ALAN W. WATTS
EL CAMINO DEL ZEN
primera parte
ANTECEDENTES E
HISTORIA
I
LA FILOSOFÍA DEL TAO
El Budismo zen es un camino y concepción de la vida que no pertenece a
ninguna de las categorías formales del pensamiento occidental moderno. No es
una religión ni una filosofía; no es una psicología o cierto tipo de ciencia.
Es un ejemplo de lo que en la India y en la China se conoce como un
"camino de liberación", y en este sentido es similar al Taoísmo, al
Vedanta y al Yoga. Como se verá en seguida, no es posible definir positivamente
un camino de liberación. Hay que sugerirlo diciendo lo que no es, más o menos
como el escultor revela la figura quitando partes de la piedra.
Históricamente puede considerarse que el Zen es la coronación de
largas tradiciones de cultura india y china, aunque en realidad es mucho más
chino que indio, y, desde el siglo XII, ha arraigado con mucha profundidad y
espíritu creador en la cultura del Japón. Como fruto de estas grandes culturas,
y como ejemplo único y peculiarmente instructivo de camino de liberación, el
Zen es una de las más preciosas aportaciones de Asia al mundo.
Los orígenes del Zen tienen tanto de taoísta como de budista, y como
su sabor es muy particularmente chino, quizá lo mejor sea comenzar averiguando
su linaje chino, ilustrando al mismo tiempo con el ejemplo del taoísmo qué
quiere decir un camino de liberación.
Gran parte de las dificultades y oscuridades que el Zen presenta al
estudioso occidental resultan de su ignorancia de las formas del pensamiento
chino, que difieren notablemente
de las
nuestras y que por esa misma razón tienen para nosotros un valor especial para
lograr una perspectiva critica de nuestras propias ideas. Nuestro problema no
consiste sencillamente en dominar ideas diferentes, ideas que difieren de las
nuestras como, por ejemplo, las teorías de Kant difieren de las de Descartes, o
las de los calvinistas de las de los católicos. El problema consiste en
apreciar las diferencias que existen en las premisas básicas de los respectivos
pensamientos y en los métodos mismos del pensar. Muy a menudo estos aspectos se
pasan por alto y en consecuencia nuestras interpretaciones de la filosofía
china tienden a ser una proyección de ideas característicamente occidentales en
terminología china. Tal es la inevitable desventaja de estudiar la filosofía
asiática por los medios puramente literarios de la erudición occidental, pues
las palabras sólo pueden ser comunicativas entre quienes comparten experiencias
similares.
Esto no quiere decir que una lengua tan rica y sutil como la inglesa
sea sencillamente incapaz de expresar ideas chinas. Por el contrario, puede
decir mucho más de lo que han creído posible algunos chinos y japoneses que han
estudiado el Zen y el Taoísmo, pero cuyos conocimientos de la lengua inglesa
dejan algo que desear. La dificultad no reside tanto en la lengua como en los
esquemas mentales que hasta ahora parecen inseparables del modo científico y
académico de encarar un tema. A la impropiedad de esos esquemas para tratar
temas como el Taoísmo y el Zen se debe en gran parte la impresión de que
"la mentalidad oriental" es misteriosa, irracional e inescrutable.
Además, no hay que suponer que tales materias son tan peculiarmente chinas o
japonesas que no tienen punto de contacto con nada de nuestra cultura. Si bien
es cierto que ninguna de las divisiones formales de la ciencia y el
pensamiento occidentales corresponden a un camino de liberación, el maravilloso
estudio de R. H. Blyth, Zen in English Literature ha mostrado muy
claramente que las intuiciones esenciales del Zen son universales.
El Taoísmo y el Zen presentan, a primera vista, un carácter enigmático
a la mentalidad occidental, debido a que hemos adoptado una concepción parcial
del conocimiento humano. Para nosotros el conocimiento humano es lo que un
taoísta llamaría conocimiento convencional, porque no creemos saber nada
en realidad a menos de poder representárnoslo por medio de palabras o por algún
otro sistema de signos convencionales como la notación matemática o musical.
Semejante conocimiento se llama convencional porque es cosa de acuerdo social
acerca de los códigos de comunicación. Así como la gente que habla una misma
lengua tienen tácitos acuerdos acerca de qué palabras representan tales o
cuales cosas, así también los miembros de toda sociedad y cultura están unidos
por lazos de comunicación que se basan en toda clase de acuerdos acerca de la
clasificación y valoración de los actos y las cosas.
Así, la tarea de la educación consiste en hacer que los niños se
tornen capaces de vivir en una sociedad persuadiéndolos a aprender y a aceptar
sus códigos: las reglas y convenciones de comunicación por las cuales la sociedad
se mantiene unida. Ante todo está el lenguaje hablado. Al niño se le enseña a
aceptar que "árbol" y no "boojum" es el signo acordado para
designar eso (es decir, el objeto que señalamos). No es difícil
comprender que la palabra "árbol" es algo convencional. Pero es mucho
menos evidente la convención que rige el perfil de la cosa a la cual se aplica
la palabra. En efecto, al niño hay que enseñarle no sólo qué palabras
representan tales o cuales cosas sino también la forma en que su cultura ha
aceptado tácitamente dividir las cosas unas de otras, marcar los límites dentro
de nuestra experiencia cotidiana. Así por convención científica se decide si
una anguila será un pez o una serpiente, y la convención gramatical determina
qué experiencias serán llamadas objetos y cuáles recibirán el nombre de sucesos
o actos. Cuan arbitrarias pueden ser estas convenciones se advierte con esta
pregunta: "¿Qué ocurre con mi puño —objeto sustantivo— cuando abro la
mano?" El objeto desaparece milagrosamente porque la acción estaba
disfrazada por una parte de la oración que generalmente designa una cosa. En
nuestro idioma las diferencias entre las acciones y las cosas están claras,
aunque no siempre lógicamente distinguidas, pero gran número de palabras chinas
hacen tanto de sustantivos como de verbos, de manera que a quien piensa en
chino le cuesta muy poco advertir que los objetos son también sucesos, que
nuestro mundo es una colección de procesos más que de entidades.
Además de la lengua, el niño tiene que aceptar muchas otras formas, de
códigos, pues las necesidades de la convivencia hacen necesario ponerse de
acuerdo acerca de códigos jurídicos y morales, de arte y de etiqueta, de pesos,
medidas, números y, sobre todo, del papel social que se desempeña. Nos es
difícil comunicarnos si no nos identificamos en términos de papeles como los de
padre, maestro, obrero, artista, "un gran tipo", caballero,
deportista, etcétera. En la medida en que nos identificamos con estos
personajes y con las reglas de conducta correspondientes sentimos que somos alguien
porque nuestros compañeros tienen menos dificultad en aceptarnos, es decir, en
identificarnos y en comprobar que estamos "controlados". El encuentro
de dos extraños en una reunión es siempre algo embarazoso cuando el dueño de
casa no los ha identificado señalando sus papeles al presentarlos, porque
ninguno de ellos sabe qué reglas de conversación o acción habrá que observar.
Por otra parte es fácil ver el carácter convencional de los papeles,
pues una persona que es padre también puede ser médico y pintor, así como
empleado y hermano. Y es obvio que ni el total de todos estos rótulos
referentes a los papeles será capaz de proporcionarnos una descripción adecuada
del hombre mismo, aun cuando pueda colocarlo bajo ciertas clasificaciones
generales. Pero las convenciones que rigen la identidad humana son más sutiles
y mucho menos patentes que las que acabamos de señalar. Aprendemos cabalmente,
aunque de modo mucho menos explícito, a identificarnos con una concepción igualmente convencional de "yo
mismo". Porque el "yo" o "persona" convencional se
compone principalmente de una historia que consiste en una selección de
recuerdos y que comienza con el momento del parto. Según la convención, yo no
soy simplemente lo que estoy haciendo ahora. Soy también lo que he hecho, y esa
convención da una versión que hace que mi pasado casi parezca ser mi
"yo" real más que lo que yo estoy haciendo en este momento. En
efecto, lo que soy parece ser fugaz e intangible, pero lo que fui es
algo fijo y definitivo. Es la base firme para predecir lo que seré en el
futuro, y así resulta que estoy más íntimamente identificado con lo que ya no
existe que con lo que realmente es.
Es importante reconocer que los recuerdos y los sucesos que
constituyen la identidad histórica de un hombre no son más que una selección.
De la infinidad real de sucesos y experiencias se ha seleccionado algunos,
abstrayéndolos como significativos, y esta significación desde luego ha sido
determinada por normas convencionales. Pues por su naturaleza misma el
conocimiento convencional es un sistema de abstracciones. Consiste en signos y
símbolos en los que las cosas y los sucesos quedan reducidos a sus esquemas
generales, como el carácter chino jen a representa
"hombre" por ser la más extrema simplificación y generalización de la
forma humana.
Lo mismo vale para palabras que no son signos ideográficos. Nuestras
palabras "hombre", "pez", "estrella",
"flor", "correr", "crecer", denotan clases de
objetos o de sucesos que pueden reconocerse como miembro de su clase a través
de muy sencillos atributos, abstraídos de la complejidad total de las cosas
mismas.
La abstracción es así casi una necesidad para la comunicación, puesto
que nos permite representar nuestras experiencias con sencillas
"tomas" realizadas por la mente con rapidez. Cuando decimos que sólo
podemos pensar una cosa por vez expresamos algo así como que no es posible
beberse todo el mar de un
solo trago. Hay que tomarlo en una taza y sorberlo poco a poco. Las
abstracciones y los signos convencionales son como la taza: reducen las
experiencias a unidades suficientemente sencillas para ser comprendidas una por
vez. De manera similar, las curvas se miden reduciéndolas a una secuencia de
pequeñas rectas, o pensándolas en función de los cuadrados que cruzan cuando se
las traza en papel milimetrado.
Otros ejemplos del mismo proceso son las fotos de los diarios y la
transmisión de televisión. En las primeras una escena natural se reproduce
mediante puntos finos y gruesos de modo que da la impresión de ser una foto en
blanco y negro cuando se la mira sin lente de aumento. Por mucho que se parezca
a la escena original, es sólo su reconstrucción en base a puntos, como nuestras
palabras y pensamientos convencionales reconstruyen la experiencia en base a términos
abstractos. De un modo aun más parecido al proceso mental, la cámara de
televisión transmite el panorama natural en base a una serie de impulsos
lineales que pueden pasar por un alambre.
Así la comunicación por medio de signos convencionales de este tipo
nos da una traducción abstracta, como por yuxtaposición de instantáneas, de un
universo en el que las cosas ocurren conjunta y simultáneamente, es decir, de
un universo cuya realidad concreta nunca puede ser perfectamente descripta con
esos términos abstractos. Una descripción perfecta de una pequeña partícula de
polvo, utilizando esos medios llevaría un tiempo interminable pues habría que
explicar cada punto de su volumen.
El carácter lineal, como la serie de instantáneas, que tiene el habla
y el pensamiento, es particularmente notable en todas las lenguas que utilizan
alfabetos y que representan la experiencia de usar largas filas de letras. No
es fácil decir por qué tenemos que comunicarnos con los demás (hablar) y con
nosotros mismos (pensar) por este método de las instantáneas sucesivas. La vida
misma no procede de esta manera lineal y engorrosa, y nuestro organismo
difícilmente podría subsistir un momento si tuviera que controlarse pensando en
cada respiro, en cada latido del corazón, en cada impulso neural. El sentido de
la vista nos ofrece una sugestiva analogía para explicar esta característica
del pensamiento. En efecto: tenemos dos tipos de visión: central y periférica,
que guardan cierta semejanza con la luz enfocada y la luz difusa. La visión
central se usa para trabajos precisos como la lectura, en la cual nuestros ojos
enfocan una pequeña superficie tras otra como si fueran reflectores. La visión
periférica es menos consciente, menos brillante que el intenso rayo del
reflector. La usamos para ver de noche, y para tomar nota
"subconscientemente" de objetos y movimientos que no se hallan en la
línea directa de nuestra visión central. A diferencia de la luz del reflector,
puede abarcar varias cosas al mismo tiempo.
Hay, por tanto, una analogía —y acaso algo más que una mera analogía—
entre la visión central y el pensamiento consciente, que procede por una
sucesión de tomas instantáneas, y, por otra parte, entre la visión periférica y
ese misterioso proceso que nos permite regular la increíble complejidad de
nuestros cuerpos sin pensar en ello para nada. Hay que hacer notar, además, que
llamamos complejos a nuestros cuerpos porque tratamos de comprenderlos
en base al pensamiento lineal, con palabras y conceptos. Pero la complejidad no
está tanto en nuestros cuerpos como en la tarea de comprenderlos a través de
ese medio del pensar. Es como tratar de distinguir los detalles de una gran
sala iluminándola solamente con un rayo brillante. Algo tan complicado como
tratar de beber agua con un tenedor en lugar de una taza.
En este sentido la lengua escrita china tiene una leve ventaja sobre
la nuestra, y acaso es sintomática de una diferente manera de pensar. Todavía
es lineal, todavía es una serie de abstracciones que hay que tomar una por vez.
Pero sus signos escritos están un poco más cerca de la vida que las palabras
escritas con letras porque aquellos signos son esencialmente imágenes, y, como
dice un proverbio chino: "Una figura vale por cien dichos."
Compárese, por ejemplo, cuan fácil es mostrar cómo se hace un nudo complicado,
con la dificultad de decirlo sólo con palabras.
Ahora bien, la mentalidad occidental tiende a considerar que en
realidad no comprendemos lo que no podemos representar —lo que no podemos
comunicar— por signos lineales, es decir, por el pensar. Estamos en el caso del
que no puede aprender a bailar a menos que alguien le dibuje un diagrama de los
pasos, y que es incapaz de aprender por la práctica. Por alguna razón no
confiamos en la "visión periférica" de nuestra mente, y no la utilizamos
en todo su alcance. Aprendemos música, por ejemplo, restringiendo toda la gama
de tonos y ritmos a una notación de intervalos tonales y rítmicos que no puede
representar la música oriental. Pero el músico oriental posee una notación
elemental que usa sólo para recordar la melodía. Aprende música no leyendo las
notas sino escuchando cómo toca su maestro, por la práctica, e imitándolo. Esto
le permite adquirir el ritmo y las complicaciones tonales que sólo han sido
alcanzadas por los artistas del jazz occidental que utilizan el mismo
procedimiento.
No pretendemos que los occidentales no usan la "visión
periférica". Por ser humanos la usamos continuamente, y todo artista, todo
obrero, todo atleta pone en funcionamiento algún aspecto especial de sus potencialidades.
Pero no es académica y filosóficamente respetable. Todavía no hemos comenzado a
darnos cuenta de sus posibilidades, y rara vez, o nunca, se nos ocurre que una
de sus aplicaciones más importantes es para el "conocimiento de la
realidad" que tratamos de lograr mediante los engorrosos cálculos de la
teología, la metafísica y la inferencia lógica.
Cuando nos volvemos hacia la antigua sociedad china encontramos dos
tradiciones "filosóficas" que desempeñan papeles complementarios: el
Confucianismo y el Taoísmo. En general, el primero se ocupa de las convenciones
lingüísticas, éticas, jurídicas y rituales que proporcionan a la sociedad un
sistema de comunicación. En otras palabras, el Confucianismo se preocupa del
lenguaje convencional y bajo sus auspicios se educa a los niños de modo que sus
naturalezas originalmente díscolas y caprichosas se ven obligadas a ajustarse
al lecho procústeo del orden social. El individuo se define a sí mismo y a su
puesto en la sociedad según fórmulas confucianas.
El Taoísmo, por otra parte, es seguido generalmente por hombres de
edad, especialmente por quienes se retiran de la vida activa de la sociedad. Su
retiro de la sociedad es una especie de símbolo externo de la liberación
interior con respecto a las ataduras impuestas por los esquemas convencionales
del pensamiento y la conducta. En efecto, el Taoísmo se interesa por el
conocimiento no convencional, por comprender la vida directamente, en lugar de
prestar atención a los términos lineales y abstractos del pensamiento
representativo.
El Confucianismo preside, por tanto, la tarea socialmente necesaria de
obligar a la espontánea originalidad de la vida a adoptar las rígidas reglas de
la convención, tarea que implica no sólo conflictos y dolores sino también la
pérdida de esa peculiar naturalidad e ingenuidad que torna tan graciosos a los
niños pequeños, y que a veces reaparece en los santos y sabios. La función del
Taoísmo consiste en reparar el inevitable daño de esta disciplina, y no sólo
restaurar sino también desarrollar la espontaneidad original, que recibe el
nombre de tzu-jan b o "cualidad de ser uno mismo
así". Porque la espontaneidad del niño es siempre pueril, como todo lo
demás que le pertenece. Su educación aumenta su rigidez, pero no su
espontaneidad. En ciertas naturalezas el conflicto entre la convención social y
la espontaneidad reprimida es tan violento que se manifiesta en crímenes,
demencias y neurosis que son el precio que pagamos por los beneficios del
orden, que nadie pone en duda.
Pero de ningún modo debe entenderse el Taoísmo como una rebelión
contra las convenciones, aunque a veces ha sido utilizado como pretexto de una
revolución. El Taoísmo es un camino de liberación que nunca llega por medios
revolucionarios, pues es notorio que la mayoría de las revoluciones establecen
tiranías peores que las que derrocan. No nos liberamos de las convenciones
despreciándolas sino evitando ser engañados por ellas. Para ello tenemos que
ser capaces de utilizarlas como instrumentos en lugar de ser utilizados por ellas.
El Occidente carece de una institución correspondiente al Taoísmo
porque nuestra tradición espiritual judeo-cristiana identifica el Dios-Absoluto
con el orden moral y lógico de la convención. Este hecho es casi una verdadera
catástrofe cultural porque acuerda al orden social excesiva autoridad
provocando así las revoluciones contra la religión y la tradición que han sido
tan características de la historia occidental. Una cosa es sentirse en
conflicto con las convenciones socialmente sancionadas, y otra muy distinta es
sentirse en desacuerdo con la raíz y el fundamento mismo de la vida, con el
Absoluto mismo. Este último sentimiento fomenta una sensación de culpa tan
descabellada que tiene que acabar por negar la propia naturaleza o rechazar a
Dios. Como la primera de estas alternativas es, en última instancia, imposible
—como lo sería el masticarnos los dientes—, la segunda resulta inevitable
cuando no hay paliativos confesionales. Como es natural con las revoluciones,
la rebelión contra Dios da lugar a la tiranía del Estado absolutista, que es
peor porque ni siquiera puede perdonar y porque no reconoce nada fuera de los
poderes de su jurisdicción. Pues si bien esto último también era teóricamente
cierto en el caso de Dios, su representante terreno, la Iglesia, siempre ha
estado dispuesta a admitir que aunque las leyes de Dios son inmutables nadie
puede atreverse a señalar los límites de su misericordia. Cuando el trono de lo
Absoluto queda vacante es usurpado por lo relativo que comete una verdadera
herejía, una verdadera indignidad contra Dios como lo es el acto de convertir
en absoluto un concepto, una abstracción convencional. Pero es improbable que el trono hubiera quedado vacante si, en cierto
sentido, ya no lo hubiera estado antes, es decir, si la tradición occidental
hubiera tenido la manera de aprehender lo Absoluto directamente, aparte de los
términos del orden convencional.
Desde luego la misma palabra "Absoluto" nos sugiere algo
abstracto y conceptual, como "el Puro Ser". Nuestra misma idea de
"espíritu" como opuesta a "materia" parece tener más
afinidad con lo abstracto que con lo concreto. Pero en el Taoísmo, como en
otros caminos de liberación, lo Absoluto nunca debe confundirse con lo
abstracto. Por otra parte, si decimos que el Tao c, como se llama a la
Realidad última, es lo concreto más bien que lo abstracto, esto puede dar lugar
a otras confusiones, pues tenemos la costumbre de asociar lo concreto a lo
material, lo fisiológico, lo biológico y lo natural, como distinto de lo
sobrenatural. Pero desde los puntos de vista taoísta y budista estos términos
designan también planos de conocimiento convencional y abstracto.
La biología y la fisiología, por ejemplo, son tipos de conocimiento
que representan el mundo real en términos de sus especiales categorías
abstractas. Miden y clasifican ese mundo de modo apropiado a los usos
particulares que quieren hacer de él, de manera parecida a como el agrimensor
trata a la tierra en términos de hectáreas, un constructor en términos de
carradas o toneladas, y un edafólogo en términos de estructuras químicas. Decir
que la realidad concreta del organismo humano es fisiológica es como
decir que la tierra es tantas toneladas o hectáreas. Y decir que esta
realidad es natural puede considerarse como algo suficientemente exacto si
queremos decir espontáneo (tzu-jan) o natura naturans (la naturaleza
naturalizante). Pero es muy inexacto si significamos natura naturata (la
naturaleza naturalizada), es decir, la naturaleza clasificada, distribuida en
"naturaleza", como cuando preguntamos: "¿Cuál es la naturaleza
de tal cosa?" En este sentido es cómo toma a la naturaleza el
"naturalismo científico", doctrina que no tiene nada que ver con el naturalismo del
Taoísmo.
Por consiguiente, para comenzar a entender de qué trata el Taoísmo al
menos tenemos que admitir la posibilidad de alguna concepción del mundo
diferente de la convencional, algún conocimiento distinto de los contenidos de
nuestra conciencia superficial, que sólo puede aprehender la realidad en forma
de una abstracción (o pensamiento, lo que en chino se llama nien d) por vez.
Esto no presenta ninguna dificultad grave, pues estamos dispuestos a admitir
que "sabemos" mover las manos, tomar decisiones, respirar, aun cuando
nos es casi imposible explicarlo con palabras. Decir que sabemos hacerlo aquí
quiere decir simplemente que lo hacemos. El Taoísmo pertenece a este tipo de
conocimiento, que nos da una concepción muy distinta de nosotros mismos con
respecto a la que solíamos hacernos convencionalmente, concepción que libera el
espíritu humano de su opresiva identificación con el yo abstracto.
Según la tradición, el fundador del Taoísmo, Lao-tzu, fue un
contemporáneo mayor de Kung Fu-tzu, o Confucio, que murió en 479 a. de C.[1]
Se dice que Lao-tzu fue autor del Tao Te Ching, breve libro de aforismos
que expone los principios del Tao y de su poder o virtud (Te e). Pero la filosofía
china tradicional atribuye tanto el Taoísmo como el Confucianismo a una fuente
aun anterior, a una obra que se encuentra en la base misma del pensamiento y de
la cultura chinas, y que se remonta a alguna fecha situada entre los años 3000
y 1200 a. de C. Esta obra es el I Ching o Libro de los cambios.
Aparentemente el I Ching es un libro de adivinación. Consiste
en oráculos basados en sesenta y cuatro figuras abstractas, cada una de las
cuales se compone de seis líneas. Las líneas son de dos clases: las divididas
(negativas) y las enteras (positivas), y las figuras de seis líneas, o
hexagramas, se cree que se basan en las diferentes maneras en que se suele
quebrar el caparazón de la tortuga cuando se lo calienta[2].
Este punto alude a un antiguo método de adivinación según el cual el arúspice
hacía un agujero en la parte interna del caparazón de la tortuga, lo calentaba,
y luego predecía el futuro de acuerdo con las rajaduras que se producían en la
concha, más o menos como los quirománticos utilizan las líneas de la mano.
Desde luego, estas grietas eran muy complicadas, y los sesenta y cuatro
hexagramas se supone que constituyen una clasificación simplificada de los
diversos tipos de rajaduras. Ahora hace ya muchos siglos que no se usa el
caparazón de la tortuga, y en su lugar se determina el hexagrama adecuado al
momento en que se formula la pregunta utilizando la división casual de
cincuenta tallos de aquilea.
Pero un conocedor del I Ching no tiene necesidad de usar
conchas de tortuga o tallos de aquilea. Puede "ver" un hexagrama en
cualquier cosa: en el casual arreglo de las flores en un vaso, en objetos
desparramados sobre la mesa, en las marcas naturales de un guijarro. Para un
psicólogo moderno esto presenta analogías con el test de Rorschach, que sirve
para diagnosticar el estado psicológico del paciente según las imágenes
espontáneas que ve en un complicado manchón de tinta. Si el paciente pudiera interpretar
sus propias proyecciones en la mancha podría obtener útiles datos acerca de sí
mismo que le servirían para guiar su conducta futura. Debido a ello no podemos
despreciar al arte adivinatorio del I Ching como mera superstición.
En realidad, un expositor del I Ching podría hacer una grave
censura de nuestras maneras de tomar decisiones importantes. Tenemos la
impresión de que decidimos racionalmente porque basamos nuestras decisiones en
la recolección de datos acerca del asunto en cuestión. No confiamos en trivialidades
que no vienen al caso, como arrojar una moneda o fijarnos en los dibujos que
hacen las hojas del té en el fondo de la taza, o las rajaduras de un caparazón.
Pero nos podría preguntar si realmente sabemos cuáles son los datos que interesan,
pues nuestros planes son constantemente desbaratados por incidentes totalmente
imprevistos. Nos podría preguntar cómo sabemos cuándo hemos recogido
información suficiente para tomar la decisión. Si fuéramos rigurosamente
"científicos" en la recolección de los datos para tomar decisiones
nos llevaría tanto tiempo recogerlos que el momento de decidir habría pasado
mucho antes de que la tarea se hubiera completado. Se nos puede preguntar, por
tanto, cómo sabemos cuándo tenemos suficiente. ¿Es la información misma la que
nos lo dice? Por el contrario, nos ponemos a juntar los datos necesarios de una
manera racional, y luego, por una corazonada, o porque estamos hartos de
pensar, o nada más que porque ha llegado el momento de decidir, actuamos. Y se
nos podría preguntar entonces si esto no equivale a confiar en
"trivialidades sin importancia" como si hubiéramos practicado la
adivinación por medio de tallos de aquilea. En otras palabras, el método
"rigurosamente científico" de predecir el futuro se puede aplicar
sólo en casos especiales: cuando la acción no es urgente, cuando los factores
en juego son en su mayor parte mecánicos, o en circunstancias tan limitadas que
resultan triviales. Con mucho, la mayor parte de nuestras decisiones
importantes dependen de la "corazonada", en otras palabras, de la
"visión periférica" de la mente. Así la confianza que depositamos en
nuestras decisiones se basa en última instancia en nuestra habilidad para
"sentir" la situación, en el grado en que se ha desarrollado esta
"visión periférica".
Todo expositor del I Ching lo sabe. Sabe que el libro no
contiene una ciencia exacta, sino más bien un instrumento útil que le servirá
si tiene una buena "intuición", o si, como él dice, si está "en
el Tao". Por esta razón no se consulta el oráculo sin haberse preparado
adecuadamente, sin pasar quieta y meticulosamente por toda la serie de ritos
prescritos a fin de poner la mente en el estado de reposo en que la
"intuición" actúa con más efecto. Parecería, pues, que si los
orígenes del Taoísmo se encuentran en el I
Ching, no se hallan tanto
en el texto del libro como en la manera como fue usado y en los supuestos en
que descansa. En efecto, la experiencia de tomar decisiones intuitivamente
podría muy bien mostrar que este aspecto "periférico" de la mente
actúa mejor cuando no tratamos de interferir en él, cuando lo dejamos actuar
por sí mismo, tzu-jan, espontáneamente, "sí mismo así".
Comenzamos, pues, a ver cómo se desarrollan por sí mismos los
principios del Taoísmo. Hay, primero, el Tao, el "proceso" concreto e
indefinible del mundo, el Camino de vida. La palabra china significa
originalmente "camino" o "carretera", y a veces
"hablar", de modo que la primera línea del Tao Te Ching contiene
un juego de palabras:
El Tao que puede decirse no es el eterno Tao.[3] f
Pero tratando de sugerir su significación Lao-tzu dice:
Había algo vago antes de
que surgieran el cielo y la tierra. ¡Qué calma! ¡Qué vacío! Se encuentra solo,
inmutable; actúa en todas partes, incansable. Puede considerarse como madre de
todo lo que existe bajo el cielo. No conozco su nombre, pero lo designo con la
palabra Tao. (25)
Y por otra parte:
El Tao es algo confuso e impreciso
¡cuan confuso e impreciso!
Sin embargo, en su interior hay imágenes
¡cuan confusas e imprecisas!
Sin embargo, dentro de el hay cosas
¡cuan oscuras y confusas!
Sin embargo, dentro de él hay poder mental.
Porque este poder es muy real
dentro de él hay confianza. (21)
"Poder mental" es ching g, palabra que combina las ideas de esencial,
sutil, psíquico o espiritual, y habilidoso. Lo importante parece ser que así
como nuestra cabeza, que no dice nada a los ojos, es la fuente de la
inteligencia, así también el Tao, vago, aparentemente vacío, indefinible, es la
inteligencia que da forma al mundo con una habilidad que supera nuestra
comprensión.
La diferencia importante entre el Tao y la idea usual de Dios reside
en que mientras Dios produce el mundo por creación (wei h),
el Tao lo produce por "no creación" (wu-wei i), que
significa algo parecido a lo que llamamos "crecimiento". En efecto,
las cosas hechas constan de partes separadas que han sido juntadas, como las
máquinas, o cosas formadas de afuera hacia adentro, como las esculturas. En
cambio las cosas que se han producido por crecimiento se dividen en partes de
adentro hacia afuera. Como el universo natural actúa sobre todo de acuerdo con
los principios del crecimiento, resultaría muy raro a la mentalidad china si se
le preguntase cómo fue hecho. Si el universo fuera hecho, sin duda habría
alguien que sabe cómo está hecho, y que podría explicar cómo fue
ensamblado pieza por pieza, como un técnico puede explicar con una serie de
palabras "instantáneas" cómo se monta una máquina. Pero un universo
que crece excluye totalmente la posibilidad de saber cómo crece si queremos
explicarlo con los torpes recursos del pensamiento y el lenguaje, de modo que a
ningún taoísta se le ocurre preguntar si el Tao sabe cómo produce el universo,
ya que opera de acuerdo con la espontaneidad, no con el plan. Lao-Tzu dice:
El principio del Tao es la espontaneidad. (25) j
Pero la espontaneidad de ningún modo es un impulso ciego y
desordenado, un mero poder caprichoso. La filosofía que se limita a las
alternativas del lenguaje convencional no encuentra manera de concebir una
inteligencia que no actúe de acuerdo con un plan, según un orden de pensamiento
(correspondiente a una serie de "instantáneas"). Pero la prueba
concreta de que existe semejante inteligencia está muy a mano: la tenemos en
nuestros propios cuerpos, irreflexivamente organizados3a. En efecto, el Tao no
"sabe" cómo produce el Universo, como tampoco nosotros sabemos cómo
construimos nuestros cerebros. Como dice el gran sucesor de Lao-tzu,
Chuang-tzu:
En torno de nosotros se producen cosas, pero nadie sabe
de dónde. Salen, pero nadie ve la puerta. Todos los hombres estiman la parte
del saber conocido. Ignoran cómo servirse de lo Desconocido para alcanzar el
saber. ¿No es esto un extravío? [4]
La relación
convencional entre el conocedor y lo conocido es a menudo la del que controla y
lo controlado, es decir, la del amo y el esclavo. Así, mientras que Dios es el
dueño de todo el universo, pues "él sabe acerca de todas las cosas. ¡Él
sabe! ¡Él sabe!", la relación del Tao con respecto a lo que el Tao produce
es muy diferente.
El gran Tao fluye por todas partes,
hacia la izquierda y hacia la derecha.
Todas las cosas dependen de él para existir,
y él no las abandona.
Él no pretende para si sus perfecciones.
Ama y nutre todas las cosas, pero no las
señorea. (34)
En la usual concepción occidental Dios también se conoce a sí mismo,
es completamente transparente a su propio entendimiento, imagen de lo que el
hombre quisiera ser: gobernante y director consciente, dictador absoluto de su
cuerpo y de su mente. En contraste con ello el Tao es enteramente oscuro y
misterioso (hsüan k). Como dijo un budista zen más
tarde:
Hay una cosa: arriba, sostiene el Cielo; abajo, sostiene
la Tierra. Es negra como laca, y siempre funciona activamente[5]. l
Desde luego, hsüan es una oscuridad metafórica; no es la
oscuridad de la noche, de lo negro opuesto a lo blanco, sino la mera
inconcebibilidad que la mente encuentra cuando trata de recordar un tiempo
anterior al nacimiento, o penetrar en sus propios abismos.
Los críticos occidentales siempre se burlan de tales concepciones
nebulosas de lo Absoluto, calificándolas de "místicas y
mistificantes" en contraste con sus opiniones bien definidas. Pero Lao-tzu
decía:
Cuando
el hombre superior escucha el Tao,
hace cuanto puede por practicarlo.
Cuando el hombre medio oye el Tao,
a veces lo conserva, a veces lo pierde.
Cuando el hombre inferior oye el Tao,
se reirá de él en alta voz.
Si no riera, no seria el Tao. (41)
Es realmente imposible apreciar lo que significa el Tao sin volverse,
en cierto sentido, estúpido. En tanto el intelecto consciente trate
frenéticamente de capturar el mundo con su red de abstracciones, e insista en
sujetar y amoldar la vida a sus categorías rígidas, el temple del Taoísmo le
será incomprensible, y el intelecto se desgastará. El Tao es accesible sólo a
la mente que puede practicar el sencillo y sutil arte de wu-wei que,
después del Tao, es el segundo principio importante del Taoísmo.
Habíamos visto que el I Ching confirió a la mentalidad china
cierta experiencia para arribar a decisiones espontáneas, eficaces en la medida
en que sabemos cómo abandonar la mente a sí misma, confiándole la tarea de
actuar por su cuenta. Esto es wu-wei, pues wu significa
"no" y wei significa "acción",
"producción", "acto", "esfuerzo",
"tensión" u "ocupación". Para volver al ejemplo de la
vista, la visión periférica funciona con la mayor eficacia —como cuando actúa
en la oscuridad— cuando vemos de rabillo de ojo y no miramos las cosas
directamente. De manera similar, cuando queremos ver los detalles de un objeto lejano,
como un reloj de pared, los ojos deben estar relajados, no deben mirar
fijamente, no deben tratar de ver. Así, tampoco podremos saborear mejor
nuestra comida haciendo trabajar más los músculos de la boca y la lengua.
Tenemos que confiar que los ojos y la lengua actúen por sí mismos.
Pero cuando nos
han enseñado a depositar excesiva confianza en la visión central, en el
brillante foco de los ojos y de la mente, no podemos recuperar el poder de la
visión periférica a menos que primero relajemos los órganos de la visión. Su
equivalente mental o psicológico es esa especial estupidez a la que Lao-tzu y
Chuang-tzu se refieren tan a menudo. No es simplemente la quietud de la mente
sino una especie de "desasimiento" mental. Como dice Chuang-tzu: "El
hombre perfecto usa su mente como un espejo. No aferra nada, no rechaza nada.
Recibe, pero no conserva." Hasta podría decirse que se "empaña"
ligeramente para compensar la claridad demasiado hiriente. Así Lao-tzu dice de
sí mismo:
¡Suprimid el talento y acabareis con las
ansiedades!...
La gente en general es tan feliz como si
estuviera de fiesta
o como si subiera a una torre en primavera.
Yo solo estoy tranquilo, y no he hecho signos,
como un niño que aún no sabe sonreír;
desamparado como si no tuviera casa adonde ir.
Otros todos tienen más que suficiente,
y yo sólo parezco estar necesitado.
Posiblemente mi mente sea la de un tonto
¡que es tan ignorante!
Los vulgares son brillantes,
y yo solo parezco ser torpe.
El vulgo discrimina,
y yo solo parezco más que suficiente.
Soy negligente como si fuera oscuro;
a la deriva, como si no me apegase a nada.
La gente, en general, todos tienen algo que
hacer,
y yo solo parezco carecer de habilidad y de
práctica.
Yo solo soy diferente de los otros,
pero valoro la búsqueda del sustento que viene
de la Madre
(Tao). (20)[6]
En la mayoría de los escritos taoístas hay una leve exageración que en
realidad es una especie de humor, una autocaricatura. Así Chuang-tzu escribe
sobre el mismo tema:
El hombre de carácter (te) vive en su casa sin
hacer funcionar su mente y realiza sus actos sin zozobra. Las ideas de bien y
mal, y la alabanza y censura de los demás, no le perturban. Es feliz cuando
dentro de los cuatro mares toda la gente puede divertirse... De expresión
triste, parece un niño que ha perdido a su madre; de apariencia estúpida, anda
como quien ha extraviado su camino. Tiene mucho dinero para gastar, pero no
sabe de dónde viene. Bebe y come nada más que lo suficiente, e ignora de dónde
viene la comida. (3:13)[7]
Lao-tzu es aun más enérgico en su aparente condenación de la destreza
convencional:
Suprimid la sagacidad; descartad la pericia,
y el pueblo se beneficiará cien veces.
Suprimid
la "humanidad"; descartad la justicia,
y el pueblo recobrará el amor de sus
semejantes.
Suprimid la destreza; descartad lo utilitario,
y no habrá ladrones ni bandidos...
No seáis afectados [8];
fomenta la sinceridad;
desdeña lo personal;
reduce los deseos. (19)
No se trata de
reducir la mente humana a una vacuidad pueril, sino de poner en juego su inteligencia
espontánea e innata utilizándola sin forzarla. Tanto en el pensamiento taoísta
como confucianista es fundamental confiar en el hombre natural, y desde el
punto de vista de esas escuelas la desconfianza occidental en la naturaleza
humana —por razones teológicas o tecnológicas— parece ser una especie de
esquizofrenia. De acuerdo con aquella concepción sería imposible creer que uno
es malo de nacimiento sin que al mismo tiempo esa misma creencia quedara
desacreditada, pues todas las nociones de una mente perversa serían nociones
pervertidas. Por muy emancipada que la mentalidad tecnológica se crea con
respecto a la religión, muestra que ha heredado la misma división contra sí
misma cuando trata de sujetar todo el orden humano al control de la razón consciente.
Olvida que no es posible confiar en la razón si no se puede confiar en el
cerebro, pues el poder de la razón depende de órganos que crecieron por obra de
una "inteligencia inconsciente".
El arte de dejar en paz a la mente ha sido claramente descrito por
otro escritor taoísta, Lieh-tzu (c. 393 a. de C.), célebre por su misterioso
poder de cabalgar los vientos. Sin duda este punto se refiere a la peculiar
sensación de "caminar por el aire" que surge la primera vez que se
produce la liberación de la mente. Se dice que cuando alguien le preguntó al
profesor D. T. Suzuki qué se siente cuando se alcanza el estado de satori o,
es decir, la experiencia zen de "despertar", contestó: "Es
como la experiencia común y cotidiana, pero unos diez centímetros por encima
del suelo." Así, cuando le pidieron a Lieh-tzu que explicara el arte de
cabalgar los vientos, dio la siguiente descripción de su aprendizaje bajo su
maestro Lao Shang:
Después de servirle ... por
espacio de tres años, mi mente no se atrevía a reflexionar sobre el bien y
el mal, mis labios no osaban hablar de ganancias y pérdidas. Entonces, por
primera vez, mí maestro se dignó mirarme, y eso fue todo.
Después de cinco años
ocurrió un cambio; mi mente reflexionaba sobre lo bueno y lo malo, y mis labios
hablaban de ganancias y pérdidas. Por primera vez mi maestro relajó su ceño y
sonrió.
Después de siete años
ocurrió otro cambio. Dejaba que mi mente reflexionara sobre lo que quisiera,
pero ya no se ocupaba de lo bueno y lo malo. Dejaba que mis labios pronunciaran
lo que quisiesen, pero ya no hablaban de ganancias y pérdidas. Entonces,
finalmente, mi maestro me condujo a sentarme en la estera a su lado.
Después de nueve años mi
mente dio rienda suelta a sus reflexiones p, mi boca dio libre paso
a su discurso. Ya no sabía nada acerca de lo bueno y lo malo, de ganancias y
pérdidas, ni con respecto a mí ni a los demás. . . Lo interno y lo externo
estaban fundidos en una unidad. Después de ello no hubo distinción entre ojo y
oreja, oreja y nariz, nariz y boca: todos eran lo mismo. Mi mente estaba
helada, mi cuerpo se disolvía, mi carne y mis huesos se confundían. Ignoraba
por completo en qué se apoyaba mi cuerpo, o qué había bajo mis pies. El viento
me llevó de un lado para otro, como paja seca u hojas que caen del árbol. En
verdad ignoraba si yo cabalgaba el viento o si el viento cabalgaba en mí.[9]
El estado de
conciencia que acaba de describirse no parece ser muy diferente del de una
agradable ebriedad, aunque, desde luego, sin los malestares que suele dejar el
alcohol. Chuang-tzu notó la similitud, pues escribe:
Un borracho que se cae de un
carro, aunque puede sufrir, no muere. Sus huesos son como los de los demás,
pero hace frente al accidente de otra manera. Su espíritu está en situación de
seguridad. No es consciente de andar en el carro ni de caerse de él. Las ideas
de vida, muerte, temor, etcétera, no entran en su pecho; y por ello no sufre al
ponerse en contacto con las existencias objetivas. Y si esta seguridad puede
obtenerse con el vino, cuánto más no se obtendrá con la Espontaneidad. (19) [10]
Como Lao-tzu, Chuang-tzu y Lieh-tzu eran lo suficientemente
conscientes para escribir libros muy inteligibles, puede suponerse que en parte
su lenguaje es también exagerado o metafórico. Su "inconsciencia" no
es la del coma, sino lo que los expositores más recientes designaban con la
expresión wu-hsin q, que literalmente significa "no
mente", es decir, falta de autoconsciencia. Es un estado de plenitud en el
que la mente funciona libre y fácilmente, sin la sensación de una segunda mente
o ego que la enfrenta con un palo. Si el hombre común es aquel que tiene que
caminar levantando sus piernas con las manos, el taoísta es aquel que ha
aprendido a dejar que sus piernas caminen solas.
Varios pasajes de los escritos taoístas sugieren que la falta de
autoconsciencia es el empleo de la totalidad de la mente, como usamos los ojos
cuando los posamos sobre varios objetos pero no hacemos especial esfuerzo para
percibir algo. Según Chuang-tzu:
El niño mira las cosas todo el día sin pestañear;
ello es así porque sus ojos no están enfocados en ningún objeto particular.
Anda sin saber adonde va, y se detiene sin saber qué está haciendo. Se confunde
con lo que lo rodea y se mueve llevándolo consigo. Estos son los principios de
la higiene mental. (23)[11]
Por otra parte:
Si regulas tu cuerpo y
unificas tu atención, la armonía del cielo descenderá sobre ti. Si integras tu
conciencia y unificas tus pensamientos, el espíritu hará su morada en ti. Te
(la virtud) te vestirá, y el Tao te protegerá. Tus ojos serán como los de
un ternero recién nacido, que no buscan el porqué (22).
Cada uno de los restantes sentidos podría servirnos análogamente para
ilustrar el funcionamiento "inactivo" de la mente: escuchar sin
forzar el oído, oler sin inhalar con fuerza, saborear sin retorcer la lengua, y
tocar sin presionar el objeto. Cada uno es un caso especial de la función
mental que obra en todos ellos, y que la lengua china designa con la peculiar
palabra hsin r.
Este término es tan importante para comprender el Zen que debemos
decir algo acerca de la significación que tenía, en general, para el Taoísmo y
el pensamiento chino[12].
Generalmente lo traducimos por "mente" o "corazón", pero
ninguna de estas dos palabras es satisfactoria. La forma original del ideograma
g parece ser la figura de un corazón, o quizá los pulmones o el
hígado, y cuando un chino habla del hsin a menudo señala el centro de su
pecho, un poco más abajo del corazón.
La dificultad que encontramos al querer traducir esa palabra se debe a
que "mente" es demasiado intelectual y cerebral, y que
"corazón" en su acepción corriente es demasiado emocional, hasta
sentimental. Además, hsin no se usa siempre en el mismo sentido. A veces
se la utiliza para designar un obstáculo que hay que apartar, como en wu-hsin,
"no mente". Pero a veces se la usa de una manera que es casi
sinónimo de Tao. Esto se encuentra especialmente en la literatura zen, donde
abundan frases como "mente original" (pen hsin t),
"mente de Buddha" (fu hsin u), o
"fe en la mente" (hsin hsin v). Esta aparente
contradicción se resuelve en el principio de que "la verdadera mente es no
mente", es decir, que el hsin es verdadero y actúa adecuadamente
cuando funciona como si no estuviera presente. Del mismo modo los ojos ven
adecuadamente cuando no se ven a sí mismos, cuando no se proyectan como manchas
o borrones en el aire.
En resumen, parece que hsin significa la totalidad de nuestras funciones
psíquicas y, mas específicamente, el centro de esas funciones, que se asocia al
punto central de la parte superior del cuerpo. La forma japonesa de la palabra,
kokoro, se usa con mayores sutilezas significativas aun, pero por ahora
basta comprender que al traducirla por "mente" (palabra
suficientemente vaga) no significamos de modo exclusivo la mente intelectual o
pensante, ni tampoco la conciencia superficial. Lo importante es que, según
tanto el Taoísmo como el Zen, el centro de la actividad de la mente no reside
en el proceso del pensar consciente, en el ego.
Cuando un hombre ha aprendido a dejar quieta su mente de modo que
funcione de la manera integral y espontánea que le es natural, comienza a
mostrar esa especial "virtud" o "poder" llamado te. No
se trata de la virtud en el sentido corriente de la rectitud moral sino en el
antiguo sentido de eficacia, como cuando se habla de la virtud curativa de una
planta. Te es, además, la virtud espontánea y sin afectación que no
puede ser cultivada o imitada por ningún método deliberado. Lao-tzu dice:
Te superior no es te,
y así tiene te.
Te inferior no suelta te,
y así no es te.
Te superior es no activa [wu-wei] y
sin propósito.
Te inferior es activa y con propósito. (38)
La traducción
literal tiene una fuerza y profundidad que se pierde en paráfrasis como la que
dice: "La virtud superior no es consciente de sí misma como virtud, y así
realmente es virtud. La virtud inferior no puede pasarse sin virtuosidad, y así
es no virtud."
Mientras los confucianos prescribían una virtud que dependía de la
observancia artificial de reglas y preceptos, los taoístas señalaban que esa
virtud era convencional y no genuina. Chuang-tzu compuso el siguiente diálogo
imaginario entre Confucio y Lao-tzu:
—Dime —dijo Lao-tzu— en qué
consisten la caridad y el deber para con nuestro prójimo.
—Consisten —contestó
Confucio— en cierta capacidad de regocijarnos en todas las cosas; en el amor
universa, sin elemento egoísta. Tales son las características de la caridad y
el deber para con nuestro prójimo.
—¡Qué tontería! —exclamó
Lao-tzu—. ¿No se contradice el amor universal consigo mismo? Tu eliminación del
yo, ¿no es una positiva manifestación del yo? Señor mío, no dejes que el
imperio pierda su fuente nutricia. Existe el universo, y su regularidad es
constante. Existen el sol y la luna, y su brillo no cesa. Existen las
estrellas, y sus constelaciones no cambian. Existen pájaros y bestias, que se
agrupan sin cambiar. Existen árboles y arbustos, que crecen hacia arriba sin
excepción. Sé como ellos: sigue el Tao, serás perfecto. ¿Para qué entonces
estas vanas disputas acerca de la caridad y el deber para con nuestro prójimo,
como quien tocara un tambor para cazar a un fugitivo? ¡Ay, señor! has
introducido mucha confusión en la mente del hombre[13].
(13)
La crítica taoísta
a la virtud convencional se aplicaba no sólo en la esfera moral sino también en
las artes, oficios y profesiones. Según Chuang-tzu:
Ch'ui el artesano podía
dibujar círculos a mano mejor que con compás. Sus dedos parecían acomodarse tan
fácilmente a la cosa en que estaba trabajando que no necesitaba fijar su
atención. Sus facultades mentales así permanecían Una (es decir, integradas), y
no sufrían impedimentos. Ser inconscientes de nuestros pies significa que
nuestros zapatos son cómodos. Ser inconscientes de nuestra cintura implica que
la faja es cómoda. Si la inteligencia es inconsciente de lo positivo y de lo
negativo eso implica que el corazón (hsin) está tranquilo... Y quien,
comenzando tranquilo, nunca está intranquilo, es inconsciente de la
tranquilidad de estar tranquilo.[14]
(19)
Así como el artesano que había dominado te podía pasarse sin el
artificio del compás, así también el pintor, el músico y el cocinero no
necesitarían las clasificaciones convencionales de sus respectivas artes.
Lao-tzu decía:
Los cinco colores cegarán la vista del hombre.
Los cinco sonidos apagarán el oído del hombre.
Los cinco sabores arruinarán el paladar del hombre.
La caza y la montería tornarán salvaje al hombre.
