reino,
oficiaba en primer lugar en las celebraciones rituales
y religiosas que se llevaban a cabo en las plataformas
de los templos de las pirámides, erigidas en
lugares sagrados donde se concentraba la energía
espiritual.
El papel divino del rey explica la voluntad permanente
de aproximarse a los cielos, que se tradujo,
con el paso de los siglos, en la construcción de los
templos más recientes «por encima» de los que había
anteriormente, lo cual desembocó en la construcción
de pirámides de una altura considerable
—algunas encierran hasta once altares destinados a
dar culto a los dioses—, siempre más próximas al
cielo donde residían las divinidades honradas por el
soberano y los sacerdotes.
El pueblo, por su parte, observaba las ceremonias
rituales y las danzas sagradas, escuchaba religiosamente
los encantamientos, agrupado de forma
masiva en las plazas situadas al pie de las pirámides,
antes de participar en las grandes fiestas y conmemoraciones,
que se convertían en ocasiones de afirmar
una fe profunda expresada en múltiples formas
de culto.
Cultos y ritos mayas
Rendid pleitesía,
agujereaos las orejas,
heríos los codos,
sacrificad,
esta será vuestra acción de gracias a los dioses.
Todos los personajes que van a formar parte de
la grandeza de la civilización maya están en su
lugar: los hombres, ansiosos por desarrollar su cultura,
por afirmar sus esperanzas; los dioses, en el
origen de este mundo como un eco de las creencias
humanas.
Todo está listo para que se cumpla el rito, la ceremonia,
el encantamiento, el sacrificio, configurando
de diversas maneras un mensaje único que destaca,
día a día, el estrecho vínculo que une a los mayas
con sus dioses.
Los templos son erigidos en el corazón de la selva
de Yucatán y de las otras provincias mayas; los frescos,
esculpidos con la inspiración tradicional; los altares
se alzan en la parte superior de las majestuosas pirámides
para acercarse más a la morada de los dioses.
Solamente queda dar un aspecto concreto a esta
devoción, a esta veneración que acompaña los actos
más corrientes de la vida cotidiana. Sólo queda
fundir las palabras y los actos de los hombres en un
don ofrecido a quienes generaron la humanidad.
Es en ese momento cuando los sacerdotes mayas
intervienen.
El papel primordial de los sacerdotes
en la sociedad maya
La aplicación de la religión maya corre a cargo de
una casta de ministros del culto, formada por sacerdotes
fácilmente identificables por sus hábitos de
colores tornasolados —rojo sangre—, con adornos
majestuosos, como pieles de jaguar, joyas de jade,
plumas de quetzal y cofias muy altas que adornaban
con flores. Algunos incluso decoraban sus dientes
con los más refinados adornos.
En realidad, dejando de lado su función puramente
sacerdotal, los sacerdotes eran verdaderos
aristócratas, maestros por herencia cuyo poder les
confería un monopolio casi absoluto tanto en el
campo del saber como en el terreno de las riquezas.
Globalmente, el culto se encuentra bajo el control
de uno o dos grandes religiosos, que se encargan
de velar por la correcta ejecución de los ritos en
función de las indicaciones astrológicas y astronómicas
que rigen la vida religiosa.
Los sacerdotes ofician dentro de una jerarquía
que comporta un cierto número de «clases», determinadas
en función de las atribuciones sacerdotales
y de las misiones confiadas a estos intermediarios
entre los hombres y los dioses. Además de los encargados
de instruir a los aspirantes al sacerdocio,
los más visibles eran los sacerdotes del sol, que presidían
los sacrificios, o también los chilán («profetas
»), que tenían el poder de entrar en trance y de
predecir el futuro.
La casta sacerdotal se encargaba de llevar a cabo
todas las ceremonias relacionadas con el calendario
litúrgico establecido de acuerdo con el ritmo anual
de la vegetación. Cada mes tenía sus propias celebraciones,
que generalmente incluían ofrendas de
incienso, de alimentos y de bebidas, danzas y escarificaciones
rituales, sacrificios de todo tipo, todo
ello acompañado de periodos de ayuno más o menos
largos.
El sentido profundo de los ritos
y otras operaciones culturales
En una religión los cultos y las creencias son, generalmente,
el reflejo concreto y palpable de una
mitología profundamente enraizada en el pensamiento
popular. Constituyen un lenguaje que define
y delimita el espacio de comunicación entre
los hombres y sus dioses. La mitología es el funda-
mentó, el culto es el marco y el rito, el instrumento.
La religión maya no escapa a esta regla en la que
la mitología está perfectamente integrada en los cultos
y en las creencias religiosas. En definitiva, los
mitos mayas justifican, explican y aglutinan todas
las operaciones culturales. Por esta razón, el culto
—en su dimensión genérica— se convierte rápidamente
en el centro de gravedad alrededor del cual
se organizan los mitos y los ritos.
Esto es todavía más importante por el hecho de
que el mundo maya era una civilización agrícola. Su
religión, por necesidad, estaba inevitablemente ligada
a las incertidumbres de la agricultura y generaba,
por este motivo, un gran número de intervenciones
rituales, que equivalían a otras tantas
intercesiones ante los dioses para que facilitasen la
vida cotidiana, y sobre todo para que favoreciesen
las buenas cosechas.
Así tomó cuerpo lo que se ha convenido llamar
religión oficial, siempre patrimonio exclusivo de los
sacerdotes.
Paralelamente, existía una religión rural —muy
popular porque se adaptaba a las necesidades de los
campesinos— que a lo largo de los siglos, y a pesar
de las muchas tentativas del poder central, no se
identificó nunca totalmente con la de los sacerdotes.
Es esencial entender el mecanismo de la ritualización
de la vida maya, en el plano estrictamente
cultural y en la vida cotidiana de cada individuo. En
efecto, todas las prácticas religiosas de la civilización
maya estaban estrechamente ligadas al «relato
de la creación»: dado que los dioses crearon a los
hombres, a cambio estos debían adorar a las divinidades
alimentándolas; el aporte de energía humana
debía generar, a su vez, una especie de reciprocidad,
que se concretaba en la obtención para los
hombres de poderes divinos.
Los ritos mayas se orientaban a la ejecución, de
diversas maneras correspondientes a cada circunstancia
particular, perfectamente codificadas y clasificadas,
de este intercambio permanente entre los
dioses y los hombres que se consideraba la condición
sine qua non de la perpetuación de la vida humana.
Todas las ceremonias, públicas o privadas, todos
los actos religiosos, todas las demostraciones más o
menos fervientes de una fe indiscutible se inscribían
dentro de esta dinámica de expresión de una adoración
total hacia los Creadores del mundo maya.
Los ritos del sacrificio
En este espíritu de don, combinado con la necesidad
de mostrar a los dioses cuánto se les venera
—y, por tanto, cuánto se es digno de la generosidad
con la que estos tienen la bondad de corresponder—
se inscriben los denominados rituales de los
sacrificios.
Bajo este nombre genérico se agrupan todas las
prácticas rituales que tienen como objetivo honrar
a los dioses por medio de un sacrificio. Conociendo
el refinamiento de la sociedad maya, no
debe sorprender la existencia de una gran cantidad
de matices para expresar con una fe vibrante
—y, a menudo, espectacular— el don ofrecido a
los dioses.
Los mayas consideraban que su primer deber hacia
los dioses para agradecerles la creación del
mundo, antes incluso de venerarlos ritualmente en
el sentido clásico del término, era alimentarlos. En
efecto, la continuidad de la vida en la Tierra dependía
solamente del deseo divino, de aquellos dioses
que en el pasado no dudaron en destruir varias veces
la humanidad que habían creado para engendrar
otra nueva: el equilibrio del universo de los mayas
dependía en gran parte del humor de estas
divinidades todopoderosas, y a veces también caprichosas,
cuya cólera teme todo el mundo, y que,
por tanto, conviene mantener siempre calmadas. En
la mentalidad de los mayas, la vida pendía de un
hilo, dependía de que los dioses estuvieran de buen
humor, por lo que era necesario honrarlos en todas
las ocasiones.
Desde este punto de vista, los sacrificios cruentos
eran necesarios para la supervivencia tanto de
los dioses como de los seres humanos. Además, la
sangre humana es una de las ofrendas más apreciadas
por las divinidades, más que el oro o las piedras
preciosas, o más incluso que la sangre de los animales
inmolados ritualmente en los altares de los templos.
Los ritos de sangre
En las más altas esferas de la sociedad maya, los sacrificios
ocupaban un lugar simbólico importante.
En efecto, no olvidemos que el rey era considerado
una encarnación divina; además de sus prerrogativas
temporales y materiales, estaba investido de un
papel fundamental: comunicarse directamente con
los dioses.
Y a ello se dedicaba con su esposa, su familia y la
élite de la sociedad maya, especialmente en lo que
se refiere a los llamados ritos de sangre.
En reuniones públicas o en sus aposentos privados,
los altos personajes de la sociedad maya practicaban
regularmente los ritos de sangre. El rey daba
ejemplo haciéndose un corte en el pene con un cuchillo
de obsidiana o con la espina de algún pez y
dejando, a continuación, que su sangre fluyera sobre
un papel colocado en un recipiente. La reina,
por su parte, se pasaba una cuerda con espinas por
la lengua y recogía también su sangre. A lo largo
de la historia de la civilización maya, otras partes
del cuerpo fueron objeto de escarificaciones, siempre
con el propósito de obtener sangre humana para
quemar en ofrenda a los dioses.
Después de recoger la sangre, el papel manchado
se quemaba ritualmente, de modo que el humo resultante
establecía un contacto directo —y fructífero—
con el mundo celestial, que constituía el
cumplimiento del deber hacia los dioses.
Frecuentemente, la combinación formada por la
pérdida de sangre y las drogas alucinógenas que tomaba
hacía que el rey entrase en un estado de
trance que le transportaba al mundo de los espíritus,
donde podía ver la suerte que los dioses reservaban
a su pueblo.
Era entonces cuando el rey cumplía plenamente
su función, derribaba las barreras entre los dos
mundos y asumía al más alto nivel su papel de intermediario
privilegiado entre los humanos y el
mundo divino.
Los sacrificios de animales
En ofrenda a los dioses era muy habitual llevar a
cabo el sacrificio de animales como codornices, perros,
pavos... En las ceremonias de gran envergadura,
era habitual matar jaguares, cuyos esqueletos
se han encontrado en algunos templos. En todos los
casos, la sangre de los animales sacrificados se ofrecía
ritualmente a los dioses.
De todos modos, no olvidemos que la ofrenda de
sangre humana era la mejor garantía para aplacar
las cóleras divinas y evitar el castigo celestial.
Los sacrificios humanos
El sacrificio humano ha estado siempre presente en
la historia de la humanidad, en diversas épocas y en
las civilizaciones más importantes que han existido
en todo el mundo. Siempre se han matado hombres
en honor de los dioses, con la intención de preservar
la vida a través de la muerte, siempre con una
carga simbólica muy fuerte.
Más que describir las diferentes formas que
adoptaron estos sacrificios, lo importante es destacar
la estrecha relación entre la vida y la muerte, el
equilibrio frágil entre el ser y el no ser, el sentido
conferido al tránsito entre dos mundos.
La cultura maya no es una excepción a la regla
según la cual en todas las épocas el sacrificio humano
se ha inscrito en el rango de los ritos religiosos
más cargados de simbolismo. El Popol-Vuh,
texto de referencia que nos lleva a los orígenes de la
civilización maya, lo tiene muy en cuenta, tal como
destaca Martine Fettweis-Vienot:
[...] el sacrificio humano fue instituido por los dioses.
Era el momento en que terribles tormentas heladas
amenazaban la vida de los hombres; a petición
de Balam Kitzé y de Balam Aqab, dos de los
cuatro antepasados divinizados de los mayas quichés,
el dios Tohil ofreció el fuego para calentar a
la humanidad estremecida. Sin embargo, los vientos
lo apagaron rápidamente y cuando el mensa-
jero de la comunidad quiche acudió de nuevo a la
morada de los dioses para pedirles ayuda, se dio
cuenta de que ya no hablaban el mismo idioma. Un
enviado de Xibalbá, el dominio de los muertos,
convenció a las dos divinidades para que le dieran
el fuego a cambio de un don. Pero el intercambio
fue un engaño, ya que las palabras del mensajero
divino eran voluntariamente elípticas e inducían a
los hombres a equivocarse, tal como había recomendado
expresamente la divinidad. El don exigido
fue el sacrificio del corazón, aunque se presentó
como un simple don de sangre tomada
«debajo de las costillas, en la axila»19.
El vínculo entre los dos mundos
El Libro del Chilam Balam—literalmente, «Libro
del Jaguar Traductor»—, también se refiere a esta
práctica de la muerte ritual, en la mayor parte de los
casos a través de expresiones metafóricas que evocan
el objeto final de estas prácticas, como por
ejemplo «la muerte indolora», «la puñalada floreciente
» o «la piedra roja del sufrimiento».
No se puede percibir la dimensión humana real
del sacrificio y, a la vez, su valor profundamente ini-
19. FETTWEIS-VlENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
ciático si se olvida que se trata ante todo de un acto
ordenado por los dioses.
El sentido profundo que se da a este paso violento
de la vida a la muerte, voluntario y programado
ritualmente, es su aspecto más importante, y
nos sirve para valorar el alcance de las costumbres
y del pensamiento maya, sin necesidad de entrar en
detalles sobre las técnicas empleadas —extirpación
del corazón, lanzamiento de flechas y lanzas, evisceración,
ahogo ritual en un cenote20, decapitación,
desmembramiento— que, por otra parte, evolucionaron
con el paso de los años.
Como ya hemos comentado, el sacrificio humano
es un punto de encuentro entre dos mundos: el de
los hombres y el de los dioses. Por haber creado la
humanidad, estos exigen a cambio una ofrenda que
testimonie la sumisión total de los seres humanos:
la ofrenda de la vida. Al principio exigen que a los
sacrificados se les decapite; más tarde, pedirán que
el corazón de las víctimas inmoladas en su honor
sea arrancado y quemado delante de ellos.
Al margen de la convicción ancestral de que es
necesario «alimentar» a los dioses, aparecen en los
escritos mayas dos razones más que justifican el sacrifico
humano: por un lado, el deber que tiene el
hombre que recibe los beneficios de la tierra de re-
20. Cenote: del maya tz'onot, depósito de agua manantial, que
se halla en Yucatán (Méjico) y otras partes de América.
tornar al ser supremo un tributo de agradecimiento
mayor —¿y qué mejor que una vida humana?— y,
por otro lado, el estrecho vínculo con el esquema
de la muerte y del renacimiento de las culturas, tan
presente en la sociedad agraria maya, ya que la sangre
tiene la función de fecundar la tierra.
Sabemos que el sacrificio se consideraba una travesía
de la vida hacia la muerte, una especie de
puente entre dos mundos que permitía establecer
el equilibrio entre ambos. En este sentido, uno de
los temas fundamentales en juego es el orden del
universo. Quitar la vida a un hombre, independientemente
del componente espectacular de la ejecución,
se convertía en un acto ritual de los más secretos
y significativos:
El sacrificio humano es más que un asesinato ritual,
es un acto de piedad, un acto generalmente compartido
por la víctima y por el verdugo que saben,
ambos, que esta muerte es necesaria para salvar a
su pueblo. Este acto tiene siempre una motivación
espiritual religiosa y se rodea de un ritual elaborado
que se desarrolla en un lugar sagrado. Se basa en la
certeza de que existe otra vida después de la
muerte, una vida mejor, pese a que frecuentemente
sea una réplica de la vida en la tierra21.