Las cosas difíciles
de obtener dañarán la conducta del hombre.
De ninguna manera
deben tomarse estas líneas como si expresaran el odio del asceta por la
experiencia sensible, pues quieren decir precisamente que la sensitividad del
ojo es perjudicada por la idea fija de que hay justamente cinco colores verdaderos.
Hay una infinita continuidad de matices, y al dividirla con nombres distraemos
la atención apartándola de las sutilezas. Por esta razón "el sabio hace
provisión para el estómago y no para los ojos", es decir que juzga por el
contenido concreto de la experiencia y no por su conformidad con normas
puramente teóricas.
En suma, pues, te es el ingenio impensable, el poder creador de
las funciones espontáneas y naturales del hombre, poder que queda bloqueado
cuando tratamos de dominarlo mediante métodos y técnicas formales. Es como la
habilidad del ciempiés para usar todas sus patas a la vez.
Muy feliz era el ciempiés,
hasta que un sapo una vez,
le preguntó: —¿Qué orden al andar siguen tus
remos?
Lo cual forzó su mente a tal extremo
que a una zanja, distraído, fue a caer
mientras pensaba cómo hacer para correr.
Toda la cultura superior del Lejano Oriente se basa en una gran
consideración por te, al punto de que se la ha convertido en el
principio fundamental de todo arte y oficio. Si bien es cierto que estas artes
emplean lo que para nosotros son disciplinas técnicas sumamente difíciles,
siempre se reconoce que desempeñan un papel instrumental y secundario, y que la
obra superior tiene la cualidad de un accidente. No se trata meramente de una
magistral imitación de lo accidental, de una fingida espontaneidad donde no se
ve el cuidadoso plan trazado de antemano. Se halla en un nivel mucho más
profundo y autentico, pues lo que la cultura del Taoísmo y de Zen propone es
que nos convirtamos en la persona que, sin quererlo, es fuente de maravillosos
accidentes.
El Taoísmo es, pues, el camino de liberación original de la China que
se combinó con el Budismo mahayana de la India para producir el Zen. Es una
liberación de la convención —en el sentido de librarse de ella— y del poder
creador de te, en el sentido de dejarla en libertad para que actúe. Todo
intento de describirla y formularla en palabras y en símbolos mentales que
deben expresarse sucesivamente la tergiversan. Por fuerza este capítulo la ha
presentado como si fuera una de las alternativas "vitalistas" o
"naturalistas" de la filosofía. En efecto, los filósofos occidentales
están siempre hechizados por el descubrimiento de que no pueden pensar
fuera de ciertos caminos trillados, que, por mucho que se esfuercen, sus
"nuevas" filosofías resultan ser repeticiones de posiciones viejas,
monistas o pluralistas, realistas o nominalistas, vitalistas o mecanicistas.
Esto es así porque tales son las únicas alternativas que pueden presentar las
convenciones del pensamiento, y no pueden discutir ninguna otra cosa sin
presentarla en sus propios términos. Cuando tratamos de representar una tercera
dimensión en una superficie de dos dimensiones, la tercera dimensión
necesariamente parecerá pertenecer más o menos a las dos alternativas de largo
y ancho. Como dice Chuang-tzu:
Si el lenguaje fuera
adecuado, no haría falta más que un día entero para exponer el Tao. Como no lo
es, lleva ese tiempo explicar los entes materiales. Tao es algo que está más
allá de los entes materiales. No se lo puede expresar ni con palabras ni con el
silencio.[16]
(25)
II
LOS ORÍGENES DEL BUDISMO
La civilización china ya tenía por lo menos dos mil años cuando se
encontró por primera vez con el Budismo. De este modo la nueva filosofía
penetró en una cultura sólidamente establecida a la cual difícilmente podía
resultar aceptable sin sufrir grandes adaptaciones de acuerdo con la mentalidad
china, aun cuando había entre el Taoísmo y el Budismo algunas similitudes tan
grandes que han dado lugar a especulaciones acerca de si los contactos entre
ambos no tuvieron lugar mucho antes de lo que se supone. China absorbió el
Budismo como ha absorbido tantas otras influencias externas, no sólo filosofías
e ideas sino también poblaciones e invasores extranjeros. Sin duda ello se debe
en alguna medida a la extraordinaria estabilidad y madurez que los chinos han
derivado del Confucianismo. Razonable, humanista, nada fanático, el
Confucianismo es uno de los sistemas de convención social más viables que el
mundo haya conocido. Junto con la actitud de "dejar en paz" propia
del Taoísmo, propició un tipo de mentalidad suave y bonachona que, al absorber
el Budismo, contribuyó mucho a hacerlo más "práctico". Es decir,
convirtió al Budismo en una forma de vida posible para los seres humanos, para
gente con familia, con trabajos cotidianos, y con instintos y pasiones
normales.
Un principio fundamental del Confucianismo decía que "es el
hombre quien hace que la verdad sea grande, no la verdad lo que engrandece al
hombre". Por esta razón siempre se consideró
que la "humanidad" o "el buen corazón" (jen a)
es superior a la "justicia" (¡ b), pues
el hombre mismo es mayor que cualquier idea que él pueda inventar. Hay momentos
en que las pasiones de los hombres son mucho más dignas de confianza que sus
principios. Como los principios o ideologías opuestas son irreconciliables, las
guerras que se hacen por principio serán guerras de mutuo exterminio. Pero las
guerras que se desatan por mera codicia serán mucho menos destructivas, porque
el agresor pondrá cuidado en no destruir lo que está tratando de capturar. Los
hombres razonables —es decir, los que se comportan como verdaderos seres
humanos— serán siempre capaces de llegar a un compromiso, pero los hombres que
se han deshumanizado convirtiéndose en ciegos adoradores de una idea o de un
ideal son fanáticos cuya devoción por las abstracciones los convierte en
enemigos de la vida.
Modificado por tales actitudes, el Budismo del Lejano Oriente es mucho
más aceptable y "según la naturaleza" que sus contrapartidas indias y
tibetanas, cuyos ideales de vida a veces parecen ser sobrehumanos, más
adecuados a los ángeles que a los hombres. Aun así, todas las formas de Budismo
suscriben el Camino Intermedio entre los extremos del ángel (deva) y el
demonio (preta), lo ascético y lo sensualista, y sostienen que el
supremo "despertar" o conocimiento búdico puede alcanzarse sólo desde
el estado humano.
Si queremos hacer una presentación históricamente correcta del Budismo
indio, o de toda la tradición filosófica de donde surgió, nos encontraremos con
algunas serias dificultades. Ningún estudiante del pensamiento asiático debiera
dejar de tener en cuenta estas dificultades porque obligan a tomar con
precaución casi todas las afirmaciones importantes que se hacen con respecto al
pensamiento indio antiguo. Por tanto, antes de intentar describir el Budismo
indio conviene mencionar algunas de estas dificultades.
La primera, y la más seria, es el problema de interpretar los textos sánscritos y palis en que se conserva la
antigua literatura india. Esto se aplica especialmente al sánscrito, la lengua
sagrada de la India, y más particularmente a la forma de sánscrito usada en el
período védico. Tanto los especialistas occidentales como indios dudan acerca
de su interpretación exacta, y todos los diccionarios modernos se apoyan
enormemente en una sola fuente: el léxico compilado por Böthlingk y Roth hacia
fines del siglo pasado, y que, hoy se admite, contiene mucho de conjetura. Este
hecho afecta seriamente nuestra comprensión de las fuentes primarias del
Hinduismo: los Vedas y las Upanishadas. Como uno de los objetivos
más importantes de los primeros lexicógrafos era prestar ayuda a los
misioneros, tendían fácilmente a encontrar correspondencias entre los términos
sánscritos y los del vocabulario teológico occidental, lo cual ha sido un
obstáculo para descubrir equivalentes europeos adecuados a aquellos términos
filosóficos.[17]
La segunda se debe a que es muy difícil saber cuál era la forma
original del Budismo. Hay dos conjuntos de escrituras búdicas: el canon pali de
la escuela budista Theravada o Meridional, que florece en Ceilán, Birmania y
Thailandia, y el canon sánscrito-tibetano-chino de la escuela Mahayana o
Septentrional. Según el consenso general de los eruditos, el canon pali es, en
conjunto, el más antiguo, y las principales sutras (como se llama a los
textos sagrados) del canon mahayana fueron en su totalidad compilados después
del año 100 a. de C. Sin embargo, la forma literaria del canon pali no parece representar
las verdaderas palabras de Gautama el Buddha. Si las Upanishadas presentan
el estilo característico de los discursos de un maestro indio entre los años
800 y 300 a. de C., se parecen muy poco a las tediosas repeticiones y al estilo
escolástico de la mayoría de las escrituras budistas. Casi sin lugar a dudas
puede afirmarse que la mayor parte de ambos cánones budistas es obra de la
Sangha, la orden monástica budista, pues tiene todos los signos de ser la
reverente elaboración de una doctrina original. Como ocurre con los iconos
rusos, la pintura original está cubierta de oro y pedrería al punto de que casi
se la ha perdido de vista.
La tercera dificultad estriba en que la tradición hindú-budista nunca
ha tenido el sentido histórico de la tradición hebreo-cristiana, de modo que
hay muy pocos signos, si los hay, que permitan fijar la fecha de un texto dado.
Las escrituras fueron transmitidas por tradición oral durante un período de
tiempo que no es posible determinar, antes de ser escritas, y es muy probable
que las referencias históricas hayan sido modificadas para ponerlas de acuerdo
con las diversas épocas, a medida que se transmitía la forma oral. Además, un
monje budista que escribiera en el año 200 de nuestra era no hubiera sentido
remordimiento en atribuir sus propias palabras al Buddha si creía sinceramente
que expresaban no una opinión personal sino el estado de vigilia suprapersonal
que él había alcanzado. Le atribuiría las palabras al Buddha como si hablara en
un cuerpo espiritual más bien que material.
El peligro de la erudición académica reside siempre en que, por culpa
de una extremada especialización, los árboles le impidan ver el bosque. Pero el
problema de lograr alguna idea del pensamiento de la India en tiempos del
Buddha, seis siglos antes de Cristo, no puede resolverse sólo mediante un
trabajo de pormenores, por necesario que pueda ser. Hay, sin embargo, datos
suficientemente fidedignos para sugerir la forma imponente y bellamente
ordenada del Hinduismo upanishádico si sabemos interpretar los hechos con
suficiente perspectiva.
Desde los tiempos más primitivos es fundamental al pensamiento y a la
vida de la India el gran tema mitológico de atma-yajna: el acto de
"autosacrificio" por el cual Dios da a luz el mundo, y por el cual
los hombres, siguiendo el modelo divino, se reintegran a sí mismos con Dios. El
acto de la creación del mundo es el mismo de su consumación: la rendición de la
vida, como si todo el proceso universal fuera un juego en el que hay que pasar
la pelota tan pronto se la recibe. Así, el mito básico del Hinduismo dice que
el mundo es Dios jugando al escondite consigo mismo. Como Pajapati, Vishnu o
Brahma, el Señor bajo muchos nombres crea el mundo mediante un acto de
autodesmembramiento o de autoolvido, por el cual lo Uno se convierte en Muchos,
y el único Actor desempeña innumerables papeles. Al final vuelve a ser el mismo
sólo para recomenzar el juego una vez más: el Uno muere convirtiéndose en
Muchos, y los Muchos mueren convirtiéndose en Uno.
Mil cabezas tiene
Purusha, mil ojos, mil pies.
Por todos lados
entrando en la tierra llena un espacio diez dedos de ancho.
Esta Purusha es todo
lo que hasta ahora ha existido y todo lo que existirá;
el señor de la
inmortalidad que crece aun más por la comida.
Tan poderosa es su grandeza;
si, mayor que esto es Purusha.
Todas las criaturas
son un cuarto de él, tres cuartos vida eterna en el cielo...
Cuando los dioses
prepararon el sacrificio con Purusha como su ofrenda,
su aceite fue la
primavera, el don sagrado fue otoño; verano fue la madera.
De ese gran
sacrificio general la grasa que goteaba fue recogida.
Él formó las
criaturas del aire, y animales salvajes y mansos...
Cuando ellos
dividieron a Purusha, ¿cuántas porciones hicieron?
¿Qué es lo que llaman su
boca, sus brazos? ¿Qué es lo que llaman sus muslos y pies?
La casta de los
brahmanes fue su boca, la casta Kshatriya fue hecha con sus dos brazos.
Sus muslos se
hicieron Vaishya, de sus pies salió Shudra.
La luna fue
engendrada de su mente, y de su ojo nació el sol;
Indra y Agni nacieron
de su boca, y Vayu de su aliento.
De su ombligo surgió
el aire intermedio; el cielo emergió de su cabeza;
Los miles de cabezas, ojos y pies del Purusha son los miembros de los
hombres y otros seres, pues lo importante es que Aquello que conoce en y a
través de cada individuo es Dios mismo, el atman o yo del mundo. Toda
vida es un papel o parte en la que se absorbe la mente de Dios, más o menos
como un actor se absorbe a sí mismo en ser Hamlet y olvida que en la vida real
es Mr. Smith. Por el acto de autoabandono Dios se convierte en todos los seres,
sin dejar por ello de ser Dios. "Todas las criaturas son un cuarto de él,
tres cuartos vida eterna en el cielo." Pues Dios se divide en el
artificio, en la ficción, pero permanece indiviso en la realidad. De suerte que
cuando la comedia toca a su fin la conciencia individualizada despierta y se
encuentra con que es divina.
Al comienzo este mundo fue
Atman (el Yo), solo en la forma de Purusha. Mirando a su alrededor no vio otra
cosa que a sí mismo. Primero dijo: "Yo soy." De aquí viene la palabra
"yo". Así aún ahora, cuando se le habla a alguien, lo primero que
contesta es sencillamente: "Soy yo", y luego dice su nombre[19].
Por todos lados Aquello tiene pies
y manos,
por todos lados ojos, cabezas y
caras,
por todos lados en el mundo oye;
abraza todas las cosas.[20]
Es importante recordar que esta imagen del mundo como el juego (lila)
de Dios tiene carácter mitológico. Si, en esta etapa, fuéramos a traducirla
directamente en un juicio filosófico, sería una burda forma de panteísmo, con
el cual general y erróneamente se confunde a la filosofía hindú. Así, la idea de que cada hombre y cada cosa es un papel que
Purusha representa en el estallo de autoolvido no debe confundirse con un
juicio lógico o científico acerca de una situación de hecho. Se trata de
afirmaciones poéticas, no lógicas. Como dice la Mundaka Upanishad:
En verdad el atman (Yo)
—dice el poeta— viaja por la tierra de cuerpo en cuerpo. (II. 7)
La filosofía hindú no ha cometido el error de imaginar que se puede
pronunciar un juicio informativo, fáctico y positivo acerca de la realidad
última. Como dice la misma Upanishad:
Donde el conocimiento
carece de dualidad, de acción, de causa o de efecto, donde es inefable,
incomparable y está más allá de lo que puede
describirse, ¿qué es?
Imposible decirlo. (VI. 7)
Todo juicio positivo acerca de las últimas cosas debe hacerse en la
forma sugestiva del mito y la poesía. En este campo el lenguaje indicativo sólo
puede decir "Neti, neti" ("No, no"), pues lo que
puede describirse y someterse a las categorías tiene siempre que pertenecer a
este campo convencional.
La mitología hindú elabora el tema del juego divino en una escala fabulosa,
abrazando no sólo colosales conceptos de tiempo y espacio sino también los más
remotos extremos del placer y del dolor, de la virtud y de la depravación. El
más íntimo Yo del santo y del sabio no es menos la Deidad velada que el más
íntimo Yo del libertino, del cobarde, del lunático y hasta de los mismos
demonios. Los opuestos (dvandva): luz y tinieblas, bien y mal, placer y
dolor, son los elementos esenciales del juego, pues aunque la Deidad se
identifica con la Verdad (sat), la Conciencia (chit), y la Gloria
(ananda), el lado oscuro de la vida forma parte integrante del juego,
así como todo drama tiene que tener su villano para quebrar el status quo, y
como las cartas deben ser barajadas, puestas en caos, a fin de que el juego
pueda desarrollarse con sentido. Para el pensamiento hindú no existe el
problema del mal. Este mundo relativo y convencional es necesariamente un mundo
de opuestos. La luz es inconcebible aparte de las tinieblas; el orden es
incomprensible sin el desorden. Igualmente ocurre con el arriba sin el abajo,
el sonido sin el silencio, el placer sin el dolor. Como dice Ananda
Coomaraswamy:
Para quien sostiene que
"Dios hizo el mundo", la cuestión acerca de por qué permitió que
existiera en él algún mal, o la referencia al Maligno, que personifica todo
mal, carece por completo de sentido. Sería como preguntar por qué no hizo un
mundo sin dimensiones o sin sucesión temporal.[21]
Según el mito, el juego divino se sucede a través de interminables
ciclos de tiempo, a través de períodos de manifestación y retiro de los mundos
medidos en unidades de kalpas, y cada kalpa dura 4.320 millones
de años. Desde el punto de vista humano esta concepción presenta una aterradora
monotonía, pues el juego prosigue sin objeto por los siglos de los siglos. Pero
desde el punto de vista divino es tan fascinante como los reiterados juegos de
los niños, que se repiten continuamente porque el tiempo ha sido olvidado y
reducido a un solo instante maravilloso.
El mito precedente no es expresión de una filosofía formal sino de una
experiencia o estado de conciencia llamado moksha o
"liberación". En general conviene decir que la filosofía india es
primordialmente esta experiencia, y muy secundariamente un sistema de ideas que
intenta traducir la experiencia en lenguaje convencional. En el fondo, pues, la
filosofía se torna inteligible sólo si participamos de la experiencia que
consiste en el mismo tipo de conocimiento no convencional que encontramos en el
Taoísmo. También se lo llama atma-jnana (Autoconocimiento, o conocimiento
del Yo) o atma-bodha (Autodespertar, o despertar del Yo), puesto que
puede considerarse como el descubrimiento de quien
o qué soy yo cuando ya no me identifico con ningún papel o definición
convencional de la persona. La filosofía india no describe el contenido de este
descubrimiento salvo en términos mitológicos, utilizando la frase "yo soy
Brahman"
(aham brahman) o "tú eres eso" (tat tvam asi) para sugerir que el
autoconocimiento es el darnos cuenta de nuestra original identidad con Dios.
Pero esto no implica lo que "pretender ser Dios" significa
en un contexto hebreo-cristiano, donde el lenguaje mítico generalmente se
confunde con el lenguaje fáctico, de modo que no se distingue con claridad al
Dios descrito en términos de pensamiento convencional del Dios tal como
realmente es. Un hindú no dice "yo soy Brahman" implicando que él
personalmente está a cargo de todo el universo y conoce todos los detalles de
su funcionamiento. Por una parte, no habla de identidad con Dios en el nivel de
su personalidad superficial. Por otra, su "Dios" —Brahman— no está a
cargo del universo de una manera "personal"; no conoce y actúa a la
manera de una persona puesto que no conoce el universo en términos de hechos
convencionales ni actúa sobre ellos por medio de la deliberación, el esfuerzo y
la voluntad. Quizá sea importante el hecho de que la palabra
"Brahman" procede de la raíz brih, "crecer", pues su
actividad creadora, como la del Tao, posee la espontaneidad propia del
crecimiento, distinta de la deliberación propia del hacer. Además, aunque se
dice que Brahman se "conoce" a sí mismo, este conocimiento no es una
especie de información, un conocimiento como el que tenemos de objetos
distintos del sujeto. Como dice Shankara:
Pues Él es el Cognoscente,
y el Cognoscente puede conocer otras cosas, pero no puede convertirse a Sí
mismo en objeto de Su propio conocimiento, del mismo modo que el fuego puede
quemar otras cosas, pero no puede quemarse a sí mismo.[22]
Para la mentalidad occidental resulta enigmático el hecho de que la
filosofía india tenga tanto que decir acerca de lo que la experiencia moksha
no es, y que diga tan poco, o nada, acerca de lo que esa experiencia es.
Esto es naturalmente desconcertante, pues si la experiencia en realidad carece
de contenido, o si es tan deficiente en relación con las cosas que consideramos
importantes, ¿cómo vamos a explicar la inmensa estimación de que goza en la
concepción de la vida?
Aun en el nivel convencional seguramente es fácil ver que saber lo que
una cosa no es, es muy a menudo tan importante como saber lo que es. Aun cuando
la medicina no puede sugerir ningún remedio eficaz contra el resfrío común, es
conveniente saber que ciertas panaceas populares son inútiles. Además, la
función del conocimiento negativo se asemeja a la utilidad del espacio: la
página en blanco sobre la cual pueden escribirse palabras, el cántaro vacío
donde puede verterse líquido, la ventana abierta por donde puede entrar la luz,
el caño hueco por donde puede correr el agua. Evidentemente, el valor de la
vacuidad reside en que permite efectuar ciertos movimientos, separar o contener
una substancia. Pero lo primero es la vacuidad. Por esta razón la filosofía
india se concentra en la negación, en liberar la mente de conceptos de Verdad.
No propone ninguna idea, ninguna descripción de lo que debe llenar el vacío de
la mente porque la idea excluiría el hecho, del mismo modo como un cuadro que
representara al sol, colgado sobre la ventana, no dejaría entrar la luz del
verdadero sol. Así como los hebreos no permitían imágenes de Dios en madera o
en piedra, los hindúes no permiten imágenes mentales, salvo que sean tan
evidentemente mitológicas que no se las confunda con la realidad.
Por tanto la disciplina práctica (sadhana) que caracteriza el
camino de liberación consiste en el progresivo desprendimiento del propio Yo (atman)
con respecto a toda identificación. Consiste en darse cuenta de que yo no
soy este cuerpo, estas sensaciones, estos sentimientos, estos pensamientos,
esta conciencia. La realidad básica de mi vida no es ningún objeto concebible.
En última instancia no debe ser identificada tampoco con ninguna idea, ni
siquiera con la de Dios o la de atman. Como dice la Mandukya
Upanishad:
(Es) Aquello que no
es consciente ni de lo subjetivo ni de lo objetivo, ni de ambos; que no es ni
simple conciencia, ni indiferenciada sensibilidad, ni mera oscuridad. Es
invisible, sin relaciones, incomprensible, ininferible e indescriptible: es la
esencia de la Autoconciencia (o conciencia del Yo), el final de maya, (VII)
El atman es con respecto a la totalidad de nuestra conciencia
lo que la cabeza es con respecto al sentido de la vista: ni luz ni oscuridad,
ni lleno ni vacío; sólo algo inconcebible que está más allá del resto. En el
momento en que ha cesado la última identificación del Yo con algún objeto o
concepto, en el estado que se llama nirvikalpa o "sin
concepción", surge como un relámpago desde sus ignotas profundidades el
estado de conciencia llamado divino: el conocimiento de Brahman.
Traducido al lenguaje convencional y —repitámoslo— mitopoético, el
conocimiento de Brahman se representa como el descubrimiento de que este mundo
que parecía ser Muchos es en verdad Uno, que "todo es Brahman" y que
"toda dualidad es el falso producto de la imaginación". Si se toman estas
declaraciones como juicios de hechos, lógicamente carecen de sentido y no
proporcionan ninguna información. Sin embargo, parecen ser la mejor expresión
posible en palabras de la experiencia misma, aunque es como si en el momento de
decir la "última palabra" la lengua quedara paralizada por su propia
revelación, y obligada a balbucear absurdos o a quedar callada.
Moksha se entiende también como liberación con respecto a maya, que es
una de las palabras más importantes de la filosofía india, tanto hindú como
budista. En efecto, el múltiple mundo de
los hechos y sucesos se dice que es maya, y comúnmente se lo entiende
como una ilusión que vela la única realización subyacente de Brahman. Esto da
la impresión de que moksha es un estado de conciencia en el cual todo el
variado mundo de la naturaleza desaparece de la vista, se confunde en un
ilimitado océano de espacio vagamente luminoso. Semejante impresión debería ser
desechada de inmediato pues implica una dualidad, una incompatibilidad entre
Brahman y maya, que se opone al principio mismo de la filosofía
upanishádica. En efecto, Brahman no es el Uno como opuesto a lo Mucho,
no es lo simple como opuesto a lo complejo. Brahman carece de dualidad (advaita),
es decir: carece de opuestos, puesto que Brahman no es ninguna clase ni,
por otra parte, está fuera de clase alguna.
Ahora bien, la clasificación es precisamente maya. La palabra
deriva de la raíz sánscrita matr-, "medir, formar, construir o
trazar un plan", raíz de donde obtenemos palabras grecolatinas como metro,
matriz, material y materia. El procedimiento fundamental de la medida es la
división, ya trazando una línea con el dedo, ya separando o incluyendo círculos
con la extensión de la mano o de un compás, ya vertiendo granos o líquidos en
medidas de volumen. Así la raíz sánscrita dva-, de donde derivamos la
palabra "dividir", es también la raíz de la palabra latina duo (dos)
y de la española "dual".
Decir, por tanto, que el mundo de los hechos y sucesos es maya equivale
a decir que hechos y sucesos son términos de medida más bien que realidades de
la naturaleza. Sin embargo, debemos ampliar el concepto de medida de modo que
incluya el poner límites de toda clase, tanto por la clasificación descriptiva
como por el cribado selectivo. Así será fácil ver que los hechos y los sucesos
son tan abstractos como las líneas de latitud o los pies y las pulgadas.
Consideremos por un momento que es imposible aislar un solo hecho, separarlo
totalmente. Los hechos se presentan de a pares
por los menos, pues un cuerpo solo es inconcebible aparte del espacio que
ocupa. El acto de definir, de poner límites, de delinear, es siempre acto de división
y, por ende, de dualidad, pues tan pronto como se define un límite tiene
dos lados.
Este punto de vista es algo sorprendente y hasta bastante difícil de
comprender por parte de quienes están acostumbrados a pensar que las cosas, los
hechos, y los sucesos son los verdaderos constitutivos del mundo, lo más sólido
de las realidades sólidas. Sin embargo, una adecuada comprensión de la doctrina
maya es uno de los requisitos más esenciales para estudiar el Hinduismo
y el Budismo, y para tratar de captar su significado tenemos que dejar a un
lado las diferentes filosofías "idealistas" de Occidente, con las que
tan a menudo se la confunde. Y en esta confusión caen inclusive algunos
modernos vedantistas indios. En efecto, el mundo no es una ilusión de la mente
en el sentido de que, ante los ojos del hombre liberado (jivan-mukta), no hay
nada que ver salvo un vacío sin huella. El liberado ve el mundo que nosotros
vemos; pero no lo amojona, mide y divide de la misma manera que nosotros. No lo
considera como real o concretamente quebrado en sucesos y cosas separadas. Ve
que la piel puede considerarse tanto como lo que nos une a nuestro ambiente como
lo que nos separa de él. Ve, además, que la piel será considerada como algo que
une sólo si antes había sido considerada como algo que separa, o viceversa.
Por tanto su punto de vista no es monista. No piensa que todas las
cosas son en realidad Uno porque, hablando concretamente, nunca hubo
"cosas" que debieran considerarse Uno. Unir es tan maya como
separar. Por esta razón tanto los hindúes como los budistas prefieren decir que
la realidad es "no dual" más bien "que "una", pues el
concepto de uno siempre tiene que estar en relación con el de muchos. De
consiguiente, la doctrina de maya es una doctrina de relatividad.
Consiste en decir que las cosas, los
hechos
y los sucesos son delineados no por la naturaleza sino por la descripción
humana y que la manera como los describimos (o dividimos) es relativa a
nuestros variables puntos de vista.
Es fácil ver, por ejemplo, que del suceso llamado Primera Guerra
Mundial sólo arbitrariamente se puede decir que comenzó el 4 de agosto de 1914
y concluyó el 11 de noviembre de 1918. Los historiadores pueden descubrir
"verdaderos" comienzos de la guerra mucho antes, y
"reanudaciones" de la misma lucha mucho después de estas formales
limitaciones del suceso. Pues los sucesos pueden dividirse y unirse como gotas
de mercurio según las cambiantes modas de la descripción histórica. Los límites
de los sucesos son más convencionales que naturales, en el sentido en que se
dice que la vida del hombre comienza en el momento del parto más bien que en el
de la concepción o en el del destete.
De modo similar es fácil percibir el carácter convencional de las
cosas. De ordinario se considera que el organismo humano es una cosa, aunque
desde el punto de vista fisiológico es tantas cosas como partes u órganos
tiene, y desde el punto de vista sociológico es una mera parte de una cosa
mayor llamada "grupo".
Por cierto que el mundo de la naturaleza está lleno de superficies y
de líneas, zonas de mayor o menor densidad que utilizamos para marcar los
límites de los sucesos y de las cosas. Pero también aquí la doctrina de maya
afirma que estas formas (rupa) carecen de "ser propio" o
"naturaleza de sí" (svabhava): no existen por derecho propio
sino sólo en relación con las demás, así como un sólido sólo puede distinguirse
en relación con el espacio. En este sentido el sólido y el espacio, el sonido y
el silencio, lo existente y lo inexistente, la figura y el fondo, son
inseparables, interdependientes: surgen el uno del otro, y sólo por maya o
la división convencional se los puede considerar aparte uno de otro.
La filosofía india también piensa que rupa, la forma, es maya,
porque no es permanente. En realidad, cuando los textos hindúes o budistas
hablan del carácter "vacío" o "ilusorio" del mundo visible
de la naturaleza —a diferencia del mundo convencional de las cosas— se refieren
precisamente a la falta de permanencia de sus formas. La forma fluye, y por
tanto es maja en el sentido ligeramente traslaticio de que no puede ser
firmemente señalada o captada. La forma es maya cuando la mente trata de
comprenderla y controlarla con las categorías fijas del pensamiento, es decir,
por medio de nombres (nama) y palabras, pues estos son precisamente los
nombres y verbos por medio de los cuales se designan las categorías
conceptuales y abstractas de las cosas y sucesos.
Para cumplir con su función, los nombres y los términos necesariamente
deben ser fijados y definidos como todas las demás unidades de medida. Pero su
empleo es, hasta cierto punto, tan satisfactorio que el hombre está siempre en
peligro de confundir sus medidas con el mundo medido, de identificar dinero con
riqueza, convención fija con realidad fluida. Pero en la medida en que se
identifica a sí mismo y a su vida con estos rígidos y huecos bastidores de la
definición, se condena a la perpetua frustración de quien trata de recoger agua
con un cesto. Por ello la filosofía india habla constantemente de la falta de
sabiduría de perseguir cosas, de esforzarse por alcanzar la permanencia de
entes y sucesos particulares, pues ve en todo esto nada más que un
apasionamiento por fantasmas, por las abstractas medidas de la mente (manas)
[23]
Maya, por tanto, generalmente equivale a nama-rupa o "nombre y
forma", al intento de la mente por captar las formas fluidas de la
naturaleza en su red de clases fijas.
Pero tan pronto como se comprende que la forma en última instancia es
algo vacío —en el sentido de ser inaprehensible e inmensurable— inmediatamente
se ve al mundo de la forma como Brahman más bien que como maya. El mundo
formal se convierte en el mundo real cuando ya no es agarrado, cuando ya no
oponemos resistencia a su cambiante fluidez. De aquí que el mismo carácter
transitorio del mundo sea el signo de su divinidad, de su real identidad con la
indivisible e inmensurable infinitud de Brahman.
Por esta razón la insistencia con que el Hinduismo y el Budismo hablan
del carácter no permanente del mundo no tiene la significación pesimista y
nihilista que los críticos occidentales normalmente le atribuyen. La
transitoriedad es deprimente sólo para el espíritu que se empeña en aferrarse a
ella. Pero para la mente que deja que las cosas sigan su curso y que se mueve
con el flujo del cambio —que en la metáfora del Budismo zen se convierte en
algo similar a una pelota en un arroyo de montaña—, el sentido de lo transitorio
y de lo vacío se vuelve una especie de éxtasis. Por esta razón tanto en Oriente
como en Occidente la impermanencia es a menudo tema de la poesía más profunda y
conmovedora. Tanto es así que el esplendor del cambio relumbra aun cuando el
poeta parece lamentarlo más.
El mañana y el mañana y el mañana
avanzan a pequeños pasos, de día en día,
hasta la última sílaba del tiempo recordable
y todos nuestros ayeres han alumbrado a locos
el camino hacia el polvo de la muerte.
¡Extingúete, extingúete, fugaz antorcha!
La vida no es mas que una sombra que pasa, un
pobre cómico
que se pavonea y agita una hora sobre la
escena,
y después no se le oye... Un cuento
narrado por un idiota con gran aparato,
y que
nada significa...*
Dicho así —como observa R. H. Blyth— no parece tan mal después de
todo.
En resumen, la doctrina de maya señala, en primer lugar, la
imposibilidad de capturar el mundo real con la red mental de palabras y
conceptos, y, en segundo lugar, el carácter fluido de esas mismas formas que el
pensamiento intenta definir. El mundo de los hechos y de los sucesos es, en
conjunto, nama, nombres abstractos, y rupa, forma fluida. Escapa
tanto a la comprensión del filósofo como a la garra del buscador de placeres,
como el agua se escurre al cerrar el puño. Hasta hay algo engañoso en la idea
de Brahman como la eterna realidad que subyace bajo el flujo, y del atman como
la divina base de la conciencia humana, pues en la medida en que son conceptos
son tan incapaces de aprehender lo real como lo es cualquier otro.
En el fondo del Budismo encontramos este acto de darnos cuenta de que
el mundo se nos escapa totalmente. Es este cambio de acento el que
distingue, más que ninguna otra cosa, la doctrina del Buddha con respecto a la
enseñanza de las Upanishadas, y es causa de que el Budismo se haya
desarrollado como un movimiento distinto en la vida y el pensamiento de la
India.
Gautama el "Despierto" o Buddha (que murió alrededor del año
545 a. de C.) vivió en una época en la que ya existían las Upanishadas más
importantes, cuya filosofía debe considerarse como punto de partida de su
propia enseñanza. Sería error serio, sin embargo, ver en el Buddha el
"fundador" o el "reformador" de una religión que naciera
como una especie de rebelión organizada contra el Hinduismo. En efecto, estamos
hablando de una época en la que no había conciencia de "religiones",
en la que términos como "Hinduismo" o "Brahmanismo" no
habrían tenido sentido. Había sencillamente una tradición, encarnada en la
doctrina de los Vedas y de las Upanishadas, transmitida
oralmente; una tradición que no era específicamente "religiosa", pues
abarcaba todo un modo de vida y se refería a todo, desde los métodos de la agricultura hasta el conocimiento de
la realidad última. El Buddha actuó en completo acuerdo con esta tradición al
convertirse en un rishi, o "sabio del bosque", que había
abandonado la vida del dueño de casa y se había despojado de su casta a fin de
seguir el camino de la liberación. Como ocurría con todo rishi, el
método de su doctrina incluía críticas a quienes no practicaban la tradición
que profesaban.
Además, el Buddha era enteramente tradicional en su abandono de la
casta y en su aceptación de estudiantes sin casta y sin hogar, que lo seguían.
Pues la tradición india, más aun que la china, específicamente favorece el
abandono de la vida convencional al llegar a cierta edad, después de haber
cumplido con los deberes de la familia y de la ciudadanía. La renuncia a la
casta es el signo exterior y visible de que uno ha realizado su verdadero
estado de "no clasificado", que el propio papel o persona es
puramente convencional, y que la verdadera naturaleza de uno no es ni una cosa
ni un cuerpo, es decir, nada ni nadie.
Esta realización era el punto crucial de la experiencia del despertar (bodhi)
del Buda, que le ocurrió una noche mientras estaba sentado bajo el célebre
árbol Bo, en Gaya, tras siete años de meditación en los bosques. Desde el punto
de vista del Zen, esta experiencia constituye el contenido esencial del
Budismo, y la doctrina verbal es muy secundaria con respecto a la transmisión
sin palabras de la experiencia misma, de generación en generación. Durante
siete años, utilizando los medios tradicionales del yoga y tapas —la
contemplación y el ascetismo—, Gautama había luchado para comprender la causa
de que el hombre sea esclavo de maya, para liberarse del círculo vicioso
del apegarse a la vida (trishna), que es como tratar de que la mano se
agarre a sí misma. Todos sus esfuerzos habían sido en vano. El eterno atman,
el Yo real, no aparecía. Por mucho que se concentrara en su propia mente
para hallar la raíz y la base, sólo hallaba el esfuerzo de la concentración. La
tarde anterior a su
despertar el Buddha sencillamente "abandonó", relajó su dieta
ascética y comió un poco de alimento nutritivo.
En seguida sintió que le estaba ocurriendo un profundo cambio. Se
sentó bajo el árbol jurando no volverse a levantar hasta haber alcanzado el
supremo despertar y —según una tradición— quedó sentado toda la noche hasta que
la primera vislumbre del lucero del alba de pronto provocó un estado de
perfecta claridad y comprensión. Esto era anuttara samyak sambodhi, "el
completo e insuperado despertar", la liberación con respecto a maya y
a la Rueda de nacimientos y muertes (samsara), que seguirá andando
mientras el hombre trate de apresar su propia vida.
Pero el contenido real de su experiencia nunca pudo ser expresado en
palabras, ni podría serlo, porque las palabras son los bastidores de maya, las
mallas de su red, y la experiencia es como el agua que se desliza a través de
los agujeros. Por tanto, en el plano de las palabras lo más que puede decirse
de esta experiencia son las palabras atribuidas al Buddha en la Vajracchedika:
Justamente así, Suhhuti,
del completo e insuperado despertar no saqué absolutamente nada, y por esta
misma razón se lo llama "completo e insuperado despertar". (22)
Así, desde el punto de vista del Zen, el Buddha "nunca dijo una
palabra", no obstante los volúmenes de escrituras que se le atribuyen. En
efecto, su verdadero mensaje quedó siempre sin expresar y fue tal que, cuando
se intentó expresarlo en palabras, pareció absurdo. Sin embargo, la tradición
esencial del Zen afirma que lo que no puede comunicarse mediante palabras puede
transmitirse "señalando directamente" utilizando medios de comunicación
no verbal sin los cuales la experiencia budista jamás hubiera podido ser legada
a generaciones futuras.
En su propia tradición (probablemente reciente) el Zen mantiene que el
Buddha transmitió el despertar a su principal discípulo, Mahakasyapa, sosteniendo
una flor y permaneciendo en silencio. El Canon pali, sin embargo, dice que
inmediatamente después de su despertar el Buddha fue al Parque de los Ciervos
en Benarés y expuso su doctrina a quienes anteriormente habían sido sus
compañeros de vida ascética, expresándola en la forma de aquellas Cuatro Nobles
Verdades que constituyen un resumen muy cómodo del Budismo.
Estas Cuatro Verdades siguen el modelo de la forma védica tradicional
en que el médico da su diagnóstico y su receta: identificación de la enfermedad
y de su causa, declaración de si es curable, y prescripción del remedio.
La Primera Verdad se refiere a la problemática palabra duhkha, que
se traduce vagamente como "sufrimiento" y que designa la gran
enfermedad del mundo cuya cura se obtiene mediante el método (dharma) del Buddha.
El nacimiento es duhkha, la vejez es duhkha, la
enfermedad es duhkha, la muerte es duhkha, y también lo son el
dolor y la congoja... Estar ligado a cosas que nos desagradan y estar separado
de cosas que nos agradan también es duhkha. No obtener lo que uno desea
es también duhkha. En una palabra, este cuerpo, este quíntuple compuesto
basado en el agarrar (trishna) es duhkha.[24]
Sin embargo, no puede reducirse todo esto a la afirmación general de
que "la vida es sufrimiento". Significa más bien que la vida tal como
generalmente la vivimos es sufrimiento o, más exactamente, sufre el hechizo
maléfico de la peculiar frustración que proviene de intentar lo imposible.
Quizá, pues, "frustración" es el mejor equivalente de duhkha, si
bien esta palabra es simplemente el antónimo de sukha, que significa
"agradable" o "dulce".[25]
En otra de las formulaciones de la enseñanza de Buddha duhkha es
una de las tres características del ser o del devenir (bhava); las otras
dos son anitya, la falta de permanencia, y anatman, la ausencia
de todo Yo. Estos dos términos tienen una importancia fundamental. La doctrina anitya,
por otra parte, no es la mera afirmación de que el mundo no es permanente,
sino más bien que mientras más uno lo agarra más cambia. La realidad en sí
misma no es ni permanente ni no permanente; no es posible someterla a
categorías. Pero cuando uno trata de asirse a ella, el cambio aparece por todas
partes, pues, como la propia sombra, mientras más rápido la perseguimos más velozmente
huye.
Del mismo modo, la doctrina anatman no significa exactamente
que no existe el Yo (atman) en la base de nuestra conciencia. Quiere
decir más bien que no hay Yo o realidad básica que pueda ser aprehendida por la
experiencia directa o por conceptos. Parece que el Buddha tuvo la impresión de
que la doctrina del atman en las Upanishadas se prestaba muy
fácilmente a un fatal error de interpretación. Se convertía en objeto de
creencia, en desiderátum, en una meta a alcanzar, en algo a lo cual la mente
podía aferrarse como su única morada segura en medio del flujo de la vida. El
Buddha pensaba que un Yo aprehendido de ese modo no era el verdadero Yo, sino
una más de las innumerables formas de maya. Por esta razón anatman podría
expresarse en esta forma: "El verdadero Yo es no-Yo", puesto que todo
intento de concebir el Yo, creer en el Yo, o buscar el Yo inmediatamente lo
aleja.
Las Upanishadas distinguen entre atman, el Yo verdadero
y supraindividual, y jivatman o el alma individual, y la doctrina de Buddha
acerca del anatman concuerda con aquéllas en negar la realidad del jivatman.
En todas las escuelas del Budismo es fundamental la tesis de que no existe
ego, de que no hay ninguna entidad que sea el sujeto constante de nuestras
experiencias cambiantes. En efecto, el yo existe sólo en un sentido abstracto,
pues ha sido abstraído de la memoria, algo así como el círculo ilusorio hecho
por una antorcha que gira. Igualmente podemos imaginar que la dirección que
lleva un pájaro en su vuelo es una determinada línea. Pero esta línea es tan
abstracta como una línea de latitud. En la realidad concreta el pájaro no sigue
ninguna línea y, análogamente, el pasado de donde abstraemos nuestro ego ha
desaparecido por completo. Así, todo intento de aferrarse al ego o de convertirlo
en fuente de acción eficaz está condenado al fracaso.
La Segunda Noble Verdad se refiere a la causa de la frustración, que
recibe el nombre de trishna —aferrarse o agarrarse— basada en avidya,
que es la ignorancia o la inconsciencia. Ahora bien, avidya es el
opuesto formal del despertar. Es el estado de la mente que se encuentra
hipnotizada o hechizada por maya, de modo que confunde el mundo
abstracto de las cosas y los sucesos con el mundo concreto de la realidad. En
un nivel aun más profundo es falta de autoconocimiento, por la cual el
individuo no se da cuenta de que todo aferrarse resulta ser el fútil esfuerzo
por agarrarse a sí mismo o, mejor dicho, por hacer que la vida se prenda a sí
misma. En efecto, para quien posee autoconocimiento no hay dualidad entre sí
mismo y el mundo exterior. Avidya es "ignorar" el hecho de que
sujeto y objeto están en relación recíproca, como cada cara de una moneda, de
modo que cuando uno persigue el otro se retira. Por esta razón el intento
egocéntrico de dominar el mundo, de poner al mundo bajo el control del ego
hasta donde sea posible, a poco de hacerse presente plantea la dificultad del
autocontrol del ego.
En realidad se trata de un simple problema de lo que hoy llamamos
cibernética, la ciencia del control. Desde el punto de vista lógico y mecánico
es fácil percibir que un sistema que se aproxima al perfecto autocontrol
también se acerca a la autofrustración. Tal sistema es un círculo vicioso:
tiene la misma estructura que un juicio que dice algo acerca de sí mismo, por
ejemplo: "Estoy mintiendo", cuando ello implica que el juicio mismo
es una mentira. El juicio circula vanamente sin fin pues es siempre verdadero en la medida en que es falso, y falso en la medida
en que es verdadero. Dicho de otra manera: no puedo arrojar una pelota mientras
la mantengo agarrada a fin de conservar perfecto control de su movimiento.
Así, el deseo de control perfecto, tanto del ambiente como de sí
mismo, se basa en una profunda desconfianza de quien controla. Avidya consiste
en no darse cuenta de la contradicción fundamental de esta posición. Por
consiguiente de ella surge el inútil intento de aprehender o controlar la vida,
que es pura autofrustración, y el modelo de vida consiguiente es el círculo
vicioso que el Hinduismo y el Budismo llaman samsara: la Rueda del
nacimiento y de la muerte.[26]
El principio activo de la Rueda se conoce con el nombre de karma o
"acción condicionada", es decir, una acción que surge de un motivo y
persigue un resultado, y que pertenece al tipo de acciones que siempre requiere
una necesidad para que se produzcan. Cuando el hombre interfiere en el mundo de
modo que se ve obligado a seguir interfiriendo, cuando la solución de un
problema crea aun más problemas que resolver, cuando el control de una cosa crea
la necesidad de controlar diversas otras, entonces el hombre está enredado en
el karma. Karma es, pues, el destino de todo aquel que "trata de
ser Dios". Le pone al mundo una trampa en la que él mismo cae prisionero.
Muchos budistas entienden la Rueda del nacimiento y de la muerte muy
literalmente como un proceso de reencarnación en el que el karma que
configura al individuo lo hace reiteradamente a través de numerosas vidas hasta
que, por el conocimiento y el despertar, queda en reposo. Pero en el Zen, así
como en otras escuelas del Mahayana, a menudo se lo toma de una manera más
figurada, en el sentido de que el proceso de renacimiento ocurre en cada
momento, de modo que uno sigue renaciendo en la medida en que uno se identifica
con un yo continuo que vuelve a reencarnarse a cada momento. Por tanto la
validez y el interés de la doctrina no dependen de la aceptación de una teoría
especial de la supervivencia. Su importancia reside más bien en ilustrar el
problema de la acción en círculo vicioso y en resolverlo, y en este sentido la
filosofía budista cobra especial interés para los estudiosos de la teoría de
las comunicaciones, cibernética, filosofía lógica, y otros temas.
La Tercera Noble Verdad se refiere al poner fin a la autofrustración,
al aferrarse a toda la pauta viciosamente circular del karma que
engendra la Rueda. El fin se llama nirvana, palabra de tan dudosa
etimología que es muy difícil darle una traducción sencilla. Se la ha
relacionado de varias maneras con raíces sánscritas que le darían el significado
de apagar una llama de un soplido, o simplemente "apagar de un
soplido" (expirar o des-pirar), o el cesar de las ondas, vueltas o
círculos (vritti) de la mente.
Estas dos últimas interpretaciones parecen ser las que tienen más
sentido. El nirvana como "despiración" es el acto de quien ha
visto la futilidad de tratar de contener su aliento o la vida (prana) indefinidamente,
ya que contener el aliento es perderlo. Así nirvana es equivalente de moksha,
la liberación. Visto desde cierto ángulo parece ser desesperación: el
reconocimiento de que la vida escapa totalmente a nuestros esfuerzos por
controlarla, de que todo el esfuerzo
humano
no es más que un estéril manotazo hacia las nubes. Vista desde otro ángulo,
esta desesperación se convierte en gozo y en poder creador, según el principio
de que perder la vida es encontrarla: encontrar la libertad de acción
desembarazada de la autofrustración y de la ansiedad inherentes al esfuerzo de
querer salvar y controlar el Yo.
Si nirvana se relaciona a la cesación (nir-) de las
vueltas (vritti), es sinónimo de la finalidad de yoga, que en el Yogasutra
se define cita vritti nirodha: la cesación de las vueltas de la
mente. Estas "vueltas" son los pensamientos con los cuales la mente
trata de captar el mundo y de captarse a sí misma. Yoga es la práctica
que tiene por finalidad detener estos pensamientos pensando acerca de ellos,
hasta que se siente con tanta vivacidad la total futileza del proceso
que éste desaparece y la mente descubre su estado natural, libre de confusión.
Sin embargo, es evidente que ambas etimologías nos dan la misma
significación esencial. Nirvana es la forma de vida que resulta cuando acaba el
esfuerzo de aferrarse a la vida. En la medida en que toda definición es un acto
que tiende a aferrar algo, nirvana es necesariamente indefinible. Es el
estado natural de la mente, la mente que no trata de agarrarse a sí misma;
desde luego, aquí la mente no significa nada en especial, porque lo que no es
captado no es conocido en el sentido convencional del verbo
"conocer". Desde un punto de vista más popular y literal, nirvana es
la desaparición de la existencia en la Rueda de las encarnaciones, no para
pasar a un estado de aniquilación sino simplemente a un estado que no puede
definirse y que por tanto es inmensurable e infinito.
Lograr el nirvana es también lograr el conocimiento búdico, el
despertar. Pero de ninguna manera se trata de un logro efectivo en el sentido
corriente de la palabra, pues no hay ninguna adquisición ni motivación. Es
imposible desear el nirvana, o intentar alcanzarlo, porque cualquier
cosa deseable o concebible como objeto de acción no es, por definición, nirvana. Nirvana sólo puede
surgir inintencionalmente, espontáneamente, cuando se ha percibido a fondo la
imposibilidad del autoagarrarse. Un Buddha, por tanto, es un hombre sin
jerarquía. No está arriba, como el ángel; ni abajo, como el demonio. No se
encuentra en ninguna de las seis divisiones de la Rueda, y sería erróneo
considerarlo superior a los ángeles, pues la ley de la Rueda establece que lo
que sube deberá bajar, y viceversa. El Buddha ha trascendido todas las
dualidades y por consiguiente no tendría sentido para él considerarse como una
persona superior o como un éxito espiritual.
La Cuarta Noble Verdad describe el Óctuple Sendero del Dharma de
Buddha, es decir, el método o doctrina por la cual se pone fin a la
autofrustración. Cada sección del sendero tiene un nombre precedido por la
palabra samyak (en pali, samma) que significa
"perfecto" o "completo". Las dos primeras secciones se
refieren al pensamiento; las otras cuatro tienen que ver con la acción, y las
dos últimas se ocupan de la contemplación o conocimiento. Tenemos, por tanto:
1 Samyag-drishti, o
visión completa.
2 Samyak-samkalpa, o
entendimiento completo.
3 Samyak-vak, o lenguaje
completo (es decir, veraz).
4 Samyak-karmanta, o acción
completa.
5 Samyagajiva, o
vocación completa.
6 Samyag-vyayatna, o
aplicación completa.
7 Samyak-smriti, o
recogimiento completo.
8 Samyak-samhadi, o
contemplación completa.
Sin necesidad de entrar a discutir estas secciones en detalle puede
decirse simplemente que las dos primeras se refieren al adecuado entendimiento
de la doctrina y de la situación humana. En cierto modo la primera sección,
"visión completa", contiene a todas las demás, puesto que el método
del Budismo es ante todo la práctica de la conciencia clara, de ver el mundo yathabhutam:
justamente tal como es. Esta conciencia consiste en una viva atención hacia la propia experiencia directa, al mundo tal como se
lo percibe inmediatamente, a fin de no ser descarriado por nombres y rótulos. Samyak-samadhi,
la última sección del sendero, es la perfección de la primera; significa
experiencia pura, conciencia pura, por lo cual ya no hay dualismo de
cognoscente y conocido.
Las secciones que tratan de la acción a menudo son mal interpretadas
porque tienen una engañosa similitud con un "sistema de moral". El
Budismo no comparte la concepción occidental de que existe una ley moral
prescripta por Dios o por la naturaleza, que el hombre tiene el deber de
obedecer. Los preceptos del Buddha referentes a la conducta —no matar, no tomar
lo que no nos es dado, no dar rienda suelta a las pasiones, no mentir, no
embriagarse— son reglas prácticas voluntariamente aceptadas que tienen por finalidad
apartar los obstáculos que impiden llegar a la claridad de la conciencia. La
inobservancia de esos preceptos produce "mal karma", no porque
karma sea una ley o retribución moral sino porque todas las acciones
motivadas y dirigidas a un fin, convencionalmente buenas o malas, son karma en
la medida en que tienen por objetivo aprehender la vida. En términos generales,
las acciones convencionalmente "malas" se aferran más que las
"buenas". Pero los niveles más altos de la práctica budista se ocupan
del desapego con respecto al "buen karma" tanto como con
respecto al "malo". Así, la acción completa es en última instancia
acción libre, directa, espontánea, exactamente en el mismo sentido del wu-wei
taoísta. [27]
Smriti, el recogimiento, y samadhi, la contemplación, constituyen la
sección que trata de la vida de meditación, la práctica interior, mental, del
camino del Buddha. El recogimiento completo consiste en la conciencia constante
o en la constante vigilancia de nuestras sensaciones, sentimientos y pensamientos,
sin ulterior propósito ni comentario. Es una
total claridad y presencia de ánimo, activamente pasiva, en la que los sucesos
van y vienen como reflejos en un espejo; no se refleja nada salvo lo que es.
Caminando, sentado, de pie o acostado, comprende lo que está haciendo,
de suerte que cualquiera sea la acción que su cuerpo realiza, la comprende tal
como es... Al partir o al regresar, al mirar hacia adelante o alrededor, al
doblar o extender su brazo... actúa con clara conciencia.[28]
Mediante esta conciencia se ve que la separación entre el pensador y
el pensamiento, el cognoscente y lo conocido, el sujeto y el objeto, es
puramente abstracta. No existe por una parte la mente y por otra las
experiencias: hay simplemente un proceso de experiencia en el que no hay nada
que captar, como objeto, ni nadie, como sujeto, para captarlo. Visto de esta
manera, el proceso de la experiencia deja de agarrarse a sí mismo. Un
pensamiento sigue a otro sin interrupción, es decir, sin ninguna necesidad de
dividirse a sí mismo y convertirse en su propio objeto.
"Donde hay un objeto,
allí surge el pensamiento." ¿Es, pues, el pensamiento una cosa y el objeto
otra? No, lo que es el objeto, tal es el pensamiento. Si el objeto fuera una
cosa y el pensamiento otra, entonces habría un doble estado de pensamiento. Así
que el objeto mismo es justamente pensamiento. ¿Puede entonces el pensamiento
pasar revista al pensamiento? No, el pensamiento no puede pasar revista al
pensamiento. Como la hoja de una espada no puede cortarse a sí misma, como la
punta del dedo no puede tocarse a si misma, asi tampoco el pensamiento puede
verse a sí mismo.[29]
Esta no dualidad de la mente, en la que ya no está dividida contra sí
misma, es samadhi, y debido a que desaparece el infructuoso manoteo de
la mente que trata de captarse a sí misma, samadhi es un estado de
profunda paz. No es la quietud de la total inactividad, pues una vez que la
mente retorna a su estado natural samadhi persiste siempre,
"caminando, de pie, sentado y acostado". Pero desde las épocas más remotas el Budismo ha hecho hincapié en
la práctica del recogimiento y de la contemplación adoptando la posición de
sentado. La mayoría de las imágenes de Buddha lo muestran en la postura de
meditar sentado, en la actitud particular conocida con el nombre de padmasana,
la postura del loto, con las piernas cruzadas y los pies descansando,
plantas hacia arriba, sobre los muslos.
La meditación en posición de sentado no es, como se supone a menudo,
un "ejercicio" espiritual perseguido con una finalidad ulterior.
Desde el punto de vista budista es sencillamente la manera adecuada de sentarse
y parece perfectamente natural permanecer sentado mientras no haya otra cosa
que hacer y mientras uno no esté consumido por la agitación nerviosa. Para el
inquieto temperamento del Occidente la meditación en posición de sentado puede
parecer una disciplina desagradable porque no nos parece que podamos sentarnos
"nada más que por estar sentados" sin que nos remuerda la conciencia,
sin sentir que debiéramos estar haciendo algo más importante para justificar
nuestra existencia. Para propiciar esta conciencia inquieta hay que considerar
la meditación en posición de sentado como un ejercicio, como una disciplina con
un motivo ulterior. Sin embargo, desde ese momento deja de ser meditación (dhyana)
en el sentido budista de la palabra, pues donde hay finalidad, donde hay
búsqueda y cacería de resultados, no hay dhyana.
Esta palabra dhyana (en pali, jhana) es la forma
sánscrita original del chino ch'an c y del japonés zen,
y por consiguiente su significado tiene una importancia central para
comprender el Budismo zen. "Meditación" en el sentido de
"repensar las cosas" o de "cavilar" es una traducción
sumamente engañadora. Pero alternativas como "trance" o
"absorción" son todavía peores, pues sugieren estados de fascinación
hipnótica. La mejor solución parece ser dejar la palabra dhyana sin
traducir y añadirla al vocabulario de nuestra
lengua como hemos hecho con Nirvana y Tao[30].
Tal como se lo usa en el Budismo, el término dhyana comprende tanto el
recogimiento (smriti) como samadhi, y la mejor manera de indicar
su significado es caracterizarlo como el estado de conciencia unificada o de
una sola punta. Tiene una sola punta en el sentido de que se enfoca en el
presente, puesto que para la conciencia clara no hay ni pasado ni futuro sino
sólo este único momento (ekaksana) que los místicos occidentales han
llamado el Eterno Ahora. Tiene una sola punta también en el sentido de ser un
estado de conciencia sin diferenciación entre cognoscente, el conocimiento y lo
conocido.
Un Tathagata (es decir, un
Buddha) es un vidente de lo que hay que ver, pero no piensa (na mannati, o
no concibe) lo visto, lo no visto, lo visible o el vidente. Lo mismo ocurre con
lo oído, lo sentido y lo conocido: no piensa en ellos con estas categorías.[31]
La dificultad en apreciar qué significa dhyana estriba en que
la estructura de nuestra lengua no nos permite usar un verbo transitivo sin
sujeto y predicado. Cuando hay "conocimiento" la convención
gramatical requiere que haya alguien que conoce y algo que es conocido. Estamos
tan habituados a esta convención al hablar y al pensar que no nos damos cuenta
de que se trata de una simple convención, y que no corresponde necesariamente a
la experiencia real del conocer. Así
cuando decimos "Una luz relampagueó" es más fácil ver a través de la
convención gramatical y darse cuenta de que el relampagueo es la luz. Pero dhyana
como estado mental del hombre liberado o despierto está naturalmente libre
de la confusión entre entidades convencionales y la realidad. La incomodidad
intelectual que experimentamos al tratar de concebir el acto de conocer sin
"alguien" que conoce y algo conocido es semejante a la incomodidad de
llegar a una cena formal en pijama. El error es convencional, no ontológico.
Vemos una vez más cómo la convención, el maya de la medida y de
la descripción, puebla el mundo con esos fantasmas que llamamos entidades y
cosas. Tan persuasivo e hipnótico es el poder de la convención que comenzamos a
sentir estos fantasmas como realidades y a convertirlos en nuestros amores,
nuestros ideales y nuestras posesiones más queridas. Pero el problema, grávido
de ansiedad, acerca de qué me ocurre cuando muero es, después de todo, como
preguntar qué le ocurre a mi puño cuando abro la mano, o dónde va mi regazo
cuando me pongo de pie. Quizá ahora estamos en condiciones de comprender el
célebre resumen de la doctrina de Buddha dado en la Visuddhimagga:
El sufrimiento solo existe,
ninguno que sufra;
el hecho existe, pero no
quien lo haga;
Nirvana existe, pero nadie
que lo busque;
el Sendero existe, pero
nadie que lo recorra. (16)
III
EL BUDISMO MAHAYANA
Como la enseñanza del Buddha era un camino de liberación, no tenía
otro objeto que la experiencia de nirvana. El Buddha no intentó exponer
un sistema filosófico coherente, tratando de satisfacer esa curiosidad
intelectual acerca de las últimas cosas que espera respuestas en palabras.
Cuando lo acosaban para que diera esas respuestas, cuando lo interrogaban
acerca de la naturaleza del nirvana, el origen del mundo y la realidad
del Yo, el Buddha mantenía un "noble silencio" y luego decía que esas
preguntas no venían al caso y no conducían a la experiencia real de la
liberación.
Se ha dicho a menudo que el desarrollo posterior del Budismo se debió
a que la mentalidad india era incapaz de quedarse contenta con ese silencio, y
que al final tuvo que satisfacer su abrumadora necesidad de "abstractas
especulaciones metafísicas" acerca de la naturaleza de la realidad. Pero
esta concepción del génesis del Budismo mahayana es más bien errónea. El vasto
cuerpo de doctrina mahayana no surgió tanto para satisfacer la curiosidad
intelectual cuanto para tratar los problemas psicológicos prácticos planteados
al seguir el camino del Buddha. Sin duda el tratamiento dado a estos problemas
es muy escolástico, y el nivel intelectual de los textos mahayanas es sumamente
elevado. Pero en todo momento se trata de producir la experiencia de la
liberación, no construir un sistema filosófico. Como dice Sir Arthur Berriedale
Keith:
La metafísica del Mahayana,
en medio de la incoherencia de sus sistemas, muestra con bastante claridad que
para los monjes tenía un interés secundario, pues lo que más les interesaba era
obtener la liberación. El Mahayana, como el Hinayana, tiene por principal
preocupación una finalidad práctica, y su filosofía tiene valor meramente en la
medida en que sirve al hombre para alcanzar su objetivo.[32]
Hay sin duda algunos aspectos del Budismo mahayana que pueden
considerarse como concesiones a la curiosidad intelectual y al deseo popular de
encontrar atajos para llegar a la meta. Pero fundamentalmente se trata de la
obra de espíritus muy sensibles y perceptivos que estudian el funcionamiento
interno de sus propias mentes. Para una persona muy autoconsciente, el Canon
pali deja muchos problemas prácticos sin resolver. Su intuición psicológica no
llega mucho más allá de la construcción de catálogos analíticos de las
funciones mentales, y si bien sus preceptos son claros, no siempre es útil cuando
explica sus dificultades prácticas. A riesgo de dar una generalización
demasiado amplia, se tiene la impresión de que mientras el Canon pali quiere
quitar el cerrojo de la puerta que conduce al nirvana por mero esfuerzo,
el Mahayana pretende mover levemente la llave hasta hacerla girar con suavidad.
Por esta razón el Mahayana se preocupa sobre todo por proveer los "medios
hábiles" (upaya) para que el nirvana sea accesible a todo
tipo de mentalidad.
Cómo y cuándo surgieron las doctrinas mahayanas es tema de conjetura
histórica. Las grandes sutras mahayanas son ostensiblemente las
enseñanzas del Buddha a sus discípulos inmediatos, pero su estilo es tan
diferente y su doctrina tanto más sutil que la del Canon pali que los eruditos
casi con unanimidad las atribuyen a fechas más recientes. No hay pruebas de que
existieran en tiempos del gran emperador budista Asoka, nieto de Chandragupta
Maurya, que fue convertido al Budismo en el año 262 a. de C. Las inscripciones
que Asoka hizo tallar en piedra no reflejan más que las enseñanzas sociales del
Canon pali, su prédica de ahimsa o no violencia tanto con respecto a los
hombres como a los animales, y sus preceptos generales para la vida de los
seglares. Poco después del año 400 de nuestra era Kumarajiva tradujo al chino
los principales textos mahayanas, pero nuestro conocimiento de la historia de
la India durante los seis siglos posteriores a la muerte de Asoka es tan
fragmentario y los datos internos de las sutras mismas son tan vagos que
lo único que podemos hacer es atribuirlas a los cuatrocientos años que
corrieron entre 100 a. de C. y 300 d. de C. Inclusive individuos relacionados
con su desarrollo sólo pueden ser ubicados cronológicamente de una manera muy
aproximada. Tal es el caso de Asvaghosha, Nagarjuna, Asanga y Vasubandhu.
La tradición mahayana relata su propio origen diciendo que sus
enseñanzas fueron dadas por Buddha a sus discípulos más próximos, pero que la
revelación pública quedó suspendida hasta que el mundo estuviera preparado para
recibirla. El principio de la "revelación retardada" es un expediente
bien conocido para permitir el crecimiento de una tradición y para explorar las
implicaciones contenidas en el germen original. Las aparentes contradicciones
entre las doctrinas más antiguas y las más recientes se explican atribuyéndolas
a diferentes niveles de verdad, desde los más relativos al absoluto. La Escuela
Avatamsaka (probablemente muy reciente) distingue no menos de cinco de esos
niveles. Con todo, el problema de los orígenes históricos del Mahayana no tiene
una importancia muy directa para comprender el Zen, que como forma más bien
china que india de Budismo nació cuando el Mahayana indio había alcanzado plena
madurez. Podemos pasar, por tanto, a las doctrinas mahayanas centrales, de
donde surgió el Zen.
El Mahayana se distingue a sí mismo del Budismo del Canon pali
denominando a éste "el pequeño (hina) Vehículo (yana) de liberación", y dándose
a sí mismo el nombre de Gran (maha) Vehículo:
grande porque comprende una enorme riqueza de upaya, o métodos para la
realización del nirvana. Estos métodos abarcan desde la sofisticada
dialéctica de Nagarjuna, cuyo objeto es liberar la mente de todas las
concepciones fijas, hasta la doctrina de la liberación Sukhavati o Tierra Pura,
en la que el individuo se libera por la fe en el poder de Amitabha, el Buddha
de la Luz Infinita, que —se dice— alcanzó su despertar muchos eones antes de
los tiempos de Gautama. Hasta incluyen el Budismo tántrico de la India
medieval, en el que la liberación puede realizarse repitiendo palabras y
fórmulas sagradas llamadas dharani y mediante ciertos tipos de yoga que
comprenden relaciones sexuales con una shakti o "esposa
espiritual".[33]
Un estudio preliminar del Canon pali ciertamente dará la impresión de
que sólo puede realizarse el nirvana mediante un riguroso esfuerzo de
autocontrol, y que el aspirante debe dejar a un lado todas sus demás
preocupaciones para concentrarse en este ideal. Los mahayanistas quizá estén en
lo cierto al suponer que el Buddha entendió esta concentración como un upaya,
como un medio hábil de capacitar al individuo o tomar vivida y
concretamente conciencia del absurdo círculo vicioso de desear no desear o de
querer liberarse del egoísmo por sus propios medios. Porque sin duda la
práctica de la doctrina de Buddha conducía a esta conclusión. También se la
puede atribuir a la pereza o a la pérdida de la energía original, pero es más
probable que los que quedaron en el sendero de la autoliberación no eran
conscientes de la paradoja en que habían caído. Porque cada vez que el Mahayana
enseña el camino de la liberación por el propio esfuerzo lo hace como un
expediente para que el individuo tome plena conciencia de su propia futilidad.
Varios indicios sugieren que una de las primeras nociones del Mahayana
fue su concepción del Bodhisattva no simplemente como un Buddha potencial sino
como alguien que por renunciar al nirvana se encuentra en un nivel
espiritual más alto que quien lo ha alcanzado y que por tanto se ha retirado
del mundo del nacimiento y de la muerte. En el Canon pali los discípulos del
Buddha que alcanzan el nirvana reciben el nombre de Arhans o
"dignos"; pero en los textos mahayanas el ideal del Arhan se
considera casi egoísta. Es adecuado sólo para el sravaka, el
"oyente" de la doctrina que ha llegado sólo a la comprensión teórica
de la enseñanza. En cambio el Bodhisattva es aquel que se da cuenta de que
existe una profunda contradicción en un nirvana obtenido por y para sí
mismo. Desde el punto de vista popular, el Bodhisattva se convirtió en un foco
de devoción (bhakti), un salvador del mundo que había hecho votos de no
entrar en el nirvana final hasta que todos los demás seres sensitivos lo
hubieran alcanzado. En obsequio a ellos consintió en renacer repetidamente en
la Rueda de samsara hasta que, después de innumerables épocas, hasta la
hierba y el polvo hubieran alcanzado el conocimiento búdico.
Pero desde un punto de vista más profundo resultó evidente que la idea
del Bodhisattva está implícita en la lógica budista, que fluye naturalmente del
principio del no aferrarse y de la doctrina de la irrealidad del ego. Porque si
el nirvana es el estado en el cual ha cesado totalmente el intento de
agarrar la realidad debido a que el individuo se ha dado cuenta de que ello es
imposible, evidentemente será absurdo pensar que el nirvana mismo es
algo que debe ser agarrado o alcanzado. Si, además, el ego es una mera
convención, es absurdo pensar que el nirvana es un estado que algún ser
puede alcanzar. Como dice el Vajracchedika:
Todos los héroes
Bodhisattvas debieran cultivar sus mentes para pensar que todos los seres
sensitivos de cualquier clase... por causa mía alcanzan la ilimitada liberación
del nirvana. Sin embargo, cuando grandes, innumerables e inmensurables
números de seres han sido liberados de este modo, ¡en verdad ningún ser ha sido
liberado! ¿Por qué es esto así, Subhuti? Es porque ningún Bodhisattva que sea
realmente un Bodhisattva se aferra a la idea de ego, de personalidad, de ser o
de individuo separado. (3)
El corolario de esta posición es que si no hay nirvana que
pueda alcanzarse, y si en realidad no hay entidades individuales, se desprende
que nuestra esclavitud en la Rueda es meramente aparente, y que en realidad ya
estamos en nirvana, de manera que buscar el nirvana equivale a la
tontería de querer encontrar lo que nunca hemos perdido. Desde luego, el
Bodhisattva no hace nada por salir de la Rueda de samsara como si nirvana
fuera alguna otra cosa, porque hacerlo significaría que nirvana es
algo que tiene que ser alcanzado y que samsara carece de realidad
efectiva. Dicho con palabras del Lankavatara Sutra:
Aquellos que, temerosos de
los sufrimientos que surgen de la discriminación de "el nacer y el
morir" (samsara), buscan el Nirvana, ignoran que "el nacer y
el morir" y el Nirvana no están separados; y, viendo que todas las cosas
sujetas a discriminación carecen de realidad, imaginan que el Nirvana consiste
en la futura aniquilación de los sentidos y de sus campos. (II. 18)[34]
Por tanto, esforzarse por borrar el mundo convencional de las cosas y
de los sucesos es admitir que existe en realidad. De aquí el principio
mahayanista de que "lo que nunca ha surgido no tiene que ser
aniquilado".a
No se trata de
vanas especulaciones y sofismas de un sistema de idealismo subjetivo o de
nihilismo. Son las respuestas a un problema práctico que puede expresarse así:
"Si al aferrarme a la vida quedo apresado en un círculo vicioso, ¿cómo
puedo aprender a no aferrarme? ¿Cómo puedo tratar de soltar si el hecho de
tratar es precisamente no soltar?" Expresado de otra manera: tratar de no
aferrarse es lo mismo que aferrarse, porque su motivación es la misma: mi
urgente deseo de salvarme de una dificultad. No puedo librarme de este deseo,
pues es idéntico al deseo de librarme de él. Este es el problema cotidiano y familiar
de la "doble atadura" psicológica, de crear el problema tratando de
resolverlo, de afligirse porque uno se aflige, y de temer el temor.
La filosofía mahayana propone una drástica pero efectiva respuesta que
constituye el tema de la literatura del género Prajna-paramita, o
"sabiduría para cruzar a la otra orilla", literatura estrechamente
asociada a la obra de Nagarjuna (alrededor del año 200 de nuestra era), que con
Shankara es una de las mentes más grandes de la India. Dicho rudamente: la
respuesta afirma que todo aferrarse, aun al nirvana, es fútil, pues no
hay nada a qué aferrarse. Esta es la célebre Sunyavada de Nagarjuna, su
"Doctrina del Vacío", también llamada Madhyamika o "camino
intermedio" porque refuta todas las proposiciones metafísicas mostrando su
relatividad. Desde el punto de vista de la filosofía académica, el Prajna-paramita
y la doctrina de Nagarjuna son sin duda una forma de nihilismo o de
"relativismo absoluto"; pero Nagarjuna no pensaba así. La dialéctica
con la cual demuele toda concepción de la realidad es un mero artificio para
quebrar el círculo vicioso del aferrarse y el punto terminal de su filosofía no
es la abyecta desesperación del nihilismo sino la gloria (ananda) natural
y espontánea de la liberación.
El Sunyavada deriva su nombre del término sunya, vacío, o sunyata,
vacuidad, que Nagarjuna utilizaba para describir la naturaleza de la
realidad o, más bien, de las concepciones de la realidad que la mente
humana puede formarse.
Las concepciones aquí incluyen no sólo ideas metafísicas sino también
ideales, creencias religiosas, últimas esperanzas y ambiciones de toda clase:
todo lo que la mente del hombre busca y agarra para su seguridad física y
espiritual. El Sunyavada no sólo demuele las creencias que uno adopta conscientemente:
también descubre las ocultas e inconscientes premisas del pensamiento y de la
acción, y las somete al mismo tratamiento hasta que las más hondas
profundidades de la mente quedan reducidas a total silencio. Hasta la misma
idea de sunya debe ser vaciada.
No puede ser llamada "vacía" ni
"no vacía",
ni ambas, ni ninguna;
pero a fin de designarla
se la llama "el Vacío".[35]
Stcherbatsky (1) sin duda tiene razón al pensar que el Sunyavada es
una doctrina de la relatividad. Porque el método de Nagarjuna consiste
simplemente en mostrar que todas las cosas carecen de "naturaleza
propia" (svabhava) o realidad independiente, puesto que sólo
existen en relación a otras cosas. Nada en el universo puede existir por sí
mismo —ninguna cosa, ningún hecho, ningún ser, ningún suceso— y por esta razón
es absurdo separar algo como ideal a alcanzar, pues lo apartado existe sólo en
relación a su opuesto, ya que lo que es se define por lo que no es: el placer
se define por el dolor, la vida por la muerte y el movimiento por el reposo.
Evidentemente el espíritu humano no puede forjarse una idea de lo que significa
"ser" sin el contraste de "no ser", pues las ideas de ser y
de no ser se extraen por abstracción a partir de experiencias tan sencillas
como la de que hay una moneda en la mano derecha y no hay ninguna en la
izquierda.
Desde cierto punto de vista la misma relatividad existe entre nirvana
y samsara, bodhi (despertar) y klesa (contaminación). Es
decir, la búsqueda del nirvana implica la existencia y el problema del samsara,
y la búsqueda del despertar implica que estamos contaminados por un estado
ilusorio. Para decirlo de otro modo: tan pronto como se convierte al nirvana
en objeto de deseo, se torna elemento de samsara. El verdadero nirvana
no puede ser deseado porque no puede ser concebido. Así el Lankavatara
Sutra dice:
Por otra parte, Mahamati,
¿qué significa "no dualidad"? Significa que luz y sombra, largo y
corto, negro y blanco, son términos relativos, Mahamati, y no independientes
uno de otro; como Nirvana y Samsara, todas las cosas son "no dos". No
hay Nirvana salvo donde hay Samsara; no hay Samsara salvo donde hay Nirvana,
pues la condición de la existencia no es de carácter mutuamente excluyente. Por
tanto se dice que todas las cosas son no duales, como lo son Nirvana y Samsara.
(II. 28)[36]
Pero la ecuación "Nirvana es samsara" es
verdadera también en otro sentido, pues lo que nos parece ser samsara es
realmente nirvana, y lo que nos parece ser el mundo de la forma (rupa)
es realmente el vacío (sunya). De aquí el famoso dicho:
La forma no es diferente de
la vacuidad; la vacuidad no es diferente de la forma. La forma es precisamente
la vacuidad; la vacuidad es precisamente la forma.[37]
Pero, repitámoslo, esto no significa que el despertar será causa de
que el mundo de la forma desaparezca sin dejar huella, pues nirvana no
debe ser buscado como "la futura aniquilación de los sentidos y de sus
campos". La sutra dice que la forma está vacía justamente tal como
es, en toda su arisca peculiaridad.
Aquella ecuación no tiene por finalidad enunciar una proposición
metafísica sino contribuir al proceso del despertar. Porque el despertar no
ocurrirá mientras uno esté tratando de escapar del mundo cotidiano de la forma,
o quiera cambiarlo, o desee escapar de la particular experiencia que estamos
viviendo en este momento. Cada uno de estos
intentos es una manifestación del acto de aferrarse. Ni siquiera el aferrarse
mismo debe ser cambiado por la fuerza, pues.
bodhi [el
despertar] es los cinco sentidos, y los cinco sentidos son bodhi... Si
alguien considera que bodhi es algo que debe ser alcanzado, algo que
debe ser cultivado mediante una disciplina, tal es culpable de orgullo del yo.[38]
Algunos de estos pasajes quizá den la impresión de que el Bodhisattva
puede ser un individuo mundano y bonachón que —puesto que después de todo samsara
es nirvana— puede seguir viviendo como se le da la gana. Puede estar
totalmente engañado, pero como hasta el engaño es bodhi no tendría
sentido tratar de modificarlo. Hay a menudo una falaz semejanza entre los
extremos opuestos. Los orates con frecuencia se parecen a los santos, y la
modestia sin afectación del sabio a menudo hace que parezca ser una persona muy
corriente. Pero no hay modo fácil de decir dónde reside la diferencia, de decir
que es lo que el individuo ordinario y mundano hace o no hace que lo diferencie
de un Bodhisattva, o viceversa. Todo el misterio del Zen reside en este
problema y deberemos volver sobre él a su debido tiempo. Baste decir por ahora
que la llamada "persona corriente" es natural sólo en apariencia, o
acaso que su real naturalidad le resulta innatural. En la práctica es
sencillamente imposible decidirse, intencionalmente, a dejar de buscar el nirvana
y llevar una vida ordinaria, porque tan pronto como nuestra vida "ordinaria"
es intencional deja de ser natural.
Por esta razón los textos mahayanas que hacen hincapié en el hecho de
que nirvana y bodhi son inalcanzables no deben aceptarse
teóricamente, como una mera opinión filosófica. Hay que saber por experiencia
propia que no hay nada a qué aferrarse.
Entonces a algunos de los
Dioses reunidos en esa asamblea se les ocurrió esta idea: ¿Qué dicen y murmuran
las hadas que nosotros entendemos aunque lo musitan? ¿Qué nos ha dicho Subhuti
que no entendemos?
Subhuti leyó sus pensamientos
y dijo: No hay nada que entender, no hay nada que entender. Porque no se ha
indicado nada en particular; no se ha explicado nada en particular... Nadie
captará esta perfección de sabiduría que aquí se ha explicado. Porque no se ha
indicado, encendido o comunicado ningún Dharma (doctrina). De modo que no habrá
nadie que pueda captarla.[39]
Llega el momento, pues, en que se comprende claramente que todos
nuestros actos intencionales —deseos, ideales, estratagemas— son vanos. En todo
el universo, por dentro y por fuera, no hay nada a que podamos aferramos ni
nadie que pueda aferrarse a nada. Esto ha sido descubierto por la clara
conciencia de todo lo que parecía ofrecer una solución o constituir una
realidad estable, mediante la sabiduría intuitiva llamada prajna, que
percibe íntimamente el carácter relacional de todas las cosas. El "ojo de prajna"
ve la situación humana tal como es: un apagar la sed con agua salada, un
agarrar objetos que el rápido correr del tiempo torna tan insubstanciales como
la niebla. Hasta aquel que persigue, que ve, sabe y desea, el sujeto íntimo,
existe sólo en relación con los efímeros objetos de su búsqueda. Percibe que la
mano con que apresa el mundo es un nudo corredizo en torno de su propio cuello,
y que apresa y mata la propia vida que tanto desea alcanzar. Y no hay salida,
no hay modo de soltarse, que uno pueda adoptar mediante un esfuerzo, por una
decisión de la voluntad. . . Pero ¿quién es el que quiere salir?
Hay un momento en el que esta conciencia de la ineludible trampa en la
que somos al mismo tiempo el trampero y el atrapado llega a su límite. Casi
podría decirse que "madura" y que de repente ocurre lo que el Lankavatara
Sutra llama "un giro en el más profundo asiento de la
conciencia". En este
momento desaparece toda
sensación de opresión y el capullo que el gusano había tejido en
torno suyo se abre para dejarlo salir alado romo una mariposa. Esa peculiar
ansiedad, que Kierkegaard ha visto muy bien como característica radical del
alma del hombre común, ya no existe. Ya no hacen falta planes, ideales,
ambiciones y autoapaciguamientos porque ahora es posible vivir espontáneamente
sin tratar de ser espontáneo. En realidad no hay alternativa, porque ahora se
advierte que nunca hubo ningún yo que pudiera controlar al yo.
Reducido a sus términos esenciales, tal es el proceso interno que el
Sunyavada trata de poner en movimiento con su filosofía de la negación total.
Así la mayor parte de la obra de Nagarjuna consistió en una refutación lógica y
sistemática de toda posición filosófica de la India de su tiempo.[40]
Admitiendo que su objeto es una experiencia interna, los estudiosos
occidentales siempre han tenido dificultad en comprender cómo un punto de vista
tan puramente negativo podría tener consecuencias creadoras. Hay que repetir,
por tanto, que las negaciones se aplican a nuestras ideas acerca de la
realidad, no a la realidad misma. El contenido positivo y creador del Sunyavada
no está en la filosofía misma sino en la nueva visión de la realidad que se
revela cuando ha cumplido su tarea, y Nagarjuna no echa a perder esta visión
tratando de describirla.
Con todo, el Mahayana tiene otro término para designar la realidad,
que es quizá mejor que sunya, el vacío. Tal es la palabra tathata, que
podemos traducir como "ser tal", "ser así" o "ser
eso". La palabra sánscrita tat (de donde viene la voz inglesa that,
"eso") probablemente se basa en los primeros esfuerzos del niño
que comienza a hablar y señala algo diciendo "Ta" o
"Da". (Lo que induce a los padres de habla inglesa a creer que el niño los
llama por su nombre: "Dada" o "Daddy".) Pero acaso el niño
sólo expresa su reconocimiento de la existencia del mundo y dice:
"¡Eso!" Cuando no decimos más que "Eso" o "Así" señalamos
el reino de la experiencia no verbal, a la realidad tal como la percibimos
directamente, porque tratamos de indicar lo que vemos o sentimos más bien
que lo que pensamos o decimos. Tathata por tanto indica el mundo tal
como es, sin cubiertas ni divisiones de símbolos y definiciones del
pensamiento. Apunta a lo concreto y real, a diferencia de lo abstracto y
conceptual. Un Buddha es un Tathagata, uno que "anda así" porque ha
despertado a este mundo primario y no conceptual que no puede expresarse en
palabras y no lo confunde con ideas como las de ser o no ser, bueno o malo,
pasado o futuro, aquí o allí, móvil o quieto, permanente o no permanente. Como
dice el Bodhisattva Manjusri hablando del Tathagata en el Saptasatika:
Ser tal (tathata) ni
deviene ni deja de devenir; así veo al Tathagata. Ser tal no se encuentra en
ningún punto o lugar; así veo al Tathagata. Ser tal no es ni pasado, ni
presente, ni futuro; así veo al Tathagata. Ser tal no surge de lo dual ni de lo
no dual; así veo al Tathagata. Ser tal no es ni impuro ni puro; así veo al
Tathagata. Ser tal ni nace ni fenece; así veo al Tathagata. (195) [41]
Como Tathagata es el verdadero estado de un Buddha y de todos los
seres en general, también se dice que es nuestra verdadera y original
naturaleza, y, por tanto, nuestra "naturaleza búdica". Una de las
doctrinas cardinales del Mahayana sostiene que todos los seres están dotados de
naturaleza búdica, y que por ende tienen la posibilidad de convertirse en
Buddhas. Debido a que la naturaleza búdica es idéntica a tathata, el
término Buddha se emplea a menudo para designar la realidad misma y no sólo la
del hombre que ha despertado. Así ocurre que en el Mahayana a menudo se
considera que un Buddha es una personificación de la realidad, y constituye la
base de esos cultos populares en los cuales los Buddhas parecen ser
personificados como dioses. Digo "parecen ser" porque ni siquiera el
Budismo mahayana tiene un equivalente real del teísmo judeo-cristiano, con su
estricta identificación de Dios con el principio moral. Además, los diversos
Buddhas que son venerados de ese modo —Amitabha, Vairocana, Amitayus,
Ratnasambhava, y otros— son siempre personificaciones de nuestra verdadera
naturaleza.
En esto reside también la base del Budismo de la fe, de la escuela
Sukhavati o de la Tierra Pura, que sostiene que todos los esfuerzos por llegar
a ser Buddha no son más que el falso orgullo del ego. Sólo hace falta repetir
la fórmula namo-amitabhaya (que literalmente significa "el Nombre
de Amitabha" o "Salud, Amitabha") confiando en que ello sólo
basta para producir nuestro renacimiento en la Tierra Pura presidida por
Amitabha. En esta Tierra Pura desaparecen todos los obstáculos que impiden
convertirse en Buddha en este mundo, de modo que renacer en la Tierra Pura
virtualmente equivale a convertirse en Buddha. Se considera que la repetición
del nombre es eficaz porque en tiempos pretéritos Amitabha hizo voto de no
entrar en el conocimiento búdico supremo a menos de que se asegurase el
renacimiento en la Tierra Pura a todos los seres que invocaran su nombre. Como
luego ingresó en el estado del conocimiento supremo, su voto sin duda se ha
cumplido.
Hasta Nagarjuna sentía simpatía por esta doctrina, porque
evidentemente es una manera popular y más gráfica de decir que puesto que
nuestra propia naturaleza es ya la naturaleza búdica, no tenemos nada que hacer
para convertirla en ella. Por el contrario, tratar de convertirse en Buddha es
negar que uno ya lo es, y únicamente sobre esta base podemos alcanzar el
conocimiento búdico. En una palabra, para convertirse en Buddha sólo es
necesario tener fe en que uno ya es Buddha. Shinran, el gran exponente japonés
de la Tierra Pura, llegó al punto de decir que lo único necesario era repetir
el Nombre, porque consideraba que el intento de hacer un acto de fe era
demasiado superficial, y llevaba a que uno dudase de su propia fe.
El Budismo de la Tierra Pura es evidentemente un fruto de la doctrina
bodhisattva, según la cual la tarea propia del hombre liberado es liberar a
todos los demás seres mediante upaya o los "medios hábiles".
Mediante prajna o la sabiduría intuitiva percibe el interior de la
naturaleza de la realidad, lo cual a su vez despierta karuna o compasión
por todos los que aún están encadenados por la ignorancia. En su nivel más
profundo karuna significa algo más que la compasión por la ignorancia de
los demás. Porque según hemos visto el Bodhisattva retornó al mundo del samsara
debido al principio de que samsara en realidad es nirvana, y
que "el vacío es precisamente la forma". Si prajna consiste en
ver que "la forma es vacío", karuna consiste en ver que
"el vacío es forma". Por tanto es una "afirmación" del
mundo cotidiano en su natural "ser tal", y esto constituye uno de los
rasgos del Mahayana más fuertemente acentuados por el Zen. En realidad reduce al
absurdo la idea de que el Budismo es siempre una filosofía de renunciamiento al
mundo, donde la peculiaridad de las formas carece de importancia. Debido a karuna
el Budismo mahayana se convirtió en la principal inspiración del arte chino
durante las dinastías Sung y Yuan, arte que acentuaba las formas naturales más
bien que los símbolos religiosos. En efecto, mediante karuna se ve que
la disolución de las formas en el vacío no se diferencia de las características
particulares de las formas mismas. Sólo convencionalmente puede separarse la
vida y la muerte de las cosas; en realidad lo moribundo es lo viviente.
La base de la doctrina dharmadhatu ("reino de Dharma"), que
encontramos en el enorme Avatamsaka Sutra, es la percepción de que cada
forma singular, tal como es, es el vacío, y que, además, la peculiaridad de
cada forma surge del hecho de que existe en relación con todas las demás
formas. Aquella voluminosa obra es probablemente la culminación final del
Mahayana indio, y una de sus imágenes centrales es una vasta red de piedras
preciosas o cristales, como la telaraña al amanecer, donde cada perla refleja a
todas las demás. Esta red de pedrería es el Dharmadhatu, el universo, el reino
de innumerables dharmas o "cosas-sucesos".
Los comentaristas chinos desarrollaron una cuádruple clasificación del
Dharmadhatu que cobró gran importancia para el Zen en los últimos años de la
dinastía T'ang. Esa clasificación de los "Cuatro reinos de Dharma" b
era así:
1. Shih,c las
''cosas-sucesos" únicas, individuales, de que está compuesto el universo.
2. Li,d el
"principio" o realidad última en la que se basa la multiplicidad de
las cosas.
3. Li shi wu ai,e
"no hay obstrucción entre el principio y la cosa", es decir, que
no hay incompatibilidad entre nirvana y samsara, el vacío y la
forma. Alcanzar uno no implica aniquilar el otro.
4. Shih shih wu ai,f
"entre cosa y cosa no hay obstrucción", es decir, que cada
"cosa-suceso" implica todas las demás, y que la intuición más alta
consiste simplemente en percibirlas en su natural "ser tales". En este
nivel se ve a cada "cosa-suceso" como determinada y engendrada por sí
misma, es decir, como espontánea, porque ser muy naturalmente lo que es, ser tatha
—justamente "así"—es estar libre y sin obstrucción.
La doctrina dharmadhatu dice aproximadamente que la adecuada armonía
del universo se realiza cuando a cada "cosa-suceso" se le permite ser
libre y espontáneamente lo que ella misma es, sin interferencias. Más
subjetivamente podría expresarse así: "Dejad que cada cosa tenga la
libertad de ser tal como es. No os separéis del mundo tratando de ordenarlo a
vuestro alrededor." Cabe hacer una distinción sutil entre ese tipo de
libertad y el mero laissez faire, que corresponde, por ejemplo, a la
manera como movemos nuestros brazos y piernas. Cada uno se mueve por sí mismo,
desde dentro. Para caminar no tenemos que levantarnos los pies con las manos.
Por tanto el cuerpo individual es un sistema de shih shih wu ai, y cada
Buddha se da cuenta de que todo el universo es su cuerpo, una armonía
maravillosamente organizada desde dentro de sí misma más bien que por
intervención externa.
La filosofía mahayana considera que el cuerpo del Buddha es triple, y
le da el nombre de Trikaya o ''Triple Cuerpo". Su cuerpo,
considerado como multitud de "cosas-sucesos" o como sus particulares
formas humanas, recibe el nombre de Nirmanakaya o "Cuerpo de
Transformación". Las formas humanas individuales son las de los Buddhas
históricos o prehistóricos, como Gautama, Kasyapa o Kanakamuni, y como éstos
aparecen "encarnados", el Nirmanakaya incluye, en principio,
todo el universo de la forma. Luego viene el Sambhogakaya, o
"Cuerpo de Goce". Esta es la esfera de prajna, la sabiduría, y
karuna, la compasión. La primera mira hacia el reino del vacío, que está
arriba, la última hacia el reino de la forma, que está abajo. A Sambhogakaya
también se lo podría llamar el "Cuerpo de la Realización" puesto
que en este "cuerpo" el Buddha se da cuenta de que él es un Buddha.
Finalmente está el Dharmakaya, el "Cuerpo Dharma", que es el
vacío, el sunya mismo.
Nagarjuna no explica cómo es que el vacío aparece como forma —el Dharmakaya
como Nirmanakaya—, acaso porque se da cuenta de que ello sería
totalmente ininteligible a quienes no hubieran experimentado por sí el
despertar. El Buddha mismo había comparado esas inquisiciones a la locura del
hombre asaeteado que no quería que le sacaran la flecha del cuerpo hasta que le
hubieran contado todos los detalles de la fisonomía, familia y motivos de su
agresor. Sin embargo, los hermanos Asanga y Vasubandhu (c. 280-360), sucesores
de Nagarjuna, que desarrollaron la forma de filosofía mahayana que generalmente
se conoce con el nombre de Yogacara, hicieron algunos ensayos donde discutieron
el problema.
Según el Yogacara el inundo de la forma es cittamatra —"sólo
mente"—, es decir, "representación solamente". Esta concepción
parece tener un parecido muy estrecho con las filosofías occidentales del
idealismo subjetivo, que consideran el mundo externo y material como una
proyección de la mente. Sin embargo, entre ambos puntos de vista hay algunas
diferencias. Aquí, como de costumbre, el Mahayana no es tanto una construcción
teórica y especulativa cuanto una explicación de la experiencia interna y un
medio para despertar esa experiencia en los demás. Por otra parte, la palabra citta
no equivale precisamente a nuestro término "mente". El
pensamiento tiende a definir la mente por oposición a la materia y a considerar
que la materia no es la "medida" sino más bien la substancia sólida
medida. Para Occidente la medida misma, la abstracción, es afín a la naturaleza
de la mente porque tenemos tendencia a pensar que la mente y el espíritu son
algo más abstracto que concreto.
En cambio en la filosofía budista citta no se enfrenta a una
concepción de la substancia sólida. El mundo nunca ha sido considerado como una
substancia primaria que por obra de la mente o espíritu cobra diversas formas.
Semejante imagen no pertenece a la historia del pensamiento budista y por esta
razón nunca se ha planteado el problema de cómo la mente impalpable puede
influir sobre la materia sólida. Cada vez que hablamos del mundo material,
físico o substancial, el Budismo emplea, en cambio, el término rupa, que
equivale a nuestro concepto de "forma" más bien que al de
"materia". Por tanto, para el Budismo no hay ninguna "substancia
material" por debajo de rupa, a menos que sea citta.
La dificultad de establecer ecuaciones y comparaciones entre las ideas
orientales y las occidentales estriba en que los dos mundos no parten de los
mismos supuestos y premisas. No tienen las mismas categorías básicas de
experiencia. Por consiguiente, si el mundo nunca ha sido dividido en
espíritu y materia, sino más bien en espíritu y forma, la palabra
"espíritu" no puede significar exactamente la misma cosa en ambos
casos. La palabra "hombre", por ejemplo, no tiene en contraste con
"mujer" exactamente el mismo significado que en contraste con
"animal".
Una manera simplificada y algo tosca de expresar la diferencia sería
decir que los idealistas occidentales comenzaron a filosofar partiendo de un
mundo compuesto de mente (o espíritu), forma y materia, mientras que los
budistas comenzaron a filosofar a partir de un mundo de mente y forma.
Por consiguiente el Yogacara no discute la relación de la formas de la
materia con respecto a la mente; discute la relación de las formas con respecto
a la mente, y concluye que son formas de la mente. En consecuencia, el
término "mente" (citta) pierde sentido lógico; pero como lo
que al Budismo más le interesa es el reino de la experiencia, y este reino no
es lógico y carece de significado, en el sentido de que no significa ni
simboliza nada distinto de sí mismo, no hay ninguna objeción contra términos
"sin sentido".
Desde el punto de vista lógico la proposición "Todo es
mente" no dice más que la que afirma que todo es todo. Porque si no hay
nada que no sea mente, esta palabra no pertenece a ninguna clase y carece de
límites, es decir, no se la puede definir. Con el mismo derecho podríamos decir
¡Bah!, y esto es casi exactamente lo que hace el Budismo al utilizar la palabra
sin sentido tathata. La función de estos términos sin sentido es llamar
la atención sobre el hecho de que la lógica y el sentido, con su inherente
dualidad, son propiedades del pensamiento y del lenguaje pero no del mundo
real. El mundo concreto, no verbal, no contiene clases ni símbolos que
signifiquen o quieran decir otra cosa que
sí mismos. En consecuencia no contienen ninguna dualidad, porque la dualidad
surge solamente cuando clasificamos, cuando distribuimos nuestras experiencias
en cajas mentales, pues toda caja tiene un interior y un exterior.
Las cajas mentales se forman en nuestras mentes probablemente mucho
antes que el pensamiento y el lenguaje formales les proporcionen rótulos para
identificarlas. Comenzamos a clasificar tan pronto como notamos diferencias,
regularidades o irregularidades, tan pronto como hacemos asociaciones de
cualquier clase. Pero —si la palabra "mental" tiene algún sentido—
este acto clasificatorio es por cierto mental, pues notar diferencias y
asociarlas entre sí es algo mas que responder a contactos sensibles. Sin
embargo, si las clases son producto de la mente, de la observación, asociación,
pensamiento y lenguaje, el mundo considerado simplemente como todas las
clases de objetos es un producto de la mente.
Tal es, a mi entender, lo que el Yogacara quiere decir cuando afirma
que el mundo es tan sólo mente (cittamatram lokam). Significa que lo
externo y lo interno, el antes y el después, lo pesado y lo liviano, lo
placentero y lo doloroso, lo que se mueve y lo que está quieto, son todas ideas
o clasificaciones mentales. Así, el mundo que conocemos, entendido como el
mundo clasificado, es un producto de la mente; del mismo modo que el sonido
"agua" no es realmente agua, y el mundo clasificado no es el mundo real.
Ahora puede comprenderse que el problema acerca de "qué" es
la mente es el mismo que el problema de "qué" es el mundo real. Es un
problema sin respuesta, porque cada "qué" es una clase y no podemos
clasificar al clasificador. Entonces ¿no es absurdo hablar de la mente, de citta,
si no hay modo de decir qué es? Por el contrario, el matemático Kurt Gödel
nos ha dado una rigurosa prueba del hecho de que todo sistema lógico debe
contener una premisa que no puede ser definida sin caer en contradicción[42].