21. FETTWEIS-VIENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
De hecho, mediante los sacrificios humanos, los
mayas deseaban instaurar una relación particular
con la divinidad, pretendían establecer una comunidad
de sangre con el dios que iba más allá de alimentarlo:
querían tranquizarle y ganarse su favor.
El hombre ofrecía a su dios lo más precioso que poseía,
único y superior a cualquier riqueza material:
las ofrendas vivas, cargadas de energía. No olvidemos
que según las civilizaciones precolombinas
[...] las divinidades necesitan sangre, especialmente
el dios sol que, transformado diariamente
en esqueleto después de su travesía nocturna de
oeste a este, cada mañana necesita alimento sagrado
para rehacer su carne y regenerar sus fuerzas22.
Lo que en un principio puede considerarse una
prueba extrema en la vida de un hombre, desde la
óptica del pensamiento maya es otra cosa. Aquí no se
trata de una simple ejecución sangrienta y arbitraria.
Por el contrario, se trata de un «intercambio» entre
dos partes que dan su consentimiento, que procede
de una visión global y equilibrada del universo, de
una voluntad de rearmonización permanente, cuyo
instrumento ideal resulta ser el sacrificio humano.
22. FETTWEIS-VIENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
El mundo de los hombres y el de los dioses no
pueden coexistir si no es a través de este intercambio,
de este flujo de fuerzas vivientes circulando de
un universo al otro, de esta reciprocidad de dones,
de esta simbiosis total.
Por consiguiente, la muerte deja de ser negativa
o sinónimo de desaparición, de viaje a la nada. La
muerte fecunda, regenera, siembra todas las esperanzas
y perpetúa la existencia. La sangre de los sacrificados
nutre a los dioses, garantiza el retorno del
sol y, en definitiva, mantiene la vida del universo.
Una iniciación ritual
No se puede comprender el significado del sacrificio
humano en la religión maya si únicamente se
considera la ejecución del sacrificado.
En realidad, el sacrificio adquiere su dimensión
real cuando se contemplan globalmente todas las
etapas preparatorias que conducen al acto final. Entonces
aparece no como un hecho aislado, sino
como la culminación de un proceso de iniciación
perfectamente codificado. En otros términos, la
muerte no es más que la fórmula final que justifica
una preparación —de carácter eminentemente iniciático—
que a veces podía llegar a ser muy larga.
El rito del sacrificio empezaba antes de la ejecución,
a partir del momento de la designación de la
víctima. Seguidamente, se encadenaban diversas eta-
pas, actos preparatorios, que eran peldaños sucesivos
procedentes de un verdadero «rito de revelaciones
» y que permitían, al final, el acceso a lo sagrado.
El sacrificio, por la transmutación de un destino
humano que se ofrece a los dioses, adquiere los visos
de una muerte ritual que restaura el orden en el
mundo y cohesiona la sociedad. Además, sirve de
válvula de escape de la violencia de los hombres, latente
en el seno de cualquier grupo social.
El sacrificio se nos muestra en otra faceta, que es
el papel «pacificador» entre los hombres y los dioses,
y también entre los hombres que viven en una
misma sociedad. Así, el sacrificio responde a:
[...] un estado de tensiones que se encuentra latente
en todas las sociedades humanas y que fermenta
hasta alcanzar un grado de violencia que no
puede ser resuelto si no es con la sangre, la del ajusticiado,
alrededor del cual se recuperará la cohesión.
Es el precio de la armonía social. El sacrificio,
además de aportar unidad en el seno del grupo humano,
lo purifica, lo renueva, lo regenera, como si
fuera un bautismo23.
Visto desde esta perspectiva, el sacrificio rechaza
el caos, aplaca los golpes de ira y, sobre todo, eli-
23. FETTWEIS-VIENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
mina la violencia del mundo humano y la devuelve
a su origen:
La violencia es un poder tan fuerte que sólo puede
pertenecer a la divinidad, a lo más sagrado. La violencia
se restituye a esta divinidad por medio del
sacrificio24.
Por tanto, más que como un acto aislado, el sacrificio
humano se concibe como un proceso ceremonial
complejo, que comporta una serie de etapas
inevitables que no deben ser ocultadas.
Desde la elección de la víctima hasta la ejecución
propiamente dicha, pasando por la designación del
lugar sagrado donde ha de tener lugar la ofrenda, la
preparación mental y física de la persona que se dispone
a morir, la confirmación del papel de cada uno
de los oficiantes religiosos y la ceremonia pública
que completará el evento..., cada preparativo, cada
detalle tiene su importancia y está cargado de un
significado particular, porque representa un paso
más hacia la purificación y hacia lo sagrado.
Para ver con más detalle el encadenamiento de
las distintas etapas, podemos analizar el ciclo de sacrificio
más corriente: el de las «guerras rituales».
24. FETTWEIS-VIENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
Un encadenamiento codificado
de fases rituales
Para muchos pueblos, hacer la guerra puede considerarse
una actividad de las más normales, pero
para los mayas el mero hecho de implicarse en una
relación de fuerza con un enemigo potencial reviste
una importancia particular.
Según los mayas, el objetivo principal de la guerra
no es conquistar territorios, ni acumular victorias
o riquezas: su sentido primero es religioso. La
guerra es ante todo una fiesta simbólica, cuya fecha
está determinada por los astros y sus diferentes etapas
cuidadosamente codificadas. Esa fecha de inicio
suele producirse con la primera aparición de Venus
como Estrella del Sur:
[...] más exactamente, cuando Venus está en conjunción
superior después de haber pasado por
detrás del sol. Los mayas vivían «este periodo de
desaparición de Venus del horizonte hasta alzarse
como estrella de la mañana como un periodo infinitamente
peligroso, asociado a todo lo que puede
afectar a la vida en la Tierra, a los desastres relacionados
con la lluvia o con las cosechas de maíz, con
cataclismos y guerras25.
25. FETTWEIS-VIENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
La guerra
Entrar en guerra puede requerir mucho tiempo y
unos preparativos complejos, ya que en definitiva el
objetivo perseguido no es tanto el enfrentamiento
destinado a afirmar la fuerza contra un adversario
concreto, como cumplir un ritual muy preciso cuyo
primer propósito es capturar soldados enemigos
para encontrar su sentido profundo en el sacrificio
ritual de estos últimos.
Esto explica que, para los mayas, la guerra no se
limitase a enfrentamientos violentos, sino que incluyese
también largos ritos preparatorios y fiestas
espléndidas.
Para la guerra se utilizaban los mejores vestidos,
se lucían insignias del rango y de la graduación militar,
se exhibía toda una panoplia de adornos disuasivos,
un peinado sorprendente con cabezas de animales
y penachos de plumas brillantes, en relación
con la posición ocupada en la sociedad.
Los combates también se ajustaban a unas reglas
muy precisas que reflejaban una extrema ritualización:
— se encendían fuegos en el momento de declarar
la guerra y los enfrentamientos no podían empezar
hasta que se apagasen;
— de noche no se atacaba al enemigo; en todas las
circunstancias, se le avisaba de que se le iba a
atacar, a veces incluso se le indicaba el lugar
donde tendría lugar la batalla, y se permitía que
los soldados enemigos tuviesen tiempo de huir o
de prepararse para el combate;
— siempre, independientemente de la magnitud de
la guerra, los combates cesaban cuando llegaba
la temporada de lluvias, ya que para el pueblo
maya, cuya supervivencia dependía de la agricultura,
ninguna perspectiva de victoria era más importante
que la siembra;
— en los primeros periodos de la civilización maya,
el armamento estaba compuesto principalmente
por lanzas; más tarde, también se utilizaron propulsores,
hondas, arcos y flechas.
La captura
El combate propiamente dicho se desarrollaba de
forma inmutable:
[...] Las batallas transcurrían en dos tiempos. Los
guerreros mayas estaban organizados en escuadrones
comandados por un capitán cuyo comportamiento
dictaba el de sus tropas durante el combate.
El inicio se anunciaba con un estruendo de
silbatos, trompas y tambores.
Al parecer, la técnica era acosar a los oponentes
con una nube de armas arrojadizas: flechas, venablos,
dardos y piedras, intentando desorganizarlos,
hasta que el cuerpo a cuerpo era inevitable. [...]
En la pelea cuerpo a cuerpo, los guerreros indios,
más que matar, intentaban hacerse con su adversario
vivo, y lo agarraban por el pelo26.
En este punto empieza el rito del sacrificio. En
efecto, sujetar al adversario por el pelo, desestabilizarlo,
hacerle perder el equilibrio, es privarle de su
autonomía, de su rango social. Representa, de algún
modo, el apoderarse del vencido, es decir, una
especie de muerte simbólica. De ahí que algunos
hayan atribuido a la cabellera un poder particular,
ya que el hecho de cogerla significa apropiarse de la
fuerza del enemigo. Esta práctica guarda una relación
directa con la costumbre de los indios de las
llanuras de América del Norte de arrancar el cuero
cabelludo del enemigo capturado.
Los preparativos
Una vez terminada la guerra, el rito del sacrificio
entraba en la siguiente fase, que consistía en preparar
a los presos para su último viaje. Durante la espera,
algunos eran expuestos ante las masas y los
notables en grandes fiestas; otros encontraban temporalmente
un lugar en la sociedad, aunque, a corto
26. FETTWEIS-VIENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
o largo plazo, el destino de todos ellos era su ejecución
como ofrenda a los dioses.
Los guerreros que habían capturado adversarios
los ofrecían al rey y a la comunidad en el transcurso
de grandes ceremonias.
El periodo de tiempo que transcurría entre la
captura del enemigo y su ejecución servía para planificar
el sacrificio de modo que todas las tensiones
de la sociedad, todas las obsesiones latentes, más o
menos maléficas, recayesen en los presos, que se
convertían de esta manera en chivos expiatorios que
permitían restaurar la armonía en la sociedad maya.
La tensión subía gradualmente, cada día se canalizaban
un poco más las turbulencias de toda una sociedad
hacia los condenados, hasta llegar a la apoteosis
de la muerte final.
En la civilización maya, el sacrificio humano tenía
tanta importancia que se efectuaba en un contexto
especialmente elaborado para la ocasión. No
era una ejecución discreta, al despuntar el sol, en el
patio de un cuartel, como en otras civilizaciones
donde se trataba simplemente de la «eliminación»
de un individuo condenado a muerte.
En ningún momento hay que olvidar el carácter
sagrado del sacrificio humano en la mitología y en el
universo maya. El sacrificio no interesaba exclusivamente
al poder militar, sino al conjunto de la sociedad,
y a cada uno en su vida diaria. La ceremonia
duraba varios días, se preparaba con minuciosidad y
movilizaba a una gran muchedumbre.
Las festividades se organizaban alrededor de dos
polos principales: por un lado, la tortura ritual de
las víctimas y, por otro, la ejecución propiamente dicha.
Con anterioridad, los sacerdotes, encargados
de dirigir los ritos, pasaban por un ciclo preparatorio.
Con sus asistentes, llevaban a cabo un largo
ayuno, se sometían a múltiples mortificaciones y se
abstenían de toda práctica sexual. Todas estas privaciones
tenían como objetivo preparar los cuerpos
y las almas de los futuros oficiantes para los estados
de trance y las visiones extáticas que iban a experimentar
al final de la ceremonia.
De forma paralela, otros asistentes se ocupaban
de preparar los lugares de culto y sus alrededores,
limpiándolos y purificándolos ritualmente con incienso.
El día del sacrificio, los objetos de culto se
depositaban sobre hojas frescas para evitar toda
contaminación maléfica a través del suelo.
Las ceremonias del sacrificio
Cuando finalmente llegaba el día del sacrificio, todo
estaba a punto para que la ceremonia transcurriese
de acuerdo con la tradición. Los presos desfilaban
en procesión, guiados por el rey, los guerreros y los
oficiantes hasta los lugares de culto. Conscientes de
la gran importancia del acontecimiento, cada cual
llevaba con orgullo los atributos de su rango y de su
función.
Apiñado al pie de los templos, el pueblo podía
ver cómo conducían a los presos hacia las plataformas.
Estos, despojados de su identidad y de todo
rango social, no ostentaban ningún signo distintivo
y llevaban un simple taparrabos, e incluso en muchos
casos se presentan desnudos a la población:
El jade de los adornos de las orejas se sustituía por
tiras de tela que atravesaban el lóbulo y el collar
por una cuerda alrededor del cuello. Los cabellos
se recogían sencillamente en la parte superior del
cráneo, y la tela que algunos llevaban en el brazo o
en la mano estaba desgarrada o agujereada. La vestimenta
indicaba el estado de exclusión total de estos
hombres, que habían dejado de pertenecer a
cualquier sociedad. Eran completamente vulnerables,
estaban aislados y disponibles para asumir el
papel que les correspondía27.
Podía empezar ya la primera parte del ritual, que
consistía en una sucesión de castigos corporales
—siempre con un marcado carácter ritual—. Esta
tortura previa de los condenados a muerte es una
práctica habitual en muchas civilizaciones, como la
de los mochicas, los aztecas, los indios de Norteamérica
o los egipcios de la época de los faraones.
27. FETTWEIS-VIENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
A la humillación pública infligida a los condenados,
hay que añadir el sufrimiento físico que se intensificaba
progresivamente a medida que la ceremonia
se acercaba a la última parte. Por ejemplo,
eran prácticas frecuentes arrancar las uñas, cortar
los dedos, romper los dientes.
Los sacerdotes que en última instancia iban a
proceder al sacrificio se practicaban públicamente
escarificaciones, para unir su propia sangre con la
de las víctimas, reafirmando así su plena participación
en la ofrenda a las divinidades.
Estas etapas preparatorias despojaban poco a
poco a los condenados de su condición humana:
después de la pérdida del rango social, de la negación
de su identidad, sobrevenía el deterioro de la
integridad física.
En realidad, estas operaciones rituales, sin duda
crueles, tenían el objetivo de mentalizar progresivamente
a los condenados para que aceptasen la proximidad
de su muerte como algo inevitable, como
un acto que debían asumir sin resistencia.
Para ayudarles a franquear las etapas en este proceso
de separación de todo lo que conformaba su
existencia hasta entonces, a los condenados —algunos
de los cuales ya han fallecido a causa de las torturas—
se les daba de beber balche25, un vino reser-
28. Balche: vino elaborado por los mayas, obtenido por la fermentación
de una corteza en agua azucarada con miel.
vado para esta ceremonia, hasta que alcanzaban un
estado propicio para proseguir con el sacrificio. Llegados
a este punto, los prisioneros tenían los sentidos
alterados, y franqueban el umbral del dolor entrando
en un estado alucinatorio.