El Yogacara toma a citta como su premisa y no la define, pues citta aquí
equivale a sunya y a tathata. Porque la mente
está más allá de todas las
concepciones filosóficas, está aparte de toda discriminación, no puede ser
alcanzada ni ha nacido jamás, por todo ello digo que no hay otra cosa que
Mente. No es ni algo existente ni algo inexistente; en realidad está más allá
tanto de la existencia como de la inexistencia... De la Mente surgen
innumerables cosas, condicionadas por la discriminación (es decir, por la
clasificación) y la energía-hábito, y a estas cosas la gente las acepta como
mundo externo... Lo que parece ser externo no existe en la realidad; lo que en
verdad se ve es la Mente como multiplicidad; el cuerpo, la propiedad y la
morada, todos ellos, digo, no son más que Mente.[43]
Dentro de este indefinido continuo de citta el Yogacara
describe ocho clases de vijnana o "conciencia discriminadora".
Hay una conciencia apropiada a cada uno de los cinco sentidos, y está la sexta
conciencia-sentido (mano-vijnana) unificando los otros cinco, de modo
que lo tocado u oído pueda ser relacionado con lo visto; está manas, centro
de la actividad discriminatoria y clasificatoria del espíritu, y finalmente
está la "conciencia depósito" (alaya-vijnana), la mente
supraindividual que contiene los gérmenes de todas las formas posibles.
La "conciencia depósito" equivale casi a la citta misma,
y es supraindividual porque antecede a toda diferenciación. No hay que
concebirla como una especie de gas que penetra a todos los seres, porque el
espacio y la extensión aquí también sólo existen en potencia. En otras
palabras, la "conciencia depósito" es aquella de donde el mundo
formal surge en forma
espontánea o lúdica (vikridita). El Mahayana no comete el error de
querer explicar la producción del mundo a partir de la mente a través de una
serie de causas necesarias. Todo lo que está unido por la necesidad causal pertenece
al mundo de maya, y no está más allá de él. Para decirlo
figurativamente: la ilusión cósmica procede del Gran Vacío sin razón ni
finalidad alguna, y sólo porque no hay necesidad de que así ocurra. Pues la
"actividad" del Vacío es lúdica (vikridita) porque no es
acción (karma) motivada.
Así, tal como el Yogacara lo describe, la producción del mundo formal
surge espontáneamente de la "conciencia depósito", asciende a las manas,
donde ocurren las diferenciaciones primordiales, de allí pasa a las seis
conciencias-sentidos, que a su vez producen los órganos sensoriales o
"puertas" (ayatana) a través de las cuales proyecta finalmente
el mundo externo clasificado.
El yoga budista consiste, por tanto, en invertir el proceso, en
aquietar la actividad discriminadora de la mente, y en dejar que las categorías
de maya vuelvan a estar en potencia de modo que el mundo pueda ser visto
en su "ser tal" no clasificado. Aquí despierta karuna y el
Bodhisattva deja que la proyección resurja, habiéndose identificado
conscientemente con el carácter lúdico y ateleológico del Vacío.
IV
ORIGEN Y DESARROLLO DEL ZEN
Las cualidades que distinguen el Zen o Ch'an con respecto a otros
tipos de Budismo son bastante difíciles de precisar cuando llega el momento de
expresarlas con palabras; pero el Zen, tiene un "aroma" bien definido
e inconfundible. Aunque el nombre Zen significa dhyana o meditación,
otras escuelas budistas dan tanta importancia a la meditación como el Budismo,
o aun más. Y por otra parte a veces parecería que para el Zen no fuera
necesaria la práctica de la meditación formal. Tampoco es peculiar del Zen el
hecho de "no tener nada que decir", el hacer hincapié en que la
verdad no puede expresarse en palabras, porque eso mismo es lo que enseña el
Madhyamika y también Lao-tzu.
Quienes saben no
hablan;
quienes hablan no
saben. (56)
Quizá el especial aroma del Zen consiste en tener algo de
peculiarmente directo. En otras escuelas de Budismo el despertar o bodhi parece
remoto y casi sobrehumano, algo que puede alcanzarse sólo tras muchas vidas de
pacientes esfuerzos. En cambio en el Zen existe siempre la sensación de que el
despertar es algo muy natural, algo sorprendentemente obvio, que puede ocurrir
en cualquier momento. Si implica alguna dificultad, es que resulta demasiado
simple. El Zen es también directo en su manera de enseñar, porque apunta
directa y abiertamente a la verdad sin perder el tiempo en símbolos.
El acto de apuntar directamente (chih-chih) consiste en
demostrar abiertamente lo que es el Zen mediante actos o palabras no simbólicos
que a menudo al no iniciado le parecen referirse a los temas seculares más
comunes, o completamente absurdos. En respuesta a una pregunta acerca del
Budismo, el maestro hace una observación casual acerca del tiempo o realiza
algún acto sencillo que no parece tener nada que ver con asuntos filosóficos o
espirituales. Pero es difícil hallar muchos ejemplos de este método antes de
llegar a mediados de la dinastía T'ang, cuando el Zen ya estaba bien
establecido, si bien está muy de acuerdo con lo que subrayaban los primeros
maestros acerca del súbito despertar en medio de los asuntos cotidianos.
Nadie ha podido encontrar ningún rastro de una escuela específicamente
dhyana en el Budismo indio, pero como carecemos de documentación histórica,
este hecho no prueba que no haya existido. Si la nota característica del Zen es
el súbito o instantáneo despertar (tun wu b) sin pasar
por etapas preparatorias, hay sin duda muestras de su existencia en la India.
El Lankavatara Sutra afirma que hay maneras graduales y maneras
repentinas (yugapat) de despertar; las primeras por la purificación de
las efusiones o proyecciones (ashrava) mancilladas de la mente; las
segundas por paravritti: un instantáneo "giro" dentro de las
profundidades de la conciencia, que desecha las concepciones dualistas. Se lo
compara a un espejo que refleja de inmediato cualquier forma o imagen que
aparezca ante él.[44]
Hay también una clara relación entre la idea del despertar inmediato y la
enseñanza del Vajracchedika, o "Sutra Cortador de Diamantes",
acerca del hecho de que alcanzar el despertar no es alcanzar nada. En otras
palabras, si nirvana ya está realmente aquí y ahora, de modo que
buscarlo es perderlo, no será adecuado tomar conciencia de él mediante una
serie de pasos sucesivos.
Aunque sus orígenes son probablemente posteriores a los del Zen en
China, hay también una tradición de esta especie en el Budismo tántrico, y nada
indica que haya habido una influencia inversa proveniente del Zen chino. En una
obra tántrica del siglo X debida a Saraha se encuentran textos paralelos a los
dichos del Zen:
Si ella [la
Verdad] ya se ha manifestado, ¿para qué sirve la meditación?
Y si está oculta,
estamos midiendo las tinieblas. (20)
Mantras y tantras,
meditación y concentración,
son todas causa de
autoengaño.
No mancilles en la
contemplación el pensamiento que es puro por su propia naturaleza,
sino quédate en la
gloria de ti mismo y deja de atormentarte. (23)
Todo lo que ves es
ello,
delante, detrás y en
las diez direcciones.
Aún hoy deja que tu
maestro ponga fin a la ilusión. (28)
La naturaleza del
cielo originalmente es clara,
También el Budismo tibetano comprende una tradición del Sendero Breve,
al que se considera como un ascenso rápido y pronunciado al nirvana para
quienes poseen el coraje necesario, aunque en los "seis preceptos" de
Tilopa se encuentra una doctrina que recuerda al Zen por la importancia que
concede a lo natural e inmediato:
Nada de pensamiento, nada de reflexión, nada de
análisis,
nada de cultivarse, nada de intención:
deja que se resuelva solo.[46]
La inmediata liberación sin ningún plan o intención especial aparece
también en la idea tántrica de sahaja, el estado "natural" o
"cómodo" del sabio liberado.
No es este el lugar adecuado para discutir la verdadera significación
del súbito despertar y de la naturalidad, pero los ejemplos que hemos señalado
muestran que la tradición de un sendero directo existía también fuera de China
y sugiere como fuente original el Budismo indio. Una razón evidente de la falta
de documentación sería el hecho de que un principio de esta clase se expone
fácilmente a ser mal interpretado y podría haber sido guardado como
"doctrina secreta" y discutido abiertamente en épocas posteriores. En
realidad, la tradición zen sostiene que el súbito despertar no es comunicado
por las sutras sino que ha sido transmitido directamente de maestro a
discípulo. Esto no implica nada tan "esotérico" como una experiencia
comunicada por telepatía, sino algo mucho menos sensacional. Así, cuando los
pandits hindúes subrayan que la sabiduría no se obtiene de las escrituras sino
sólo del maestro o guru, quieren decir que los textos como el Yogasutra
contienen sólo los subtítulos de la doctrina, y que la explicación completa
requiere alguien que la haya aprendido por tradición oral. A esto habría que
añadir que como la tradición es primordialmente una experiencia, las palabras
no pueden comunicarla, como no pueden comunicar ninguna otra experiencia.
Sin embargo, no es necesario suponer que alguna vez existió en la
India una cierta Escuela dhyana. La creación del Zen puede explicarse
suficientemente por el contacto de taoístas y confucianistas con los principios
fundamentales del Budismo mahayana. Así es que casi tan pronto como las grandes
sutras mahayanas pudieron leerse en la China, puede advertirse la
aparición de tendencias muy próximas al Zen. Esto ocurrió gracias a la obra del
gran monje y erudito indio Kumarajiva, que tradujo las sutras en
Ku-tsang y Ch'ang-an entre los años 384 y 413, cuando uno de sus más destacados
discípulos era el joven monje Seng-chao (384-414), que había comenzado como
copista de los textos confucianos y taoístas.
Seng-chao se había convertido al Budismo después de leer el Vimalakirti
Sutra, texto que ha ejercido considerable influencia sobre el Zen. Aunque
Seng-chao se hizo monje, este sutra es la historia de un seglar,
Vimalakirti, que superó a todos los discípulos del Buddha por la hondura de su
entendimiento. Fue más lejos que todos los demás discípulos y Bodhisattvas al
contestar una pregunta acerca de la naturaleza de la realidad no dual con un
"tronante silencio", ejemplo que frecuentemente siguieron los
maestros zen. Vimalakirti "en su silencio de trueno" es también un
tema favorito de los pintores zen. Pero la importancia principal de este sutra
para la China y para el Zen fue el punto que afirmaba que el perfecto
despertar era compatible con los asuntos de la vida cotidiana, y que, en
realidad, la culminación consistía en "entrar en el despertar sin
exterminar las impurezas" [klesa].
También había aquí algo atractivo para la mentalidad confuciana y
taoísta. El acento que ponía el Confucianismo sobre la importancia de la vida
familiar no simpatizaba fácilmente con un Budismo de tipo rigurosamente
monástico. Aunque los maestros budistas chinos eran generalmente monjes, tenían
gran número de estudiantes avanzados seglares, y el Zen en particular siempre
ha dado gran importancia a la expresión del Budismo en términos formalmente
seglares: en artes de todo tipo, en trabajos manuales, y en la apreciación del
universo natural. Tanto los confucianos como los
taoístas estarían muy de acuerdo con la idea de un despertar que no implicara
el exterminio de las pasiones humanas, expresión que también puede utilizarse
para traducir el término klesa. Ya hemos observado que estas dos
filosofías profesaban una peculiar confianza en la naturaleza humana. Sin
embargo, no exterminar las pasiones no significa permitirles florecer
indómitas. Significa abandonarlas más bien que luchar contra ellas, sin
reprimirlas ni complacerse en ellas. El taoísta no es nunca violento, pues
alcanza sus fines por medio de la no interferencia (wu-wei), que es una
especie de judo psicológico.
Los escritos de Seng-chao, así como su comentario al Vimalakirti
Sutra, están llenos de citas y frases taoístas, pues parece que seguía el
ejemplo de monjes menos importantes aunque más antiguos, como Hui-yüan
(334-416) y Tao-an (312-385) al utilizar la "extensión de la idea" (ko-i c) para explicar el
Budismo mediante paralelos taoístas. Este hecho sugeriría la equivalencia de
ambas tradiciones hasta tal punto que a fines del siglo V Liu Ch'iu podía
decir:
Desde las montañas K'un-lun
hacia el Este se utiliza el término (taoísta) "Gran Unidad". Desde
Cachemira hacia el Oeste se utiliza el término (budista) sambodhi. Ya
anhelemos el "no-ser" (wu) o cultivemos la
"vaciedad" (sunyata), el
principio implícito es el mismo.[47]
Dos de las doctrinas de Seng-chao parecerían haber tenido cierta
importancia para el desarrollo posterior del Zen: su concepción del tiempo y
del cambio, y su idea de que "prajna no es conocimiento". El
capítulo sobre "La inmutabilidad de las cosas" en su Libro de Chao
es tan original y tan asombrosamente similar a la sección sobre el tiempo
que aparece en el primer tomo de Shobogenzo, obra de Dogen, que el
célebre filósofo zen japonés sin duda debió de haberlo conocido.
Las cosas pasadas están en
el pasado y no van de allí al presente, y las cosas presentes están en el
presente y no van de allí al pasado... Los ríos que compiten entre sí para
inundar la tierra no corren. El "aire errante" que sopla no se mueve.
El sol y la luna que giran en sus órbitas no dan vueltas.[48]
Del mismo modo Dogen señalaba que la leña no se convierte en cenizas y
que la vida no se vuelve muerte, corno el invierno no se torna primavera. Cada
momento del tiempo es algo "quieto y completo en sí".[49]
Seng-chao trató también la aparente paradoja de que prajna es
una especie de ignorancia. Como la realidad última carece de cualidades y no es
una cosa, no puede convertirse en objeto de conocimiento. Por tanto prajna, la
visión directa, conoce la verdad mediante el no saber.
La sabiduría no conoce,
pero ilumina la más profunda hondura. El espíritu no calcula, pero responde a
las necesidades del momento dado. Como no calcula, el espíritu brilla en gloria
solitaria en lo que está más allá del mundo. Porque no sabe, la Sabiduría
ilumina el Misterio (hsüan) más allá de los asuntos humanos. Sin
embargo, aunque la Sabiduría se halla fuera de los asuntos, nunca carece de
ellos. Aunque el Espíritu se halla más allá del mundo, siempre se queda dentro
de él.[50]
Este es uno de los principales eslabones entre el Taoísmo y Zen, pues
el estilo y la terminología del Libro de Chao es completamente taoísta,
aunque el tema es budista. Los dichos de los primeros maestros zen, tales como
Hui-neng, Shen-hui, y Huang-po, abundan en estas mismas ideas: que conocer
verdaderamente es no conocer, que la mente despierta responde de inmediato, sin
calcular, y que no hay incompatibilidad entre el conocimiento búdico y la vida
del mundo cotidiano.
Aun más próximo al punto de vista del Zen estaba Tao-sheng (360-434),
compañero de estudios de Seng-chao, que fue el primer e inequívoco expositor de
la teoría del despertar instantáneo. Si al nirvana no se lo puede hallar
aferrándose, no puede hablarse siquiera de aproximarse a él gradualmente, por
el lento proceso de acumular conocimientos. Hay que tomar conciencia de él
mediante un solo relámpago intuitivo, que se llama tun wu o, en japonés,
satori, que es el término zen corriente para designar el súbito despertar.
Hsieh Ling-yün[51] al
tratar la doctrina de Tao-sheng llega a sugerir que el despertar instantáneo es
más apropiado a la mentalidad china que a la de la India, y habla en favor de
la calificación de Suzuki que dijo que el Zen era una revolución china contra
el Budismo indio. La doctrina de Tao-sheng, por desusada y asombrosa que fuera,
tiene que haber encontrado considerable aceptación. Vuelve a ser mencionada más
de un siglo después en una obra de Hui-yüan (523-592), que asimismo la
relaciona con el maestro Hui-tan, que vivió hasta aproximadamente 627.
La importancia de estos primeros precursores del Zen reside en que dan
una pista de los comienzos históricos del movimiento, si no aceptamos la
historia tradicional de que llegó a la China en 520 con el monje indio
Bodhidharma. Eruditos modernos como Fung Yu-lan y Pelliot han expresado serias
dudas acerca de la verdad de esta tradición. Sugieren que la historia de
Bodhidharma fue una piadosa invención de tiempos más recientes, cuando la
Escuela zen necesitaba autoridad histórica para apoyar su pretensión de ser una
transmisión directa de la experiencia del Buddha mismo, aparte de los sutras.
Bodhidharma aparece como vigesimoctavo en una lista un tanto fantástica de
patriarcas indios que se inicia con Gautama y luego sigue en directa
"sucesión apostólica".[52]
En el estado actual de la investigación es difícil decir si las
concepciones de estos eruditos deben ser tomadas en serio y si son otro ejemplo
de la moda académica que consiste en poner en duda la historicidad de los
fundadores de religiones. La narración tradicional de la Escuela zen acerca de
su propio origen cuenta que Bodhidharrna llegó a Cantón proveniente de la India
alrededor del año 520, y que siguió viaje hasta la corte del Emperador Wu de
Liang, entusiasta patrón del Budismo. Sin embargo, la doctrina de Bodhidharma y
su actitud brusca no agradó al Emperador, de modo que se retiró por varios años
a un monasterio situado en el estado de Wei, donde pasó el tiempo "mirando
la pared" hasta que finalmente encontrón un discípulo adecuado en Hui-k'o,
que luego se convirtió en el Segundo Patriarca del Zen en la China.[53]
Desde luego, la llegada de un gran maestro budista procedente de la
India en este período no tiene nada de improbable. Kumarajiva había llegado
poco antes del año 400, Bodhiruci poco después de 500, y Paramarha estuvo en la
corte de Liang aproximadamente en la misma época que Bodhidharma. ¿Tiene algo
de sorprendente el hecho de que no queden pruebas de su existencia hasta poco
más de cien años después de sus días? En esos tiempos no había diarios ni
"Quién es Quién", y aun en nuestro tiempo, con su excesiva
documentación, hay gente que ha hecho importantes contribuciones al saber y a
la cultura y que puede quedar sin reconocimiento público hasta años después de
su muerte. También en este caso parece que debemos aceptar la historia de
Bodhidharma hasta que haya datos realmente abrumadores en su contra,
reconociendo que las ideas de Seng-chao, Tao-sheng y otros, también podrían
haber sido tributarias a la corriente del Zen.
Una de las razones para sospechar de la historia de Bodhidharma es que
el Zen es tan chino por su estilo que parece improbable que tenga origen indio.
Sin embargo, el muy taoísta Seng-chao fue discípulo de Kumarajiva, como lo fue
Tao-sheng, y los escritos atribuidos a Bodhidharma y a sus sucesores hasta
Hui-neng (638-7I3) muestran la clara transición de una concepción india a una
concepción china de dhyana.[54]
La ausencia de toda huella de una Escuela dhyana en la literatura
budista india, o de Bodhidharma en relación con ella, se debe quizá al hecho de
que nunca hubo una Escuela dhyana o zen ni siquiera en China hasta unos
doscientos años después de la época de Bodhidharma. Por otra parte, habría
habido una práctica casi universal de dhyana —es decir, de ts'o-ch'an
d (en japonés: za-zen) o meditación en posición
sentada— entre los monjes budistas, y los instructores especiales que
supervisaban esta práctica recibían el nombre de maestros en dhyana, cualquiera
fuera su escuela o secta. Había igualmente maestros vinaya, o
instructores de la disciplina monástica, y maestros dharma, o
instructores de doctrina. El Zen se convirtió en una escuela distinta sólo
cuando promulgó una concepción de dhyana muy diferente de la práctica
generalmente aceptada.[55]
La tradición zen representa a Bodhidharma como un sujeto de aspecto
feroz, de barba tupida y ojos penetrantes, muy abiertos, donde había, sin
embargo, el esbozo de un guiño. Una leyenda cuenta que una vez cayó dormido
mientras meditaba, y que se puso tan furioso que se cortó los párpados, los que
al caer al suelo ascendieron dando origen a
la primera planta de té. Desde entonces el té ha proporcionado a los monjes zen
protección contra el sueño, infundiendo tanta claridad y vigor a la mente que
se ha dicho que "El sabor del Zen (ch'an) y el sabor del té (ch'a)
son lo mismo". Otra leyenda dice que Bodhidharma estuvo sentado
meditando tanto tiempo que se le desprendieron las piernas. De aquí nace el
agradable simbolismo de los muñecos japoneses Daruma que representan a
Bodhidharma como un personaje rechoncho con un contrapeso en su interior para
que siempre vuelva a levantarse cuando se lo voltea. Un poema popular japonés
dice del muñeco Daruma:
Jinsei nana korobi
ya oki.
Asi es la vida:
siete veces abajo,
¡ocho veces
arriba
La supuesta entrevista de Bodhidharma con el emperador Wu de Liang lo
presenta con su típica brusquedad y modales directos. El emperador le contó
todo lo que había hecho para promover la práctica del Budismo y le preguntó qué
mérito había ganado con ello, de acuerdo con la concepción popular de que el
Budismo es una gradual acumulación de méritos mediante buenas obras, que llevan
a circunstancias cada vez mejores en vidas futuras, y finalmente al nirvana.
Pero Bodhidharma replicó: "¡Absolutamente ningún mérito!" Esto
socavó la idea que el emperador tenía del Budismo al punto de que preguntó:
"¿Cuál es, entonces, el primer principio de la doctrina sagrada?"
Bodhidharma replicó: "Está todo vacío; no hay nada sagrado." Entonces
preguntó el emperador: "¿Y quién eres tú para estar aquí ante
nosotros?" Bodhidharma replicó: "No sé."[56]
e
Después de esta entrevista, tan poco satisfactoria desde el punto de
vista del emperador, Bodhidharma se retiró a un monasterio en Wei, donde se dice
que pasó nueve años en una caverna,
"mirando la pared" (pi-kuan f). Suzuki
sostiene que esto no debe ser tomado literalmente, y que la expresión se
refiere al estado interior de Bodhidharma, al hecho de excluir de su mente
todos los pensamientos aferradores.[57]
Así permaneció Bodhidharma hasta que se le aproximó el monje Shen-kuang, luego
Hui-k'o (quizá 486-593), que habría de convertirse en el sucesor de Bodhidharma
como Segundo Patriarca.
Hui-k'o pidió a
Bodhidharma una y otra vez que lo instruyera, pero siempre era rechazado. Sin
embargo, continuó sentado meditando fuera de la caverna esperando pacientemente
en la nieve con la esperanza de que Bodhidharma por último cediera.
Desesperado, al final se cortó su brazo izquierdo y se lo presentó a Bodhidharma
como testimonio de su angustiada sinceridad. Entonces Bodhidharma por fin le
preguntó qué quería.
—No tengo paz en mi espíritu [hsin] —dijo Hui-k'o—. Te ruego
que lo pacifiques.
—Trae tu espíritu aquí y ponlo ante mí —replicó Bodhidharma— y te lo
apaciguaré.
—Pero cuando busco
mi espíritu no lo encuentro —dijo Hui-k'o.
—Ahí tienes —replicó en seguida Bodhidharma—. Ya he apaciguado tu
espíritu.[58] g
En ese momento Hui-k'o experimentó su despertar, su tun-wu o satori,
de modo que este diálogo resulta ser el primer ejemplo del característico
método zen de instrucción wen-ta h (en japonés: mondo),
o "de preguntas y respuestas", que a veces se denomina vagamente
"el cuento zen". La mayor parte de la literatura zen consiste en
estas anécdotas, muchas de ellas mucho más enigmáticas que ésta. Su finalidad
es siempre precipitar en la mente del que pregunta cierto tipo de súbita
conciencia, o poner a prueba la hondura de su penetración. Por ello estas
anécdotas no pueden ser explicadas sin
echar a perder su efecto. En algunos aspectos son como los chistes que no
producen el efecto buscado cuando para que produzcan risa hay que explicarlos.
Hay que comprenderlos en seguida o nada.
Además debe comprenderse que el personaje principal de estas anécdotas
rara vez es simbólico, y cuando lo es, casi siempre lo es secundariamente, como
ocurre cuando el diálogo contiene alusiones cuyo sentido resulta evidente para
ambas partes. Pero creo que se equivocan los comentaristas como Gernet (3) que
suponen que lo principal es la comunicación de algún principio budista mediante
un símbolo. El satori que tan frecuentemente sigue a estos diálogos no
es la mera comprensión de una respuesta a una adivinanza. En efecto, todo lo
que el maestro zen dice o hace es una expresión directa y espontánea de
"ser tal", de su naturaleza búdica, y lo que da no es un símbolo sino
la cosa misma. La comunicación zen es siempre "indicación directa",
de acuerdo con el tradicional resumen del Zen en cuatro frases:
Fuera de la enseñanza; aparte de la tradición.
No se funda en palabras ni en letras.
Apunta directamente a la mente humana.
El sucesor de Hui-k'o se dice que fue Seng-ts'an (muerto en 606), y la
historia de su primera entrevista tiene la misma forma que la que tuvo lugar
entre Hui-k'o y Bodhidharma, salvo que mientras Hui-k'o pidió "paz de
espíritu", Seng-ts'an pidió ser "purificado de sus faltas". A él
se le atribuye un célebre poema llamado Hsin-hsin Ming, el "Tratado
de la fe en la mente"[60].
Si Seng-ts'an fue realmente su autor, este poema es la primera expresión clara
y comprehensiva del Zen. Su sabor taoísta se advierte desde sus primeras
líneas:
El Tao perfecto carece de
dificultad,
salvo que evita el elegir y
escoger.
Y también:
Sigue tu naturaleza y
acuerdo con el Tao;
continúa vagando y deja de
preocuparte.
Si tus pensamientos
están ligados arruinas lo genuino...
No te opongas al mundo de
los sentidos,
pues cuando no te opones a
él,
resulta ser igual al
completo Despertar.
La persona sabia no se
esfuerza (wu-wei);
el ignorante se sujeta a sí
mismo...
Si obras con tu mente sobre
tu mente,
El poema no sólo está lleno de términos taoístas como wu-wei y tzu-jan
(espontaneidad), sino que toda su actitud es la de dejar quieta la propia
mente y confiar en que seguirá su propia naturaleza, lo cual contrasta con la
típica actitud india de colocarla bajo rígido control y de excluir la
experiencia de los sentidos.
El Cuarto Patriarca, a partir de Seng-ts'an, se cree que fue Tao-hsin
(579-651). Cuando llegó a Seng-ts'an preguntó:
—¿Cuál es el método de la liberación?
—¿Quién te tiene atado? —replicó Seng-ts'an.
—Nadie me tiene atado.
—Entonces —preguntó Seng-ts'an— ¿por qué buscas liberarte?[62]
k
Y así ocurrió el satori de Tao-hsin. El Ch'uan Teng Lu registra
un maravilloso encuentro de Tao-hsin con el sabio Fa-yung, que vivía en un
solitario templo del Monte Niu-t'ou, y era tan santo que los pájaros solían
traerle ofrendas de flores. Mientras ambos estaban conversando un animal
salvaje pasó rugiendo cerca, y Tao-hsin dio un salto. Fa-yung comentó:
"Veo que aún está contigo." Se refería, desde luego, a la
"pasión" instintiva (klesa) del miedo. Poco después, en un
momento en que no lo observaban, Tao-hsin escribió el símbolo chino que
significa "Buddha" sobre la roca en que Fa-yung acostumbraba
sentarse. Cuando Fa-yung volvió a sentarse vio el Nombre sagrado y titubeó en
sentarse. "Veo —dijo Tao-hsin— que aún está contigo." Ante esta
observación Fa-yung despertó por completo... y los pájaros dejaron de traerle
flores.
El Quinto Patriarca —y aquí comenzamos a entrar en un capítulo más
fidedigno de la historia— fue Hung-jan (601-675). La primera vez que encontró a
Hung-jan el Patriarca preguntó:
—¿Cuál es tu nombre [hsing]?
—Tengo una naturaleza [hsing] —replicó Hung-jan haciendo un
retruécano—, pero no es una naturaleza corriente.
—¿Cuál es esa naturaleza? —preguntó el Patriarca, sin advertir el
juego de palabras.
—Es la naturaleza búdica.
—¿No tienes nombre, entonces?
—Es porque es una naturaleza vacía.[63]
Hung-jan fue aparentemente el primero de los Patriarcas con gran
número de seguidores. Se dice que presidía un grupo de unos quinientos monjes
en el monasterio de la Montaña de la Ciruela Amarilla (Wang-mei Shan), en el
extremo oriental de la moderna Hupeh. Sin embargo, su importancia empalidece un
tanto debido a su sucesor inmediato, Hui-neng (637-713), cuya vida y enseñanzas
marcan el comienzo definitivo de un verdadero Zen chino, del Zen tal como
floreció durante lo que luego se denominó "la época de la actividad
zen", que abarca los últimos dos siglos de la dinastía T'ang, desde cerca
del 700 al 906.
No debemos pasar por alto a los contemporáneos de Hui-neng porque
vivió en una época superlativamente creadora para el Budismo chino en general.
El gran traductor y viajero Hsüan-tsang había regresado de la India en 645, y
exponía las doctrinas vijnaptimatra ("representación
solamente") del Yogacara en Ch'ang-an. Su discípulo anterior Fa-tsang
(643-712) estaba dirigiendo la importante escuela del Hua-yen (en japonés:
Kegon) basada en el Avatamsaka Sutra, que más tarde proporcionó al Zen
una filosofía formal. Tampoco debemos olvidar que no mucho antes de estos dos
hombres, Chih-k'ai (538-597) había escrito su notable tratado sobre el Método
mahayana del cese y de la contemplación[64],
que contiene la enseñanza fundamental de la Escuela T'ien-t'ai, que se parece
al Zen en muchos puntos. Gran parte del tratado de Chih-k'ai prefigura tanto
por su contenido como por su terminología las doctrinas de Hui-neng y también
las de algunos de sus sucesores inmediatos.
Se dice que Hui-neng tuvo su primer despertar cuando, casi niño, oyó
casualmente que alguien leía el Vajracchedika. De inmediato salió en
busca del monasterio de Hung-jan en Wang-mei para que se le confirmara lo que
había entendido y se le diera mayor instrucción. Más adelante nos será útil
recordar que su primer satori le ocurrió espontáneamente, sin el
concurso de un maestro. Su biografía lo representa como un campesino iletrado
proveniente de las vecindades de Cantón. Parece que Hung-jan reconoció de
inmediato la profundidad de su intuición, pero temiendo que sus orígenes
humildes no le permitieran ingresar a una comunidad
de monjes eruditos, el Patriarca lo puso a trabajar en la cocina.
Algún tiempo después el Patriarca anunció que estaba buscando un
sucesor a quien pudiera transmitir su cargo junto con su manto y con la
escudilla de mendigo (que se decía proveniente del Buddha), que eran sus
insignias. Este honor iba a ser conferido a la persona que presentara el mejor
poema donde se debía expresar cómo entendía el Budismo. El principal monje de
la comunidad era un cierto Shen-hsiu, y todos los demás naturalmente supusieron
que el cargo pasaría a sus manos, y por tanto no intentaron competir.
Shen-hsiu, sin embargo, dudaba de su propia interpretación y decidió
presentar el poema anónimamente, y declararse autor sólo si el Patriarca lo
aprobaba. Durante la noche, por tanto, colocó en el corredor, cerca de las
habitaciones del Patriarca, las siguientes líneas:
El cuerpo es el árbol
Bodhi;
la mente, como un
brillante espejo de pie.
Cuida de limpiarlo
siempre,
sin dejar que junte
polvo.l
A la mañana siguiente el Patriarca leyó el poema y ordenó que se
quemara incienso ante él, y dijo que todo el que lo pusiera en práctica podría
realizar su propia naturaleza. Pero cuando Shen-hsiu lo fue a ver privadamente
y le dijo que él era el autor, el Patriarca declaró que su interpretación
distaba mucho de ser perfecta.
Al día siguiente apareció otro poema al lado del primero:
Jamás hubo un árbol
Bodhi,
ni brillante espejo
de pie.
En realidad nada
existe,
¿dónde, pues, se va a
juntar el polvo? m
El Patriarca sabía que sólo Hui-neng podía haber escrito
esto, pero a fin de evitar celos borró el poema con su zapato y llamó a
Hui-neng a su cuarto en privado, de noche. Una vez allí le confirió el
patriarcado, el manto, y la escudilla, y
le pidió que huyera a las montañas hasta que los otros monjes hubieran
apaciguado sus sentimientos heridos y llegara el momento oportuno para comenzar
su enseñanza pública.[65]
Si comparamos ambos poemas notaremos en seguida el sabor peculiar del
Zen en el de Hui-neng. El poema de Shen-hsiu refleja lo que aparentemente era
la concepción popular y general de dhyana en el Budismo chino.
Evidentemente se lo entendía como una disciplina de meditación en posición de
sentado (ts'o-ch'an) en la que la mente era purificada por una intensa
concentración que hacía cesar todos los pensamientos y apegos. Si se toman
literalmente, muchos textos budistas y taoístas confirmarán esta opinión de que
el supremo estado de conciencia es una conciencia vacía de todo contenido, de
toda clase de ideas, sentimientos y aun sensaciones. Hoy en la India esto
constituye una noción muy difundida del samadhi. Y nuestra experiencia
en el Cristianismo puede presentarnos como algo familiar esta interpretación
literal, que a veces predomina aun en altas esferas.
Hui-neng afirmaba que un hombre con la conciencia vacía no se
diferencia de ''un leño o una piedra". Subrayaba que la idea de purificar
la mente era confusa y desacertada porque "nuestra naturaleza es algo
fundamentalmente claro y puro". En otras palabras, no hay semejanza entre
la conciencia o mente y el espejo que puede limpiarse. La verdadera mente es
"no-mente" (wu-hsin) lo cual quiere decir que no debe ser
considerada como un objeto de pensamiento o acción, como si fuera una cosa que
puede agarrarse y controlarse. El intento de actuar sobre la propia mente es un
círculo vicioso. Tratar de purificarla es contaminarse con la pureza.
Evidentemente esto es la filosofía taoísta de la
naturalidad, según la cual una persona no es genuinamente libre, desapegada, o
pura, cuando su estado de ánimo resulta de una disciplina artificial. Es sólo
un imitador de la pureza que finge tener clara conciencia. De aquí el
desagradable fariseísmo de quienes son deliberada y metódicamente religiosos.
Hui-neng enseñaba que en lugar de tratar de purificar o vaciar la
mente simplemente tenemos que soltarla, porque la mente no es algo que pueda
agarrarse. Soltar la mente equivale también a soltar la serie de pensamientos e
impresiones (nien) que entran y salen —por así decir— de la mente, sin
sujetarlos, capturarlos ni meterse con ellos.
Los pensamientos van y
vienen por sí mismos, pues mediante el uso de la sabiduría no hay bloqueo. Tal
es el samadhi de prajna, y la liberación natural. Tal es la
práctica de la "ausencia de pensamiento" [wu-nien]. Pero si no
piensas en nada absolutamente y de inmediato ordenas a tus pensamientos cesar,
esto hay que atarlo con el nudo de un método, y se llama concepción obtusa. (2)
n
De la concepción usual de la meditación, dice:
Concentrarse en la mente y
contemplarla hasta que esté quieta es una enfermedad y no dhyana. Refrenar
el cuerpo permaneciendo sentado por largo tiempo ¿qué beneficio le trae al
Dharma? (8) o
Y por otra parte:
Si empiezas a concentrar la
mente en la quietud, no producirás más que una quietud innatural... ¿Qué
significa la palabra "meditación" [ts'o-ch'an]? En esta
escuela significa la ausencia de barreras y de obstáculos; está más allá de
todas las situaciones objetivas, buenas o malas. La palabra
"sentarse" [ts'o] no significa excitar los pensamientos en la
mente. (5) p
Refutando el falso dhyana de la mora vacuidad mental, Hui-neng
compara el Gran Vacío con el espacio, y lo llama grande no porque esté vacío
sino porque contiene el sol, la luna y las estrellas. Así dhyana consiste
en tomar conciencia de que nuestra naturaleza es como el espacio, y que los
pensamientos y las sensaciones van y vienen dentro de esta "mente original" como los pájaros en
el cielo, sin dejar rastro. En su escuela el despertar es "súbito"
porque es para los de entendimiento agudo más bien que para los de
entendimiento lento. Estos últimos necesariamente tienen que entender paso a
paso, o mejor dicho, después de largo tiempo, porque la doctrina del Sexto
Patriarca no admite etapas de crecimiento. Estar despierto significa estar
totalmente despierto porque, como carece de partes o divisiones, no se toma
conciencia de la naturaleza del Buddha poco a poco.
Las últimas instrucciones que dio a sus discípulos contienen una
interesante clave para el desarrollo posterior del mondo o método de
enseñanza mediante "preguntas y respuestas":
Si al interrogarte alguien
pregunta por el ser contéstale con el no ser. Si pregunta por el no ser
contéstale con el ser. Si pregunta por el hombre corriente contesta hablándole
del sabio. Si pregunta por el sabio contesta hablándole del hombre corriente.
Con este método de opuestos en relación recíproca se produce la comprensión del
Camino Intermedio. A cada pregunta que te haga contesta hablándole de su
opuesto. (10) q
Hui-neng murió en 713, y con él terminó la institución del
Patriarcado, y el árbol genealógico zen echó varias ramas. La tradición de
Hui-neng pasó a cinco discípulos: Huai-jang (muerto en 775), Ch'ing-yüan
(muerto en 740), Shen-hui (668-770), Hsüan-chüeh (665-713), y Hui-chung
(677-744).[66] Los
descendientes espirituales de Huai-jang y de
Hsing-ssu siguen viviendo hoy como las dos principales escuelas zen del Japón:
la rinzai y la soto. En los dos siglos posteriores a la muerte de Hui-neng los
descendientes y escuelas de Zen proliferaron en líneas muy complejas. Bastará
con tomar en cuenta algunos de sus individuos más influyentes.[67]
Las obras y testimonios de los sucesores de Hui-neng continúan
ocupándose de la naturalidad. Basándose en el principio de que "la
verdadera mente es la ausencia de la mente", y de que "nuestra
verdadera naturaleza no es ninguna naturaleza (especial)" subraya también
que la verdadera práctica de Zen no es una práctica, es decir, la aparente
paradoja de ser un Buddha sin intentar ser un Buddha. Según Shen-hui:
Si uno posee este
conocimiento, es contemplación [samadhi] sin contemplar, sabiduría [prajna]
sin saber, práctica sin practicar. (4. 193) Todo cultivo de la
concentración está mal orientado desde su punto de partida. Pues ¿cómo va a ser
posible obtener la concentración cultivando la concentración? (1. 117)
Si hablamos de actuar con
la mente, esta acción ¿consiste en una actividad o en una inactividad de la
mente? Si es inactividad, no seremos diferentes de los tontos vulgares. Pero si
dices que es actividad, entonces está en el dominio del aferrarse, y quedamos
atados por las pasiones [klesa]. ¿De qué modo, pues, podremos obtener la
liberación? Los sravakas cultivan la vacuidad, se demoran en la
vacuidad, y quedan presos de ella. Cultivan la concentración, se demoran en la
concentración, y quedan presos de ellos. Cultivan "la tranquilidad, se
demoran en la tranquilidad, y quedan presos de ella. . . Si actuar con la mente
es disciplinar la mente, ¿cómo vamos a decir que esto es liberación? (1. 118) [68]
En el mismo tono Hsüan-chüeh comienza su célebre poema, el Canto de
la toma de conciencia del Tao (Cheng-tao Ke):
¿No ves ese tranquilo
Hombre del Tao que ha abandonado el saber y no se [esfuerza
[wu-wei]?
Ni trata de evitar los
falsos pensamientos ni busca los verdaderos,
pues la ignorancia es en realidad
la naturaleza del Buddha,
Acerca de Huai-jang —que iniciaba en el Zen a su gran sucesor Ma-tsu
(muerto en 788), que entonces estaba practicando la meditación en posición de
sentado en el monasterio de Ch'uan-fa— se cuenta la siguiente historia.
—Su reverencia —preguntó Huai-jang—: ¿qué objeto tiene meditar
sentado?
—Convertirse en un Buddha —contestó Ma-tsu.
Entonces Huai-jang tomó una baldosa y comenzó a pulirla sobre una
roca.
—¿Qué hace usted, maestro? —preguntó Ma-tsu.
—La estoy puliendo para hacer un espejo —dijo Huai-jang.
—¿Y cómo va a
hacer que una baldosa pulida se convierta en un espejo?
—¿Y cómo va a hacer que meditando sentado se convierta en un Buddha?[70]
s
Ma-tsu fue el primer maestro zen celebre por sus "extrañas
palabras y extraordinaria conducta", y se lo presenta como alguien que
caminaba como un toro y miraba como un tigre. Cuando un monje le preguntó:
"¿Cómo entra en armonía con el Tao?", Ma-tsu le replicó: "Ya
estoy en armonía con el Tao." Fue el primero que contestó preguntas acerca
del Budismo golpeando a quien interrogaba, o gritándole: "¡Ho!"[71]
t A veces, sin embargo, era más discursivo, y una de sus
conferencias trata el problema de la disciplina así:
El Tao no tiene nada que
ver con la disciplina. Si se dice que se lo alcanza mediante la disciplina,
cuando la disciplina sea perfecta se lo puede volver a perder (o concluir con
la disciplina resulta ser perder el Tao)... Si se dice que no hay disciplina,
eso significa ser lo mismo que la gente ordinaria.[72] u
Shih-t'ou (700-790), discípulo de Hsing-ssu, en la línea del Zen soto,
era aun más directo:
Mi enseñanza, que ha sido
transmitida desde los antiguos Buddhas, no depende de la meditación (dhyana)
ni de ninguna diligente aplicación. Cuando uno alcanza la intuición tal
como la alcanzó el Buddha, uno se da cuenta de que la mente es Buddha y que
Buddha es la mente, y que la mente, Buddha, los seres sensibles, bodhi y
klesa son una y la misma substancia con distintos nombres.[73]
Su curioso nombre, que significa "Cabeza de piedra", se
atribuye al hecho de que vivía en lo alto de una enorme roca cerca del
monasterio de Heng-chou.
Con Nan-ch'üan (748-834) —discípulo de Ma-tsu—, y su sucesor Chao-chou
(778-897), la enseñanza del Zen se hizo particularmente animada y perturbadora.
El Wu-men kuan (14) cuenta que Nan-ch'üan interrumpió una disputa entre sus monjes, que discutían acerca de quien era el
dueño de un gato, amenazándolos con partir al animal con su espada si ninguno
de los monjes era capaz de decir una "buena palabra", es decir, de
dar una inmediata expresión de su Zen. Hubo un silencio de muerte y el maestro
cortó al gato en dos. Más tarde Nan-ch'üan contó el incidente a Chao-chou,
quien en seguida se puso sus zapatos sobre la cabeza y salió del cuarto.
"Si tú hubieras estado allí —dijo Nan-ch'üan— el gato se habría
salvado."
Se dice que Chao-chou tuvo su despertar después del siguiente
incidente con Nan-ch'üan:
Chao-chou preguntó:
—¿Qué es el Tao?
El maestro replicó:
—Tu mente ordinaria [es decir, natural] es el Tao.
—¿Cómo podemos volver a ponernos de acuerdo con él?
—Queriendo ponerte de acuerdo con él inmediatamente te desvías de él.
—Pero si no lo intento, ¿cómo puedo conocer al Tao?
—El Tao —dijo el maestro— no pertenece ni al saber ni al no saber.
Saber es interpretar mal; no saber es ciega ignorancia. Si realmente comprendes
al Tao más allá de toda duda, es como el cielo vacío. ¿Por qué introducir en él
el bien y el mal?[74]
Cuando a Chao-chou le preguntaron si un perro tenía naturaleza búdica,
lo cual se afirma en la doctrina mahayana corriente, contestó con una sola
palabra: "¡No!" (Wu, w en japonés: Mu).[75]
Cuando
un monje le pidió instrucción se limitó a preguntarle si había comido sus
gachas, y luego añadió: "Vete a lavar la escudilla."[76]
Cuando le preguntaron acerca del espíritu que queda cuando el cuerpo se ha
descompuesto, observó: "Esta mañana hay viento otra vez."[77]
Ma-tsu tuvo otro notable discípulo en Po-chang (720-814), que se dice
había organizado la primera comunidad de monjes puramente zen, y establecido
sus reglas basándose en el principio de que "día sin trabajo, día sin
comida". Desde entonces las comunidades zen se caracterizan por la
importancia que conceden al trabajo manual y a cierto grado de autarquía
económica. Conviene observar que no se trata exactamente de monasterios en el
sentido occidental. Son más bien escuelas de entrenamiento, que uno puede
abandonar en cualquier momento sin ser criticado. Algunos miembros siguen
siendo monjes toda la vida, otros se hacen sacerdotes seglares a cargo de
pequeños templos; otros aun pueden volver a la vida laica.[78]
A Po-chang se le atribuye la famosa definición del Zen: "Cuando tengas
hambre, come; cuando tengas sueño, duerme." Se dice que experimentó su satori
cuando Ma-tsu le gritó y lo dejó sordo por tres días. También se dice que
tenía el hábito de indicar la vida zen a sus discípulos con el dicho: "No
te apegues, no busques." Cuando se le preguntó acerca de cómo buscar la
naturaleza del Buddha contestó: "Se parece mucho a cabalgar un buey en
busca del buey."
Huang-po (muerto en 850), discípulo de Po-chang, tiene también mucha
importancia en este período. No sólo fue el maestro del gran Lin-chi sino
también el autor del Ch'uan Hsin Fa Yao, o "Tratado sobre los
fundamentos de la doctrina de la mente". El contenido de su obra es
esencialmente el mismo cuerpo de doctrina que se encuentra en Hui-neng,
Shen-hui y Ma-tsu, pero incluye algunos pasajes de notable claridad y también
algunas francas y cuidadosas respuestas a preguntas que se le hacen al final.
Con el acto mismo de
buscarla [a la naturaleza búdica] producen el efecto contrario de perderla,
porque eso es utilizar el Buddha para buscar el Buddha, y utilizar la mente
para agarrar la mente. Aunque hagan todo cuanto puedan para lograr un kalpa completo,
no podrán alcanzarlo (1)
Si quienes estudian el Tao
no despiertan a esta substancia mental, crearán una mente por encima de la
mente, buscarán al Buddha fuera de sí mismos y quedarán apegados a formas, prácticas
y ejecuciones, todo lo cual es dañino y ajeno al camino que lleva al supremo
conocimiento. (3) [79]
Gran parte de su obra se dedica a clarificar el sentido de lo que se
entiende por el Vacío, y por "sin mente" (wu-hsin) y "sin
pensamiento" (wu-nien), y a todos ellos se los distingue
cuidadosamente de la vacuidad y de la nada literales. A lo largo de todo el
texto hallamos términos e ideas taoístas.
Temiendo que ninguno de
vosotros entendiera, ellos [los Buddhas] le dieron el nombre de Tao, pero
vosotros no debéis basar ningún concepto en ese nombre. Así se dice que
"una vez cazado el pez, la trampa queda olvidada". (Dicho de
Chuang-tzu.) Cuando el cuerpo y la mente logran la espontaneidad, se llega al
Tao y se comprende la mente universal. (29)... En otros tiempos los hombres
tenían mentes agudas. Al oír una sola frase abandonaban el estudio y por eso se
los llamaba "los sabios que, abandonando el saber, permanecen en la
espontaneidad". En nuestros días la gente sólo busca atiborrarse de conocimientos
y deducciones, confiando mucho en las explicaciones escritas y dando a todo
esto el nombre de "práctica". (30) [80]
Parece, sin embargo, que la instrucción personal de los discípulos de
Huang-po no era siempre tan explicativa. Lin-chi (en japonés: Rinzai), muerto
en 867, nunca pudo sacarle una palabra. Cada vez que intentaba hacerle una
pregunta Huang-po le pegaba, hasta que desesperado dejó el monasterio y buscó
el consejo de otro maestro, Ta-yü, que lo reprendió por ser tan ingrato con la
"amabilidad de abuela" que Huang-po
le había dispensado. Esto
despertó a Lin-chi, que volvió a
presentarse ante Huang-po. Pero esta vez fue Lin-chi quien dio el golpe
diciendo: "No hay gran cosa en el Budismo de Huang-po, después de
todo." [81]
El documento donde constan las enseñanzas de Lin-chi, el Lin-chi Lu
(en japonés, Rinzai Roku), lo muestra como un personaje de inmensa
vitalidad y originalidad, que da clase a sus discípulos utilizando un lenguaje
popular y algo "picante". Parecería que Lin-chi tratase de utilizar
toda la fuerza de su personalidad para producir en el estudiante un inmediato
despertar. Una y otra vez los regaña por no tener suficiente fe en sí mismos,
por dejar que sus mentes "galopen" en busca de algo que jamás
perdieron, y que "está ante ti en este mismo momento". El despertar
para Lin-chi parece ser primordialmente un asunto de "fibra", de
tener coraje suficiente para "abandonarse" sin más trámite a la
inconmovible fe en que nuestro natural y espontáneo funcionamiento es la mente
del Buddha. Su actitud ante el Budismo conceptual, ante la obsesión del
estudiante por las etapas a alcanzar y las metas a alcanzar es despiadadamente
iconoclasta.
¿Por qué hablo aquí? Sólo
porque vosotros los seguidores del Tao seguís galopando en busca de la mente y
no sois capaces de detenerla. En cambio los antiguos actuaban con calma,
adecuándose a las circunstancias (a medida que se presentaban). ¡Oh vosotros
los seguidores del Tao! Cuando alcancéis mi punto de vista estaréis sentados
sobre las cabezas de los Buddhas. Los que hayan completado las diez etapas
parecerán mequetrefes, y los que hayan llegado al Supremo despertar parecerá
que tienen cangas en torno a sus cuellos. Los arhans y los pratyeka-buddhas son
como una letrina, bodhi y nirvana son como postes para sujetar
mulas.[82]
Lin-chi pone especial acento en la vida "natural" o "inafectada" (wu-shih z):
En el Budismo no cabe hacer
esfuerzos. Sé ordinario y nada especial. Descarga tus intestinos y tu vejiga,
ponte la ropa, come tu comida. Cuando estés cansado, vete a acostar. Los
ignorantes quizá se rían de mí pero los sabios
comprenderán... Cuando vas de un lugar a otro, si consideras que cada uno de
ellos es tu hogar, todos ellos serán genuinos, porque cuando las circunstancias
se presentan no debes tratar de cambiarlas. Así tus sentimientos usuales, que
producen karma para los Cinco Infiernos, por sí solos se convertirán en
el Gran Océano de la Liberación.[83]
Y sobre la creación de karma mientras se busca la liberación,
dice:
Fuera de la mente no hay
Dharma, y dentro de ella tampoco hay nada que captar. ¿Qué es lo que buscas?
Por todas partes dices que al Tao hay que practicarlo y ponerlo a prueba. ¡No
te equivoques! Si hay alguien que puede practicarlo, no produce más que karma
para el nacer y el morir. Hablas de estar perfectamente disciplinado en tus
seis sentidos y en las diez mil formas de conducta, pero, tal como yo lo veo,
todo esto es crear karma. Buscar al Buddha y buscar el Dharma es
precisamente hacer karma para los infiernos.[84] aa
En Ma-tsu, Nan-ch'üan, Chao-chou, Huang-po y Lin-chi podernos percibir
el "aroma" del Zen en sus más altos exponentes. Aunque taoísta y
budista por su inspiración original, es también algo más que eso. Es muy
terrenal, muy positivo, muy directo. La dificultad para traducir los testimonios
de estos maestros reside en que su estilo chino no es ni clásico ni moderno,
sino más bien la lengua coloquial de la dinastía T'ang. Su
"naturalidad" es menos refinada, menos evidentemente hermosa que la
de los sabios y poetas taoístas; es casi burda y común. Digo "casi"
porque la expresión no es en realidad correcta. Es muy dudoso que podamos
establecer paralelos con otras culturas para hacer comparaciones, y el
estudiante occidental podrá percibir su aroma mejor observando las obras de
arte que el Zen habría de inspirar después. La mejor imagen es la de un jardín
que consiste tan sólo en una extensión de arena rastrillada donde se levantan
algunas rocas sin tallar, cubiertas de musgos y líquenes, como los que hoy
podemos ver en los templos zen de Kyoto. Los medios utilizados son los más
sencillos que pueda imaginarse; el efecto es tal que parecería que el hombre no
lo hubiera tocado casi, como si hubiera sido transportado intacto desde la
costa del mar. Pero en la práctica sólo un artista de mucha sensibilidad y
experiencia puede lograrlo. Desde luego, esto inducirá a pensar que el
"aroma" del Zen es una especie de estudiado y afectado primitivismo.
A veces lo es. Pero el auténtico aroma del Zen aparece cuando un hombre es casi
milagrosamente natural sin intentar serlo. Su vida zen no consiste en
hacerse a sí mismo sino en crecer en ese sentido.
Por esta razón debiera ser evidente que la "naturalidad" de
aquellos maestros de la época T'ang no debe ser tomada literalmente, como si el
Zen consistiera nada más que en jactarse de ser un individuo completamente
ordinario y vulgar, que desecha sus ideales y se comporta como le viene la
gana. En realidad esto sería una afectación. La "naturalidad" del Zen
florece sólo cuando uno ha perdido toda afectación y conciencia de sí. Pero un
espíritu de esta clase va y viene como el viento y es la cosa más imposible de
institucionalizar y conservar.
Sin embargo, en la última parte de la dinastía T'ang el genio y la
vitalidad del Zen fueron tales que se convertía en la forma de Budismo
predominante en China, aunque a menudo muy estrechamente ligado a otras
escuelas. Tsung-mi (779-841) fue simultáneamente un maestro zen y Quinto
Patriarca de la Escuela Hua-yen, representante de la filosofía del Avatamsaka
Sutra. Esta forma extremadamente madura y sutil de filosofía mahayana fue
empleada por T'ung-shan (807-869) al desarrollar la doctrina de las Cinco
Jerarquías (wu-wei bb) referente a la quíntuple relación de
lo absoluto (cheng cc) con lo relativo (p'ien dd),
y su discípulo Ts'ao-chan (840-901) la relacionó con la filosofía del I Ching o Libro de los cambios. Fa-yen (885-958) y Fen-yang
(947-1024) fueron también maestros influyentes que hicieron un profundo estudio
del Hua-yen, que hasta hoy constituye por así decir el aspecto intelectual del
Zen. Por otra parte, maestros
como Te-chao (891-972) y Yen-shou (904-975) mantuvieron estrechas relaciones
con las escuelas T'ien-t'ai y de la Tierra Pura.
En 845 el emperador taoísta Wu-tsung persiguió al Budismo durante
breve tiempo pero con energía. Templos y monasterios fueron destruidos, sus
tierras confiscadas, y los monjes obligados a volver a la vida laica.
Afortunadamente su entusiasmo por la alquimia taoísta pronto lo absorbió en
experimentos con el "Elixir de la Inmortalidad" que, después de
probarlo, le produjo la muerte. El Zen sobrevivió a la persecución mejor que
cualquier otra escuela, y comenzó una larga era en la que gozó de favores
imperiales y populares. Cientos de monjes se agolpaban en sus ricas
instituciones monásticas y las fortunas de la escuela prosperaron tanto y su
número se elevó de tal modo que la conservación de su espíritu se convirtió en
un serio problema.
La popularidad casi invariablemente acarrea el menoscabo de la
calidad. Cuando el Zen llegó a ser menos un movimiento espiritual libre y más
una institución establecida, su carácter sufrió un curioso cambio. Se hizo
necesario "estandardizar" sus métodos y encontrar medios para que los
maestros pudieran controlar a gran número de estudiantes. Existían también los
problemas especiales que surgen en las comunidades monásticas cuando aumenta el
número de sus miembros, se endurecen sus tradiciones, y sus novicios tienden
cada vez más a ser meros niños sin vocación natural, a quienes sus piadosas
familias envían para que reciban instrucción. Este último factor tuvo efectos
de vastas consecuencias sobre el desarrollo del Zen institucional, pues la
comunidad zen dejó de ser preponderantemente una asociación de hombres maduros
con intereses espirituales para convertirse más bien en una escuela
eclesiástica con pensionado para adolescentes.
En estas circunstancias el problema de la disciplina se hizo vital.
Los maestros zen se vieron obligados a preocuparse no sólo por la forma de
liberarse de la convención, sino también por el
problema de inculcar convenciones, modales corrientes y costumbres morales en
los novatos. Es conveniente que el estudiante occidental maduro que encuentra
interesante al Zen como filosofía o como camino de liberación tenga presente
este hecho, de lo contrario puede llevarse una desagradable sorpresa con el Zen
monástico tal como existe hoy día en Japón. Hallará que el Zen es una
disciplina que se enseña a palos. Encontrará que, aunque todavía sigue siendo
un medio eficaz de liberación para quienes se interesan por sus ideales más
altos, su mayor preocupación se cifra en un régimen disciplinario que
"educa el carácter" del mismo modo que la anticuada public school inglesa
o el noviciado jesuita. Pero lo hace muy bien. El "tipo zen" es una
personalidad excelente —para lo que puede ser una personalidad—: confiado en sí
mismo, capaz de humor, limpio y ordenado hasta en sus menores detalles,
enérgico sin apresuramientos, y duro como el hierro aunque dotado de fina
sensibilidad estética. La impresión general que hacen estos hombres es el mismo
tipo de equilibrio que el muñeco Daruma: no son rígidos pero no se los puede
voltear.
Otro problema crucial surge cuando una institución espiritual se
vuelve próspera y poderosa: el problema muy humano de la competición para el
cargo, y de quién tiene derecho de ser el maestro. El Ch'uan Teng Lu o Registro
de la transmisión de la Lámpara, escrito por Tao-yüan alrededor de 1004,
muestra preocupación por este problema, pues uno de los principales objetivos
de esta obra es establecer una adecuada "sucesión apostólica" de la
tradición zen, de modo que nadie pueda pretender autoridad a menos que su satori
haya sido aprobado por alguien que hubiera sido aprobado... hasta los
tiempos del mismo Buddha.
Sin embargo, nada es más difícil que establecer los méritos adecuados
en el imponderable reino del conocimiento espiritual. Cuando los candidatos son
pocos, el problema no es tan grave, pero cuando un maestro es responsable de
varios centenares de estudiantes, el proceso de enseñar y controlar requiere la
estandardización. El Zen resolvió este problema con notable ingenio, empleando
un medio que no sólo proporcionaba una prueba de competencia sino —lo que es
mucho más importante— un medio de transmitir la experiencia del Zen con un
mínimo de falsificación.
Este extraordinario invento fue el sistema de kung-an ee (en japonés: koan),
o "problema zen". Literalmente ese término significa
"documento público" o "caso" en el sentido de una decisión
que crea precedente jurídico. Así el sistema koan implica
"aprobar" una serie de pruebas basadas en los mondo o
anécdotas de los viejos maestros. Uno de los primeros koans es la
respuesta negativa que Chao-chou dio a la pregunta acerca de si un perro tiene
naturaleza búdica. El estudiante debe mostrar que ha experimentado el sentido
del koan mediante una demostración especial y generalmente no verbal que
tiene que descubrir intuitivamente.[85]
El período de prosperidad que llegó con los siglos décimo y undécimo
fue acompañado de una sensación de aflojamiento espiritual que a su vez
promovió el estudio de los grandes maestros T'ang. Sus anécdotas luego fueron
recogidas en antologías como el Pi-yen Lu (1125) y el Wu-men kuan (1229).
En la décima o undécima generación posterior a Lin-chi, Yüan-wu (1063-1135) y
su discípulo Ta-hui (1089-1163) comenzaron a utilizar estas anécdotas en el
método koan. Sin embargo, algo que ya comenzaba a parecérsele había sido
empleado por Huang-lung (1002-1069) a fin de hacer frente al gran número de
estudiantes que lo seguían. Inventó tres preguntas que servían de tests y
que se conocieron con el nombre de "Las tres barreras de Huang-lung".
Pregunta: Todo
el mundo tiene un lugar de nacimiento. ¿Dónde está tu lugar de nacimiento?
Respuesta: Esta
mañana temprano comí gachas de arroz. Ahora de nuevo tengo hambre.
Pregunta: ¿En
qué sentido mi mano es como la mano del Buddha?
Respuesta: Tocando
el laúd bajo la luna.
Pregunta: ¿En
qué sentido mi pie es como el casco de una mula?
Sin duda las respuestas dadas fueron las réplicas originales a las
preguntas, pero luego el problema comprende tanto la pregunta como la
respuesta, pues el estudiante debe percibir la relación que existe entre ambas
y que, como es fácil ver, no es nada evidente. Por el momento bastará decir que
cada koan tiene un "punto" que es algún aspecto de la
experiencia zen, que este punto a menudo queda oculto por el hecho de ponerlo
mucho más de relieve de lo que uno esperaría, y que los koans se
interesan no sólo por el primer despertar al Vacío sino también por su
posterior expresión en la vida y en el pensamiento.
El sistema koan fue desarrollado en la Escuela zen Lin-chi
(Rinzai), pero encontró oposición. La Escuela soto consideró que era demasiado
artificial. Mientras los defensores del método koan utilizaban esta
técnica como un medio para alentar la abrumadora "sensación de duda" (i
ching ff) que consideraban esencial como condición del satori,
la Escuela soto sostenía que se prestaba demasiado fácilmente a esa
búsqueda del satori que lo aleja o —lo que es peor— que produce un satori
artificial. Los partidarios de la Escuela rinzai a veces dicen que la
intensidad del satori es proporcional a la intensidad de la sensación de
duda o ciega búsqueda que lo precede, pero para los soto este hecho significa
que satori tiene carácter dualista, y que por tanto no es más que una
artificial reacción emotiva. Por ello la concepción soto afirmaba que el dhyana
adecuado consistía en la acción sin motivos (wu-wei), en
"quedarse sentado nada más que para estar sentado", o en
"caminar nada más que por caminar". Por tanto estas escuelas
recibieron, respectivamente los nombres de k'an-hua Zen (Zen observador
de la anécdota) y mo-chao Zen (Zen iluminado en silencio).
El monje T'ien-t'ai, en japonés llamado Eisai (1141-1215), que
estableció monasterios en Kyoto y Kamakura bajo patronato imperial, introdujo
en Japón en 1190 la Escuela rinzai del Zen. La Escuela soto fue introducida en
1227 por el extraordinario genio de Dogen (1200-1253), que estableció el gran
monasterio de Eiheiji, rehusando, sin embargo, aceptar favores imperiales. Hay
que observar que el Zen llegó al Japón poco después de iniciarse la era
Kamakura, cuando el dictador militar Yoritomo y sus samurai arrebataron
el poder que estaba en manos de la nobleza decadente. Esta coincidencia
histórica proporcionó a la clase militar de los samurai un tipo de
Budismo que les resultaba muy atractivo por sus cualidades prácticas y
terrenales, y también por su modalidad sencilla y directa. Así surgió la
peculiar forma de vida llamada bushido, el Tao del guerrero, que
consiste esencialmente en la aplicación del Zen a las artes de la guerra. La
asociación de la doctrina pacifista del Buddha con las artes militares siempre
ha sido un enigma para los budistas de las demás escuelas. Parece implicar un
completo divorcio entre el despertar y la moralidad. Pero hay que hacer
comprender que, en su esencia, la experiencia budista consiste en liberarse de
toda clase de convenciones, inclusive de las convenciones morales. Por otra
parte, el Budismo no es una rebelión contra la convención. En sociedades en las
que la casta militar es parte integrante de la estructura convencional y se
acepta el papel del guerrero como una necesidad, el Budismo hará posible que el
guerrero cumpla su papel como budista. No menos enigmático debería ser para un
cristiano pacifista el culto medieval de la caballería.
La contribución del Zen a la cultura japonesa no se limita de ningún
modo al bushido. Ha ingresado a casi todos los aspectos de la vida del
pueblo: a su arquitectura, poesía, pintura, jardinería, juegos atléticos,
oficios y profesiones; ha penetrado en el habla y el pensamiento cotidianos de
la gente más ordinaria.
Gracias al genio de monjes zen como Dogen, Hakuin y Bankei, de poetas como
Ryokan y Basho, y de pintores como Sesshu, el Zen se ha hecho muy accesible a
la mentalidad común.
Dogen, en particular, hizo una aportación de incalculable valor a su
país natal. Su inmensa obra, el Shobogenzo ("Tesoro del ojo de la
verdadera doctrina") fue escrito en lengua vernácula y abarca todos los
aspectos del Budismo, desde su disciplina formal hasta sus intuiciones más
profundas. Explica su doctrina del tiempo, del cambio y de la relatividad, con
ayuda de las más atractivas imágenes poéticas. Es de lamentar que hasta ahora
nadie haya tenido tiempo y talento para traducir esta obra al inglés. Hakuin
(1685-1768) reconstruyó el sistema koan y se dice que instruyó a no
menos de ochenta sucesores en la doctrina zen. Bankei (1622-1693) inventó un
método para presentar el Zen tan fácil y sencillamente que parecía casi
demasiado bueno para creer que fuera verdadero. Hablaba a grandes grupos de
granjeros y campesinos, pero parece que ninguna persona "importante"
se atrevió a seguirlo.[87]
Entretanto el Zen continuó prosperando en China hasta bien avanzada la
dinastía Ming (1368-1643), época en que comenzaron a borrarse las divisiones
entre las diferentes escuelas del Budismo, y la popularidad de la Escuela de la
Tierra Pura, con su "método fácil" de invocar el Nombre de Amitabha,
comenzó a unirse a la práctica koan y finalmente a absorberla. Unas
cuantas comunidades parecen haber sobrevivido hasta hoy, pero, en la medida en
que he podido estudiarlas, parece que se inclinan hacia la Escuela soto o hacia
las preocupaciones "ocultistas" del Budismo tibetano. En cualquiera
de esos casos tienen una concepción del Zen entremezclada con una doctrina
compleja y cuestionable acerca de
la
anatomía psíquica del hombre, que parecería derivar de ideas de la alquimia
taoísta.[88]
La historia del Zen chino plantea un problema fascinante. Tanto el Zen
rinzai como el Zen soto, tal como hoy los encontramos en los monasterios
japoneses, dan enorme importancia a za-zen o meditación en posición de
sentado, práctica que siguen durante varias horas del día haciendo hincapié en
la postura y el método de respiración correcta. Practicar Zen es, de hecho,
practicar za-zen, a lo cual la Escuela rinzai añade sanzen, la
visita periódica al maestro (roshi) para presentarle la presunta
solución del koan. Sin embargo, el Shen-hui Ho-chang l-chi registra
la siguiente conversación entre Shen-hui y un cierto Ch'eng:
El Maestro preguntó a
Ch'eng:
—¿Qué método hay que
practicar para ver el interior de nuestra propia naturaleza?
—Ante todo es necesario
aplicarse a la práctica de sentarse con las piernas cruzadas en samadhi. Una
vez obtenido el samadhi, mediante el samadhi uno t¡ene que
despertar prajna dentro de sí. Mediante prajna uno puede ver el
interior de su propia naturaleza.
Shen-hui. — Cuando uno
practica samadhi, ¿no es esto una actividad deliberada de la mente?
Ch'eng. — Sí.
Shen-hui. — Entonces esta
deliberada actividad de la mente es una actividad de la conciencia restringida,
y ¿cómo puede producir una visión del interior de nuestra propia naturaleza?
Ch'eng.— Para ver el
interior de nuestra propia naturaleza tenemos que practicar samadhi. De
lo contrario ¿cómo podríamos verla?
Shen-hui. —Toda práctica de
samadhi es una concepción fundamentalmente equivocada. ¿Cómo puede ser
que practicando samadhi uno puede alcanzar el samadhi? (1. 111)
Ya hemos mencionado la anécdota de Ma-tsu y Huai-jang, en la que este
último comparó la meditación en posición de sentado con el pulir una baldosa
para hacer un espejo. En otra ocasión Huai-jang dijo:
Si te ejercitas en la
meditación en posición de sentado [za-zen] te ejercitas para ser un
Buddha sentado. Si te ejercitas en za-zen (debes saber que) el Zen no
consiste ni en estar sentado ni en estar de pie. Si te ejercitas para ser un
Buddha sentado (debes saber que) el Buddha no es una forma fija. Como el Dharma
carece de morada (fija) no es cuestión de elegir. Si (te conviertes) en un
Buddha sentado, precisamente matas a Buddha. Si te adhieres a la posición de
sentado no alcanzarás el principio (del Zen).[89] gg
Esta parece ser la doctrina que se repite en todos los maestros T'ang
desde Hui-neng a Lin-chi. En ninguna de sus enseñanzas he podido encontrar
ninguna instrucción o recomendación del tipo za-zen que hoy consiste en
la principal preocupación de los monjes zen.[90]
Por el contrario, esa práctica es discutida una y otra vez en la forma
aparentemente negativa de las dos citas que acabamos de transcribir.
Podría suponerse que za-zen formaba parte de la regla de vida
normal del monje zen al punto de que nuestras fuentes no se molestan en
discutirla, y que sus enseñanzas se dirigen a los estudiantes aventajados que
han llegado a dominar za-zen de tal modo que ya es hora de ir más allá.
Pero esa suposición no concuerda muy bien con las referencias a los enormes
grupos de clérigos y de laicos que escuchaban algunos de los discursos, pues
sería bastante fantástico suponer que China estaba llena de yoguis. Los
discursos con frecuencia comienzan diciendo, de una manera bastante breve y
directa, que sus enseñanzas van dirigidas a aquellos que ya han adquirido las
virtudes budistas. Pero esto podría significar simplemente que van dirigidas a
la gente madura que domina las convenciones morales y sociales corrientes, y
que por tanto no corre peligro de
utilizar el Budismo como pretexto de rebelión contra la decencia común.
Por el contrario, podría suponerse que el tipo de za-zen criticado
se practica con una finalidad: la de "obtener" el conocimiento búdico
en lugar de "sentarse nada más que por sentarse". Esta suposición
concordaría con la objeción que hace la Escuela soto a la Escuela rinzai por su
método de cultivar el estado de "gran duda" mediante el koan. Aunque
los soto no son muy justos con los rinzai en este punto, ello sería una
plausible interpretación de la doctrina de los primeros maestros. Sin embargo,
hay varias referencias a la idea de que permanecer sentado por largo tiempo no
es mucho mejor que estar muerto. Desde luego, hay situaciones en que es
adecuado estar sentado —lo mismo que ocurre con el estar de pie, el caminar o
el yacer—, pero imaginar que la posición de sentado contiene alguna virtud
especial es "apego a la forma". Así en el T'an-ching Hui-neng
dice:
Un hombre vivo que se
sienta y no se acuesta;
un hombre muerto que
yace y no se sienta.
Después de todo ambos
son sólo sucios esqueletos. (8) hh
Aun en el Zen japonés encontramos a veces una práctica zen que no
concede especial importancia a za-zen, sino que más bien subraya la
utilización de nuestro trabajo habitual como medio de meditación. Este fue sin
duda el caso de Bankei [91],
y en este principio se basa la aplicación corriente de artes tales como
"la ceremonia del té", el tocar la flauta, el dibujo a pincel, la
ballestería, la esgrima y el ju-jutsu como métodos de practicar el Zen.
Acaso la exageración del za-zen en tiempos más recientes forma parte de
la conversión del Zen monástico en una escuela de varones. Tener a los
muchachos sentados durante horas seguidas bajo la mirada vigilante de monitores
armados de estacas es sin duda un método seguro para evitar que hagan
diabluras.
Con todo, por más que el za-zen pueda haber sido exagerado en el Lejano
Oriente, acaso una cierta dosis de "sentarse nada más que por
sentarse" fuera lo mejor para las mentes nerviosas y los cuerpos agitados
de los europeos y americanos. Siempre, claro está, que no se les ocurra
utilizarlo como un método para convertirse en Buddhas.
Segunda Parte
LOS PRINCIPIOS
Y LA PRÁCTICA
"VACÍO Y MARAVILLOSO"
Las primeras palabras del más antiguo de los poemas zen dice:
El camino [Tao]
perfecto carece de dificultad.
Salvo que evita
elegir y escoger.
Sólo cuando dejas de
sentir agrado y desagrado
comprenderás todo
claramente.
Por la diferencia de
un pelo
quedan separados el
cielo y la tierra.
Si quieres alcanzar
la sencilla verdad
no te preocupes del
bien y del mal.
El conflicto entre el bien y el mal
No se trata de
esforzarse por silenciar los sentimientos y cultivar una blanda indiferencia.
Se trata de penetrar con la mirada la universal ilusión de que lo bueno o
agradable puede ser arrancado de lo malo o doloroso. El primer principio del
Taoísmo dice que
Cuando todos
reconocen la belleza como bella, ya hay fealdad;
cuando todos
reconocen la bondad como buena, ya hay mal.
"Ser" y
"no ser" surgen recíprocamente;
lo difícil y lo fácil
se realizan recíprocamente;
lo largo y lo corto
se contrastan recíprocamente;
lo alto y lo bajo se
ponen recíprocamente;
Comprender lo que esto quiere decir significa comprender que el bien sin el mal es como el arriba sin el
abajo, y convertir en ideal la persecución del bien es como querer
desembarazarse de la izquierda doblando constantemente hacia la derecha. Por
tanto se está obligado a girar en círculos.[94]
Es una lógica tan sencilla que nos sentimos tentados de pensar que se
trata de una ultrasimplificación. La tentación es aun mayor porque trastorna la
más cara ilusión de la mente humana, que es que con el correr del tiempo todo
será cada vez mejor. Según la opinión general, si esto no fuera posible la vida
humana carecería de todo sentido e incentivo. La única alternativa de una vida
de constante progreso se considera que es una mera existencia, estática y
muerta, tan triste y anodina que casi convendría suicidarse. La noción misma de
"la única alternativa" muestra cuan firmemente atada al esquema
dualista está la mente, y cuan difícil es pensar en términos ajenos al bien y
al mal, o a una turbia mezcla de ambos.
Zen consiste en liberarse de este esquema. Su punto de partida,
aparentemente lúgubre, es comprender el absurdo de elegir, de creer que la vida
puede ser muy mejorada por la constante selección del "bien". Hay que
comenzar por "tener la sensación" de la relatividad y por saber que
la vida no es una situación donde haya algo que agarrar o ganar, como si fuera
algo a lo cual llegamos de afuera, como un pastel o un barril de cerveza. Tener
éxito es siempre fracasar, en el sentido de que mientras más éxito tenemos mayor
es la necesidad de continuar teniendo éxito. Comer es sobrevivir para tener
hambre.
La ilusión de la mejoría surge en momentos de contraste, como cuando
uno se da vuelta de la izquierda a la derecha en una cama dura. La posición es
"mejor" mientras dura el contraste, pero no pasa mucho tiempo sin que
la segunda posición comience a sentirse como la primera. Entonces nos
procuramos una cama más cómoda y por un rato dormimos en paz. Pero la solución
del problema deja un extraño vacío en nuestra conciencia, un vacío que pronto
se llena con la sensación de otro contraste intolerable, hasta entonces
inadvertido y tan urgente y desconcertante como el problema de la cama dura. El
vacío surge porque la sensación de comodidad puede mantenerse sólo en relación
a la sensación de incomodidad, así como la imagen es visible al ojo en razón
del fondo contrastante. El bien y el mal, lo agradable y lo doloroso son tan
inseparables, tan idénticos en su diferencia —como las caras de una moneda—,
que como dicen las brujas en Macbeth,
Fair
is foul, and foul is fair,
o, como lo expresa un poema que figura en el Zenrin Kushu[95]:
Recibir disgustos es
recibir felicidad;
recibir acuerdo es recibir
oposición. b
Otro lo dice con una imagen más vivaz:
Al crepúsculo, el gallo
anuncia el amanecer;
a medianoche, el sol
brillante. c
No por esta razón el Zen adopta la actitud de que es tan inútil comer
cuando se tienen ganas que lo mismo da dejarse morir de hambre, ni es tan
inhumano que llegue a decir que cuando nos pica no debemos rascarnos. La
desilusión con respecto a la búsqueda del bien no implica el mal del
estancamiento como necesaria alternativa, porque la condición humana es como la
de "las pulgas en la plancha caliente".
Ninguna de las alternativas ofrece solución, porque la pulga que cae
tiene que saltar, y la pulga que salta tiene que caer. Elegir es absurdo porque
no hay elección.
Por consiguiente, a la mentalidad dualista le parecerá que el punto de
vista del Zen es el del fatalismo que se opone al de la libre elección. Cuando
a Mu-chou le preguntaron: "Nos vestimos y comemos todos los días. ¿Cómo
podemos escapar de tener que ponernos la ropa y comer alimentos?" Mu-chou
contestó: "Nos vestimos; comemos." "No comprendo", dijo el
monje. "Si no comprendes, ponte la ropa y come." [96]
d Cuando se le preguntó cómo escapar del calor, otro maestro le dijo
al que le formuló la pregunta que fuera al lugar donde no hace ni frío ni
calor. Cuando le pidieron que se explicara replicó: "En verano sudamos; en
invierno tiritamos." O, como lo dice un poema:
Cuando hace frío nos
reunimos en torno al fogón ante el fuego llameante;
cuando hace calor, nos
sentamos a la orilla del arroyo montañés,
Desde ese punto de vista podemos
Ver el sol en medio de la
lluvia;
sacar agua clara del
corazón del fuego. f
Pero este punto de vista no es
fatalista. No es la mera sumisión a la inevitabilidad de tener que sudar cuando
hace calor, tiritar cuando hace frío, comer cuando se tiene hambre, y dormir
cuando se está cansado. Someterse al destino implica la existencia de alguien
que se somete, alguien que es inerme títere de las circunstancias; mas para el
Zen no hay tal persona. Considera que la dualidad de sujeto y objeto, del
cognoscente y de lo conocido es tan relativa, recíproca y separable como
cualquier otra. No sudamos porque hace calor; el sudar es el calor. Es
tan cierto decir que el sol es la luz debido a los ojos como decir que los ojos
ven la luz debido al sol.
Este punto de vista no nos es familiar debido a nuestra arraigada convención
que nos hace pensar que el calor viene primero y luego, por casualidad, el
cuerpo transpira. Decirlo de la otra manera resulta sorprendente, como si
dijéramos "queso con pan" en lugar de "pan con queso". Así
el Zenrin Kushu dice:
El fuego no espera al sol
para ser caliente,
ni el viento a la luna para
ser frío.
Esta chocante y aparentemente ilógica inversión del sentido común
acaso pueda aclararse más con la imagen, favorita del Zen, de "la luna en
el agua". El fenómeno de la reflexión de la luna en el agua es comparable
a la experiencia humana. El agua es el sujeto, la luna el objeto. Cuando no hay
agua no hay reflexión de la luna en el agua, y lo mismo cuando no hay luna.
Pero cuando sale la luna, el agua no espera para recibir su imagen, y cuando se
vierte una gota de agua, por pequeña que sea, la luna no espera para arrojar su
reflejo. En efecto, la luna no se propone arrojar reflejos, y el agua no recibe
su imagen a propósito. El suceso es producido tanto por el agua como por la
luna, y así como el agua manifiesta el brillo de la luna, la luna manifiesta la
claridad del agua. Otro poema que figura en el Zenrin Kushu dice:
Los árboles muestran la
forma corporal del viento;
las olas dan energía vital
a la luna. g
Para decirlo menos poéticamente: la experiencia humana está
determinada tanto por la naturaleza de la mente y la estructura de sus sentidos
como por los objetos externos cuya presencia la mente revela. Los hombres se
creen víctimas o títeres de su experiencia porque se separan a "sí
mismos" de sus mentes, pensando que la naturaleza del compuesto
mente-cuerpo es algo que involuntariamente "ellos" han recibido desde
fuera. Piensan que no pidieron nacer, que no pidieron se les "diera"
un organismo sensorial para sufrir las alternativas del placer y del dolor.
Pero el Zen nos pide que encontremos "quién" es el que
"tiene" esta mente, y "quién" fue el que no pidió nacer
antes que nuestros padres nos concibieran. Entonces resulta que todo el sentimiento
de aislamiento subjetivo, de ser alguien a quien le ha sido "dada"
una mente y a quien le ocurren experiencias es una ilusión producida por un
error de semántica, como una sugestión hipnótica debida a un repetido error del
pensar. En efecto, no hay un yo separado del compuesto mente-cuerpo que da
estructura a mi experiencia. Igualmente es ridículo hablar de este compuesto
mente-cuerpo como si fuera algo a lo que se le ha "dado" pasivamente
cierta estructura. Es esa estructura, y antes de que surgiera esa
estructura no había compuesto mente-cuerpo.
Nuestro problema surge del hecho de que el poder del pensamiento nos
permite construir símbolos de cosas separados de las cosas mismas. Así, podemos
hacer un símbolo, una idea de nosotros mismos aparte de nosotros mismos. Como
la idea es mucho más comprensible que la realidad, y el símbolo mucho más
estable que el hecho, aprendemos a identificarnos con nuestra idea de nosotros
mismos. De aquí nace el sentimiento subjetivo de un "yo" que
"tiene" una mente, de un sujeto interiormente aislado a quien le
ocurren involuntariamente las experiencias. Con su característico acento en lo
concreto, el Zen señala que nuestro precioso "yo" no es más que una
idea, útil y legítima si se la toma por lo que es, pero desastrosa si se la
identifica con nuestra naturaleza real. La innatural torpeza que acompaña
cierto tipo de autoconciencia surge cuando nos damos cuenta del conflicto o
contraste entre la idea de nosotros mismos, por una parte, y el sentimiento
inmediato y concreto de nosotros mismos, por otra.
Cuando ya no nos identificamos con la idea de nosotros mismos, toda la
relación entre el sujeto y el objeto, el cognoscente y lo conocido, sufre un
cambio repentino y revolucionario. Se convierte en una relación real, una
reciprocidad en la que el sujeto crea al objeto tanto como el objeto crea al
sujeto. El cognoscente ya no se siente existiendo aparte de la experiencia. En
consecuencia toda pretensión de "sacar" algo de la vida, o de la
experiencia, se vuelve absurda. Para decirlo de otra manera, resulta clarísimo
que en el hecho concreto no tengo otro yo que la totalidad de las cosas de que
soy consciente. Tal es la doctrina Huan-yen (Kegon) de la red de joyas, shih
shih wu ai (en japonés: ji ji mu ge) en la que cada joya refleja
todas las demás.
La sensación de aislamiento subjetivo se debe también a que no vemos
la relatividad de los sucesos voluntarios e involuntarios. Esta relatividad se
percibe fácilmente observando el propio aliento, pues con un pequeño cambio del
punto de vista es tan fácil sentir que "yo respiro" como que "me
respira". Tenemos la impresión de que nuestros actos son voluntarios
cuando vienen después de una decisión, e involuntarios cuando ocurren sin
decisión. Pero si la decisión misma fuera voluntaria, cada decisión debería ser
precedida de una decisión de decidirse, en una regresión infinita que
afortunadamente no ocurre. Paradójicamente, si tuviéramos que decidir
decidirnos no seríamos libres de decidir. Somos libres de decidir porque la
decisión "ocurre". Decidimos sin tener la más mínima idea de cómo lo
hacemos. En realidad, la decisión no es ni voluntaria ni involuntaria.
"Tener la sensación" de esta relatividad es sufrir otra
extraordinaria transformación de nuestra experiencia en conjunto, lo cual puede
describirse de dos maneras. Tengo la sensación de que estoy decidiendo todo
cuanto ocurre, o, por el contrario, siento que todo, inclusive mis decisiones,
ocurre espontáneamente. Pues una decisión —el más libre de mis actos— ocurre
como el hipo dentro de mí, o como el canto de un pájaro a mi lado.
Sokei-an Sasaki, maestro zen contemporáneo, que ya ha muerto, describe
vivamente esta manera de ver las cosas:
Un día borré de mi mente todas las nociones. Abandoné todos los
deseos. Descarté todas las palabras con las que pensaba y me quedé quieto. Me
sentí un poco raro, como si fuera llevado hacia algo, o como si fuera tocado
por algún poder extraño a mí... cuando ¡paf! entré. Perdí los límites de mi
cuerpo físico. Desde luego tenía mi piel, pero sentía que estaba en el centro
del cosmos. Hablaba, pero mis palabras habían perdido sentido. Vi gente que
venía hacia mí, pero todos eran el mismo hombre, ¡todos eran yo mismo! Nunca
había estado en este mundo. Había creído que yo había sido creado, pero ahora
tengo que cambiar mi opinión: nunca fui citado. Yo era el cosmos. No existía
ningún señor Sasaki individual.[98]
Parecería, pues, que liberarse de la distinción subjetiva entre
"yo" y "mi experiencia" —al comprobar que mi idea de mí
mismo no es mí mismo—, es descubrir la relación real que existe entre mí mismo
y el mundo "exterior". El individuo, por una parte, y el mundo, por
otra, no son más que los límites o términos abstractos de una realidad concreta
que está "entre" ellos, como la moneda concreta está "entre"
las abstractas superficies euclideas de sus dos lados. Análogamente, la
realidad de todos los "opuestos inseparables" —vida y muerte, bien y
mal, placer y dolor, ganancia y perdida— es lo que está "entre
medio", para lo cual carecemos de palabras.
Al identificarse con la idea de sí mismo el hombre adquiere un
precario y especioso sentimiento de permanencia. En efecto, esta idea es algo
relativamente lijo; se basa en una serie cuidadosamente elegida de recuerdos de
su pasado, recuerdos que han conservado y fijado el carácter. La convención
social estimula la fijeza de la idea porque la utilidad misma de los símbolos
depende de su estabilidad. Por tanto la convención lo alienta a asociar su idea
de sí mismo con papeles simbólicos y estereotipados, igualmente abstractos,
puesto que así podrá formarse una idea de sí mismo bien definida e inteligible.
Pero en la medida en que se identifica con la idea fija, se da cuenta de que la
"vida" es algo que corre a su lado y lo deja atrás, cada vez más
rápido a medida que se hace más viejo, a medida que su idea se hace más rígida,
más cargada de recuerdos. Mientras
más trata de
apresar
el mundo, más lo siente como un proceso en movimiento.
En cierta ocasión Ma-tsu y Po-chang habían salido de paseo cuando
vieron volar sobre ellos algunos gansos salvajes.
—¿Qué son? —preguntó Ma-tsu.
—Son gansos salvajes —contestó Po-chang.
—¿Adonde van? —inquirió Ma-tsu.
—Ya han desaparecido —replicó Po-chang.
Súbitamente Ma-tsu tomó a Po-chang de la nariz y se la retorció hasta
que lo hizo gritar de dolor.
—¿Cómo van a poder desaparecer? —gritó Ma-tsu.
En ese momento Po-chang despertó.[99]
La relatividad del tiempo y del movimiento es uno de los principales
temas de la obra de Dogen, Shobogenzo, en la que dice:
Si observamos la costa
mientras navegamos en un barco, tenemos la impresión de que la costa se mueve;
pero si miramos más cerca del barco nos damos cuenta de que es el barco el que
se mueve. Cuando consideramos el universo en la confusión del cuerpo y la mente
a menudo caemos en el error de creer que nuestra mente es constante. Pero si en
realidad practicamos (el Zen) y volvemos a nosotros vemos que era un error.
Cuando el leño se convierte
en ceniza nunca vuelve a ser leño. Pero no debemos adoptar la opinión de que lo
que ahora es cenizas antes era un leño. Debemos entender que, de acuerdo con la
doctrina del Budismo, el leño permanece en el estado de leño. . . Hay estados
anteriores y posteriores, pero estos estados se hallan claramente separados.
Lo mismo ocurre con la vida
y la muerte. Así en el Budismo decimos que el No-nacido es también el Inmortal.
La vida es una posición en el tiempo. La muerte es una posición en el tiempo.
Son como el invierno y la primavera, y en el Budismo no consideramos que el
invierno se convierte en primavera, o que la primavera se convierte
en verano.[100]
Dogen aquí trata de expresar la extraña sensación de momentos
intemporales que surge cuando ya no tratamos de resistir el flujo de los
acontecimientos, la peculiar quietud y autosuficiencia de los instantes
sucesivos en que la mente, por así decir, va con ellos y no trata de
detenerlos. Ma-tsu expresa una concepción similar:
Una sutra dice:
"No es más que un grupo de elementos lo que se junta para hacer un
cuerpo." Cuando surge, sólo surgen estos elementos. Cuando cesa, solo
cesan esos elementos. Pero cuando estos elementos surgen, no dicen: "Estoy
surgiendo", y cuando cesan, no dicen: "Estoy cesando." Lo mismo
ocurre con nuestros pensamientos (o experiencias), tanto con los primeros como
con los últimos y con los intermedios los pensamientos se siguen uno a otro sin
conexión ninguna. Cada uno está absolutamente tranquilo.[101] h
El Budismo con frecuencia ha comparado el curso del tiempo al
movimiento aparente de una ola, en la cual el agua real sólo se mueve hacia
arriba y hacia abajo, creando la ilusión de que un "trozo" de agua se
mueve sobre la superficie. Es similar la ilusión de que hay un "yo"
constante que se mueve a través de sucesivas experiencias y que constituye un
eslabón entre ellas de tal modo que el joven se convierte en el hombre que se
convierte en el viejo que se convierte en el cadáver. La persecución del bien
se relaciona, por tanto, con la persecución del futuro, ilusión por la cual no
podemos sentirnos felices sin un "futuro promisorio" para el yo simbólico.
Por consiguiente se mide el progreso hacia el bien con el criterio de la
prolongación de la vida humana, olvidando que nada es más relativo que nuestro
sentido de la duración del tiempo. Un poema zen dice:
La gloria matutina
que florece una hora
no difiere en esencia
del gigante pino
que vive un
milenario.
Subjetivamente sin
duda un jején tiene la sensación de que su duración de unos días es una vida
normalmente larga. Una tortuga, con su duración de varios siglos, sentiría
subjetivamente lo mismo que el jején. No hace mucho la duración probable de la
vida de un hombre corriente era cuarenta y cinco años. Hoy es de sesenta y
cinco a setenta años, pero subjetivamente los años pasan más rápido, y la
muerte, cuando llega, llega siempre demasiado pronto. Como decía Dogen:
Las flores se van
cuando nos apena perderlas,
los yuyos llegan
mientras nos apena verlos crecer.
Esto es
perfectamente natural, perfectamente humano, y no hay modo de cambiarlo por más
que se estire el tiempo.
Por el contrario, medir el valor y el éxito en base al tiempo, y pedir
con insistencia seguridades de un futuro promisorio, hacen imposible vivir
libremente en el presente y en el futuro "promisorio" cuando éste
llega. Pues nunca hay otra cosa que el presente, y si no podemos vivir en él no
podemos vivir en ninguna parte. El Shobogenzo dice:
Cuando un pez nada, sigue
nadando y el agua no se acaba. Cuando un pájaro vuela, sigue volando y el cielo
no se acaba. Desde las épocas más remotas jamás un pez se salió del agua
nadando, ni un pájaro se salió del cielo volando. Pero cuando un pez necesita
un poco de agua, se limita a usar ese poco; y cuando necesita mucha, usa mucha.
Así las puntas de sus cabezas están siempre en el borde externo (de su
espacio). Si un pájaro vuela más allá de ese borde, muere, y lo mismo ocurre
con el pez. Con el agua el pez hace su vida, y el pájaro la hace con el cielo.
Pero esta vida es hecha por el pájaro y el pez. Al mismo tiempo, el pájaro y el
pez son hechos por la vida. Así hay el pez, el agua, y la vida, y todos se
crean recíprocamente.
Sin embargo, si hubiera un
pájaro que quisiera examinar primero el tamaño del cielo, o un pez que primero
quisiera examinar la extensión del agua, y luego tratara de volar o de nadar,
nunca podrían moverse en el aire o en el agua. [102]
Esta filosofía no se opone a que uno mire adonde va. Se trata más bien
de no dar tanta importancia al lugar adonde uno va, en comparación con el lugar
donde uno está, que pierda sentido ir allá.
La vida del Zen comienza, por tanto, con la desilusión con respecto a
la persecución de ideales que realmente no existen: el bien sin el mal, la
complacencia de un yo que no es más
que una
idea, y el mañana que nunca llega. Porque todas estas cosas son un engaño de
símbolos que pretenden ser realidades, y perseguirlos es como caminar
atravesando una pared donde un pintor, por convención de perspectiva, ha
sugerido un pasaje abierto. En la palabra, el Zen comienza donde ya no hay nada
más que buscar, nada que ganar. Hay que subrayar con toda energía que el Zen no
debe considerarse como un sistema para mejorar al propio yo o un método para
convertirnos en un Buddha. Como decía Lin-chi: "Si un hombre busca al
Buddha, ese hombre pierde al Buddha." En efecto, todas las ideas de
automejoramiento y de convertirse en algo o de obtener algo en el futuro se
refieren sólo a nuestra imagen abstracta de nosotros mismos. Seguirlas es dar
aún más realidad a esa imagen. Por otra parte, nuestro verdadero yo no
conceptual ya es el Buddha, y no necesita mejoras. Con el correr del tiempo
puede crecer, pero nadie culpa a un huevo por no ser un pollo; menos aun
criticamos al lechón por no tener el cuello de la jirafa. Un poema Zenrin dice:
En el paisaje de la
primavera no hay ni alto ni bajo;
las ramas floridas
crecen naturalmente, algunas largas, otras cortas. i
Cuando a Ts'ui-wei le preguntaron qué significaba el Budismo,
contestó: "Espera que no haya nadie por aquí y te lo diré." Algún
tiempo después el monje volvió a aproximársele diciendo: "Ahora no hay
nadie. Hazme el favor de responderme." Ts'ui-wei lo llevó hasta el jardín
y luego al bosquecillo de bambúes, sin decir nada. El monje aún no comprendía,
de modo que por último Ts'ui-wei dijo: "Aquí hay un bambú alto; allí hay
uno bajo." [103]
O, como lo dice otro verso Zenrin:
Una cosa larga es el
largo cuerpo del Buddha;
una cosa corta es el
corto cuerpo del Buddha. j
Por tanto lo que hay que ganar con el Zen se llama wu-shih (en
japonés: buji) que significa "nada en especial", porque, como
dice el Buddha en el Vajracchedika:
Del completo e insuperable
despertar no saqué absolutamente nada, y por esta misma razón se lo llama
"completo e insuperable despertar". (22)
La expresión wu-shih significa también "lo perfectamente
natural e inafectado", donde no hay agitación ni ajetreo. Un viejo poema
chino a menudo sugiere el logro del satori:
El Monte Lu en lluvia y niebla; el Río Che muy
crecido.
¡Antes de que fuera allí,
no cesaba el dolor del deseo!
Fui allí y retorné... No
fue nada en especial:
el Monte Lu en lluvia y niebla; el Río Che muy
crecido.
Según el lamoso dicho de Ch'ing-yüan:
Antes de estudiar el zen
durante treinta años, veía las montañas como montañas y las aguas como aguas.
Cuando llegué a un conocimiento más íntimo, alcancé el punto en el que vi que
las montañas no son montañas y las aguas no son aguas. Pero ahora que he
llegado a la substancia misma estoy tranquilo, porque justamente veo las
montañas una vez más como montañas y las aguas una vez más como aguas.[104] k
Desde luego, la dificultad del Zen reside en volver nuestra atención
de lo abstracto a lo concreto, del yo simbólico a nuestra verdadera naturaleza.
Mientras nos limitemos a hablar de ello, a dar vueltas en nuestras mentes ideas
acerca del "símbolo" y de la "realidad", o sigamos repitiendo:
"Yo no soy la idea de mí mismo", todo esto seguirá siendo mera
abstracción. El Zen creó el método (upaya) de "apuntar
directamente" a fin de escapar de este círculo vicioso, a fin de llamar
nuestra atención e imponer el hecho de lo inmediatamente real. Cuando leemos un
libro difícil de nada sirve pensar "Debería concentrarme",
porque uno se pone a pensar en la concentración en lugar de atender a lo que el
libro tiene que decir. Análogamente, al estudiar o practicar el Zen de nada
sirve pensar en el Zen. Permanecer preso en ideas y palabras acerca del Zen es,
como dicen los viejos maestros, "apestar a Zen".
Por esta razón los maestros hablan del Zen lo menos posible, y nos
arrojan directamente su realidad concreta. Esta realidad es el "ser
tal" (tathata) de nuestro mundo natural, no verbal. Si vemos esto
tal como es, no hay nada bueno, nada malo, nada intrínsecamente largo o corto,
nada subjetivo y nada objetivo. No hay ningún yo simbólico que olvidar y
ninguna necesidad de recordar ninguna idea de una realidad concreta.
Un monje preguntó a Chao-chou:
—¿Por qué razón el Primer Patriarca vino del Oeste?
(Se trata de una pregunta formal, que interroga acerca del punto
central de la enseñanza de Bodhidharma, es decir, del Zen mismo.)
Chao-chou contestó:
—El ciprés está en el jardín.
—¿No estás tratando de demostrarlo por medio de una realidad objetiva?
—preguntó el monje.
—¡De ningún modo! —replicó el maestro.
—Entonces ¿por qué razón el Primer Patriarca vino del Oeste?
—¡El ciprés está en el jardín! [105]
Nótese cómo Chao-chou saca violentamente al monje de su
conceptualización de la respuesta. Cuando a T'ung-shan le preguntaron:
"¿Qué es el Buddha?", contestó: "Tres libras de lino."
Sobre este punto Yüan-wu comenta:
Varias respuestas han dado
diferentes maestros a la pregunta "¿Qué es el Buddha"... Pero ninguna
supera la de T'ung-shan, "tres libras (chin) de lino" en lo
que toca a su irracionalidad, que corta toda posibilidad de especulación.