Alrededor de los condenados, que proseguían su
preparación iniciática, la atmósfera de fiesta iba subiendo
de tono: carracas, tambores, trompas de madera,
flautas, caparazones de tortuga martilleados a
un ritmo que va acompasando la fuerza creciente
de la ceremonia, reflejando la voluntad general de
sintonizar con las vibraciones de la Tierra.
Paulatinamente, fuera de los lugares de culto, el
resto de la población es absorbido por el ritmo que
marca el sacrificio, y todo el mundo acude al lugar
donde va a tener lugar la ejecución.
Para ahondar todavía un poco más en el simbolismo
de la ceremonia, en los lugares sagrados los
oficiantes se vestían con trajes suntuosos. Algunos
escondían su rostro detrás de máscaras con rasgos
de animales fantásticos. Rápidamente, lo divino, lo
simbólico, lo animal y lo vegetal se mezclaban en
una representación cargada de una intensa magia.
El ritmo lancinante y repetitivo de la música,
mezclado con los cantos, generaba una atmósfera
festiva que envolvía a todos los presentes —condenados,
oficiantes, público— en un aura de palpable
misticismo. En este instante, el rito adquiría toda
su dimensión colectiva, implicando a todos los
miembros de la sociedad maya sin excepción.
La ejecución
En el lugar de la ejecución, ya inminente, se alcanzaba
el climax de la preparación:
Predomina el azul, el color del sacrificio. El poste
de tortura está pintado de azul; la víctima está vestida
de azul y rodeada de flores azules, las flores de
balche, que le perfuman el cuerpo, las palmas
de las manos y los pies, como si de una joven esposa
se tratara. A su alrededor, los hombres que se
encargan del sacrificio siguen el paso de X-kolomché,
la danza de los arqueros, al tiempo que cantan
los versos rituales29.
Llega el momento de la verdad: el de la ejecución.
No es un acto que se decide aleatoriamente, sino la
culminación de todo lo que ha sucedido en los días
anteriores, de todas las energías invertidas en la preparación
minuciosa de los ritos y de la ceremonia
final, de las fuerzas ocultas exhortadas por los sacerdotes,
que finalmente encuentran el punto de convergencia
en una apoteosis incomparable. Se alcanzan
la tensión máxima y la entrega más depurada. Las
fatigas y los dolores cesan bruscamente: el instante es
mágico, el tiempo parece detenerse.
29. FETTWEIS-VlENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
El reo permanece echado sobre la espalda, vivo
y totalmente consciente, con los ojos abiertos mirando
al cielo. Cuatro sacerdotes lo sujetan por las
extremidades, y entonces interviene el nacón, el
oficiante especializado en la extracción del corazón.
Todo se desarrolla muy rápidamente: el cuchillo
de obsidiana abre el pecho del condenado,
el verdugo le arranca el corazón con las manos y lo
muestra a la masa exultante. El sacrificio se ha
cumplido.
Justo en este momento, el cuerpo de la víctima
pasa a ser sagrado. Para que los dioses se sacien
completamente y no quede ningún rastro del sacrificio,
la carne del difunto debe desaparecer. El sentido
profundo del sacrificio obliga a enterrar sencillamente
el cuerpo del muerto en el patio del
templo, o a cortarlo a trozos, que se ofrecen a la
asistencia, como un plato de honor de un banquete
ritual. Lejos de una práctica caníbal destinada simplemente
a la alimentación, se trata de un acto ritual
a través del cual se pretende absorber la fuerza
del sacrificado y, al mismo tiempo, al haberse convertido
en sagrado, la energía del dios que ya es.
Asimismo, el guerrero que lo había capturado recuperaba
los huesos para hacerse adornos, que exhibía
en las ceremonias posteriores, como prueba de
su bravura.
Después de haber calmado la sed de sangre de
los dioses con una o dos víctimas mediante ritos diferentes
en función de las circunstancias o de los
dioses honrados, pero con un desenlace idéntico, la
calma volvía a la sociedad maya. El sacrificio se había
cumplido: se había devuelto a los dioses lo que
ellos habían dado antes a los hombres. Quedaba
restablecido el orden y el equilibrio. La vida surgía
de la muerte y del sacrificio, con una fuerza renovada.
Mediante el sacrificio de unos individuos, se
regeneraba toda la comunidad: la muerte ritual ahuyentaba
los miedos y las obsesiones, borraba los desórdenes
y reactivaba la energía cósmica.
Sacrificio en Chichén Itzá
Al margen del que se llevaba a cabo con los guerreros
enemigos capturados en las batallas o en luchas
dedicadas especialmente a este «aprovisionamiento
», en la sociedad maya existían otros tipos
de sacrificios humanos.
La población de Chichén Itzá, un importante
centro de culto que legó como patrimonio de la humanidad
algunos de los monumentos más representativos
de la civilización maya, ofrece otro ejemplo
de muerte ritual: la del Pozo sagrado. Al norte de la
pirámide más importante de la ciudad —cuyo vértice
domina el célebre templo llamado El Castillo—
un cenote se hunde profundamente en las rocas calcáreas
del subsuelo. Es el Pozo sagrado.
Cuando la región era azotada por la sequía o por
el rigor de los elementos, que ponían en peligro las
cosechas, los sacerdotes de Chichén Itzá aplacaban
la ira de los dioses ofreciéndoles sacrificios humanos.
Así, chicas jóvenes, elegidas por su belleza excepcional,
se consagraban al sacrificio, y se ofrecían a
los dioses lanzándolas al pozo con joyas y objetos de
valor. Si alguna de ellas lograba sobrevivir al castigo
y al mediodía todavía estaba viva, se la sacaba del
pozo para saber qué le habían confiado los dioses.
Durante mucho tiempo, se creyó que la historia del
pozo sagrado de Chichén Itzá era una leyenda. Sin
embargo, los hallazgos realizados en el fondo lodoso
han permitido inventariar una extraordinaria
colección de tesoros. Mezclados con las osamentas
de las víctimas que no habrían recibido el favor de
los dioses, se encontraron centenares de ofrendas,
que van desde las más exquisitas joyas de oro y de
jade hasta los puñales de obsidiana con empuñadura
labrada usados en los rituales, pasando por
las máscaras y las placas de cobre u oro30.
Los ritos funerarios
Aunque la muerte aparecía como la finalidad ritual
del sacrificio humano, estaba investida de un sentido
30. NORTON LEONARD, Johnathan: L'Amérique précolombienne,
col. «Les grandes époques de l'homme», Time-Life
Books, 1979.
muy particular y de unos significados tan importantes
como los que están ligados a la vida. Es, pues, perfectamente
lógico que la religión maya instaurara unos
ritos directamente relacionados con la muerte cuya
función era asegurar la protección indispensable a la
persona que penetrase en el Mundo subterráneo.
No olvidemos que los mayas no concebían la
muerte como el final de la existencia humana. Para
ellos, era simplemente una transición, un paso de
un mundo a otro que, por tanto, también estaba codificado
y «señalizado» con ritos muy concretos.
En primer lugar, conviene aclarar que el destino
de los muertos era diferente según el rango de la
persona y el modo en que había fallecido:
Los guerreros caídos en el campo de batalla, los
que habían sido sacrificados, las mujeres muertas
en el parto y los suicidas accedían a un paraíso
donde disfrutaban de una vida feliz. Allí tenían alimentos
y bebidas abundantes, y descansaban a la
sombra de un árbol sagrado [...]. Pero la mayor
parte de las personas descendía [...] al reino del
dios de la Muerte, una región infernal dominada
por el hambre, el frío y la aflicción31.
Los mayas sabían perfectamente que la muerte
afecta a todos los seres, y que nadie puede escapar
31. Histoire des religions, Encyclopédie de la Pléiade, tomo III,
ediciones Gallimard, 1976.
a ella. Los poetas mayas comparaban a menudo la
vida con una flor o una mariposa, breve, efímera y a
veces brillante, pero que tiene una duración muy
corta.
Después de la muerte, el alma humana emprendía
un viaje por las nueve esferas inferiores del
mundo subterráneo de Xibalbá. Viaje que recuerda
el periplo, también iniciático, emprendido por los
egipcios en el Libro de los Muertos.
El primer destino del alma humana en este universo
de difuntos dependía de su tipo de muerte.
En este sentido, era preferible morir joven, con toda
la fuerza de la edad, en combate o voluntariamente,
que viejo y enfermo. A diferencia de lo que ocurre
en otras culturas que lo consideran un castigo, para
un maya la muerte por sacrificio humano, ser inmolado
para los dioses era un honor.
Normalmente, la gente del pueblo era enterrada,
hecho que daba tiempo al difunto a prepararse para
el periplo lleno de obstáculos que le esperaba en el
mundo inferior.
Los guerreros muertos en combate eran incinerados,
lo cual permitía que el alma se elevase directamente
al cielo. Se creía que esta vivía en forma de
mariposa o de colibrí volando alrededor del sol.
Las víctimas de guerra no son los únicos difuntos
que ganan el cielo sin pasar por Xibalbá. Las mujeres
muertas de parto tenían el mismo destino. Los
ahogados o fulminados por un rayo iban directamente
al reino del dios de la lluvia Taloc, en el
cuarto nivel del Mundo superior, que se comparaba
a un paraíso tropical.
El común de los mortales, sin embargo, estaba
condenado a errar por las terroríficas entrañas de
Xibalbá, donde habitaba el dios de la Muerte, representado
por un buho. A veces, en el viaje le
acompañaban perros, animales asociados también
con la muerte.
Los mayas celebraban numerosos ritos con el
propósito de preparar al difunto para que su viaje
fuese lo más llevadero posible.
A este efecto, se enterraba a los muertos con productos
alimentarios que les permitían nutrirse durante
su estancia en el Mundo subterráneo. Se añadía
también agua y algunas piezas rudimentarias de
vajilla. Por si el alma la necesitaba en su viaje, se introducía
una perla de jade en la boca del difunto,
destinada a servir de moneda.
Es evidente que el rico no «viajaba» en las mismas
condiciones que el pobre. Cuando los medios
lo permitían, se organizaba una partida con gran
pompa: se llevaba al muerto en una camilla hasta la
tumba, en procesión, acompañado de un verdadero
cortejo, al son de una música fúnebre que interpretaban
varios músicos. Una vez instalado el cuerpo
en su sepultura, se colocaban junto a él cerámicas
pintadas, que normalmente contenían sémola de
maíz y una bebida de chocolate. Para acompañar a
un difunto de clase alta, era bastante habitual sacrificar
a alguno de sus sirvientes y enterrarlo a su lado,
para que le asistiera a la hora de afrontar los obstáculos
del más allá.
El enterramiento propiamente dicho y sus rituales
albergaban un significado particular: los muertos
se sepultaban en la tierra para fertilizarla. Esto
equivale a otorgar a los difuntos un tipo de poder
que los vivos no tienen, y que explica, igualmente,
el hecho de que los muertos más eminentes fueran
enterrados debajo o en el interior de los templos piramidales.
Los ritos de la confesión
Además de los ritos del sacrificio humano y funerarios,
que representan los hitos de la religión maya,
esta contaba con un gran número de prácticas culturales,
menos espectaculares pero presentes e indispensables
en la vida cotidiana. En el otro extremo
de las prácticas expiatorias y grandiosas de
los sacrificios, existían otras más humildes y discretas,
que representaban la ocasión perfecta para que
cada individuo pudiera afirmar su fe, a su nivel y a
su manera.
Los ritos confesionales son una clara muestra de
la importancia que tenía para un miembro de la sociedad
maya mantener una estrecha relación con las
divinidades, a las que se invocaba con el fin de dar
un sentido coherente y una dimensión espiritual a
su vida.
La veneración a los dioses y el respeto a los textos
sagrados eran tan esenciales en la mitología
maya, incluso en el caso de los dioses menores del
panteón, que forzosamente tenían que reflejarse en
la vida diaria.
Las nociones del bien y del mal estaban claramente
definidas, delimitadas de forma permanente
por los sacerdotes, sobre todo en lo que se
refiere a las ceremonias —más o menos importantes—
que se celebraban a lo largo del año. En consecuencia,
la noción de «pecado» se hallaba muy
presente en la mentalidad maya. Para evitar que la
culpa se convirtiese en una carga demasiado pesada
de llevar, la religión ofrecía varias posibilidades,
entre las cuales destacan la automortificación
y la confesión.
Hemos visto, refiriéndonos a los sacrificios,
que los cortes y la sangre que emana de ellos apaciguan
a los dioses. Es el caso de algunos ritos llevados
a cabo por reyes y reinas, como ya hemos
explicado.
El objetivo de los ritos de confesión era descargar
del peso de los errores o las debilidades ante los
dioses. Al igual que los sacrificios o las mortificaciones,
se trataba de expiar la culpa, de hacer acto de
humildad, para no manchar la relación privilegiada
que unía al hombre con las divinidades que veneraba.
Para ello, se necesitaba hablar, orar, hacer salir
de uno mismo todo lo que no respondía a las normas
de la ética religiosa maya. Los pecados se
podían confesar de diferentes maneras, todas ellas
con un valor ritual:
— a solas, en un diálogo personal con el dios o los
dioses, al tiempo que la sangre de la automortificación
—por incisión en los lóbulos de las orejas,
las mejillas, los labios, la lengua o el prepucio,
con la ayuda de colas de algunos peces o de
púas de cactus— fluía sobre cascaras de maíz;
— ante un sacerdote, que servía de instrumento al
pecador para aliviar su conciencia; este tipo de
confesión se solía practicar al llegar a la vejez, y
la persona que se confesaba debía llevar a cabo
una serie de penitencias (a veces muy dolorosas)
antes de ser absuelto;
— en comunidad; es, de nuevo, el recurso al chivo
expiatorio: en una fecha determinada, cada uno
se confesaba ante una anciana que, al convertirse
en depositaría de todos los pecados del
grupo, era golpeada hasta la muerte para que
expiase todas las culpas que le habían sido confesadas.
Se trata una vez más de la purificación, de la depuración
de las relaciones constantes con lo divino,
el don total de uno mismo en agradecimiento por la
creación del universo. La confesión tenía, sin embargo,
una particularidad importante: los pecados
cometidos adrede no necesitaban ser confesados,
porque:
la falta residía en el hecho de haber sido culpable de
una omisión y no de un deseo contra la sociedad52.
Los ritos del juego de pelota
En los grandes centros de culto, como las ciudades
de Chichén Itzá, Bonampak, Palenque o Tikal, consideradas
ciudades santas, las ceremonias rituales y
religiosas eran frecuentes. Las más importantes se
celebraban con grandes fiestas, en las que participaban
personas llegadas de los confines del reino:
Los vendedores ambulantes llegados de todo el
país ofrecían sus mercancías exóticas; campesinos
y sacerdotes de los centros mineros se aglomeraban
en los grandes patios. Estas ceremonias representaban
momentos solemnes, ya que los sacerdotes
de los templos más grandes tenían con sus
dioses los contactos más estrechos, y nadie ignoraba
que la vida de cada hombre, hasta el más mínimo
detalle, dependía del favor de los dioses. El
rito crucial debía seguir escrupulosamente las prescripciones
dadas por los libros misteriosos conservados
en el interior del templo. Si la ceremonia se
desarrollaba siguiendo las reglas, y si los dioses se
daban por satisfechos, la vida seguía apacible-
32. Histoire des religions, Encyclopédie de la Pléiade, tomo III,
Gallimard, 1976.
mente. Sin embargo, la cólera o el despecho de la
divinidad propiciaban con toda seguridad desastres
para los hombres33.
Algunas de estas ceremonias rituales adquirían la
forma de espectáculo público, y llevaban el simbolismo
del «relato de la creación» hasta el corazón
de las actividades aparentemente más profanas.
Este es el caso del conocido «juego de pelota».
Según la mitología maya, existía ya en los tiempos
de los Gemelos heroicos, que sentían una verdadera
pasión por este juego. Desde el punto de vista formal,
el juego de pelota es probablemente un legado
de la cultura olmeca, como muchas otras raíces culturales
que enriquecieron la civilización maya.
A los mayas les gustaban tanto las reglas, el ambiente
y los significados simbólicos de este juego,
que construyeron más de 400 terrenos dedicados al
juego de pelota en sus ciudades. Pero no nos equivoquemos:
detrás del aspecto puramente deportivo,
se perfilaba una significación mítica y esotérica que
implicaba rituales de alta carga simbólica. Para entender
su verdadero sentido, veamos brevemente el
contexto en el que se desarrollaba el juego.
El terreno del juego de pelota tenía la forma de
una «I» mayúscula, con laterales formados por pa-
33. NORTON LEONARD, Johnathan: L'Amérique précolombienne,
col. «Les grandes époques de l'homme», Time-Life Books, 1979.
recles inclinadas. Sus dimensiones eran parecidas a
las de una pista de tenis. Cada equipo estaba compuesto
por siete jugadores, que hacían botar de un
lado a otro una gran pelota de caucho, ayudándose
con las caderas, los codos o los muslos. En cambio,
no estaba permitido tocar la pelota con las manos o
las piernas. El juego era a veces violento, y los jugadores
llevaban protecciones, como guantes y prendas
de cuero con un revestimiento de algodón alrededor
de las caderas, las piernas y los antebrazos.
Los juegos de pelota eran programados por los
astrónomos y los sacerdotes, y se disputaban en fechas
muy concretas, siguiendo el calendario sagrado
de 260 días. Por esta razón los jugadores exhibían
collares con piedras y llevaban peinados que recordaban
los símbolos de sus dioses favoritos, dando
al juego una apariencia de drama cósmico.
Se celebraban dos tipos de partidos:
— los reservados a los jugadores del pueblo, que
constituían una gran diversión tanto para los jugadores
como para el numeroso público;
— los que celebraba la clase dominante (reyes, nobles,
señores), dotados de un significado diferente,
puesto que representaban un juego de
guerra ritual.
Para participar en el juego, era necesario poseer
una rapidez y una agilidad fuera de lo común. Se
lograban puntos cuando el balón pasaba a través de
un aro de piedra fijado en una de las paredes laterales
o si tocaba el suelo en el lado del adversario.
El partido alcanzaba su punto álgido cuando llegaba
a su fin: el capitán del equipo perdedor —raramente
un señor y casi siempre un prisionero de
guerra— era sacrificado y ofrecido a los dioses, en
una ceremonia especial que recuerda los orígenes
míticos de la civilización maya y la resurrección del
dios del maíz.
En Chichén Itzá, un largo friso de piedra representa
las fases de un partido. El capitán del
equipo perdedor se arrodilla en suelo, y se le corta
la cabeza, con lo que se desangra por el cuello. En
el centro del campo de juego hay un cráneo. Esto
recuerda la escena de Popol-Vuh en la que Xbalanque
es obligado a jugar una partida con la cabeza
de su hermano. Para los mayas, el juego de
pelota era como una recreación de la lucha entre
los Gemelos heroicos y los señores del Mundo inferior34.
El juego de pelota simboliza en realidad el combate
a muerte que tuvo lugar durante la tercera creación,
y el suelo del terreno de juego representa la
plataforma terrestre que separa el mundo humano
del Mundo inferior:
34. ALLAN, Tony, y Tom LüWENSTEIN, Ritos de América central,
col. «Mitos y creencias populares», Time-Life Books, 1997.
Eran los dioses quienes determinaban los vencedores
del juego de pelota, del mismo modo que decidían
quién sería el vencedor en la guerra35.
A la luz de esta interpretación se capta con más
claridad el sentido del juego, que puede asemejarse,
según las ocasiones, a rituales de guerra y de captura,
al sacrificio humano, al paso al Mundo subterráneo,
a la conservación del fuego sagrado...
Los grandes centros de culto
La religión maya estaba presente en todos los pueblos
del reino, en los poblados más humildes, en las
casas más pobres. En el corazón de estos grandes
centros ceremoniales de las principales ciudadesestado
es donde se apreciaba realmente la importancia
y el valor de los ritos y de las prácticas religiosas.
La razón es simple: las ciudades santas mayas no
constituían un imperio en el sentido convencional
de la palabra, sino más bien una especie de federación.
Ninguna estaba por encima de las otras —ni
las dominaba— para merecer la categoría de capital.
Las relaciones entre estas poblaciones impor-
35. R U D D E L , Nancy: El Misterio de los Mayas, Museo canadiense
de las civilizaciones, 1995.
tantes eran extraordinariamente fluidas, y reflejaban
en todas las circunstancias una identidad cultural
y una evidente comunión de intereses.
Ciudades como Chichén Itzá, Copán, Palenque
o Tikal adquirieron con el paso del tiempo un aura
excepcional debido a su actividad religiosa y ejercieron
un gran atracción en el pueblo maya. Cuando
tenían lugar las principales fiestas religiosas, que a
menudo duraban varios días, los mayas se desplazaban
desde todos los puntos del reino para asistir a
las celebraciones públicas en un ambiente de gran
fervor colectivo.
Oficiando con el más puro respeto a la tradición,
los sacerdotes canalizaban a las masas, organizaban
las fiestas, cumplían los ritos de acuerdo con los calendarios
astronómicos, en una increíble diversidad
de rituales públicos y privados.
Para entender el poder de los sacerdotes-aristócratas,
es importante saber que el reino carecía de
un líder laico. No era una casta la que imponía su
poder, sino más bien una respiración particular, un
aliento que reflejaba una fe constante, y que impregnó
toda una civilización a lo largo de más de un
milenio.
Y, para acreditar esta fuerza de la fe maya, fue el
propio tiempo el que sancionó el pensamiento
maya, dejando como imagen de su grandeza para
los siglos futuros, no palacios, que indicaban una riqueza
efímera, sino templos colosales, centros ceremoniales
de una envergadura sorprendente, edifi-
cios de piedra de extraña belleza, que se alzan altivos
en el marco de la exótica selva, como un signo
más de una fe profundamente enraizada en el alma
de todo un pueblo.
Sobrevolando algunas de estas ciudades del pasado,
se percibe realmente, despojada de cualquier
artificio, la grandeza y la belleza de la civilización
maya.
Tikal
Tras una larga maduración, hacia el año 600 d. de
C. Tikal, una población situada en las tierras bajas
del futuro territorio guatemalteco, en el corazón de
la jungla de Petén, se convierte en la mayor ciudadestado,
con más de 50.000 habitantes. Se construyó
una multitud de edificios, repartidos en varios complejos
unidos por sacbeob, unas vías monumentales
que recorrían los habitantes cuando había alguna
celebración importante. Los numerosos monumentos
de Tikal tienen una vocación pública, ya sea ceremonial,
gubernamental o residencial.
El conjunto de Tikal, desde el centro hasta la periferia,
abarca globalmente una superficie de 32 km2,
unas dimensiones excepcionales para la época, sobre
todo teniendo en cuenta que estas construcciones
se encuentran en una selva tan densa que fuera
de las plazas públicas es difícil ver varios edificios a
la vez.
Numerosas son las construcciones destacables de
Tikal: la acrópolis norte y sus ocho templos, que sirvieron
de necrópolis a los soberanos durante más
de tres siglos (a lo largo del periodo clásico 29 soberanos
se sucedieron al frente de la dinastía real); la
plaza central y sus dos templos majestuosos, el más
alto de los cuales alcanza los 47 metros; la acrópolis
central, que fue durante mucho tiempo el palacio
de los soberanos; el conjunto piramidal del Mundo
perdido; pirámides decoradas con cresterías caladas
que, en oocasiones, sobrepasan los 70 metros
de altura... Tikal ofrece su magia a todo aquel que
penetra en su recinto.
Desde la piedra más pequeña hasta el edificio
más imponente, en todas partes se respira fe y religiosidad,
la fuerza de una mentalidad impregnada
de lo sagrado en todas las circunstancias. Así, las
pirámides gemelas, tan características de Tikal,
que fueron erigidas para celebrar los rituales del
final de cada katún (periodo de 20 años), refuerzan
todavía más esta sensación embriagadora, en
un marco natural en el que la selva destaca extraordinariamente
los vínculos con las fuerzas divinas.
Ah Cacau construyó dos grupos de pirámides gemelas,
que consistían en dos pirámides con el vértice
truncado y cuatro escaleras, erigidas en los
flancos este y oeste de una plaza. [...] Cada grupo
tiene un edificio con nueve puertas en el flanco sur,
y, en el norte, un cerco con un altar y una estela que
representan al soberano mecenas36.
Chichén Itzá
Situada en la parte central del norte de Yucatán, en
el corazón de las tierras bajas septentrionales, Chichén
Itzá es otra joya de la civilización maya. Se
trata de una vasta ciudad de varios kilómetros cuadrados
de superficie, que adquirió con el paso de
los siglos un gran renombre. El nombre original
de la ciudad proviene de los dos cenotes que contribuyeron
a garantizar su riqueza (Chichén Itzá significa,
literalmente, «pozo de los Itzá»), únicas fuentes
de agua que le permitieron crecer y prosperar.
Con el paso del tiempo, la ciudad se convirtió en
un importante núcleo comercial y un centro ceremonial
de primera línea caracterizado por la mezcla
de diferentes estilos arquitectónicos.
Allí encontramos un templo monumental llamado
el Castillo, que se alza sobre una vasta plataforma,
flanqueado por cuatro escalinatas impresionantes,
con sus nueve terrazas; el templo de los
Guerreros de Chichén Itzá, en cuyo interior se halla
el templo de Chac-Mool; el templo de los Jaguares
y los diferentes conjuntos monumentales que lo
36. La civilización maya, CD-Rom, Alsyd et Sumeria, 1996.
acompañan; las trece pistas de juego de pelota —la
de mayor superficie mide 165 x 68 m—. Todo está
clara y orgullosamente dedicado a la relación entre
los hombres y sus dioses.
El cenote llamado Xtoloc acabó siendo la fuente
principal de agua de la ciudad. El segundo pozo, el
cenote «de los Sacrificios», acrecentó su importancia
debido al hecho de que se convirtió en uno de
los principales elementos de las ceremonias rituales,
hasta el punto de que, pasado el periodo de máximo
apogeo de la ciudad, después de su completo
abandono y de la caída de la brillante civilización
maya, los descendientes de los mayas continuaron
realizando peregrinaciones al cenote sagrado de
Chichén Itzá, prodigando ofrendas de jade, vasijas,
joyas, animales e, incluso, en determinadas circunstancias
—que han permanecido en secreto— sacrificios
humanos.
Palenque
Al hablar de las principales ciudades mayas no se
puede omitir Palenque, otro centro ceremonial de
primera magnitud, hundido en la selva tropical que
bordea el altiplano de Chiapas. Palenque se presentaba
ante la mirada y la fe de sus habitantes y de los
visitantes procedentes de las regiones próximas que
acudían a festejar a los dioses con ocasión de las
grandes celebraciones, como una ciudad entera-
mente dedicada a los ritos sagrados de la religión
maya. Uno de sus monumentos más destacables es
el templo de las Inscripciones, en cuyo interior se
encuentra el panteón de Pacal, el soberano más importante
de toda la historia maya:
Un receptáculo de piedra situado ante la pesada
puerta que prohibía el acceso a la tumba contenía
los huesos de cuatro hombres y una mujer que habían
sido sacrificados. [...] Un sarcófago de piedra
reposaba en el suelo en el centro de la estancia, recubierto
por una gran losa de 3,80 x 2,20 m. En
sus paredes figuraban las efigies de los antepasados
de Pacal y de otros soberanos de Palenque con
sus nombres en escritura jeroglífica. La losa, magníficamente
esculpida, representa el descenso del
difunto al más allá, como un sol en el ocaso; sobre
un árbol sagrado símbolo del centro del más allá,
se encuentran un pájaro celeste y una serpiente bicéfala,
símbolos del poder terrestre. La escena se
encuadra en un cielo con los símbolos de divinidades
como el sol, la luna o Venus. El sarcófago contenía
el cadáver del monarca, rodeado de una rica
colección de joyas, todas de jade, y con el rostro
cubierto por una máscara también de jade37.
Asimismo, dentro del templo de las Inscripciones
se encuentra el palacio de incontables salas que
37. La civilización maya, CD-Rom, Alsyd et Sumeria, 1996.
se alza sobre un terraplén de nueve metros de alto,
más de 10 de largo y 80 de ancho, y que soporta una
torre de cuatro plantas. Destacan también el templo
del Sol, el templo de la Cruz o el templo de la
Cruz frondosa.
Tikal, Chichén Itzá y Palenque son auténticas joyas.
Sin embargo, su esplendor no eclipsa otras ciudades
—Copán, Uxmal, Yaxchilán, Calakmul,
etc.— que, cada una en su contexto, a su escala, desempeñaron
un papel fundamental en la afirmación
del pensamiento maya y aportaron su granito de
arena a la grandeza de una de las civilizaciones más
brillantes del primer milenio de nuestra era.
A partir de la justificación de la existencia del ser
humano según el relato de la Creación, la tradición
religiosa maya limita el marco temporal en el que se
inscribe la trayectoria de cada individuo. Proporcionando
puntos de referencia a un pueblo ávido de
referencias, los sacerdotes orientan las creencias y
el futuro de la civilización maya. Desde la observación
permanente de los astros hasta la proliferación
de ceremonias y ritos, no hay nada que no proceda
de una voluntad de armonización, de sincronización
con la energía cósmica de la que todo procede
y a donde todo vuelve.
El resultado de esta voluntad, inscrita en una
misma dinámica religiosa, es una sorprendente
unión espiritual entre pueblos que vivían en entornos
naturales a veces muy diferentes (tierras altas,
tierras bajas), que hablaban hasta 30 dialectos dife-
rentes y que presentaban notables divergencias culturales,
representadas por los tzolzil, los tojolabal,
los mam, los quichés, los kekchi, los chortís, etc.
Federar distintas mentalidades alrededor de una
espiritualidad común preservando la identidad y la
diversidad es el reto logrado por los mayas, en una
sociedad a veces violenta en muchos aspectos, pero
ejemplar en lo que se refiere a su apego a los valores
morales y éticos más elevados, que ponen de
manifiesto una percepción de lo divino y de la dimensión
cósmica del hombre en raras ocasiones
igualada.