Algunos comentan que T'ung-shan en ese momento estaba pesando lino, de allí la
respuesta. .. Otros creen que como el que interrogaba no era consciente del
hecho de que él mismo era el Buddha, T'ung-shan le contestó en esta forma
indirecta. Todos esos son como cadáveres,
totalmente incapaces de comprender la verdad viva.
Hay todavía otros que consideran
las "tres libras de lino" como el Buddha. ¡Qué observaciones tan
absurdas y fantásticas hacen! [106]
Los maestros están decididos a cortar en forma tajante todo intento de
teorizar y especular en torno de estas respuestas. El "apuntar
directamente" fracasa por entero en su intención si requiere o estimula
algún comentario conceptual.
Fa-yen preguntó al monje Hsüan-tzu por qué nunca le hacía ninguna
pregunta acerca del Zen. El monje replicó que ya había alcanzado la comprensión
gracias a otro maestro. Apremiado a dar una explicación por Fa-yen, el monje le
dijo que cuando le había preguntado a su maestro: "¿Qué es el
Buddha?", había recibido esta respuesta: "Ping-ting T'ung-tzu viene a
buscar fuego."
—¡Buena respuesta! —dijo Fa-yen—. Pero estoy seguro de que no la
comprendes.
—Ping-ting —explicó el monje— es el dios del fuego. Que él busque el
fuego es como que yo busque al Buddha. Yo ya soy el Buddha, y no hay nada que
pedir.
—¡Justo lo que yo pensaba! —rió Fa-yen—. No lo entendiste.
El monje quedó tan ofendido que abandonó el monasterio; pero luego se
arrepintió y regresó, pidiendo humildemente instrucción.
—Pregúntame —dijo Fa-yen.
—¿Qué es el Buddha? —inquirió el monje.
—¡Ping-ting T'ung-tzu viene a buscar fuego![107]
La clave de este mondo se halla indicado acaso con más claridad
que ninguna otra parte en dos poemas que el budista Ippen Shonin, de la Escuela
Tierra Pura, presentó al maestro zen Hoto, que fueron traducidos por Suzuki de
los Dichos de Ippen. Ippen fue uno de aquellos que estudiaron el Zen para
encontrar una aproximación entre la escuela Zen y la de la Tierra Pura, con su
práctica de repetir el Nombre de Amitabha. En japonés la fórmula es "Namu
Amida Butsu!". Ippen primero presentó este verso:
Cuando se pronuncia el Nombre
ni el Buddha ni el yo
existen:
na-mu-a-mi-da-bu-tsu,
sólo se oye la voz.
Hoto consideró que este verso no expresaba muy bien lo que estaba en
juego; pero le dio su aprobación cuando Ippen le trajo este otro verso:
Cuando se pronuncia el Nombre
ni el Buddha ni el yo
existen:
¡Na-mu-a-m¡-da-bu-tsu,
Po-chang tenía tantos estudiantes que se vio obligado a abrir un
segundo monasterio. Para encontrar una persona adecuada como maestro reunió a
sus monjes y poniendo ante ellos un jarro les dijo:
—Sin llamarlo "jarro", decidme qué es.
El monje principal dijo:
—No se puede decir que sea un trozo de madera.
Entonces el cocinero del monasterio volteó el jarro de un puntapié y
se marchó. Al cocinero le confiaron el nuevo monasterio.[109]
Vale la pena citar aquí una de las clases de Nan-ch'üan:
Durante el período (kalpa) anterior a la manifestación del
mundo no había nombres. Desde el momento en que Buddha llega al mundo hay
nombres, y así nos aferramos a las formas. En el gran Tao no hay nada
absolutamente secular ni sagrado. Si hay nombres, todo está clasificado en límites y términos. Por tanto el viejo Al Oeste
del Río (es decir, Ma-tsu) decía:
"No es mente; no es Buddha; no es nada." [110] l
Desde luego, esto refleja la doctrina del Tao Te Ching de que
Lo sin nombre es el origen
del cielo y de la tierra;
el nombrar es la madre de
las diez mil cosas. (1)
Pero lo "sin nombre" de Lao-tzu y el "kalpa del
vacío" anterior a la manifestación del mundo, al que se refería
Nan-ch'üan, no son anteriores al mundo convencional de las cosas en el tiempo.
Son el "ser tal" del mundo justamente como es ahora, al cual señalan
directamente los maestros zen. El cocinero de Po-chang vivía en ese mundo
plenamente despierto y contestó al problema del maestro en sus términos concretos
e innombrables.
Un monje preguntó a Ts'ui-wei:
—¿Por qué razón el Primer Patriarca vino del Oeste?
Ts'ui-wei contestó:
—Alcánzame ese apoyo para el mentón.
Tan pronto el monje se lo hubo alcanzado, comenzó a golpearlo con él.[111]
Otro maestro estaba tomando té con dos de sus estudiantes cuando de
pronto le arrojó su abanico a uno de ellos preguntándole: "¿Qué es
esto?" El estudiante lo abrió y comenzó a abanicarse. "No está
mal", comentó el maestro, que agregó: "Y ahora tú", pasando el
abanico a otro estudiante, que en seguida cerró el abanico y se rascó el cuello
con él. Después volvió a abrirlo, colocó un trozo de torta encima del abanico,
y se la ofreció al maestro. A esto se lo consideró aun mejor, porque cuando no
hay nombre el mundo ya no está "clasificado en límites y términos".
Sin duda hay cierto paralelismo entre estas demostraciones y el punto
de vista de la semántica de Korzybski. Ambas hacen
hincapié en la importancia de evitar la confusión entre las palabras y signos,
por una parte, y el infinitamente variable mundo "inefable", por
otra. Las demostraciones didácticas de los principios semánticos a menudo
parecen ser tipos de mondo. El profesor Irving Lee, de la Northwestern
University, solía levantar una caja de fósforos ante la vista de sus alumnos y
preguntar: "¿Qué es esto?" Los estudiantes generalmente caían en
seguida en la trampa y decían: "¡Una caja de fósforos!" Entonces el
profesor Lee decía: "¡No. No! Es esto"; y les tiraba la caja
de fósforos añadiendo: "Caja de fósforos es un ruido. ¿Es esto un
ruido?"
Con todo, al parecer Korzybski todavía creía que el mundo
"inefable" consistía en una multiplicidad de sucesos infinitamente
diferenciados. Para el Zen, el mundo del "ser tal" no es ni uno ni
múltiple, ni uniforme ni diferenciado. Un maestro zen podía levantar la mano
ante alguien que insistiera en que existen diferencias reales en el mundo, y
decirle: "Sin decir una palabra, señala las diferencias entre mis
dedos." En seguida se advierte que "mismidad" y "diferencia"
son abstracciones. Lo mismo habría que decir de todas las categorizaciones del
mundo concreto —aun de "concreto" mismo—, pues términos como
"físico", "material", "objetivo",
"real", y "existencial", son símbolos extremadamente
abstractos. En realidad, mientras más tratamos de definirlos, más sin sentido
resultan ser.
El mundo del "ser tal" es hueco y vacío porque a fuerza de
fastidiar a la mente hace cesar el pensamiento, produciendo tal confusión en la
cháchara de las definiciones que no queda nada que decir. Es evidente, sin
embargo, que no nos encontramos literalmente con la nada. Es verdad que cuando
se lo apremia, todo intento de apresar nuestro mundo nos deja con las manos
vacías. Además, cuando tratamos de estar seguros por lo menos de nosotros
mismos, los sujetos que conocen y captan, desaparecemos. No podemos encontrar
ningún yo aparte de la mente, y no podemos encontrar ninguna mente aparte de
esas mismas experiencias que la mente —ahora desaparecida— trataba de agarrar.
Para usar la interesante comparación de R. H. Blyth: cuando estábamos por darle
a la mosca un palmetazo, la mosca se voló y se posó en la palmeta. Dicho en
términos de la percepción inmediata: cuando buscamos cosas no hay más que
mente, y cuando buscamos la mente no hay más que cosas. Por un momento estamos
paralizados porque parecería que no tenemos base para actuar, que quedamos sin
fundamento donde asentar los pies para dar un salto. Pero así ha sido siempre,
y en el momento siguiente nos hallamos tan libres de actuar, hablar y pensar
como siempre, aunque en un extraño y milagroso nuevo mundo donde han
desaparecido el "yo" y el "otro", la "mente" y
las "cosas". Como dice Te-shan:
Sólo cuando no tienes nada
en tu mente y no hay mente en las cosas estás vacante y espiritual, vacío y
maravilloso. [112] m
La maravilla sólo puede describirse como la peculiar sensación de
libertad de acción que surge cuando ya no sentimos el mundo como una especie de
obstáculo que nos enfrenta. Esto no es la libertad en el burdo sentido de hacer
lo que a uno le venga en gana y actuar de acuerdo con cualquier capricho: es el
descubrimiento de la libertad en las tareas más corrientes porque cuando
desaparece el sentido del aislamiento subjetivo ya no se siente al mundo como
un objeto intratable.
Yün-men dijo una vez:
—Nuestra escuela te deja ir adonde quieras. Mata y hace nacer; tanto
lo uno como lo otro.
Un monje entonces preguntó:
—¿Cómo es que mata?
El maestro replicó:
—El invierno se va y la primavera viene.
—¿Cómo es cuando el invierno se va y la primavera viene? —preguntó el
monje.
El maestro dijo:
—Echándote al hombro un cayado vagas por un lado y otro, hacia el
Este, o el Oeste, hacia el Sur o el Norte, golpeando las cepas silvestres a tu
gusto.[113] n
El paso de las estaciones no es algo que haya que sufrir pasivamente
sino algo que "ocurre" tan libremente como uno vaga por los campos,
golpeando viejos troncos con un palo. En la tradición cristiana esto podría
interpretarse como que uno se ha vuelto omnipotente, que uno es Dios, y dirige
todo lo que pasa. En ese caso hay que recordar que en el pensamiento taoísta y
budista no existe la idea de un Dios que deliberada y conscientemente gobierna
el universo. Lao-tzu dijo del Tao:
Él no pretende para
sí sus perfecciones.
Ama y nutre todas las
cosas,
pero no las señorea. (34)
El Tao, sin hacer
nada (wu-wei),
no deja nada sin
hacer. (37)
Empleando las imágenes de un poema tibetano podríamos decir que toda
acción y todo suceso surgen espontáneamente del Vacío "como de la
superficie de un lago de aguas claras de pronto salta un pez". Cuando nos damos
cuenta de que esto es tan cierto respecto de lo deliberado y de lo rutinario
como de lo sorpresivo e imprevisto, podemos estar de acuerdo con el poeta zen
P'ang-yun:
Poder milagroso y
maravillosa actividad:
II
"QUIETAMENTE SENTADO, SIN HACER
NADA"
Tanto en la vida como en el arte las culturas del Lejano Oriente
aprecian más que nada la espontaneidad o naturalidad (tzu-jan). Tal es
el inconfundible tono de sinceridad que caracteriza la acción que no ha sido estudiada
y planeada. En efecto, el hombre suena como una campana rajada cuando piensa y
actúa con su mente dividida: una parte se mantiene a un lado para interferir a
la otra, para controlar, condenar o admirar. Pero la verdadera mente o
naturaleza del hombre en realidad no puede estar dividida. Según un poema zenrin,
es
Como una espada que corta,
pero que no puede cortarse a si misma;
como un ojo que ve, pero
que no puede verse a si mismo. a
La ilusión de la división proviene de que la mente intenta ser a la
vez mente e idea de la mente, debido a una fatal confusión entre hecho y
símbolo. Para poner fin a la ilusión, la mente tiene que tratar de actuar sobre
sí misma, sobre su corriente de experiencias, desde el punto de vista de la
idea de sí misma que llamamos el ego. Esto se expresa en otro poema zenrin de
la siguiente manera:
Quietamente sentado, sin
hacer nada,
llega la primavera y crece
la hierba sola. b
Tal espontaneidad es la manera natural de actuar propia de la mente y
del mundo, como cuando los ojos ven por sí mismos y los oídos oyen por sí
mismos y la boca se abre por sí misma sin que
las mandíbulas tengan que ser separadas por los dedos. Como vuelve a decirlo el
Zenrin:
Las montañas azules son por
si mismas montañas azules;
las nubes blancas son por
si mismas nubes blancas. c
En su acentuación de la naturalidad, el Zen es evidentemente el
heredero del Taoísmo, y su concepción de la acción espontánea como
"maravillosa actividad" (miao-yung d) es
precisamente lo que los taoístas querían expresar con la palabra te: "virtud",
que connota poder mágico. Pero esa acción espontánea ni en el Taoísmo ni en el
Zen tiene algo que ver con la magia en el sentido meramente sensacional de
realizar "milagros" sobrenaturales. La cualidad "mágica" o "maravillosa"
de la acción espontánea consiste, por el contrario, en ser perfectamente
humana, y sin embargo no muestra signos de haber sido planeada.
Tal cualidad es peculiarmente sutil (otro de los sentidos de miao) y
muy difícil de expresar en palabras. Se cuenta la historia de un monje zen que
lloró al enterarse de la muerte de un pariente próximo. Cuando uno de sus
compañeros de estudio objetó que era muy impropio de un monje mostrar tanto
apego personal, replicó: "No seas estúpido. Lloro porque tengo ganas."
El gran Hakuin quedó muy perturbado en su estudio matutino del Zen cuando se
encontró con la historia del maestro Yen-t'ou, de quien se dice que gritó con
todas sus fuerzas al ser asesinado por un ladrón[115].
Pero sus dudas se disiparon cuando tuvo su satori; y en los círculos Zen
se considera que su propia muerte fue especialmente admirable por el despliegue
de emociones humanas. Por el contrario, el abad Kwaisen y sus monjes se dejaron
quemar vivos por los soldados de Oda Nobunaga, tranquilamente sentados en la
postura de la meditación. Tan contradictoria "naturalidad" parece muy
misteriosa, pero acaso su clave reside en la frase de Yün-men: "Al
caminar, camina no más. Al estar sentado, siéntate no más. Y sobre todo, no vaciles." Pues la
cualidad esencial de la naturalidad es la sinceridad de la mente indivisa que
no tiembla entre alternativas. Por eso cuando Yen-t'ou gritó fue un grito que
se oyó por varios kilómetros a la redonda.
Pero sería falso suponer que esta natural sinceridad proviene de
observar una perogrullada como la que dice: "Cualquier cosa que tu mano
quiera hacer, hazlo con toda tu alma." Cuando Yen-t'ou gritó no lo hizo a
fin de ser natural, ni primero tomó la decisión de gritar y luego la llevó
a cabo con toda la energía de su voluntad. Hay una completa contradicción entre
la naturalidad planeada y la sinceridad intencional. Así cubrimos, no
descubrimos, la "mente original". Por tanto tratar de ser natural es
afectación. Tratar de no tratar de ser natural es también afectación. Como lo
dice un poema Zenrin:
No puedes obtenerlo
poniéndote a pensar;
no puedes buscarlo
sin ponerte a pensar. e
Pero esta
situación absurdamente compleja y anonadante surge de un error sencillo y
elemental en el uso de nuestra mente. Cuando llegamos a entender este punto
desaparecen la paradoja y la dificultad. Evidentemente, el error surge al
intentar dividir la mente contra sí misma, pero a fin de comprender con
claridad esta cuestión tenemos que penetrar más profundamente en la
"cibernética" de la mente, en el esquema básico de su acción
autocorrectiva.
Desde luego, es propio de la mente humana ponerse a la vera de la
vida, por así decirlo, y reflexionar sobre ella, ser consciente de su propia
existencia, y criticar sus propios procesos. Porque la mente tiene algo parecido
a un sistema de "retroacción" (feed-back), término que se
emplea en la ingeniería de las comunicaciones para designar uno de los
principios fundamentales de la "automatización" que permite a las
máquinas controlarse a sí mismas. La retroacción permite que una máquina
conozca los efectos de su propia acción
de tal modo que pueda corregirla. Quizá el ejemplo más familiar que pueda darse
es el del termostato eléctrico que regula el funcionamiento de la calefacción
de una casa. Fijando un límite superior y otro inferior de temperatura deseada,
se conecta un termómetro de tal manera que prenderá la caldera cuando se
alcance el límite inferior y la apagará cuando se alcance el límite superior.
De este modo se mantiene la temperatura de la casa dentro de los límites
deseados. El termostato proporciona a la caldera una especie de órgano
sensorial, algo que mediante una analogía muy rudimentaria podríamos comparar a
la autoconciencia humana.[116]
El ajuste adecuado de un sistema de retroacción constituye siempre un
complejo mecanismo psicológico. En efecto, la máquina original, por ejemplo la
caldera, es ajustada por el sistema de retroacción, pero este sistema a su vez
necesita ser ajustado. Por tanto para construir un sistema mecánico cada vez
más automático se necesitará usar una serie de sistemas de retroacción: un
segundo para corregir el primero, un tercero para corregir el segundo, y así
sucesivamente. Pero esta serie debe tener algún límite porque más allá de
cierto punto el mecanismo será "anulado" por su propia complejidad.
Por ejemplo, podría tardar tanto tiempo la información en pasar por toda la
serie de sistemas de control que llegaría demasiado tarde para ser útil.
Análogamente, cuando los seres humanos piensan demasiado cuidadosa y
minuciosamente acerca de los actos a realizar no pueden
decidirse a tiempo para actuar. En otras palabras, no podemos corregir
indefinidamente nuestros medios de autocorrección. A poco andar debe de haber
una fuente de información en el extremo de la línea, que constituye la
autoridad final. Si no se confía en su autoridad no podrá actuar, y el sistema
quedará paralizado.
El sistema también puede paralizarse de otra manera. Todo sistema de
retroacción tiene un margen de retraso o de error. Si tratamos de construir un
termostato absolutamente exacto, es decir, si acercamos mucho el límite
superior y el límite inferior a fin de mantener la temperatura constantemente a
20 grados, todo el sistema fracasará. Porque si el límite superior y el límite
inferior coinciden, coincidirán las señales de prender y apagar la caldera. Si
20 grados es tanto el límite inferior como el superior, la señal de marcha será
también la señal de stop; "sí" implicará "no" y
"no" implicará "sí". Entonces el mecanismo comenzará a
"temblar", prendiéndose y apagándose continuamente hasta arruinarse y
dejar de funcionar. El sistema es muy sensible y muestra síntomas
asombrosamente parecidos a los de la ansiedad humana. En efecto, cuando un ser
humano es tan autoconsciente, tan autocontrolado que no puede "abandonarse",
tiembla y oscila entre opuestos. Esto es precisamente lo que el Zen quiere
decir cuando habla de seguir dando vueltas en la "rueda del nacer y el
morir", pues el samsara budista es el prototipo de los círculos
viciosos.[117]
Ahora bien, la vida humana consiste primordialmente y originalmente en
la acción: en vivir en el mundo concreto del "ser tal". Pero tenemos
el poder de controlar la acción mediante la reflexión, es decir, por medio del
pensamiento, comparando el mundo actual con recuerdos o "reflexiones".
Los recuerdos se organizan en base a imágenes más o menos abstractas:
palabras, signos, formas simplificadas, y otros símbolos a los que podemos
pasar rápida revista. Con esos recuerdos, reflexiones y símbolos la mente
construye su idea de sí misma. Esto corresponde al termostato: la fuente de
información acerca de su propia acción pasada, por medio de la cual el sistema
se corrige a sí mismo. El compuesto de mente y cuerpo por supuesto tiene que
confiar en esa información a fin de actuar, porque si tratamos de recordar y
hemos recordado todo exactamente sobreviene la parálisis.
Pero a fin de poder seguir suministrando informes a la memoria, el
compuesto de mente y cuerpo tiene que continuar actuando "por sí
mismo", sin aferrarse demasiado a sus propios registros. Tiene que haber
un cierto retraso o distancia entre la fuente de información y la fuente de
acción. Esto no significa que la fuente de acción tenga que titubear
antes de aceptar la información. Ya vimos que cuando la caldera responde demasiado
pronto al termostato no puede marchar sin también tratar de detenerse ni
detenerse sin tratar de marchar. Esto es justamente lo que le ocurre al ser
humano, a la mente, cuando el deseo de certeza y de seguridad promueve la
identificación entre la mente y su propia imagen de sí misma. No puede soltarse
a sí misma. Tiene la impresión de que no debería hacer lo que está haciendo, y
que debería hacer lo que no está haciendo. Siente que no debería ser lo que es
y que debería ser lo que no es. Además, el esfuerzo por ser siempre
"bueno" y "feliz" es como tratar de mantener el termostato
a 20 grados haciendo coincidir el límite inferior y el superior.
La identificación de la mente con su propia imagen es, por tanto,
paralizante, porque la imagen queda fija: es algo pasado y concluido. Pero,
valga la paradoja, es una imagen fija de sí mismo en movimiento. Aferrarse a
ella es, pues, estar en constante contradicción y conflicto. De aquí el dicho
de Yün-men: "Al caminar, camina no más. Al estar sentado, siéntate no más.
Y sobre todo, no vaciles." En otras palabras,
la mente no puede actuar sin renunciar al imposible intento de controlarse a sí
misma más allá de cierto punto. Tiene que abandonarse a sí misma, tanto en el
sentido de confiar en su propia memoria y reflexión como en el de actuar
espontáneamente, por sí misma, hacia lo desconocido.
Por esta razón el Zen parece tomar partido a favor de la acción en
contra de la reflexión, y se llama a sí mismo "sin mente" (wu-hsin)
o "sin pensamiento" (wu-nien), y sus maestros demuestran
el Zen dando a las preguntas respuestas instantáneas e impremeditadas. Cuando a
Yün-men le preguntaron el secreto último del Budismo, contestó:
"¡Budín!" Como dice el maestro japonés Takuan:
Cuando un monje pregunta:
"¿Qué es el Buda?", el maestro quizá levanta el puño. Cuando le
preguntan: "¿Cuál es la idea última del Budismo?", acaso exclama
antes que se haya acabado de formular la interrogación: "Una rama florida
del ciruelo", o "El ciprés que está en el patio". Lo importante
es que la mente que responde no se "detiene" en ningún punto sino que
contesta directamente sin pensar para nada en la propiedad de la respuesta. [118]
Esto es permitir que la mente actúe por sí misma.
Pero la reflexión también es acción, y Yün-men también podría haber dicho:
"Al actuar, actúa no más. Al pensar, piensa no más. Y sobre todo, no
titubees." En otras palabras, si vamos a reflexionar, reflexionemos
simplemente sin reflexionar sobre la reflexión. Sin embargo, el Zen admitirá
que la reflexión sobre la reflexión es también acción, siempre que hagamos
justamente eso y no tendamos a deslizamos en una infinita regresión de tratar
siempre de estar por encima o fuera del nivel en que actuamos. De este modo el
Zen constituye una liberación del dualismo del pensamiento y la acción, porque
piensa como actúa: con la misma cualidad de abandono, entrega o fe. La actitud
de wu-hsin no es de ningún modo una exclusión antiintelectualista del pensamiento. Wu-hsin
es acción en cualquier nivel, físico o psíquico, que no trata al mismo
tiempo de observar y controlar la acción desde fuera. Este intento de
actuar y pensar en la acción simultáneamente es precisamente la identificación
de la mente con su idea de sí misma. Implica la misma contradicción que el
juicio que afirma algo acerca de sí mismo: "Este juicio es falso." *
Lo mismo se aplica
a la relación entre la sensación y la acción. La sensación bloquea la acción, y
se bloquea a sí misma como una forma de acción, cuando queda atrapada en esta
misma tendencia de observarse o sentirse a sí misma indefinidamente, como
cuando, en medio del placer que experimento en una diversión, me examino y
trato de comprobar si estoy aprovechando la ocasión al máximo. No contento con
el sabor de la comida, trato también de saborear mi lengua. No contento con
sentirme feliz, quiero sentirme sintiéndome feliz, para tener la seguridad de
que no se me escapa nada.
Confiando en nuestros recuerdos o confiando en que nuestra mente actúe
por sí misma, se llega a lo mismo: en última instancia tenemos que actuar y
pensar, vivir y morir, desde una fuente que está más allá de todo
"nuestro" conocimiento y control. Pero esta fuente somos nosotros
mismos, y cuando comprendemos que es así ya no nos enfrenta como un objeto
amenazante. Por más cuidado y titubeo que tengamos, por mucha que sea la
introspección y la averiguación de los motivos, finalmente no habrá ninguna
diferencia en el hecho de que la mente es
Como un ojo que ve, pero
que no puede verse.
En última instancia, la única alternativa de una aterradora parálisis
es saltar a la acción sin pensar en las consecuencias. La acción realizada con
este espíritu puede ser buena o mala con
respecto a las normas convencionales; pero las decisiones que tomamos en el
nivel de las convenciones deben apoyarse en la convicción de que todo lo que
hacemos, todo lo que nos "ocurra", sea lo que fuere, en última
instancia está "bien". En otras palabras, debemos hacerlo sin
"segundos pensamientos", sin la arrière-pensée del lamento, la
duda, el titubeo, o la autorrecriminación. Así, cuando a Yün-men le preguntaron
"¿Qué es el Tao?", contestó sencillamente: "Sigue caminando (ch'ü f)."
Pero actuar
"sin segundos pensamientos", sin doble intención, no constituye un
mero precepto que tenemos que imitar. Pues no podemos realizar semejante acción
hasta que no quede el menor asomo de duda de que en realidad es imposible hacer
alguna otra cosa. Como decía Huang-po:
Los hombres temen olvidar
sus propias mentes, por miedo de caer en el vacío sin nada de donde agarrarse.
Ignoran que el vacío no es realmente el vacío sino el verdadero reino del
Dharma... No se lo puede buscar o perseguir, ni comprender mediante la
sabiduría o el conocimiento, ni explicar en palabras, ni tocar materialmente
(es decir, objetivamente), ni alcanzar mediante obras meritorias. (14) [119]
Ahora bien, esta imposibilidad de "agarrar la mente con la
mente" es, cuando se la comprende, la no acción (wu-wei), el
"quedarse quietamente sentado, sin hacer nada" por el cual "la
primavera viene, y la hierba crece sola". La mente no necesita tratar de
abandonarse, ni tratar ni no tratar, lo cual introduce nuevos artificios. Pero,
como estrategia psicológica, no hace falta tratar de evitar los artificios. En
la doctrina del maestro japonés Bankei (1622-1693) la mente que no puede captarse
a sí misma se llama la "no nacida" (fusho g), la
mente que no surge ni aparece en el reino del conocimiento simbólico.
Un lego preguntó:
"Aprecio mucho su enseñanza acerca del No nacido, pero por la fuerza del
hábito los segundos pensamientos [nien] siguen tendiendo a surgir, y
como me confunden es difícil estar en perfecto
acuerdo con el No nacido. ¿Cómo voy a confiar enteramente en él?"
Bankei dijo: "Si
tratas de detener los segundos pensamientos que surgen, entonces la mente que
ejerce la detención y la mente detenida se convierten en una mente dividida y
no hay paz de la mente. De modo que lo mejor que puedes hacer es creer
simplemente que originariamente no hay (posibilidad de control mediante)
segundos pensamientos. Sin embargo, debido a la afinidad kármica, a través de
lo que ves y de lo que oyes esos pensamientos surgen y se desvanecen
temporariamente, pero carecen de substancia." (2)
"Barrer los
pensamientos que surgen es como lavar manchas de sangre con sangre. Seguimos
impuros porque nos lavamos con sangre, aunque las manchas primitivas hayan
desaparecido, y si seguimos procediendo de esta manera la impureza nunca
desaparece. Esto se debe a que ignoramos la naturaleza no nacida, no
desvanecida, no confusa, de la mente. Si seguimos considerando el segundo
pensamiento como una realidad efectiva seguimos girando en la rueda del nacer y
el morir. Deberías darte cuenta de que ese pensamiento no es más que una
construcción mental temporaria, y no tratar de tomarlo o rechazarlo. Déjalo
quieto tanto cuando se presenta como cuando cesa. Es como una imagen reflejada
en un espejo. El espejo esta claro y refleja todo lo que se pone ante él, pero
ninguna imagen se pega al espejo. La mente del Buddha (es decir, la mente real,
no nacida) es diez mil veces mas clara que un espejo, y más inexpresablemente
maravillosa. En su luz todos aquellos pensamientos se desvanecen sin dejar
rastro. Si pones tu fe en este modo de comprender, por fuertes que sean los
pensamientos que surjan en ti no te harán daño." (4) [120]
Esta es también la doctrina de Huang-po, que dice por su parte:
Se sostiene que existe algo
que hay que comprender o alcanzar aparte de la mente y, por tanto, se usa a la
mente para buscarlo. (Eso implica; no entender que la mente y el objeto de su
búsqueda son uno. La mente no se puede utilizar para buscar algo de la mente
porque aun cuando pasaran millones de kalpas no llegaría jamás el día del
éxito. (10) [121]
No debernos olvidar el contexto social del Zen. Es primordialmente un
medio de liberación para aquellos que han dominado las disciplinas de la
convención social, los condicionamientos del individuo por parte del grupo. El
Zen es una medicina contra los malos efectos de este condicionamiento, para la
parálisis y ansiedad mentales que provienen de la excesiva autoconciencia. Hay
que verlo contra el fondo de las sociedades reguladas por los principios del
Confucianismo, que hacen fuerte hincapié en la propiedad y un puntilloso
ritual. También en Japón hay que verlo en relación a la rígida disciplina exigida
por la educación de la casta samurai, y la tensión psicológica a la que
estaban expuestos los samurai en épocas de permanente guerrear. Como
medicina contra estas condiciones, no trata de derribar las convenciones
mismas, sino, por el contrario, las da por supuestas, como se ve fácilmente en
manifestaciones zen tales como la ceremonia cha-no-yu, o del té, que se
practica en el Japón. Por tanto el Zen podría ser una medicina muy peligrosa en
un contexto social donde la convención es débil o, por el contrario, donde
reina un espíritu de abierta rebelión contra las convenciones, pronto a
utilizar el Zen con intenciones destructivas.
Si tenemos en cuenta estas advertencias podremos observar la
naturalidad y la libertad del Zen sin perder las perspectivas. Los
condicionamientos sociales favorecen la identificación de la mente con una idea
fija de sí misma como medio de autocontrol, y de aquí resulta que el hombre se
considera a sí mismo como "yo", como ego. Luego el centro de gravedad
mental se desplaza de la mente espontánea u original a la imagen del ego.
Cuando esto ha ocurrido, se identifica al centro mismo de nuestra vida psíquica
con el mecanismo de autocontrol. Entonces se hace casi imposible ver cómo
"yo" puedo soltarme a "mí mismo". Me encuentro totalmente
incapacitado de efectuar ninguna acción mental que no sea intencional,
afectada, insincera. Por tanto todo lo que hago para abandonarme, para
soltarme, será una forma distrazada del esfuerzo habitual por seguir aferrado.
No puedo ser espontáneo a propósito o hacer algo sin querer pero de intento.
Tan pronto como se torna importante para mí ser espontáneo, la intención de
serlo se refuerza; no me puedo librar de ella, a pesar de ser el único
obstáculo que se interpone en el camino de mi propia realización. Es como si
alguien me hubiera dado una medicina advirtiéndome que no surtirá efecto si
pienso en un mono al tomarla.
Recordando que tengo que olvidarme del mono, me encuentro en la
situación de "doble atadura" en la que "hacer" es "no
hacer" y viceversa. "Sí" implica "no", y
"siga" implica "pare". En este punto viene el Zen y me
pregunta: "Si no puedes dejar de recordar el mono ¿lo haces a
propósito?" En otras palabras, ¿tengo la intención de ser intencional,
tengo el propósito de hacerlo a propósito? De súbito me doy cuenta de que mi
propia intención es espontánea, de que mi tendencia a controlar el yo —el ego—
surge de mi incontrolado yo natural. Entonces todas las maquinaciones del ego
se desvanecen: queda aniquilado en su propia trampa. Veo que es realmente
imposible no ser espontáneo. Porque lo que no puedo dejar de hacer lo hago
espontáneamente, pero si al mismo tiempo trato de controlarlo lo interpreto
como una compulsión. Como dijo un maestro zen: "Ahora no te queda que
hacer otra cosa que reírte."
Desde ese momento toda la cualidad de la conciencia está transformada,
y yo me siento en un mundo nuevo en el que, sin embargo, es evidente que
siempre he estado viviendo. Tan pronto como yo reconozco que mis acciones
voluntarias e intencionales ocurren espontáneamente, "por sí mismas",
como respirar, oír y sentir, ya no caigo en la contradicción de tratar de ser
espontáneo. No hay verdadera contradicción porque "tratar" es la
"espontaneidad". Viendo esto desaparece la sensación de estar
coaccionado, atado, bloqueado. Es como si me hubiera absorbido en una lucha
entre mis dos manos y hubiera olvidado que ambas eran mías. Nada interfiere ya
la espontaneidad cuando advertimos que no hace falta tratar de hacer nada. Como
vimos, al descubrir que
tanto los aspectos voluntarios como los involuntarios de la mente son
espontáneos por igual, se pone fin al fijo dualismo de la mente y el mundo, el
cognoscente y lo conocido. El nuevo mundo en el que me encuentro posee
extraordinaria transparencia, está libre de barreras, y por esta razón me
parece que yo en cierto modo me he convertido en el espacio vacío en el que
todo está ocurriendo.
Aquí, pues, está la clave de las socorridas frases: "todos los
seres están en nirvana desde el principio", "todo dualismo es
una falsa imagen", "la mente ordinaria es el Tao", y que por
tanto es absurdo querer ponerse de acuerdo con él. Como dice el Cheng-tao
Ke:
Como el cielo vacío,
carece de limites,
pero está en su
lugar, siempre profundo y claro.
Cuando tratas de
conocerlo, no puedes verlo.
No puedes agarrarlo,
pero no puedes
perderlo.
Al no poderlo tomar,
lo tomas.
Cuando callas, habla;
cuando hablas, calla.
El gran portón está
abierto de par en par para dar limosnas,
y ninguna multitud
bloquea el camino. (34) h
Fue al ver esto, en el momento de su satori, cuando Ha-kuin
gritó: "¡Qué maravilla, qué maravilla: No hay nacer y morir del que
tengamos que escapar, ni ningún conocimiento supremo por el cual tengamos que
luchar!" [122]
Hsiang-yen lo expresó así:
¡De golpe olvidé todo
mi saber!
De nada sirve la
artificial disciplina,
porque, para
cualquier lado que me vea, manifiesto el antiguo
Paradójicamente, no hay nada más artificial que la noción de
artificialidad. Trátese de hacer lo que fuere, es tan imposible marchar contra el espontáneo Tao como
vivir en otro momento que en el ahora o en algún otro lugar que aquí. Cuando un
monje le preguntó a Rankei qué pensaba de la autodisciplina para lograr satori,
el maestro dijo: "Satori es lo contrario de la confusión. Como
cada persona es la substancia de Buddha (en realidad) no cabe que haya
confusión. Entonces ¿qué es lo que vamos a conseguir con satori?"
[124]
Viendo, pues, que no hay posibilidad de apartarnos del Tao, uno es
como el "bonachón" de Hsüan-chüeh que
Ni evita los falsos
pensamientos ni busca los verdaderos porque la ignorancia es en verdad la
naturaleza del Buddha, y este ilusorio, cambiante y vacío cuerpo es el
Dharmakaya. [125]
Dejamos de tratar de ser espontáneos al ver que es innecesario tratar,
y entonces allí mismo puede ocurrir. Los maestros zen a menudo producen este
estado evadiendo una pregunta y luego, cuando el interrogador se vuelve para
marcharse, lo llaman repentinamente por su nombre. Al contestar naturalmente
"¿Sí?" el maestro exclama: "¡Es eso!"
A los lectores occidentales puede parecerles que todo esto es una
especie de panteísmo, un esfuerzo por borrar todos los conflictos sosteniendo
que "todo es Dios". Pero desde el punto de vista del Zen está muy
lejos de ser la verdadera naturalidad, pues implica el uso del concepto
artificial "todo es Dios" o "todo es el Tao". El Zen
aniquila esos conceptos mostrando que son tan innecesarios como cualesquiera
otros. No realizamos la vida espontánea confiando en la repetición de
pensamientos o afirmaciones. La realizamos al ver que tales recursos no son
necesarios. El Zen llama a todos los medios y métodos para realizar el Tao
"las patas de la víbora": añadiduras completamente superfluas.
Por supuesto, al lógico le parecerá que hemos llegado a un punto en que todo es puramente absurdo, como que,
en cierto modo, lo es. Desde el punto de vista budista la realidad misma carece
de sentido porque no es un signo que apunte a otra cosa, más allá de sí misma.
Llegar a la realidad —al "ser tal"— es ir más allá de karma, más
allá de la acción que produce resultados, y entrar en una vida completamente
desprovista de finalidad. Y sin embargo para el Zen y para el Taoísmo por igual
esa es la vida misma del universo, completa en cada momento y sin necesidad de
justificarse a sí misma apuntando a algo que esté más allá. Como dice un poema zenrin:
Si no crees, mira
Septiembre, mira Octubre,
las áureas hojas cayendo,
cayendo hasta llenar el río y la montaña. j
Ver esto es ser como los dos amigos de quienes
dice otro poema zenrin:
Al encontrarse ambos ríen,
ríen...
El bosquecillo, muchas
hojas caídas k
Para la mentalidad
taoísta una vida vacía y sin finalidad no sugiere nada deprimente. Por el
contrario, insinúa la libertad de las nubes y de los arroyos montañeses, que
vagan sin rumbo, y flores en desfiladeros impenetrables, hermosas sin nadie que
las vea, y la marea del océano que siempre baña la arena sin objeto.
Además, la experiencia zen es más una conclusión que una premisa.
Nunca debe usarse como primer paso en una línea de razonamientos éticos o
metafísicos, puesto que las conclusiones se mueven más bien hacia ella que
desde ella. Como la visión beatífica del Cristianismo, es "algo más allá
de lo cual no hay nada": el verdadero fin del hombre, no algo para ser
usado al servicio de otro fin. Los filósofos no reconocen fácilmente que hay un
punto en el cual el pensamiento, como todo proceso, debe detenerse. Tratar de
formular la experiencia zen como una proposición —por ejemplo: "todo es el
Tao"— y luego analizarla y sacar conclusiones,
es tomar el rábano por las hojas. Como la Crucifixión, es "escándalo para
los judíos [los moralistas] y locura para los griegos [los lógicos]".
Decir que "todo es el Tao" es casi un acierto, pero justamente en el
momento de acertar las palabras se tornan absurdas. Y es porque aquí alcanzamos
un límite en el que las palabras fallan porque siempre implican un sentido que
va más allá de ellas, y aquí no hay ningún sentido ulterior.
El Zen no comete
el error de utilizar la experiencia de que "todas las cosas son de un ser
tal" como premisa de una ética de hermandad universal. Por el contrario,
Yüan-wu dice:
Si eres un verdadero hombre
sin duda eres capaz de sacarle el buey al granjero o quitarle la comida a uno
que se muere de hambre.[126] l
Esto quiere decir simplemente que el Zen se halla más allá del punto
de vista ético, cuyas sanciones hay que buscar no en la realidad misma sino en
el mutuo acuerdo de los seres humanos. Cuando intentamos universalizarlo o
absolutizarlo, el punto de vista ético torna imposible la existencia, porque no
podemos vivir un solo día sin destruir la vida de alguna otra criatura.
Si se considera
que el Zen tiene la misma función que una religión en Occidente, es natural que
queramos encontrar alguna conexión lógica entre su experiencia central y el
mejoramiento de las relaciones humanas. Pero esto equivale a poner el carro
delante de los caballos. Lo que interesa destacar es que una experiencia o modo
de vida de este tipo es el objeto de las relaciones humanas mejoradas. En la
cultura del Lejano Oriente los problemas de las relaciones humanas pertenecen a
la esfera del Confucianismo más bien que a la del Zen, pero desde la dinastía
Sung (959-1278) el Zen ha fomentado continuamente al Confucianismo y fue el
principal promotor de la introducción de sus principios en el Japón. Los
partidarios del Zen comprendieron la importancia de los principios confucianos
para crear un tipo de matriz cultural donde el Zen podía florecer sin entrar en
conflicto con el orden social, porque la ética confuciana es declaradamente
humana y relativa, no divina y absoluta.
Aunque por una parte puede admitirse que la experiencia zen no tiene
consecuencias, por otra puede afirmarse lo contrario, en el sentido de que
puede aplicarse en cualquier dirección a cualquier actividad humana, y que en
cualquier caso que se la aplique imprime a la obra una cualidad inconfundible.
Las notas características de la vida espontánea son mo chih ch'u m, que
significa "seguir adelante sin titubear", wu-wei, que aquí
puede entenderse como "falta de finalidad", y wu-shih, falta
de afectación o simplicidad.
Si bien la experiencia del Zen no implica ningún tipo de acción
determinada, puesto que carece de finalidad y de motivación, se dirige sin
titubeos hacia cualquier cosa que haya que hacer. Mo chih ch'u es la
mente que funciona sin impedimentos, sin oscilaciones entre alternativas, y
gran parte de la instrucción zen consiste en poner al estudiante ante dilemas
que él debe resolver sin detenerse a deliberar y "escoger". La
respuesta a la situación debe seguir con la inmediatez del sonido que sale de
las manos en el aplauso, o las chispas de una piedra al golpearla. El
estudiante que no está acostumbrado a este tipo de respuesta al principio se
sentirá confundido, pero a medida que cobra fe en la mente "original"
o espontánea responderá no sólo con facilidad sino con notable justeza. Es algo
similar al talento del comediante profesional para improvisar en cualquier
situación.
El maestro a veces comienza una conversación con el alumno haciéndole
una serie de preguntas muy corrientes acerca de asuntos triviales, a las que el
alumno responde con perfecta espontaneidad. Pero de pronto le dice:
—Cuando el agua corre por el caño de desagüe ¿gira hacia la izquierda
o hacia la derecha?
Como el estudiante se detiene ante esta pregunta tan imprevista, y
quizá trata de recordar para qué lado es, el maestro le grita:
—¡No pienses! ¡Actúa! ¡Así! —y hace un remolino en el aire con la
mano.
En otros casos no es tan gráfico y se limita a decir:
—Hasta aquí has contestado mis preguntas con mucha naturalidad y
facilidad. ¿En qué consiste ahora tu dificultad?
Por su parte el estudiante también puede provocar al maestro, y
podemos imaginar que en tiempos en que la enseñanza del Zen no era tan formal
los miembros de las comunidades zen deben haberse divertido enormemente
tratando de hacer caer en la trampa a sus compañeros. Hasta cierto punto este
tipo de relación aún subsiste, no obstante la gran solemnidad de la entrevista sanzen
donde se da y se contesta el koan. El finado Kozuki Roshi estaba
tomando el té con dos monjes norteamericanos invitados suyos, cuando preguntó
de una manera casual:
—¿Y qué saben ustedes del Zen?
Uno de los monjes arrojó directamente a la cara del maestro su abanico
cerrado. En el mismo instante el maestro inclinó levemente la cabeza hacia un
costado, el abanico pasó a través del shoji de papel que estaba detrás
del maestro, y éste lanzó una carcajada.
Suzuki ha traducido una larga carta del maestro zen Takuan acerca de
la relación del Zen con el arte de la esgrima, que constituye la mejor fuente
literaria de lo que el Zen entiende por mo chih ch'u: "seguir
adelante sin detenerse".[127]
Takuan y Bankei subrayaban el hecho de que la mente "original" o
"no nacida" constantemente hace milagros aun en la persona más
ordinaria. Aunque un árbol tiene innumerables hojas, la mente las recibe todas
a la vez sin ser "detenida" por ninguna de ellas. Explicando este
hecho a un monje que lo visitaba, Bankei dijo: "Para probar que tu mente es
la mente del Buddha, observa cómo todo lo que te digo entra en ti sin que se
pierda ni una cosa, aun cuando no hago ninguna presión
para ello."[128]
Una vez que un monje agresivo lo fastidiaba insistiendo en que no le entendía
ni jota, Bankei le pidió que se aproximara. El monje dio un paso hacia
adelante. "Un poco más adelante", dijo Bankei. El monje volvió a
adelantarse. "¡Qué bien me entiendes!", dijo Bankei.[129]
En otras palabras, nuestro organismo natural realiza las actividades más
maravillosamente complejas sin el menor titubeo o deliberación. El pensamiento
consciente también se basa en todo su sistema de funciones espontáneas, por
cuya razón no hay en realidad otra alternativa que confiar enteramente en su
funcionamiento. Nosotros mismos somos su funcionamiento.
El Zen no es meramente un culto de la acción impulsiva. El mo chih
ch'u no se propone eliminar el pensamiento reflexivo sino eliminar el
"bloqueo" tanto en la acción como en el pensamiento, de modo que la
respuesta de la mente es siempre como una pelota en un arroyo montañés:
"un pensamiento tras otro sin titubear". Hay algo similar en la
práctica psicoanalítica de la asociación libre, que se emplea como técnica para
quitar obstáculos al libre curso del pensamiento que surge del
"inconsciente". Hay una tendencia a confundir el "bloqueo",
que es un mecanismo de pura obstrucción, con el de "meditar" una
respuesta; pero es fácil percibir la diferencia entre ambas en un proceso de
"meditación" como es el de sumar una columna de números. Muchas
personas ante ciertas combinaciones de números, por ejemplo 8 y 5, o 7 y 6,
experimentan una sensación de resistencia que les hace detener el proceso. Como
esto siempre es molesto y desconcertante, tendemos también a bloquear el
bloqueo, de suerte que ese estado se convierte en una especie de titubeo
oscilatorio característico de un sistema de retroacción atascado. La cura más
sencilla consiste en sentirse en libertad de bloquear, de manera que no
bloqueamos el bloqueo. Cuando nos sentimos en libertad de bloquear, el bloqueo
se elimina automáticamente. Es como andar en bicicleta. Cuando uno se siente
caer hacia la izquierda no resiste la caída (es decir, el bloqueo) doblando
hacia la derecha: se dobla la rueda hacia la izquierda y el equilibrio se
restablece. Desde luego, aquí opera el mismo principio que en el caso en que
salimos de la contradicción de "tratar de ser espontáneos" aceptando
el "tratar" como "espontáneo", es decir, no resistiendo el
bloqueo. La palabra "bloqueo" es quizá la que mejor traduce el
término zen nien tal como se presenta en la frase wu-nien, "sin
pensamiento", o mejor dicho: "sin segundo pensamiento" (o
"sin segundas intenciones"). Takuan señala que este es el verdadero
significado de "apego" en el Budismo, como cuando se dice que un
Buddha está libre de apegos mundanos. Esto no significa que sea un "Buddha
de piedra" sin sentimientos, emociones ni sensaciones de hambre o de
dolor. Significa que no bloquea nada. Por eso una característica típica del
estilo zen es que en la acción se compromete a fondo y va hasta las últimas
consecuencias. En todo se entrega total y libremente sin consideración de sí
mismo. No confunde la espiritualidad con el pensar en Dios mientras uno pela
patatas. La espiritualidad zen consiste justamente en pelar patatas. Como dice
Lin-chi:
Cuando es hora de vestirse,
ponte la ropa. Cuando debes caminar, camina. Cuando tienes que sentarte,
siéntate. No tengas en tu mente ni un solo pensamiento acerca de buscar el
conocimiento búdico. ...Hablas de estar perfectamente disciplinado en tus seis
sentidos y en todos tus actos, pero en mi opinión todo eso es producir karma.
Buscar (la naturaleza del) Buddha y buscar el Dharma es al mismo tiempo
producir el karma que conduce a los infiernos. Buscar (ser) Bodhisattvas
es también producir karma, y lo mismo estudiar los sutras y los
comentarios. Los Buddhas y los Patriarcas son gente sin esos artificios... Por
todas partes se dice que hay un Tao que debe ser cultivado y un Dharma que hay
que realizar. ¿Cuál es el Dharma que dices que debe ser cultivado y cuál el Tao
que hay que cultivar? ¿Qué te falta en la forma en que estás funcionando ahora?
¿Qué vas a añadir a donde estás?[130] o
Como dice otro poema zenrin:
No hay nada igual a
andar vestido y alimentarse.