LOS MAYAS
A LO LARGO DEL TIEMPO
El impacto
de la civilización
maya
Otros tiempos, otros lugares, otras costumbres...
que al viajar por el tiempo parece que sólo nos
incumban.a título anecdótico, en tanto que referencia
lejana, instructiva, pero al fin y al cabo lejana. Ahora
bien, la irrupción en el mundo maya, en sus creencias
más íntimas, en sus prácticas más solemnes, en sus ritos
más simbólicos, nos revela otra dimensión, nos
lleva mucho más allá de la primera imagen.
Al llegar a una pirámide perdida en plena selva
tropical, se levanta el telón sobre un universo tan
alejado de lo que era el viejo mundo que podría parecer
irreal. Y, en cambio, nuestra mirada se encuentra
ante una civilización que a través de sus fascinantes
ciudades nos muestra no sólo su arte de
vivir, sino sobre todo su visión del universo, donde
se mezcla la necesidad de creer, el sentido de lo
esencial, la parte divina de todo individuo y otras
facetas procedentes de un esquema de pensamiento
rico y original, como si fueran las piezas de un
puzzle gigantesco.
Actualmente no se puede negar que el mundo
maya fue magnífico, tanto en sus aspiraciones primordiales,
como en sus colosales realizaciones. Es
evidente que la importancia de una cultura no se
valora por el tamaño de las piedras que es capaz de
desplazar, pero, a ojos del observador atento, el número
considerable de templos diseminados por el
reino es particularmente elocuente. Demuestra de
forma clara la fortísima voluntad de existir en lo artístico,
y también, de una forma más sutil, un considerable
impulso hacia lo divino, portador de múltiples
signos, reconocimientos, significados ocultos o
revelados, iniciaciones pequeñas o grandes, aspectos
propios de una fe profunda y vibrante.
La religión maya es fuerte y bella. Se encuentra
presente en cada instante de la vida cotidiana, en la
trayectoria de las estrellas y en la cosecha del maíz,
porque establece una relación estrecha y privilegiada
con sus dioses. El hombre debe enfrentarse a
unas condiciones de vida a veces difíciles, y en algunos
casos precarias —derivadas principalmente del
medio natural y de la cultura de la época—, pero
nunca se encuentra solo: sus dioses están ahí, en todas
partes, en todas las cosas, para ayudarle, para
apoyarle, para mostrarle el camino y finalmente acogerlo
cuando su existencia terrenal llegue a su término.
El relato de la Creación, la referencia principal
de la mitología maya, es claro acerca de este punto:
los hombres y los dioses están y estarán unidos para
siempre. Por tanto, más vale aceptarlo. Es lo que hicieron
los mayas desde siempre, dando vida a una
civilización en la que muchos aspectos, independientemente
del paso de los siglos, demuestran haber
sabido tocar lo esencial, y siguen siendo portadores
de algunos de los valores más fundamentales
de la humanidad.
No es de extrañar que los valores del mundo
maya hayan «alimentado» a la población que vivió
aquellos tiempos y se hayan arraigado en el alma de
todo un pueblo para, finalmente, cruzar los siglos.
Porque es precisamente a través la dimensión
atemporal como se reconoce una verdadera corriente
de pensamiento, como se identifica la fuerza
de un movimiento espiritual auténtico. La fe de los
primeros mayas dejó su huella en la vida de pueblos
enteros durante el primer milenio de nuestra era, y
ha permanecido anclada sólidamente en su patrimonio
espiritual, hasta el punto de que hoy día se
encuentra presente en la mentalidad de los descendientes
de los mayas.
El tiempo ha pasado, el mundo ha cambiado, las
épocas se han sucedido, las civilizaciones han evolucionado,
pero lo esencial ha permanecido en el
corazón y el alma de los mayas: el vínculo íntimo
con lo divino que trasciende todos los rigores y todas
las dificultades y da a la vida su verdadero sentido.
La civilización maya
a lo largo del tiempo
Se ha dicho que toda grandeza lleva en sí misma
la semilla de la debilidad. Del mismo modo, el
equilibrio se debe a una sabia dosificación de ínfimas
variaciones que no son más que desequilibrios
potenciales. El brillo y las suntuosas realizaciones
del mundo maya no escapan a estas reglas inmutables:
en el corazón de las ciudades en su mayor apogeo
aparecen los signos anunciadores del declive.
En efecto, el progreso y las prácticas religiosas,
que nutren abundantemente un fervor popular sin
límites, no pueden ocultar la fragilidad latente de la
sociedad maya. No olvidemos que no existe un Estado
maya, sino una especie de confederación de
ciudades más o menos importantes, con unas referencias
sociales y culturales comunes. Sin embargo,
en algunas circunstancias es preferible contar con el
respaldo de un poder fuerte —militar— para superar
las adversidades y continuar existiendo.
Los mayas no fueron nunca guerreros ni conquistadores.
Los únicos combates que protagonizaban
servían generalmente para cubrir las necesidades de
sacrificios humanos. Más que expandirse apoyándose
en las armas, la civilización maya se desarrolló
gracias a su propia mitología, asumiendo plenamente
una visión del universo que hizo suya y enriqueciendo
su patrimonio étnico y cultural.
En el apogeo de su desarrollo, la sociedad maya
vivía en paz, y resolvía los pocos problemas que se
planteaban con sus vecinos sin conflictos mayores.
Cuando las influencias exteriores se hicieron demasiado
acuciantes, generalmente acabaron siendo asimiladas
con más o menos rapidez, hasta que quedaron
diluidas en el universo maya. De esta manera,
la identidad maya consiguió forjarse y afirmarse a lo
largo de los siglos.
El fin del periodo clásico
A finales del siglo VI se perfilaron cambios importantes
en el horizonte. En primer lugar, el hundimiento
de la ciudad mexicana de Teotihuacán, que
durante siglos irradió en toda América central un
aura de conocimientos y de espiritualidad.
Aunque nunca llegó a alterar las tradiciones mayas,
su influencia cultural fue considerable, y contribuyó
en gran parte en la formación de una identidad
intelectual propiamente maya. Su caída pareció
acabar con las esperanzas de una época y marcar el
inicio de una era de cambios profundos.
Otro exponente de la época, Monte Albán, una
soberbia ciudad del valle de Oaxaca, también fue
despojado de su poder e invadido por los mixtécos.
Es la época en que, procedentes del norte de México,
las hordas de bárbaros empezaron a avanzar
por los territorios del altiplano central.
Las tierras bajas del país maya todavía no se vieron
realmente afectadas por estos sobresaltos bélicos,
pero no faltaban signos precursores de un futuro
turbulento. En las fronteras, las presiones de
etnias extranjeras se hacían cada vez más frecuentes.
A ello hay que añadir, en el seno de la propia
sociedad maya, las inevitables luchas de poder en
las altas esferas de la aristocracia, así como un endurecimiento
de la clase reinante, y la subida al
trono en algunas ciudades de dinastías claramente
guerreras, lo cual se tradujo en la progresión de un
militarismo sinónimo de peligro. Era evidente que
el tiempo del equilibrio y de la armonía formaba ya
parte del pasado.
Este progresivo desmembramiento se extendió
poco a poco a toda la sociedad y acabó afectando a
todos los aspectos de la misma. El universo religioso,
la esfera de lo espiritual, también sufrió un
proceso de descomposición cada vez más inevitable.
Un ejemplo ilustrativo es la disminución del
ritmo de construcción de edificios en honor a los
dioses, especialmente en conmemoraciones de fin
de ciclo, como las de katún. Este fenómeno es indicativo
de una progresiva debilidad del culto y de los
rituales que se relacionan con este tipo de arquitectura:
[...] en el año 790 [...], 19 ciudades erigen monumentos,
mientras que en el 810 [...] sólo lo hacen
12 ciudades; y la tendencia descendente se acentúa
de forma dramática hasta llegar a los tres monumentos
inaugurados en el 830, en el umbral del
segundo baktún38.
Lo que para algunos podría significar una simple
crisis del espíritu edificador por parte de los constructores
mayas denota una realidad bastante más
preocupante: se trata sencillamente, y todos los signos
lo confirman, del declive de la civilización maya.
Corrobora esta tesis el hecho de que la decadencia
se fue extendiendo a las principales ciudades: Copan,
Yaxchilán, Piedras Negras, Quiriguá, Oxkintok,
Tikal, Jimbazl, Uaxactún, Chichén Itzá... Una
detrás de otra parecen perder el alma, y su identidad
se diluye en una especie de hibridación cultural
en la que se ven claramente favorecidas las influencias
externas.
La magnitud del fenómeno puede considerarse
como un hundimiento general de la civilización
maya. En un primer momento, el grupo de los pu-
38. GENDROP, Paul: Les Mayas, col. «Que sais-je?», Presses
Universitaires de France, 1984.
tún —emparentado con la rama chontal de los mayas—
contribuyó enormemente a la penetración de
valores culturales externos, primero por la frontera
occidental del territorio maya, luego conquistando
sucesivamente Piedras Negras, Yaxchilán, Tikal y,
por último, Chichén Itzá en el año 918.
En aquel momento, el terreno era propicio para
lo que puede considerarse la última etapa de la decadencia
maya, marcada por la invasión de un pueblo
guerrero procedente de las tierras del altiplano
mexicano, que extendió su poder a todo el conjunto
de la península de Yucatán: los toltecas.
A partir de entonces, el proceso de degradación
se aceleró. El principal síntoma es la paralización
total de la actividad arquitectónica de carácter religioso.
No se construye ya ningún templo, ninguna
estela marca ya el fluir simbólico del calendario ritual
(por ejemplo, en Tikal la última creación monumental
data del año 889).
En estas transformaciones se ponía en juego la
pérdida de los valores más antiguos y esenciales del
universo maya. Se produjo todavía una cerámica
con vagas connotaciones espirituales, pero de gran
inspiración extranjera, que demuestra la progresiva
descomposición cultural del pueblo maya, sumido
entonces en una preocupante desorientación.
El orden antiguo, el equilibrio y la armonía tan
apreciados por los mayas, dejaron su lugar, si no al
caos, a una decadencia cuyos motivos más profundos
deben buscarse en la confluencia de una serie
factores que ciaban la razón a las profecías del Libro
del Chilam Balam sobre el fin del mundo, a la espera
de un próximo renacimiento.
Una ruptura anunciada
El fin de la civilización maya se debió, en primer
lugar, a un conjunto de factores humanos, como
las presiones de grupos exteriores y el paso de corrientes
migratorias; tampoco hay que olvidar el
militarismo cada vez más acusado de las clases dominantes,
que se embarcaron en costosas campañas
de conquistas, ni las guerras internas, las revoluciones
más o menos declaradas de ciertos
dirigentes, la superpoblación, el desmembramiento
de las rutas comerciales, etc., elementos
que acrecentaron las debilidades de un sistema ya
débil en sus cimientos.
Además, hay que añadir las condiciones particulares
del medio, como los cambios climáticos que
comportaban las sequías y malas cosechas, y, por
consiguiente, las importantes hambrunas. Los seísmos
y los huracanes se vivían como signos de un
mundo agonizante.
De ahí a pensar que uno de los principales motivos
del declive de la civilización maya fue un sentimiento
de autodestrucción casi programado, no hay
más que un paso, que muchos analistas de la época
no dudaron en dar:
[...] presa en la trampa de sus propios oráculos (especialmente
del ciclo inexorable de los katunes), la
élite intelectual maya se limitó a hacer las maletas
ante la fatal finalización del plazo, escrita desde
siempre en los astros39.
De hecho, el abandono de las ciudades mayas es
sin duda una de las consecuencias más espectaculares
del final del denominado periodo clásico. Como
si todo se hubiera cumplido, y finalizado, como si
se hubiera llegado al término de lo que era posible
hacer, de pronto miles de personas decidieron abandonar
las grandes ciudades, antaño tan estimadas,
para perderse en la naturaleza de los alrededores,
dejando a sus espaldas todo lo que había constituido
la grandeza de una época perdida ya para
siempre. Y, además, lo hicieron abandonando todos
los artificios rituales pacientemente acumulados con
el paso de siglos y siglos, como si ya no hubiese dioses
que adorar en aquellas tierras.
Tikal es un claro ejemplo de este proceso: a principios
del siglo X, la que fuera una de las ciudades
mayas más brillantes, uno de los faros espirituales
de toda una época, se quedó huérfana de sus millares
de habitantes, abandonada a la acción devastadora
de la vegetación de la selva tropical.
39. GENDROP, Paul: Les Mayas, col. «Que sais-je?», Presses
Universitaires de France, 1984.
Del más pequeño al mayor, los centros ceremoniales
fueron abandonados. Sólo en el norte de Yucatán
se conservó algún tipo de actividad. Pero en
el corazón de las tierras bajas, donde realmente nació
el pensamiento maya, toda forma significativa
de sociedad humana había desaparecido, se disolvió
en el espacio, como si se cerrara un fascinante
paréntesis en el tiempo.
Hacia un nuevo rostro
de la civilización maya
Sin embargo, la pretendida desaparición de la civilización
maya debe situarse en el terreno de las apariencias.
En realidad, se trata de un periodo de transición,
que lleva al pueblo maya hacia una nueva
expresión de su identidad. Al no poder rivalizar militarmente
con los aguerridos toltecas, que en aquel
momento impusieron su orden en una parte importante
de Centroamérica, a los mayas no les quedó
más remedio que doblegarse y ceder el poder a los
recién llegados. Sin embargo, este gesto fue una rendición
de carácter puramente externo, ya que, por
mucho que se empeñasen en demostrar su fuerza, las
hordas guerreras de los toltecas no podían ahogar la
fuerza civilizadora del pensamiento maya, cuyos valores
fundamentales permanecieron intactos.
Poco a poco, se instauró una sorprendente relación
de fuerzas en la que, por una parte, los toltecas
cosechaban victorias militares y se imponían claramente
sobre los mayas y, por otra, estos últimos,
siempre apegados a su mitología y a su visión del
mundo, ejercían una forma de resistencia consistente
en «asimilar» de la más sutil de las maneras al
invasor, sin renunciar por ello a la propia identidad.
Es cierto que los sanguinarios dioses de los toltecas
sucedieron a las pacíficas divinidades mayas, y
que un urbanismo diferente sustituyó a la armoniosa
arquitectura de épocas anteriores; se levantaron
templos a Tezcatlipoca, el dios de la guerra, pero,
más que a la imposición de un nuevo pensamiento,
estamos asistiendo a una mezcla de culturas.
Y en este juego, el pensamiento maya, renunciando
por un tiempo a sus propias estructuras sociales,
se infiltró sutilmente en las formas impuestas
por el poder tolteca, hasta impregnarlas de una sustancia
espiritual heredada de los más lejanos y auténticos
orígenes mayas.
Así comienza lo que más tarde se llamaría el periodo
posclásico, en el que los guerreros sustituyeron
a los sacerdotes y tomaron el mando de un verdadero
Estado. Los signos del cambio son numerosos:
instauración de sacrificios humanos a gran escala,
imposición de fuertes tributos sobre los pueblos sometidos
y aparición del oro, la plata y el cobre como
monedas de cambio.
Durante las décadas posteriores a la subida al poder
de los toltecas, la arquitectura de los nuevos habitantes
multiplicó las representaciones amenaza-
cloras de serpientes emplumadas, águilas o jaguares
devorando corazones humanos o cráneos de víctimas.
Pero, paralelamente, el clasicismo del pensamiento
maya afinó incansablemente el carácter áspero,
zafio y bárbaro de los conquistadores.
Con el tiempo, no tardó en ponerse de manifiesto
la falta de base espiritual e intelectual del
mundo tal como lo concebían los toltecas. Si bien la
alianza de las ciudades de Chichén Itzá, Uxmal y
Mayapán —la Triple Alianza— generó ilusión durante
unos años, se vislumbraba una vez más una
disgregación que precipitaría a la sociedad tolteca
hacia una degeneración irreversible.
La caída de Chichén Itzá a finales del siglo XIII
sella definitivamente la desaparición de una tradición
arquitectónica milenaria, pero, a su vez, también
anuncia una nueva era de transición, que conducirá
a un caos político y cultural sin precedentes,
cuyo máximo exponente será la desaparición de
Mayapán en 1461.
De este modo, cuando un siglo más tarde los españoles
lleguen a Yucatán, sólo encontrarán poblaciones
dispersas, más preocupadas por subsistir que
por construir una sociedad coherente. Los conquistadores
lo tuvieron todo a su favor para adueñarse
de aquellos territorios, en los que tan sólo subsistían
algunos islotes de civilización rodeados de un
océano de desorden, refugiado en la espesura de los
bosques tropicales guatemaltecos.
Los mayas frente a la
conquista española
Castrar el sol,
esto es lo que vinieron a hacer los extranjeros.
Les recibimos como a nuestros padres y nuestras madres,
pero sus palabras eran falsas...
Tal como habían anunciado las profecías de los
libros sagrados, el antiguo mundo de los mayas
estaba condenado a desaparecer. Como hemos
visto, durante las últimas décadas de la civilización
maya, la descomposición de la sociedad se acentuó
y dejó paso a las influencias exteriores, encargadas
de fagocitar los restos de una civilización brillante,
lo que quedaba de una nación rota.
Sin embargo, los nuevos dueños de aquellas regiones
de Centroamérica, antaño controladas por la
cultura maya, no eran conscientes de que el proceso
en el que participaban era más complejo de lo que
parecía.
Lo que en un principio consideraban la simple
desaparición de un pueblo, de una hegemonía espi-
ritual e intelectual, e incluso estatal y militar, en realidad
era la cara visible de un fenómeno más profundo,
cuyas sutilezas se les escapaban. De hecho,
ni siquiera los propios mayas eran totalmente conscientes
del proceso, cuyas consecuencias tampoco
podían prever.
No obstante, conviene matizar que los representantes
del pensamiento maya que sobrevivían, los
que habían pasado por las dificultades que comportaban
las invasiones, los que habían asistido al hundimiento
de ciudades suntuosas como Palenque o
Chichén Itzá, los supervivientes de las ejecuciones
sumarias ordenadas por los altos dignatarios conocían
las grandes líneas del destino de su nación.
Sabían qué porvenir les esperaba. Lo habían sabido
siempre, a través de su relación directa con los
dioses, de sus oraciones diarias: un mundo tiene
que acabarse, debe desaparecer, para que aparezca
otro nuevo, que se convierta en portador de todas
las esperanzas de los hombres. Estaba escrito, y así
se produjo: todo encerraba una gran lógica, a pesar
de que la transición estuviera cargada de amargura
y dolores. No había la menor duda: eternamente,
por encima de las apariencias materiales, los dioses
eran quienes dirigían el juego, y no los hombres.
El pensamiento maya permanecía tan fuerte
y brillante como en las mejores horas de las ciudades-
estado, impregnado, más que nunca, de una fe
ilimitada: simplemente se había retirado de los
asuntos del mundo material por causa de una «tran-
sición mayor», lo cual no significaba que estuviese
dispuesto a renegar de sus fundamentos esenciales.
Así, cuando los españoles entraron en lo que había
sido el país maya, no sospechaban que, en definitiva,
les correspondía un papel en el proceso de
renovación que se llevaba a cabo en todas aquellas
regiones.
Aunque no se dieran cuenta de ello, movidos
como estaban por sus intenciones conquistadoras,
por la atracción de las riquezas que les habían hecho
cruzar el océano, la intervención de los españoles
se inscribía en un marco más amplio. Su llegada
no sólo era esperada, sino que iba a cumplir una
función de «catalizador» asignada desde hacía mucho
tiempo.
Primeros contactos
La verdadera confrontación entre dos mundos —el
que los mayas habían conocido siempre y el que defendían
los españoles— se inició a principios del siglo
XVI, antes de lo que más tarde se denominaría
conquista.
Un primer contacto inesperado
Estamos en 1502. Una larga piragua tallada en un
tronco gigante se desplaza lentamente por las aguas
del golfo de Honduras. Llega del oeste, de Yucatán,
y se dirige hacia la isla de Guanaja. A bordo, 25 mayas
reman rítmicamente. De pronto, avistan tres
formas curiosas que al principio creen que son islotes.
Pero pronto distinguen siluetas humanas y se
dan cuenta de que son embarcaciones. Son tres galeones
españoles que comercian con los habitantes
de la costa y de las islas.
Después de unos instantes de duda, la piragua
se acerca finalmente a las naves, y se produce un
primer contacto. Los mayas están intrigados ante
unas criaturas que llevan sombrero y tienen el rostro
peludo como los simios. El jefe acepta la invitación
de los extranjeros y sube con algunos de
sus hombres a una de las embarcaciones. Aunque
no hablan el mismo idioma, superan el estadio de
la prudencia elemental y proceden a un solemne
intercambio de regalos, intentan comunicarse a
pesar del gran abismo que parece separar ambos
mundos.
Los mayas designan la dirección de donde vienen
con el nombre de maiam, causando gran perplejidad
a los comandantes de las tres carabelas que
atracan en el golfo de Yucatán. En presencia de los
indígenas, un hombre se pregunta a sí mismo qué
sentido tiene este encuentro inesperado. Su nombre
es Cristóbal Colón y dirige el cuarto viaje en
busca de las Indias occidentales. Motivado por
otros objetivos, no concede más importancia al encuentro
y prosigue su camino.
Un nuevo encuentro bajo el auspicio
de los dioses
Hay que esperar hasta 1511 para que españoles y
mayas se vuelvan a encontrar cara a cara. Sin embargo,
esta vez las circunstancias son distintas. La
embarcación que atraca en una playa de Yucatán,
delante de la isla Cozumel, no es un galeón de la
flota española, sino una embarcación improvisada
en la que se amontonan los supervivientes de un
naufragio ocurrido unas semanas antes en aguas jamaicanas.
Habían visto perecer a muchos de sus compañeros,
algunos durante el naufragio, otros en los días
siguientes, vencidos por el hambre y la sed. Llegar a
aquella tierra les parecía un designio divino, que les
liberaba del castigo y les devolvía a la vida. Cuando
los mayas se acercaron a ellos y le acogieron con
amabilidad, los supervivientes lo agradecieron calurosamente.
Pero los desafortunados navegantes olvidaron
que acababan de entrar en un nuevo mundo. Allí
donde ellos veían la salvación y el final de sus sufrimientos,
los mayas interpretaban un signo de benevolencia
de sus propios dioses, que les enviaban víctimas
para sus sacrificios.
En las horas siguientes, condujeron a los prisioneros
a las proximidades de un templo. La mitad
perecieron en un altar para el sacrificio, sujetados
por hombres vigorosos. Con el pecho abierto con
un cuchillo de sílex, todavía vivos, se les arrancó el
corazón con las manos para ofrecerlo a los dioses.
Los que no fueron ejecutados inmediatamente, fueron
encerrados en jaulas, donde se les alimentó en
espera de la próxima ejecución ritual. Unas semanas
más tarde, sólo dos náufragos habían podido
sobrevivir milagrosamente a esta terrible experiencia:
Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero.
A ambos no les quedó otra solución que integrarse
en la vida de los indios. El primero se convirtió en servidor
del cacique de Tulum, que le había salvado del
sacrificio; el segundo se casó, fundó una familia y se
convirtió en capitán de los guerreros mayas.
Así terminó el segundo contacto entre mayas y
españoles. Salta a la vista que, teniendo en cuenta
las diferencias culturales, las relaciones venideras
no iban a ser fáciles.
Los prolegómenos de la conquista
A medida que las expediciones se iban haciendo
más frecuentes, los esfuerzos de los españoles por
colonizar las islas cercanas se intensificaban. Los
conquistadores hispánicos llegaron a las islas que
más tarde se llamarían Cuba, Haití y Santo Domingo,
de donde extrajeron numerosas riquezas.
Los primeros botines estimularon la empresa de los
españoles, y en poco tiempo las expediciones de
guerra se sucedieron a un ritmo frenético.
Con motivo de una expedición llevada a cabo en
1517 por Hernández de Córdoba, los conquistadores
se aventuraron más hacia el oeste y llegaron
a una isla de la costa noreste de Yucatán. Fue allí
donde entraron realmente en contacto con la civilización
maya por primera vez, y descubrieron ciudades,
templos e ídolos femeninos —que dieron
lugar a que los recién llegados la denominaran isla
Mujeres.
Los españoles quedaron fascinados por aquella
arquitectura perfecta, que no tenía nada en común
con las frágiles cabañas encontradas hasta entonces
en las islas. De pronto, fueron conscientes de la
existencia de una civilización y, sobre todo, encontraron
objetos de oro, lo cual favorecía sus intereses.
En realidad, estos objetos no habían sido elaborados
por los mayas, sino que eran producto de
intercambios con otros pueblos.
Animado por estos descubrimientos y estimulado
por la sed de aventura de sus hombres, Hernández
de Córdoba prolongó la expedición hasta la península
de Yucatán, frente a la ciudad de Champotón.
Pero, en contra de lo esperado, la acogida de los indios
locales fue francamente hostil: en cuanto atracaron,
los españoles sufrieron el ataque de los mayas.
Los invasores pudieron huir con la ayuda de la
artillería de su navio, dejando detrás de ellos muchas
bajas, entre las que figura la de Córdoba, que
pereció como consecuencia de las 33 heridas recibidas
en la batalla.
Este episodio podría ser considerado una más de
las numerosas escaramuzas que protagonizaron los
conquistadores con los pobladores indígenas, si no
fuera por un hecho que cambiaría bruscamente el
curso de la historia: los objetos de oro encontrados
en la isla Mujeres sirvieron de pretexto al gobernador
de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar, para organizar
una expedición de gran envergadura —cuatro
embarcaciones y más de 200 hombres armados—,
que confió a su sobrino Juan de Grijalva.
El mecanismo de la conquista se había puesto en
marcha, y nadie podía detenerlo.
La entrada en escena de Hernán Cortés
La expedición de Grijalva no cumplió con las expectativas
de los españoles. En efecto, el sobrino
del gobernador de Cuba intentó rodear la península
de Yucatán, que creía una isla, y luego volvió a
Champotón, donde los conquistadores cosecharon
una nueva derrota contra los temibles y eficaces
guerreros mayas.
Batiéndose en retirada, Grijalva debió contentarse
con explorar la costa, a lo largo de 1.200 km,
hasta el río Panuco, sin buscar enfrentamientos y
practicando la negociación. Al cabo de cinco meses
de navegación, la expedición regresaba a Cuba, sin
haber podido satisfacer las ansias de riqueza de los
conquistadores.
Durante el viaje, estos habían oído hablar en varias
ocasiones del poder y la riqueza de un imperio
situado más al norte, el imperio de los aztecas. Planearon
llevar a cabo una ofensiva, pero, antes, el
primer objetivo era penetrar más en el interior del
territorio maya. Esta era la intención de Hernán
Cortés, cuando partía el 18 de febrero de 1519, al
mando de 11 navios, 500 hombres y 16 caballos.
Unos días más tarde, cerca de la isla de Cozumel,
Hernán Cortés se enteró, por boca de unos indios
asimilados por la cultura conquistadora, de que
unos «hombres barbudos» vivían a unos días de allí
en un poblado maya. Cortés envió a un mensajero,
pero no recibió ninguna respuesta. Sin embargo, un
día en que las embarcaciones estaban fondeadas
para reparar una avería los españoles vieron llegar a
un hombre al que ya habían dado por muerto: Jerónimo
de Aguilar.
Después de vivir casi ocho años con los indios,
daba gracias a Dios por haber podido encontrar de
nuevo a los suyos. Su conocimiento de la cultura
maya le convertiría en un valioso colaborador de
Cortés para la conquista que se estaba iniciando.
Gonzalo Guerrero, en cambio, no volvió nunca
al lado de los españoles, se negó a renegar de sus
nuevos vínculos y se convirtió, incluso, en un brillante
estratega en el bando de los mayas.
Cortés navegó hacia el norte, pasó la península
de Yucatán y llegó a las costas de Tabasco y Veracruz.
Los episodios que siguieron forman parte de
la historia: después de atracar, quemó los barcos
para descartar cualquier pretensión de regreso por
parte de sus lugartenientes y emprendió la conquista
del imperio azteca, que reaüzó en tan sólo
dos años.
La conquista del reino maya duró un poco más.
Se necesitaron más de veinte años para someter
sólo la península de Yucatán.
La conquista
Hay que esperar hasta 1525 para que Hernán Cortés
—que acababa de derrotar al poderoso imperio
azteca— reaparezca en el país maya. Con el pretexto
de comprobar en qué punto se encontraban
las exacciones cometidas por algunos de sus lugartenientes
en la zona de Honduras, atravesó el sur,
desde Tabasco hasta este territorio. Le acompañaban
150 soldados españoles, 3.000 combatientes y
portadores indios, más de 150 caballos y una caravana
de avituallamiento de víveres y municiones.
El viaje, interminable y peligroso, que transcurrió
por regiones de difícil acceso —montañas, pantanos,
bosques frondosos...— duró unos seis meses
y se cobró la vida de muchos hombres, tanto españoles
como mayas.
De hecho, la verdadera conquista de las tierras
mayas no empezó hasta 1527. Terminó 20 años más
tarde, en 1547, después de dos años de luchas encarnizadas
contra los últimos grupos mayas que se
habían aliado contra el invasor español.
Por lo menos esta es la versión oficial de los conquistadores,
ya que todavía subsistían focos de resistencia
en la región de Tayazal, hasta finales del siglo
XVII:
En enero de 1696, dos destacamentos militares enviados
al lago (Peten Itzá) se ven obligados retirarse
ante la hostilidad de los indios. Es evidente
que la única forma de derrotar a los itzás es un importante
despliegue de fuerzas. Durante más de un
año, los españoles preparan el asalto final. Unos
carpinteros se unen a la tropa para construir una
galera y una piragua para llevar a los soldados hasta
la isla. La población cae el 13 de marzo por la mañana
temprano. Presas del pánico al oír las detonaciones,
sus habitantes se lanzan en masa al lago,
que intentan cruzar a nado. Los españoles pasan el
día destrozando los ídolos en una ciudad desierta.
Por la noche, Ursúa designaría el emplazamiento
de la futura iglesia: sobre las ruinas del gran templo.
Dos siglos después de que Colón descubriera
el continente, la conquista del país maya había llegado
a su fin40.
40. BAUDEZ, Claude, y PICASSO, Sidney: Le cités perdues des
Mayas, col. «Découvertes Gallimard/Archéologie», Gallimard,
1987.