Fuera de esto no hay
ni Buddhas ni Patriarcas. p
Tal es la cualidad de wu-shih, la naturalidad sin artificios ni
medios para ser natural, como por ejemplo la idea de Zen, o del Tao, o del
Buddha. No es que uno excluya estas ideas: simplemente se marchitan cuando se
vuelven innecesarias. "No se queda donde está Buddha, y donde no hay
Buddha pasa de largo." [131]
Porque como también dice el Zenrin:
Ser consciente de la
mente, de la naturaleza original:
esa es justamente la
gran enfermedad del Zen! q
Así como "el pez nada en el agua sin pensar en el agua, y el
pájaro vuela en el viento sin conocer al viento", tampoco la verdadera
vida del Zen necesita "levantar olas cuando no sopla viento", o
introducir la religión o la espiritualidad como algo que está por encima de la
vida misma. Por esta razón el sabio Fa-yung dejó de recibir las ofrendas de
flores que le hacían los pájaros después que celebró su entrevista con el
Cuarto Patriarca, porque su santidad ya no "sobresalía como un pulgar
enfermo". Respecto de ese hombre dice el Zenrin:
Al entrar a la floresta
no mueve la hierba;
al entrar al agua no
produce un rizo. r
Nadie lo nota porque él no se nota a sí mismo.
Con frecuencia se dice que aferrarse a sí mismo es como tener una
espina clavada en la piel, y que el Budismo es una espina para extraer la primera.
Una vez sacada, ambas espinas se tiran. Pero si el Budismo, la filosofía o la
religión se convierten en otro modo de aferrarse a sí mismo mediante la
búsqueda de una seguridad espiritual, las dos espinas se convierten en una, y
entonces ¿cómo se las va a extraer? Como decía
Bankei, esto es "lavar sangre con sangre". Por tanto en el Zen no hay
yo ni Buddha al que uno pueda aferrarse, ni bien que ganar ni mal que evitar,
ni pensamientos que desarraigar, ni mente que purificar ni cuerpo que perecer
ni alma que salvar. De un solo golpe todo el andamiaje de abstracciones es
reducido a polvo. Como dice el Zenrin:
Para salvar la vida
hay que destruirla.
Cuando está
totalmente destruida, por primera vez quedamos en paz.
s
Una palabra establece
el cielo y la tierra,
una espada nivela el
mundo entero. t
De esta "única espada" decía Lin-chi:
Si un hombre cultiva el
Tao, el Tao no actúa: por todas partes surgirán condiciones desfavorables
compitiendo entre si. Pero cuando sale la espada de la sabiduría [prajna] no
queda nada.[132] u
La "espada de prajna" que corta las abstracciones es
ese acto de "señalar directamente" por el cual el Zen evita los
enredos de la religiosidad y va derecho al corazón. Así, cuando el gobernador
de Lang preguntó a Yao-shan: ¿Qué es el Tao?, el maestro señaló hacia arriba,
hacia el cielo, y hacia abajo, hacia una jarra de agua que estaba a su lado.
Cuando le pidieron explicaciones replicó: "Una nube en el cielo y agua en
la jarra."
III
ZA -ZEN Y EL KOAN
Hay en el Zen un dicho, según el cual "la realización original es
una práctica maravillosa" (en japonés: honsho myoshu a).
El sentido de esta frase es que no hay que hacer ninguna distinción entre el
acto de tomar conciencia del despertar (satori) y el cultivo del Zen en
la meditación y en la acción. Aunque pudiera suponerse que la práctica del Zen
es un medio cuyo fin es el despertar, no es así. En efecto, la práctica del Zen
no es una verdadera práctica en tanto tenga un fin de vista, y cuando no tiene
en vista ningún fin es el despertar: la vida autosuficiente, sin objeto, del
"eterno ahora". Practicar con un fin en vista es tener puesto un ojo
en la práctica y otro en el fin, lo cual equivale a falta de concentración y de
sinceridad. Para decirlo de otra manera: no se practica el Zen para convertirse
en Buddha; se lo practica porque uno ya es Buddha desde el comienzo, y esta
"realización original" es el punto de partida de la vida zen. La
realización original es el "cuerpo" (t'i b) y
la práctica maravillosa el "uso" (yung c), y ambos
corresponden respectivamente a prajna y karuna, la compasiva
actividad del Bodhisattva despierto en el mundo del nacer y el morir.
En los dos capítulos precedentes nos referimos a la realización
original. En el presente capítulo y en el que le sigue trataremos de la
práctica o actividad que se desprende de ella: ante todo la vida de meditación,
y en segundo término la vida del trabajo y el recreo cotidianos.
Como hemos visto, cualquiera haya sido la práctica de los maestros T'ang, las modernas comunidades zen, tanto
la de la Escuela soto como la rinzai, conceden la mayor importancia a la
meditación o al "Zen sentado" (za-zen). Puede parecer extraño
y poco razonable que hombres fuertes e inteligentes se queden sentados
quietamente durante muchas horas seguidas. Para la mentalidad occidental eso no
sólo es innatural sino una gran perdida de tiempo valioso, por muy útil que
pueda ser como disciplina para inculcar paciencia y fortaleza. Aunque también
Occidente tiene su propia tradición contemplativa en la Iglesia Católica, la
vida de "quedarse sentado y mirando" ha perdido atractivo, pues no se
da valor a ninguna religión que no "mejore el mundo", y es difícil
comprender cómo se va a mejorar el mundo si uno se queda quieto. Sin embargo, debería
ser patente que la acción sin sabiduría, sin clara conciencia de lo que el
mundo realmente es, nunca puede mejorar nada. Además, así como la mejor manera
de aclarar el agua turbia es dejándola reposar, podría argüirse que aquellos
que se sientan quedándose quietos y sin hacer nada realizan una de las mejores
contribuciones que pueden hacerse a un mundo alborotado.
En realidad no hay nada innatural en quedarse sentado quieto durante
largos períodos. Los gatos lo hacen; y aun los perros y otros animales más
nerviosos. Lo mismo los llamados "pueblos primitivos": los indios
americanos y los campesinos de casi todas las naciones. Este arte es
particularmente difícil para aquellos que han desarrollado el intelecto
sensitivo hasta el extremo de no poder dejar de hacer predicciones acerca del
futuro, y por tanto tienen que estar en continua actividad para anticiparse a
ellas. Pero al parecer, ser incapaz de quedarse sentado y atento con la mente
completamente en reposo significa ser incapaz de experimentar plenamente el
mundo en que vivimos. Porque uno no conoce el mundo sólo pensando en él y
haciendo algo en él. Primero uno tiene que experimentarlo más directamente, y
prolongar la experiencia sin sacar conclusiones apresuradas.
La importancia de za-zen se hace patente cuando recordamos que
Zen es ver la realidad directamente, en su "ser así". Para ver el
mundo tal como es concretamente, no dividido por categorías y abstracciones,
hay que mirarlo con una mente que no piensa acerca de él, es decir, que no
forja símbolos. Por tanto, za-zen no significa sentarse con la mente en
blanco que excluye todas las impresiones de los sentidos internos y externos.
No es la "concentración" en el sentido corriente de restringir la
atención a un solo objeto sensible, como por ejemplo a un punto luminoso o a la
punta de la nariz. Es sencillamente una quieta conciencia, sin comentario, de
todo lo que pasa aquí y ahora. Esta conciencia va acompañada de una sensación
muy vivida de "no diferencia" entre uno mismo y el mundo exterior,
entre la mente y sus contenidos: los diferentes sonidos, formas, colores y
otras impresiones del mundo circundante. Naturalmente esta sensación no surge
porque tratemos de obtenerla; viene sola cuando estamos sentados y atentos sin
ningún propósito en nuestra mente, ni siquiera el propósito de librarnos de los
propósitos.
En la sala de los monjes o sala de meditación —que se llama sodo o
zendo— utilizada por una comunidad zen, por supuesto que no hay nada que
favorezca la distracción a causa de las circunstancias exteriores. Hay un largo
cuarto con anchas plataformas a cada lado, donde los monjes duermen y meditan.
Las plataformas están cubiertas de tatami, gruesas esteras de paja, y
los monjes se sientan en dos filas frente a frente. El silencio reinante
resulta más bien acentuado que interrumpido por los ocasionales sonidos que
llegan de la villa vecina, del intermitente tañido de campanas que viene de
otras partes del monasterio, y por el parloteo de los pájaros en los árboles.
Aparte de esto sólo se siente el aire frío y claro de la montaña y el olor
"leñoso" de cierta clase especial de incienso.
Se le da mucha importancia a la postura física del za-zen. Los
monjes se sientan sobre almohadones de firmes rellenos, con las piernas
cruzadas y las plantas de los pies hacia arriba, sobre
los muslos. Las manos descansan sobre el regazo, la izquierda sobre la derecha,
con las palmas hacia arriba y los pulgares tocándose. El cuerpo se mantiene
erguido, aunque no rígido, y los ojos quedan abiertos de modo que la mirada se
dirige al piso, pocos pasos adelante. La respiración es regulada para que sea
lenta y sin esfuerzo, subrayando la expiración y el impulso dado por el vientre
más bien que por el pecho. La respiración lenta y fácil procedente del vientre
actúa sobre la conciencia como un fuelle, dándole una claridad tranquila y
brillante. Al principiante se le aconseja que no haga otra cosa que contar sus
alientos de uno a diez, repetidamente, hasta que la sensación de estar sentado
sin hacer comentarios se convierte en algo que se realiza sin esfuerzo y
naturalmente.
Mientras los monjes están sentados de esta manera, dos sirvientes se
pasean lentamente de uno a otro extremo del cuarto entre las dos plataformas.
Cada uno de ellos lleva el palo "preventivo" llamado keisaku, redondeado
en una punta, chato en la otra, como símbolo de la espada de prajna del
Bodhisattva Manjusri. Tan pronto ven que un monje se está por dormir o que está
sentado en una postura incorrecta, se paran ante él, se inclinan haciendo una
reverencia, y le pegan en los hombros. Se dice que no se trata de un
"castigo" sino de un "masaje vigorizador" para quitar la
rigidez de los músculos del hombro y devolver la mente a su estado de alerta.
Sin embargo, los monjes con quienes estuve conversando acerca de esta práctica
parecían tomarlo con la misma actitud de falso humorismo que nos hace pensar en
las disciplinas corporales de los internados de varones. Además, las reglas sodo
dicen: "En el servicio matutino, a los que dormiten hay que tratarlos
severamente con el keisaku." [133]
Con intervalos, se interrumpe la postura de sentado y los monjes
forman filas marchando rápidamente alrededor de la sala entre las plataformas
para evitar la pereza. Los períodos de za-zen también se interrumpen
para trabajar en los campos del monasterio, limpiar la casa, efectuar servicios
religiosos en el santuario principal o "sala del Buddha", y cumplir
otras tareas, o para comer o dormir por breves horas. A cierta altura del año
se mantiene za-zen casi continuamente de 3.30 de la mañana a 10 de la
noche. Estos largos períodos se llaman sesshin o "recogimiento de
la mente". Cada aspecto de la vida del monje se realiza de acuerdo con un
ritual preciso, aunque no ostentoso, que da a la atmósfera del sodo un
aire ligeramente militar. Cada rito es anunciado y acompañado por diferentes
clases de campanillas, citólas y gongs de madera, tocados con variados ritmos
para señalar que es hora de za-zen, de comer, de rezar, de escuchar
clases, o entrevistas sanzen con el maestro.
El estilo ritualista o ceremonioso es tan característico del Zen que
acaso requiera cierta explicación en una cultura que ha llegado a asociarlo con
la afectación o la superstición. En el Budismo las cuatro principales
actividades del hombre —caminar, estar de pie, estar sentado y estar acostado—
se llaman las cuatro "dignidades" por ser las posturas tomadas por el
Buddha en su cuerpo humano (nirmanakaya). Por tanto el estilo ritualista
con el que uno realiza las actividades cotidianas celebra el hecho de que
"el hombre corriente es un Buddha" y constituye, además, un estilo
que le surge naturalmente a la persona que hace todo con total presencia de
ánimo. Así, si en algo tan simple y trivial como encender un cigarrillo uno
está plenamente consciente, viendo la llama, la espiral del humo y la regulación
del aliento como si fueran las cosas más importantes del mundo, a un observador
le parecerá que la acción se realiza con estilo ritual.
Esta actitud de "actuar como el Buddha" se acentúa
particularmente en la Escuela soto, en la que tanto za-zen como la
rutina de actividades diarias no se consideran como medios para un fin sino
como la verdadera realización del conocimiento búdico. Dogen dice en su Shobogenzo:
Sin mirar hacia el mañana
en cada momento sólo tienes que pensar en este día y en esta hora. Como el
mañana es arduo e incierto y difícil de conocer, tienes que pensar en seguir el
camino budista mientras vives hoy... tienes que concentrarse en la práctica zen
sin perder tiempo, pensando que sólo hay este día y esta hora. Después todo se torna
verdaderamente fácil. Tienes que olvidarte de todo lo referente a lo bueno y lo
malo de tu naturaleza, a la fuerza o debilidad de tu poder.[134]
En el za-zen no hay que pensar ni en la búsqueda de satori ni
en evitar el nacer y el morir, ni en esforzarse por nada futuro.
Si viene la vida, es la
vida. Si viene la muerte, es la muerte. No hay razón de que estés bajo el
control de ellas. No deposites en ellas ninguna esperanza. Esta vida y esta
muerte son la vida del Buddha. Si tratas de rechazarlas negándolas, pierdes la
vida del Buddha.[135]
Los "tres mundos" —pasado, presente y futuro— contra lo que
comúnmente se supone, no son llevados a distancias inaccesibles.
Lo que se llama el pasado
es la parte superior del corazón; el presente es la parte superior del puño; y
el futuro es la parte trasera del
cerebro.[136]
Todo el tiempo está aquí en este cuerpo, que es el cuerpo del Buddha.
El pasado existe en su memoria y el futuro en su anticipación, y ambos son
ahora, pues cuando se considera el mundo directa y claramente no se encuentra
por ninguna parte ni el pasado ni el futuro.
Esa es también la enseñanza de Bankei:
Sois primordialmente
Buddhas; no vais a ser Buddhas por primera vez. No hay ni ápice de error en
vuestra mente innata... Si tenéis el menor deseo de ser mejores de lo que
realmente sois, si os apresuráis en el menor grado en vuestra búsqueda de algo,
ya vais contra el No nacido.[137]
Tal concepción de la práctica zen es por consiguiente algo difícil de
reconciliar con la disciplina que ahora prevalece en la Escuela rinzai, y que
consiste en "aprobar" una serie graduada de unos cincuenta problemas koan.
La mayoría de los maestros rinzai hacen mucho hincapié en la necesidad de
despertar un intensísimo espíritu de búsqueda, una dominante sensación de
"duda" por la cual se torna casi imposible olvidar el koan que
uno trata de solucionar. Desde luego, esto lleva a establecer muchas
comparaciones entre los grados de perfeccionamiento de los diversos individuos,
y a la "colación de grados" con la que culmina el proceso se le da un
reconocimiento muy formal y bien determinado.
Como los detalles formales de la disciplina koan son uno de los
pocos verdaderos secretos que subsisten en el mundo budista, es difícil
apreciarla justamente a menos que uno se haya sometido a la enseñanza. Por otra
parte, si uno ha recibido ese entrenamiento está obligado a no hablar de él,
salvo en forma de vagas generalidades. La Escuela rinzai siempre ha prohibido
la publicación de respuestas formalmente aceptables de los diferentes koan porque
todo el interés de la disciplina reside en descubrirlos por uno mismo,
intuitivamente. Conocer las respuestas sin haberlas descubierto sería como
estudiar el mapa sin hacer el viaje. Carentes del sacudón producido por el
reconocimiento, las respuestas desnudas dejan una impresión de chatura y
desencanto, y evidentemente quien las diera sin sentirlas realmente no podría
engañar a un maestro competente.
Sin embargo, no hay ninguna razón para que el proceso incluya todas
esas tonterías de "grados de perfección", de quién ha "aprobado" y quién no, o de quién
es un "auténtico" Buddha según estos criterios formales. Todas las
instituciones religiosas bien establecidas padecen esta clase de absurdo y
generalmente se reducen a una especie de esteticismo, a una excesiva pasión por
el cultivo de un "estilo" especial cuyos refinamientos distinguen a
los fieles de los infieles. Mediante tales criterios el esteta de la liturgia
puede distinguir a los sacerdotes católicos romanos de los católicos anglicanos,
confundiendo los amaneramientos de una atmósfera tradicional con los signos
sobrenaturales de la verdadera o falsa participación en la sucesión apostólica.
Sin embargo, a veces el cultivo de un estilo tradicional puede ser muy
admirable, como en el caso de una escuela de artistas o artesanos que de
generación en generación transmite ciertos secretos técnicos o detalles
técnicos que permiten fabricar objetos de peculiar belleza. Aun así esto muy
fácilmente se convierte en una disciplina más bien afectada y autoconsciente, y
desde ese momento todo su "Zen" está perdido.
El sistema koan tal como existe hoy día se debe en gran parte a
Hakuin (1685-1768), maestro formidable y muy versátil, que le dio una
organización sistemática de manera que todo el curso de estudio zen en la
Escuela rinzai se divide en seis etapas. Hay, primero, cinco grupos de koan d:
1. El koan hosshin o
dharmakaya, por el cual uno "entra por la puerta fronteriza del
Zen".
2. El koan kikan o de la
"barrera de la astucia", que se refiere a la expresión activa del
estado realizado en el primer grupo.
3. El koan gonsen, o de
la "investigación de las palabras", que se supone tiene que ver con
la expresión oral de la comprensión del Zen.
4. El koan nanto, o
"difícil de penetrar".
5. El koan goi, o de los
"cinco rangos", basado en las cinco relaciones de "señor" y
"sirviente" o de "principio" (li) y
"cosa-suceso" (shih), por el cual el Zen se relaciona con la
filosofía hua-yen o Avatamsaka.
La sexta etapa es un estudio de los preceptos budistas y de las reglas
de la vida del monje (vinaya) a la luz de la comprensión del Zen.[138]
Normalmente este curso de entrenamiento lleva unos treinta años. De
ninguna manera todos los monjes zen lo realizan enteramente. El curso entero se
exige sólo a quienes han de recibir el "sello de aprobación" (inka)
de su maestro, para poder convertirse en maestros (roshi), enteramente
versados en todos los medios (upaya) para enseñar el Zen a los demás.
Como pasa con tantas otras cosas de esta naturaleza, la bondad del sistema
depende de cómo se lo lleve a la práctica, y los egresados comprenden grandes y
pequeños Buddhas. No debe suponerse que una persona que ha solucionado un koan
o aun muchos de ellos sea necesariamente un ser humano
"transformado", cuyo carácter y modo de vida son radicalmente
diferentes de lo que eran antes. Tampoco debe suponerse que satori es un
solo y repentino salto desde la conciencia común a un "despertar completo
e insuperable" (anuttara samyak sambodhi). Satori en realidad
designa la manera repentina e intuitiva de ver en el interior de cualquier
cosa, ya sea recordar un nombre olvidado o entender los principios más
profundos del Budismo. Tras repetidas búsquedas infructuosas, abandonamos el
intento, y la respuesta viene sola. Así puede haber muchas ocasiones de satori
en el curso del entrenamiento: gran satori y pequeño satori, y
la solución de muchos de los koan no depende de nada sensacional: basta
con cierta habilidad para comprender el estilo zen de manejar los principios
budistas.
Las ideas occidentales acerca de las perfecciones budistas muy a
menudo se ven desvirtuadas por el enfoque del "Oriente misterioso" y
por las enormes fantasías puestas en amplia circulación por las obras
teosóficas en la última década del siglo pasado y la primera del siglo actual.
Esas fantasías no se basaban en un estudio de primera mano del Budismo sino en la lectura literal de pasajes mitológicos de las sutras,
donde los Buddhas y los Bodhisattvas aparecen adornados con innumerables
atributos milagrosos y sobrehumanos. Por tanto no hay que confundir a los
maestros zen con los "mahatmas" de la teosofía, los fascinantes
"maestros de sabiduría" que viven en las fortalezas de las montañas
del Tibet y practican las artes del ocultismo. Los maestros zen son muy
humanos. Se enferman y mueren; conocen alegrías y tristezas; tienen rabietas y
otras pequeñas "debilidades" del carácter como cualquier otro, y no
están libres de enamorarse y tener una relación plenamente humana con el sexo
opuesto. La perfección del Zen consiste en ser perfecta y simplemente humano.
El adepto del Zen se diferencia de los hombres corrientes en que estos últimos
de una u otra manera tienen dificultades con su propia humanidad e intentan ser
ángeles o demonios.[139]
Un poema doka de Ikkyu dice:
Comemos, eliminamos,
nos acostamos y nos levantamos;
este es nuestro
mundo.
Todo lo que tenemos
que hacer después
La enseñanza del koan implica conceptos típicamente asiáticos
de la relación entre el maestro y el discípulo, que son muy diferentes de los
nuestros. En efecto, en las culturas asiáticas se trata de una relación
particularmente sagrada, en la que se supone que el maestro es responsable del karrna
del alumno. Por su parte, se espera que el alumno preste absoluta
obediencia y reconozca completa autoridad al maestro, y tenga por él un respeto
aun mayor del que tiene por su propio padre, lo cual en los países asiáticos es
mucho decir. Por tanto ante un monje zen el roshi se presenta como
símbolo de la máxima autoridad patriarcal, y generalmente desempeña su papel a
la perfección. Es un hombre casi siempre de edad avanzada, de aspecto feroz
como un tigre, que formalmente vestido y sentado para la entrevista sanzen tiene
el aspecto de una persona de enorme presencia y dignidad. En este papel
constituye un símbolo vivo de todo cuanto nos infunde el temor de ser
espontáneos, de todo lo que provoca la más dolorosa y torpe autoconciencia. El
maestro asume este papel en su carácter de upaya, hábil artificio para
conseguir que el discípulo adquiera la presencia de ánimo necesaria, para estar
con perfecta naturalidad frente a este formidable arquetipo. Si puede hacerlo,
es un hombre libre a quien nadie en el mundo puede turbar. También hay que
tener en cuenta que en la cultura japonesa los jóvenes y los adolescentes son
particularmente susceptibles al ridículo, y con tal motivo se apela a este
recurso con frecuencia para adaptar los jóvenes a las convenciones sociales.
Al concepto asiático normal de la relación maestro-alumno, el Zen
añade algo propio al dejar que la formación de la relación quede enteramente
librada a la iniciativa del discípulo. La posición básica del Zen es que no
tiene nada que decir, nada que enseñar. La verdad del budismo es tan evidente
por sí misma que lo único que se consigue al explicarla es ocultarla. Por tanto
el maestro no "ayuda" al discípulo de ninguna manera, puesto que
ayudar sería en realidad entorpecer. Por el contrario, sale a ponerle
obstáculos y barreras en el camino del estudiante. Así, los comentarios de
Wu-men sobre los diferentes koan del Wu-men kuan tienden a
inducir a error intencionalmente. Los koan en conjunto se llaman "vines Wisterias" o
"enredos", y a ciertos grupos se les da el nombre de "barreras
de la astucia" (kikan) y "difíciles de penetrar" (nanto).
Este método es como el de fomentar el crecimiento de un cerco podándolo,
pues evidentemente la intención fundamental es la de ayudar, pero el estudiante
zen no sabe realmente el Zen si no lo descubre por sí mismo. Al proverbio chino
"Lo que entra por el portón no es el tesoro familiar" en el Zen se lo
entiende en el sentido de que lo que alguna otra persona nos dice no es
conocimiento nuestro. Como enseñaba Wu-men, satori llega sólo cuando uno
ha agotado su propio pensamiento, sólo cuando uno está convencido de que la
mente no puede apresarse a sí misma. Como dice Ikkyu en otro de sus poemas
llamados doka:
Que una mente busque
en otra parte
el Buddha
es tontería
en el colmo de la
tontería.
Porque
Mi yo de hace mucho
tiempo
en la naturaleza
inexistente;
sin lugar donde ir
cuando muerto,
El koan preliminar de tipo hosshin comienza, pues, por
obstaculizar al estudiante indicándole la dirección exactamente contraria de la
que tendría que seguir. Pero lo hace hábilmente, como para que no se advierta
la estratagema. Todo el mundo sabe que la naturaleza búdica está
"dentro" de nosotros, y que no tenemos que ir a buscarla; por tanto
ningún estudiante será embaucado aunque se le diga que vaya a buscarla a la
India o en la lectura de cierta sutra. Por el contrario, se le dice que
la busque en sí mismo. Y lo que es peor, se lo alienta para que la busque con
toda la energía de su ser, sin abandonar nunca su búsqueda, ni de día ni de
noche, realizando za-zen o trabajando, o comiendo. En realidad se lo alienta para que se ponga totalmente tonto, para
que gire en torno de sí mismo dando vueltas como un perro que trata de
agarrarse la cola.
Así, los primeros koan son normalmente "La cara
original" de Hui-neng, "Wu" de Chao-chou o "Una mano"
de Hakuin. En la primera entrevista de sanzen el roshi le dice al
discípulo, que ha sido aceptado a regañadientes, que descubra su
"cara" o "aspecto original", es decir, su naturaleza
básica, tal como era antes de que su padre y su madre lo concibieran. Se le
pide que vuelva cuando lo haya descubierto, y que de alguna prueba de su
descubrimiento. Entretanto en ninguna circunstancia debe discutir el problema
con otros o buscar su ayuda. Acompañando a los demás monjes en el sodo, el
jikijilsu o "monje principal" probablemente lo instruye en los
rudimentos de za-zen, enseñándole a sentarse, y acaso alentándolo a
volver a ver al roshi en una entrevista de sanzen tan pronto como
sea posible, y a no perder oportunidad de comprender correctamente su koan. Meditando
el problema de su "cara original" trata reiteradamente de imaginarse
lo que era antes de nacer o, lo que es lo mismo, lo que es ahora en el centro
mismo de su ser, cuál es la realidad básica de su existencia aparte de su
extensión en el espacio y en el tiempo.
El estudiante pronto descubre que el roshi no tiene paciencia
para aguantar respuestas filosóficas u otras igualmente verbales. El roshi quiere
que se le "muestre". Quiere algo concreto, una prueba sólida.
El estudiante por consiguiente comienza a presentar "ejemplos de realidad"
como trozos de roca, hojas y ramas, gritos y gestos de las manos: cualquier
cosa y todo cuanto puede imaginar. Pero todo esto es rechazado absolutamente,
hasta que el estudiante, incapaz de imaginar nada más, ya no sabe qué hacer, y
en este momento desde luego comienza a ponerse en el buen camino. "Sabe
que no sabe."
Cuando se comienza con el koan de Chao-chou llamado "Wu",
al estudiante se le pregunta por qué Chao-chou contestó "Wu", es
decir, "Nada" a la pregunta: "¿Un perro tiene la naturaleza
búdica?" El roshi pide que se le muestre esa "nada". Un
proverbio chino dice que "Una sola mano no aplaude",e y
por tanto Hakuin preguntó: "¿Cuál es el ruido de una mano?" ¿Puedes
oír lo que no hace ruido? ¿Puedes hacer algún ruido con este único objeto que
no tiene nada donde golpear? ¿Puedes obtener algún "conocimiento" de
tu propia naturaleza real? ¡Qué pregunta idiota!
De esta manera se consigue que el estudiante llegue a un punto en el
que se siente completamente estúpido, como si estuviera encerrado en un enorme
bloque de hielo que no le dejara moverse ni pensar. No sabe nada. Todo el
universo, inclusive él mismo es una enorme masa de pura duda. Todo lo que oye,
toca o ve es tan incomprensible como "la nada" o "el sonido de
una mano". En las entrevistas sanzen se queda completamente mudo.
Todo el día camina o se queda sentado en "vivo deslumbramiento",
consciente de todo lo que pasa a su alrededor, respondiendo mecánicamente a las
circunstancias, pero totalmente desconcertado por todo.
Después de pasar cierto tiempo en este estado llega un momento en el
que el bloque de hielo de pronto se disuelve y toda esa masa ininteligible se
convierte en algo instantáneamente vivo. El problema acerca de qué o quién sea
se torna evidentemente absurdo: se ve que es una pregunta sin ningún sentido.
No hay nadie que pueda hacerse a sí mismo la pregunta o contestarla. Pero al
mismo tiempo este transparente absurdo puede reír y conversar, comer y beber,
correr de un lado para otro, mirar a la tierra y al cielo, y todo esto sin tener
ninguna sensación de que existe un problema, una especie de nudo psicológico,
en medio de ello. No hay nudo porque "la mente que busca la mente" o
"el yo que busca controlar el yo" han sido desterrados de la
existencia y puestos de relieve como la abstracción que siempre fueron. Y
cuando se desvanece ese nudo tenso ya no queda la sensación de un núcleo sólido
de personalidad que se enfrenta al resto del mundo. En este estado, al roshi
le basta con mirar una sola vez al
estudiante para saber si ya está en condiciones de comenzar su entrenamiento
zen en serio.
Aunque parezca paradójico, podría decirse que la enseñanza zen puede
comenzar sólo cuando ya ha concluido. En realidad esto no es otra cosa que el
fundamental principio mahayana de que prajna lleva a karuna, que
no se obtiene verdaderamente el despertar a menos que implique también la vida
del Bodhisattva, la manifestación de la "maravillosa utilidad" del
Vacío para beneficio de todos los seres sensibles. Llegado a este punto, el roshi
comienza a presentar al discípulo koan problemas que exigen
imposibles proezas tanto en el orden del juicio como en el de la acción, como
por ejemplo:
"Saca de tu manga las cuatro divisiones de Tokyo."
"Detén aquel barco que va por el distante océano."
"Detén el sonido de la distante campana."
"Una niña cruza la calle. ¿Es la hermana menor o la mayor?"
Tales koan son algo más "engañosos" que los problemas
introductorios fundamentales, y muestran al estudiante que lo que son dilemas
para el pensamiento no presenta obstáculos para la acción. Un pañuelo de papel
se convierte fácilmente en las cuatro divisiones de Tokyo, y el estudiante
resuelve el problema de la hermana menor o mayor imitando el modo de caminar de
la niña. Porque en su absoluto "ser tal" la niña es justamente eso;
sólo relativamente es "hermana", "mayor" o
"menor". Quizá pueda comprenderse por qué un hombre que había
practicado za-zen durante ocho años, le dijo a R. H. Blyth que "el
Zen no es más que un juego de palabras", porque partiendo del principio de
extraer la espina con una espina, el Zen libera a los hombres del enredo en que
se encuentran por confundir las palabras y las ideas con la realidad.
La práctica continua de za-zen proporciona al estudiante una
mente clara y despejada en la que puede arrojar el koan como si fuera un
guijarro lanzado a un charco, y sencillamente ponerse a mirar cómo reacciona su mente.
Al concluir cada koan el roshi generalmente le pide que le presente un
verso del Zenri Kushu que expresa el sentido del koan que se
acaba de resolver. También se utilizan otros libros, y el difunto Sokei-an
Sasaki, trabajando en los Estados Unidos descubrió que un manual excelente para
esto era Alicia en el País de las Maravillas. A medida que la obra
avanza, un koan decisivo se alterna con otro de menor importancia que
indaga las implicaciones del anterior, y que proporciona al estudiante un
acabado conocimiento práctico de cada tema de la concepción budista del
universo, presentando el cuerpo total del saber de tal modo que llega a conocerlo
íntimamente. De esta manera aprende a responder con él instantánea e
inconscientemente en las situaciones de la vida cotidiana.
El último grupo de koan se refiere a los "Cinco
Rangos" (go-i), o esquema de las relaciones entre el conocimiento
relativo y el conocimiento absoluto, sucesos-cosas (shih) y principio
subyacente (li). El inventor de este esquema fue T'ung shan (807-869),
pero surge de los contactos del Zen con la Escuela Hua-yen (japonesa y kegon).
La doctrina de los Cinco Rangos se vincula muy estrechamente con el cuádruple Dharmadhatu.[142]
A los Rangos generalmente se los representa en base a las posiciones
relativas de señor y siervo o de anfitrión y huésped, que simbolizan,
respectivamente, el principio subyacente y cosas-sucesos. Así tenemos:
1. El señor mira desde arriba
al siervo.
2. El siervo mira desde abajo
al señor.
3. El señor.
4. El siervo.
5. El señor y el siervo
conversan juntos.
Baste decir que los cuatro primeros corresponden a los cuatro Dharmadhatu
de la Escuela Hua-yen, aunque la relación es algo compleja, y el quinto
corresponde a la "naturalidad". En otras palabras, podemos considerar
el universo, el Dharmadhatu, desde una cantidad de puntos de vista
igualmente válidos: como múltiple, como uno, como al mismo tiempo uno y múltiple,
y como ni uno ni múltiple. Pero la posición final del Zen es que no toma ningún
punto de vista especial, y sin embargo es capaz de adoptar cualquier punto de
vista de acuerdo con las circunstancias. Como dice Lin-chi:
A veces hago abstracción
del hombre (es decir, del sujeto) pero no abstraigo las circunstancias (es
decir, el objeto). A veces abstraigo las circunstancias, pero no hago
abstracción del hombre. A veces hago abstracción del hombre y de las
circunstancias. A veces no abstraigo ni al hombre ni a las circunstancias.[143] f
Y, podría haber añadido, a veces no hago nada de particular (wu-shih).[144]
La enseñanza koan culmina en el estadio de la perfecta
naturalidad que caracteriza a la libertad tanto en el mundo relativo como en el
absoluto, pero como esta libertad no se opone al orden convencional, sino es
más bien una libertad que "sostiene el mundo" (lokasamgraha), la
fase final del estudio es la relación del Zen con respecto a las reglas de la
vida social y monástica. Como preguntaba una vez Yun-men: "En un mundo tan
grande, ¿por que atender el timbre y vestir trajes de ceremonia?"[145]
Y aquí se aplica la respuesta dada por otro maestro en un contexto muy
distinto: "Si hay alguna razón para ello, me puedes cortar la
cabeza", pues el acto moral tiene sentido ético sólo cuando es libre, sin
compulsión de la razón o de la necesidad. Tal es también el sentido más
profundo de la doctrina cristiana del libre albedrío, pues actuar "en
unión con Dios" es actuar no bajo la presión del miedo o del orgullo, ni
porque se espera recompensa, sino por simple amor al "motor inmóvil".
Desde luego el sistema koan tiene sus peligros e
inconvenientes, como todas las cosas que pueden ser mal aplicadas. Es una
técnica muy complicada y hasta institucionalizada, y por tanto se presta a la
afectación y el artificio. Pero lo mismo ocurre con cualquier otra técnica,
aunque sea tan poco técnica como el método de Bankei, que consistía en no tener
ningún método. Esto también puede convertirse en un fetiche. Pero es importante
tener en cuenta en qué circunstancias los inconvenientes tienen más
probabilidad de surgir, y parece que en la enseñanza koan son dos.
La primera ocurre cuando se insiste en que el koan es el
"único camino" para una genuina realización del Zen. Desde luego se
puede caer en el círculo vicioso de decir que el Zen, por encima de la
experiencia del despertar, es precisamente el estilo budista representado por
el koan. Pero en ese caso la Escuela soto no sería Zen, y no habría Zen
en ninguna otra tradición del mundo salvo la de la rama rinzai. Si se lo define
de esta manera, el Zen pierde universalidad y se convierte en algo tan exótico
y culturalmente condicionado como el teatro No o la práctica de la caligrafía
china. Desde el punto de vista occidental ese Zen tendrá atractivo sólo para
los adeptos de las "japonerías", para románticos a quienes les gusta
jugar a ser japoneses. Y no es que tal romanticismo tenga algo de
intrínsecamente "malo", pues no existen culturas "puras", y
tomando prestado el estilo de otros pueblos aumentamos la variedad y el sabor
de la vida. Pero el Zen es muchísimo más que un refinamiento cultural.
El segundo inconveniente es más serio y puede surgir de la oposición
del satori al intenso "sentimiento de duda" que algunos
exponentes koan alientan deliberadamente. En efecto, así se estimula un satori
dualista. Decir que la profundidad del satori es proporcional a la
intensidad de la búsqueda y el esfuerzo que lo preceden es confundir el satori
con sus concomitantes puramente emocionales. Es como si para sentirnos con
los pies ligeros nos calzáramos durante un tiempo zapatos con refuerzos de
plomo, y luego volviéramos a nuestro calzado normal. La sensación de alivio será
proporcional al tiempo en que hemos usado aquellos zapatos y al peso del plomo.
Esto equivale también al conocido truco de los propagandistas de la fe que
consiguen en sus seguidores una tremenda elevación emocional al inculcar en
ellos primero un agudo sentimiento del pecado y luego aliviándolo mediante la
fe en Jesús. Pero tales "elevaciones" no son duraderas, y Yün-feng se
refería a esta clase de satori cuando decía: "El monje que tiene
algún satori se mete directamente en el infierno como una flecha." [146]
El despertar casi necesariamente acarrea una sensación de alivio
porque pone fin al habitual calambre psicológico de tratar de apresar la mente
con la mente, lo cual a su vez engendra el ego con todos sus conflictos y
defensas. Con el tiempo, la sensación de alivio va desapareciendo, pero no el
despertar, a menos que se lo haya confundido con la sensación de alivio y se
haya intentado explotarlo cayendo en éxtasis. Por tanto el despertar sólo por
accidente es agradable o extático, y sólo al principio constituye una
experiencia de intensa liberación emocional. Pero en sí no es más que la
cesación de un uso artificial y absurdo de la mente. Por encima y más allá de
ello es wu-shih —nada especial— pues el contenido último del despertar
nunca es un particular objeto de conocimiento o experiencia. La doctrina
budista de los "Cuatro Invisibles" sostiene que el Vacío (sunya) es
al Buddha como el agua es al pez, el aire al hombre y la naturaleza de las
cosas al engañado: más allá de lo concebible.
Sin duda lo que substancial y fundamentalmente somos no será nunca
objeto de conocimiento claro y distinto. Lo que podamos conocer —la vida y la
muerte, la luz y las tinieblas, lo sólido y lo vacío— serán los aspectos
relativos de algo tan inconcebible como el color del espacio. Despertar no
significa conocer qué es esa realidad. Como dice un poema Zenrin:
Como las mariposas se
acercan a las flores recién nacidas,
Bodhidharma dice: "No
sé." g
Despertar significa saber lo que la realidad no es. Es dejar de
identificarnos a nosotros mismos con cualquier objeto de conocimiento. Así como
cualquier afirmación acerca de la substancia o energía básica de la realidad
tiene que resultar absurda, cualquier afirmación referente a lo que "yo
soy" en las raíces mismas de mi ser tiene que ser también el colmo de la
tontería. El engaño es la falsa premisa metafísica en que arraiga el sentido
común; es la ontología y gnoseología inconsciente del hombre medio, su tácito
supuesto de que él es "algo". Es claro que el supuesto de que
"yo no soy nada" sería igualmente falso puesto que algo y nada, ser y
no ser, son conceptos relativos, y corresponden igualmente a lo
"conocido".
Un método de relajamiento muscular consiste en comenzar por aumentar
la tensión de los músculos hasta tener una clara sensación de lo que no hay
que hacer.[147] En
este sentido se advierte para qué sirve el koan inicial como medio de
intensificar el absurdo esfuerzo de la mente que quiere agarrarse a sí misma.
Pero identificar satori con la consiguiente sensación de alivio, con la
sensación de relajamiento, es muy engañoso, porque el satori es el acto
de abandonar, y no la sensación correspondiente. Por tanto el aspecto
consciente de la vida zen no es satori —no es la "mente
original"— sino todo lo que nos sentimos libres de hacer, de ver y de
sentir cuando nos hemos liberado del calambre mental.
Desde este punto de vista, la sencilla confianza de Bankei en la
"mente no nacida" y aun la concepción de Shinran acerca de Nembutsu
son también vías de acceso al satori. Para "abandonar" no
siempre es necesario dejar que se agote el esfuerzo por agarrar hasta que se
torne intolerable. Frente a este método violento hay también un "método
suave": el método judo, que consiste en ver que la mente, la
realidad básica, sigue siendo espontánea y no es agarrada, tratemos de
agarrarla o no. No viene para nada al caso el hecho de que hagamos o dejemos de hacer. Pensar que tenemos que
agarrar o no agarrar, abandonar o no abandonar, es sólo alimentar la ilusión de
que el ego es real, y que mis maquinaciones
constituyen un efectivo obstáculo al Tao. Al lado del espontáneo funcionamiento
de la "mente no nacida" estos esfuerzos o no esfuerzos son
estrictamente nulos. Como dice Shinran con una expresión más plástica, basta
con oír la "promesa salvadora" de Amitabha y decir su Nombre, el Nembutsu,
aunque sea una sola vez sin preocuparnos si tenemos fe o no, o si tenemos o
no tenemos deseos. Todas estas preocupaciones no son más que el orgullo del yo.
Dicho con las palabras del místico Shin-shu Kichibei:
Cuando nos hemos purgado de
toda idea de autopoder basado en valores morales y medidas disciplinarias no
queda en nosotros nada que pueda declararse oyente y por esa razón no se nos
escapa nada de lo que oímos.[148]
Mientras pensamos en el acto de escuchar no podemos oír con claridad,
y mientras pensamos abandonarnos o no abandonarnos no podemos abandonarnos.
Pero pensemos o no pensemos en el acto de escuchar, los oídos siguen oyendo, y
nada puede impedir que el sonido llegue hasta ellos.
La ventaja del método koan es quizá que, con fines generales,
el otro camino es demasiado sutil y se presta demasiado a una interpretación
errónea, especialmente entre monjes que con demasiada facilidad podrían
utilizarlo como excusa para haraganear en el monasterio viviendo de las
donaciones procedentes de devotos laicos. Esta es, casi con seguridad, la razón
por la cual el acento que los maestros T'ang ponían en el "no buscar"
fue reemplazado por el empleo, más activo del koan, como medio para
extinguir las fuerzas de la voluntad egoísta. El Zen de Bankei, carente de
método y de procedimientos, no ofrece bases a una escuela o institución, pues
los monjes igualmente pueden dedicarse a la agricultura o a la pesca. Como
resultado de ello no queda ningún signo externo
del Zen; ya no hay ningún dedo que apunte a la luna de la Verdad, lo cual es
necesario para que el Bodhisattva pueda cumplir su tarea de liberar a todos los
seres, aunque corra el riesgo de que se confunda el dedo con la luna.
IV
EL ZEN EN LAS ARTES
Por fortuna no sólo nos es posible oír hablar del Zen sino también
verlo. Como "una muestra vale por cien frases" la expresión del Zen
en las artes nos proporciona uno de los medios más directos para comprenderlo.
Y ello es así sobre todo porque las formas artísticas creadas por el Zen no son
simbólicas en la misma forma en que lo son los otros tipos del arte budista o
el arte "religioso" en general. Los temas favoritos de los artistas
zen, tanto los pintores como los poetas, son lo que nosotros llamaríamos las
cosas naturales, concretas y seculares. Aun cuando tratan del Buddha, de los Patriarcas
o de los maestros del Zen, los pintan de una manera peculiarmente terrenal y
humana. Hasta en la pintura se considera que la obra de arte no sólo representa
la naturaleza sino que ella misma es una obra de la naturaleza, pues ya la
técnica implica el arte de la ausencia de artificio, o lo que Sabro Hasegawa ha
llamado el "accidente controlado", de modo que los cuadros se pintan
con la misma naturalidad como las rocas y pastos que ellos representan.
Esto no significa que las formas del arte Zen queden libradas al mero
azar, como si fuéramos a sumergir una víbora en un tintero y luego la dejáramos
culebrear sobre una hoja de papel. Más bien quiere decir que para el Zen no hay
dualismo ni conflicto entre el elemento natural del azar y el elemento humano
del control. Las potencias constructivas de la mente humana no son más
artificiales que los actos que forman a las plantas y a los animales, de modo
que desde el punto de vista del
Zen no hay contradicción al decir que la técnica artística consiste en ejercer
una disciplina espontánea o una espontaneidad disciplinada.
Las formas artísticas del mundo occidental nacen de tradiciones
espirituales y filosóficas, en las cuales el espíritu está divorciado de la
naturaleza y baja del cielo a trabajarla como una energía inteligente sobre una
materia inerte y recalcitrante. Por ello Malraux habla siempre del artista que
"conquista" a su medio como nuestros exploradores y hombres de
ciencia hablan también de conquistar montañas o el espacio. En oídos chinos o
japoneses estas expresiones adquieren un sonido grotesco. Hay que tener en
cuenta que cuando trepamos una montaña no sólo nuestras piernas sino la montaña
misma es la que nos eleva, y que, cuando pintamos, el pincel, la tinta y el
papel determinan el resultado tanto como nuestra propia mano.
El Taoísmo, el Confucianismo y el Zen expresan una mentalidad que se
encuentra en este universo como en su casa, y que considera al hombre como
parte integrante de su ambiente. La inteligencia humana no es un espíritu
lejano que ha sido enjaulado sino un aspecto de todo el organismo muy
complicadamente equilibrado que constituye el mundo natural, cuyos principios
fueron explorados por primera vez en el Libro de los cambios. El cielo y
la tierra son por igual miembros de este organismo, y la naturaleza es tanto
nuestro padre como nuestra madre, puesto que el Tao por medio del cual obra se
manifiesta originariamente en el yang y el yin: los principios
masculino y femenino, positivo y negativo que, en equilibrio dinámico,
mantienen el orden del mundo. La idea básica que encontramos en la raíz de la
cultura del Lejano Oriente es que los opuestos son relativos y por ende
fundamentalmente armónicos. El conflicto es siempre comparativamente
superficial, pues no puede haber conflicto de fondo cuando los pares de
opuestos son recíprocamente interdependientes. Por esta razón nuestras rígidas
divisiones de espíritu y naturaleza, sujeto y objeto, bien y mal, artista y
medio, son totalmente extrañas a esta cultura.
En un universo cuyo principio fundamental es la relatividad más bien
que la guerra, no hay finalidad porque no hay ninguna victoria que conseguir,
ningún fin que alcanzar. En efecto, todo fin, como la palabra misma lo dice, es
un extremo, un opuesto, y existe sólo en relación al otro fin. Como el mundo no
va a ninguna parte, no hay prisa. Mejor es que cada uno lo "tome con
calma", como hace la naturaleza, y así en la lengua china los
"cambios" de la naturaleza y la "calma" son la misma
palabra: i a Esto
constituye un primer principio en el estudio del Zen y de cualquier arte del
Lejano Oriente: la prisa, y todo lo que ella implica, es fatal, pues no hay
meta que alcanzar. Desde el momento en que se concibe una meta se hace
imposible practicar la disciplina del arte, dominar el rigor mismo de su
técnica. Bajo la mirada crítica y vigilante de un maestro se puede practicar la
escritura de caracteres chinos durante días y días, meses y meses. Pero el
maestro vigila como un jardinero cuida el crecimiento de un árbol, y quiere que
su alumno tenga la actitud del árbol: la actitud de crecimiento sin finalidad
para el cual no hay atajos porque cada etapa del camino es a la vez principio y
fin. Así el maestro más cumplido, como el principiante chapucero, jamás se
congratula de haber "llegado".
Por paradójico que pueda parecer, la vida con una finalidad carece de
contenido y de significación. Continuamente avanza de prisa y todo se le
escapa. Al no apresurarse, a la vida sin finalidad no se le escapa nada, pues
sólo cuando no hay ni meta ni precipitación los sentidos humanos están
plenamente abiertos para recibir el mundo. Al no haber prisa nos libramos
también de ciertos choques con la marcha natural de los hechos, especialmente
cuando tenemos la impresión de que el curso de la naturaleza sigue principios que
no son ajenos a la inteligencia humana. Pues, como hemos visto, la mentalidad
taoísta no hace ni fuerza nada sino que
"cultiva" o "deja crecer" todo. Cuando se considera que la
razón humana expresa el mismo equilibrio espontáneo entre yang y yin que
el universo natural, entonces no se tiene la sensación de que los actos que el
hombre ejerce sobre su ambiente constituyen un conflicto, o una acción
proveniente desde fuera. Por tanto la diferencia entre forzar y cultivar no
puede expresarse en términos de indicaciones específicas acerca de qué es lo
que debe hacerse y qué es lo que no debe hacerse, pues la diferencia reside
principalmente en la calidad y en la manera de sentir la acción. Es difícil
describir estas cosas a personas de mentalidad occidental porque la gente que
anda de prisa pierde la capacidad de sentir.
Quizá sea la pintura y la poesía las que mejor nos permitan comprender
la expresión artística de esta actitud global. Aunque pudiera parecer que las
artes del Zen se limitan a las expresiones más refinadas de la cultura, debe
recordarse que en el Japón casi toda profesión u oficio es un do, es
decir, un Tao o Camino, análogo a lo que en Occidente solía llamarse un
"misterio". En cierto modo, cada do fue una vez un método
laico de aprender los principios encarnados en el Taoísmo, el Zen y el
Confucianismo, casi como la moderna Masonería es una supervivencia de épocas en
las que el oficio del albañil (masón) era un medio de iniciación en una
tradición espiritual. Aún en la Osaka moderna algunos de los comerciantes más
antiguos siguen un do o método comercial basado en shingaku, sistema
psicológico estrechamente vinculado al Zen.