La imposición
del cristianismo
Un día florecerá de nuevo el linaje maya
y expulsaremos a estos falsos antepasados,
a estos vendedores de palabras,
a estos zorros hipócritas...
LIBRO DEL CHILAM BALAM
En 1547, aunque la zona no está pacificada totalmente,
los españoles toman posesión de las
tierras conquistadas. Se instauran comunicaciones
regulares con España y se produce la llegada al
Nuevo Mundo de una nueva y multitudinaria generación
de colonos que se instala en él y redefine las
reglas de la sociedad, que a partir de ahora quedará
fuertemente impregnada de los valores hispánicos.
El primero de ellos es la exigencia de la evangelización
de la población autóctona. Después de la conquista
militar, es el turno de las autoridades eclesiásticas,
que emprenden la conquista espiritual.
De hecho, los franciscanos ya estaban llevando
a cabo esta misión desde hacía diez años. A partir
del año 1537, empezaron a fundar escuelas, con
la voluntad de convertirlas en núcleos de enseñanza
religiosa. Se dio prioridad a los hijos de los
dirigentes y de la nobleza maya —la clase alta indígena
del futuro—, a quienes se enseñó a leer y
a escribir en caracteres romanos, así como la liturgia
católica.
En unos años, el catolicismo se implantó totalmente
en el territorio maya.
Sobre las ruinas de los antiguos túmulos funerarios
—todavía llenos de simbolismo— se construyeron
iglesias y conventos. Se bautizó a miles de indígenas,
después de haberles dado una mínima
educación religiosa católica y previa renuncia a sus
antiguas creencias.
Para inducir al pueblo maya a seguir la vía de la
«reconducción» espiritual, los españoles crearon las
reducciones, unas concentraciones de población
cuyo objetivo era compensar los problemas causados
por la dispersión natural del habitat local reagrupando
poblados y aldeas en núcleos únicos. Evidentemente,
esto daba a las autoridades coloniales
la posibilidad de controlar más fácilmente la vida
del pueblo sometido.
Sabedores del arraigo de las antiguas prácticas rituales,
los religiosos españoles crearon un clero
maya que, además de reequilibrar el poder de los
chamanes locales, tenía la función de difundir el
bien y de convencer a los reticentes de la bondad
de los «civilizadores» católicos.
Resistencia e Inquisición
Arrasando templos, altares y otros lugares dedicados
a los ritos mayas, destruyendo sistemáticamente
los ídolos y los objetos de culto, prohibiendo la adoración
de dioses antiguos, los religiosos llegados a
América no sospechaban que estaban poniendo en
marcha un engranaje del que rápidamente perderían
el control.
En efecto, los resultados de esta política de conversión
espiritual fueron decepcionantes desde el
punto de vista de la Iglesia de Roma. Es cierto que
se logró instaurar sin demasiados problemas una estructura
evangelizadora, pero, por otro lado, las verdaderas
adhesiones, realmente sinceras y conscientes,
eran escasas. Es más, los mayas consiguieron
utilizar muy rápidamente los nuevos principios que
se les intentaba inculcar para readaptar a su gusto
los rituales tradicionales, especialmente los sacrificios
humanos.
Para los religiosos, esta actitud era intolerable.
Esta «desviación» de la puesta en práctica de sus
nobles ideas tuvo como consecuencia uno de los periodos
más sombríos de la historia de los mayas.
Bajo la autoridad del franciscano Diego de Landa,
tristemente célebre por sus posiciones radicales
contra la cultura maya, se multiplicaron los procesos
inquisitoriales y las ejecuciones y se quemaron
sistemáticamente los libros sagrados escritos en jeroglíficos.
La represión alcanzó tal paroxismo que muchos
dirigentes mayas, aferrados a su código de honor,
prefirieron suicidarse colgándose, convencidos de
que Ix-tab, divinidad lunar cuyo nombre significa
«la de la cuerda», les llevaría directamente al cielo.
En muchos casos, los suicidas morían pronunciando
unas palabras lacónicas que resonaron por mucho
tiempo en la memoria de los supervivientes: «volveremos
».
Otros dignatarios mayas, más pragmáticos, pero
poco numerosos, adoptaron la vía de la resistencia
armada durante varias décadas, hasta que finalmente
fueron reducidos.
En muchas provincias, la evangelización llevada
a cabo por los franciscanos tomó el rumbo de una
brutal depuración, como demuestra el hecho de
que, en unos años, la población maya experimentase
un descenso brusco, en manos de la rigidez de
un poder colonial que acentuaba la separación con
respecto a la élite intelectual y espiritual maya.
Una muestra de la identidad maya
En contra de lo esperado, la irrupción de los españoles
en territorio maya y la implantación más o menos
forzosa del cristianismo tuvieron consecuencias
muy diferentes a las que pretendía la voluntad civilizadora
que impregnaba la acción de los primeros
conquistadores. Los efectos se multiplicaron en to-
das las esferas de la nueva sociedad, y se convirtieron
en poderosos síntomas de la identidad maya.
En los lugares donde parecía que la fuerza había
resuelto los problemas de pacificación y de integración,
de unificación de etnias agrupadas bajo la corona
hispana, poco a poco numerosos detalles y signos
—a veces poco visibles— amenazaban los
límites de la empresa de los conquistadores en el
Nuevo Mundo.
No es simplemente el enfrentamiento entre dos
sociedades con costumbres diferentes, procedentes
de continentes diferentes. Por encima de cualquier
consideración material, se trata del encuentro entre
dos formas de pensamiento, entre dos concepciones
del universo, opuestas por el peso de sus tradiciones.
Y, contra todo pronóstico, en este terreno,
los mayas, pese a carecer oficialmente de sociedad
y de poderes institucionales a los que acogerse, tenían
bazas importantes.
La instauración de una
«resistencia cultural»
Tras la conquista española, los mayas demostraron
una sorprendente capacidad de adaptación. A la lucha
armada por la que algunos optaron, a la desaparición
precipitada de los que eligieron el suicidio,
se añadió una tercera y más sutil forma de resistencia:
impregnarse de las ideas evangelizadoras de la
cultura recién llegada, no para adherirse a ellas, que
es lo que habrían deseado los evangelizadores, sino
para dar una nueva vida a la identidad maya más
auténtica.
La originalidad de esta nueva lucha reside, por
un lado, en su idea básica, que es un claro desafío a
la institución colonial, y, por otro, en quienes la llevaron
a cabo, que eran intelectuales procedentes de
la antigua nobleza y campesinos mayas, unidos por
un conjunto de circunstancias.
El objetivo de esta nueva forma de oposición a la
hegemonía de los conquistadores consiste en «infiltrar
» la tradición maya en las formas rituales impuestas
por el cristianismo, en reelaborar la teología
cristiana en términos mayas, especialmente en
forma de textos escritos en caracteres romanos, que
serán atribuidos a Chilim Balam.
Así, fingiendo someterse a la Inquisición católica,
los mayas ingeniaron una forma sibilina de perpetuar
sus tradiciones y sus rituales, alimentando el
alma maya y sentando las bases del esperado renacimiento
espiritual.
Esta tendencia renovadora contó con un impulso
creciente, en la medida en que ciertas prácticas llevadas
a cabo por los colonos españoles sensibilizaron
a la población maya y canalizaron el impulso de
revuelta.
Todas las regiones atestiguan la existencia de castigos
corporales, de torturas, de actos indignos de los
que debían llevar la civilización a aquellas tierras:
El 8 de marzo de 1563, en Telchac [...] Luis Carrillo
de San Vicente, misionero perteneciente a la orden
de la Merced [... ] explica que en la población
de Motozintla (Chiapas) había sido necesario utilizar
«látigos y suplicio de la cuerda» por orden del
mencionado obispo (Maroquin) para que los indios
devolvieran sus ídolos, ya que los indígenas,
en «las cosas elevadas» como la religión, carecían
de inteligencia y además «persistían en la mala
secta de sus antepasados». Consideraba necesario
todo aquello —concluye—• si se quería progresar
en la empresa evangelizadora, puesto que los indios,
«al igual que el roble, no dan frutos si no se
les golpea»41.
A estos abusos, a menudo se añadían prácticas
envilecedoras que daban una imagen muy negativa
de los cristianos y de sus costumbres. El obispo guatemalteco
Juan Ramírez explica, a finales del siglo
XVII, que las mujeres indias que trabajaban al
servicio de los colonizadores, tratadas como esclavas,
generalmente acababan siendo amantes de patronos
y mayordomos. Las mujeres y las hijas de los
indios que no disponían de dinero suficiente para
pagar el tributo impuesto por la metrópolis a todos
los mayas se veían obligadas a prostituirse.
41. FETTWEIS-VIENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
Estos comportamientos contrastaban en gran medida
con el mundo de los mayas ya que, antes de la
conquista, había en su sociedad unas normas sociales
y unas reglas éticas que, relacionadas muy estrechamente
con los vínculos divinos, prohibían las conductas
licenciosas. Así, los defensores del catolicismo
aparecían no sólo como torturadores, sino también
como protagonistas de conductas poco honestas.
Los resistentes mayas encontraron en ello nuevos
motivos para la esperanza, para convencer a sus
semejantes de que no debían renunciar a las costumbres
ancestrales de un pasado grandioso. No
podían luchar contra los conquistadores en el terreno
militar, económico y sociopolítico, pero quedaba
el ámbito religioso, en el cual todo seguía
siendo posible. La Inquisición destruía altares, objetos
de culto y templos, azotaba y torturaba a los
que no se sometían inmediatamente, quemaba libros
sagrados, pero nada impedía a los mayas continuar
pensando, reflexionando y orando para sus
adentros tal como habían aprendido tiempo atrás.
La respuesta al celo de los evangelizadores, que
aparentemente eliminó los antiguos rituales, las
creencias y las tradiciones mayas, fue una resistencia
profundamente arraigada en la memoria individual
y colectiva del pueblo maya. De hecho, se podría
llegar a considerar que los excesos de los
conquistadores proporcionaron el impulso decisivo
para la salvación y posterior renovación del pensamiento
espiritual maya:
[...] la religión indígena fue combatida con tenacidad
en sus manifestaciones más externas: dioses,
altares, ritos y creencias sucumbieron —o parecieron
sucumbir— por la imposición de la nueva ideología
religiosa por parte de los colonizadores. Las
manifestaciones, hasta entonces públicas, del universo
sagrado centroamericano pasaron a un medio
nuevo, al del lenguaje cifrado, de la oración
clandestina, de la creencia subterránea, del rito
oculto y celosamente guardado. Al tambalearse definitivamente
la religión oficial que las clases dominantes
mayas imponían al pueblo, los cultos populares
adquirieron un nuevo impulso y una fuerza
que impidió su extinción, ya que, transfigurándolas,
hizo posible que el pueblo siguiera venerando
a las divinidades familiares y agrícolas, ya fuera en
la clandestinidad u otorgando las cualidades de los
antiguos objetos de la fe a otros nuevos42.
La asimilación sutil en respuesta
a la imposición del cristianismo
Los conquistadores se encontraron pronto ante un
fenómeno que no era más que la consecuencia directa
de sus propios actos. En efecto, el error más
42. FETTWEIS-VIENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
grave que cometieron fue considerar que los habitantes
a los que doblegaron militarmente eran incultos,
y que la cultura procedente de la vieja Europa
era superior a la del Nuevo Mundo.
Con la perspectiva del tiempo, esta suficiencia
podría prestarse a comentarios jocosos, si no fuera
por las tristes consecuencias que acarreó. Los hechos
no dicen, en este aspecto, demasiado en favor
de los conquistadores. Salvo raras excepciones
—que también hay que hacer extensivas al colectivo
religioso, en el que hubo personas que se comportaron
honradamente con los indígenas y los defendieron
abiertamente—, los españoles se dejaron
llevar en demasiadas ocasiones por el afán de lucro
y utilizaron la bandera de la religión con finalidades
poco cristianas en el sentido estricto del término.
Resulta poco heroico conquistar y colonizar un
pueblo al que no le gustaba la guerra, que tenía una
idea elevada del hombre y de lo divino, y del papel
que le correspondía en la Tierra, que confería a las
fuerzas naturales poderes amplios y respetaba la naturaleza.
Sin embargo, conquistar a un pueblo no
significa apoderarse de su alma. Los conquistadores,
imbuidos de su pretendida superioridad, no supieron
franquear el abismo que separaba a las dos
culturas para que estas llegaran a una comprensión
mutua.
Los dominicos intentaron eludir el problema, utilizando
lo que ellos sabían de las prácticas y de las
creencias mayas —la confesión, la comunión, el
bautismo, e incluso la idea de una trinidad divina...—
para imponer la concepción cristiana, pero
nunca lograron los resultados esperados.
De hecho, la realidad era otra. Todas las campañas
de evangelización tropezaron con numerosos
problemas: la extensión del reino maya, la densidad
de la población, la falta de sacerdotes para llevar a
cabo una misión de tanta envergadura, el gran número
de dialectos que los recién llegados no conocían
y, por encima de todo, la forma de introducir el
catolicismo, sin preguntarse en ningún momento si
los medios empleados eran los apropiados para la
sensibilidad y la receptividad de la población.
Pese al éxito aparente que celebraban en la corte
española, todos estos elementos explican que el
adoctrinamiento fuera muy superficial.
En definitiva, la corona española no supo utilizar
los medios adecuados para llevar a cabo la obra que
se había propuesto. Como en cualquier otro episodio
de conquista, tampoco aquí los mosquetones y
la arrogancia fueron suficientes para imponer a una
civilización milenaria unas ideas supuestamente salvadoras.
Empeñados en la evangelización, los religiosos
católicos no hicieron ningún esfuerzo por comprender
las creencias de la población indígena antes de
su llegada, ni tampoco se esforzaron en explicar con
claridad los nuevos conceptos teológicos que intentaban
inculcar a todo un pueblo. En la mayor parte
de los casos, desde la perspectiva de los mayas, el
catolicismo se reducía al aprendizaje de oraciones y
a la aceptación de manifestaciones culturales de una
religión que en realidad no entendían, pero que se
les imponía con firmeza —cuando no por la fuerza.
Todo ello dio lugar a aberraciones doctrinales,
como por ejemplo bautizos masivos a gentes que la
Iglesia católica consideraba entonces nuevos conversos,
o la administración de otros sacramentos en
grupo, sin ninguna enseñanza previa (o con una
muy superficial), de aquellos actos rituales para explicar
su significado y para asegurarse de que los
interesados lo habían entendido... Parecía como si
la mera ceremonia ritual tuviera la función de iluminar
a los conversos y revelarles la palabra de
Dios.
La aparente sumisión de los mayas
Conscientes del desequilibrio en la relación de fuerzas
ideológicas entre ellos y los conquistadores, los
mayas supieron aprovechar las debilidades y las graves
insuficiencias del nuevo sistema instaurado.
Dado que los conquistadores y evangelizadores
concedían una gran importancia a la cristianización,
y su principal preocupación era tener pruebas concretas
de la pacificación y evangelización de las poblaciones
sometidas militarmente —número de
bautizos, número de conversiones al catolicismo...—
y que, además, toda rectificación parecía
definitivamente prohibida, los mayas aceptaron
amoldarse a la situación. O, por lo menos, la aceptaron
aparentemente, ya que la realidad fue muy
distinta.
Sin embargo, los religiosos llegados a América
ignoraban que detrás de la aparente sumisión, los
pensadores mayas encontraron una forma de contrarrestar
la invasión de su país. Partiendo de la evidencia
de que el proceso de renovación ya estaba
en marcha, no hubiera servido de nada oponer resistencia
militar a un enemigo mejor armado. En
cambio, todo seguía siendo posible en el plano espiritual,
en el terreno de lo sagrado. Por tanto,
orientaron sus esfuerzos en este sentido con un
gran deseo de venganza. La propia evangelización
a la que fue sometido el pueblo maya les dio los
medios.
En efecto, un análisis detallado del catolicismo
que se les intentaba inculcar proporcionó a los pensadores
mayas la materia necesaria para enfrentarse
al conquistador. La sutileza de la empresa consistió
en realizar una amalgama de creencias tradicionales
mayas a la sombra de los rituales católicos,
dando lugar a un acercamiento sincrético que ofrecía
al pensamiento maya —bajo la apariencia de una
integración positiva, que las pseudoconversiones
y los bautizos en masa parecían autentificar— la
posibilidad de sobrevivir conservando un vínculo
auténtico con sus creencias y con las más antiguas
tradiciones.
El catolicismo «revisado»
por el pensamiento maya
La dificultad principal que encontraron los sacerdotes
católicos que tenían la misión de evangelizar
aquella parte del Nuevo Mundo fue la imposición
del monoteísmo a un pueblo con una tradición politeísta
secular.
Ni franciscanos ni dominicos pudieron solucionar
este problema, pero los mayas sí que encontraron
una forma de identificar el catolicismo con sus
propias creencias, creando un verdadero «código
de correspondencias» entre las dos religiones que
permitía descifrar un significado maya oculto en las
formas impuestas por la religión católica oficial, con
lo cual se evitaba la desaparición de la cultura espiritual
tradicional del pueblo maya.
No sólo la Trinidad católica, sino todos los santos
del panteón cristiano sirvieron de «paraguas» a las
muchas divinidades protectoras del panteón maya y
les permitieron subsistir sin llamar excesivamente la
atención de las nuevas autoridades religiosas. Veamos
algunos ejemplos:
[...] Santa Bárbara, patrona de la artillería para los
católicos, se relacionaba con los relámpagos; San
Antonio Abad, con el patrón de los animales; San
Pascual Bailón, con algunas divinidades de la
muerte; el culto a Santa Ana escondía el culto a Ixchel,
ambas patronas del parto... No era de extra-
ñar que los indios colocaran una imagen de la madre
de María cerca del lecho de la parturienta, ya
que antiguamente ponían una figurilla de Ixchel
debajo del colchón. [...] Los indígenas aceptaron
sin demasiada oposición el cambio de nombre de
las divinidades del Mundo inferior, de modo que
Lucifer, Satanás, Belcebú o «el Enemigo» sirvieron
para designar a los eternos habitantes del
mundo subterráneo, que a partir de entonces pasó
a denominarse Infierno. Con cuernos o cola, emanando
olor a azufre o acompañados por chivos, Pukuy,
Kisin, Ik'al o Kimi continuaron reinando en el
universo de las sombras, sin que su poder se viera
alterado43.
Desde esta misma óptica de asimilación del catolicismo
por parte de los mayas, los ángeles custodios
pasaron a asociarse con las divinidades protectoras
individuales. En cuanto a la cruz, símbolo la
religión católica cuyas representaciones se multiplicaron
hasta el infinito en todo el reino maya, se asoció
rápidamente al culto local de los difuntos, y se
adornaba con las ramas de rosal que representaban
a estos en la religión maya. En determinadas circunstancias,
se llegó a asociar la cruz con los sacrificios
humanos llevados a cabo en secreto.
43. FETTWEIS-VIENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
Otro elemento esencial se mantuvo vivo a pesar
la dominación de los Austrias: el espacio natural.
Puesto que los lugares sagrados habían sido destruidos,
los ídolos ridiculizados, y eliminados todos los
objetos relacionados con los rituales, a los mayas
sólo les quedaba una cosa: aquel entorno natural al
que siempre habían estado tan próximos y que, a
pesar de los avatares por los que pasaba su civilización,
seguía siendo uno de los parámetros esenciales
de su existencia.
Avanzada la colonización, se continuó adorando
en secreto a las montañas y a muchos otros lugares
sagrados, así como al jaguar del mundo inferior o al
colibrí mensajero de los antepasados, o a las aves
nocturnas anunciadoras de peligros y enfermedades.
Los elementos de la naturaleza, como el rayo,
el trueno o la lluvia, siguieron teniendo un papel importante
en la vida cotidiana.
El universo vegetal era venerado como antaño,
de forma menos espectacular pero con igual fervor.
El maíz continuaba siendo lo que siempre había
sido: la planta que nutre al hombre y perpetúa la
vida, que crea la carne y los huesos de todos los individuos,
y, por tanto, le acompaña en todos sus actos,
desde el nacimiento hasta la muerte.
Así pues, la «sustitución» fue permanente y sirvió
para que los mayas no perdiesen sus tradiciones. Sin
embargo, los rituales y las creencias debían permanecer
en secreto, en los corazones y en las casas, ya
que durante mucho tiempo la Inquisición castigó a
quien se oponía a la ley y a la religión oficiales. Dos
ejemplos demuestran la extraordinaria capacidad
de adaptación de los mayas, desde el punto de vista
espiritual, a la estructura de la nueva sociedad. El
concepto de la gracia, por ejemplo, que los conquistadores
consideraban un don divino que permite a
los cristianos realizarse y acceder a través de la
muerte a la visión beatífica, fue sutilmente recuperado
por los mayas:
Los cristianos creen en una gloria que no se puede
alcanzar hasta después de la muerte. Los indígenas
creen en la felicidad terrestre. La «gracia» de los
teólogos es básicamente un don intangible, incorpóreo.
Cuando los textos mayas hablan de «gracia
», utilizan el término como un eufemismo para
designar al maíz. Por tanto, para los cristianos, la
gracia es una felicidad atemporal, individual y celestial,
mientras que para los mayas es una felicidad
terrestre, colectiva y cotidiana44.
Los intelectuales mayas también efectuaron un
paralelismo entre la muerte de Jesucristo y su resurrección,
la muerte como camino para la vida eterna
y el retorno del dios solar emergiendo del mundo
subterráneo y nocturno para perpetuar la vida.
44. FETTWEIS-VIENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
Por otra parte, el dios de los cristianos no sólo era
exclusivo y celoso, y se negaba a reconocer o tolerar
a ninguna otra divinidad, sino que iba como anillo
al dedo a la política colonial española, que lo utilizaba
como un medio para instaurar el máximo control
y homogeneización del reino maya.
Sin embargo, es evidente que no bastaba con ejecutar
a los sacerdotes mayas, destruir sus templos y
prohibir sus rituales, negar una cultura espiritual milenaria,
para someter a todo un pueblo. Como en
muchos otros ejemplos que ha conocido la historia,
desde las primeras acciones de la conquista —que
los mayas esperaban y sabían que era inevitable gracias
a sus textos sagrados— los indígenas se preocuparon
por la transmisión del saber de forma clandestina.
Y fue así como pudo sobrevivir el pensamiento
de un pueblo, dando una lección de dignidad contenida,
ejemplar desde muchos puntos de vista.
Las ceremonias colectivas católicas fueron sutilmente
amalgamadas con los rituales mayas. Por
ejemplo, se encontraron muchos cuerpos de sacrificados
escondidos en las pilas bautismales de las
iglesias para proteger los bautismos; las danzas precolombinas
subsistieron a pesar de la persecución
eclesiástica; el culto a los muertos se mantuvo en
las cofradías o en los guachivales, unas asociaciones
no reconocidas oficialmente, a las que se permitía
colaborar en la celebración de oficios litúrgicos para
los muertos que habían pertenecido en vida a aquel
grupo.
Otros conceptos del catolicismo tuvieron muchas
dificultades para abrirse camino en la mentalidad
maya, por su dimensión puramente teológica.
[...] El concepto cristiano de salvación que se adquiere
gracias a las obras individuales tuvo poca incidencia
en la cultura maya. ¿Cómo se puede concebir
la salvación individual, cuando se cree que la
supervivencia y la felicidad son actividades comunes
en las que participan día tras día no sólo los vivos,
sino también los muertos y los dioses?45
De poco sirvió el empeño de los evangelizadores
de apartar a los mayas de los lugares donde vivían
para quebrar el fuerte apego que tenían a sus
muertos y crear poblaciones más fáciles de controlar.
Los dominicos comprobaron en repetidas ocasiones
que, al ser obligados a abandonar los lugares
donde habían vivido siempre, los mayas se
llevaban los huesos de sus antepasados, llamados
«corazón de la casa», y los volvían a enterrar en la
nueva morada.
Del mismo modo, los mayas asistían a las ceremonias
cristianas —a las que atribuían un significado
oculto que los nuevos sacerdotes no perci-
45. FETTWEIS-VIENOT, Martine: Danse avec les dieux. Mille ans
de civilisation méso-américaine, des Mayas aux Aztèques, tomo I,
L'Harmattan, 1995.
bían—, pero difícilmente aceptaban la instrucción
religiosa y la administración de los sacramentos cristianos.
En numerosas ocasiones, los sacerdotes tenían
que enviar a alguien para avisar a la población
—o ir ellos mismos a caballo— de que debían acudir
a la misa dominical. No era raro ver a los campesinos
mayas huir hacia las montañas tan pronto
como oían la llamada de las campanas de la iglesia.
A lo largo de los años, se instauró una verdadera
«resistencia» en el país maya, espoleada por la venalidad
y la codicia de los colonos y de los religiosos
llegados de Europa, por los castigos corporales y las
multas infligidas a los que rechazaban abiertamente
doblegarse a la nueva religión, a los métodos evangelizadores,
muchas veces inadecuados y superficiales.
Todos estos factores, inversamente proporcionales
a la afirmación del poder político y militar, debilitaron
la influencia de los conquistadores en el terreno
espiritual.
Estos defectos de la política colonial alimentaron
en la población autóctona la convicción de la justicia
del pensamiento maya y la fuerza de las creencias
ancestrales y de los ritos, a partir de entonces
ocultos, pero siempre presentes en la mentalidad y
en el sentimiento de un pueblo que luchaba por superar
estas dificultades, con la sensación, muy intensa,
de estar viviendo un renacimiento, de estar
afirmando una identidad maya que sólo necesitaba
tiempo para volver a imponerse.
Conclusión
En las páginas precedentes hemos recorrido, gracias
a la imaginación, algunos episodios del
gran libro de la historia de la humanidad. Sin duda,
viajar en el tiempo y en el espacio, tal como acabamos
de hacer, es un privilegio.
Nuestro periplo por el corazón de una de las civilizaciones
más brillantes del continente americano
es un ejemplo excelente de ello.
Sin embargo, nada es comparable al placer que
representa viajar por el espíritu de los hombres, por
el pensamiento que evoluciona y se perpetúa con el
paso de los años, de los siglos, de los milenios.
Regresamos de un viaje por el tiempo y el espacio,
pero una exploración por la esencia del pensamiento
y de la espiritualidad de un grupo humano nunca se
acaba, porque la fuerza de la humanidad, que se nos
impone con un poder fascinante, está precisamente
ahí: en el alma de los hombres, en su voluntad de
creer, de construir, de celebrar conjuntamente, de honrar
a los dioses que ellos mismos han elegido.
El tiempo ha transcurrido para el reino maya.
Después de los primeros conquistadores, llegaron
en masa los colonos, quienes edificaron una nueva
sociedad a su gusto, sin comprender la verdadera
esencia de la cultura india, y anteponiendo sus intereses
personales a cualquier otra consideración.
Pasaron las décadas, con los problemas que ya
sabemos para el poder colonial. Surgieron revueltas
aquí y allá, a veces latentes, a veces violentas. En
numerosas ocasiones, fingiendo aceptar el yugo colonial,
el pensamiento maya resolvió muchas situaciones
en su beneficio con la fuerza de la inteligencia,
del sutil conocimiento de la fe y de las
necesidades espirituales de todo un pueblo.
Más tarde tuvo lugar la independencia de las provincias
del antiguo reino maya, convertidas en países
que afirmaron sus propias identidades, como
Guatemala, México y Belice, pero la espiritualidad
maya siempre seguía viva, afirmando una autenticidad
que nada había podido erradicar ni suplantar.
Por último, en respuesta a la debilidad creciente
de la Iglesia católica (en 1924 sólo había 85 sacerdotes),
los protestantes, procedentes de América
del Norte, invadieron el área cultural maya y, a
modo de contrapunto de todos los errores cometidos
anteriormente en nombre de Dios, lograron la
aceptación de muchos fieles, y aparecieron más de
600 comunidades. En 1982 la progresión de protestantes
alcanzaba el 40 % por año. Contaban con
7.500 templos, 4.000 pastores, 103 colegios e insti-
tuciones educativas, cinco emisoras de radio, 300 programas
difundidos en radios no protestantes, más
de 560 librerías...
Los sabios de todos los pueblos suelen decir,
cada uno a su manera, que nada se hace hasta que
no se está preparado para ello. Los descendientes
de los mayas lo comprobaron por sí mismos. A través
de la negación de su identidad por parte de culturas
ajenas a su mundo llegaron a la evidencia: debían
ser ellos, y sólo ellos, escuchando el mensaje
transmitido por sus textos sagrados, quienes determinaran
su futuro cultural y espiritual.
Después del periodo católico y del auge protestante,
con sus diversos efectos, a menudo contraproducentes,
resurgieron de sus cenizas las prácticas
y las creencias mayas arraigadas en el alma del
pueblo desde épocas muy antiguas, para proclamar
a los cuatro vientos la existencia y la fuerza de una
«Iglesia maya».
Así pues, hizo falta esperar al final de los excesos
del catolicismo, y superar el proselitismo de los protestantes,
para asistir de nuevo a los orígenes más
puros de la identidad maya.
El catolicismo y el protestantismo eran creencias
exteriores, impuestas arbitrariamente. Ser maya y
afirmar la propia religión representa hoy día una auténtica
gesta: la demostración de una autonomía de
pensamiento que ya no tolera ninguna sumisión.
Más aún: se trata de la afirmación de toda una cultura
que ha necesitado 500 años de persecuciones
para encontrar su camino hacia la luz y su propia revelación.
Con la muerte de las políticas misioneras que
consideraban a los mayas como un pueblo que debía
ser esclavizado, resurgió la afirmación de creencias,
intereses y estrategias que devolvió a los mayas
el respeto por sí mismos, apartando para siempre la
posibilidad de ser sometidos o de ser «objetos» de
otros.
Afirmar la fe, impulsar valores tradicionales de
una religión popular, lejos de dividir a los mayas,
como hicieron el catolicismo y el protestantismo,
une hoy a los individuos de este pueblo dentro de
una identidad colectiva en la que cada uno encuentra
la esencia de su identidad individual.

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