Tras la persecución del Budismo chino en 845, el Zen durante algún
tiempo fue no sólo la forma de Budismo dominante sino también la influencia
espiritual más poderosa en el desarrollo de la cultura china. Esta influencia
llegó a su apogeo durante la dinastía Sung meridional (1127-1279). Durante esta
época los monasterios zen se convirtieron en los principales centros de la erudición
china. Eruditos seglares, tanto confucianistas como taoístas, los visitaban y
se quedaban a estudiar en ellos durante algún tiempo, y los monjes zen a su vez
se familiarizaban con los estudios clásicos chinos. Como la escritura y la
poesía se contaban entre las principales preocupaciones de los eruditos chinos,
y como la manera china de pintar es muy afín a la escritura, los papeles del
erudito, del pintor y del poeta no estaban muy separados. El caballero erudito
chino no era un especialista, y limitar sus intereses y actividades a asuntos
puramente "religiosos" iba contra la naturaleza del monje zen. Como
resultado hubo un fecundo cruce de tareas filosóficas, eruditas, poéticas y
artísticas, en las cuales el sentimiento taoísta de "naturalidad" se convirtió
en la nota dominante. En esta misma época Eisai y Dogen vinieron de Japón y
luego volvieron a su patria con el Zen, y fueron seguidos por una incesante
corriente de monjes eruditos japoneses ansiosos de volver a su país no sólo con
el Zen sino con todos los demás aspectos de la cultura china. Barcos cargados
de monjes, que casi equivalían a un monasterio flotante, iban y venían entre
China y Japón, llevando no sólo sutras y libros clásicos chinos sino
también té, seda, cerámica, incienso, cuadros, drogas, instrumentos musicales y
todos los refinamientos de la cultura china, para no mencionar a los artistas y
artesanos chinos.
Muy próximo a la sensibilidad zen se hallaba el estilo pictórico
caligráfico que se practica con tinta negra sobre papel o seda, y que
generalmente combina la pintura con un poema. La tinta china puede tomar muy
diversos tonos, según la cantidad de agua que se le eche, y se la puede obtener
en gran número de cualidades y "colores" de negro. La tinta viene en
una barra sólida, y se prepara vertiendo un poco de agua en una escudilla de
piedra chata en la que se frota la barra hasta que el líquido adquiere la
densidad deseada. Se escribe o se pinta con un pincel de punta muy aguda
colocado en un tallo de bambú. Al pincel se lo mantiene derecho sin descansar
la muñeca sobre el papel, y sus suaves cerdas le permiten ejecutar trazos de
gran versatilidad. Como la pincelada es muy liviana y fluida, y como hay que
mover continuamente el pincel sobre el papel absorbente a fin de que la tinta
fluya con regularidad, para controlarlo hay que mover libremente la mano y el
brazo como si uno estuviera bailando más bien que escribiendo sobre un papel.
En una palabra, es un instrumento perfecto para expresar la espontaneidad sin
titubeo y un solo trazo basta para "delatar" el carácter ante un
observador experto.
Sumi-e, como los japoneses llaman a este estilo de pintura, quizá haya sido
perfeccionado ya en tiempos de la dinastía T'ang por los casi legendarios
maestros Wu Tao-tzu (c. 700-760) y Wang-wei (c. 698-759). Sin embargo, la
autenticidad de las obras que se le atribuyen es dudosa, aunque parecen
provenir del siglo IX e incluyen un cuadro tan enteramente característico del
Zen como lo es la cascada impresionista atribuida a Wang-wei: una tronante
corriente de pura potencia, sugerida por unos cuantos trazos levemente curvos
entre dos masas de roca. La gran época formativa de estilo corresponde sin duda
a la dinastía Sung (959-1279), y está representada por pintores como Hsia-kuei,
Ma-yüan, Mu-ch'i y Liang-k'ai.
Los maestros Sung fueron predominantemente pintores de paisajes,
creadores de una tradición de "pintura de la naturaleza" que
difícilmente haya sido superada en alguna otra parte del mundo, pues nos
muestra la vida de la naturaleza —montañas, ríos, nieblas, rocas, árboles y
pájaros— tal como la sentían el Taoísmo y el Zen. Es un mundo al cual pertenece
el hombre, pero que el hombre no domina; es suficiente para sí, pues no fue
"creado para" nadie y no tiene finalidad propia. Como decía Hsüan-chüeh:
Sobre el río la luna
brillante, en los pinos el viento que suspira;
Los paisajes Sung no son tan fantásticos y estilizados como lo
sugieren a menudo los críticos occidentales, pues si uno viaja por tierras
similares en un país de montañas y nieblas, se los ve a cada vuelta del camino,
y nada más sencillo para un fotógrafo que captar imágenes de aspecto
exactamente igual a los cuadros chinos. Uno de los rasgos más notables del
paisaje Sung, así como del sumi-e en general, es la relativa vaciedad
del cuadro; pero es un vacío que parece formar parte del cuadro y no un mero
fondo sin pintar. Llenando apenas una esquina, el pintor da vida a todo el
cuadro. Ma-yüan, en particular, era un maestro de esta técnica, que equivale
casi a "pintar no pintando" o lo que el Zen a veces llama "tocar
el laúd sin cuerdas". El secreto consiste en saber equilibrar la forma con
el vacío y, sobre todo, en saber cuándo uno ha "dicho" bastante. En
efecto, el Zen no echa a perder la impresión estética ni el sacudón de satori
mediante añadidos, explicaciones, reflexiones y comentarios intelectuales.
Además, la figura tan íntegramente relacionada a su espacio vacío da la
sensación de un "maravilloso Vacío" desde el cual el suceso brota
repentinamente.
Igualmente impresionante es la maestría en el manejo del pincel, que
permite trazar pinceladas que van desde rasgos delicados y elegantes hasta
toques de salvaje vitalidad, desde árboles minuciosamente detallados hasta osados
bosquejos y masas que adquieren textura mediante los "accidentes
controlados" de las cerdas sueltas y del desigual entintado del papel. Los
artistas zen han conservado esta técnica hasta nuestros días en el llamado
estilo zenga de caracteres chinos, círculos, ramas de bambú, pájaros o
figuras humanas dibujadas con estas pinceladas libres de toda inhibición, que
siguen moviéndose aún después de terminado el cuadro. Después de Mu-ch'i quizá
el maestro más importante del pincel áspero fue el monje japonés Sesshu
(1420-1506), cuya formidable técnica incluía la creación de refinadas cortinas
con pinturas de pinos y de pájaros, paisajes de montaña que recuerdan a
Hsia-kuei, y paisajes de vitalidad casi violenta para los cuales utilizaba no
sólo el pincel sino también puñados de paja entintada a fin de obtener la
textura correcta de las "líneas de cerda volante".
Al occidental inmediatamente le choca la ausencia de simetría de estos
cuadros, que evitan continuamente las formas regulares y geométricas, tanto
rectas como curvas. En efecto, la línea característica del pincel es la de un
trazo que barre precipitadamente y se retuerce en forma irregular dejando la
impresión de algo espontáneo e imprevisible. Aun cuando el monje o el pintor
zen dibuje un solo círculo —lo cual es uno de los temas más comunes de zenga—
no sólo es levemente excéntrico y deforme sino que la textura misma
de la línea está llena de vida y energía con las salpicaduras y claros dejados
por el pincel áspero. Así el círculo abstracto o "perfecto" se
convierte en un círculo natural y concreto, es decir, en un círculo vivo, y,
del mismo modo, las rocas y los árboles, las nubes y las aguas les parecen a
los chinos ser más auténticos cuanto menos se asemejan a las formas
inteligibles del geómetra o del arquitecto.
La ciencia occidental ha tornado inteligible la naturaleza en términos
de sus simetrías y regularidades, reduciendo sus formas más caprichosas a
elementos de formas regulares y mensurables. Como resultado de ello tendemos a
ver la naturaleza y a tratarla como un "orden" del cual se ha
eliminado el elemento de la espontaneidad. Pero este orden es maya, y el
"verdadero ser tal" de las cosas no tiene nada en común con la aridez
puramente conceptual de los cuadrados, círculos o triángulos perfectos, salvo
por espontáneo accidente. Pero a ello se debe que la mentalidad occidental
caiga en gran desaliento cuando las concepciones del orden cósmico entran en
crisis, y cuando se descubre que como fundamento del mundo físico hay un
"principio de incerteza". Ese mundo nos parece inhumano y sin
sentido, pero si estuviéramos familiarizados con las formas del arte chino y
del arte japonés podríamos lograr una
nueva apreciación de este mundo en su realidad viva, y, en última instancia,
inevitable.
Mu-ch'i y Liang-k'ai hicieron muchos cuadros de los patriarcas y
maestros zen, a quienes representaron en su mayor parte como lunáticos
abandonados, con el ceño fruncido, o gritando, vagando o riendo a carcajadas
ante un montón de hojas al viento. Como temas favoritos adoptaron las figuras
de los dos ermitaños locos Han-shan y Shih-te y al dios popular Pu-tai, de
enorme rotundidad, completando así un maravilloso conjunto de felices
vagabundos que ejemplifican el espléndido absurdo y la vaciedad de la vida zen.
El Zen, y, hasta cierto punto, el Taoísmo, parecen ser las únicas tradiciones
espirituales suficientemente seguras de sí como para satirizarse a sí mismas, o
que se sienten suficientemente libres de inhibiciones sociales como para reírse
no sólo de su religión sino aun en medio de ella. En estas figuras lunáticas
los artistas zen representan algo más que una parodia de su propio wu-shin o
forma de vida "despreocupada", pues así como "el genio es
pariente de la locura" hay un sugestivo paralelo entre la cháchara sin
sentido del loco feliz y la vida sin finalidad del sabio zen. Como dice un
poema zenrin:
Los gansos salvajes no se
proponen reflejarse en el agua;
el agua no piensa recibir
su imagen.
Así, la vida sin propósito es el tema constante del arte
zen de toda clase, que expresa el estado íntimo del artista de no ir a ninguna
parte en un momento intemporal. Ocasionalmente todos los hombres pasan por
estos momentos, y entonces es justamente cuando consiguen ver el mundo con
tanta vivacidad que su resplandor colma los intervalos de la memoria: la
fragancia de las hojas que se queman en la niebla de una mañana de otoño, una
bandada de palomas iluminadas por el sol contra un nubarrón, el sonido de una
cascada invisible al anochecer, o el grito solitario de un pájaro desconocido
en la espesura de un bosque. En el arte zen todo paisaje, todo bosquejo de
bambúes al viento o de rocas solitarias es un eco de tales momentos.
Cuando el momento expresa soledad y quietud se llama sabi.c
Cuando el artista se siente triste o deprimido y en esta peculiar vaciedad
divisa algo corriente y modesto en su increíble "ser tal", este
temple se llama wabi.d Cuando el momento evoca una
tristeza más intensa y nostálgica, relacionada con el otoño y con la gradual
desaparición del mundo, se llama aware.e Y cuando se ve
súbitamente algo extraño y misterioso, que sugiere algo desconocido y que nunca
será descubierto, el estado de ánimo se llama yugen f Estas palabras
japonesas, prácticamente intraducibles, denotan los cuatro estados de ánimo
fundamentales de furyu,g es decir, la atmósfera
general del "gusto" zen al percibir los momentos sin propósito que
surgen en nuestra vida.
Inspirados por los maestros Sung, los japoneses produjeron toda una
constelación de soberbios pintores sumi cuya obra hoy constituye uno de
los tesoros más apreciados del arte nacional: Muso Kokushi (1275-1351), Cho
Densu († 1431), Shubun (1414-1465), Soga Jasoku († 1483),
Sesshu (1421-1506), Miyamoto Musashi (1582-1645), y muchos otros. Los grandes
monjes zen Hakuin y Sengai (1750-1837) también pintaron notables cuadros.
Sengai mostró poseer para la pintura abstracta un talento tan sugestivo de lo
que se hace en el siglo xx que es fácil comprender el interés que ha despertado
el Zen en muchos pintores contemporáneos.
Hacia comienzos del siglo XVII los artistas japoneses desarrollaron un
estilo aun más sugestivo e "improvisado" de sumi-e, llamado haiga,
que se utilizaba para acompañar los poemas haiku. Estos poemas
provenían de los zenga, es decir, las pinturas sencillas que hacían los
monjes zen para acompañar versos extraídos del Zenrin Kushu y frases de
los diferentes mondos y sutras. Zenga y haiga representan
la forma "extrema" de la pintura sumi: la más espontánea,
directa y cruda, repleta de los "accidentes controlados" del pincel
con los que expresan la maravillosa carencia de sentido de la naturaleza misma.
Desde los tiempos más remotos los maestros zen han demostrado ser
partidarios de escribir breves poemas gnómicos: lacónicos y directos como sus
respuestas a las preguntas acerca del Budismo. Muchos de ellos, corno los que
hemos citado del Zenrin Kushu, contenían claras referencias al Zen y a
sus principios. Pero así como la frase de T'ung-shan: "¡Tres libras de
lino!", fue una respuesta llena de Zen pero no acerca del Zen, así también
la poesía zen más expresiva es aquello que "no dice nada", es decir,
que no es una filosofía o comentario acerca de la vida. Por ejemplo, una
vez un monje preguntó a Feng-hsüeh: "Cuando tanto la palabra como el
silencio resultan inadmisibles, ¿cómo podemos hacer para no errar?" El
maestro replicó:
Siempre recuerdo a
Kiangsu en marzo:
También aquí, como en la pintura, hallamos la expresión de un momento
vivaz en su puro "ser tal" —aunque nuestra manera de calificarlo es
harto inadecuada— y los maestros con frecuencia citaban la poesía clásica china
de esta manera, utilizando dísticos o cuartetas que señalaban y no decían más.
Los círculos literarios también favorecían la práctica de tomar
pareados de los antiguos poemas chinos para utilizarlos corno canciones. A
comienzos del siglo IX Fujiwara Kinto compiló una antología con tales
extractos, junto con breves poemas japoneses waka, a los que dio el
título de Roeishu, o Colección de cantos claros. Semejante empleo de la
poesía evidentemente expresa el mismo tipo de visión artística que encontramos
en las pinturas de Ma-yüan y Mu-ch'i, el mismo uso del espacio vacío que cobra
vida con unas pocas pinceladas. En la poesía el espacio vacío es el silencio
que rodea un poema de dos líneas: el silencio requerido por la mente, en el que
no pensamos "acerca" del poema sino que realmente sentimos la
sensación que el poema evoca, y con mucha fuerza precisamente porque dice tan
poco.
Ya en el siglo XVII los japoneses alcanzaron la perfección con esta
poesía "sin palabras" en el haiku, poema de diecisiete sílabas
que deja el tema casi en el momento de tomarlo. Para quienes no están
acostumbrados a estos poemas japoneses, el haiku no parece otra cosa que
el comienzo o el título de un poema, y al traducirlos es imposible
comunicar el efecto de su sonido e imagen, que es justamente lo importante.
Desde luego hay muchos haiku que parecen tan presuntuosos como las
pinturas japonesas en bandejas de laca barata destinadas a la exportación. Pero
el oyente no japonés debe recordar que un buen haiku es un guijarro
arrojado al estanque de la mente del oyente, que evoca asociaciones de su
memoria. Invita al oyente a participar, en lugar de dejarlo mudo de admiración
mientras el poeta se luce.
Los poemas haiku deben su desarrollo sobre todo a la obra de
Basho (1643-1694), cuya manera de sentir el zen tendía a expresarse en un tipo
de poesía totalmente afín al espíritu del wu-shih: "nada
especial". "Para escribir haiku —decía—, búsquese un niño de
un metro de alto", con lo cual aludía al hecho de que sus poemas tienen la
misma inspirada objetividad de la expresión de asombro que encontramos en los
niños, y nos devuelven aquella manera de sentir el mundo como lo vimos la
primera vez con nuestros ojos azorados.
Kimi
hi take
Yoki
mono miseru
¡Yukimaroge!
Tú enciendes el
fuego;
te mostraré algo
lindo:
Basho escribía sus haiku en el tipo más sencillo de lengua
japonesa evitando naturalmente el lenguaje literario e "intelectual",
con lo cual creó un estilo que hizo posible que la gente del pueblo fuera
poeta. Su contemporáneo Bankei hizo lo mismo con el Zen, porque como dice uno
de sus poemas Ikkyu:
Todo lo que se opone
a la mente y voluntad
de la gente del pueblo
contradice la Ley de
los Hombres
Lo cual responde al espíritu del dicho de Nan-ch'üan: "La mente
normal es el Tao", es decir, la mente "simplemente humana" y no
"meramente vulgar". Por ello en el siglo xvii se popularizó extraordinariamente la atmósfera del Zen
en el Japón, desde los monjes y samurai hasta los granjeros y artesanos.
Uno de los poemas de Basho "delata" la verdadera sensación
del haiku, aunque en realidad dice demasiado para ser auténtico haiku:
¡Qué admirable,
el que no piensa
"La vida es fugaz"
al ver el relámpago!
En efecto, el haiku percibe las cosas en su "ser tal"
y sin comentario, concepción del mundo que los japoneses llaman sono-mama: "Tal
como es", o "Simplemente así".
Yuyos en el campo de
arroz,
cortados y
abandonados...
¡Fertilizantes!
En el Zen el hombre no tiene otra mente que lo que sabe y ve, lo cual
está casi expresado en el siguiente haiku de Gochiku:
La larga noche;
el sonido del agua
dice lo que pienso.
Y aun más directamente:
Las estrellas en el
charco;
de nuevo el aguacero
invernal
enriza el agua.
Los poemas haiku y waka expresan acaso más fácilmente
que la pintura las sutiles diferencias que existen entre los cuatro temples de
ánimo: sabi, wabi, aware y yugen. La quieta y conmovedora soledad
de sabi es evidente en
En una rama seca
un cuervo se ha
posado
en la tarde de
invierno.
Pero es menos patente y por ende más profunda en
Con la brisa de la
tarde
el agua murmura
contra
las patas de la
garza.
En el bosque oscuro
cae una bellota:
sonido del agua.
Sabi significa soledad en el sentido del desapego budista que ve todas las
cosas como si ocurrieran "por sí mismas" en milagrosa espontaneidad.
Esto acompaña la sensación de profunda, ilimitada quietud que trae una
prolongada nevada, que amortigua todos los sonidos en sucesivas capas de
blandura.
Cae la cellisca;
infinita, insondable
soledad.
Wabi, el inesperado reconocimiento del fiel "ser tal" de las cosas
muy corrientes, especialmente cuando la melancolía del futuro momentáneamente
ha frenado nuestras ambiciones, es acaso el temple de estas líneas:
Un portón de zarza
y por candado
este caracol.
El pájaro carpintero
sigue en el mismo
lugar;
acaba el día.
Desolación de
invierno;
en el agua llovida de
la tina
caminan gorriones.
Aware no es exactamente tristeza y tampoco nostalgia en el sentido corriente
de desear que retorne un pasado querido. Aware es el eco de lo que ha
pasado y ha sido amado, con una resonancia como la que una gran catedral presta
a su coro, de modo que sin ella el canto se empobrecería.
Nadie vive en el
Fuerte de Fuha;
el cobertizo de
madera está derruido;
todo lo que queda
es el viento otoñal.
La bruma vespertina;
recuerdos del pasado,
¡cuan lejos están!
Aware es el momento crítico que ocurre entre el acto de percibir la
fugacidad del mundo con pena y dolor, y el acto de verlo como la forma misma
del Gran Vacío:
El arroyo se esconde
entre los pastos
del otoño que se
aleja.
Hojas que caen,
quedan unas sobre
otras;
la lluvia golpea la
lluvia.
Ese momento de transición está justamente por "pasar" en el haiku
escrito por Issa a la muerte de su niño:
Este mundo de rocío,
podrá ser de rocío,
y sin embargo, y sin
embargo. . .
Como yugen significa una especie de misterio, es lo más difícil
de describir, y los poemas deben hablar por sí mismos:
El mar se oscurece;
las voces de los
patos salvajes
son débilmente
blancas.
La alondra:
sólo su voz cayó,
sin dejar eco.
En la densa niebla,
¿qué es lo que gritan
entre el cerro y el
barco?
Salta una trucha:
se mueven las nubes
en el lecho del río.
O bien este ejemplo de yugen proveniente de los poemas Zenrin:
Amaina el viento, las
flores aún caen;
Como la enseñanza del Zen desde por lo menos finales del siglo XV
utilizaba constantemente estos dísticos chinos, la aparición del haiku no
es nada sorprendente. La influencia es patente en este haiku "yugen al
revés" de Moritake. El Zenrin dice:
Este espejo roto no
reflejará más;
la flor caída no
volverá a la rama. f
Y Moritake:
¿Una flor caída
volviendo a la rama?
Era una mariposa.
Al hablar de las relaciones del Zen con la poesía es inevitable traer
a colación el nombre del monje y ermitaño zen soto Ryokan (1758-1831). A menudo
se piensa que un santo es alguien cuya sinceridad le acarrea la enemistad de la
gente, pero Ryokan tiene la distinción de haber sido alguien a quien todo el
mundo amaba, quizá porque era natural como un niño, más bien que bueno. Es
fácil tener la impresión de que el amor a la naturaleza japonés es
predominantemente sentimental, y que hace hincapié sobre todo en los aspectos
"lindos" y "bonitos" de la naturaleza: mariposas, flores de
cerezo, la luna otoñal, crisantemos y viejos pinos. Pero Ryokan es también el
poeta de los piojos, las pulgas y está completamente empapado de lluvia fría:
En días de lluvia
el monje Ryokan
se apiada de sí.
Y su concepción de la
"naturaleza" forma un solo conjunto:
El sonido del fregado
de la cacerola se
mezcla
con la voz de las
ratitas en los árboles.
En cierto sentido Ryokan es un San Francisco japonés,
aunque mucho menos evidentemente religioso. Fue un tonto errante, que jugaba
con los niños sin avergonzarse, vivía en una choza solitaria del bosque bajo un
techo con goteras y con una pared llena de poemas escritos en su letra
maravillosamente ilegible, como patas de araña, tan apreciada por los
calígrafos japoneses. Compara los piojos de su pecho con bichos en el pasto, y
expresa los sentimientos humanos más naturales —tristeza, soledad, azoramiento,
o compasión— sin el menor rastro de vergüenza u orgullo. Aun cuando le roban
sigue siendo rico, porque
Al ladrón
se le olvidó
la luna en la
ventana.
Y cuando no hay dinero
El viento trae
suficientes hojas
caídas
para hacer el fuego.
Cuando la vida está vacía con respecto al pasado y sin propósito con
respecto al futuro, la vacuidad se llena con el presente, normalmente reducido
a una línea capilar, una fracción de segundo en la que no hay tiempo para que
algo suceda. La sensación de un presente que se dilata infinitamente en ninguna
parte es más fuerte que en cha-no-yu, el arte del té. Estrictamente el
término significa algo así como "té con agua caliente" y a través de
este arte el Zen ha ejercido incalculable influencia en la vida japonesa,
porque el chajin, el "hombre del té" es un arbitro del gusto
en muchas artes auxiliares implícitas en el cha-no-yu: arquitectura,
jardinería, cerámica, orfebrería, objetos de laca, y el arreglo de las
flores (ikebana).
Como cha-no-yu se ha convertido en una cualidad convencional de
señoritas, ha sido objeto de mucha tontería sentimental, asociada a muñequitas
adornadas con brocado en cuartos iluminados por la luna, tratando de imitar
nerviosamente los sentimientos más fatuos acerca de porcelanas y flores de cerezo. Pero, por ejemplo, en la austera
pureza de la escuela Soshu Sen el arte del té es una auténtica expresión del
Zen que, si es necesario, no requiere más que un bol, té y agua caliente. Y si
ni siquiera hay eso, chado —"el camino del té"— se puede
practicar en cualquier parte y con cualquier cosa, puesto que es lo mismo que
el Zen.
Si el Cristianismo es el vino y el Islam café, el Budismo es
ciertamente té. Sus efectos sedantes, su eficacia para despejar la mente y su
sabor ligeramente amargo, le confieren cualidades parecidas a las del
despertar, aunque la amargura corresponde a la agradable aspereza de la
"textura natural" y el "camino intermedio" entre lo dulce y
lo agrio. Mucho antes de que se desarrollara el cha-no-yu los monjes zen
usaban el té como estimulante de la meditación, y en esa circunstancia se lo
bebía con ánimo de consciente falta de precipitación, lo cual naturalmente dio
lugar a una acción de tipo ritual. En verano refrescaba y en invierno infundía
calor a los errabundos monjes ermitaños a quienes les gustaba construir chozas
de pasto y bambú en los bosques de la montaña, o al lado de arroyos llenos de
piedra en el fondo de un barranco. La vaciedad y sencillez de la ermita taoísta
o zen, donde nada tiende a distraer la mente, ha dado el ejemplo del estilo a
seguir no sólo para el tipo especial de casa destinada al cha-no-yu sino
para arquitectura doméstica japonesa en general.[154]
La ceremonia monástica del té fue introducida en el Japón por Eisai y
aunque su forma difería del actual cha-no-yu, ése fue su origen. Parece
haber sido adoptada para usos seculares durante el siglo XV. Luego el cha-no-yu
propiamente dicho fue perfeccionado por Sen-no Rikyu (1518-1595), de quien
proceden las tres principales escuelas de té que hoy florecen. El té ceremonial
no es el té corriente que viene en hojas y que
se vierte en agua caliente; es un té verde finamente pulverizado, que se mezcla
con agua caliente mediante un batidor de bambú hasta que se convierte en lo que
un autor chino llamaba "la escarcha del jade líquido". Cha-no-yu es
apreciado sobre todo cuando se limita a un grupo pequeño o a sólo dos
compañeros, y era especialmente estimado por los antiguos samurai —como
hoy lo es por parte de los fatigados hombres de negocios— como franco escape
del alboroto mundano.[155]
Idealmente, la casa destinada al cha-no-yu es una pequeña choza
separada del edificio principal y en su propio jardín. La choza está cubierta
de tatami (esteras de paja) alrededor de un hoyo para el fuego. El techo
generalmente está cubierto de paja de arroz, y las paredes, como en todas las
casas japonesas, son de papel shoji sostenidas por soportes verticales
de madera de acabado natural. Un lado de la habitación está ocupado por un
nicho (tokonoma), lugar donde se cuelga un solo rollo de pintura o de
caligrafía, y se coloca una piedra, una rama florida, o algún objeto de arte.
Aunque la atmósfera es formal, da una extraña sensación de descanso y
los invitados se sienten en libertad para conversar u observar en silencio,
según sus deseos. El anfitrión prepara sin apresurarse un fuego de carbón
vegetal y con un cazo de bambú vierte agua en un perol rechoncho de hierro
marrón suave. De la misma manera formal y sin apresuramiento trae los otros
utensilios: un plato con algunas tortas, la caja y el bol para el té, el
batidor y un bol mayor para las sobras. Durante estos preparativos prosigue la
conversación ocasional, y pronto el agua en el perol comienza a hervir y a
suspirar; entonces los invitados callan y escuchan. Después de un momento el
dueño de casa sirve el té a los invitados uno por uno tomándolo del mismo bol. Con una astilla de bambú doblada en forma de
cuchara saca el té de la caja, vierte el agua del perol con un cazo de mango
largo, lo revuelve rápidamente con el batidor hasta que parece escarcha y
coloca el bol delante del primer invitado con el lado más interesante hacia él.
Los boles que se utilizan en el cha-no-yu generalmente son de
color apagado y de terminación rústica; a menudo la base no ha sido vidriada, y
por lo común se ha dejado correr el vidriado de los costados. Esto, que
originariamente fue un error afortunado, ha permitido infinitas oportunidades
al "accidente controlado". Gozan de especial favor los boles coreanos
para el arroz, de lo más barato que hay. Son unos cacharros campesinos de tosca
textura de donde los maestros del té han seleccionado obras maestras de la
forma obtenidas inintencionalmente. La caja de té es a menudo de plata
deslustrada o de laca intensamente negra, aunque a veces también se utilizan
potes de medicinas, en porcelana antigua, es decir, artículos puramente
funcionales que los maestros han elegido por su belleza sin afectación. Una
famosa caja de té una vez se hizo pedazos y fue reparada con cemento de oro convirtiéndose
así en un objeto aun más valioso por las accidentales líneas doradas que
cubrían su superficie. Después de tomar el té los invitados pueden pedir que se
les deje ver todos los utensilios utilizados, pues cada uno de ellos ha sido
hecho o escogido con el mayor cuidado, y a menudo se lo ha sacado para la
ocasión debido a alguna particularidad que puede tener especial interés para
alguno de los invitados.
Todo lo que pertenece al cha-no-yu ha sido seleccionado de
acuerdo con cánones de gusto acerca de los cuales los hombres más sensibles del
Japón han reflexionado durante siglos. Aunque la elección generalmente es
intuitiva, una cuidadosa medición de los objetos revela proporciones
inesperadas e interesantes: obras de geometría espontánea tan notables como la
célebre concha en espiral del nautilo o la estructura del cristal de la nieve.
Arquitectos, pintores, jardineros y artesanos de todas clases han trabajado en
consulta con los maestros cha-no-yu, como una orquesta con su director,
de manera que su "gusto Zen" se ha transmitido a los objetos hechos
por los mismos artesanos para el uso diario. Esto se aplica en particular a las
cosas ordinarias, funcionales: implementos de cocina, papel shoji, boles
para la sopa, teteras y tazas comunes, esteras para el piso, cestos, botellas y
potes de uso corriente, tejidos para ropa del vestir cotidiano, y cien otros
artefactos sencillos en los que los japoneses muestran su buen gusto con gran
lucimiento.
El "Zen" del cha-no-yu se destaca sobre todo por el
carácter puramente secular del ritual, que no tiene carácter litúrgico como la
misa católica o las complicadas ceremonias del Budismo shingon. Aunque los
invitados evitan hablar de política, de dinero o de negocios, a veces se
conversa, sin discutir, sobre temas filosóficos, pero los asuntos preferidos se
refieren al arte o a la naturaleza. Hay que recordar que los japoneses toman
esos temas con tanta facilidad y naturalidad como nosotros hablamos de deportes
o viajes, y que cuando hablan de la belleza natural no hay en ello la
afectación que podría haber en nuestra cultura. Además, no tienen el menor
asomo de sensación de culpa por este admitido "escape" que los aleja
de las pretendidas "realidades" del comercio y de la competencia
mundana. Escapar de estas empresas es tan natural y necesario como dormir, y
por ello los japoneses no se sienten avergonzados ni arrepentidos por el hecho
de pertenecer por un rato al mundo taoísta de ermitaños despreocupados, que
vagan por las montañas como nubes llevadas por el viento, sin tener que hacer
otra cosa que cultivar unas verduras, mirar cómo se desliza la niebla y
escuchar las cascadas. Algunos, quizá, hallan el secreto de armonizar ambos
mundos, de ver que las "duras realidades" de la vida humana son el
mismo producto sin objeto del Tao que los dibujos de las ramas contra el cielo.
Dicho con las palabras de Hung Tzu-ch'eng:
Si la mente no está
recubierta de viento y de olas, siempre vivirás entre montes azules y árboles
verdes. Si tu verdadera naturaleza tiene la fuerza creadora de la Naturaleza
misma, dondequiera que vayas verás peces que saltan y gansos que vuelan.[156]
El estilo de jardín que acompaña al Zen y al cha-no-yu no es,
desde luego, de aquellos que vemos en las complicadas imitaciones de paisajes
con garzas de bronces y pagodas en miniatura. El propósito de los mejores
jardines japoneses no es crear una ilusión realista de un paisaje, sino
sencillamente sugerir la atmósfera general de "montaña y agua" en un
espacio pequeño, disponiendo el diseño del jardín de modo tal que parezca haber
sido auxiliado más bien que gobernado por la mano del hombre. El jardinero zen
no se propone imponer sus propias intenciones a las formas naturales, sino que
trata de seguir la "intención inintencional" de las formas mismas,
aunque esto implica el máximo de cuidado y de habilidad. En efecto, el
jardinero nunca deja de podar, recortar, desherbar y poner guías a sus plantas,
pero lo hace con el espíritu de quien forma parte del jardín más que como un
agente director que permanece afuera. No estorba la marcha de la naturaleza
porque él mismo es naturaleza y cultiva como si no cultivara. De este modo el
jardín resulta a la vez muy artificial y muy natural.
Este espíritu se advierte sobre todo en los grandes jardines de arena
y roca de Kyoto, cuyo ejemplo más famoso es el jardín de Ryoanji. Consiste en
cinco grupos de rocas colocados en un rectángulo de arena rastrillada, que
tiene por fondo una pared baja de piedra y está rodeado de árboles. Sugiere una
playa salvaje, o acaso un paisaje marino de islas rocosas, pero su increíble
sencillez evoca una sensación de serenidad y claridad tan poderosa que es
posible captarla hasta en una foto. El arte
principal que contribuye a la formación de estos jardines se llama bonseki, y
bien podría decirse que consiste en "cultivar" rocas. Requiere
difíciles expediciones a la costa, montañas y ríos en busca de formas rocosas
que el viento y el agua han tallado en contornos asimétricos, dándoles aspecto
de algo vivo. Se las acarrea al lugar del jardín colocándolas de manera que
parezca que han crecido allí, y guardando con respecto al espacio que las rodea
o a la superficie de arena la misma relación que la figura con respecto al
fondo en las pinturas Sung. Como la roca tiene que parecer que hubiera estado siempre
en la misma posición, debe tener el aspecto de una piedra antigua cubierta de
musgo, pero no se planta musgo sobre la roca sino que se coloca primero la roca
durante varios años en un lugar donde el musgo le crezca solo y luego se la
lleva al lugar en que ha de quedar. Las rocas seleccionadas por el ojo sensible
del artista bonseki se cuentan entre los más apreciados tesoros
nacionales del Japón, pero, salvo para transportarlas, la mano del hombre no
las toca.
A los monjes zen también les gustaba cultivar jardines aprovechando la
existencia de un marco natural: arreglar rocas y plantas a lo largo de la
orilla de un arroyo, creando una atmósfera más sencilla que sugiere un cañón de
la montaña al lado de los edificios de un monasterio. Son siempre sobrios y
reservados en el uso de colores, como lo fueron los pintores Sung antes, porque
rara vez se halla macizos de flores de muy variados colores en estado de
naturaleza. Aunque no es simétrico, el jardín japonés tiene una forma que puede
percibirse claramente. A diferencia de muchos jardines ingleses y
norteamericanos, no parece un mamarracho de colores al óleo, y este deleite por
las formas de las plantas se transmite al arte de arreglar las flores en los
interiores, acentuando las formas de una sola rama florida y de las hojas más
que el abigarramiento de colores.
Todas estas artes implican un aprendizaje técnico que sigue los mismos
principios esenciales que el aprendizaje del Zen.
La mejor narración de este aprendizaje que existe en lengua occidental se halla
en el libro de Eugen Herrigel: Zen y el arte de los arqueros japoneses* donde el autor cuenta sus experiencias
como discípulo de un maestro del arte de la ballestería. Habría que añadir
también la ya mencionada carta sobre el Zen y la esgrima (kendo) por el
maestro Takuan, del siglo XVII, traducida por Suzuki en su libro titulado Zen
Buddhism and Its Influence on Japanese Culture (El Budismo zen y su
influencia en la cultura japonesa).
El problema capital de cada una de estas disciplinas es el de conducir
al estudiante al punto desde el cual pueda realmente comenzar. Herrigel pasó
casi cinco años tratando de encontrar la manera correcta de soltar la cuerda
del arco, porque había que hacerlo "inintencionalmente", como una
fruta madura hace estallar su piel. Este problema habría de resolver la
paradoja de practicar sin cesar pero sin "tratar" y de soltar la
cuerda tensa a propósito pero sin intención. El maestro al mismo tiempo le
exigía que siguiera trabajando sin parar pero también que dejara de hacer esfuerzo.
Pues el arte no puede aprenderse a menos que la flecha "se dispare a sí
misma", a menos que la cuerda se suelte wu-hsin y wu-nien: sin
"mente"' y sin abstracción o "elección". Tras esos años de
práctica llegó un día en que ello ocurrió. Cómo y por qué, Herrigel nunca lo
supo.
Lo mismo se aplica al aprendizaje del uso del pincel para escribir o
pintar. El pincel debe dibujar por sí mismo. Esto no puede ocurrir si uno no
practica constantemente. Pero tampoco puede ocurrir si uno se esfuerza.
Análogamente en la esgrima no hay que decidir qué estocada vamos a hacer y
luego intentar tirarla, porque entonces ya sería demasiado tarde. La decisión y
la acción tienen que ser simultáneas. Esto era lo que Dogen quería decir con la
imagen de leña y cenizas, porque decir que la leña no se "convierte"
en ceniza es decir que no tiene intención de convertirse en ceniza antes de ser realmente ceniza, y entonces ya no es leña.
Dogen subrayaba que ambos estados estaban claramente separados, y del mismo
modo el maestro de Herrigel no quería que su discípulo "mezclara" los
estados de estirar y de soltar el arco. Le aconsejaba que lo estirase hasta el
punto de máxima tensión y que se detuviese allí sin ningún propósito ni
intención acerca de lo que haría en seguida. Igualmente en la concepción de
Dogen acerca del za-zen hay que sentarse "nada más que por
sentarse" sin ninguna intención de alcanzar satori.
Las repentinas visiones de la naturaleza que forman la substancia del haiku
surgen del mismo modo, porque nunca se las encuentra cuando uno las busca.
El haiku artificial siempre parece un trozo de vida deliberadamente
cortado o arrancado del universo, mientras que el autentico haiku se ha
desgajado naturalmente y encierra en sí todo el universo.
En realidad, los artistas y artesanos del Lejano Oriente han medido,
analizado y clasificado las técnicas de los maestros hasta tal punto que por
deliberada imitación pueden llegar casi a "engañar, si ello fuera posible,
a los elegidos". Ningún criterio cuantitativo permite distinguir de sus
modelos una obra concebida en esa forma, así como arqueros y esgrimistas
entrenados con métodos muy diferentes pueden igualar las hazañas de los samurai
inspirados por el Zen. Pero, por lo que atañe al Zen, los resultados
finales no tienen nada que ver con ello. Porque, como hemos visto
repetidamente, el Zen carece de meta. Es un viaje sin objeto ni destino. Viajar
es estar vivo, pero llegar a alguna parte es estar muerto, porque, como dice
nuestro proverbio: "El camino es mejor que la posada."
Un mundo que cada vez más consiste en destinos sin viajes intermedios,
un mundo que valora solamente el "llegar a alguna parte" tan pronto
como sea posible, es un mundo sin substancia. Podemos llegar a cualquier parte
y a todas partes, pero mientras más posible es esto menos vale la pena ir a
cualquier parte y a todas partes. Los puntos de llegada son demasiado
abstractos, demasiado euclidianos, para ser gozados, y es como si comiéramos
exactamente los extremos geométricos de una banana sin tocar nada de lo que hay
entre esos dos puntos. Lo importante en estas artes es, pues, el practicarlas,
más que su resultado. Pero, más que esto, su goce real reside en lo que surge
inintencionadamente en el curso de la práctica, así como los placeres del viaje
no residen tanto en llegar adonde uno quiere cuanto en las inesperadas
sorpresas que ocurren durante el trayecto.
Una sorpresa planeada es algo tan contradictorio como un satori intencional.
Quien apunta al satori se parece a aquella persona que se envía a sí
misma un regalo de Navidad por temer que los demás lo olviden. Hay que hacer
frente al hecho de que el Zen es ese aspecto de la vida que está completamente
fuera de nuestro control y que no vendrá a nosotros por más que empleemos la
fuerza o la astucia: tales estratagemas sólo producen falsificaciones de lo
real. Pero la última palabra del Zen no es un idealismo absoluto, con un mundo
estéril de acciones controladas por un lado, y el espontáneo mundo de la
sorpresa controlada por el otro. Pues en tal caso ¿quién controla al que ejerce
el control?
Como el Zen no implica un dualismo absoluto entre el gobernante y el
gobernado, entre la mente y el cuerpo, lo espiritual y lo material, sus
técnicas tienen siempre cierto aspecto "fisiológico". Tanto en la
práctica za-zen como en la de cha-no-yu o kendo, el Zen siempre
da gran importancia a la manera de respirar. La respiración es no sólo uno de
los dos ritmos fundamentales del cuerpo; es también el proceso en el cual el
control y la espontaneidad, la acción voluntaria y la involuntaria, alcanzan la
más patente identificación. Mucho antes de que apareciera la Escuela zen, tanto
el yoga indio como el Taoísmo chino practicaron el arte de "vigilar
la respiración" con el objeto de dejar —no de forzar— que se
volviera lo más lenta y silenciosa posible. Desde el punto de vista fisiológico
y psicológico aún no se sabe claramente qué relación hay entre la respiración y
el "conocimiento intuitivo". Pero si consideramos al hombre más bien
como un proceso que como una entidad, como un ritmo más que como una
estructura, es evidente que la respiración es algo que el hombre hace —y por
tanto es— constantemente. Por tanto, tomar el aire con los pulmones es
algo que acompaña en todo momento el acto de aferrarse a la vida.
Lo que se llama "respiración normal" es vacilante y ansiosa.
Siempre se retiene un poco de aire porque el individuo parece incapaz de
"dejarlo" que siga todo su curso por los pulmones. Parece respirar
por obligación más bien que por gusto. Por consiguiente la técnica comienza recomendando
que vacíe totalmente el pecho como si una gran bola de plomo bajara por el
tórax y el abdomen hasta llegar al suelo, obligando a salir el aire. Se deja
entonces que el aire vuelva, de modo que la inhalación ocurre como un simple
acto reflejo. No hay un acto especial de inhalar. El aire entra en los
pulmones, y cuando éstos se encuentran cómodamente llenos, se lo deja salir
nuevamente de acuerdo con la imagen de la bola de plomo que "cae" sin
ser empujada.
Podríamos inclusive decir que esta manera de respirar es el Zen mismo
en su aspecto fisiológico. Pero, como ocurre con todos los demás aspectos del
Zen, si nos esforzamos por conseguirlo lo obstaculizamos, y por esta razón los
principiantes en la técnica de respirar a menudo experimentan una ansiedad
peculiar al sentir que no pueden respirar si no controlan conscientemente ese
acto. Pero así como no hay necesidad de tratar de estar de acuerdo con el Tao,
o de tratar de ver, o de tratar de oír, así también hay que recordar que la
respiración es algo que anda solo. No hay que hacer un "ejercicio" de
respiración sino más bien "vigilar y dejar" el aliento. Es siempre un
error serio emprenderlo con espíritu de disciplina compulsiva que hay que
"practicar" con una meta in mente.
Este modo de respirar no es sólo para ocasiones especiales. Como el
Zen mismo, es para toda clase de circunstancias, y de esta manera, todo acto
humano puede convertirse en una forma de za-zen. La
aplicación práctica del Zen no se limita a las artes formales ni requiere en
absoluto la técnica específica de sentarse en la posición preconizada por el za-zen.
El doctor Kunihiko Hashida, que cuidó la edición de las obras de Dogen y
toda su vida se dedicó al estudio del Zen, nunca utilizó la técnica formal del za-zen.
Pero su "práctica del Zen" fue precisamente su estudio de la
Física, y para dar una idea de cuál era su actitud solía decir que su vida
estaba dedicada "a la ciencia", no "a estudiar la ciencia".
Cada una a su manera, las diferentes artes inspiradas por el Zen
expresan con vivacidad la súbita o instantánea cualidad de su visión del mundo.
El carácter momentáneo de los cuadros sumi y del haiku, la
integridad mental requerida por el cha-no-yu y el kendo, ponen de
relieve la verdadera razón de por qué el Zen siempre se ha llamado a sí mismo
"el camino del despertar instantáneo". No se trata de que satori llegue
rápida e inesperadamente, de improviso, pues la mera velocidad no tiene nada
que ver con esto. La razón es que Zen nos libera del tiempo. En efecto, si
abrimos bien los ojos y vemos con claridad resulta evidente que no hay otro
tiempo que este instante, y que el pasado y el futuro son abstracciones sin
ninguna realidad concreta.
Hasta que esto no se vuelve evidente, parece que toda nuestra vida
está en el pasado y en el futuro, y que el presente no es más que el filo
infinitesimal que divide ambos. De aquí proviene la sensación de "no tener
tiempo", de que las cosas pasan de largo tan rápidamente que no tenemos
tiempo de gozarlas. Pero "despertando al instante" vemos que eso es
lo contrario de la verdad: el pasado y el futuro son más bien las ilusiones
pasajeras, y el presente lo eternamente real. Descubrimos que la sucesión
lineal del tiempo es una convención de nuestro pensamiento verbal que se mueve
en una sola vía, de la conciencia que interpreta el mundo aferrando pequeños
trozos a los que da el nombre de cosas y sucesos. Pero cada uno de los actos
mediante los cuales la mente capta esos trozos excluye el resto del mundo, de
modo que este tipo de conciencia puede obtener una visión aproximada del
conjunto sólo mediante una serie de tomas sucesivas. Se advierte el carácter
superficial de esta conciencia en el hecho de que ni siquiera puede regular el
organismo humano. En efecto, si tuviera que controlar el latido del corazón, la
respiración, el funcionamiento de los nervios, glándulas, músculos y órganos de
los sentidos, estaría corriendo alocadamente por todo el cuerpo para atender
una cosa tras otra, sin tiempo para nada más.
Por fortuna no está a cargo de esa tarea, ya que el organismo es
regulado por la intemporal "mente original" que trata a la vida en su
totalidad y por tanto puede hacer tantas "cosas" a la vez.
Sin embargo, no es que la "conciencia superficial" sea una
cosa y la "mente original" otra, pues la primera es una actividad
especializada de la segunda. Así, la conciencia superficial puede despertar al
eterno presente si deja de aferrarse. Pero esto no ocurre si uno trata de
concentrarse en el presente, pues este esfuerzo sólo consigue que el momento
parezca más huidizo y elusivo, más imposible de enfocar. La conciencia del
"eterno yo" surge de acuerdo con el mismo principio que la claridad
con que oímos o vemos, o la adecuada libertad con que respiramos. La claridad
de nuestra visión no tiene nada que ver con tratar de ver; consiste tan sólo en
darse cuenta de que los ojos perciben por sí mismos todos los detalles, ya que
mientras están abiertos no podemos evitar que la luz llegue a ellos. Del mismo
modo no es difícil darse plena cuenta del eterno presente tan pronto como vemos
que no es posible ser consciente de ninguna otra cosa, es decir, que en
realidad no existe ni el pasado ni el futuro. Hacer un esfuerzo por
concentrarse en el momento instantáneo implica ya que hay otros momentos. Pero
no están en ninguna parte, y en verdad descansamos tan cómodamente en el eterno
presente corno los ojos y los oídos responden a la luz y el sonido.
Este eterno presente es el flujo "sin prisa" y "sin
tiempo" del Tao:
Marea que. al moverse
parece estar dormida,
demasiado plena para
hacer ruido o espuma.
Como decía Nan-ch'üan, tratar de concordar con ella es desviarse de
ella, aunque en rigor no podemos desviarnos y no existe nadie que se desvíe.
Del mismo modo tampoco podemos alejarnos del presente eterno tratando de prestarle
atención, y este mismo hecho muestra que aparte del presente no existe un yo
distinto que lo vigile y lo conozca. Por esta razón Hui-k'o no podía encontrar
su mente cuando Boddhidharma le pidió que se la mostrara. Por desconcertante
que esto pueda ser, y por muchos problemas que plantee, una mirada clara basta
para mostrar su inevitable verdad. Sólo existe este ahora. No viene de
ninguna parte; no va a ninguna parte. No es permanente, pero tampoco deja de
serlo. Aunque se mueve siempre está quieto. Cuando tratamos de capturarlo
parece huir, y sin embargo siempre está aquí y no hay modo de escapar de él. Y
cuando nos volvemos para encontrar el yo que conoce este momento hallamos que
se ha desvanecido como el pasado. Por eso el Sexto Patriarca dice en el T'an-ching:
En este momento nada nace y
nada muere. Entonces no hay "nacer y morir" a que poner fin. Por
tanto la absoluta tranquilidad (del nirvana) es el momento presente.
Aunque es en este momento, este momento no tiene límites, y en él hay deleite eterno.
(7) k
Pero llegado el caso este momento puede llamarse "presente"
sólo en relación al pasado o al futuro, o a alguien con respecto al cual está
presente. Pero cuando no hay ni pasado ni futuro, ni nadie con respecto al cual
este momento sea presente, ¿qué es? Cuando Fa-ch'ang se estaba muriendo, una
ardilla chilló en el techo. Fa-ch'ang dijo:
—Es justamente eso; nada más que eso.
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